9.5.14

Bonnett: "Los escritores estamos llamados a hablar de eso, a ser transgresores del miedo"

La escritora colombiana vino a Buenos Aires a presentar  Lo que no tiene nombre,  un libro sobre el suicidio de su hijo

En Buenos Aires. Piedad Bonnett en La Rural, horas antes de presentar su Lo que no tiene nombre./revista Ñ

“Me voy a poner el pañuelo, no sea que piensen que estoy de luto”, dice Piedad Bonnett (Colombia, 1951) en la Sala de Prensa de la Rural y sale atrás del fotógrafo. Se ríe de sí: está de luto. Su hijo Daniel se suicidió el 14 de mayo de 2011 en Nueva York. Ella lo supo casi enseguida: el chico, de 28 años, estudiante y esquizofrénico, había quedado en ir al teatro con una de sus hermanas. Pero no fue. La llamó su hija, que le dijo “mamá” y después: “Daniel se mató”. Escuchó eso y empezó un viaje largo. El primer tramo la llevó, junto a su marido y en un avión, a Nueva York. Allí, reunir las cosas de Daniel, ver, con los ojos que se llenan de lágrimas, que “cuidadosamente alineados sobre el escritorio están el reloj, la billetera, el iPod, el teléfono móvil”. Saber, cuando se cruza con una vecina en un pasillo que le cuenta que oyó correr en su techo, qué pasó: “Entonces todo termina de aclararse: la ventana abierta, la escalera de incendios que trepa hasta el techo del edificio”.
Bonnett es una escritora experimentada. Este, en el que cuenta o más bien en el que se pregunta sobre la vida y la muerte de su hijo, Lo que no tiene nombre, que está presentando en la Feria del Libro de Buenos Aires, es su duodécimo libro, un libro en el que la literatura le da una fuerza tan sofisticada como articulada a un proceso brutal, a eso que, justamente, pareciera no tener nombre. Hay, dicen que debería haber, una distancia entre un texto y la vida, entre un texto y su autor. Bonnett, que ha sido profesora de literatura durante muchos años, ya lo ha pensado.
“La gente tiene pasión por la realidad. Creo que con este libro mío pasó eso. Saber que eso sucedió, a la gente le crea una convulsión” dice. Y pregunta: “Si te dieran a escoger entre la literatura y la vida, ¿tú que escogerías?”
–No sé, supongo que la vida.
–El hecho real apasiona. Pero te preguntas también hasta dónde es real lo real. En relación con mi libro, la pregunta es Daniel, ¿fue víctima de QUE?, ¿se mató POR QUE? No lo puedes dilucidar. Y esa oscuridad es lo que hace que la literatura siga existiendo.
–Escribir el libro y publicarlo, ¿fue compartir el duelo?
–Sí. Yo saco este libro y el primer día, cuando lo presento, vienen 700 personas. Y todo el mundo llegó con el libro en la mano, ya lo habían leído. Y cuando se acercaron para la firma me di cuenta de que en realidad a lo que venían era a contarme una historia. Eso no ha parado. La mamá, el muchacho que me cuenta sobre su enfermedad. Se me vinieron todos encima, como si necesitaran hablar. Hablar con alguien: mucha gente no habla de esto con nadie. Fue como destapar un tabú. Todos los días me llegan cartas. Las contesto todas. Incluso revisé mi concepto de la literatura. No creo que tenga que ser misionera en algo. Pero cuando se te acerca la gente movida por el dolor que tú mismo promoviste, sería muy horrible el desdén, porque entonces el escritor pierde su condición humana a los ojos del lector.
–Leer a otros fue uno de tus modos de escribir también.
–Yo me aferré a eso porque no tengo religión. En los libros ha estado siempre mi religión. Yo leo poesía para encontrar no sé si sentido, pero sí belleza en el sin sentido, para creer en lo humano.
–Tu religión de los libros sería un humanismo.
–Sí, es la vía que siempre he tenido para trascender. Pero escogí leer también para nutrirme. Y empezó a funcionar de una manera tan bárbara que en un momento tenía tantas citas y tantas posibilidades de decir cosas a partir del diálogo con los otros que tuve que empezar a cortar y cortar y cortar.
–¿Cuándo empezaste a escribir?
–Rapidísimo. Daniel se mató en mayo y yo estaba escribiendo en agosto. Como el pensamiento era tan vertiginoso, ya desde que me monté en el avión para ir a Nueva York empecé a reflexionar sobre el sentido de esa vida y de esa muerte. Y rápidamente los elementos se fueron acomodando, constituyendo una historia muy aterradora. Que es la historia de cualquier vida atravesada por un dolor. O incluso de cualquier vida. Esto tenía una significación que para mí era existencial: nos remite al “¿por qué?”, a la pregunta del sentido. Y muy rápido, creo que son recursos de supervivencia al horror, muy rápido tuve los recursos narrativos. Esto me llega los 60 años.
–Te da miedo el momento en que publiques un nuevo libro y tengas que dejar de hablar de este?
–Mira, ya habido otras muertes. Cuando terminé el libro. Cuando para el primer aniversario de su muerte me puse a hacer un catálogo de su obra y lo tuve que entregar. Pero hay un momento que el silencio tiene llegar y ya, es mi pena. Ahora voy a escribir un libro que indirectamente me remite a él. Dos libros. Entonces se desprenden cosas que ya no tiene que ver con el nombre de Daniel, es lo que él me regala de alguna manera. Yo leí una cosa muy bonita y muy dura, de Jean Améry, que es muy descarnado y muy brutal, dice que no hay muerte que no traiga beneficios. Por ejemplo, queda una herencia. Por ejemplo ya no hay que ir a llevarlo a que le hagan la diálisis. Es violento, ¿no? Los escritores estamos llamados a hablar de eso, porque en principio tenemos que ser transgresores del miedo. Entonces nosotros también tuvimos ventajas. Lo que estábamos invirtiendo en la educación de Daniel en la Universidad de Columbia se lo dimos a nuestros nietecitos, casi simbólicamente. El público, a veces, hace preguntas horribles. No siempre les hago caso, pero uno me preguntó si a Daniel le hubiera gustado este libro. Yo le dije que a Daniel lo hubiera horrorizado este libro, porque estoy diciendo lo que él nos pidió siempre que ocultáramos. Y el segundo paso es que Daniel está muerto. Ya no tengo que pedirle permiso a Daniel.

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