2.7.15

Bajani: "Soy insoportable cuando estoy escribiendo. Una especie de Dr. Jekill y Mr Hyde"

Es uno de los escritores más aclamados de la nueva narrativa italiana. Obsesivo y exigente en sus tramas y en su lenguaje, acaba de publicar en castellano su última novela, Saludos cordiales

Andrea Bajani, autor italiano de Saludos cordiales./elcultural.es

No hay premio literario en Italia que se le resista. Y es que este periodista y escritor romano, nacido en 1975, es una de las voces más reconocidas de la literatura italiana contemporánea y en sus escasos cuarenta años de vida ya se ha hecho con el Premio Bagutta, el SuperMondello, el Recanati, el Brancati además de reclutar un clamoroso éxito de ventas con cada una de las novelas que ha publicado hasta la fecha. Tras la lectura de esta última, Saludos Cordiales (Siruela), el gran Antonio Tabucchi dijo haber encontrado en sus páginas "una emoción que la literatura italiana no me daba desde hacía tiempo".

Nos recibe en la terraza del hotel que ocupa en Barcelona, en una mañana del día más largo del año bajo un calor infernal. "Me siento muy feliz viviendo en el Norte (comenta Bajani que lleva años viviendo en Turín después de haber pasado otros tantos en Berlín), pero nací en Roma así es que no puedo evitar sentirme muy cómodo en las ciudades mediterráneas, como Barcelona".

- Periodista, escritor... ¿Con qué se queda?
- Me siento escritor por encima de todo. El periodista debe contar lo que ha visto, ese es su objetivo además de su responsabilidad, mientras que el escritor debe escribir sobre lo que ha soñado. Los periodistas han de tener los ojos muy abiertos y los escritores los tenemos cerrados porque ese gesto nos permite divagar e imaginar. O sea que los escritores somos realmente los traidores de los periodistas.

- ¿Cuándo supo que quería ser escritor? - Muy joven, y lo decidí a causa del miedo a la realidad y a mi incapacidad por afrontarla. Los niños no tienen herramientas para actuar en el mundo porque todo está concebido para los mayores, así es que se inventan juegos en los que ellos representan a personajes imaginarios. Tampoco saben hablar y entonces se inventan las palabras. Y los escritores hacemos lo mismo: no sabemos estar dentro de la vida y creamos algo ficticio, construimos nuestra casa a base de palabras. En definitiva eso es la escritura. Yo de niño ya tenía una imaginación increíble, y ahora como adulto todavía la tengo más desarrollada.

- De manera que la literatura es un refugio
- Más o menos. La literatura trata de poner en discusión las certezas del mundo, desmontarlas, moldearlas, deformarlas. Como si fuera plastilina.

- Su última novela arranca de una situación por la que están pasando muchas personas en Italia y en España: los despidos laborales. ¿Se trata de un hecho autobiográfico?
- Sí, aunque lo viví de un modo colateral. Hace unos años yo trabajaba en una agencia de comunicación, y alternaba esa ocupación con la escritura. Un día mi jefe me pidió que escribiera una carta de despido para otra persona. Me resultó muy embarazoso ese encargo, e intenté zafarme de él. Pero mi jefe insistió en que la redactara, ya que yo era escritor y eso a sus ojos me convertía en alguien apto para decir algo tan grueso con buenas palabras. Me dolió tener que hacerlo, y me pareció que eso prostituía algo tan noble y tan bello como la literatura. Pero lo hice, claro. Y así nació el germen de esta historia. Todos somos vulnerables a ser despedidos, eso nos hace ser muy frágiles. Y al final en las empresas no cuentan las personas, sino sólo los números.

- ¿Por qué cree que ha conectado tan bien este libro con los lectores, además de con la crítica?
- Porque es una historia contemporánea y real, pero contada desde una perspectiva muy profunda. Creemos que las fotografías nos inmortalizan pero no es cierto, porque se borran con el tiempo. Mientras que las buenas historias sí que permanecen siempre vivas. Esta novela habla de como recuperar los sentimientos auténticos, las relaciones personales puras... hay una trama, pero además hay algo muy hondo que trasciende a eso: se habla de muchas cosas a través de esa historia.

- Hasta el admirado y laureado Antonio Tabucchi dice haberse emocionado con sus páginas
- Él es un gran maestro de la palabra y lo que más le gusta de esta novela es el lenguaje que uso, le ha perturbado mi manera de expresarme. Siempre dice que uso un lenguaje vivo.

- ¿Están reñidos la calidad literaria y el éxito de ventas?
- Según se mire. Yo vendo mucho y me alegra, pero eso no significa ser un buen escritor, de la misma manera que no vender no significa ser un mal escritor. En mi opinión la calidad aparece en cuanto un autor se ocupa de confirmar su propia visión ante los lectores, prescindiendo de si va a vender o no.

- ¿Sufre o disfruta cuándo escribe? - Disfruto una barbaridad, pero sólo mientras escribo. Antes y después sufro muchísimo. Yo creo que cualquier persona que se dedica a una actividad creativa pasa estos momentos de angustia y de vacío y esto tiene una solución muy fácil: escribir o crear continuamente.

- Su lenguaje es depurado y limpio, ¿eso le obliga a corregir continuamente? - Sí, y también me hace desechar mucho de lo que escribo. Mi producción no pasa de las dos páginas diarias, y para conseguirlas estoy unas ocho horas frente al ordenador, repartidas entre la mañana y la tarde, con una única parada para hacer jogging y para comer. Soy mi peor jefe: exigente, estricto y despiadado. Soy insoportable cuando estoy escribiendo: obsesivo, meditabundo e insociable. Me comunico muy poco. En cambio una vez acabo me convierto en lo contrario: amistoso, comunicativo y relajado. Una especie de Dr. Jekill y Mr Hyde.

- ¿Qué lee mientras está escribiendo?
- Sólo puedo leer poesía, que me pone en marcha y me estimula, igual que el deporte. Y huyo de autores a los que admiro profundamente pero cuyo estilo es tan fuerte y poderoso que puede llegar a contaminarme: Beckett, Faulkner, Bernhardt o Celine.

- Y, para acabar, qué le resulta más difícil a la hora de escribir: ¿construir una historia, dibujar unos personajes...?
- No, para mí lo más difícil con diferencia es encontrar la voz. Es como si un obóe no encuentra su tono antes de empezar a sonar.

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