"En
el policial argentino están las dos grandes corrientes del género, el
policial de enigma y el policial negro, los dos estilos están muy
presentes en la historia", sintetiza De Santis
DE SANTIS: "Una buena novela policial es una buena novela a secas".foto.fuente: Revista Ñ |
Una buena novela policial es una buena novela a secas”, lanza
Pablo de Santis y ese “a secas” queda vibrando en el largo silencio en
el que se sume el escritor. “El policial ha invadido totalmente la
literatura. Está presente en la mayoría de los libros. Hay novelas que
no son específicamente del género, ya no hay colecciones de policiales,
pero el policial atrapó a todos los géneros. La idea de contar una
historia que tiene relación con otro relato oculto es algo que está en
nuestro inconsciente narrativo”, había dicho poco antes.
Con eso
acuerda Guillermo Martínez y se mete de lleno en el policial argentino:
“En la literatura argentina el policial tiene un rango curioso porque no
está condenado a priori , como ocurre en otras literaturas en
las que los títulos del género van directamente a los anaqueles de la
subliteratura. Creo que gracias al trabajo de Jorge Luis Borges y Adolfo
Bioy Casares, a la gran selección de novelas que hicieron en la
colección del Séptimo Círculo entre el gran cúmulo de policiales de la
época, muchos autores argentinos, si no todos, han escrito alguna novela
que toca lo policial o es estrictamente policial. Es un género muy
estudiado, frecuentado y con un prestigio literario construido a partir
de relatos canónicos como ‘La muerte y la brújula’, de Borges, o Rosaura a las diez,
de Marco Denevi. Estos autores mostraron que se puede hacer gran
literatura con un pie, casi una excusa, en lo policial”, sopesa el autor
de Crímenes imperceptibles y apunta nombres a esa
nutrida lista de autores que se aventuraron en el género a lo largo las
generaciones. “Siempre hubo un costado plebeyo pero con cierto prestigio
académico ligado a lo policial en la literatura argentina”, comenta.
Para
De Santis ese atravesamiento explica no sólo la vitalidad del policial,
sino otros muchos fenómenos que desbordan lo literario. “Una marca, en
general, de toda la cultura argentina es la sofisticación de lo popular,
hay elementos populares, pero siempre se llega a un nivel de
sofisticación que tiene que ver con los cruces de nuestra sociedad entre
lo que se considera alta cultura y cultura popular. Ocurre, por ejemplo
en la historieta, y en la novela policial que tiene los elementos
populares del género pero a la vez siempre alimenta ciertos debates de
ideas, cierta reflexión sobre el género”, señala.
La larga historia del policial, interviene Vicente Battista, comienza sobre el final del siglo XIX con la aparición de Las huellas de crimen,
de Raúl Waleis, aquel primer texto que, dice, “da a la Argentina el
orgullo de ser el primer país en lengua española que publica una novela
policial”. Una llama encendida en 1877 que permanecería ardiendo en las
antorchas de Borges, Bioy Casares, Leonardo Castellani, María Angélica
Bosco y Rodolfo Walsh, acaso un pequeño puñado de los que cultivaron
aquel género con rasgos clásicos; y, aunque con una impronta más marcada
del policial negro norteamericano, en autores como Juan Sasturain, Juan
Carlos Martini, Ricardo Piglia, Carlos Balmaceda, Rubén Tizziani,
Ernesto Mallo y el propio Battista, entre muchos, muchísimos otros.
Porque, como coinciden los autores consultados, son pocos los escritores
que no han incursionado con mayor o menos énfasis en el policial.
“En
el policial argentino están las dos grandes corrientes del género, el
policial de enigma y el policial negro, los dos estilos están muy
presentes en la historia”, sintetiza De Santis y confiesa su cercanía
con el policial de intriga. Ese que, en palabras de Martínez, ha sido
dejado un poco de lado en las obras contemporáneas. “Se lo considera
casi un acertijo y hay una especie de menosprecio por este subgénero que
en la jerga se llama el ‘ Who done it ’ (quién lo hizo) con el
que hay un fuerte malentendido porque se piensa que la gracia de estas
novelas se extingue cuando aparece el nombre del criminal. Eso, para mí,
es una manera muy reduccionista y vulgar de mirar al género, me parece
que si el policial clásico perdura es porque los hechos se presentan de
cierta manera, con un cierto orden, una cierta lógica que parece la
lógica verdadera que rige esos hechos y en el final, junto con el nombre
del criminal, aparece un ordenamiento diferente de los mismos hechos y
se revela una verdad escondida y oculta que está por detrás. Se revela
mucho más que el responsable de un crimen –considera el autor de La muerte lenta de Luciana B–. En ‘Las leyes de la narración policial’ –un ensayo muy lindo de 1933, recogido en Textos recobrados–
Borges propone leyes para la narración policial y escribe
explícitamente siete u ocho y si uno lee con cuidado aparecen otras
siete u ocho que están implícitas. Pero, entre las que menciona, la
última habla de la necesidad y maravilla de la solución. Es decir, que
el que lee novela policial lo hace: por un lado como un desafío
intelectual, y por otro con la esperanza de ser maravillado, sorprendido
y maravillado por la solución. Hay algo del orden del acto de
ilusionismo en la novela policial y, para mí, ese es el mecanismo que
todavía funciona cuando las ideas son lo suficientemente astutas”,
cierra Martínez en una suerte de alegato a favor del policial de enigma,
con el que trabajó en su más célebre novela Crímenes imperceptibles ,
llevada al cine en 2008 por Alex de la Iglesia.
Cierto es que en
un momento, la arena del policial enigma en nuestro país fue arrasada
por el auge del policial negro, en la visión de De Santis, porque “hubo
una generación, la anterior a la nuestra, que idolatró a Raymond
Chandler y Dashiell Hammett. Les atraían mucho todos estos escritores y,
en general, desechaban al policial clásico, creo que por el artificio,
por esa figura del detective que es una especie de aficionado, amateur
que no se sabe de qué vive”. Puesto a hablar de las dos corrientes del
género, Battista se arriesga y afirma que el policial negro salvó del
olvido al policial clásico: “El policial, esto nadie lo discute, nace
como género con Edgar Allan Poe. A cincuenta años de la muerte de Poe
nace Hammett. Muere el fundador del policial enigma y nace el del
policial negro. Si no hubiese existido el policial negro, hoy no
estaríamos hablando del policial, hubiera muerto por sí solo, porque hay
un momento en el que no hay más enigmas que resolver. En el policial
negro, al no haber enigma, sólo se cuentan como son las cosas. Si no
hubiera existido el policial negro, el policial enigma se hubiera
apagado”.
Para Martínez esa idea se basa en un equívoco: “Algunas
categorizaciones se hacen, a veces, con demasiada liviandad. Se supone
que la novela de enigma es puramente acertijo y juego intelectual pero
basta leer con un poco de cuidado las novelas de Agatha Christie para
ver también que a través de ellas se puede hacer un estudio de la
sociedad inglesa de la época”, dice. Por el mismo lado avanza De Santis y
afirma que para él, la ciudad de Los Angeles de Chandler no es más real
que las casas de campo inglesas de Agatha Christie. “Yo creo que ningún
valor literario logra sobrevivir por su relación directa con una
determinada realidad social, siempre sobreviven por valores autónomos a
la misma obra”, expone el autor de El enigma de París
(Premio Planeta-Casamérica 2007) y afirma que desde su punto de vista en
la novela policial de intriga está el atractivo de que a la verdad se
llega por indicios, y aunque sean relatos fantasiosos sirven a las
personas reales para pensarse en la realidad y en la búsqueda de la
verdad. Asimismo considera que a las novelas negras se las exaltan, a
menudo, por motivos equivocados. “Para mí son maravillosas, pero no
porque reflejen la sociedad mejor que la novela de enigma, sino porque
han inventado otra mitología del detective, tan convencional como la
anterior”.
Investigadores que se camuflan tras los anteojos de ver
de cerca de un juez de paz, en la informalidad de algún periodista, la
serenidad de algún bibliotecario, la curiosidad del librero. El policial
argentino ha tenido que buscarle la vuelta a la figura del detective
para no caer en perfiles forzados y artificiosos, tal vez por ese manto
de oscuridad, tragedia, dolor y miedo que se asocia inevitablemente a la
institución policial en nuestro país. Y en esa búsqueda por abrirse a
los posibles avatares del detective clásico, se construye una de las
principales innovaciones del policial más actual. Pero hay más, bastante
más.
El editor y crítico literario Jorge Lafforgue, autor de Asesinos de papel
y de una fundamental antología de cuentos policiales argentinos,
advierte que estamos ante un momento particular para el género. “Hoy,
aquí en la Argentina, hay un fuerte movimiento dentro del relato
policial, pero no es un hecho aislado, en el mundo, como bien sabemos,
hay grandes escritores del policial, ha habido una especie de
resurgimiento del policial sin que este haya muerto nunca. Pero en esta
época hay algunos signos distintivos respecto de las anteriores”.
Si
décadas atrás había colecciones renombradas y claramente establecidas
de policial, si las revistas difundían relatos fundamentales a precios
accesibles, si autores como Chandler y Hammett se vendían en los kioscos
de revistas y había concursos que hoy no encuentran equivalentes,
cierto es que por entonces no existían encuentros como los que propone
el Festival Azabache, de Mar del Plata, y el BAN! (Buenos Aires Negra) a
realizarse en los próximos días. La cosa está en movimiento y con el
ruido del andar sólo parece posible hacer algunos apuntes.
“Yo
distinguiría un par de cuestiones –explica Lafforgue– por un lado hay un
grupo de narradores que se asumen como escritores de policiales, y en
cuyas obras los signos del policial son claros, y otro sector de
escritores que me interesan porque marcan un camino tal vez distinto.
Los primeros son los más conocidos: Pablo de Santis, Claudia Piñeiro,
Guillermo Martínez, Leandro Oyola…, etc. Ahí puedo decir que encuentro
textos muy buenos pero que me remiten al pasado. Vamos a poner un caso
clave: hay un escritor, Diego Grillo Trubba, que tiene unos volúmenes de
novela policial histórica Crímenes coloniales. A mí me
parece que son construcciones que denotan una muy fuerte investigación
histórica, una recreación de época y una trama policial interesante y
bien resuelta. Pero no me parece que sean novedosos, salvo en el sentido
de que sí establecen un relato policial que tiene que ver con el pasado
histórico, cosa que no tiene precedentes. Pero eso es sólo en términos
temáticos y no términos de procedimientos”, sentencia el editor y señala
también las novelas de Claudia Piñeiro, Las viudas de los jueves, Betibu
que, dice, introducen una temática que es nueva, la de los barrios
cerrados, pero que en términos generales se inscriben claramente en la
historia del policial. “Descubren nuevos ámbitos narrativos e introducen
algunos procedimientos novedosos pero son claramente clasificables”,
dice Lafforgue.
Ahora, los otros, los que abren una nueva
vertiente, dice el editor, son los narradores que sin inscribirse o
embanderarse en el género policial marcan caminos distintos,
alternativos. “Me parecen muy atendibles e interesantes casos como el de
Carlos Gamerro, sobre todo con Las islas. Esto remite a
algo que alguna vez trabajó Ricardo Piglia. El observó la manera en que
el policial atraviesa la historia de la literatura argentina, no
solamente como subgénero específico, sino en la manera en que
lateralmente se cuela y aparece en otros géneros que no son
estrictamente policiales. Esa observación me parece pertinente para
hablar de lo que sucede en estos momentos con la literatura en la
Argentina”, resume Lafforgue.
Con nuevos lenguajes y en la
incorporación de nuevos sectores y actores sociales, los relatos
policiales transitan caminos ya andados y van tiñendo las páginas de la
narrativa en términos más amplios. En esa niebla en que navegan los
géneros, sin las amarras de las colecciones que los confinaban a ciertos
anaqueles, el enigma, el misterio y las muertes siguen siendo
detonadores de todo tipo de oleajes en las sociedades. De Santis alude
al modo en que Graham Green dividía su obra entre las novelas serias y
las novelas de entretenimiento hasta que descubrió que esa distinción no
tenía sentido alguno. “Para mi –dice De Santis– el policial es una
manera de conducir el relato. La novela no es la historia, la historia
es un modo ordenado de mostrar un mundo narrativo autónomo”.
En
ese universo narrativo ciertos artilugios del policial condimentan el
relato y obligan al lector a comprometer todos sus sentidos, tal vez por
eso, como han machacado cada uno de los consultados, una buena novela
policial es, a secas, una buena novela.
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