24.6.10

El oficio de tirarse por la ventana

"No importa escribir bien, aun para pocos, porque los pocos cada vez se mueren más deprisa"

El escritor, en la cárcel de la creatividad, preso por el lenguaje.foto:archivo.fuente:elpais.com
Vicente Verdú
Hace ya años, años antes de la crisis, un joven y reconocido periodista ilicitano, Gerardo Irles, me confesó que había decidido dejar de escribir libros, fueran estos novelas o ensayos. Tenía la suficiente experiencia como para atreverse a diagnosticar que en este sector no quedaba ya lugar alguno para la clase media. De un lado se situaban la opulencia de unos cuantos autores y libros bestsellers y, de otro, solo la miseria.

Efectivamente, lo juzgué un derrotista, pero el tiempo, año tras año, ha venido a convertir su argumento en la carta magna de la edición. No hay lugar para la clase media. O vendes cientos de miles de ejemplares y, en consecuencia, existes para los suplementos, las entrevistas, los anuncios o se pertenece a una suerte de grey ingenua (grey gris) que escribe esforzadamente para obtener unas migajas de recompensa o, incluso, unos cuantos kilos de hambre.

¿Sucedió así en todos los tiempos? No podemos dar testimonio personal de la Generación de Plata, pero sí de muchos Años de Plomo en los que se escribía, si no persiguiendo la gloria, sí persiguiendo un ideal. Lo más importante es que se trabajaba, en cuanto escritor, con una meta que, al perseguirla con ahínco moral, nos hacía perseverar. La suma de escritores, novelistas, cuentistas, poetas, guionistas o ensayistas de ese tiempo recibían dos clases de ingresos capaces de sustituir la falta de estipendio. Un ingreso era el de ingresar en las filas de los combatientes por la democracia. El otro pago consistía en ser reconocido por un apreciado grupo de lectores que se comportaban como una tribu sagrada dentro de la cual nacía el "escritor de culto".

Ahora, por contraste, ese culto al escritor ha sido reemplazado por el culto el espectáculo de las superventas. El escritor será para algunos un fenómeno en sí pero, en conjunto, la gran atención que convoca procede del fenomenal éxito de ventas. La mágica dinámica interior entre vender mucho y ser famoso, ser famoso por vender mucho y vender mucho por ser famoso, dibuja un círculo que, como en otros productos, caracteriza el actual comportamiento del mercado se refiera a la marca que sea.

La altísima rentabilidad que desencadena la vorágine cuando el título explota resulta tan remunerativa para los editores que si editan 70.000 títulos al año en España es en busca de esa bomba atómica que arrasará con lo demás y salvará holgadamente el balance de la empresa.

De esas decenas de miles de títulos, un 95% o más no se come una rosca. Es decir, acaso ni prueben las migajas de su publicación. Son metralla de un sello editorial, a menudo sin criterio, que dispara en todas direcciones -o insiste en la dirección de moda- para alcanzar la mina del supersuceso mediático. El resto es miseria.

En casi todos los casos, los anticipos son ridículos y las tiradas exiguas. Los autores que se lanzan y no explotan pronto se convierten en nada. Sus obras compuestas mediante decenas de miles de horas de trabajo desaparecen de las librerías en unas semanas y son destruidas urgentemente como las vacas locas. Ciertamente, se trata de autores locos, cada vez más locos. Tipos que deliran soñando una comunicación masiva que es solo un privilegio de muy pocos. Cada vez menos y cada vez con menor duración.

¿Conclusión? La conclusión es la conclusión de esta labor. No importa escribir bien, aun para pocos, porque los pocos cada vez se mueren más y más deprisa. No vale la pena, como ocurrió con aquellos encajes de bolillos domésticos, calentarse la cabeza, verbo a verbo, adjetivo a adjetivo, para no llegar a casi nada o a casi nadie. ¿Escribir para sí mismo? "El autor que por fin decide escribir para sí mismo se suicida por falta de destino", decía Vicente Aleixandre.

Todo artista necesita tanto la comunicación como la respiración. Dentro pues de esta creciente asfixia de la escritura, de los editores, de las librerías, de los libros, de los lectores, ¿cómo no elegir entre tirarse hacia el oxígeno de la ventana o decir ya adiós a este hermoso y jadeante oficio?

23.6.10

Rosa Montero y el Neuregulin 1

La escritora busca entre el dolor y la alegría el motor de la creatividad en el ciclo Lecciones y maestros

Rosa Montero y, detrás, de izquierda a derecha, David Trueba, Manuel Vicent y Javier Rioyo.-foto:PABLO HOJAS.fuente:elpais.com

Después de años de discusiones bizantinas, debates y comeduras de coco estériles o no sobre esa oscura o luminosa fuerza que prueba la escritura, la ciencia parece haber dado en el clavo. Rosa Montero lo expuso ayer en el curso Lecciones y maestros, organizado por la Fundación Santillana y la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP). "La clave es el Neuregulin 1", reveló la autora de La loca de la casa. En la sala la miraban atónitos e intrigados sus compañeros de armas, Héctor Aguilar Camín y Manuel Vicent, que cierra hoy las jornadas y junto a quienes protagonizará un debate abierto en el paraninfo de la Magdalena, en Santander.

Pero ayer, en Santillana del Mar, Rosa Montero dio algunas de las razones que la ayudan a explicarse entre papeles, tintas y mundos propios o ajenos. Centrémonos en la ciencia una vez más. ¿De dónde ha salido ahora el Neuregulin 1? "Por lo visto es una mutación muy común", aseguró la autora. Es el gen de la creatividad, descubierto en la Universidad de Semmelweis, Hungría. "Algunas personas pueden poseer tres o más copias de esta alteración. Eso explicaría la genialidad de Shakespeare o de Mozart. Pero lo más fascinante es que conlleva una mayor predisposición a sufrir trastornos psíquicos, una peor memoria, ¡y una tremenda hipersensibilidad a las críticas! Es el retrato del artista perfecto", comentó Rosa Montero.

Si la escritura es delirio, como probó Cervantes y asegura Sergio Pitol, entonces no hay duda. Muchos poseen ese gen. Si la literatura trata de mitigar el dolor y buscar una luz, como cree firmemente Montero, también. Así lo vio José Manuel Fajardo en su presentación: "En los libros de Rosa uno encuentra tres temas recurrentes. La muerte, la memoria y la mentira. Pero en la misma medida aparecen la libertad, la felicidad y la verdad posible", aseguró el escritor.

Y Rosa Montero, que empezó su intervención presentándonos a un personaje ruso inventado, después confesó ese tránsito difuso entre caminos que llevan a veces a dos lugares paradójicos: "Con el paso del tiempo, a veces me es difícil diferenciar lo vivido de lo soñado y de lo inventado. Todo pertenece a la misma nebulosa".

Entre esos terrenos confusos, entre hilos y barrancos, Montero ha trotado montada encima de palabras, ideas y obsesiones. Entre niñas, amantes, enanos y territorios de leyenda se ha movido para crear Crónica del desamor, Temblor, Amado amo, La función delta, Instrucciones para salvar el mundo, Bella y oscura, El corazón del tártaro, La hija del caníbal...

Historias que fueron cociéndose en su cabeza desde niña: "Empecé a escribir con cinco años. Siempre me he definido como una escritora orgánica". Sufriente y viviente. "Escribir una novela es un trabajo de picapedrero, una carrera de larga distancia". Y un continuo laberinto de dudas que impone decisiones contundentes. "Lo explica muy bien Amos Oz cuando dice: para escribir una novela de 80.000 palabras debo tomar algo así como un cuarto de millón de decisiones. Unas son sencillas, otras burdas y sutiles. Como poner ahí, al final del párrafo, azul o azulado. O celeste. O celeste oscuro. Lo cual", sigue Montero, "si se mira con distancia, aumenta aún más la sensación de estupidez".

Pero es esa una estupidez que puede llegar a ser crucial. Aunque todo provenga del dolor, puede resultar salvador. Rosa Montero insistió mucho en ello ayer a pesar de que amigos suyos como Nativel Preciado, Alejandro Gándara, Elvira Lindo y Nuria Labari, en mesa redonda, intentaron hacer prender la luz y la alegría que, en su opinión también desprende su literatura.

Ese fue el caso del clérigo John Cluny. Allá por 1348 se empeñó en dejar constancia de la peste bubónica, que como un apocalipsis, arrasó parte de Europa: "Lo hizo para que las cosas memorables no se desvanezcan en el recuerdo de los que vendrán detrás de nosotros". Es el testimonio del cronista, del periodista útil, del fajador de valores y verdades, una raza que Rosa Montero conoce a base de bien.

22.6.10

La crisis creativa del escritor según Aguilar Camín

El autor mexicano inaugura el ciclo literario Lecciones y maestros

Manuel Vicent, Rosa Montero y Aguilar Camín, en Santillana.foto PABLO HOJAS.fuente:elpais.com

A doña Emma Camín le gustaban las frases contundentes. "El que expulsa de su vida la mentira deja la verdad afuera", podía llegar a decir. Esas sentencias son un recuerdo insuficiente para su hijo, Héctor Aguilar Camín. Prefiere su presencia. Su muerte, hace cinco años, le ha dejado inmerso en una orfandad creativa.

Así lo confesó ayer el escritor mexicano en la jornada inaugural del ciclo literario Lecciones y maestros. El curso se abrió en Santillana del Mar con él, continúa hoy con Rosa Montero y concluirá mañana con Manuel Vicent.

La muerte se llevó a Emma Camín y también a su tía Luisa, que le criaron junto a sus cuatro hermanos. Desde entonces, se ha sentido, además de profundamente desamparado, desgajado de su buen juicio: "Del tribunal invisible al que comparecía con sus libros, el tribunal fundador de su escritura", confesó el autor de La guerra de Galio.

Así corroboraba el peso de ambas en su presentación su amigo el escritor Hugo Hiriart: "Para lograr un destilado de Aguilar Camín se requieren los siguientes ingredientes esparcidos en una retorta: un poco de Chetumal, el pueblo donde nació, lugar primitivo y selvático. Una pizca de su madre y de su tía, dos mujeres que ponían a los niños a cantar para espantar sus miedos, y los jesuitas, donde estudió desde niño hasta llegar a la universidad".

El dolor está aún presente. Lo mismo que la falta de ánimo y la depresión, "cosas de la edad", dice el autor de 64 años. Para recuperar una cierta perspectiva, Aguilar Camín se refirió a sí mismo en tercera persona: "No sé qué decir del escritor que se llama como yo. Escribe sin fe en lo que escribe, lleno de fragmentos que no van a ningún lado". Por dentro se le siguen revolviendo los temas de siempre: el poder, la política, el amor, las mujeres misteriosas, el periodismo, la historia, el whisky... México trágico, pujante y violento. Un país que vive una auténtica guerra contra personas dispuestas a matar por 400 euros al mes. "¿Qué hacer con ellos? La guerra, no queda otra solución", aseguró.

Pero no solo fue contundente con su país. También consigo mismo. Había empezado tarde su carrera de fabulador. Fue historiador antes, periodista hasta hoy. Su primera novela, Morir en el golfo, apareció cuando él tenía 39 años. Lo hizo, dice, "huyendo de la literatura experimental de los años sesenta. De la epidemia verbal, del enredo estilístico. Quería escribir novelas legibles". Después tuvo que sobrevivir al éxito de La guerra de Galio, crónica desmesurada del periodismo en su país que si hoy tuviera que repetir trasladaría a una televisión.

Siguieron El soplo del río, Las mujeres de Adriano, Mandatos del corazón, El error de la luna... En ellas se mezclan guerras, guerrillas, amores excesivos, luchas de poder, los contrastes entre pueblos míticos y la ciudad moderna. ¿Y ahora? Ahora sufre terror a la hoja en blanco. Desazón, poca motivación. "El escritor del que hablo quisiera tener al menos un libro largo. Conoce el estado de gracia que es eso".

Lo ha moldeado entre sus manos. Cuenta la historia de la separación de sus padres y su familia. Pero igual que le llegó la inspiración, desapareció. "Cuando llevaba tres capítulos y 100 páginas de notas, la magia se fue. Había ido a visitar a su padre. No quería fallar ante su mirada. Menos con una historia que contaba su fracaso y la destrucción de su progenitor por su propio padre, es decir, su abuelo". En ella se mezclan la separación, el desgarro, la huida, sus ancestros. Ayer quiso conjurarlos. Ojalá el exorcismo le lleve a arrancar de nuevo desde sus páginas moribundas. A desencallar y tomar de nuevo el rumbo.

21.6.10

16.6.10

Ritos de escritor


Escritor en la cárcel del lenguaje y la creatividad.foto:archivo.fuente:adncultura

Mientras recorríamos los mágicos prados de La Rioja española, a punto de llegar a dos monasterios de los siglos V y X donde se hallaron las primeras evidencias escritas del castellano, Manuel Vicent y yo no podíamos dejar de hablar de literatura. Vicent, uno de los más geniales articulistas que ha generado la España democrática, me recordaba, entre otras cosas, que hay muchas clases de escritores. Están, en principio, aquellos a los que les descubrimos el truco por la portada de un libro y aquellos a quienes se lo descubrimos inevitablemente en las primeras líneas o a mitad de una novela. Pero ya en los máximos niveles, están también aquellos excelsos a los que les descubrimos el truco recién al cabo de leer toda su obra, como Borges, y aquellos a quienes jamás logramos descubrírselo, como Shakespeare.

Más allá de la literatura experimental, que seguirá existiendo y tendrá siempre su valor, Vicent considera que ya no resulta creíble escribir "Julia se sirvió una copa y caminó hasta la ventana". "Es que no me lo puedo creer", comenta. La vida moderna, la intercomunicación instantánea, la posibilidad de ver y oír en directo a través de las pantallas de los medios o de Internet, la chance de entrar fácilmente en mundos cotidianos o viajar a cualquier rincón del planeta le quitan de algún modo verosimilitud a la novela actual y dejan al desnudo su impostura. "Es por eso que sostengo que si Dickens viviera, sería reportero", dice Manuel para provocar. El reportaje o crónica novelada le parece, por lo tanto, el gran género literario del siglo XXI. Tal vez tenga razón.

Luego hablamos de Frank Sinatra, a propósito de la legendaria crónica de Gay Talese, y pienso de improviso que hay también dos clases de escritores: los que componen y los que interpretan. Aquellos que dan a luz algo nuevo y aquellos que convierten esa obra ajena en nueva con su interpretación llena de matices. Los primeros son la vanguardia que va creando; entre ellos hay genios y mediocres. Pero luego están los que cantan a su manera esas canciones, poniéndoles su sello y haciéndolas sonar como si fueran propias y flamantes. También dentro de este grupo hay comerciales, bastardos y grandísimos artistas, como Frank Sinatra.

Los periodistas que escribimos literatura siempre estamos hablando acerca de estos temas misteriosos del arte, tratando de entenderlos más allá de lo que nos cuentan los críticos y los libros de ensayo. Nos interesan los métodos de la escritura: si el narrador aborda sin ideas preconcebidas y va creando página a página (Aira, Simenon, Marías), si conoce sólo el principio y el final del relato (Borges, Bioy, Poe) o si antes de sentarse lo imagina y planifica todo (Conan Doyle, Joseph Roth, Sarmiento, Galdós, Pérez-Reverte).

Finalmente, el renglón inconfesable y cholulo de nuestra curiosidad radica en saber además cómo escriben los que escriben. Pero ya no en un sentido de práctica literaria sino de mera operatividad de escritorio. En la mesa del narrador hay cábalas, caprichos, técnicas y secretos fascinantes que a veces revelan mucho más del autor que diez entrevistas de prensa. Acerca de estos secretos trata precisamente nuestra nota principal de esta semana.


Ritos de escritor
Abelardo Castillo
Claudia Piñeiro
Pablo De Santis
Rodolfo Enrique Fogwill
Liliana Heker
Martín Caparrós
Oliverio Coelho
Alan Pauls
Leopoldo Brizuela
De la manía al procedimiento