6.5.14

Manguel: "El lector sigue decidiendo qué es un texto"

Hace pocos meses el gran ensayista argentino sufrió una embolia, cuyos detalles reconstruye aquí con tonos íntimos, de una milagrosa lucidez. Ante la reedición de su clásica Historia de la lectura, analiza el crítico momento del ritual de los libros y comparte sus visiones

Alberto Manguel sufrió una embolia pero sigue leyendo./revista Ñ
Tiene algo de enciclopedia este libro que nos cuenta cómo ha sido la lectura a lo largo de la Historia. Como un universo que todo lo contiene, al recorrer seis mil años de palabra escrita, desde las tablillas de arcilla del cuarto milenio aC. hasta los tomos impresos y las licencias de lectura electrónica. Se trata de
Una historia de la lectura,de Alberto Manguel que se ha reeditado (Siglo XXI). Aunque no ha sido actualizado, es un tesoro con olor a descubrimiento, a hallazgo precioso. Aquí, bajo el consejo de un guía exquisito, volvemos a leer el retrato de lectores que cruzan el tiempo y las clasificaciones de autores (también lectores) como Aristóteles o Borges, Virgilio o Dickens. También por librerías, ediciones, bibliotecas y los rincones del mundo de la lectura. “A nosotros los lectores de hoy, en teoría amenazados con la extinción, aun nos queda por aprender qué es la lectura” dice Manguel en este libro que releemos. Estas palabras que mandó por escrito desde su hogar francés refieren a lectores y lecturas comprometidas y hablan de la infinitud del libro.
–Borges –en una muy conocida declaración de principios– decía que se enorgullecía más de lo que había leído que de lo que había escrito. ¿Cómo se calificaría usted como lector?
–Si la práctica sirve para algo, creo ser un buen lector, ya que van a ser más de sesenta años que practico este ejercicio.
–¿Cuándo se concibió el Manguel lector? ¿Qué pasaba en su vida en ese momento?
–Tenía tres o cuatro años cuando aprendí a leer. Antes, no había pasado nada, o al menos nada que pudiera poner en palabras. Después de ese momento, todo.
–Uno de sus trabajos clave en su vida intelectual ha sido el de lector para Denoél, Gallimard y Les Lettres Nouvelles en París, y para Calder & Boyars en Londres. ¿Qué características tiene ese trabajo de lector para las editoriales en la actualidad?
–Hoy casi no existe el trabajo de lector en una editorial. En las buenas que logran sobrevivir, el lector es ahora –casi siempre– el editor, que justifica el sacrificio que su oficio implica diciendo que al menos se da el gusto de publicar lo que quiere. Pero en los grandes grupos editoriales, los que deciden son la contaduría y el departamento de ventas, y basan su juicio no en la calidad literaria de un texto si no en el vaticinio de buenas ventas. No son lectores, son ineficaces adivinos que deciden publicar un libro porque el autor ha tenido la valentía de imitar a Dan Brown. Ciertamente no es el prestigio intelectual el que los lleva a elegir un título.
–Usted participó del ritual de leerle a Borges cuando estaba ciego ¿Qué aprendió leyéndole?
–Borges se hacía leer textos no para descubrirlos por primera vez sino para analizarlos. Cuando quedó ciego, decidió no escribir más prosa porque decía que para escribir prosa necesitaba “ver la mano escribir”. Pero después de un tiempo, se le ocurrieron varios cuentos (que constituirían El informe de Brodie ) y antes de empezar a redactarlos, como buen artesano, quiso estudiar cómo los grandes cuentistas que él admiraba habían construido sus relatos. El elegía un cuento (de Kipling, por ejemplo) y yo empezaba a leérselo, pero al cabo de unas pocas líneas me interrumpía para hacer un comentario sobre el estilo, la estructura, el ritmo. Hacía los comentarios para sí mismo, pero claro, yo aprendía escuchándolo.
–¿Esa actividad pareciera haber sido de sesiones infinitas? ¿Tenía algo de Scheherezade en las Mil y una noches?
–Sólo en el sentido que me salvó la vida. De otra manera, hubiera podido acabar siendo dentista o abogado.
–Usted escribió: “Aprendí pronto que la lectura es acumulativa y que avanza por progresión geométrica; cada lectura se construye sobre lo que el lector ha leído antes”. Es una idea que comparto pero no podría constatar. Me da la impresión de que la lectura hoy es fragmentaria y apurada y que no relaciona, precisamente, con posibles lecturas previas. ¿Cree que el contexto ha cambiado y que la lectura hoy se concibe de otro modo?
–No. Cada lectura que hacemos (de un texto electrónico, por ejemplo) es una lectura que ya ha pasado por muchas manos. Un texto electrónico no es nunca enteramente nuestro: alguien lo ha elegido, alguien lo ha copiado, alguien lo ha subido a la red, alguien ha decidido en qué contexto es presentado (“Cuerpo de mujer” de Pablo Neruda, presentado en un sitio dedicado a la literatura chilena no es el mismo texto, aunque las palabras no cambien, presentado en un sitio porno.) A través de esa multitud de lectores que nos preceden, tenemos que abrirnos nuestro propio camino, leyendo un tomito de Austral (colección de literatura de la década del 60) o una novela on-line.
–Ha vivido en culturas, lugares y lenguas diferentes. ¿Qué es lo que más valora de esa diversidad a veces elegida, a veces no?
No tener que juzgar una lengua superior a otra o una cultura más importante que otra, no sentirme obligado a someterme a ninguna nacionalidad, no tener que jurar lealtad a ninguna bandera y a ningún equipo de fútbol, no tener que reconocer a ningún político como una autoridad absoluta. Mi héroe es el Capitán Nemo.
–La pregunta sobre qué es la lectura, ¿es válida hoy? ¿Tenemos respuestas distintas de acuerdo a cada época?
–Cada época responde a su manera, con el vocabulario que tiene a mano. La pregunta no tiene una respuesta definitiva. Los neurocirujanos dicen que si supiésemos qué es la lectura, sabríamos qué es pensar.
–Ha escrito que el actor más importante en el hecho libresco –el lector– no tiene su historia. ¿Eso ha cambiado, el lector manda, es protagonista? Como pregunta Denis Diderot y que usted cita en el epígrafe de su libro: ¿el lector es el amo?
–Eso no ha cambiado. Desde el momento en que se inventó la escritura, el lector es el protagonista principal. La escritura no pudo inventarse sin inventar la lectura primero, ya que no puede establecerse un código de escritura sin antes establecer cómo será descifrado. Y el lector sigue decidiendo qué es un texto: el autor no puede hacer más que resignarse. Aunque imagino que muchos autores quisieran poder susurrar al oído de sus lectores: “¡Qué bueno! ¡Esto es un clásico!”
–¿Sus libros favoritos se mantienen en el tiempo o los va cambiando con el paso de los años? ¿Cómo se vuelven favoritos?
–Son como los enamoramientos: algunos duran toda la vida, como los libros de Alicia , otros se descubren tarde, como Dante, otros nos apasionaron un día pero ya no nos hacen sentir más que un poco de vergüenza por haberlos querido tanto.
–¿Confiesa que no leería a un autor en particular?
–No. Pero me bastan dos párrafos para saber si quiero seguir.
–¿Qué libro importante, conocido, recomendado no soportó o no terminó de leer?
–Son muchos. Entre los contemporáneos, Metaphysique des tubes de Amelie Nothomb, Plataforma de Michel Houellebecq, 2666 de Roberto Bolaño, la interminable trilogía de Stieg Larsson...
–Y respecto de los libros que usted escribió ¿qué clase de lector es en relación a ellos?
–Inexistente. Mis libros no están alojados en mi biblioteca.
–¿El traductor, puede ser un lector de calidad, ideal?
–Un traductor es un lector ideal porque tiene que leer mucho más allá de lo que el autor sabe que puso en el texto. Un traductor es alguien capaz de anatomizar un texto y volver a reconstruirlo sin las cicatrices visibles del monstruo de Frankenstein.
–¿Lee en tablets, iPad, kindles… ? ¿Qué tipo de experiencias le aporta la lectura en soportes digitales?
–No. No he tenido la necesidad de hacerlo.
–¿Cree que estos soportes ayudarán a difundir y a multiplicar la lectura?
–Pueden hacerlo. Pero ningún soporte, por sí mismo, puede volvernos más inteligentes, más curiosos, menos crédulos.
–¿La lectura sana y salva?
–Puede. Salvó por un tiempo a Haroldo Conti en la prisión de sus torturadores militares, salvó a Dostoievsky en su campo de detención en Siberia, salvó a Robinson Crusoe en su isla. También puede perdernos. La lectura condujo a Madame Bovary a su suicidio y al asesino de John Lennon a cometer su crimen.
–Hace pocos días publicó en The New York Times un artículo donde contó en primera persona su internación por una embolia cerebral que sufrió. ¿Cuánto lo ha cambiado el trance que padeció?
–Me he vuelto más cauteloso, más consciente de esa criatura frágilmente milagrosa que es nuestro cerebro, más cansado, más contento de poder seguir leyendo.
–¿Ahora siente que ha cambiado la relación entre pensamientos y lenguaje en su interior?
–Bueno, cambiado no, soy más consciente del proceso.
–¿Qué leyó durante el tiempo de la internación?
Don Quijote . Pienso que para el hospital necesitamos un libro cuyo recorrido ya conocemos, cuyas sorpresas son consoladoras y cuyo autor es un viejo amigo.
–¿Alguien ofició de lector durante su internación?
–No. Afortunadamente no perdí nunca la capacidad de leer. Y cuando no podía leer por estar enredado en tubos y alambres, me recitaba cosas que sé de memoria, cosas buenas y cosas muy malas, porque la biblioteca que llevamos en la cabeza es una de las más generosas que conozco.

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