28.11.12

Las ficciones que persigo

Ganador esta semana del prestigioso premio Roger Caillois, el escritor colombiano define en este texto por qué ambiciona escribir libros en los cuales el lector pueda refugiarse, leerse Y "huir del parloteo sin sentido"
Juan Gabriel Vásquez, es autor de El ruido de las cosas al caer./Revista Ñ
  El filósofo Harry G. Frankfurt, autor de On Bullshit , cree que el mundo está dominado por los que se dedican a hablar mierda. Las novelas a las que vuelvo con más frecuencia (y las que aspiro a escribir) son las que sirven como antídoto contra ese veneno de la coprolalia omnipresente; las que miran la vida con atención y cuidado; las que son fieles a las verdades humanas y las ensalzan y las cuidan aunque sean duras y oscuras y dolorosas; las que logran por ello lo que E. L. Doctorow cree que debe hacer toda gran novela: distribuir el sufrimiento. Estas son las ficciones que me interesan, o, mejor dicho, las que persigo, como lector y también como novelista: las que producen eso que Kundera llama la única moral de la novela, el conocimiento, pero también causan el efecto que Javier Marías llama reconocimiento (“yo sabía esto, pero no sabía que lo sabía”).
Las ficciones que persigo son las que recuperan para nosotros, por lo menos durante el tiempo de nuestra inmersión en ellas, el valor de esa desgastada moneda con la cual comerciamos todo el tiempo: el lenguaje. Las ficciones que persigo son las que proporcionan al lector un espacio libre de ruido y de distracciones, libre de propaganda y proselitismos, donde el lector pueda ser leído, donde el lector pueda interrogar y ser interrogado, donde el lector pueda “perderse en la mente de otras personas”, según la feliz expresión de Charles Lamb.
Las ficciones que persigo son aquellas donde el lector se pueda rebelar contra la rapidez impuesta y suicida de nuestras vidas. Porque eso hacen los libros: nos obligan a bajar el cambio y quitar el pie del acelerador; nos obligan a mirar lo mismo durante tiempos que al mundo fuera del libro le parecerían eternos, y también y sobre todo a pensar en lo mismo durante un tiempo sostenido, pero pensar con ese tipo de pensamiento particular que sólo encontramos en la novela, ese pensamiento que no es sólo filosófico ni sólo narrativo ni sólo psicológico ni sólo histórico ni sólo moral sino todo a la vez, ese pensamiento intenso y a la vez ambiguo, como la mirada de un loco. Ficciones donde pueda escapar a la ansiedad de la información superflua (la obligación de no perderse nada, de estar todo el tiempo al día) o a esa otra ansiedad, la de estar presente todo el tiempo (con un tweet , con un email , con el anuncio de mi estado de ánimo). Escapar a esas ansiedades, digo, o cambiarlas por espacio de unas horas o unas páginas por el silencio que la ficción puede ofrecerle, esa convivencia con un lugar donde todo es permanente y pertinente, donde puede “perderse en la mente de otras personas”, pero donde en realidad el lector se encuentra y se identifica, en el sentido de construir o descubrir su identidad. Estas son las novelas, se me ocurre a veces, que habremos de escribir y que responden a los retos de nuestro tiempo distraído y disperso tal como La mala hora , Conversación en La Catedral o Cambio de piel respondían a las exigencias del suyo.
Habremos de escribir novelas que reintegren o reconstituyan una narrativa de nuestra experiencia que a muchos nos parece resquebrajada o francamente rota. Habremos de escribir novelas para lectores como los que hacen fantasear a Marcel en El tiempo recobrado : “No serían, como ya lo he demostrado, mis lectores, sino los propios lectores de ellos mismos, pues mi libro no sería más que una especie de lente de aumento como aquellos que tendía a un comprador el oculista de Combray; sería mi libro, pero por medio de él les proporcionaría el medio de leerse a sí mismos. De manera que no les pediría elogiarme o denigrarme, sino tan sólo decirme si estaba bien aquello, si las palabras que leen en sí mismos son las mismas que he escrito”.
Escribir libros en los cuales el lector pueda refugiarse y además leerse. Escribir libros donde el lector pueda protegerse del mundo y a la vez conocerlo. Escribir libros donde el lector pueda huir del parloteo sin sentido, de los hablamierda, hacia un lugar donde las palabras vuelven a llenarse de sus perdidos significados y donde sean de nuevo capaces de nombrar el mundo. Escribir libros donde el lector pueda examinar su propia experiencia en la experiencia ensanchada y realzada de los destinos ficticios. Escribir libros, en fin, donde pueda tomar cuerpo una vez más eso que escribió una vez pero repitió muchas Carlos Fuentes: “La imaginación es la transformación de la experiencia en conocimiento”. 
Este fue el texto leido por Vásquez al obtener el premio Roger Callois. El premio fue creado en 1991 y se entrega anualmente como una distincion para un autor latinoamericano y uno francofono por su trayectoria en la literatura.

26.11.12

El gigante invisible

Tres autores brasileños, cuyas obras empiezan a difundirse en castellano En Argentina, participaron en un encuentro  sobre la literatura de su país
Altair Martins, Bernardo Carvalho, y Andrea del Fuego: Tres autores brasileños para el mundo./pagina12.com.ar
Radar entrevistó a Andrea del Fuego, Altair Martins y Bernardo Carvalho para obtener un panorama del complejo universo cultural de un gigante que empieza a salir al exterior mediante estimulantes políticas de Estado, pero que lucha contra la falta de lectores y el peso de una lengua que permite los mejores experimentos, aunque cuesta hacer interpretar por el resto de América Latina.
“Para hablar sobre una generación literaria es preciso hablar de algún tipo de unidad, y la unidad es tal vez uno de los mayores problemas de Brasil, con el que se termina tropezando la ficción brasileña. Una región grande y fragmentada donde se van creando islas literarias. Brasil no es un país, es un archipiélago y uno vive en esa condición de fragmentación”, decía Altair Martins que, junto con Andrea del Fuego y Bernardo Carvalho, estuvo en Buenos Aires para el encuentro sobre literatura brasileña que se realizó el lunes pasado en el auditorio del Malba. Es precisamente por esa condición de archipiélago lingüístico que representa Brasil dentro del continente latinoamericano, que su literatura no ha tenido una trascendencia acorde con la magnitud de las obras, tanto clásicas como contemporáneas, que se producen en el país vecino. Contrarrestando esta situación, la actual política cultural del gobierno brasileño ha ayudado mucho a la difusión de su literatura en nuestro país, financiando traducciones y publicaciones que llevan adelante las editoriales Corregidor, Adriana Hidalgo y Edhasa –organizadoras del encuentro– con un criterio de selección focalizado tanto en la difusión de autores importantes que no han sido traducidos al español, como de los poetas y narradores contemporáneos que representan un hallazgo en cuanto al nivel de riesgo y experimentación dentro de su obra.

Rebelion contra el lector

Durante el encuentro, moderado por Florencia Garramuño y Damián Tabarovsky, los autores hablaron del proceso de creación de sus novelas, del estado actual de la literatura brasileña y de los riesgos de la profesionalización de la literatura dentro del mercado. En este sentido, Carvalho es muy crítico en cuanto a lo que se está escribiendo en este momento en Brasil: “Hay una ruptura que tiene que ver con un cambio dentro de Brasil. Es una literatura profesionalizante, direccionada al mercado, que se preocupa mucho por la eficiencia narrativa del libro como producto, del libro pensado para conquistar más lectores. Es un cambio fundamental, que no se da solo en Brasil sino en el resto del mundo y donde el gusto pasó a determinar qué es la literatura. El gusto es absoluto e impera, el gusto del lector es lo que determina lo que va a ser escrito, y vos publicás lo que los editores creen que va a tener un efecto en el mercado. Eso pasa en el mundo entero, sobre todo está muy claro en el mundo anglosajón. Cada vez hay menos editoriales pequeñas. La idea de una literatura que cause problemas, una literatura que a la gente no le guste, es un absurdo hoy. Sin embargo, hubo una época, tal vez no hace tanto tiempo, en que eso no era un absurdo y hasta era algo deseado”.
En relación con esta visión, el autor de Nueve noches –una de las más celebradas novelas de Carvalho, ganadora del premio Portugal Telecom 2003– habló sobre los motivos que lo llevaron a escribir ese libro reactivo, como él lo llama, escrito contra el desinterés por la ficción que él notaba en el público lector de ese momento. Frente a su enojo por el consumo cada vez mayor de la literatura de no ficción, donde los lectores esperan encontrar a un personaje de carne y hueso, el autor decide escribir una novela que partiera de un hecho real –como fue el suicidio del antropólogo Buell Quain– donde el relato testimonial se fundiese con la ficción más pura y, de esta manera, tenderle una “trampa” al lector. El resultado, sonríe Carvalho, fue que la gente hizo una lectura en primer grado de la novela y la leyó como si fuera un libro de periodismo autobiográfico.
La literatura, como sucede también con el resto de las artes en Brasil, estuvo siempre marcada por una búsqueda en lo formal y por un agudo trabajo con el lenguaje, que no se circunscribió únicamente al período de la vanguardia modernista sino que fue precedido y continuado más allá de las corrientes que prevalecieran en uno u otro momento. Grasciliano Ramos, Guimaraes Rosa, los poetas concretos y Luiz Ruffato son sólo algunos ejemplos de ahora y de entonces. El realismo urbano, sin embargo, también ha cobrado un espacio importante en la producción literaria más reciente, y es sobre la proliferación de esta estética que Bernardo Carvalho apunta: “Me parece que la búsqueda de esa eficiencia de la que hablaba tiene que ver con construir una estética y un lenguaje cada vez más realista en el sentido de que sea más fluido, donde haya menos ruido, menos interrupción. Hubo una época en la que el error era fundamental en la literatura, el defecto era interesante porque es el defecto lo que marca la diferencia, y hoy hay cada vez menos posibilidades de publicar el defecto. Cada vez es más profesional: vas a un taller literario donde aprendés técnicas, donde aprendés por qué un cuento es mejor que otro. Ahora, ¿por qué ese cuento muy malo no es maravilloso? Es eso lo interesante de la literatura. ¿Por qué el error y el defecto no es la cualidad? Hay un anhelo muy grande por parte de Brasil de querer participar en esa especie de concierto universal literario. El caso de Ruffato es un proyecto estético literario personal de él, que habla de una clase trabajadora educada, una clase de inmigrantes. Y es único, no se ve reproducido. Pero creo que Ruffato forma parte de una generación o de un mismo momento que yo, que no es el momento del ahora de la literatura brasileña sino un momento inmediatamente anterior. Recuerdo que cuando estaba en Berlín, conocí a una crítica alemana que me dijo: el problema de los brasileños es que son muy experimentales, pero ya no saben cómo contar una historia. Creo que con esas dos frases ella definió lo que Brasil tendría que ser hoy. Tendría que producir una literatura no experimental, donde el lenguaje fuera transparente. Si agarrás la literatura norteamericana, a Philip Roth, por ejemplo, o si agarrás a Coetzee, que es sudafricano, un autor diferente –los dos me encantan, son escritores geniales–, se nota que son modelos absolutos del mercado. Los dos son realistas, con personajes súper bien construidos desde un lenguaje transparente y que saben contar bien la historia. Entonces pienso que el modelo de literatura que se está creando es un modelo con varias diferencias entre autores, pero es un modelo basado en la tradición anglosajona reciente, que es el modelo del mercado”.

Archipielago Brasil

La novela de Altair Martins, La pared en la oscuridad (Premio San Pablo de Literatura 2009) y Los Malaquias, de Andrea del Fuego (Premio José Saramago 2011) son obras de una marcada diferencia en cuanto a poéticas y materiales. Sin embargo, podrían funcionar como paradigma de una narrativa que, si bien ya no puede leerse desde la pertenencia a un movimiento ni enmarcarse dentro de lo que fue el regionalismo en Brasil –generalmente asociado a lo nordestino–, en su prosa está contenido un residuo de lo regional. Martins como autor riograndense emplaza la historia en una pequeña ciudad cercana a Porto Alegre, mientras que Andrea del Fuego escribe sobre la región de Minas Gerais. Si bien no llega a transformarse en el eje de su estilo, ambas novelas recogen elementos del folklore y de la idiosincrasia típica de cada región. Estas regiones revelan a su vez, tanto en lo literario como en lo geográfico, más distancias que cercanías. Andrea del Fuego recuerda las controvertidas antologías del escritor paulista Nelson de Oliveira, tituladas Generación 90 y Generación 00. “En la visión de Nelson de Oliveira, yo formo parte de la generación ’00, que él define como la generación del bizarro... Pero en fin, dentro de ese monstruo de figuras que él compone, hay gente de los ’80, de los ’90, la generación ’00. Yo tengo casi 40 años y esa generación que él reúne tiene hasta autores de 19. Las antologías están ordenadas por el año de publicación, no por la edad o por la vivencia de cada uno. Sin contar que San Pablo –de donde sale gran parte de ese recorte– tiene autores que vienen de varios lugares. Yo por ejemplo fui criada en Sao Bernardo Do Campo, que es una zona industrial, pero ahora vivo en la zona oeste, un barrio de periodistas y escritores de San Pablo. Sin embargo, mi literatura va a hablar de una región rural, del sur de Minas Gerais. O por ejemplo Marcelino Freire, que habla en todos sus libros desde una voz de una señorita de Sertaña, que es el interior de Pernambuco. El está en San Pablo, pero tiene una voz que remite a otros lugares.”
Para Altair Martins, el problema de la región está dado por la fragmentación a la que hacía referencia al comienzo de la charla, y que de hecho se refleja en su prosa de manera contundente. En La pared en la oscuridad, Martins construye más de catorce narradores diferentes, cada uno con una voz definida por edades, ideologías y creencias singulares. Estas voces irán relatando una historia cifrada alrededor de varios silencios, de las palabras no dichas, de los diálogos truncos. Según Martins, en Brasil existe todavía el rótulo de literatura gaúcha, que hace referencia a toda la narrativa escrita en la región de Rio Grande do Sul. Y aclara que allí, las reglas del juego son otras: para ser un escritor gaúcho y ganar algún premio sureño es necesario no sólo haber nacido, sino haberse quedado a vivir dentro de la región. Martins se apresura a aclarar que este orgullo de los gaúchos tiene tanto ventajas como desventajas. El producto local termina teniendo mucha difusión y llega a ser muy conocido dentro de Río Grande, pero es muy difícil salir hacia el resto del Brasil. “Cuando fui publicado en Río de Janeiro, muchas reseñas hablaron de regionalismo. Si se referían a la lengua, yo no puedo huir de mi verdad, de aquello que para mí tiene poesía y mi poesía va a estar agarrada a mis cosas. No puedo comenzar como autor traducido, tengo que escribir con los elementos poéticos que me cercan, entonces hablar de regionalismo cuando los temas son universales, no me parece. Hay cosas en Río Grande do Sul que espantan a todos, palabras que son azorianas, españolas. Somos diferentes en el lenguaje, como los nordestinos, que a mí me encantan porque tienen una oralidad, una creatividad, y sufren el prejuicio del centro del Brasil. Me gustan mucho los escritores nordestinos, como Ronaldo de Brito. El con Galilea y yo con La pared en la oscuridad fuimos candidatos a una traducción en Francia que finalmente se la dieron a él porque según palabras de la editora, el libro de él era más solar, más representativo de Brasil, en cambio el mío era sombrío. ¿Lo podés creer?”

Perros de la calle

En los últimos años Brasil ha vivido una expansión económica que trajo aparejado un lento, pero notable crecimiento de la clase media baja. Esta clase se insertó con fuerza dentro del mercado de consumo de bienes tanto materiales como culturales. Según estudios realizados por el Instituto Pró Livro, el brasileño de hoy lee 4,7 libros por año. Un número bajo, pero que muestra un crecimiento importante, aunque la sensación térmica de los escritores sea otra. Todos señalan la poca importancia que la lectura tiene dentro de Brasil en comparación con otros países de la región. Y esta visión no sólo se expresa en entrevistas y artículos periodísticos sino que también toma la forma de crítica dentro del propio texto literario. En la novela de Martins, por ejemplo, hay un pasaje donde dos colegas profesores de una escuela secundaria hablan de la diferencia entre un alumno argentino con el resto del alumnado brasileño.
“Brasil tiene una tradición menor que Argentina en cuanto a lectura, de eso tengo certeza –señala Martins–. Leer no es algo brasileño. Hoy hay un orgullo económico brasileño muy grande, pero es una porquería porque viene de las personas que no tienen mucha instrucción, los turistas que vienen aquí a Argentina, por ejemplo. Porque hay un nuevo Brasil y se han generado cambios en nuestra propia percepción del país. Nosotros pasamos por cuatro gobiernos buenos, dos de derecha de Fernando Enrique, dos de Lula, y ahora el de Dilma, que también, para mí, tiene más aciertos que errores, pero ningún gobierno le ha dado una verdadera importancia a la educación. Brasil tiene una educación pésima, un sistema educativo equivocado. La universidad está bien, pero la base es terrible y el acceso a la educación universitaria es terrible. Sin embargo, éste es nuestro momento, porque la Biblioteca Nacional ha incentivado que la literatura brasileña saliera al exterior, hay un incentivo financiero muy grande para literatura, música, cine, danza, hay intercambio de estudiantes, hay inversión gubernamental. Nosotros en Rio Grande do Sul tenemos literatura riograndense, una literatura gaúcha, que nació con el Martín Fierro y hoy hablamos sobre los mismos temas que les interesan a los argentinos. Pienso que la narrativa de Río Grande es una literatura más interna, más psicológica, más milonguera. Y en cuanto a los clásicos, a mí me duele leer a autores brasileños tan grandiosos que nadie conoce, es triste. Machado de Assis fue tan grande como Borges y casi contemporáneo. Recién ahora empiezan a leerlo en Estados Unidos. Para mí, Carlos Drummond de Andrade es el mayor escritor brasileño de todos los tiempos. Brasil jamás ha ganado un Premio Nobel en ninguna área, y eso que ahora el mercado editorial está fuerte, es grande. Pero pienso también en la lengua portuguesa, que es una lengua periférica, no es como el español. A los brasileños, ahí donde vamos, nos hablan español como si todo brasileño supiera hablar español. Estuve en Nicaragua hace poco tiempo, donde me decían que el portugués les sonaba como un español mal hablado. La condición del portugués es la de una lengua marginal. Se habla de un síndrome de viralata: viralata es el perro de la calle, el perro sin dueño, y el brasileño es viralata en general. En literatura pienso que hay una desvalorización. Oswald de Andrade se adelantó a James Joyce, Machado de Assis hizo cosas geniales y modernas mucho antes que el modernismo europeo, pero nada.”
¿Cómo sucede entonces que se escribe tanto si se lee tan poco?
Bernardo Carvalho: –Cuando fui por esta beca a Alemania, conocí a un escritor islandés que era poeta, letrista de Björk. Un día, conversando, él me contó algo curioso. Cuando él hace encuentros y da conferencias, la pregunta del público actual no se basa en un interés de lector, sino en el interés del futuro escritor. Lo que ese público quiere saber es cómo ese escritor escribe, cómo tiene que hacer él mismo para escribir también. El público entonces ya no es más un público lector sino un público escritor potencial. Este es un mundo de escritores sin lectores. Inclusive en Brasil, no sé cómo se publican tantos libros, porque no hay lectores. Esta es una población gigantesca, donde las clases más pobres no leen, el libro es carísimo en Brasil, además de la cuestión del analfabetismo. La población que lee es la de clase media, acorralada entre los más pobres y las élites, y las élites brasileñas son las más groseras e ignorantes de la faz de la Tierra. Es increíble, porque la alta burguesía brasileña no tiene ninguna clase de interés, no sólo por lo que es literatura, sino que tampoco lo tiene respecto de ninguna cultura, nada. Están interesados en shopping, autos, helicópteros, playa, viajes, es sólo eso. Por ejemplo, que la alta burguesía en Brasil mande a los hijos a hacer trabajo social en lugares terribles, no existe. No le pasa por la cabeza a ningún padre brasileño que eso pueda educar a un hijo. Es una clase muy ignorante la élite brasileña. Creo que la que lee es la clase media, relativamente culta, pero en relación con la población de Brasil, es nada. No sé cómo es que se publica tanto, no sé para dónde va eso. Yo no sé para quién estoy escribiendo.
¿Y cómo perciben entonces la llegada de sus libros a los lectores brasileños?
Andrea del Fuego: –Yo comencé a publicar hace diez años y siempre estuve por debajo del radar de los lectores, del radar de la crítica, de las editoriales, de cualquier radar. Siempre escribí para una secta de quince personas, era publicada por editoriales pequeñas. Tengo un libro que se llama Niego todo, que son ciento siete ejemplares, yo digo que fue una edición confidencial. Yo sé quiénes son mis lectores, sé la dirección postal de esas ciento siete personas. El libro fue hecho a mano y como el diseño de la tapa era el rostro de un hombre, pasé la madrugada rasgando la boca y el ojo, cosiendo como si fuese una macumba, un trabajo de umbanda. Entonces de repente escribí un libro que salió en una editorial carioca, Língua Geral, que tiene un trabajo interesante de escritores en lengua portuguesa, de Africa, de Portugal, algunos conocidos y otros no tanto. Y ahí llegué, y de repente el libro ganó un espacio, tuve una lectura crítica, cosa que no había tenido antes con los libros de cuentos. Luego ganó el Premio José Saramago y entonces leí las primeras miradas críticas, sin la condescendencia de mis amigos, de esos confidentes; salí de mi vecindad. Y esa primera experiencia sucede en ese momento del que Bernardo habla, cuando el Estado llega pesado, queriendo hacer una marca, queriendo vender Brasil. Y yo creo que ése es un trabajo muy complicado, porque ¿cómo va a homogeneizar eso? No son Havaianas, que van del 35 al 40, que tenemos en azul, verde y amarillo. Es algo mucho más complejo. Cada uno tiene una voz muy propia.

Andahazi: "La Academia no me recibe bien. Fue y será la cara visible del poder"


Incertidumbre. El autor escribe como en su primera obra, como si el texto fuera a quedar inédito
Federico Andahazi escribe con total incertidumbre./Emilio Fernández./Revista Ñ
"Trato de escribir con la misma incertidumbre de cuando escribí mi primer libro, con la sensación de que el material va a quedar inédito", arranca Federico Andahazi, que acaba de publicar El libro de los placeres prohibidos , que agotó en tiempo récord la primera edición de doce mil ejemplares, una cifra exorbitante para el mercado argentino. Pero no para Andahazi, acostumbrado al éxito de ventas desde El anatomista*.
–¿Es posible que un autor que vende tanto mantenga la incertidumbre del que recién se inicia?
Es totalmente posible –se ataja–, que hayas vendido mucho no quiere decir que lo vayas a repetir.
En esta nueva ficción, que llega después de tres ensayos sobre la sexualidad en la historia argentina, Andahazi hurga en la vida de Gutemberg, en una trama policial que incluye asesinatos, estafas y que pone a la palabra y al erotismo en la misma arena de oposición al poder.
–En el libro se nota investigación histórica, ¿cuánto tardaste en escribirlo?
Seis años, a partir de que se me ocurrió la idea; no veía la hora de volver a la ficción, me parece que desde la novela uno puede aludir a la contemporaneidad con muchísima mayor sutileza que desde el ensayo.
–¿Cómo construís la escritura a partir de la idea original?
Me había propuesto escribir un policial situado en los albores del libro impreso y ahí me encontré con un personaje deslumbrante: Johannes Gutemberg, de quien tenemos una idea casi escolar pero del que en realidad no sabemos prácticamente nada.
–¿No es el inventor de la imprenta? – Él no inventa una máquina para imprimir libros; inventa un dispositivo fantástico para falsificar manuscritos: Gutemberg era un falsificador. Entonces una Biblia manuscrita valía una fortuna, costaba igual o más que la casa de una familia acomodada. Sólo la Iglesia, la nobleza y alguna familia rica tenían libros; era un signo de alcurnia insuperable. Por otra parte Gutemberg no arranca de cero, ya existía el libro xilográfico y había algunos intentos de imprenta, pero él se asocia con dos tipos, un banquero y un artesano y creo que nunca tuvieron dimensión de lo que iban a provocar.
–La difusión de la palabra, una afrenta al poder…
Más que eso: hasta el día de hoy la tipología moderna está basada en los modelos de Peter Schöffer, el artesano. El mismo Steve Jobs –el magnate norteamericano creador de Apple, quien explotó la tecnología informática en todo el mundo– trabajó con los principios de Schöffer y se consideraba a sí mismo un tipógrafo, él decía que su gran revolución tenía que ver con la tipografía. Pero, claro, hasta los albores de la imprenta la Iglesia mantenía su poder sosteniendo que la gente podía volverse loca si leía regularmente, si tenía una biblioteca; ése es el concepto sobre el que trabaja Cervantes en el Quijote, el tipo que enloquece por leer novelas de caballería. Pero con el advenimiento de la prensa el poder se da cuenta de que se avecina algo grande, inevitable.
–La lectura como un ejercicio insurgente ¿esa es la idea que atraviesa la novela?
Creo que trabajo sobre la idea de la libertad de expresión, no casualmente el invento de Gutemberg se llama "prensa". El poder siempre censura, en cualquier momento histórico el poder silencia, regula las voces, establece qué se dice y qué no se dice, es su función primordial.
–En la trama aparece la idea de un placer sagrado, una sexualidad que tiende a un goce definitivo y que está escrita en el mismo “Libro de los placeres prohibidos” del título, como si igualaras las buenas artes de las prostitutas del monasterio que mencionás a la calidad del trabajo de los copistas.
–Sí, hablo de los oficios, en todas mis novelas hablo de los oficios; de hacer bien lo que se hace, hablo de la buena puta, del buen calígrafo, de la extraordinaria calidad de quienes hacían los primeros libros. Si hoy se puede acceder a esos libros es porque estuvieron bien hechos, recuerdo bien cuando tuve en mis manos el ejemplar de De re anatómica de Mateo Colón, de 1459, con tapas rígidas de piel de cordero, un papel que era algo que nunca había visto, estaba más cerca de la tela que del papel. Y ampliando un poco el tema ahí está la gran discusión actual acerca del futuro del libro: el cambio del libro de papel al formato digital es mucho menor que el que supuso hace casi 600 años el paso del manuscrito al impreso. Eso implicaba directamente entregar el saber al vulgo y contribuyó a que cambiara drásticamente la forma de escribir; yo creo que la narrativa era impensable a nivel popular como lo fue a partir de la incorporación de la imprenta.
–La novela expone una disputa entre calígrafos, copistas y escribientes, como si hubiera lugares más o menos destacados en relación con una idea sagrada de la literatura. ¿Eso te sirve para hablar del mercado literario, de tu relación con el canon, con los colegas?
–Y sí, todo el tiempo, uno escribe desde el lugar donde está situado y por más que te remontes al pasado es imposible sustraerse de eso. Pero no hay nada más alejado de lo sagrado que la literatura, el vulgo es el que tiene la palabra, los escritores somos vulgares y la insistencia de poner a la literatura en un lugar sagrado me parece de lo más vulgar.
–Suena extraño ese cuestionamiento al poder en un escritor con una obra exitosa y tan bien recibida.
–No sé si bien recibida; en general la Academia no me recibe bien. Y se puede disfrazar de lo que quiera, pero la Academia es, fue y será la cara visible del poder.
* Ciclo: Varia Literaria.Variaciones de una búsqueda erótica femenina. El anatomista de Federico Andahazi. Inicio: Sábado 26 de enero de 2013. Café Literario Bibliófilos. Biblioteca Pública Virgilio Barco. 3:PM. Sala 1.

23.11.12

Martín: "La novela negra es como un exorcismo"


El escritor publica Cabaret Pompeya, un monumental fresco histórico y policíaco en la Barcelona pistoleril de los años 20

 Andreu Martín, durante la entrevista./ José Ramón Ladra./abc.es
Aquel 12 de septiembre de 1920 Inocencio Feced llegó al Cabaret Pompeya, uno de los más conocidos y populares del Paralelo barcelonés, al filo de la medianoche. Como cualquier otro obrero de los que solían acudir a este music-hall. Pero no pensaba en divertirse. Despacio, discreto pero decidido, sacó la bomba de su tabardo y la colocó en una silla, la tapó con su gorra y desapareció del lugar.
El artefacto no falló: seis muertos y dieciocho heridos. Con la matanza, el Sindicato Libre (brazo armado de la patronal) quería vengar la muerte de dos de sus miembros en un enfrentamiento con pistoleros anarquistas del Sindicato Único.
Andreu Martín: «La novela negra es como un exorcismo»
Portada dela novela
 
Andreu Martín, uno de los grandes de nuestra narrativa negra, también ha cruzado los umbrales del legendario Cabaret Pompeya, que da título a su nueva novela, editada por Siruela. Desde ese cabaret, Andreu ha urdido una monumental historia (con prólogo y epílogo alrededor de la muerte de Franco) que nace en aquellos años del pistolerismo y las bombas en la Ciudad Condal, asesinatos de líderes sindicales como el Noi del Sucre, atraviesa la Guerra Civil (centrándose en el enfrentamiento de 1937 entre anarquistas y trotskistas del POUM frente al gobierno republicano y sus adláteres y los comunistas) y prosigue a través de la posguerra.
Un fresco histórico y literario de gran calado, aunque en muchas de su páginas no pierda el aire de género negro que tan bien maneja el escritor. "Cuando terminé de escribir esta novela –explica Martín– lo primero que me dije fue, mira, ya no hace falta que escribas nada más, para mí es como si todo lo escrito anteriormente me hubiera servido para aprender a escribir de verdad y hacer este libro tan personal. Porque realmente, el hilo del que he tirado es la propia vida de mi padre, algo que me ha llevado a purgar mis culpas con él y con su generación que sufrió tanto".

En el nombre del padre

Un padre "que llevaba pistola, como él me contó sin darle mayor importancia", que pasó por el campo de concentración de Miranda de Ebro tras la guerra ("solo me contaba lo divertido") uno de esos personajes que las nuevas generaciones, incluso la del propio novelista, deberían conocer, casi un siglo después de que las calles de Barcelona se cubrieran de sangre, aunque las noches, casi se vivieran a la parisina. "Entonces –prosigue el escritor–, los mejores espectáculos pasaban del Montmartre parisino al Paralelo. Barcelona era una ciudad que durante la I Guerra Mundial se había enriquecido mucho comercialmente, pero además, al estar cerca de la frontera y pertenecer a un país neutral, se había convertido en un foco que atraía a gente de lo más dispar: jugadores, vividores de todo tipo y sobre todo muchísimos espías, sin duda tenía una vida muy especial. Incluso, en los locales del Paralelo se encontraban a menudo los patronos y los obreros para ver a las mismas cupletistas, los mismos desnudos y los mismos espectáculos porno, aunque entonces se llamaban sicalípticos. Por eso, la bomba que colocaron en el Pompeya tuvo gran significación, como dice el historiadoe Lluís Permanyer fue como "la bomba del Liceo de los pobres".
No cabe duda que siempre lo ha sido y lo sigue siendo, la novela negra suele tener un contenido social, incluso a veces político, que casi ningún otro estilo proporciona. "Es inevitable –reflexiona Andreu Martín–. Las palabras políciaco y político tienen la misma raíz, ambas relacionadas con la ciudad, y la novela negra aborda esa realidad desde lo más inmediato, lo que toca más a la gente. El thriller juega con los miedos de todos nosotros y en ellos ocurre todo lo que no queremos que nos pasara nunca ni de lejos a nosotros mismos, es como un exorcismo. Aunque en el caso de esta obra, creo que casi me ha nacido una novela más histórica que policíaca".
Este Cabaret Pompeya abre sus puertas de nuevo. Entre sus mejores números, este de la Barcelona pistoleril y trasnochadora de los años 20. Si fueron o no felices es buena parte de lo que se cuenta en estas páginas.

22.11.12

Cercas: "El nacionalismo es la peste, pero en literatura es el horror"

El autor de Soldados de Salamina presenta su nueva novela Las leyes de la frontera, recuerda a su amigo Roberto Bolaño y dispara munición gruesa contra los bolañistas y los nacionalismos 
En Barcelona. Allí vive hace cuarenta años. Y es desde allí, una región nacionalista y separatista, desde donde critica los nacionalismos./RHM./Revista Ñ
Hace poco más de doce años, cuando el nombre de Roberto Bolaño empezaba a irrumpir con fuerza en la literatura en español su amigo Javier Cercas todavía era un completo desconocido. Así lo comprobó la edición de la antología Páginas amarillas en la que estaban todos los escritores de la generación de Cercas menos él. Con el libro en las manos, Bolaño lo llamó inmediatamente: “No estás tú, es que tienes enemigos muy poderosos”. Cercas, que por entonces ya tenía dos novelas publicadas y conocía la “interpretación guerrillera” que su amigo hacía de la literatura, le contestó al instante: “No hombre, es que nadie sabe quién soy, no tengo ningún enemigo”. Al año siguiente, Cercas publicó Los soldados de Salamina , que lleva vendidos más de un millón de ejemplares en todo el mundo. Bolaño murió en 2003, detalle que terminó de convertirlo en el último mito literario latinoamericano y en una estrella del mercado editorial. Pasó el tiempo. Cercas todavía no se explica por qué tuvo semejante éxito de crítica (ganó numerosos premios) y ventas, que le permitió dedicarse a la literatura y abandonar su vida como profesor de filología, y tampoco la suerte dispar de su amigo. “Por un lado se le ha reconocido como un gran escritor, que es lo que era; por otra parte es triste, porque, hombre, podríamos haberle reconocido cuando estaba vivo. ¿Hace falta morirse? ¿Inventarle que era heroinómano y convertirlo en una leyenda a base de medias verdades?”, se pregunta del otro lado del teléfono, en su casa, en Barcelona. Verborrágico, continúa: “Los bolañistas van a matar a Bolaño. Dentro de 10 años tendremos que salir a defenderlo de los antiguos bolañistas. Será como con Cortázar, que en los años 60 y 70 era Dios y ahora, en Argentina, nadie quiere leerlo”, exagera sin mentir Javier Cercas. “Le gusta hablar”, admite. Lo mismo hacen sus personajes en especial los de de su nueva novela Las leyes de la frontera , pibes chorros españoles que florecieron al mismo tiempo que la democracia.
–Esta novela apareció mientras se documentaba para “Anatomía de un Instante”
–Claro, aquel era un libro sobre la alta política durante la transición, sobre el arquitecto de la democracia en España. Y como tenía que documentarme fui a los diarios de la época. En las páginas nobles aparecía la construcción de la democracia, pero las de “sucesos”, estaban literalmente saturadas de estos chavales. Unos chavales de arrabal, algunos muy humildes, otros no tanto, que a finales de los años 70 y durante los años 80, se convirtieron en héroes, en mitos.
–Al igual que en “Soldados...” el narrador busca un héroe. – Estamos también ante un periodista que quiere contar la verdad histórica sobre un personaje –Antonio Gamallo, alias “El Zarco”– sobre un mito de la delincuencia en España y que al final lo que encuentra es una historia de amor. Yo también buscaba contar la historia de uno de estos Robin Hoods o algo parecido. Y lo que me encontré fue una historia de amor. Este libro es una historia de amor, larga y compleja y a dos bandas, pero eso no era lo que yo buscaba, sino lo que me encontré. Creo que, como escritor, hay que estar abierto a lo que la propia escritura, la propia lógica del libro te va entregando, eso es lo bueno de escribir.
–¿A qué se debió esa explosión de delincuencia de los “quinquis” que protagonizan su novela? – En primer lugar había muchos jóvenes, muchos chavales, había lo que se llamaba un baby boom . Y los chavales sabes, pon todas las comillas que quieras, pero eran chavales sin oficio ni beneficio.
Chavales que no saben adónde van: pobres, sin futuro, que no tienen nada que perder, se convierten en peligrosos . España era un país tercermundista, estos chavales no tenían nada que hacer. España estrenaba libertad, salíamos de una dictadura y entrábamos en una democracia, lo cual significaba que las construcciones de todo tipo anteriores, en todos los sentidos, o se relajaban o dejaban de existir y estos chavales se lanzaron a buscarse la vida. Y además, algo curioso, muy particular, la sociedad los convirtió en héroes, pero en auténticos héroes. No sólo eran héroes, como lo son los forajidos, los pistoleros, el far west , fueron mitificados, literalmente mitificados. Se convirtieron en mitos y los mitos son siempre mentira, pero responden a necesidades profundas de la sociedad.
–¿Por qué se forjaron como mitos y por qué desaparecieron?
–Son mitos, porque encarnan esperanzas, temores muchas veces difusos y estos chavales fueron así. Lo que los frenó de golpe fue la heroína, que los cegó de golpe. Esos chavales murieron, vale decirlo, a patadas, a millares y millares. Eran chavales, algunos de arrabal directamente, de familias pobres, pero también de clase media.
La heroína fue la guerra de mi generación , a una auténtica escala china, de la que no somos conscientes en este país.
–Sus libros reflexionan sobre las fronteras. Como el narrador de esta historia, usted convivió con esos jóvenes y adictos ¿Por qué su suerte fue distinta?
–La respuesta está disuelta en el libro, es el propio libro. Los libros que he escrito son muy distintos, pero se parecen en una cosa muy importante: todos empiezan con una pregunta y el libro es una búsqueda de una respuesta. Al final, no hay respuesta. Es decir, la respuesta es la propia pregunta. Si me preguntas por mí, me recuerdo a mí mismo leyendo libros sobre el underground americano, leyendo muchas cosas sobre el anarquismo, sobre el hippismo, con 13, 14, con 15 años y probando las drogas. Lo que ocurre es que yo era un poco pedante y eso un poco me salvó, creo. Me interesaba mucho la literatura y el cine. Aparte era bastante timorato y no me lancé a meterme una jeringa. Pero eso estaba en el ambiente, estaba por todas partes, amigos míos lo hacían y estaba por todas partes. Yo estaba demasiado ocupado leyendo a Borges.
–Siempre lo nombra a Borges
–Yo sin Borges probablemente no sería escritor, me parece el escritor más importante desde Cervantes. Es extraordinario y fundamental. También hay otros. En el último siglo la explosión de la narrativa latinoamericana ha sido extraordinaria y eso es un privilegio para los escritores españoles y todos los escritores en español.
En mayo próximo saldará sus ganas de conocer mejor América latina. Entre otros destinos, visitará la siempre multitudinaria Feria del Libro de Buenos Aires y también Chile y Colombia.
–¿Por qué casi siempre los escritores españoles están aislados de sus pares latinoamericanos?
–Mi impresión es que ése es un tema general de la literatura en español: hay una atomización. Es decir, los escritores y los lectores argentinos leen poca literatura española; los españoles, poca literatura argentina y los mexicanos, poca peruana; por ejemplo. Hay una especie de impermeabilización, hay muy pocos escritores que traspasan esas fronteras, que no son fronteras. Es un drama. Por otra parte, la literatura española es menos cosmopolita que muchas literaturas latinoamericanas. La literatura española, con excepciones, se ha encerrado, primero por causas históricas, pero también por una especie de ombliguismo, narcisismo estúpido y también por esta cosa que hemos tenido de nuevos ricos los últimos 30 años. El nacionalismo es la peste, pero en literatura es el horror. Pertenecemos a una tradición muy amplia, aunque nuestra tradición literaria sea muy inferior a las grandes tradiciones –la del inglés, el francés, el alemán– ahora es más potente quizás que muchas, hay que beneficiarse de eso.

21.11.12

Las razones de Philip Roth: "La lucha con la escritura ha terminado"

Después de 29 novelas y todos los premios de literatura imaginables, salvo el Nobel, Roth ha asegurado que no escribirá más. Sus motivos: ya se le agotó el entusiasmo para una tarea que consiste fundamentalmente, según él, en la frustración

Roth  decidió abandonar la escritura en 2010, pero recién lo confiesa públicamente. /Fred R. Conrad/The New York Times./ Revista Ñ.
El 7 de octubre la revista francesa Les Inrocks publicó una entrevista con el novelista Philip Roth en la cual dijo que se retiraba del oficio. No escribiría más. Toda una declaración para el narrador estadounidense más prolífico y condecorado de su generación. Roth nació  en 1933 y ha escrito 29 novelas en total; la primera, Goodbye, Colombus (1959) y la última Nemesis (2010). Curiosamente, los medios estadounidenses se demoraron casi un mes para mencionar la noticia. Y recién ayer, el domingo 18 de Noviembre, el New York Times, publicó una entrevista con Roth acerca de su decisión (Nota: esta entrevista está unida al final de ésta).
Ese artículo cuenta que Roth ahora tiene pegado un cartelito a la pantalla de su computadora que dice: “La lucha con la escritura ha terminado” (“The struggle with writing is over”) y enfatiza que ese recordatorio diario le da “enorme fortaleza.”
En esa entrevista también aclara que había tomado la decisión de dejar de escribir en el 2010, unos meses después de escribir Nemesis, una breve novela sobre una epidemia de polio en Newark, Nueva Jersey en 1944. “No dije nada sobre el tema, porque quería estar seguro de que era cierto. Pensé: ‘espera un momento. No anuncies tu retiro para después arrepentirte.’ No soy Frank Sinatra. Entonces no le dije nada a nadie, simplemente para ver si era así.”
En la nota de octubre con Les Inrocks había dicho: “Decidí que estaba terminado con la ficción. Ya no la quiero leer, no la quiero escribir y ni siquiera quiero hablar de ella. He dedicado mi vida a la novela: la he estudiado, la he enseñado, la he escrito y la he leído. Basta. Es suficiente. Ya no siento la dedicación a la escritura que he sentido en toda mi vida. La idea de luchar con la escritura una vez más me resulta intolerable.”
Roth tiene 79 años y se encuentra en muy buena salud.
Una cosa que hizo para ayudarse tomar la decisión fue leer una serie de sus novelas favoritas, entre ellas las de Conrad, Dostoievski, Turgenev, Faulkner y Hemingway. Después leyó toda su propia obra novelística en orden cronológico inverso. Salvo que al final se aburrió, por lo tanto omitió los primeros cuatro libros: Goodbye, Colombus (1959), Letting Go (1962), When She Was Good (1967), y Portnoy’s Complaint (1969).
En la entrevista con Les Inrocks dijo que tras este experimento de lectura concluyó que había hecho lo mejor que pudo con lo que tenía a su disposición. Y en la nota con The New York Times agregó que ya sabía que no tendría más una  buena idea para escribir una novela.
En ambas entrevistas el tono de Roth es amargo acerca de la tarea de escribir. Enfatiza que es algo ingrato y sufrido: “Escribir es frustración – es una frustración diaria, sin mencionar que es una humillación”, dijo. Y agregó: “No me puedo enfrentar más con los días en los cuales escribo cinco páginas y las tengo que tirar. Ya no lo puedo hacer más.”
¿Qué hace, entonces, Roth, con su tiempo libre?
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Además trabaja con su biógrafo oficial, Blake Bailey. Bailey, cuya última biografía fue la de John Cheever, hará la biografía oficial de Roth. “Blake me ha sacado el peso de mi espalda,” dijo Roth. “Ya no soy responsable de mi vida y de minarla para mi ficción. Sabes, yo necesitaba mi vida como un trampolín para mi ficción. Necesito tener algo debajo de mis pies cuando escribo… Reboto sobre el trampolín y bajo a las aguas de la ficción. Pero tengo que comenzar desde la vida para que pueda llenar la ficción de vida.”
Curiosamente, en estos mismos días hubo otros abandonos anunciados. El escritor húngaro Imre Kertész , Premio Nobel de Literatura, y superviviente de los campos de exterminio de Auschwitz y Buchenwald, dijo que abandonaba la escritura. Tiene 83 años.
Por otro lado el cineasta estadounidense Quentin Tarantino, de 49 años, dice que tras filmar su décima película (va por la séptima) abandonará su oficio: "Uno se detiene cuando se detiene, pero en un mundo imaginario e ideal, 10 películas para una filmografía como la mía estaría bien. Si me ocurriera algo, un cambio fuerte en el corazón a partir de la aparición de una nueva idea, podría pensar en el regreso. Pero creo que diez es un número suficiente para una declaración artística. Yo ya hice siete."
Y Philip Roth, por su lado, sigue militando silenciosamente contra la profesión de letras. El periódico inglés The Guardian reportó el 16 de noviembre que un joven escritor llamado Julian Tepper se acercó a Roth en un deli de Nueva York para pedirle sus sugerencias sobre cómo seguir su en carrera. Roth le contestó, categóricamente, “Es un campo terrible. Simplemente tortura. Escribes y escribes y tiras la mayoría de lo que haces porque no sirve para nada. Yo te diría para ya de hacerlo. No te quieres hacer esto a ti mismo. Ese es mi consejo para ti.”

Philip Roth: "Releí casi todos mis libros y supe que ya no iba a volver a tener una buena idea"

En la computadora del departamento de Philip Roth en el Upper West Side hay en este momento una nota adhesiva que dice “Se acabó la lucha con la escritura”. De esa manera Roth, que cumplirá 80 años en marzo y que ha gozado de una de las carreras más largas y celebradas de las letras estadounidenses, se recuerda a sí mismo que dejó de escribir ficción: 31 libros desde que comenzó, en 1959. “¡Cada mañana miro esa nota y me da tanta fuerza!”, dijo el otro día. Para sus amigos, la idea de que Roth no escriba es como que Roth no respire. A veces daba la sensación de que lo único que hacía era escribir. Trabajaba solo durante semanas seguidas en su casa de Connecticut, regresando cada mañana a un estudio cercano donde escribía parado y al que solía volver a la noche. A una edad en la cual la mayoría de los novelistas bajan el ritmo, él recobró sus fuerzas y escribió algunos de sus mejores libros: El teatro de Sabbath , Pastoral Americana , La mancha humana y La conjura contra América . Ya tenía 70 años largos y los libros, aunque se volvieron más cortos, se sucedían sin interrupción, a razón de prácticamente uno por año. Sin embargo, en el transcurso de esta entrevista –que duró tres horas y es la última, según dijo– Roth se mostró animado, relajado y en paz consigo mismo y con su decisión, que fue anunciada el mes pasado en la revista francesa Les InRocks. Bromeó y recordó, habló de otros escritores y de la escritura y analizó su carrera con aparente satisfacción y pocos arrepentimientos. La primavera pasada designó a Blake Bailey como biógrafo y desde entonces trabaja con él. En realidad, tomó la decisión de dejar de escribir en 2010, dijo Roth, pocos meses después de terminar su novela Némesis , sobre una epidemia de polio en su ciudad natal, Newark, en 1944.

No dije nada porque quería estar seguro de que era cierto. Pensaba “Bueno, cuidado, no se anuncia el retiro para después volver”. No soy Frank Sinatra. Por eso no se lo dije nada a nadie hasta saber que era un hecho.
En la mesa de su living hay una pila de fotos que acaba de mandarle un primo: en una está su madre, al pie de una escalera en traje de novia, con el velo cayendo sobre una escalinata; en otra, un Roth muy jovencito con sus padres y su hermano mayor, Sandy, frente a su casa de Newark; otra: Roth, un adolescente apuesto, sentado en un sofá con su primera novia en serio; el soldado P. Roth vestido de uniforme y con casco. A su lado hay un I-Phone, que se acaba de comprar.
–¿Por qué lo compré?. Porque soy libre. Cada mañana estudio un capítulo de I-Phone for Dummies (I-Phone para tontos) y ahora ya sé manejarlo. Hace dos meses que no leo una sola palabra. Saco esa cosa y me pongo a jugar. Enseguida se corrige: –No leo nada durante el día. De noche leo. Acabo de terminar un libro de Louise Erdrich, The Round House (La casa redonda). Pero lo que más leo es Historia y biografías del Siglo XX. Yo viví esa época. O era un niño o estaba en la escuela o en el trabajo. Es hora de ponerme al día.
Hasta donde sabe, dice Roth, el único escritor que se retiró cuando todavía tenía alguna posibilidad, por así decirlo, fue E.M. Forster (1878-1970), que dejó de escribir a los 40 años. Son experiencias distintas. Forster dejó de escribir, en gran medida, porque pensó que no podía publicar libros sobre el tema que más le interesaba: el amor homosexual. Roth dejó porque siente que ya dijo lo que tenía para decir.
–Estuve sentado uno o dos meses tratando de pensar en otra cosa y me dije: “Tal vez se acabó, tal vez se acabó”. Me tomé una buena dosis de jugo de ficción releyendo a autores que no había leído en 50 años y que habían significado mucho para mí en su momento. Leí a Dostoievsky, leí a Joseph Conrad –dos o tres libros de cada uno–, leí a Ivan Turgueniev, que es el autor de dos de los mejores cuentos que se han escrito, Primer amor y Aguas de primavera .
También releyó a Faulkner y a Hemingway.
–Y después decidí releer mis propios libros, y empecé de atrás para adelante, analizándolos fríamente. Y pensé: ‘Hiciste las cosas bien’. Pero cuando llegué a Portnoy – El lamento de Portnoy , publicado en 1969– había perdido el interés, y no leí los primeros cuatro libros. De modo que había leído todo ese material excelente y después había leído el mío y supe que no tendría otra buena idea, o que si la tenía, iba a tener que trabajar como un burro.
Roth goza de excelente salud ahora, tras una operación de espalda en abril, y hace ejercicio regularmente. Pero dice: –Sé que no voy a escribir tan bien como antes. Ya no tengo energía suficiente para soportar la frustración. La escritura es frustración, es una frustración cotidiana, ni hablar de humillación. Es como el béisbol: se falla un 75% de las veces. Ya no puedo afrontar más esos días en que escribo cinco páginas y las tiro. Es algo que ya no puedo hacer.
Cuando el sol comienza a ponerse, con su intenso resplandor otoñal, el escritor Philip Roth abre la cortina de uno de los ventanales del living. Si bien esta casa es su base en Nueva York, sigue pasando mucho tiempo en Connecticut, donde escribir menos le ha permitido recibir más gente.
“Este verano, mi casa estuvo llena de gente”, dice. “Tuve invitados prácticamente todos los fines de semana y a veces algunos que se quedaron la semana entera. Ahora tengo alguien que me cocina. Antes, no podía tener gente en la casa todo el tiempo. Cuando venían el fin de semana, yo no podía irme a escribir”.
Sin embargo, hay que decir queRoth no ha dejado de escribir del todo. Está colaborando en una novela breve, por correo electrónico, con la hija de una ex novia, que tiene ocho años. Y ha estado escribiendo largas notas y memos para su biógrafo. “Ahora trabajo para Blake Bailey, pero no es un trabajo bien pago. Y desliza que nunca antes le había sido tan fiel a nadie. Tiene sus motivos.
–Blake me sacó un peso de encima. No soy responsable de mi vida ni de analizarla. Antes necesitaba mi vida como trampolín para mi ficción. Necesito tener algo sólido bajo los pies cuando escribo. No soy fantasioso. Subo y bajo en el trampolín y salto al agua de la ficción. Pero tengo que partir de la vida para poder inyectarle vida.
Las notas que Roth viene preparando llenan cajones, dijo Bailey. “Son elocuentes y completas”, agregó “pero son tantas que no llegaré a leerlas en años”. Hay una cosa que Roth quería poner en claro: siempre se le atribuyó erróneamente haber dicho que la novela está muriendo.
–No creo que la novela esté muriendo. Dije que el público lector está muriendo. Eso es un hecho, y hace 15 años que vengo diciéndolo. Dije que la pantalla mataría al lector, y ya lo hizo. La pantalla de cine es el comienzo, la pantalla de TV y ahora el tiro de gracia, la pantalla de la computadora.
Pero cree que aunque el público lector disminuya, seguirán escribiéndose grandes novelas. Y da ejemplos. “Ed Doctorow”, dice, empezando a enumerar a algunos escritores que admira. “Don DeLillo. Y ahora ese tipo Denis Johnson, que es dinamita. O Jonathan Franzen, que es dinamita. Y Erdrich, una voz poderosa. Y hay otros 20 escritores jóvenes que son muy, muy buenos. Es importante lo que pasa”. Entonces, se formula otra pregunta: –¿Para qué necesitamos más lectores? Las cifras no significan nada. Los libros significan algo.
A la hora de decir esto ya estaba oscureciendo. Philip Roth, se levanta, cruza la habitación descalzo, sólo con medias y enciende algunas luces.
Traducción: Cristina Sardoy

15.11.12

Boyne: "Que el niño de mi libro flote es una metáfora de la homosexualidad"

El escritor irlandés vuelve con El increíble caso de Barnaby Brocket, cuyo protagonista nace sin obedecer a las  leyes de la gravedad 

John Boyne asegura que "escribir una novela hoy para el público joven es todo un desafío"./lavanguardia.com
Escribir una novela que se convirtió en un acontecimiento editorial hizo más sencilla la vida de John Boyne (Dublín, 1971) como escritor. El niño del pijama de rayas / El noi del pitjama de ratlles (Salamandra / Empúries), con más de cinco millones de ejemplares vendidos, no ha logrado convertirse en una carga para el autor irlandés, y ni siquiera lo ha llevado a alterar su cadencia: escribe un libro para adultos y uno para jóvenes. Ahora propone con El increíble caso de Barnaby Brocket (Nube de tinta), una parábola sobre lo extravagante, el rechazo, la orfandad y la valía. Barnaby Brocket es un niño que flota en el aire, algo que horroriza a sus padres, practicantes de la ortodoxia de la normalidad.
¿Es posible hacer literatura juvenil y por ello con enseñanza moral, sin pasar por Dickens?
Seguramente sea posible hacerlo, pero yo soy un fanático de Dickens y me encanta pasar por él. Me gusta mucho ir a colegios y siempre recalco ante los chicos la necesidad volver a los clásicos, sobre todo el asunto de la orfandad. Que lean Oliver Twist, David Copperfield y otros clásicos y que no se sientan intimidados por su tamaño, que superen este rechazo inicial. Yo no soy muy partidario de releer libros, pero David Copperfield me lo he leído cuatro veces. Y no se trata sólo del asunto del abandono, se trata sobre todo de que estos niños descubren un elemento heroico que tienen que poner en práctica rápidamente para sobrevivir. Eso les permite crecer, más rápido quizá de lo que deberían haberlo hecho, y convertirse en otras personas.
Tiene también relación con la estructura de El Principito, qué otras referencias juveniles manejaba.
Curiosamente es usted la segunda persona que me menciona hoy el libro de Saint Exupery, pero no lo he leído. Quizá debería.
Sí debería.
Otra referencia clara era La vuelta al mundo en 80 días, me encantaba la idea de soltar a un niño y que diera la vuelta entera al planeta antes de regresar a su casa. Muchos de mis lectores suelen percibir en mis libros la influencia de Roald Dahl, y me encanta que lo digan porque a mi me gusta mucho. Pero una vez que te pones a escribir se te olvidan esas influencias y te centras en la narración, en adónde te va a llevar esa historia. Porque a menudo no lo sabes. Yo no soy de esos escritores que antes de ponerse a escribir ya sabe por donde va a ir. Suelo tener un plan general. Pero al mismo tiempo, es cierto que soy un lector obsesivo, de modo que no es tan difícil imaginar que todas esas referencias se cuelen de forma inconsciente.
Usa ese esquema clásico, e incrusta en él una lección moral contemporánea: sobre la defensa de lo extravagante, lo raro, lo que se sale de la norma. ¿Tan versátiles son los mecanismos narrativos del siglo XIX?
Soy un escritor contemporáneo y por tanto todos mis temas lo son. Incluso en las novelas de corte histórico siempre intento reflejar el presente. Pero la estructura de la novela clásica ha perdurado tantos siglos porque funciona muy bien.
Eso invita a una conclusión optimista sobre la perdurabilidad de la novela.
Sí, sí, por supuesto. Sigo siendo muy optimista en lo que se refiere al futuro de la novela. Hace sesenta o setenta años ya se auguraba el final de la novela por el surgimiento del cine, por no hablar del libro de bolsillo o la televisión. La novela nunca acaba, es eterna porque como seres humanos nos encanta que nos cuenten historias. Y la mejor forma de contar una buena historia es una novela. Vayas a donde vayas, en tren, en autobús, en el aeropuerto… siempre hay gente leyendo y siempre la habrá. Lo malo con los libros electrónicos es que ya no sabes lo que va leyendo la gente. Y entonces les resulta muy fácil leer 50 sombras de Grey.
Bueno, aquí los lectores de suburbano a menudo forran con papel de periódico o de regalo los libros para que no se sepa qué leían.
¿En serio? Ja, ja, ja.
Hay una convivencia chocante en la novela entre esos elementos argumentales muy contemporáneos, como la pareja de lesbianas mayores, y a la vez, otros de corte decimonónico o casi dieciochesco, como el de los padres que están dispuestos a abandonar un hijo a su suerte. ¿Temió ir demasiado lejos con alguno de los dos?
A mí me interesa y me divierte mucho leer las listas de libros juveniles que, sobre todo en Estados Unidos, han sido prohibidos o censurados, lo cual quiere decir que los escritores están haciendo algo bien. Es deber de la literatura ser subversiva, mucho más si va dirigida a un público juvenil. Los chicos ya no leen Los cinco o Los siete secretos Enid Blyton. Escribir una novela hoy para el público joven es todo un desafío, creo que mucho más que antaño. La novela juvenil ha evolucionado muchísimo desde la época en la que yo la leía hasta ahora.
En todo caso, resulta mucho más inquietante la familia que decide abandonar al pequeño que la aparición de esa pareja gay.
No sé muy bien qué ocurre en España, pero sólo tienes que ir al juzgado de familia en Dublín para descubrir que hay muchos padres dispuestos a abandonar a sus hijos, y hacerles cosas aún peores. Se habla mucho de la familia como una entidad inamovible y esencial para la sociedad, una entidad que lo abarca todo. De hecho, el sábado se celebró en Irlanda un referéndum sobre los derechos de los niños, el derecho de los homosexuales a adoptar y demás. Sin embargo, la integridad de la familia se desmorona. Nada más que tienes que leer los periódicos: los casos de abandono, de abuso o de maltrato son tan numerosos como lo han sido siempre. Esto ha ocurrido siempre y seguirá ocurriendo, por mucho que se empeñen algunos en hablar de la santidad de la familia.
Tanto por la ampliación de la esperanza de vida como por el hecho de que los padres trabajan, hoy los abuelos están más implicados en la crianza de los nietos. ¿Esas jubiladas gay encarnan esa relación de la tercera edad con la infancia?
Con las dos señoras del globo no estaba pensando en ese vínculo entre abuelos y nietos, pero sí quería introducir una pareja homosexual en la novela. El libro partía de ese empeño por hablar sobre una persona que es diferente y, en cierto sentido, el que Barnaby flote puede considerarse una metáfora de la homosexualidad. Cuando quieres hablar en estos términos y con estas metáforas necesitas introducir algo así: una pareja que se quiere, que se comunica muy bien y que resulta que son gays.
El episodio del circo de los monstruos es pues una metáfora sobre la censura moral hacia la diferencia.
Sí, ciertamente. Quizás ahí encontramos las diferencias más exageradas, porque el resto de personajes pueden tener diferencias que cualquiera de nosotros puede tener, como tener la cara quemada y cosas parecidas. En cambio estos monstruos, como les llaman, tienen las diferencias más extravagantes, tan absurdas como la del propio Barnaby, un niño que flota. Hablamos de niños protagonistas que no han sido contaminados por la crueldad de sus padres. Y estos monstruos son personas extraordinarias, son amables, se cuidan unos a otros, son leales, buenos amigos…, lo contrario de los padres de Barnaby que son terribles. Leyendo lo que escribo podría pensar que mi infancia fue horrible…
¿…?
No es el caso, tuve una infancia muy feliz. Me dan pena mis padres. Dirán, "¡qué va a pensar la gente con esos padres que saca en los libros!".
La secuencia más estremecedora de Steven Spielberg no está en ninguna de sus películas sobre guerra o esclavitud, es aquella en que Frances O’Connor abandona a Haley Joel Osment en Inteligencia artificial. La escena más cruel de su libro es en la que la madre de Barnaby rasga la mochila de arena de su hijo para que este se vaya volando. Se puede oír es siseo de ese reloj de arena del abandono.
Sí, lo es, sin duda. No se me ocurre un crimen mayor que abandonar a tu hijo, así que sí, es con mucho la escena más violenta del libro. Sobre todo por el motivo, lo abandonan porque les avergüenza tener un hijo que no es normal.
Estamos hablando de asuntos morales tremendos y me preguntaba si como escritor adopta una postura diferente cuando escribe un libro para jóvenes o adultos.
Un truco para conseguir una diferencia de tono que yo siempre utilizo es que en mis novelas para adultos el narrador escribe en primera persona, mientras que en los libros para jóvenes, escribo en tercera persona, lo cual me permite mantener mayor distancia entre el narrador y el niño protagonista y también que el narrador, y con él el lector, sepan más que el niño protagonista. Por ejemplo, en el caso de las señoras del globo, un lector de una cierta edad se da cuenta de qué relación mantienen entre ellas; Barnaby, no necesariamente. Sin embargo puedes continuar leyendo la historia sin perderte nada por eso. Recuerdo que cuando era niño las novelas que más me interesaban eran aquellas en las que, al acabar, tenía la sensación de que me había perdido algo, que no había extraído todo su significado. Eso me impulsaba a querer saber más, hacerme adulto más rápido, ese ansia de saber, esa curiosidad, es un motor para crecer.
¿Por qué decidió que esa ciudad que los padres consideran "el mejor sitio del mundo" para vivir fuera Sidney?
Conocí Australia durante la promoción internacional de El niño con pijama de rayas, en 2006, y me enamoré inmediatamente como no me había ocurrido con ningún otro lugar. Caí rendido. Desde entonces he vuelto todos los años. Y la idea de escribir una novela cuya acción se desarrollara en Australia viene de ahí. Elegí Sydney como punto de partida de este viaje de Barnaby Brocket, entre otras cosas y quizá la más importante, porque eso me permitiría vivir allí durante varios meses. De hecho, la casa que se describe en la novela, desde la que se ve el puente y la ópera, es la que ocupé esos meses.
¿Qué ventajas y qué inconvenientes tiene para usted como escritor colocar en el centro de la acción a un niño?
Un niño no ha desarrollado todas las puñetas que desarrolla un adulto. No tiene una historia de corazones rotos, decepciones, muertes…, un niño es un personaje feliz, optimista y positivo. Es muy fácil lanzar un personaje así para ponerlo en el centro de la historia. Como desventaja, no se me ocurre ninguna, porque aunque el personaje central sea un niño, si nos adentramos en temas demasiado fuertes para lectores jóvenes siempre tengo la opción de escribir la misma historia para adultos. No veo ninguna desventaja, la verdad.
¿Nunca se ha encontrado poniendo palabras suyas en boca de un niño?
Me pasó con El niño con pijama de rayas. Tuve que aprender a contar la historia a través de los ojos de un niño. A través de los distintos borradores de esa novela, seguía identificando frases o diálogos que parecían más mías que de un niño de esa edad. Al final es mi instinto el que me ha permitido conseguirlo, he aprendido a estructurar la voz narrativa para que no ocurra eso, que tengamos un niño que habla como un treintañero. Recuerdo cuando tenía 20 años que asistí a una clase de escritura creativa en el Reino Unido. Uno de los alumnos escribió una historia muy interesante que estaba narrada desde el punto de vista de un carrito de supermercado. Sin embargo, no sonaba como si fuera un carrito de supermercado. Fue entonces cuando me di cuenta de que los niños de ahora son muy diferentes del niño que yo fui, y en segundo lugar, de que yo ya no soy un niño. Ser consciente de eso es importante para crear la voz narrativa de un niño. Siempre he querido escribir sobre niños y que hablen como tales. Este libro, por ejemplo, cuyo protagonista tiene ocho años, tienen que poder leerlo personas mayores, pero también niños de ocho o nueve años sin que la voz de Barnaby parezca una voz impostada, sino una narración realista.
Pregunta obligada: ¿cómo se sobrevive a un éxito como El niño con pijama de rayas?
Pues estupendamente. Es mucho mejor tener que sobrevivir a un éxito arrollador que tener que hacerlo a un fracaso aplastante.
¿Pero hay que tener una disciplina mental en particular para encajarlo, para que no se convierta en una presión extra al seguir escribiendo?
En primer lugar, era mi quinta novela. Si hubiera sido la primera quizá habría sido más difícil de encajar, pero ya había escrito otras cuatro novelas, conocía la naturaleza del negocio, sabía que el hecho de que vendas muchos ejemplares de un libro no quiere decir que del siguiente logres vender ni siquiera la mitad. Lo que hice fue seguir escribiendo como siempre había hecho. Sí es verdad que en un momento dado me cansé de hablar del libro, me sentí un tanto hastiado de hablar una y otra vez de lo mismo. Pero nunca me sentí abrumado ni por las ventas ni por la película. También me ayudó el hecho de que desde que acabé el manuscrito hasta que se editó pasaron nueve meses y durante ese tiempo hubo mucho interés por parte de editores extranjeros lo que nos sirvió para darnos cuenta, incluso antes de ponerlo en venta, de que el libro era muy probable que tuviera mucho éxito. Estaba listo. No sólo para el éxito de ese libro sino que estaba listo como escritor para tener por fin un éxito.

8.11.12

Viajes de ida y vuelta

Luis Fayad, el autor de Los parientes de Ester y La caída de los puntos cardinales, conversa en Berlín con su sobrino sobre su reciente enfermedad, sus libros, su ascendencia libanesa y la novela urbana

Luis Fayad, autor de Los parientes de Esther./revistaarcadia.com
Como a casi todo el mundo que se recupera de una cirugía, a Luis Fayad le recomendaron guardar reposo. Cuando lo llamo a su apartamento en Berlín, donde media docena de familiares se ha reunido para visitarlo, su voz en el teléfono tiene el tono impaciente de quien ya no quiere sentirse convaleciente. Tratamos de concertar un encuentro, pero –le digo– no quiero alterar su descanso. “Qué va, ¡si descansar es lo único que hago!”. Al fondo se escuchan las risas de parientes que conozco. Pero su queja es genuina, y claramente le conforta la idea de salir de esa rutina de reposo que lo tiene ofuscado.
Luis había viajado a Bogotá días antes de la Feria del Libro para el lanzamiento de Luis Fayad. La madeja desenvuelta, un libro de ensayos sobre su obra editado por Cristo Figueroa y Carmen Elisa Acosta. Pero durante su regreso a Berlín, en pleno vuelo, lo sorprendió un ataque de peritonitis. Cuentan los parientes que ante la emergencia a bordo el avión por poco tiene que dar media vuelta, que hubo una escala en París, y que para la llegada a Berlín la cuestión se había complicado tanto que lo enviaría los dos meses siguientes a cuidados intensivos.
“Estuve totalmente aislado del mundo”, exclama en voz baja sentado frente a una taza de café negro, como casi siempre lo he visto. Sus pasos son todavía cortos y la fuerza vuelve a su cuerpo despacio, pero considerando que fue sometido a varias cirugías en menos de un mes, su recuperación ha sido de una rapidez extraordinaria.
El clima es agradable y caminamos hasta un café a dos calles de donde vive en el barrio Kreuzberg. Allí habla de esos dos meses en el hospital sin aparente preocupación por su estado de salud, sino más bien con el disgusto que le causa una interrupción que entorpece su riguroso ritmo de escritura. “Me preocupaba el hecho de no poder trabajar cuando tenía tantos planes, y sobre todo a una edad en la que ya van pasando los años?”, dice, a los sesenta y siete. “La idea era terminar la nueva novela en estos meses, pero no se pudo. Eso sí –agrega encogiendo los hombros–, no fue por falta de voluntad”.
Esa difusa raíz libanesa
El proyecto literario que da un nuevo impulso a sus días es una novela sobre “la migración hacia dentro, sobre el regreso de la gente que ha salido de Colombia”. Ya en La caída de los puntos cardinales Fayad había tratado el tema de la migración, esa migración tan particular para el país que tuvo su pico en los años veinte y que nos involucra directamente: la de los libaneses a Colombia.
“Siempre creí que la novela de la migración libanesa la iba a escribir una persona que no tuviera ascendientes libaneses –dice–. En Colombia hay muchos escritores que usan personajes de origen libanés aunque ellos mismos no lo tengan. Yo escribí La caída de los puntos cardinales cuando me di cuenta de que conocía las historias que tenían que ver con los libaneses en Colombia por charlas directas, no porque las hubiera leído en libros de historia. Yo podía reproducir detalles y diálogos literales, que están transcritos en mis novelas. Eran las historias que me contaban mis tíos, o los libaneses recién llegados que hablaban mucho de su vida allá”.
Cierto. También he escuchado las anécdotas de parientes lejanos, como personajes de novela, mitos familiares como el de un señor de bigote que bañaba su caballo en champaña y lo paseaba sobre una alfombra roja por las calles de Honda (cuando nuestros antepasados bajaron por el río desde Barranquilla y se instalaron en ese puerto del Magdalena), la confusa leyenda de una fortuna perdida amasada por un comerciante libanés durante la Segunda Guerra Mundial, las alusiones a una rama de la familia a la que en conversaciones he escuchado referir vagamente como “los Fayad de la costa”. Pero le digo a Luis que a pesar de nuestra familiaridad con la comida del Medio Oriente, del apellido y del tamaño de nuestras narices, el antecedente libanés sigue siendo muy difuso. Es un pasado del que tenemos pocas referencias, donde las segundas y terceras generaciones después de la migración ya no hablan árabe ni tienen parientes directos en el Líbano, y no tienen siquiera muy claro de qué parte del país venían o cuál era la religión de esos ancestros que llegaron de Oriente a la costa Caribe.
“Tuve que hacer mucha investigación en aspectos como las religiones, que es algo que no conocemos muy bien nosotros, los descendientes de libaneses. Algunos de los inmigrantes eran musulmanes, pero lo ocultaban para poder entrar con mayor facilidad a la sociedad que los recibía. Cuando estaba escribiendo La caída de los puntos cardinales notaba que muchos de estos aspectos estaban en el aire, y fueron temas que tuve que investigar. Sobre todo el tema de cómo fue exactamente ese desprendimiento del Líbano, qué dejaron, qué costumbres trajeron, cómo se vivía allá antes. Una parte de esa novela transcurre en el Líbano, pero esta parte anterior al viaje hacia Colombia fue escrita con información que adquirí sobre todo a través de la charla con libaneses en Europa. En Colombia no hubo una auténtica colonia libanesa. Para los que llegaron la integración fue inmediata. Los de la segunda generación, los nacidos en Colombia, ya eran colombianos. Todo el que nace en Latinoamérica es de ahí. Es distinto en Europa, donde las segundas y terceras generaciones de inmigrantes todavía no son considerados del país donde nacen, no tienen pasaporte del país que los recibe; siguen siendo del país de donde vinieron sus padres o abuelos”.
Luis fue por primera vez al Líbano en el 2010 al Primer Encuentro de Escritores Iberoamericanos en Beirut, y allí recibió la distinción de Ciudadano Predilecto del Líbano. Cuenta que se sintió honrado también cuando un profesor de literatura le dijo que por más que escribiera en español, Luis era un escritor libanés.
“Me alegró haber ido al Líbano como escritor colombiano invitado. Pero cuando estuve en Beirut, en el barrio donde habían vivido mis abuelos y las calles por donde caminaron, sentí como si ya hubiera estado allí. Una sensación muy extraña. Encontré algunas personas que podían ser parientes, descendientes de mi abuela. Aunque esa fue una búsqueda un poco accidental”.
El ciudadano
Ya para el segundo tinto en el café de Kreuzberg, Luis está animado y habla fuerte, sin relajar su característico ceño fruncido (un gesto de concentración profunda, seguramente el mismo que tiene cuando escribe, en privado). Entonces le pregunto por Los parientes de Ester, la emblemática novela urbana que desde su publicación en 1978 lo puso en el panorama de la historia de la literatura colombiana. Una novela que “relata la vida de una familia de clase media bogotana que sufre las consecuencias económicas y sociales características del período político del Frente Nacional”, según el ensayo de Clara Victoria Mejía Correa sobre la novela en La madeja desenvuelta.
“En el momento de escribirla no pensé que fuera a tener esa caracterización tan marcada como novela urbana dentro de la historia de la literatura colombiana; simplemente esa novela era algo que ya tenía que darse en mi generación”, dice Luis, como si escribirla fuera más una responsabilidad histórica que una hazaña literaria.
“En la gente de mi generación el contacto con las áreas rurales era mínimo, era de paseo, de ir a los pueblos de tierra caliente. El resto de la vida era la del ciudadano: el hombre del café, el hombre del periódico, el hombre de las calles, donde hasta los elementos de la naturaleza juegan un papel diferente. La lluvia en las ciudades es diferente a la del campo, también el viento. Muchas de las personas de mi generación no conocen el campo de verdad, no conocen las gallinas en los corrales, sino cuando se las van a comer en un restaurante. El desprendimiento de lo rural ya era completo. Por eso este salto a la novela urbana tenía que darse. En la novela urbana no hay necesidad de describir la ciudad; lo urbano se nota en el carácter de los personajes. Uno empieza a escribir con mentalidad urbana, y los personajes adquieren también esa mentalidad”.
Le pregunto si después de tantos años viviendo lejos, Bogotá sigue siendo un referente literario. “Sí, todavía, pero hay un gran cambio: en los tiempos de Los parientes de Ester la ciudad era más homogénea. Hoy en día es muy diferente; Bogotá es muchas ciudades. Este cambio en las ciudades latinoamericanas se ha dado también en la literatura, donde ya no hay novelas sobre una ciudad, sino más bien de un barrio o una zona en particular”. Agrega que en la Bogotá de hoy en día sería imposible escribir Los parientes de Ester, pues no solo la ciudad ha cambiado, sino también sus ciudadanos y su mentalidad, la forma en que se concibe la ciudad como un espacio más plural y diverso.
“Sería muy interesante una novela de alguien que conoce bien, digamos, Ciudad Bolívar, porque es un lugar y un tema aún desconocido en la literatura. Lo que se conoce de allá es el reportaje periodístico, la noticia inmediata, pero la novela puede explorar cuál es la mentalidad que el ambiente que se vive allá ha creado en las personas, cómo han llegado allí esas personas y cómo se ha ido creando esa comunidad”.
Aunque lleva ya tres décadas en Berlín, para él esta ciudad no es todavía una fuente de historias. “Lo será solo en el momento en que no viva aquí”, dice. “Me ha pasado lo contrario que con Bogotá. A pesar de tantos años de vivir aquí, no me llama la atención escribir sobre la vida de un inmigrante en Berlín. Yo ya estoy en el tema contrario, el de la gente que regresa a su país”.
No sé si habla únicamente del nuevo rumbo de su obra literaria o si se refiere también a un eventual regreso a establecerse en Bogotá. No se lo pregunto. También vivo hace años fuera del país y me incomoda sentirme presionado a volver. Entonces lo que le pregunto es si será que después de tantos viajes y migraciones se nos están cayendo poco a poco los puntos cardinales. Sonríe un poco, y me fijo por primera vez en lo delgados que son sus labios (quizá porque lo veo poco; o porque en mis primeros recuerdos él tenía bigote). Pero dice que no, que tiene un gran vínculo con el país, que viaja constantemente y que además todas sus novelas transcurren en Colombia. “Para mí, como escritor, es una suerte poder llevar los temas de las novelas conmigo, no tener que buscarlos en el exterior. Siento que vivir en la diáspora me ha servido para ver el país desde afuera, claro, pero sobre todo para ver cómo otras sociedades ven a la nuestra”.
La terapia
De vuelta a su apartamento, entra en su estudio y hojea un ejemplar de Luis Fayad. La madeja desenvuelta. Dice que más que considerarlo importante por ser un libro sobre su propia obra, lo ha dejado admirado por la calidad de sus ensayos. “Además –agrega con humildad– me causó gran asombro que mis libros puedan servir para tantas reflexiones; que puedan tener tantos enfoques literarios diferentes”. Aparte de Los parientes de Ester y La caída de los puntos cardinales, el volumen tiene textos sobre otras novelas como Compañeros de viaje y Testamento de un hombre de negocios, y sobre el libro de relatos cortos Un espejo después.
Cuando lo veo en su silla de trabajo recuerdo que hasta hace poco su rutina de escritura era estrictamente nocturna: Luis se sentaba en su escritorio a la media noche y escribía hasta el amanecer. “Pero ya no trabajo así –me dice–. Me di cuenta de que en un momento de la noche empezaba a aburrirme. Y la verdad es que yo no estoy acostumbrado a aburrirme”. Eso es lo que más lo agobia. Luis no oculta su frustración por el tiempo perdido entre cirugías y salas de cuidados intensivos, donde pasó tantos días aburrido. Me dice que ahora que recupera la salud le alegra poder volver a escribir; pero para los parientes que lo han visto recobrar las fuerzas parece claro que es al contrario: la motivación por terminar su nueva novela ha sido quizá la mejor de las terapias.