Bologna fue el escenario del segundo festival Scriba, con treinta citas y más de cuarenta referentes. Y una curiosidad: un programa de primeros auxilios narrativos para autores con bloqueo
FESTIVAL SCRIBA. Tres días de concursos, sátira, hallazgos, debates y conferencias sobre la noble tarea de combinar palabras. |
INTERACTIVO. Los autores jóvenes se acercaron al grupo de médicos para recibir recetas narrativas./revista Ñ |
Necesitaría pedir un turno con primeros auxilios –¿Qué le pasa?
–Estoy empezando a escribir una novela y no puedo avanzar con el personaje femenino.
El diagnóstico es clarísimo: aspirante a escritor con bloqueo narrativo.
Por
fortuna, existe en el mundo –más precisamente en Bologna, Italia– un
festival que se llama Scriba y que ofrece tratamiento para tal dolencia:
una sesión de una hora con un tutor de una escuela de escritura.
Los
Primeros Auxilios Narrativos debutan en esta segunda edición del
festival Scriba, tres días de discusión, concursos, debates acerca del
uso del lenguaje, competencia de insultos, sátira, hallazgos y
conferencias sobre la noble tarea de combinar palabras. Entre el 8 y el
10 de noviembre, la ciudad de Bologna, cuna de la universidad más
antigua del mundo occidental y sede del taller de narración Bottega
Finzioni –fundado por el escritor noir Carlo Lucarelli en 2011 y
principal organizador del encuentro–, presta sus librerías, bares y
museos para este laboratorio de ideas.
“El nuestro no es un
festival de literatura sino de escritura en el cual participan todos
aquellos que hacen de la escritura un oficio, aún en sus formas más
desconocidas o impensadas”, explica Michele Cogo, escritor, guionista,
estudioso de semiótica narrativa y miembro del comité científico de
Scriba. “Desde los libretos o guiones hasta la escritura de horóscopos,
recetas de cocina, los prospectos de los medicamentos, las instrucciones
de uso, todos textos que frecuentamos en la vida cotidiana pero que uno
nunca se pregunta quién los hace ni cómo”, agrega.
El servicio
de Primeros Auxilios Narrativos que en estos días socorre a más de un
principiante en apuros creativos atenderá, a partir de enero, una vez
por semana en la histórica farmacia Toschi de Via San Felice, en
Bologna.
“No somos una editorial ni una agencia literaria. Se
trata de una consultoría gratuita para quien inventa historias y no
asiste regularmente a una escuela de escritura. Contar el propio relato a
otros ayuda a comprenderlo y escribirlo mejor –dice Cogo, creador de
estos primeros auxilios–. No hacemos sugerencias sobre estilo y
escritura. Trabajamos sobre los pasajes de trama y cómo ordenar las
cosas para hacer funcionar la historia.” Con cierto orgullo, el
festival Scriba se jacta de no prestarle atención a los libros ni a los
lectores. Se trata de una kermés de letras que da voz a los que escriben
horóscopos, programas de tele, titulares de los diarios, e–books y
guiones para cómics, entre otros rubros.
Para Carlo Lucarelli, autor del policial El comisario de Luca , un volumen que recoge las novelas Carta blanca , El verano turbio y Via delle Oche
, éste es un festival muy original. “Llegué a la conclusión de que
cualquier cosa que se escribe escogiendo las palabras para comunicarle
algo a alguien implica que quien lo hace ponga algo de su fantasía.
Cuando lo que se comunica es fruto de una elección estamos frente a una
forma de la literatura. Eso se convierte en una escritura que debemos
respetar. Scriba hace esto. Sale a reclutar todas las formas de
escritura desconocidas, escondidas de narración –dice. Hay momentos de
la escritura que nunca son tenidos en consideración, o al menos yo nunca
los he tenido, y de los que he descubierto su profundidad a través de
Scriba. Compré publicaciones que les enseñan a los policías cómo
sumariar información testimonial o cómo hacer un informe de
documentación. Debí usar esa escritura burocrática, reelaborarla para
mis novelas.” Desde 2012, una vez al año Scriba copa Bologna durante
tres días. En esta ocasión, con treinta citas y cuarenta referentes de
la escritura como oficio que participan en este mundo paralelo al
literario donde nadie paga entrada.
Hasta la librería
Ambasciatori, donde la gente suele pispear las novedades editoriales
mientras compra mostaza de uva y papardelle biológicos o se toma un
prosecco acodado en las estanterías de libros, el semiólogo y discípulo
de Roland Barthes Paolo Fabbri vino a compartir uno de los temas que lo
desvelan: “Enseño semiótica de los lenguajes técnicos en una universidad
romana y dicto un curso sobre la diatriba política. Ahí me di cuenta de
que en la mayoría de los casos, la gente que hace política se insulta.
De ahí la idea de introducir entre los temas del festival este modo de
referirse unos a otros a través del insulto. Les pedí a mis estudiantes
que hicieran un trabajo de documentación y recogieran los insultos que
se dicen los políticos en estos últimos tiempos. Aquí algunos ejemplos:
analfabeto, animal, asesino, bandido, bufón, marioneta, caimán, cadáver,
carroñero, corrupto, idiota, fracasado, farabute, mierda seca,
miserable, muerto que habla, musulmana de mierda, incapaz, ladrón,
monstruo, viejo verde, vieja prostituta, padre de una puta, sodomita,
bruja, traidor, atorrante, bellaco… Se trata de una lista abierta en la
que todos pueden contribuir.” El insulto no queda ahí. Al día
siguiente, toma cuerpo en el restaurante La Gazetta, frente al teatro
comunal y en diagonal a Piazza Verdi, cuore de la movida universitaria
bolognesa. En La Gazetta, Fabbri modera una competencia de ultrajes que
llama “La piedra del insulto” mientras Vito Tartamella, editor de la
revista Focus y autor del libro Parolacce (Malas palabras),
aclara, con cierto rigor científico, que “hay muchas familias de malas
palabras. La imprecación, por ejemplo, surge cuando en vez de pegarle al
clavo en la pared le damos con el martillo a nuestro dedo. No ofendemos
a nadie pero nos desahogamos –señala–. Otra familia son las
maldiciones. No es una ofensa pero consiste en augurarle un mal a
alguien. Luego están las obscenidades, que se refieren a la sexualidad
explícita y llegamos finalmente al insulto que, como toda mala palabra,
es mágica.” Según Tartamella, el insulto es una forma simbólica de
agresividad. “Freud decía que nuestras pulsiones principales son el sexo
y la agresividad. El insulto desarrolla una función extraodinaria: en
vez de partirle la cabeza a alguien con una piedra y potencialmente
matarlo, uno le arroja al otro una palabra. En la historia del hombre el
insulto sirvió para trasladar de un plano físico a uno simbólico una
forma de violencia. Hoy se puede discutir sobre los efectos de la piedra
en la cabeza o el insulto. A veces el insulto puede provocar una herida
de la que una persona no se recupera más”, agrega.
¿Cuál es el
insulto perfecto? “Aquel que tiene la característica de ser breve,
incisivo, eficaz pero sobre todo creativo. En una reunión municipal, en
Umbria, un concejal le dijo a otro: ‘Callate vos, que para hacerte ver
de la cabeza tenés que ir al urólogo’”, cita Tartamella.
Scriba no descuida la escenografía de cada evento. Ermanno Cavazzoni, escritor y guionista de La voz de la luna
, de Federico Fellini, y la blogger Martina Montague vinieron a
presentar poesías famosas en cajas de remedios. Bajo el título “Poesía
terapéutica y prospectos”, Cavazzoni ironiza sobre las técnicas de
escritura y recrea poesías famosas en prospectos de medicina, idea que
en los 90 publicó la Universidad del Proyecto de Reggio Emilia y llegó a
vender 400 mil copias. ¿Dónde se hace el encuentro? En las
instalaciones de una empresa de máquinas automáticas para la confección
de productos farmacéuticos.
La sala del Resorgimento del Museo
Cívico Arqueológico de Bologna, en cambio, hospeda al escritor Paolo
Albani, coautor del Diccionario de las lenguas imaginarias. Albani,
miembro de L’OuLiPo –Ouvroir de Littérature Potentielle, una especie de
laboratorio de literatura paralela nacido en París en los 60 como parte
de la patafísica, esa ciencia de las soluciones imaginarias que surgió
en 1948–, le dedica un capítulo al grammelot, el lenguaje escénico que
no se funda sobre la articulación de palabras pero que sí reproduce
algunos aspectos fonéticos como la entonación, el ritmo y la cadencia.
El diccionario lo define como un juego onomatopéyico de un discurso
articulado arbitrariamente. Según Albani, “la palabra deriva de
‘protestar’, en francés. Sería el lenguaje que usaban para burlarse de
los gobernantes en la antigüedad. Como no era posible hablar mal en
teatro del obispo o del príncipe de turno, se usaba un lenguaje no
comprensible pero eficaz desde lo satírico. En su Manual mínimo del actor
, Darío Fo, amante del grammelot, dice: ‘Debo confesar que uno de mis
sueños secretos es salir en el noticiero, sentarme en el lugar del
conductor y hablar toda la transmisión en grammelot. Apuesto a que nadie
se daría cuenta’”, cita Albani.
Sobre cómo se construye una
lengua imaginaria, destaca que “uno de los modos más divertidos es tomar
el principio de una palabra y el final de otra y unirlas. Algunos
términos de uso corriente nacieron así –explica–: La palabra smog viene
de smoke (humo) y fog (niebla)”. Y da algunos ejemplos de un libro de
Umberto Eco: “Dartagnac: el brandy preferido de los mosqueteros.
Cornitólogo: etólogo que estudia el adulterio entre los pájaros”.
En
el festival Scriba las escuelas de escritura tienen ocasión de
presentarse y explicar para qué sirven: “Para que uno se dé cuenta de
que se pueden traspasar los límites que uno siempre pensó inalcanzables
–dice Domitilla Pirro, ex alumna y hoy asistente de didáctica junior de
la Holden, la escuela de escritura que Alessandro Baricco fundó en Turín
en 1994–. Yo entré porque quería dedicarme a hacer historias para niños
y me pidieron que escriba un relato sobre una masacre. Debo decir que
fue un desafío importante. Es imposible garantizar que una escuela de
escritura te asegure un trabajo pero sí te da las herramientas como para
poder inventártelo. Uno adquiere la técnica y los instrumentos
necesarios para crearse una profesión en cualquier campo.” Scriba
también se ocupa del lenguaje del arte y, en otro ejercicio del
disparate, el semiólogo Paolo Fabbri preside una velada en el MAMBo
(Museo de Arte Moderno de Bologna), donde la propuesta es analizar el
discurso de tres hipotéticos vendedores de arte que improvisan sobre
cómo tentar a la platea para que compre tres objetos (¿de arte?)
desconocidos para ellos hasta el momento. Primero es una boina. Luego un
vaso de agua. Por último, una manzana. “Esta vez quisiera que no
hablemos sobre qué es arte sino sobre cuándo un objetos se transforma en
arte”, arranca Fabbri. “Podríamos decir que sobre un pedestal y bajo un
spot casi seguro que cualquier cosa se aproxima mucho al arte
–ironiza–. El objeto debe ser artificato. Y el trabajo de la crítica es
la implementación de la obra de arte. Veamos cómo estos tres candidatos
ofrecen estas tres obras de arte que ellos desconocen a un público que
es constitutivo de la obra arte en cuanto a su recepción.” Cada uno a su
turno, los tres vendedores de mentira intentan persuadir a la platea
obre las bondades de adquirir esos tres objetos de la vida cotidiana
como si fueran obras de arte. El público juega, vota y determina el
empate. El festival cumple su objetivo. Y mientras Scriba se despide
hasta el año que viene, el MAMBo se pregunta qué hacer con la boina, el
vaso de agua y la manzana.