Una amiga, Luisa Gómez, me envia el siguiente artículo como regalo de escritura de un escritor para un escritor de un escritor para un escritor y así hasta el infinito... Gracias. Lo comparto.
Quedar convertido en instrumento, en oficio, en tarea. FRANCISCO UMBRAL
El escritor se mira al espejo y piensa que es tinta. Solo así hay salvación: cuando uno es lo que respira, cuando uno es aire y bronquio; garganta y ahogo. Solo así hay vida luminosa. Es necesario convertirse en el esperma y en la piel herida. También en el temblor. Y en el ay desgarrado de los orgasmos. Solo así —siendo el oficio, la tarea— se puede estar presente, salpicar las paredes de hiedra o mancillar la memoria de los nuestros.
El papel, la tinta, los minutos. Dejarse de pamplinas, dejarse del que escucha al otro lado con sus ojos, dejarse de la sonrisa y del aplauso. Quedar convertido en puntos suspensivos para seguir mañana, y el año que viene, y después de muerto. Proclamo a un tiempo la voluntad de ser errata y recompensa. De esta manera ya puedo enunciar que soy a la vez el que escribe y lo escrito. La Bovary c’est moi, mi caudillaje y mi obediencia. Soy el soporte que contiene la voz y la ilusión forjada a la sombra del delirio y de los vinos. Y soy, tal vez, solo esa palabra que llena los pulmones y el orgullo: escritor.
Pero ahora estoy aquí sin otro remedio que confundirme con el oficio y la herramienta. Soy lo hacendoso y la pereza que cruza cada línea escrita, y el texto que duerme en la desidia. Porque yo soy de la misma piel y de la misma uña que el Cantar de los Cantares y del mineral oscuro que acumulan mis entrañas. Carbón y poesía habitan en mí no como espuma, sino como oficio, como horario, como tranco imprescindible en el camino.
Porque en el paso soy el talón y el suelo que lo impulsa. No soy otra cosa que tinta que se vierte, no soy más que este oficio antiguo y solitario. Soy deseo, pero deseo de ser la pluma, y su herida. Porque cuando soy todo eso (el margen, la tinta, la cuartilla, el número que marca el orden de los tiempos y la goma que borra), cuando no hay distancia entre la raíz de mis muelas y lo escrito, siento que merece la pena quedarse aquí, sin prisas, hasta que venga la muerte si se atreve.
De nada sirve la almoneda de palabras, la imposición mercantil de los criterios. Yo soy una tinta que se encoge y expande en un latido. Y aquí estoy para dar fe, con rigor de que solo me siento ser si escribo. Escribo y respiro. Me muevo y agonizo. Solo hay palabra: la palabra como trazo del retrato, el sueño como trazo del orgasmo y la muerte como trazo que da sentido a todos los trazos. Tarea, tarea; oficio, oficio.
Entonces la palabra es yo. Soy, ya lo dije, látigo y espalda, inquisición y herejía. Soy la voz que clama y el socorro. Soy yo, un escritor que grita o que silencia como los besos dulces. La máquina herramienta de mi túnel, de mi puente, y del asfalto pegajoso que hierve a mediodía.
Soy el instrumento, el oficio y la tarea. Lo demás no importa. A mí no me importa.
ALFONSO FERNÁNDEZ BURGOS
El escritor se mira al espejo y piensa que es tinta. Solo así hay salvación: cuando uno es lo que respira, cuando uno es aire y bronquio; garganta y ahogo. Solo así hay vida luminosa. Es necesario convertirse en el esperma y en la piel herida. También en el temblor. Y en el ay desgarrado de los orgasmos. Solo así —siendo el oficio, la tarea— se puede estar presente, salpicar las paredes de hiedra o mancillar la memoria de los nuestros.
El papel, la tinta, los minutos. Dejarse de pamplinas, dejarse del que escucha al otro lado con sus ojos, dejarse de la sonrisa y del aplauso. Quedar convertido en puntos suspensivos para seguir mañana, y el año que viene, y después de muerto. Proclamo a un tiempo la voluntad de ser errata y recompensa. De esta manera ya puedo enunciar que soy a la vez el que escribe y lo escrito. La Bovary c’est moi, mi caudillaje y mi obediencia. Soy el soporte que contiene la voz y la ilusión forjada a la sombra del delirio y de los vinos. Y soy, tal vez, solo esa palabra que llena los pulmones y el orgullo: escritor.
Pero ahora estoy aquí sin otro remedio que confundirme con el oficio y la herramienta. Soy lo hacendoso y la pereza que cruza cada línea escrita, y el texto que duerme en la desidia. Porque yo soy de la misma piel y de la misma uña que el Cantar de los Cantares y del mineral oscuro que acumulan mis entrañas. Carbón y poesía habitan en mí no como espuma, sino como oficio, como horario, como tranco imprescindible en el camino.
Porque en el paso soy el talón y el suelo que lo impulsa. No soy otra cosa que tinta que se vierte, no soy más que este oficio antiguo y solitario. Soy deseo, pero deseo de ser la pluma, y su herida. Porque cuando soy todo eso (el margen, la tinta, la cuartilla, el número que marca el orden de los tiempos y la goma que borra), cuando no hay distancia entre la raíz de mis muelas y lo escrito, siento que merece la pena quedarse aquí, sin prisas, hasta que venga la muerte si se atreve.
De nada sirve la almoneda de palabras, la imposición mercantil de los criterios. Yo soy una tinta que se encoge y expande en un latido. Y aquí estoy para dar fe, con rigor de que solo me siento ser si escribo. Escribo y respiro. Me muevo y agonizo. Solo hay palabra: la palabra como trazo del retrato, el sueño como trazo del orgasmo y la muerte como trazo que da sentido a todos los trazos. Tarea, tarea; oficio, oficio.
Entonces la palabra es yo. Soy, ya lo dije, látigo y espalda, inquisición y herejía. Soy la voz que clama y el socorro. Soy yo, un escritor que grita o que silencia como los besos dulces. La máquina herramienta de mi túnel, de mi puente, y del asfalto pegajoso que hierve a mediodía.
Soy el instrumento, el oficio y la tarea. Lo demás no importa. A mí no me importa.
ALFONSO FERNÁNDEZ BURGOS
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