Juan Gabriel Vásquez habló sobre la masacre de Charlie Hebdo, las nuevas tecnologías, su literatura y sus manías
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El escritor estará en la décima edición de Hay Festival en Cartagena conversando con Javier Cercas. /semana.com |
Escribió su primer cuento a los ocho años y desde muy joven supo que no
entendía su vida sino a través de los libros. En medio de este mundo
vertiginoso e hiperconectado, este escritor permanece en su estudio –si
lo dejan– semanas enteras. No usa ninguna red social pero entiende muy
bien sus efectos.
Las reputaciones, su novela más reciente, cuenta la vida de un
caricaturista político que con el poder de la tinta china y de su pluma,
ponía a políticos a temblar. A raíz de la matanza en París y de su
participación en el Hay Festival de Cartagena a final de este mes,
Semana.com aprovechó para hablar con el autor de El ruido de las cosas al caer.
Antes que nada, ¿cómo interpreta la masacre de Charlie Hebdo?
A cierto nivel es muy simple: es
un ataque de los oscurantismos, la superstición y la intolerancia contra
los valores de la sociedad abierta, entre ellos la gran conquista de la
libertad de expresión. Es muy grave, y minimizar o relativizar la
gravedad de los asesinatos terroristas con el argumento de que las
víctimas “abusaron de la libertad de expresión”, o con el argumento de
que “Occidente también ha matado”, me parece de una cobardía moral
repugnante.
George Orwell dice que la primera
razón por la que él escribía era puro egoísmo: por demostrar su
inteligencia, buscar reconocimiento, respeto y ser recordado. Usted es
un escritor reconocido y respetado, ¿qué tanto lo motiva eso?
Escribir literatura es algo demasiado difícil como
para que uno no persiga, a cierto nivel, un grado de satisfacción
egoísta. Pero ese nunca ha sido mi primer objetivo. Yo escribo novelas
para darle un poco de orden al caos de la experiencia. Porque a partir
de la invención de un mundo distinto puedo entender algo que desconozco o
ignoro. Las novelas que me interesa escribir son las que me sirven para
echar un poco de luz sobre un fragmento oscuro de mi experiencia.
Algunos consideran
que en el gremio de los escritores hay una sensación de superioridad o
de prepotencia frente al resto del mundo, ¿usted lo ve así?
Basado en mi experiencia, no creo. En
términos generales, los escritores son inseguros y vulnerables por
dedicarse a un trabajo que ocurre en soledad, sin la recompensa debida,
que es fácilmente atacado y destructible y que no tiene dónde apoyarse,
porque un escritor de ficciones no tiene nada más que su
realidad. Eso vuelve el gremio un poco neurótico y propenso a la
envidia, la mezquindad y el canibalismo a unos niveles que no he visto
en otro gremio.
Saul Bellow decía que un escritor nunca le desea el bien a otro. Eso,
creo yo, es una regla general. Sin embargo, yo tengo en este gremio a
mis grandes amigos, y no dejo de conocer gente maravillosa. Serán las
excepciones.
¿Qué futuro les ve a los lectores y a la literatura de las futuras generaciones?
Sin poder demostrarlo, creo que la novela
seria ha perdido terreno en las vidas de los lectores jóvenes por varias
razones. De maneras indirectas, las nuevas tecnologías han empujado la
novela a los márgenes de los intereses de las generaciones jóvenes.
Por otro lado, la novela es un género que se alimenta de la ambigüedad,
la incertidumbre y la duda, conceptos hoy muy impopulares. A nuestras
sociedades no les gusta la falta de respuestas, necesitan un mundo
dividido en buenos y malos, definido. En ese sentido el mundo se ha
vuelto hostil a la novela, porque en ella, por definición, nadie intenta
convencernos de nada: no hay políticos pidiendo nuestro voto, ni
religiones convenciéndonos de creer en un dios, ni publicidad ofreciendo
un producto. Y uno sale de una novela y lo único que hay es eso: una
maquinaria gigantesca que nos quiere convencer de algo. Entonces sí, la
novela cada vez más es un bicho raro en el mundo que la rodea.
¿Por qué no tiene Twitter?
No tengo Twitter, ni Facebook, ni Instagram
ni ningún tipo de red social, básicamente porque las siento como una
amenaza a mi tiempo. Y porque, con todo lo bueno que tienen, sólo una
minoría las usa para las cosas más provechosas. Generalmente son
secuestradas por el narcisismo, la intolerancia y la calumnia. Twitter,
notoriamente, ha simplificado el debate público. Maldigo el día en que
los políticos lo descubrieron.
¿Cree que hay condiciones familiares, sociales o psicológicas que facilitan el trabajo a los escritores?
No, pero sí creo que ningún escritor tiene
una relación perfecta con el mundo. Nadie que esté satisfecho con la
vida escribe libros. Se escribe a partir de cierta carencia, desasosiego
o insatisfacción. Hay escritores a los cuales la estabilidad familiar
les es indispensable y hay otros que necesitan el caos en sus vidas para
poder escribir. Es imposible generalizar el comportamiento de los
novelistas.
¿Qué espera de un buen escritor o de la buena literatura?
Algunas novelas sin dotes estilísticas han
logrado la reinvención de un mundo, la exploración ambiciosa de un
universo, que es lo que esperamos de las buenas ficciones. Pero no puedo
dar una respuesta en pocas frases porque yo busco de la buena
literatura una satisfacción en muchos niveles al mismo tiempo. En
últimas, como decía Nabokov, lo único que uno puede hacer es esperar ese
escalofrío en el cuello: esa es la señal de la buena literatura, ese
momento en que la emoción tiene un resultado físico.
En una ocasión
usted denominó a Paulo Coelho “un productor en serie de esoterismo
barato y manuales de autoayuda” porque menospreciaba Ulises, de James Joyce. ¿Qué relación cree que hay entre el éxito comercial y la buena literatura?
Nunca ha habido una relación tan clara como
la que nos quieren vender. El siglo XX está plagado de ejemplos de gran
literatura que no tiene el menor éxito comercial. Por ejemplo, Dublineses,
de James Joyce, que para mí es el mejor libro de cuentos de su lengua,
vendió 379 ejemplares en el año de su publicación. Pero también hay
ejemplos de buena literatura que es bestseller, como Cien Años de Soledad o algunas novelas de Hemingway y de Fitzgerald.
Lo problemático es esa especie de rara perversión que consiste en pensar
que el éxito comercial implica la mala calidad del libro, o que una
novela que fracasa en sus ventas debe inmediatamente ser muy buena. Esto
es un prejuicio tan tonto como el contrario: suponer que algo es bueno
porque vende o malo porque no vende.
¿Cuáles son sus manías para escribir?
Necesito absoluto silencio (uso tapones en
los oídos), pero me he visto obligado a aprender a escribir en casi
todos los lugares: aviones, hoteles, trenes, para poder aprovechar los
viajes. Una de las cosas que hago todas las mañanas es leer unas 20
páginas de algún clásico moderno que, por alguna razón misteriosa que no
alcanzo a entender, me hace entrar en la música del libro que estoy
escribiendo. Es como el diapasón que usan los músicos para afinar el
oído. En El ruido de las cosas al caer, por ejemplo, ese ‘diapasón’ era La vida breve, de Onnetti.
¿Qué lo llevó a usted a creer que necesitaba escribir?
Tuvo que ver con una vocación de soledad, y
sobre todo con el momento en que descubrí que la lectura de ficción no
era un pasatiempo sino un lugar privilegiado y una manera especial de
estar en el mundo. Cuando la lectura se vuelve tan importante, tarde o
temprano uno acaba queriendo hacer eso mismo.
En mi caso la vida leída y la vida vivida nunca han estado reñidas, por
el contrario, son complementarias, se alimentan y una permite entender a
la otra.
¿Alguna vez ha pensado dedicarse a algo distinto?
Por supuesto que no. Para mí la escritura no
es un oficio ni una profesión, sino una manera de estar en el mundo. No
entiendo mi vida sino a través de los libros que leo y de los que he
escrito.
¿Qué le dejó haber estudiado derecho?
Muchas horas perdidas, tal vez la mayoría,
pero las otras siguen siendo hasta hoy muy provechosas. Me dejó algunos
profesores y sobre todo el espacio geográfico, el del centro bogotano,
donde está la universidad. Fue el único lugar de Bogotá que realmente me
interesó, que aparece en todas mis novelas y es el escenario de buena
parte de la historia colombiana. Cuando dejé de ir a clases y me la
pasaba caminando, jugando billar y en las librerías de segunda mano,
diseñé un recorrido de la Casa de Poesía Silva a la ventana de donde
saltó Bolívar para que no lo mataran, a la esquina donde asesinaron a
Rafael Uribe Uribe en 1914, a donde mataron a Gaitán y a La Gran Vía, la
tienda donde el caricaturista Ricardo Rendón se pegó un tiro. En esas
pocas cuadras parecía haber sucedido todo.
El lucro es uno de los obstáculos que más disuaden a quienes aman el oficio de escribir, ¿a usted qué tanto le angustia?
Desde muy pequeño tuve la convicción de que
me iba a dedicar a esto pasara lo que pasara, entonces no tuve esa
angustia porque ya sabía que no tenía remedio. Claro, en los primeros
años de mi vida en Barcelona tenía que trabajar en tres o cuatro cosas
al tiempo para ganarme la vida con lo único que sé hacer, que es leer y
escribir, pero nunca fue una carga. Al revés, siempre me consideré
afortunado por ganarme la vida con los libros: traduciéndolos,
leyéndolos para reseñarlos, enseñándolos en universidades y luego, al
cabo de muchos años, escribiéndolos.
¿Quiere adelantar algo sobre su próximo proyecto? Se dice que es sobre el asesinato de Rafael Uribe Uribe…
Sí, inicialmente era sobre eso, pero ya no.
Ha cambiado mucho y le ha permitido la entrada a una cantidad de temas
que antes no había previsto. Escribiendo descubro lo que quiero
explorar. Lo único que puedo decir con certeza es que es sobre algunos
episodios de la violencia política en el país y mi relación personal con
ellos, pero aún no puedo decirle mucho más.
¿En qué etapa del proceso está?
Hace un mes y medio boté 150 páginas a la basura y volví a empezar.
¿Y qué pasó?
No sé muy bien. Una novela es un juego con
unas reglas especiales, la labor del escritor es descubrirlas. Escribir
un libro es también aprender a escribirlo, a menos que uno tenga una
fórmula fija que sirva para todos, que no es mi caso.
¿A quién le cree en términos políticos?
No veo la madurez que me gustaría en la
izquierda democrática del país, aunque hay gente valiosísima. Suelo
estar de acuerdo con Carlos Gaviria en todo o casi todo, y daría una
mano porque fuera presidente de Colombia. Me refiero a proponer una
sociedad laica, abierta y liberal donde se dé prioridad a los derechos
civiles y las libertades individuales, donde el individuo vuelva a ser
responsable de sus decisiones, donde la educación sea lo único sagrado y
la moral política consista sobre todo en reducir el sufrimiento.
¿Qué libros recomendaría a quienes quieren escribir?
Aparte de las grandes novelas, hay libros extraordinarios sobre la escritura: los ensayos de Milan Kundera, en particular El arte de la novela y El telón. También recomendaría Correspondencia, de Gustave Flaubert, y el Curso de literatura rusa, de Nabokov.
¿Cuándo volverá a escribir su columna?
Aún no sé. La dejé por varias razones
mezcladas: la posibilidad de que Zuluaga llegara a la Presidencia en las
últimas elecciones me parecía terrible, un regreso a las prácticas y a
la ética del uribismo, e invertí mucha energía en defender lo contrario.
Eso, mezclado con que esa faceta me había apartado de los libros, me
obligó a dejarla. Las opiniones políticas pueden convertir a un
novelista en vocero de otros intereses. Pueden también convertir sus
libros en un mero ingrediente añadido a su figura pública. Nada me da
más miedo.
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