13.2.15

Marsé: "Me habría encantado descender de piratas"

Se publica el 18 de febrero la biografía del narrador barcelonés . "Estoy harto de explicar por qué no escribo en catalán", asegura el escritor . Josep Maria Cuenca no cejó hasta que Juan Marsé accedió a que fuera su biógrafo

Juan Marsé, Joan de Sagarra y Josep Maria Cuenca./ Pilar Aymerich./lavanguardia.com

La editorial Anagrama, es decir, Jorge Herralde, publica en su colección Biblioteca de la memoria Mientras llega la felicidad. Una biografía de Juan Marsé de la que es autor Josep Maria Cuenca. Un volumen de 749 páginas, 87 de las cuales son notas, e ilustrada con 40 fotografías, muchas inéditas. Seis años de investigación, por una parte, en archivos y hemerotecas y consultando la cuantiosa y reveladora documentación inédita conservada por el biografiado; centenares de horas de conversación con Marsé, familiares y amigos y con personas que en un momento fugaz o duradero tuvieron algún vínculo con él.
El autor, Josep Maria Cuenca Flores (Barcelona, 1966), historiador y periodista, que compagina la docencia y la escritura en sus dos lenguas, español y catalán, escribe en el prólogo que “consideraba un absoluto escándalo cultural que un narrador de la talla de Marsé no contara con una biografía”. Marsé no sólo no lo comparte, sino que opina que su vida carece de interés. Cuando en el verano del 2008 Cuenca se puso en contacto con Marsé para manifestarle el deseo de escribir su biografía, este le dijo que se lo pensaría y que le diría algo. Pero no le dijo nada. Y Cuenca, que es un chico muy tozudo, insistió hasta que Marsé dio su consentimiento. Leídas las 749 páginas –es una biografía de investigación, que no de divulgación, “en cuyo caso”, dice Cuenca, “la hubiese escrito en nueve meses y no excedería las 150 páginas”–, la vida de Juan Marsé resulta, contrariamente a lo que él sostiene, de un gran interés. Y no por lo que afirma su colega y amigo Enrique Vila-Matas –quien sostiene, muy vilamatamente, que, en el supuesto de que la vida de Marsé no tuviese el menor interés, esto, por sí solo, ya sería del máximo interés– sino por lo que la escritora Paulina Crusat, en uno de los capítulos más sorprendentes y reveladores, le escribe al joven Marsé. “Su vida privada y su historia, tal como la describe, ¡literariamente es una mina!”. Y añade: “Hay muchos que le comprarían a usted a peso de oro toda esa experiencia de primera mano”. En el despacho de Marsé, rodeados de sus libros, del retrato de su amigo, el añorado Jaime Gil de Biedma, de las fotos de Ava Gardner y de Rita Hayworth, de su querida Betty Boop, de las caricaturas que dibuja el comecuras de Marsé, y ante una botella de Jameson –su whisky y el mío– el biógrafo y el biografiado hablan del libro.
Señor Cuenca, ¿qué ha descubierto sobre aquella historia del taxista, el padre biológico de Juan Marsé, que se encuentra con un cliente, el padre adoptivo de Marsé, cuya mujer acaba de perder un hijo en el parto, etcétera; aquella historia rocambolesca sobre la criatura Joan Marsé o, mejor, Joan Faneca?
Josep Maria Cuenca: Pues que la historia, tal como se la contó Berta Carbó Borrell, la madre adoptiva de Marsé, al niño Joan, no es del todo cierta. No es que Berta mintiese; lo que hizo fue novelar la historia. En primer lugar, no había ningún niño muerto en el parto. En segundo lugar, no había ningún taxi, y por lo tanto ningún taxista. El padre biológico de Marsé, Domingo, Mingo Faneca Santacreu, ejercía entonces de chófer. Sí es cierto que la madre biológica de Marsé, Rosa Roca Arans, había fallecido un mes después (1 de febrero de 1933) que naciese Joan (9 de enero). Pero la escena del encuentro de los dos padres, el biológico y el adoptivo, Pep Marsé Palau, en un taxi, es un invento. En realidad, los dos padres ya se conocían: ambos estaban afiliados a Estat Català. O sea que, más que un taxi, es el independentismo lo que está presente en la conversión –que no se legalizará hasta 1961, cuando Marsé tiene que sacarse el pasaporte para viajar con una beca a París– del niño Joan Faneca Roca en Joan Marsé Carbó.
Juan Marsé: Lo que en cierto modo me entristece, porque, como he dicho varias veces, me habría encantado descubrir algún día que mis antepasados pertenecían a un clan de intrépidos piratas. Pero, por otra parte, el descubrir que mis dos padres se conocieron en las filas del Estat Català quiere decir que estoy lo suficientemente vacunado como para resistir a cualquier desagradable ataque de independentismo.
Señor Cuenca, ¿qué ha descubierto entre los papeles que guardaba Marsé?
J.M.C.: Pues, entre otras muchas cosas, la primera versión de Viaje al Sur, un libro que le encargó la editorial parisina Ruedo Ibérico. Marsé lo escribió a su regreso de París, en julio de 1962, en un viaje por Andalucía con su amigo Antonio Pérez y el fotógrafo Guspi. El libro no llegó a publicarse. No se trata de un borrador, y pese a ser una primera versión creo que debería publicarse –Marsé podría revisarlo y completarlo–. Las descripciones, los retratos que hace de los muchachos endomingados del barrio sevillano del Cerro del Águila son estupendos. Allí asoma ya el Pijoaparte. Además, las fotografías de Guspi son excelentes. Sería una lástima enterrarlo definitivamente.
¿Y qué piensa Marsé?
J.M.: Pues eso, que se trata de una primera versión, que han pasado muchos años y que, en mi opinión, no debería publicarse.
El capítulo dedicado a Paulina Crusat, una dama elegante y generosa, es una preciosidad...
J.M.C.: Paulina Crusat está completamente olvidada, pese a que hay una tesis inédita sobre ella, de María Carmen González, La memoria en las novelas de Paulina Crusat: una lectura en clave autobiográfica; una tesis presentada en 2005 en la Ohio State University, y que se puede hallar en internet. Es una gran injusticia. Marsé se puso en contacto con la escritora, que entonces residía en Sevilla, a través de su madre, una anciana de la que cuidaba Berta, la madre de Marsé. Fue ella quien le dio la dirección de su hija.Esto ocurría en 1956. Y Marsé le escribió, y la señora Crusat, nacida con el siglo, le contestó, concretamente el 15 de enero de 1957. Marsé, un autodidacta que trabajaba en un taller de joyería, empezaba a escribir y Paulina le fue de una gran ayuda. Su generosidad con él es encomiable. La correspondencia entre ambos es un gran descubrimiento pues nos permite ver cómo se gesta el Marsé escritor. Es una correspondencia, la de Paulina, en la que se mezclan palos y caricias. Marsé se duele de que tiene que entrevistar a Lola Flores y ella le responde: “No se queje, Marsé. ¡Qué más quisiera yo que entrevistar a Lola Flores!”. Le dice lo que tiene que leer, le descubre a Camus…
J.M.: Sobre todo tengo que agradecerle que me descubriese a los novelistas del XIX…
J.M.C.: La carta en que le dice que debe leer Guerra y paz es una delicia…
J.M.: Era una persona muy atractiva, muy fina, muy elegante y generosa, como reza el título del capítulo (La última novela de Marsé, Noticias felices en aviones de papel, está dedicada a Paulina Crusat, “que me abrió la puerta”).
Dice usted en su libro, señor Cuenca, que el escritor Juan Marsé “era (y sigue siendo) directa e intensamente detestado desde las instancias oficiales del catalanismo”. Y cuenta usted una anécdota ocurrida cuando se gestaba el Pacte Cultural que aupaba el conseller de Cultural, Joan Rigol, y que acabó fracasando “porque no le gustaba nada a Jordi Pujol”. Al parecer, alguien sugirió el nombre de Marsé para las reuniones previas al pacto, y el conseller respondió: “No puedo llamar a Marsé, a él no, porque si lo hago, los míos me devoran”.
J.M.C.: Marsé nunca ha ignorado la aversión que le ha tenido y le sigue teniendo el nacionalismo oficial. A fin de cuentas, se lo ha ganado a pulso no sometiéndose a la omertà de la que participan muchas gentes de la cultura en Catalunya, silentes en la vida pública y al mismo tiempo locuaces y críticos en reuniones reducidas sin micrófonos ni cámaras por medio.
¿Señor Marsé...?
J.M.: Sin comentarios. Detesto los escritores mediáticos y estoy harto de explicar por qué no escribo en catalán. Cuando era joven me planteé si debía firmar mis libros Joan o Juan. Como escribía en castellano, decidí firmar Juan. Como el amigo Cuenca, creo que sólo hay una cultura catalana, la que se realiza en catalán y en castellano, la que realizan los ciudadanos de Catalunya.
Señor Cuenca, me pareció muy interesante el capítulo que dedica al fallecido proyecto de que Víctor Erice acabase dirigiendo la versión cinematográfica de El embrujo de Shanghai, la novela de Marsé que dirigió Fernando Trueba, y en cuyo guion Erice había estado trabajando durante cuatro años.
J.M.C.: Más que interesante, se me antoja un acto de justicia que Víctor se merecía. Al publicar parte de la correspondencia entre Erice y Marsé, creo que queda bien claro que Víctor fue una víctima del productor, Andrés Vicente Gómez, cuyas declaraciones al diario ABC, después de que Víctor publicase su espléndido guión, son dignas de figurar en el mejor manual de la historia cósmica de la infamia. (Refiriéndose a dicho guión, Andrés Vicente Gómez dijo: “Erice, que no tiene notoriedad por lo que hace, quiere tenerla por lo que no hace”). Víctor se merecía ese capítulo y mucho más. Me consta que le ha resultado doloroso remover ese episodio.
J.M.: Yo siempre he dicho que el guion de Víctor es mucho mejor que mi novela. Me duele que Víctor, el mayor talento del cine español actual, como le dije a Andrés Vicente Gómez en su día y a quien propuse para dirigir la adaptación de mi novela, no acabase dirigiéndola. La película de Fernando Trueba me parece una birria (salvo Fernando Fernán Gómez encarnando al capitán Blai).
Señor Marsé, en su diario de 2004 decía que le gustaría que en su lápida pusiera: “Por fin soy el escritor invisible”. ¿Todavía lo piensa?
J.M.: Ya he dicho que detesto los escritores mediáticos, pero no me refería al escritor, sino a la escritura, a la escritura invisible: cuando leo una novela no me gusta pensar en el autor.

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