El martes se presenta en Bogotá y el viernes en Medellín Los falsificadores de Borges, la novela del escritor argentino Jaime Correas
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Jaime Correas: “escribir el libro fue uno de los momentos más
excitantes de mi vida... estuve metido en una trama que se transformó en
una novela, porque era increíble y a la vez real”. /Paloma
Correas./elespectador.com |
-¿Por qué lanza el libro ahora en Colombia si fue editado en 2011 y cómo le ha ido en Argentina?
Porque
salvo las obras de los escritores consagrados, que tienen ventas
aseguradas, en América Latina los libros circulan con lentitud entre
nuestros países. Vivimos en lo que Carlos Fuentes llamó “el territorio
de la Mancha”, que es nuestra lengua, pero con barreras muy altas en
cuanto a la circulación de libros de un país a otro. Es un halago que la
novela salga en Colombia, donde por otro lado sucede buena parte de la
trama. En la Argentina el libro tuvo una buenísima recepción de la
crítica en los medios nacionales más importantes y ventas razonables
para ser la primera obra de ficción de un autor al que Borges hubiera
caracterizado como “casi secreto”.
-Me pareció un
intrigante juego de espejos a lo Borges, en tránsito entre novela negra y
ensayo. ¿Cómo ordenó semejante expediente y fue alternando capítulos
sin dejar de ser director del diario ‘UNO’ de Mendoza?
La
tarea fue apasionante, porque dirigir un diario es algo complejo y muy
absorbente. He trabajado durante casi tres años en cada momento libre,
en las mañanas y en los fines de semana, con disciplina y dedicación. Me
gusta la palabra “ordenar” para hablar de la tarea, porque es cierto
que había una enorme cantidad de datos, de recuerdos, de pistas y hubo
que tomar todo eso y relatarlo, que es un modo de darle un orden.
Recuerdo los primeros diez o quince días desde recibir la llamada de
Héctor Abad Faciolince el 12 de agosto de 2007 como uno de los momentos
más excitantes de mi vida. De pronto estuve metido en una trama que se
transformó en una novela, porque era increíble y a la vez era real.
-Más
allá de un debate de intelectuales, “egoísta” como admite en el libro,
¿por qué debería interesarle este libro a un lector no poeta?
Porque
es un libro que, es cierto, habla de poesía y de literatura, pero creo
que sobre todo trata de la necesidad imperiosa de buscar cuando hay un
motor que tiene que ver con los afectos y con la pasión. Y sobre todo
habla de la violencia política como un mal que pone en marcha mecanismos
que hacen mutar el dolor y la tristeza en un soplo de vida. Y eso me
parece que tiene actualidad hoy en Colombia y en la Argentina.
-Usted
es experto en la obra de Borges y alcanzó a conocer a Borges… ¿qué le
hubiera preguntado del soneto “Aquí. Hoy” y qué cree que él hubiera
respondido?
Tuve la suerte de hablar con Borges toda
una mañana, está contado en el libro. Era un hombre de una cortesía
extrema y me dio una lección de lector definitiva para toda la vida, que
también está en el libro. Curiosamente la charla con él se desarrollaba
con una dinámica que no era de preguntas y respuestas, sino que era un
diálogo de una naturalidad como si uno lo conociera de años. Y él hacía
preguntas, quería saber lo que el otro pensaba. Nunca le hubiera
preguntado por un poema suyo, porque sé que no le gustaba hablar de su
propia obra, lo eludía.
-La investigación rigurosa lo
lleva por América y Europa, siguiendo un rastro que, en mi opinión,
ratifica la vigencia global de la poesía. ¿Se había propuesto lograr esa
significación?
Es muy halagador lo que me decís,
porque yo también creo en eso y me alegra que el libro transmita una
idea tan potente. No me lo propuse, pero eso que llamás vigencia global
de la poesía es una revalorización de la palabra que me parece esencial
en estos tiempos de confusión y malentendido.
-Es evidente
una relectura suya de la obra completa de Borges para entender el
enigma de los versos en discusión. ¿Qué significó ese proceso y, sobre
todo, descifrar la metodología de trabajo borgiana, desde la inspiración
hasta cuando dictaba sus poemas?
Para escribir releí
sistemáticamente a lo largo de dos años toda la obra de Borges, no sólo
la poética, sino también la prosa. Muchos textos llevo treinta años
frecuentándolos y son inagotables. Leer a Borges fue un asombro
irrepetible. Releerlo es una fiesta.
-¿Aprendió aquí otra forma de leer y entender la poesía?
En
la novela está planteado este tema poniendo la atención en su cuento
‘Pierre Menard, autor del Quijote’. Creo que ahí está de un modo
inquietante y exquisito el gran aporte de Borges a la literatura del
siglo XX y de los siglos que vienen: lo importante es el lector. Él
“hace” el texto. Lo escrito es invariable y si está logrado se debe a la
genialidad de un individuo, pero ese artefacto sólo funciona con un
lector que es quien pone en marcha, con el mecanismo mágico de la
lectura, todo lo que las palabras pueden dar. Correr el centro de
atención del texto al lector es una idea genial. En realidad el que hace
funcionar o no un texto es el lector. Esta idea que hoy es de
Perogrullo cuando Borges hizo su obra fue una iluminación y la
literatura lo reconoce porque todos sabemos que él descubrió y formuló
ese pensamiento central para la estética contemporánea.
-Queda
uno con ganas de leer a Borges. ¿Cómo debe un lector promedio del siglo
XXI enfrentarse al reto y el gozo de leer y valorar a Borges?
Qué
bueno que me digas que leer mi novela te deja con ganas de leer a
Borges, eso dice que en vos se produjo ese sortilegio que escuché dicho
por él: “el único deber de un libro es entretener al lector”. La única
manera de leer a Borges es empezar a hacerlo e insistir, hasta encontrar
ese texto que ha sido escrito para ese lector determinado.
-Usted concluye que no hubo plagiarios, ni impostores, pero sí falsificadores. ¿Harold Alvarado Tenorio queda en esa categoría?
Yo
uso lo de falsificadores irónicamente. Harold Alvarado Tenorio es un
caso extraño. Él hizo una operación increíble, modificó a Borges,
cambiando algunas cosas en poemas que a mí me constan que son de Borges y
los volvió a publicar pero no para robarlos atribuyéndoselos como
propios, sino que se los atribuyó a Borges con los errores incluidos.
Errores que Borges no hubiera cometido y la prueba es que los auténticos
no los tienen. Y cuando fue descubierto recurrió al engaño literario de
decir que en realidad él los había escrito y luego dijo que los había
escrito yo. Alvarado Tenorio es un excelente poeta, pero nunca hubiera
llegado a dos endecasílabos perfectos como: “y la gota de tiempo que
vacila/ y cae en la clepsidra silenciosa”, que son de un genio.
-Lo
califica con eufemismos como “prestidigitador de palabras”,
“catalizador imprescindible” del libro. ¿Por eso decidió cerrar el texto
con una biografía de ese controvertido poeta?
Harold
Alvarado Tenorio es el catalizador de toda esta historia porque si él
no hubiera puesto en marcha su farsa literaria nada de lo sucedido
hubiera pasado. Su irrupción fue crucial. Él fue quien le reveló a
Héctor Abad mi existencia. Nunca pude conseguir que me confesara cómo
había sabido que habíamos publicado en Mendoza los inéditos de Borges.
Es curioso porque actúa como el doctor Jekyll y mister Hyde. Me reuní en
Buenos Aires con Harold y fue amabilísimo, me habló sin rencor de
Héctor Abad y compartimos un almuerzo encantador con mi hijo Francisco.
Luego cambió, como mister Hyde cuando se tomaba la poción, y arremetió
con una catarata de difamaciones tan absurda que es difícil y creo que
innecesario seguirlo. Es un personaje muy atractivo, muy buen poeta y
fino crítico, hasta que se desbarranca. No sé si es o se hace, o si,
como Hyde, pasa de un estado a otro sin mayor conciencia. Me simpatizaba
hasta que arremetió contra Héctor porque sé que lo hace con falsedades.
Lo que caracterizás como biografía salió solo. De un tirón y es una de
las partes que narrativamente más me interesa del libro. El malo siempre
es atractivo y motoriza la trama. Imaginé que iba a difamarme, pero me
enteré que le había gustado. En sus rarezas alguna vez me dijo que yo
era un ingenuo al servicio del mal, otras veces fue más agresivo. Habría
que aplicarle lo que Borges decía de los peronistas, “no es ni bueno,
ni malo, es incorregible”.
-En ese juego ¿hasta qué punto cuando uno escribe, acomoda, parodia o recita un poema de Borges entra en esas categorías?
Borges
era un enamorado de los juegos intelectuales. Siempre he imaginado que
esta historia que nos atrapó la urdió él deliberadamente. ¿Por qué
entregó cinco poemas inéditos a alguien casi desconocido teniendo en sus
manos ya un diagnóstico de cáncer? Creo que todo esto que ocurrió le
hubiera encantado y que hubiera sentido que su travesura había tenido
éxito. Me gusta la idea de pensar que como un mago fue él quien imaginó
este argumento increíble, pero real que nos puso en marcha a buscar la
verdad de lo sucedido.
-¿Qué conclusión sacó sobre Héctor
Abad, que empezó este caso acusado de farsante por Alvarado, y de su
obra ‘El olvido que seremos’?
Esa acusación para mí
no tiene ningún sentido, porque yo conozco a la perfección cómo es esta
historia y están todos los documentos para probarlo, si hiciera falta,
que de hecho son públicos. ‘El olvido que seremos’ es un libro
extraordinario que a mí me conmocionó cuando lo leí y creo no estar
diciendo nada que los colombianos no sepan. A Héctor Abad lo siento como
un hermano. Es alguien de una bondad y una generosidad conmovedoras. Y
sé de lo que hablo porque soy deudor de sus virtudes y de su afecto.
-Lo que usted describe como “la punta del ovillo infinito” se acabó o ¿ha habido nuevos hallazgos desde 2011?
La
historia ha seguido y parece infinita. Yo publiqué un texto que se
llama “Flores prensadas” que cuenta cómo el investigador Jesús
Marchamalo encuentra en un libro de la biblioteca de Julio Cortázar en
la Fundación Juan March de Madrid un libro de poemas de Baudelaire donde
entre las página de ‘Les fleurs du mal’ hay unas flores secas y ese
libro tiene un ex libris de Franca Beer, la mujer que recibió de Borges
los poemas que luego publicaríamos en Mendoza. Uno de esos sonetos
llegaría al bolsillo de Héctor Abad Gómez, de forma misteriosa, el día
que lo asesinaron. El investigador se da cuenta que ese nombre de mujer
está citado por Héctor Abad en “Un poema en el bolsillo” y le escribe.
Héctor me participa, azorado, y le pedimos a Franca que nos cuente cómo
es la historia. Ella recuerda que le regaló el libro a Cortázar, al que
había conocido en Mendoza, y sesenta y siete años después vuelve a ver
en Internet las flores que había prensado mientras lo leía. Además, te
cuento que hasta el día que entregué el libro a la editorial seguían
apareciendo esquirlas de la investigación. No perdemos esperanzas de que
aparezca la persona a la que Borges le dictó los sonetos, no hay que
olvidar que por su ceguera todos sus textos eran escritos por alguien,
aunque él los llevaba en la memoria y los iba trabajando.
-¿Qué ha dicho del libro María Kodama, viuda de Borges?
No
sé si lo conoce. Yo espero el momento de poder dárselo en mano. Tenemos
amigos comunes. Ella en un primer momento creyó que era todo un
invento, sobre todo porque le había llegado la historia a través de
Alvarado Tenorio. Cambió el día que leyó en el diario Clarín de Buenos
Aires un reportaje a Franca Beer y su esposo, el gran pintor argentino
Guillermo Roux, donde ellos atestiguaban cuando estuvieron con Borges y
Roux lo dibujó, en el que quizás es el último dibujo en vida que le
hicieron. Franca contó cómo recibió los poemas en mano en el
departamento de Borges. María Kodama sabe que son gente seria y creo que
su testimonio la tranquilizó de que no había timo. Claro, esto lo que
deja claro es que hay al menos cinco sonetos impecables que aún no han
sido incorporados a la Obra Completa.
-El episodio del
laberinto que hicieron en San Rafael, al sur de Mendoza, en homenaje a
Borges ¿se convierte en metáfora de este juego con final abierto?
Ese
laberinto es una maravilla y es un lugar de peregrinación para viajeros
de todo el mundo. Hay una réplica en Venecia. Está junto a la casa que
fue de Susana Bombal, gran amiga de Borges. Allí, él y su madre pasaron
vacaciones de verano. Además de los vinos mendocinos, que son un imán
para muchos extranjeros, se conserva en manos de Carolina Aldao la casa
del siglo XIX tal como la conoció Borges. Un hermano de ella, Camilo,
fue quien ideó el laberinto que había soñado Susana, que era tía de
ellos. Camilito se mató muy joven, luego de ver que las plantas del
laberinto estaban creciendo.
-¿Qué lección le dejó este trabajo en tres planos: escritor, periodista y ser humano?
Como
escritor me permitió escribir mi primera novela, luego de algún intento
fallido y sentir que el texto funcionaba, que ahí había algo. Como
periodista, que no separaría del todo del escritor, sentí la excitación
de la investigación y del hallazgo. Como ser humano me quedó para
siempre la amistad entrañable con Héctor Abad y con toda su familia, a
quienes considero mi familia colombiana. Amo este país y a pesar de que
ya había estado antes de conocerlo a él, ahora lo considero, como decía
Borges, “una de mis patrias”.
-Usted que ha investigado
temas como la Guerra Civil española, ¿qué opina del tema de fondo que
había aquí: el retrato de una época de violencia política en
Colombia,
los años 80 en los que de la extrema derecha asesinó a toda una
generación de pensadores de izquierda como Héctor Abad Gómez?
Has
dado en el centro de mayor interés que para mí tiene el hecho de que la
novela circule en Colombia y que yo viaje a presentarla. Debido al
momento especial que vive el país en su proceso de pacificación, que yo
sigo muy de cerca y con mucho cariño, inquietud y admiración por los
colombianos y su don de gentes. Es apasionante lo que está ocurriendo,
con todos sus problemas, idas y vueltas. No hay que olvidar que mi
novela fue escrita y publicada en 2011 porque en 1987 los paramilitares
asesinaron a Héctor Abad Gómez y esto parece un argumento de Borges. El
asesinato de un hombre es un hecho tremendo, inaceptable, y en Colombia
hubo más de doscientos veinte mil muertos por la violencia política. Son
los momentos en que la literatura nos pone de cara a lo que vivimos a
diario, nos enfrenta a la cara más cruel. Colombia y la Argentina son
dos países marcados por la violencia política, no olvides que una
protagonista de mi novela fue presa de la dictadura militar y allí está
el tema atroz de los desaparecidos y las violaciones a los derechos
humanos. Gracias a una colombiana, eso está en la novela, pude ver
papeles desclasificados de la embajada de Estados Unidos sobre la
dictadura argentina y sus atropellos. Creo que nuestros libros son
intentos de exorcizar un pasado nefasto para que nunca más estas cosas
sucedan. A la vez son un ejercicio de comprensión. Ojalá sirva para eso.
Estoy muy ilusionado por saber cómo leen los colombianos mi novela en
este sentido.
-¿Qué opina de que, como en este caso, la
poesía siempre gravite en las guerras, como en España con Miguel
Hernández y García Lorca?
Cuando todo se ha perdido,
la palabra le queda al hombre. Y tiene una función sanadora. Como decía
el enorme poeta argentino Roberto Juarroz, que también es personaje de
mi novela, “la poesía, que nos salva, aunque no sepamos de qué”.
-Usted
también publicó el libro ‘Cortázar profesor universitario’, en la
Universidad de Cuyo donde nació su amor por Borges, ¿cómo enseñar a las
generaciones de hoy que la poesía es la fuente del lenguaje y la base de
la formación literaria?
Acabo de entregar en la
editorial una reedición muy ampliada de ese libro, que saldrá en junio
en el año del centenario del nacimiento de Cortázar y los treinta años
de su muerte. Un día descubrí que él había sido profesor de algunos
profesores míos en la misma facultad donde yo estudiaba. A su vez Borges
recibió su primer doctorado Honoris Causa en Cuyo, son uniones íntimas,
profundas. Justamente creo que el enriquecimiento de la nueva versión
del libro es que a través de los apuntes de las clases que Cortázar dio
en Mendoza en 1944-45 que están guardados en Princeton y a los que pude
acceder logré reconstruir cómo fue su proceso de formación para llegar a
ser un gran escritor. Y lo hizo a través de la poesía, de hecho en mi
libro aparecerá una antología de treinta poemas suyos casi inéditos que
están fechados en Mendoza en aquellos años. En sus apuntes él muestra su
pasión por la poesía, género que desarrolló mucho, aunque publicó poco
en vida. Hizo traducciones de los poetas que consideraba cruciales, como
Lautréamont y Rimbaud y las daba a sus alumnos. Algunas las he
transcripto en mi libro. Las generaciones que vienen, una vez que se
digiera la confusión de las novedades, reencontrarán en la poesía y la
literatura en general un legado que les servirá para vivir y en algunos
casos, como en Colombia, para construir la paz. No hay otro camino para
pacificar que hablando, dialogando. Lo dicho por alguien hace comprender
que una vida es irrepetible. Cuando oí la grabación de la voz de Héctor
Abad Gómez diciendo el poema de Borges “Aquí, hoy”, comprendí que su
legado estaba vivo, que de algún modo la palabra viva de su decir nos
llega y nos exige y por eso siento una inquietud inmensa al viajar a
Colombia. Aquí lo mataron y aquí viven sus nietos, que aspiran a
recordarlo en paz.
LOS CINCO POEMAS MOTIVO DE LA INVESTIGACIÓN:
GRATITUDES
¡Cuántas hermosas cosas! Los confines
de la aurora del Ganges, la secreta
alondra de la noche de Julieta.
El pasado está hecho de jardines.
Los amantes, las naves, la curiosa
enciclopedia que nos brinda ayeres,
los ángeles del gnóstico, los seres
que soñó Blake, el ajedrez, la rosa,
El Cantar de Cantares del hebreo,
esa flor que florece en el desierto
de la atroz Escritura, el mar abierto
del álgebra y las formas de Proteo.
Quedan tantas estrellas todavía;
suspendo aquí mi vana astronomía.
MÉJICO 564
Los órdenes de libros guardan fieles
en la alta noche el sitio prefijado.
El último volumen ha ocupado
el hueco que dejó en los anaqueles.
Nadie en la vasta casa. Ni siquiera
el eco de una luz en los cristales
ni desde la penumbra los casuales
pasos de vaga gente por la acera.
Y sin embargo hay algo que atraviesa
lo sólido, el metal, las galerías,
las firmes cosas, las alegorías:
el invisible tiempo que no cesa,
que no cesa y que apenas deja huellas.
Ese alto río roe las estrellas.
EL MINOTAURO
Encorvados los hombros, abrumado
por su testa de toro, el vacilante
Minotauro se arrastra por su errante
laberinto. La espada lo ha alcanzado
y lo alcanza otra vez. Quien le dio muerte
no se atreve a mirar al que fue toro
y hombre mortal, en un ayer sonoro
de hexámetros y escudos y del fuerte
batallar de los héroes. Ilusoria
fue tu aventura, trágico Teseo;
de la biforme sombra la memoria
no han borrado las aguas del Leteo.
Sobre los siglos y las vanas millas
ésta da horror a nuestras pesadillas.
ALL OUR YESTERDAYS
Me pesan los ejércitos de Atila,
las lanzas del desierto y sus batallas;
de Nínive, ahora polvo, las murallas
y la gota del tiempo que vacila
y cae en la clepsidra silenciosa,
y el árbol secular en que clavada
fue por Odín la hoja de la espada
y cada primavera y cada rosa
de Nishapur. Me abruman las auroras
que fueron y que son, y los ponientes;
Tiresias y el amor de las serpientes
y las noches, los días y las horas.
Sobre la sombra que ya soy gravita
la carga del pasado. Es infinita.
AQUÍ. HOY
Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y del término, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.