24.9.12

Guerriero: "Uno no es periodista por un lado y persona por el otro"

Frutos extraños es la primera antología que se publica en España de la argentina, referente del actual periodismo narrativo hispanoamericano
  La periodista argentina Leila Guerriero./Diego Sampere. /abc.es
Desde que tenía siete años, Leila Guerriero (Argentina, 1967) jamás sale de casa sin un libro en la mano. Esa voracidad lectora, unida al «monstruito insaciable» que es su curiosidad y a una profesionalidad tan envidiable como incuestionable, la han convertido en uno de los máximos referentes del periodismo narrativo hispanoamericano. «Frutos extraños» (Alfaguara) es la primera antología que se publica en España de sus trabajos, una suerte de manual del perfecto «plumilla» que empuja al que lo lee a salir a la calle a hacer buen periodismo.
ABC tuvo ocasión de hablar con Guerriero durante su estancia en Madrid con motivo de la presentación del libro. Durante la charla, tan intensa y anecdótica como sus crónicas, la autora argentina hizo un repaso por el estado actual de la cuestión periodística (vertiente digital incluida), habló de sus referentes narrativos y dio una lección de humildad y saber hacer en una profesión que no atraviesa sus mejores momentos... ¿o sí?
- ¿Son estos «Frutos extraños» la prueba de que mientras hay vida hay esperanza, pero aplicado al periodismo?
- Soy estúpidamente optimista en términos de pensar en el periodismo. Creo profundamente en que la idea de que el periodismo se acaba es muy insólita y peregrina. El periodismo siempre ha sido el lugar desde el que se cuentan historias y se construye democracia. Eso de que ahora cualquiera que tiene un blog y un móvil puede hacer periodismo es como pensar que cualquiera puede operar a un enfermo de apendicitis. El periodismo es un oficio que se aprende. Si la aparición de unos textos así sirve para que nosotros, los periodistas, pensemos un poco en términos de qué es lo que queremos contarle a la gente (que, en definitiva, se trata de eso), perfecto. El periodismo se trata siempre de contarle algo a gente que no estuvo allí para verlo, y si este libro sirve para eso, bienvenido sea.
- ¿Qué es lo que usted quiere contarle a la gente?
- A veces pienso por qué escribo y pienso que lo hago para, en algún punto, explicarme el mundo, organizarme un mundo muy complejo con cosas muy confusas. Partiendo de esa base, intento abordar situaciones sobre personas que me producen mucha curiosidad, y trato de contarle a la gente qué es lo que yo comprendo de esa circunstancia. En ese mundo hay cosas muy disímiles, desde cuestiones relacionadas con la vida cultural, política, económica... por eso es difícil ver si hay un denominador común en los temas que trato... Más bien creo que no, que mi curiosidad se despierta en algún momento por alguna situación e intento seguirla hasta las últimas consecuencias, hasta creer que entendí algo.
- Y siempre tiene en mente al lector, algo que no hacemos todos los periodistas.
- Hay mayores y menores grados de conciencia. No me gusta generalizar, porque creo que hay gente que sí lo hace muy bien. Coincido en que a veces se olvida que estamos escribiendo para alguien y, entonces, se producen esas crónicas ombliguistas, en las que el yo del periodista está demasiado presente y se olvida de que está contando una historia. Cuando digo que yo pienso en un lector, no tengo una masa lectora presente todo el tiempo, sino que, cuando escribo un texto, mi lector es el editor para el que escribo. Siempre tengo en cuenta que hay alguien que va a leer eso y cuando escribo no doy por sentado nada, no doy por sentado que el lector sabe de una circunstancia determinada, ni tampoco que es estúpido. A lo mejor eso es algo que te da el hecho de escribir para varios medios de distintos países. También es una herencia muy tradicional del periodismo, que viene de un periodista perfilado en este libro: Homero Alsina Thevenet; él siempre decía que la prosa no era de él, la prosa era del lector. Yo sigo ese camino, trato de aparecer poco en los textos, producir un texto claro, que se preocupe porque el otro comprenda lo que estoy intentando contarle, que no tenga que ir 20 veces a «googlear» los nombres. Me encanta la idea de un tipo que se acerca a leer una de mis crónicas sin sentir ninguna curiosidad por lo que quiero contar, pero de repente se engancha, lo descubre y se queda metido allí.
- ¿Cree que tanto ego ha perjudicado a la profesión?
- No, no lo creo. Las cosas que han quemado el periodismo tienen que ver con periodistas que no se han formado en la calle, que se han acostumbrado a hacer las cosas por teléfono, que confían en que Twitter o Facebook son una gran fuente de información. Hay periodistas a los que las cosas les suceden a la vuelta de su trabajo y no se toman la molestia de salir a la calle. Pero esto es un vicio promovido, también, por cierta manera de trabajar que han establecido los medios en los últimos tiempos. No quiero cargar contra los periodistas. Me parece que en ese afán de hacerlo corto, rápido, ya, también se ha cultivado esa forma de trabajo en la que da lo mismo ir a ver a una persona, o llamarla, o «googlearla». Eso tiene que ver con el reporterismo, que es el alma del periodismo. Sin reporterismo no hay historia, no existe la historia. Ha pasado más bien por eso, y por esta idea de que hoy en día un periodista tiene que salir a la calle con una cámara de fotos, un móvil, una grabadora, hacer la foto, el vídeo, poner vínculos en su página... En ese sentido se ha precarizado la profesión y se ha olvidado cuál es el movimiento primigenio que hace el periodista. Un periodista es una cámara con sus ojos, alguien que sale de su lugar de comodidad para ponerse incómodo, y va a buscar y vuelve para contarlo. Ese movimiento está en la base de la cosa periodística, por lo menos desde hace treinta años para acá. La historia del periodismo es la historia de ir, ver, y volver para contarlo. Me parece que ese ir se ha mutilado, pero no necesariamente porque los periodistas sean perezosos, sino porque la misma estructura de trabajo les ha ido llevando por ese camino.
- Estamos convirtiendo a los nuevos periodistas en funcionarios...
- De todos modos, eso va a caer por su propio peso. En algún momento se van a dar cuenta y se va a volver a la base de todo. Tengo mucha esperanza. En Latinoamérica hay mucha gente que está abriendo revistas de periodismo narrativo, capacitándose, tomando talleres... y me cuesta mucho trabajo creer que toda esa gente esté perdiendo su dinero y su trabajo en algo que no va a existir en el futuro. Los tipos que ahora se están formando van a ser los editores de mañana, con lo cual algo va a suceder. Por otra parte, no veo que este nuevo modelo esté dando ventajas, no veo que a los grandes medios les esté yendo florecientemente bien aplicando esa técnica de dejar a los periodistas encerrados en la redacción. Con lo cual, cualquiera que lo mire desde fuera podrá pensar: un empresario al que la fórmula no le funciona, la tendrá que cambiar, aunque solo sea por lógica empresarial.
- ¿Es clave ese posible cambio para la supervivencia del periodismo?
- Yo no creo estar dedicándome a algo que va a desaparecer o a algo que está en vías de extinción.
- Y esa creencia, ¿depende en parte del fracaso del nuevo modelo?
- No, no. Siempre he creído que la humanidad necesita que todos contemos historias, contamos historias desde la cuna, contar historias reales o ficticias está en el ADN y la gente siempre va a necesitar saber lo que sucede. Daniel Samper ha llegado a decir que el periodismo ciudadano es lo mismo que la medicina ciudadana; el periodismo sigue siendo un oficio, no una profesión, y tiene que estar hecho por gente que esté capacitada para evaluar una realidad y contar lo que merece ser destacado. Hay oficio para rato.
- ¿Qué ingredientes debe tener una buena crónica?
- Cuando yo empecé en el periodismo, no le decíamos crónica, ni periodismo narrativo, ni nada. Eran artículos. Ahora, a esto que hemos llamado crónica, que a mí me gusta más llamarlo periodismo narrativo, es una pieza de periodismo que usa en la forma algunas técnicas de la literatura de ficción: giros narrativos, metáforas, adjetivos, suspense, tensión... cuestiones que no necesariamente están relacionadas con el periodismo más puro, cotidiano y urgente. Lo único que el periodismo narrativo no tiene permitido es inventar.
- ¿Qué crónica se muere por escribir?
- Todas las que aún no escribí, que por suerte son muchas. Yo nunca he perdido el hambre de escribir, de contar, y ojalá no lo pierda nunca. No quiero contar la elegía de la periodista entusiasmada con todas y cada una de las letras que escribe, pero no está muy lejos de eso. Aún tengo muchas historias por contar y todas me van a captar en su momento y me van a provocar esa especie de obsesión temática que me hace que me centre en eso. Cuando estoy demasiado tiempo de viaje empiezo a sentir esa especie de abstinencia, el mono de la escritura...
- ¿Es posible hacer buena literatura de la realidad?
- Yo creo que sí. Yo no hice una carrera de Periodismo. No sé si me salió bien o mal, pero lo poco que yo sé es por haber leído a tipos que me formaron, como Martín Caparrós, Capote, Gay Talese... Uno aspira a escribir tomando las voces que a uno lo han alimentado como lector. Yo leía un libro de Scott Fitzgerald y una crónica de Talese, y a mí me parecía que estaban escritos con la misma contundencia literaria y narrativa.
- Eso son sus referentes pero, ¿cuáles serían los de alguien que sale ahora de la facultad? ¿No cree que andamos algo huérfanos?
- No, no, no andamos nada huérfanos. Esos mismos escritores que he mencionado siguen produciendo. Lo que hay es una enorme carencia de lectura. No hay ninguna facultad de Periodismo que yo conozca que tenga un plan de lectura de ficción tan serio como el de no ficción. Un periodista no puede alimentar su prosa solo de leer a otros periodistas. De hecho, todos esos referentes consumían masivamente literatura, iban al cine, al teatro... Lo único que tiene un periodista como arma de trabajo es su cabeza, pero su cabeza debe estar bien amueblada. Siento que los periodistas, lamentablemente, leen súper poco. Hay periodistas que creen que leyendo un diario van a poder producir una pieza impresionante. No puedes escribir un artículo impresionante si no lees a Richard Ford, si no sabes quién es Lorrie Moore, John Irving... ¿Alguien sabe quién es Michael Ondaatje o Flannery O'Connor? Son nombres súper obvios, autores contemporáneos cuya prosa debe alimentar la narrativa periodística.
- ¿Y qué me dice del no-lector al que se refiere Martín Caparrós?
- Esa gente la hubo siempre. Es muy difícil evaluar qué va a pasar con internet dentro de 20 años, con esa gente que ahora solo puede leer de corrido un tuit. Yo nunca salgo sin un libro en el bolso, y esa es una costumbre mía desde que era chica, pero no tengo el recuerdo de haberme cruzado con un solo compañero con el que hubiera tenido una conversación. Si comparo eso con lo que pasa ahora, hasta debería ser optimista, porque ahora al menos leen Harry Potter. Hasta la mala literatura te sirve para introducirte en el mundo de la lectura. Escribir 140 caracteres no es lo mismo que escribir «Pedro Páramo». Hay una mentira muy demagógica en hacerle creer a la gente que está escribiendo grandes cosas porque pone «Hola, qué tal» en Twitter. Si la gente tiene cosas interesantes para leer, va a leer. Pero si se encuentra con un periódico que le cuenta todos los días lo mismo, y descubre intereses espúreos, y unas manipulaciones raras, y además está mal escrito... claro, pierde el lector. Pero cuando a la gente le ofreces buen contenido, lo lee.
- Después de esta conversación, estoy convencida de que cree en el periodismo, pero ¿qué me dice del periodismo digital?
- Para mí no hay diferencia. Yo creo en el periodismo. El hecho de haberle puesto el apellido digital le ha hecho un gran daño porque nos ha hecho perder de vista qué queremos contar, la conversación se escapa hacia el lugar del soporte y no del contenido. Toda esa parafernalia tecnológica tiene que estar al servicio del lector, no puede tapar la historia. Muchas veces siento que cuando se discute el periodismo digital, precisamente se deja de discutir de periodismo y se discute solo de digital. Yo sí creo que si el texto está bien, el lector se lo va a leer en una lata de Coca-Cola, en la suela de un zapato, proyectado en un intrachip dentro de su cerebro o en la web. Además, me parece un pensamiento muy arcaico, porque el periodismo digital es una cosa de ayer, ya está, ya llegó, ya pasó. Nunca como en esta época hemos vivido tan convencidos de que hemos llegado al futuro, como si mañana no hubiera, como si ya hubiéramos alcanzado el colmo de la expresión de la especie, como si internet fuera el no va más de todo el desarrollo tecnológico. Cuando no existía internet, creo que teníamos más imaginación para imaginar el futuro. No hay un lenguaje nuevo, inventado, pero tenemos el convencimiento de que sí, que el futuro es esto. No somos capaces de levantar la vista y darnos cuenta de que va a venir algo después de internet que nos va a dar la vuelta por completo y va a modificar el acto de leer y escribir.
- ¿Qué consejo le daría a un recién licenciado en Periodismo?
- La verdad es que no me gusta dar consejos porque creo que la fórmula le sirve a cada uno. Lo contrario puede producir en el otro una idea anuladora y así se han reventado contra la pared muchos talentos. De todos modos, no creo que se pueda ser un buen periodista si uno no lee, si uno no alimenta su prosa, si no va al cine, si no alimenta su manera de ver el mundo. Un periodista es, ante todo, alguien que tiene una mirada; si no tienes una mirada, no tienes nada. Uno no es periodista por un lado y persona por el otro, uno lleva puesto lo que es todo el tiempo, sobre todo en una profesión así.

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