30.8.10

Consejos con mucho humor para no meter la pata

'Cómo no escribir una novela' (Seix Barral)

foto:archivo.fuente:hoy.es

De los fallos se aprende, pero hay algunos que mejor sería no haberlos cometido nunca. Los escritores y profesores de Escritura Creativa Howard Mittelmark y Sandra Newman se ceban en ellos con buenas dosis de humor en un libro reciente, titulado 'Cómo no escribir una novela' (Seix Barral).

Lo primero, claro, es la trama. «Uno de los primeros escollos que debe superar un novelista es el error de creer que lo que interesa a él tiene que interesarle necesariamente a todo el mundo. Una novela es una oportunidad para dar rienda suelta a las cosas que tus compañeros de piso, amigos o tu madre ya no soportan escuchar más», señalan los autores. Insistir en ello, sobra decirlo, lleva al fracaso.
A la hora de presentar a los personajes, no hace falta contar al lector todos los detalles de su vida. Lo importante es la historia. Cuando el autor se pone pesado con sus criaturas es como cuando el informático viene a casa y, en vez limitarse a recuperar la conexión de Internet, le explica al cliente los algoritmos de la encriptación digital.
Los lugares exóticos tampoco valen por sí mismos para armar bien un relato. A nada que se abuse, al lector le puede parecer que lo que tiene delante es un pesado álbum de fotos de vacaciones. Si el protagonista «no hace nada en una isla tropical, pero describe las maravillas de estar en una isla tropical, estamos ante una sala de espera con mucho follaje; follaje que, además, nuestro lector ya conoce sobradamente por la tele, y en alta definición».
También hay que tener ojo con los detalles y, si se ponen, hay que darles un porqué. Si en una escena aparece un chicle encima de la repisa, el lector tiene que saber qué ocurre con ese chicle antes de que acabe la novela. Cuidado además con los sueños. Los autores del libro aconsejan meter uno por novela... que se eliminaría en la revisión final.

27.8.10

¡Animate a escribir un minicuento!

Los invitamos a construir un relato a partir de la consigna


foto.fuente:lanacion.com.ar

¿Qué esperás para armar tu minicuento? ¡Animate! Para esta semana les proponemos una nueva consigna. Esta consiste en la escritura de un relato que finalice: Y no tardamos más de veinte minutos?

En respuesta a las sugerencias de los miembros del foro de cuentos hemos creado este espacio con el fin de brindar una opción más completa y creativa. Podrán dejar sus relatos en el espacio al pie de la página.

Este formato permite cuentos de hasta 1000 caracteres; les pedimos que lo tengan en cuenta a la hora de ingresar sus creaciones.
Los invitamos a continuar compartiendo sus cuentos.
Si desea dejar sugerencias para nuevas consignas pueden hacerlo en participacion@lanacion.com.ar

26.8.10

La historia trágica de un escritor cómico

Uno de los cuentistas de humor más imaginativos y geniales de la literatura inglesa murió hace cien años víctima del whisky

William Sydney Porter, más conocido como O Henry.foto.fuente:revistacredencial.com

Secuestros, amenazas, robos, crímenes, duelos, estafas... Antes de naufragar en whisky y morir a los 47 años, William Sydney Porter, más conocido como O Henry, descubrió que era posible divertirse con cuentos inspirados en algunos de los más oscuros instintos humanos. Otros lo habían hecho antes que él, por supuesto, pero con la intención de estremecer o moralizar, rara vez con la de despertar carcajadas.

O Henry había nacido en 1862 -el 11 de septiembre, para más trágica coincidencia- en el estado de Carolina del Norte y se lo llevó en junio de 1910 una cirrosis hepática copiosamente alimentada desde tiempo atrás. Cuando murió en Nueva York, tras una vida llena de malos momentos, llevaba en el bolsillo veintitrés centavos de dólar. Huérfano de madre desde los tres años, heredó a medias la vocación médica de su padre. Digo a medias porque, a pesar de haber sido un alumno juicioso, un tío suyo lo indujo a ser farmaceuta y trabajar en su droguería.

Al cabo de un tiempo, sin embargo, le dio por aventurar y se hizo pastor en un rancho de ovejas texano. En la hacienda convivió con inmigrantes chicanos, aprendió a defenderse en español y descubrió el alcohol, cuyo consumo lo acompañó hasta el último día de su vida. Llamado por un amigo, se trasladó a Austin, donde se transformó en burócrata de la Oficina de Registro de Bienes. No le iba mal. Tenía un buen salario, en sus ratos libres tocaba mandolina en una orquesta y se enamoró de una jovencita rica, pero que padecía principios de tuberculosis. Cuando los padres se opusieron al matrimonio, se marcharon a vivir juntos, como cualquier pareja del siglo XXI.

Pero, cosas de la mala pata, sus amigos políticos perdieron las elecciones y con ellos se fue el cargo que ocupaba. Para peor, su primer hijo murió a los pocos meses y agregó otra nota trágica a un hombre que, a pesar de todo, siempre supo sonreír y extraer sonrisas.

El primer Rolling Stone

En 1894 -mucho antes de que existieran el rock, Mick Jagger, los Rolling Stones y la revista de ese nombre que hoy conocemos- funda un semanario de humor así titulado. Fracasa, por supuesto, como corresponde a casi todas las publicaciones satíricas. Sin embargo, un editor inteligente del Houston Post entiende que detrás de ese malhadado periodista hay un excelente escritor cómico y le encarga una columna diaria que goza de éxito inmediato.

Un poco antes de ello, O Henry había saltado de la burocracia oficial a la particular, cuando le ofrecieron ser contabilista de un importante banco y aceptó. Ojalá no lo hubiera hecho, porque el prometedor empleo se convirtió en fuente de nuevos problemas. Al cabo de unos meses, el banco lo acusó de haber desviado dineros a su propio bolsillo. Porter alegó su inocencia pero, por precaución, decidió retirarse discreta y velozmente hacia el exterior.

El 7 de julio de 1986 huye hacia Honduras y vive un tiempo escondido en un casposo hotel de Trujillo, como si eso fuera mejor que una buena celda en una prisión gringa. Allí, en la caliente, histórica y pequeña ciudad costera hondureña, Porter pule aún más su español y empieza a escribir cuentos. En uno de ellos utiliza por primera vez una expresión que se ha empleado innumerables veces en varios idiomas, pero por la cual ha recibido poco crédito: "banana republic".

Su estancia de siete meses en Centro América se manifestará después en varios cuentos donde Anchuria es un país imaginario que corresponde a Honduras y Coralio una ciudad que se parece mucho a Trujillo.

El plan era llevar la familia a Honduras, pero Athol, su esposa, enferma gravemente. Obligado a regresar para atenderla, William Sydney Porter se entrega a las autoridades poco antes de que fallezca la mujer. El juez considera que el joven viudo es culpable de desfalco y lo condena a cinco años de cárcel en la penitenciaría de Columbus, Ohio.

Es allí donde Porter recupera el seudónimo O Henry, con el que había firmado unos pocos textos cuando vivía en Austin.

¿Y esa O? ¿Y ese Henry?

¿Por qué O Henry, sin punto después de la O y sin más pistas que una inicial sobre el posible primer nombre? No está claro. Algunos dicen que lo tomó del gato de la familia y otros que lo inspiró un farmaceuta francés; no falta quien lo arma a partir de un complicadísimo juego de palabras donde aparecen el estado de Ohio y el vocablo penitenciary. El propio Porter, que era un mamagallista irreprimible, daba una versión diferente cada vez que le preguntaban por la razón de ser de su seudónimo.

Poco importa. El caso es que Austin, la ciudad que lo condena, es la que hoy conserva su memoria. La Universidad de Texas administra la Casa O Henry, un pequeño museo levantado en el lugar donde funcionó el tribunal que lo mandó a prisión. También se rinde homenaje a O Henry desde 1919 en el premio de cuento que lleva su nombre, uno de los más importantes de Estados Unidos. Entre sus ganadores figuran William Faulkner, Dorothy Parker, John Updike, Truman Capote, Saul Bellow, John Cheever, Katherine Ann Porter, Stephen King y Woody Allen.

Seamos sinceros: la vida que llevaba O Henry en la cárcel no era mala, sobre todo para un profesional de la desventura, como él. De cualquier manera, resultaba mejor que la del hotel de Trujillo. En vez de mazmorra compartida, le asignaron un cuarto cerca de la enfermería, donde trabajaba gracias a sus conocimientos de farmacia. Le sobraba tiempo para escribir y no tenía whisky a su alcance. A través de un amigo enviaba sus cuentos, de modo que las publicaciones ignoraban que se trataba de un preso. Un preso light, pero un preso. Su primer éxito fue un relato navideño que apareció en la entonces famosa McClure's Magazine en diciembre de 1899.

Un año y medio después, las autoridades, desgraciadamente, le otorgaron la libertad condicional en atención a su buena conducta y ahora sí O Henry pudo dedicarse sin cortapisas a escribir... y a beber.

En 1902, ya famoso y contratado por la revista New York World Sunday, se trasladó a Nueva York. Así como había escrito piezas deliciosas sobre la vida en la frontera y las praderas sureñas, se especializó entonces en escenas y personajes de ambiente neoyorquino. Sus historias de ficción, siempre inspiradas en la realidad, son complemento indispensable de las crónicas urbanas que han escrito después autores como Gay Talase o Joseph Mitchell.

En la Gran Manzana escribió 381 de los 600 cuentos que componen su obra narrativa y se convirtió en ídolo de la ciudad y de los lectores en lengua inglesa, que lo siguen considerando uno de los mejores cuentistas de todos los tiempos. Sus recopilaciones en forma de libro empezaron a publicarse en 1906 con éxito instantáneo, y siguieron saliendo en forma póstuma.

Pero su mala estrella no lo abandonaba. En 1907 se casó de nuevo y en 1909 lo dejó la segunda mujer, desesperada por su alcoholismo. Ya le quedaba poco tiempo de vida. El deterioro irreparable del tejido hepático, complicado con diabetes y cardiomegalia (corazón excesivamente grande), causó la muerte de O Henry el 23 de junio de 1910. Nada más peligroso que una cirrosis toreada...

Historias de maleantes

O Henry construyó una fascinante obra narrativa mediante el recurso de retorcer situaciones terribles hasta convertirlas en cómicas, como quizás le habría gustado que ocurriese en su amarga vida.

Así empieza, por ejemplo, El rescate del Cacique Rojo, uno de sus más famosos cuentos:

«La idea no parecía mala; pero espérese hasta que le cuente. Bill Driscoll y yo nos hallábamos en el sur profundo, en Alabama, cuando nos vino como un rayo la idea del secuestro. Como después explicó Bill, fue un momento de 'rapto mental temporal', pero eso sólo lo supimos más tarde».

Lo que sigue es la desopilante historia de los dos secuestradores que se encartan con un niño insoportable de diez años cuya pasión es jugar a indios y vaqueros, origen de su apodo de Cacique Rojo. Poco a poco los secuestradores se dan cuenta de que ellos son las víctimas del guámbito y no saben cómo hacer para que la familia lo reciba de nuevo.

Aún más delirante, más larga y más divertida es Rehenes de Momo, una de las más alocadas narraciones del Oeste norteamericano que se hayan escrito jamás. Allí abundan los elementos del género western, pero en función de las aventuras de dos maleantes inolvidables, uno de los cuales (juzguen por eso) se llama Caligula Polk.

Los bandidos de O Henry no suelen ser gente perversa, sino personas infortunadas, como él, que en un momento dado deciden sacudir su suerte haciendo caso omiso de la ley. Eso sí, procuran compensar su resbalón manteniendo una compostura digna de caballeros (o lo que ellos creen que es la compostura digna de los caballeros) y un lenguaje remilgado, rebuscado y de cursi elegancia que es una verdadera joya.

En Telémaco, amigo, dos viejos camaradas, Hicks y Paisley, que parecen clonados de la picaresca española, se enamoran de la misma viuda en una vereda perdida de Nuevo México. Para que la pasión no los fuerce a traicionar su amistad, acuerdan que ninguno de ellos hará avances a la señora mientras el otro se halla ausente. Son diálogos "exquisitos" entre gente vulgar, que producen risa y conmiseración.

- Oh, señor Hicks -[dice la dama en cierto momento en que está a solas con uno de los pretendientes]¿, cuando una se considera íngrima en el mundo, ¿no cree usted que hay razones para sentirse aún más agraviada en su soledad en una noche tan bella como esta?
Ante lo cual Hicks se pone en pie y se aparta del tentador rincón diciendo:
"- Perdóneme, señora, pero tendré que esperar a que Paisley venga antes de ofrecer respuesta audible a una pregunta tan importante como esa."

Otro cuento de bandidos (Asaltando un tren) ofrece las claves para robar un convoy férreo. El ladrón aconseja con adorable educación:

«La mayoría de la gente diría, si se le preguntara su opinión, que asaltar un tren es un trabajo muy duro. Bueno, pues no es así; es fácil. Yo he contribuido en alguna medida al desasosiego de los ferrocarriles y el insomnio de los trenes expresos y creo que el problema más grave que se me presentó después de un asalto fue el me hubieran timado gentes inescrupulosas a la hora de gastar el dinero del botín».

Cisco Kid, aquel célebre vaquero de cómics y películas, fue invento suyo. Aparece en 1907 en un cuento titulado, con obsesión recurrente, A la manera de un caballero (aunque ha sido traducido como La venganza de Cisco Kid).

Para que vean qué clase de caballero era este, empieza así:

«El Cisco Kid había dado de baja a seis hombres en riñas más o menos limpias, había asesinado al doble, en su mayoría mexicanos, y había dejado maltrecho a un número mucho mayor que, por pura modestia, se abstuvo de contar. Por consiguiente, una mujer lo amaba».

Dónde leerlo

La imaginación de O Henry para retorcer situaciones fue muy celebrada por los lectores, pero censurada por algunos críticos. Jorge Luis Borges señaló que la trick story (el cuento con trama y resolución de esmerada sorpresa) tiene "algo de mecánico" pero que debemos a O Henry "más de una breve y patética obra maestra".

Júzguenlo ustedes mismos. Aparecen cuentos en inglés de O Henry en http://www.literaturecollection.com/a/o_henry/ y en español en http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/henry/oh.htm.

Ignoro si los relatos de O Henry, tan desconocidos en español, podrían seducir a los lectores tanto como lo hicieron conmigo. Pero sé que si el Negro Fontanarrosa hubiera nacido en Estados Unidos hace 147 años, algunas de sus historias se parecerían mucho a las del trágico y cómico William Sydney Porter.

24.8.10

La novela negra en seis pasos, según Leonardo Padura

El escritor cubano Leonardo Padura desliza su pluma por los entresijos de la novela negra desde hace 20 años

El escritor cubano Leonardo Padura, durante la entrevista en el patio de su casa en Mantilla, cerca de La Habana.foto: JOSE GOITIA.fuente:elpais.com


Su hijo literario más conocido, el investigador cubano Mario Conde, protagoniza ya seis obras y va camino de una séptima. "Es un personaje por el que la gente me pregunta como si existiera de verdad, ¿cómo va Mario Conde?, me dicen por la calle", sostiene el escritor. Padura, que ha impartido un curso sobre novela policiaca en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, nos da las que para él son las seis claves del género.

Los clichés saltan por los aires. Mujeres fatales, atmósferas hechas de humo denso y un hombre sentado en el ángulo más oscuro del local, que siempre resuelve el caso pero, indefectiblemente, pierde en lo personal. Son ingredientes afianzados en la tradición del género que Padura aconseja utilizar con una "perspectiva posmoderna". "Yo los utilizo sabiendo que son clichés. Están en mis libros, pero no como una parte fundamental, sino como un guiño al lector; son parte del juego literario".

La novela negra tiene banda sonora. Si el jazz envolvía las cuitas de Santiago Biralbo en El invierno en Lisboa de Antonio Muñoz Molina y el Bernard Gunter de Philip Kerr rumiaba sus preocupaciones a ritmo de tango en los locales más decadentes de Buenos Aires en Esa llama misteriosa, la música no es menos relevante para Padura. "La música es importantísima en la novela policiaca", asegura. En su caso, las historias transcurren en Cuba y allí, explica el autor, "la música es una presencia constante". "Mario Conde tiene una relación nostálgica con la música de los años 60, que a Cuba llegó con retraso. En cinco de las novelas discute con su amigo el flaco sobre qué van a escuchar en un momento determinado, Beatles o Rolling Stones, al final, eligen a la Creedence".

Una forma astuta de cometer un delito no basta. No hay que quedarse en la mera anécdota. "El escritor se puede quedar en el ingenio, en la superficie, o profundizar en la vida, la sociedad y la Historia; cualquiera de los grandes asuntos de la literatura pueden abordarse desde la novela negra, que es muy dúctil". Y recuerda que su novela Pasado perfecto trata de la nostalgia y la memoria; Vientos de cuaresma, del amor, y la marginación y el engaño se abordan en Máscaras y Paisajes de otoño.

El lector se identifica con el antihéroe. "Es clave tener un personaje que exprese un punto de vista ético, social y humano, y que tenga una mirada propia sobre un contexto determinado". Y hay que conseguir que el lector se identifique con él, incluso en los aspectos de antihéroe. "Son personajes con un sentido ético peculiar". Para Padura, su Mario Conde es un nieto del Marlowe de Raymond Chandler y un hijo del Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán. El resultado, un personaje "de mirada crítica e ironía desencantada".

Romper las estructuras. El autor invita a jugar al despiste con el lector. "Hay que conocer las reglas del juego, hacer un ejercicio racional y romperlas. En casi todos los casos se cuenta la historia según el esquema del principio, desarrollo, clima y desenlace; pero a veces conviene violar esas estructuras". Como ejemplo recurre a su novela La neblina del ayer: "el crimen se comete a la mitad de la historia".

Huir de lo maniqueo. Ningún lugar físico ni ningún espacio moral está libre de albergar el delito. "Hay que mover las líneas entre buenos y malos", explica el autor, que habla de policías corruptos, y recorre en sus tramas desde los barrios marginales hasta los de clase alta. "Trato la degradación de ciertas formas de pensar y actuar de un sector de la población que debería ser representante del ideal revolucionario y que, sin embargo, se aprovecha de su posición para obtener ciertos beneficios".

Bella, humana y sentimental

La última noche en Twisted River es una vuelta a la más disfrutable de las etapas del escritor estadounidense John Irving: una novela circular con varios motivos que son característicos en su obra

OFICIO. El escritor reflexiona en el libro sobre el oficio.foto.fuente: Revista Ñ

Cualquiera que haya seguido la carrera literaria de John Irving reconocerá en este libro sus motivos, sus ritmos, sus ideas de hombre blanco estadounidense, sus personajes típicos, su manera barroca y bella de contar, su amor por la acción y los personajes. En la literatura de Irving, la acción es el centro y lo es siempre, tanto en sus primeras novelas (frías como el hielo frío) como en los libros de su segunda etapa (Oración por Owen en adelante), en la que supo abrirse a los sentimientos.

Podría decirse (y aquí hablo desde un punto de vista estrictamente personal) que La última noche en Twisted River es una vuelta a la más disfrutable de las etapas de Irving: la más bella, humana y "sentimental", en el mejor sentido de una palabra absurdamente vilipendiada.

Irving cuenta historias muy parecidas unas a otras pero ambientadas en diferentes lugares. Las cuenta con una metodología que también es siempre más o menos la misma; parte de esa metodología es describirse a sí mismo mientras cuenta. Por eso, uno de los personajes principales de La última noche, Danny Baciagalupo, es escritor y reflexiona mucho sobre su oficio. En un giro muy posmoderno y muy típico, esta novela es circular: cuando termina, está empezando de nuevo.

En sus 650 páginas, hay referencias permanentes a la escritura, se describen momentos de creación, se habla de la base de la escritura en general, de la relación entre invención y autobiografía, entre obra y vida, entre sentimientos vividos y sentimientos expresados. También hay guiños a la literatura pasada de Irving (sobre todo a Owen y a mi favorita, Las reglas de la casa de la sidra, también traducida como Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra). Y sin embargo, nada de eso convierte a La última noche en un libro para intelectuales o lectores expertos.

Eso también es Irving puro. Y lo es porque Irving sabe que las historias son poderosas, tienen una fuerza propia que es la que ordena el texto. Ella, no la reflexión sobre las leyes de la escritura.

Como en todas sus novelas, en La última noche, Irving es detallista y muy, muy cuidadoso con los momentos históricos, las épocas, las culturas y las costumbres. La acción transcurre entre los años 1954 y 2005, cincuenta años del siglo XX en Estados Unidos y Canadá. Irving no escribe libros políticos (él lo ha dicho siempre y su personaje escritor lo repite) pero reflexiona bastante sobre el genocidio de los amerindios, el capitalismo posterior a la Segunda Guerra Mundial, los hippies, la guerra de Vietnam, la caída de las Torres Gemelas, George Bush, la guerra de Irak. Su última descripción del país no admite grises: sin entrar en lo que se dice del presidente anterior a Obama, Ketchum define a Estados Unidos como "imperio en decadencia" y "la Nación Perdida".

Si algo puede reprochársele a esta historia (centrada en un cocinero italiano que trabaja en un campamento maderero de Nueva Inglaterra, en su amigo Ketchum y su hijo Danny, el escritor) es cierta repetición en la tipología de los personajes. Es cierto que esta vez el centro es la comunidad italiana (y hay que aclarar que, para los estadounidenses, los italianos son una etnia definida, muy diferente de los "blancos"), pero los motivos son los de siempre: violencia; mujeres grandes, ausentes o malvadas (el machismo de Irving tiene picos difíciles de tragar para las lectoras); la importancia de los cuerpos y lo físico; el rechazo a la militancia política (sobre todo femenina); la importancia de la amistad masculina (y la ausencia absoluta de la amistad entre mujeres); los traumas indelebles de la infancia masculina.

Por supuesto, como todo buen libro de Irving, La última noche es una novela inmensamente divertida y llena de acción, con un esquema temporal que a pesar de ser tan retorcido como el río del título (cuyo nombre yo hubiera traducido), es completamente comprensible para cualquier lector atento.

Como en todas sus novelas, hay ciertos símbolos inolvidables: un Mustang azul que se vuelve terrorífico, una mujer grande que baja, desnuda, en paracaídas, una sartén de hierro fundido. Así, la muerte, la vida, la violencia tejen una historia que atraviesa generaciones hasta convertirla en el tipo de historia que le gusta a Irving: redonda, perfecta, imprevisible sí pero absolutamente lógica.

Y es que Irving sabe que una historia, cuando está bien contada, puede tener tanta fuerza como un río. Que puede matar si se lo propone: "Toda historia era un prodigio, sencillamente era imposible detenerla", se dice en el último párrafo. Tal vez el empuje de Irving se repita un tanto pero su fuerza sigue intacta. Apenas los lectores se dejan caer en su río, el río los arrastra en sus remolinos bellos hasta el final. Perdón, hasta el final no. Hasta el principio.

Irving Básico
Irving Básico. New Hampshire,
1942.
Escritor.

Publicó su primera novela a los 26 años, "Libertad para los osos", con poca recepción crítica. El estallido de lectores y las traducciones llegaron con "El mundo según Garp", en 1978. A partir de entonces, sus libros son esperados con fervor por un vasto grupo de fanáticos. Algunas de sus novelas significativas son "Una mujer difícil", "El Hotel New Hampshire", "Oración por Owen" y "Hasta que te encuentre". Hace poco declaró que está escribiendo una nueva novela, basada en fragmentos de "Ricardo II" de Shakespeare, y que por ahora se llama "In One Person".
FRAGMENTO
"El joven canadiense, que tendría a lo sumo quince años, había vacilado más de la cuenta. Suspendido en el aire por un instante, dejó de mover los pies sobre los troncos que flotaban en el remanso situado por encima del recodo del río; antes de que alguien alcanzase a sujetar su mano extendida, ya se había hundido por completo".

Qué se dijo

"Hay muchísima evidencia de la agilidad de Irving como escritor en 'La última noche...'. Y algunos de los momentos cómicos son de lo más memorable que escribió". (Joanna Scott. New York Times Review of Books)

La última noche en Twisted River
John Irving
Tusquets
657 páginas



20.8.10

El mito fabulado

RESEÑA

A partir de la invención de un mito primigenio, se desarrolla la fabulación de una saga cosmológica, que nos lleva de la mano hasta la ciudad de Aydebarke: ciudad de ciudades, donde se condensan las formas de la arquitectura humana de las más diversas culturas. Recrea, en buena parte, el mundo de la selva, de los Iseike, la última tribu nómade primitiva cuyo descubrimiento causa sensación en un grupo de investigadores, desde periodistas hasta la propia iglesia. El relato se va contando, con una prosa clara, precisa, impregnada de un lirismo en clave cuyo narrador se desdobla en varias voces narrativas que cuentan la fusión desde los más remotos orígenes de la humanidad a los más intrincados mundos tecnológicos de la ciencia ficción, donde el mito primigenio y su naturaleza está latente como una fuerza metafísica y de conversión de los tiempos históricos de la realidad a un mundo fantástico.

Un ejemplar de esta fabulosa novela- porque realmente lo es- llegó a nuestras manos bajo una serie de episodios intrigantes para deleitarme con su lectura. El autor pareciera otro ser salido de la propia entraña del relato que ofrece al lector, "porque afirma haber nacido en la segunda mitad del siglo XX. Vivió entre las sombras, las luces, los sonidos y los olores de las selvas y las montañas donde no se conocen las fronteras trazadas por el hombre. Sin embargo, en la actualidad, es un peatón anónimo en las grandes urbes del mundo donde se solaza y sufre con la cultura global".

SACRILEGIO

Simón Jánicas

Diente de León Editor

276 páginas

49.999 pesos

www.simonjanicas-sacrilegio.blogspot.com

Puedes adquirir la novela en el Portal de la Librería de la U

19.8.10

Las defensas de un 'bestseller'

Este autor, que define sus obras como ficción comercial, aboga por el género que en estos días recauda millones en ventas

Napoleón Bonaparte, visto como uno de los grandes saqueadores de la historia, es el enfoque del nuevo libro de Steve Berry.foto.fuente:elespectador.com

Steve Berry escribe ficción comercial, literatura popular, y a pesar de la indignación de algunos críticos está convencido de que con las novelas que hace no va a ganar el Premio Nobel ni ningún premio de literatura. "Lo que yo escribo son ese tipo de historias que te permiten olvidar tu realidad y tus problemas y disfrutar y despegar de tu mundo y aterrizar en Alejandría y buscar tesoros. Yo escribo entretenimiento, es la forma más simple de ponerlo", explica, sin tapujos, este escritor norteamericano para quien en el mundo editorial hay cabida para todos, "porque no todo el mundo está en el ánimo de leer a Stendhal o Tolstoi", sentencia.

A pesar de intentar por 12 años seguidos que alguna editorial lo publicara, sólo hasta 2005 este creador de novelas fantasiosas que recogen en su mayoría a personajes históricos logró publicar su primer libro, La profecía Romanov. Desde entonces la producción ha sido frenética, más de seis libros, y la venta en librerías todo un récord. Su más reciente obra, El club de París, llega a Colombia en la Feria Internacional del Libro de Bogotá.

"El género de thriller de espías y confabulaciones internacionales se murió en los años noventa. La Guerra Fría había acabado y el Muro de Berlín había sido derrumbado, así que el género se quedó sin aires frescos y sin insumo para contar historias, de modo que muchos escritores como yo perdimos la audiencia —explica Berry—. Fue Dan Brown quien le dio nueva vida al género con El código Da Vinci".

Así, con la certeza de estar escribiendo una literatura popular —que aún así puede ufanarse de tener el 90% de datos históricos—, Berry presenta un libro que indaga a través de triquiñuelas y detectives esa faceta de Napoleón Bonaparte como el gran saqueador de la historia. "Bonaparte saqueó incalculables tesoros de Los Caballeros de Malta y del Vaticano y se murió en el exilio en 1821 sin que nadie supiera dónde había quedado siquiera una fracción de sus robos", comenta Berry. Para cumplir con la receta, por supuesto, El club de París cuenta con un investigador, el ex agente Cotton Malone, y con un grupo de conspiradores decididos a manipular la economía global.

El libro fue reseñado con buena crítica por The New York Times Book Review, sin embargo Berry, un experto en lidiar con críticos, cree que todos disfrutan sus novelas y se pierden en sus aventuras, sólo que son incapaces de reconocerlo. "No lo puedo entender, le pagamos a gente para que vuelva los libros basura. Que tal si un periódico le pagara a alguien para que se parara enfrente y le dijera a todo el que pase: 'No lean esto, porque tiene esto malo y esto otro', eso es lo que hacemos con la critica", concluye enfático este escritor, que quizá venda más a causa de esa crítica manida.

Sobre la literatura y los superventas

Ruego a los críticos que busquen otros baremos para denostar los éxitos de ventas

foto:archivo.fuente:elpais.com

El empeño de Eduardo Lago en denostar la literatura de los bestseller me desconcierta. Habla de los bestseller con desprecio y afirma que no son literatura, pero no explica cuáles son los criterios por los que debe juzgarse lo que lo es y lo que no. Que sea necesario "educar" al lector para que aprenda a apreciar "la verdadera literatura" me parece pedante. Por supuesto que Anna Karénina es una de las grandes novelas de amor, pero lo único que se puede hacer es aconsejar su lectura para que la gente decida por sí misma. Y conozco a muchos a quienes Anna Karénina les parece insoportable. ¿Deben ser condenados al infierno de los malos lectores?

Un bestseller es lo que es: un libro que vende mucho y su número de ejemplares no tiene por qué ser inversamente proporcional a su calidad. Lo que ocurre, en realidad, es que algunos libros, pocos, perduran en la memoria colectiva. La mayor parte del resto se va apagando con su generación. Hay novelas buenas y malas, con argumentos sólidos o predecibles, con fuerza o con simple sensiblería, con personajes bien construidos o de cañamazo endeble. Algunos cautivan y venden como rosquillas: por las razones que sean, unos estimulan la evasión mientras otros seducen por la fuerza de su drama. Da para todo este mundo editorial. Para todo menos para despreciar a los ignorantes que solo saben leer best seller. ¿No lo es la trilogía de Stieg Larsson? ¿Y la obra de John Le Carré? ¿Y Somerset Maugham? ¿Es literatura profunda y definitiva la de Dashiell Hammett? Y para éxito de ventas, Cien años de soledad; eso sí que es un bestseller.

Ruego a los críticos que busquen otros baremos para denostar los éxitos de ventas. Descartarlos como obra no literaria sin argumentarlo convincentemente se me antoja de una condescendencia sin límites. Están escritos, editados y se venden. Que escoja el lector.

FERNANDO SCHWARTZ

17.8.10

Tomás y sus bandidos

Dos escrituras fallidas preceden a Abraham entre bandidos, la obra más reciente de Tomás González. También mucho silencio y una indagación profunda en la época de la Violencia

El escritor colombiano Tomás González lanzó su novela Abraham entre bandidos en la Feria del Libro de Bogotá.foto:Óscar Pérez.fuente:elespectador.com

La obra del escritor antioqueño Tomás González se ha empeñado, novela tras novela, en dejar dos lecciones: la primera, que la obra siempre debe ser más importante que el autor; la otra, que hay plumas, hay literaturas, que revelan cuán pasmoso puede ser el conocimiento sobre el ser humano que tiene un buen escritor.

Si muchos aún no conocen a este autor, quien cuenta con numerosos feligreses que buscan leer en sus historias la vida con sus carnes y sus huesos, es por un cierto distanciamiento, un aislamiento autoimpuesto, necesario, dice él, para poder escribir sus novelas.

Desde muy joven se orientó de forma "tal vez extrema" a la escritura y, para bien y para mal, eso marcó su vida toda. Aprendió del escritor y filósofo Fernando González Ochoa, quien vivía en la finca vecina, en las afueras de Envigado, que uno debe mirar la realidad "con sus propios ojos, no con los de nadie más" y ese legado lo tradujo en novelas como Primero estaba el mar (1983), Para antes del olvido (1987) y La historia de Horacio (2000).

Salió de Colombia cuando el silencio necesario para poner historias sobre el papel parecía inconseguible; viajó a Nueva York, ciudad que le permitió tomar distancia de Colombia sin sentirme demasiado lejos de ella. Hace tan sólo ocho años volvió al país para refugiarse en una casita en Cachipay, en donde se dedica al jardín, por supuesto también a oír música y a leer, pero sobre todo al jardín.

De vez en cuando regresa a Nueva York. Unos días atrás, el escritor, que fue bautizado por Juan Diego Mejía como el mejor secreto de la literatura colombiana, se internaba en un monasterio Zen. Su carácter tímido y su figura ligera casi no pueden sobrevivir al revuelo de regresar, después de la calma bendita, a presentar su nueva novela, Abraham entre bandidos, en la Feria del Libro de Bogotá. Además, para completar el barullo, por estos días salió en alemán su quinto libro, Die versandete Zeit (Para antes del olvido) y en octubre se estrenará en Francia Primero estaba el mar.

En esta obra reciente, Tomás González cuenta la historia de Abraham y Saúl, dos amigos que son llevados al monte por un ejército de bandoleros comandados por Pavor, un viejo amigo de infancia de Abraham y ahora un acérrimo defensor de las doctrinas liberales. Con esta historia González no crea una ruptura, aunque el conflicto y la violencia nacional se posen más que nunca sobre sus letras, más bien crea una continuidad: una insistencia en ese tratamiento distinto del antiguo tema del bien y el mal, la vida y la muerte, la alegría y el horror.

Sus títulos son casi pequeños versos, ¿qué son para usted, un contador de historias, los títulos de sus novelas?

Busco que el título sea la semilla en la que esté contenido el árbol. A veces el título aparece aun antes de empezar a escribir la novela, a veces aparece durante la escritura, pero siempre trata de apuntar al germen de la narración. A veces pongo títulos provisionales que terminan quedándose. Fue el caso de Abraham entre bandidos. Y la novela que acabo de empezar (y que vaya uno a saber si alguna vez seré capaz de terminar), se llama La luz difícil, y desde ahora se orienta así al proceso de recuperación de un dolor muy profundo que viven sus protagonistas (tan profundo como lo pueda sentir algún ser humano sin morirse) y al lento camino hacia la alegría total, que es el tema de la narración.

¿Cuál es la importancia del paisaje como narrador? ¿Por qué hacer casi protagonista al mar, por ejemplo, en 'Primero estaba el mar', o a esos montes tupidos que Abraham recorre junto a Saúl?

Creo que es imposible y, además, sería absurdo, escribir sobre Colombia sin tener en cuenta el paisaje. Este es un país muy bello. Pero su belleza (para tocar otra vez ese tema) es difícil. El mar de Primero estaba el mar es protagonista en la lenta erosión de los personajes: se les mete adentro y de alguna manera los destruye. Los montes de Abraham son hermosos, pero también opresivos y mortales. Pienso que no hay belleza separada del horror o el caos. Para mí las cosas del mundo, entre ellas el paisaje, aparecen con la máxima intensidad de su belleza cuando están muy cerca de la muerte o la destrucción, cuando bordean las sombras más profundas.

La mayoría de sus novelas se han centrado en Colombia, pero 'Abraham entre bandidos' es, parece, la más colombiana de todas, ¿cómo se cruza el tema del conflicto en su obra?

En varias de mis novelas el conflicto quedaba como telón de fondo, como ruido de fondo. Con Abraham entre bandidos traté de hacer lo mismo, pero no pude. Hice dos intentos y no lo logré, y eso por una razón que ahora resulta más que evidente: si a un grupo humano, una familia en este caso, le ocurre algo como lo que se narra en la novela, es imposible que ese hecho quede en el trasfondo. Cuando me di cuenta de eso y decidí narrar esos hechos en primer plano, la novela tomó la dinámica que le correspondía y logré escribirla como se debía escribir.

¿Cuál es el germen de la novela 'Abraham entre bandidos'?

Por allá por los años cincuenta mi suegro, don Gilberto López, se encontró en un camino veredal, cuando iba para su finca, con la pandilla del bandolero Chispas. Mi suegro era muy simpático y buen bebedor y conversador, de modo que Chispas decidió retenerlo un rato para tomarse algunos tragos con él. El asunto duró cuatro o cinco horas, es decir, lo que se demoraron en emborracharse, y entonces el bandolero, después de mucho abrazo y palmoteo, y demás cosas que hacen los borrachos, lo dejó ir. Esa imagen dio el nacimiento a la novela.

¿Cómo fue la construcción del bandido Pavor (Enrique Medina) y a qué tentaciones tiene que hacerle quite un escritor cuando escribe de un bandolero?

Hay que evitar ante todo convertirlo en el diablo. Ningún ser humano, por más malo que sea, deja nunca de ser un ser humano. Lo mismo Enrique Medina, Pavor, quien era un individuo extremadamente inteligente y lleno de humor, y hasta de alegría, que podía ser afectuoso de manera genuina. Si no se hubiera vuelto tan malo habría sido un gran tipo, aunque seguiría siendo algo pesado, eso sí.

¿Cómo lograr una mirada tan íntima de la tragedia colombiana y cómo rescatar la poesía, la compleja humanidad?

Cuando aparece el ser humano, lo hace con toda su poesía, con toda su luz, así se trate de bandidos. Eso era algo que ya había intentado desde mi primera novela, Primero estaba el mar. Octavio, el asesino de J., después de matarlo lo carga como a un niño y lo lleva a la cama. Lo arroja en la cama, para ser precisos, pero así y todo fue un gesto de profundo respeto y humanidad en un ser como aquel, que tenía un alma en extremo oscura.

Llevábamos tiempo sin leerlo, ¿fue una pausa necesaria?

Como te decía antes, Abraham entre bandidos tuvo dos escrituras fallidas que tomaron, entre las dos, sus buenos cinco años.

12.8.10

Iván Thays:'Hay que encontrar el conflicto de la historia'.

El escritor peruano, finalista del Premio Rómulo Gallegos 2001, dictará un taller, durante el encuentro nacional de Renata, el próximo 12, 13 y 14 de agosto

foto:archivo.fuente:vive.in

"Me parece que todos tenemos historias que contar, la vida y la imaginación de todos está llena de esas cosas, pero lo importante es lograr convertir esas historias en argumentos", comenta el escritor peruano Iván Thays, invitado principal, este año, al Encuentro Nacional de Renata, la Red Nacional de Talleres de Escrituras Creativas del Ministerio de Cultura. El encuentro se realizará los días 12, 13 y 14 de agosto, dentro de las actividades de la Feria Internacional del Libro de Bogotá.

Thays dictará el taller titulado 'La estructura narrativa como método de enseñanza'. Sobre la manera de armar la historia, los elementos que deben tener los buenos relatos y cómo perderle el miedo a la hoja en blanco habló el escritor peruano con EL TIEMPO.

¿Cómo convertir las historias en argumentos?

Lo esencial es encontrar cuál es el conflicto sobre el cual gira la historia. Y preguntarse no por el qué pasó sino por el por qué pasan las cosas. De esa manera, el conflicto y los por qué van ordenando las historias y convirtiéndolas en argumentos.

¿Qué elementos debe tener una buena historia?

Debe haber, en primer lugar, una absoluta coherencia entre el tema y la forma en que se escribe. Luego, el conflicto debe ser muy claro. Los datos deben disponerse a lo lardo del relato, muy bien dosificados. Y el lector debe tener la sensación de que le están contando sobre un mundo nuevo, no sobre un mundo que ya conoce. La verosimilitud es más importante que la verdad. En resumen, la estructura debe ser impecable.

¿Cómo perderle temor al síndrome de la hoja en blanco?

Escribiendo lo que sea, lo primero que se le ocurra a uno. Un diario, por ejemplo, siempre es una forma de sacar lo que lleva uno dentro.

¿Qué es factible de convertirse en una historia?

Absolutamente todo. Desde lo más trascendental hasta lo más absurdo, cotidiano o nimio. Desde lo milagroso hasta lo obvio.

¿Cuál es la idea del taller que dictará?

Mi intención es hacer que los alumnos entiendan que escribir es estructurar, es decir ordenar el relato, y vamos a ir de a pocos con eso. Con ejemplos, con citas, con prácticas, de la manera más sencilla posible, espero que se llegue a entender la importancia de la estructura en cualquier libro.

10.8.10

Las palabras secretas

La última novela de Luisa Valenzuela, El Mañana, se publicó mientras ella estaba internada, recuperándose de una meningitis viral. Al principio no quería ni ver el libro. Con el tiempo, ya recuperada, se fue reconciliando con esta historia de dieciocho escritoras que navegan río arriba, intercambiando experiencias, hasta que son atacadas, acusadas de terroristas y condenadas al arresto domiciliario

La escritora Luisa Valenzuela. foto.fuente:pagina12.com.ar

Una novela llena de peripecia y delirio, pero que finalmente acaba preguntándose qué es el lenguaje, qué dice más allá de lo que se sabe. Qué encontraron esas mujeres que resultó tan amenazante para el poder: quizás el lenguaje exclusivo de las mujeres, quizá la verdadera voz humana.

"¿Qué habrán dicho estas mujeres para desatar semejante represión?" La pregunta late a lo largo de las páginas de El Mañana, reconcentrada en la experiencia interior y exterior de Elisa Algañaraz, su protagonista. El asunto empieza así: dieciocho escritoras remontan un río a bordo de un barco en el que desarrollan el Primer Encuentro Confidencial de Narradoras. "Nos cayeron encima cuando las desavenencias ya habían sido limadas, cuando ya nos habíamos peleado con el lenguaje y habíamos jugado con él y nos habíamos revolcado y hasta chapoteado en las palabras como en tiempos preverbales, y para festejarlo bailábamos como locas meneando la cintura", se lee. Y entonces llegaron ellos, vestidos de negro, al abordaje, para plantarles armas y drogas y acusarlas de terroristas, para confinarlas a unos arrestos domiciliarios, en soledad, incomunicadas.

"Yo creo que ésta es mi novela más importante, porque es mi ars poética", dice Valenzuela en su casa de Belgrano. "Lo que me asombra es ver con claridad desde mi primer libro una línea que tiene que ver con qué es el lenguaje, qué va diciendo más allá de lo que ya sabés, aquello que casi no puede percibirse y está latiendo en todo. Mis libros son muy diferentes en lo anecdótico, y también desde el punto de vista de la escritura, pero hay una búsqueda intrínseca que se percibe entre uno y otro y tiene que ver con esto, con buscar el límite de aquello que no puede ser dicho, lo inefable, que en El Mañana aparece como tal; eso mismo buscaba por el lado del teatro en Novela negra con argentinos o a través de la pintura en Travesía, distintas instancias del arte. Lo veo en los ensayos que se escriben sobre mis textos, no en mi propia experiencia. Y me alegra, porque creo que hay una constancia y una coherencia latente. Mi manera de percibir el mundo es a partir de la comprensión indirecta de las cosas, algo a lo que estoy abierta. Y escribir me permite entender, o al menos organizar cosas que de lo contrario no podría percibir."

Aunque El Mañana sea, también, el nombre del barco que conduce al conjunto de escritoras a su desgracia, la novela trata fundamentalmente del encierro de la protagonista, sus secuelas, sus derivaciones, su fuga y su refugio en otro mundo: Villa Indemnización. Está recluida en un piso 13 sin biblioteca, sólo puede escribir en una vieja laptop cuyos archivos son borrados una vez a la semana por una cancerbera implacable, es sacada a pasear con un velo que le cubre la cara por un vareador los lunes y los jueves por la madrugada. Desesperante. Pero, y esto es una marca constitutiva en la escritura de Valenzuela, se trata de una desesperación entreverada con el humor. "Yo creo que el humor es redentor, que te salva de muchas cosas. Es lo que me está salvando. El humor negro, feroz, puede ser cáustico. Uno va en línea recta, ya con un camino trillado, ¿y qué te pone al costado, qué te permite ver otro panorama? El humor es una bisagra fantástica para moverte y descubrir cosas laterales que no tenés incorporadas."

"La acción transcurre en un futuro indefinido e imperfecto", se lee, en el que se entrevé una Buenos Aires ominosa, derrumbada, de drástica desigualdad social. Al rescate de la protagonista llega Omer Katvani, un traductor israelí que estuvo en el ejército, al que conoció en alguno de sus viajes: su arribo al piso 13 y sus pericias técnicas remiten de algún modo al Harry Tuttle que interpretó Robert DeNiro en Brazil. Pero este además es un caballero con sensibilidad literaria, tocado por las ideas sobre el lenguaje de Elisa. A la par de su historia la novela va contando también la de Esteban, un hacker argentino radicado en Estocolmo que también conoció a Elisa e ideó el plan de rescate y averiguación, y la de su chica, Rosalba. Omer le pide a la apresada, antes de irse, que retome su trabajo sobre Juana Azurduy, un personaje que, dice Valenzuela, le prestó a su protagonista. "En el acto de escribir aparecen las ilaciones, las asociaciones mentales, las metáforas. Yo escribo mucho mentalmente, también, y luego voy al papel, a la máquina. Pero después de la enfermedad no se me ocurría esa forma de pensar: son sistemas de pensamientos. Eso había desaparecido. Y el día que se me volvió a ocurrir un cuentito, una pavadita que entreví para un relato, me pareció milagroso. Porque hasta ese momento había un vacío: 'Sí, el lenguaje está, y todo lo demás, pero falta esta forma asociativa de tratar de delegar un sentido de las cosas'."

Viaje al fin de la noche

Los planes de Valenzuela para este año parecían idílicos, pero fueron, literalmente, de terror. Tenía programado un viaje soñado desde hace mucho por Birmania, Tailandia y Camboya y, a poco de partir, cayó y se fracturó la muñeca derecha. "Yo creo que desde ahí empecé a boicotearme", dice. Se fue igual, aunque se le hizo pesadísimo, muy cuesta arriba. Incluso estando allá se fisuró la muñeca de la otra mano. Volvió muy débil. Iba a publicar El Mañana en abril (la había terminado a mediados de 2009), pero el 13 de marzo empezaron a ser evidentes los síntomas de lo que resultaría una meningoencefalitis. "Estuve internada un mes y medio, fuera del mundo", dice Valenzuela. "Cuando desperté era como si hubiera vuelto del planeta Mongo y dije 'esto me lo pesqué por ahí'. Y me dijeron que no, que había sido acá. Mi hija me contó que también se lo había pescado Saccomanno. Me crucé con un virus, por suerte era un virus, con lo cual quedás limpio, ¿no? Vamos a tomar esto, así nos sentimos más fuertes para hablar de este horror."

Sobre una mesa bajita hay una botella de vino tinto, queso, galletas y pan. Siete y algo de la noche, luces tenues dentro de la casa. Tres perras merodean: una boxer atigrada de diez años, una blanquinegra retacona que se fue afincando de a poco, una doradita pelilarga que rescató, moribunda, de una plaza. "Estuve mucho tiempo sin conciencia, o diciendo pavadas de las que no me acuerdo", retoma Valenzuela. "Al volver tenía mucho miedo, pero ahora me resulta total y absolutamente fascinante. Porque se te descuajeringa el cerebro, se te desarma como un puzzle de no sé cuántas miles de piezas y crácate, se reestructura de nuevo como antes. Eso es mágico. Y entonces quiero explorar. Me puse a escribir. Ahora, porque al principio no podés."

Volvió a su casa a fines de abril, pero hasta fines de mayo estuvo "hecha un trapo, muy medicada", dice. No podía siquiera leer. "Ahí no querés nada, no te gusta nada, no quería ver ni a las perras. Tenía un miedo muy grande, ambiguo. Y una relación con el cuerpo muy extraña. Sigo sin querer escuchar música. Fue un viaje, un viaje al fondo de la noche. En la única visión que me acuerdo, porque estaba en coma, iba caminando por una cosa muy oscura, pero era placentero. Y llego a una parte donde hay una cortina negra, negra carbón. Y digo: 'Tengo que atravesar eso y desaparezco. Yo no creo en Dios. ¿Cómo que no creo en Dios? Si no creo en Dios ni en nada, desaparezco y no quiero, no me quiero morir, no puedo morirme ahora. Es la muerte. No puedo morirme ahora porque tengo que escribir esto y esto'. Una lista de cosas que era muy ridícula. Y entonces salí de eso, o me desperté, o me fui a otro lado. No tengo más memoria que de esa escena. Después me contaron que hubo un momento en el que entré en convulsiones. Fue acá, porque estuve internada, vine a casa tres días y volvieron a llevarme. Y los que vinieron de emergencia decían 'la perdemos, la perdemos'. Yo quiero saber si la visión aquella coincidió con este momento, pero es imposible. Se lo conté a Alberto Díaz (el editor) y me dijo 'podés escribir un best-seller'. Y enseguida corrigió: 'Ah, no, si es negro no, porque tiene que ser blanco, como Sueiro'."

Y se ríe con ganas Valenzuela, y dice que también temió haber perdido el sentido del humor. El neurólogo que fue a consultar en los últimos días le sugirió hablar, explorarlo, acaso en terapia. "No, psicoanálisis no", respondió ella. Le interesa, en cambio, seguir abordando el asunto desde el lado de la neurología, charlando con este médico, que le recomendó que todavía no escribiera sobre el tema. Retruca: "Y yo me dije: '¿Qué me viene a contar, éste?' Si toda mi vida me metí en los espacios oscuros, quise explorar zonas prohibidas. Empecé a leer todos los partes médicos, me metí en Internet, leo, quiero saber todo. Al principio no podés ni caminar, tenía unos ataques de nervios infernales, como nunca. Me parece que el cuerpo adquiere otra dimensión cuando está herido, no podían ni tocarme. Ahora me canso fácilmente, nada más, me siento bien. El cerebro quedó bien. Es asombroso cómo recuperás: un día llamo por teléfono a un gran amigo en Nueva York y de golpe tomé conciencia: 'Estoy hablando en inglés como siempre, el inglés está ahí, intacto'. El peligro fue grave y tenía noción de eso, pero ahora me resulta una aventura más. ¿Uno quiere explorar zonas oscuras? Bueno, ¡al carajo que las explora! Ojalá me acordara de más ensoñaciones."

Lo más impresionante "es lo premonitorio que es eso", dice Valenzuela y señala, como si no quisiera nombrarlo, un ejemplar de El Mañana que está también sobre la mesa. "Todo ese encierro, el arresto domiciliario, la parte del sueño en la villa miseria, no lo quería ver", dice. Página 259: "Mejor seguir deshilachando viejas bolsas de arpillera en vez de poner en marcha las meninges. Tantas veces se rebeló contra el mandato oscuro ¡No pienses! y ahora no se le ocurre mejor sosiego que ése. No pensar. Deshilachar. Migajas. Si pensara tendría que ponerse a reflexionar en tantas cosas, en sus compañeras de infortunio, en el ataque a traición, en el encierro que a ella se le hizo doble porque del domiciliario fue derechito a caer en otro y aquí mismo donde se supone que está la protección también está el rechazo de quienes sospechan de ella. Una leprosa de la mente, así se percibe. Mejor la atención puesta en los sueños, donde no hay rechazo alguno y no hay un amor perdido ni una hija por venir, es decir soledad por los cuatro costados."

En sus últimos días en el sanatorio le mandaron un ejemplar desde la editorial: no quería ni tocarlo. Luego le mandaron tres más a su casa: le dio uno a su hija, otro a su nieto y el tercero a una investigadora norteamericana estudiosa de su obra que vino de visita. "Vos mencionás la palabra meningitis", le dijo esta mujer, y ella respondió: "Noooo, no creo". Fue a buscar: estaba "meninges". "Eso es lo que más miedo me da, porque ella estaba con la orden de 'no pensar'", dice Valenzuela. "¿Qué pasa con la escritura y la realidad, dónde está la ficción, cuál es la premonición? ¿Provocás las cosas, las prevés? ¿Cómo se ponen en funcionamiento? Porque me ha pasado muchas veces. Y no es que no quisiera ver el libro porque tuviera conciencia de que era premonitorio: simplemente, no quería. Y otro día, charlando con una amiga psicoanalista, me dice a ver, contame de qué trata. Le cuento un poco y me dice 'estás contando tu historia, el encierro'. Qué curioso. Eso también quiero explorar. En este libro puse a funcionar mi búsqueda de qué pasa con el lenguaje, y mi única forma de averiguar es a través de la ficción. Uno se separa de los libros, pero con éste, por esta historia, me cuesta."

El Mañana Luisa Valenzuela Planeta 382 páginas

Escritoras silenciadas

Recuerdo que en varias situaciones decías que estabas empantanada con esta novela. Y vi, leyéndola, que esas marcas de bloqueo están incorporadas a la escritura, para avanzar.

–Claro, para dar una vuelta de tuerca y seguir. Esta novela me llevó años, me empantanaba a cada rato. No sé hacer un plan previo, y en la medida en que lo tengo, me aburro. Por lo general uno está como en un estado, y aunque hagas otras cosas va cocinándose a fuego lento, in the back of the mind, como dicen los ingleses. Pero acá no, me desprendía completamente, me iba de viaje, daba conferencias, escribía otros libros y me olvidaba. Entonces me costaba muchísimo volver y entrar, cómo sigue. Era complicado retomar el hilo.

Hay mucho trajín sobre esta línea que separa dos campos: la literatura replegada sobre sí misma y en el lenguaje, de un lado, y el relato de historias, la aventura, etc., del otro. ¿Hay una búsqueda por conjugar ambos en El Mañana?

–Yo creo que no son dos cosas aparte: qué pasa como thriller y qué pasa dentro del lenguaje. Pueden considerarse las dos líneas, pero yo creo que no existiría la peripecia si no hubiera existido el cuestionamiento constante sobre el lenguaje. Es una novela de conjeturas al respecto. También me interesa la acción, porque es un libro de aventuras, ¿pero cómo la explicitás, cómo lo ponés en acto, eso? Meterte en el lenguaje es una aventura en sí. Son dos caras de una misma moneda. El lenguaje te lleva por vericuetos rarísimos, inesperados, insospechados y peligrosos, eventualmente, pero si lo explicás es un bodrio.

Juana Azurduy juega un papel muy importante en El Mañana.

–Sí. Me sorprendió cuando reaparece, ya cuando ella está en la villa. Creí que la había abandonado en mitad de camino, cosa muy mal hecha, porque va en contra de todos los preceptos de la buena literatura. Es la pistola de Chéjov, ¿no?, que tiene que dispararse al final.

Que haya sido sorpresivo incluso para el autor quizá otorgue mayor contundencia al relato.

–Lógico, sí, porque ahí entendés la razón de ser, por qué estaba al principio. Porque al principio es una bisagra que lleva a otra instancia: que ella se identifique con alguien heroico y que no salga de su situación de víctima. Cuando eso vuelve, de golpe, adquiere otra resonancia. Y también al final, ¿no?

¿Por qué te interesa Juana Azurduy?

–Quería escribir un libro sobre Juana, ésa es la verdad de la milanesa, explorar ese contacto entre la mujer y el lenguaje indígena, los mundos unificados, otra manera de ver la realidad desde la palabra. ¿Qué tiene ella para convencer a estos indios que son sus soldados? La palabra, arengarlos. Y esa arenga, hecha por una mujer, creo que va a ser muy distinta a la de los hombres. Los indios empiezan a llamarla Pachamama, "nuestra madre", y ella los llama Los Leales. Ellos pelean por algo que les importa un reverendo cacahuete, por decirlo en mexicano, porque con Independencia o no, siempre van a estar atrapados en una situación horrible. Es verídico: ella tenía ese ejército, no le daban criollos. No le hubieran llevado el apunte. Por esto de machos, viste. Y acá habría otra dinámica de lenguaje. Eso quería contar en ese libro sobre ella, pero me dio la sensación de que al escribir el primer capítulo ya había contado todo. Porque como conozco su historia, no tengo por qué abundar en detalles. Después Pacho O'Donnell se apuró, sacó la de él y ahí abandoné la empresa. Es un personaje fabuloso Juana: salva al marido, toma pendones, rescata la cabeza de Padilla de la picota, le corta la cabeza a Eloyza en medio del río. Su historia es maravillosa.

El punto de partida tuvo que ver con esa idea de escritoras secuestradas, acalladas. Con una respuesta humorística a eso.

–Puede ser, pero mi idea primigenia fue tomarme en serio una época en la que no me daban mucha bola. (Se ríe.)

¿Y veías que era una actitud hacia las escritoras en general?

–Hacia ciertas escritoras, porque hay toda una línea de la escritura femenina muy aceptada y aplaudida, que no amenaza el statu quo. Yo creo que a las periodistas de investigación las respetan. Pero las escritoras de ficción que se metieron con el tema político en profundidad, con buena escritura, tuvieron un rechazo muy especial dentro de las mismas editoriales. ¿Cuánto tiempo tardaron en este país en publicar mi Cambio de armas, que es del '72? Veinte años. Es mi caso y el de otras, puedo citar a varias: Susana Romano Sued, Susana Cella, Liliana Heer, Elvira Orpheé, Elsa Osorio. Hay una especie de anteojeras para ver esta cosa política en las mujeres.

Ni malos ni buenos

Ha dicho Valenzuela que, en general, la escritura de la mujer es menos maniquea que la del hombre. Que en la escritura de las mujeres aparecen zonas de ambigüedad, donde los malos no son tan malos ni los buenos tan buenos. Y que eso incomoda mucho. "Por eso investigo tanto si existe o no un lenguaje femenino, si podemos decir otra cosa", dice. "No hay duda de que podemos mirar desde otro lugar, como los oprimidos. Quizá por eso ella va a la villa. Pensá que las mujeres estuvieron fuera del lenguaje; ya lo dijo Lacan, un poco brutalmente. No te incluyen en los plurales, está invisibilizado eso. Bueno, percibimos la realidad desde un cuerpo distinto."

"Conviene escribir –anota en El Mañana– como quien se tira de cabeza a la piscina sin averiguar si hay o no agua"; Valenzuela dice que es cierto y se ríe. Hay mucho de ella en la protagonista, dice. Y, también, que el personaje no le cae bien. Que prefiere a los hombres, a Omer, y al Viejo de los Siglos, o Saldívar, dos tipos que Elisa conoce en la villa y serán centrales en el encuentro consigo misma.

Cincuenta años atrás terminaba su primera novela, Hay que sonreír. Toma nota del dato y dice: "¡Qué horror! Tenía 21 cuando la escribí, sí. Cuando se cumplieron 40 me quería morir, imaginate. Me acuerdo patente de cuando la escribía, en París. Tenía un bebito que dormía la siesta y yo extrañaba mucho la Argentina. Se me ocurrió el principio y el final y pensé que sería un cuento; yo había publicado cuentos y creía que no podría hacer novelas. Pero después empezó a salir. Cuando terminé, noté que estaba un poco cruda, que había que pulirla. Volví a Buenos Aires y pensé que no tenía sentido del humor la novela, me amargué. Seis años después la saqué a relucir y me reí a mares: ni la pulí, era tan arquetípica, un Buenos Aires tan falso, que el palacio del tango, el parque Retiro, otra época. Me causó una gracia absurda. Ahí se publicó. Pero en su momento no me di cuenta, no lo podía calibrar. Y me acuerdo de descubrir esa fascinación por la escritura de ficción: cómo en perspectiva las cosas adquieren una dimensión distinta de lo que parece a simple vista".

Por estos días se publica también en Buenos Aires el volumen de cuentos Tres por cinco, editado inicialmente por Páginas de Espuma en España el año pasado. Valenzuela enseña además una edición casera de ABC de las microfábulas, unos textos que machacan con humor sobre la letra inicial que nombra a una serie de animales. Y un librito llamado Acerca de Dios (o aleja), que trata de su vínculo en la infancia con el barba, diría Diego. "De chica tenía una relación muy particular", dice Valenzuela, que se define primero atea y luego animista. "Me puse a analizar eso y llegué a la conclusión de que ahora no creo. Y me perturbó, te diré, en su momento, en esa visión, no tener una relación. Decir: 'Qué divina, me voy a morir, voy a encontrarme con Dios'. Ay, pucha, no me encuentro con nadie, qué espanto, no quiero desaparecer."

Te perturbó, pero tal vez eso mismo te dejó de este lado.

–Sí, no pude cambiar de parecer. Al mismo tiempo necesitaba como un mantra, una cosa para rezar, para concentrar el pensamiento. Y las oraciones que yo sé son las católicas, las cristianas. Entonces rezaba y decía "bueno, pero estoy falseando". Fue concentrar la energía en algo, en un momento en que estaba muy dispersa, como si se hubiera ido del alma. No sé si hay un alma, qué sé yo. En esa visión, una de las cosas que yo me imponía para hacer era un libro de viajes, contarlos, porque he hecho viajes divinos, con un montón de anécdotas que tengo ganas de contar. Y ahí me dije: "Bueno, éste es otro viaje y el medio de transporte es el virus. ¡Te lleva al carajo! Pero es un vehículo. Y si es un virus, con suerte, en algún momento se va a morir".

7.8.10

¡Escriba como los maestros!

¿SE PUEDE ENSEÑAR A ESCRIBIR?


Por: Julio César Londoño

POR supuesto que sí, aunque los escritores se empeñen en hacernos creer que lo suyo es un don divino, una cualidad marciana, un misterio impenetrable, como la inteligencia, el mesmerismo o la telepatía. Cuando se los interroga, responden con gravedad: "Nadie entiende los arcanos de la escritura, y si alguien los entendiera no podrá enseñarlos, y si alguien lograra enseñarlos no será comprendido".

Tampoco digo que sea una tarea fácil. No hay fórmulas que garanticen la calidad de un ensayo, digamos, pero sí podemos enseñarle al alumno la poética del género, darle una bibliografía básica, ponerlo en guardia contra los errores más comunes y, sobre todo, vacunarlo contra cuatro enemigos letales: el patetismo, el proselitismo, la vanidad y la ternura.

Con estas ideas en mente, he diseñado un taller de escritura creativa compuesto por las siguientes asignaturas:

Gramática básica: estudio de la naturaleza de las palabras, vistas de manera aislada (morfología), y la manera de enlazarlas en series lógicas (sintaxis), sin perder de vista que un idioma no es un sistema arbitrario de signos sino la manera como un pueblo siente la realidad y dialoga con su tradición.

Teoría literaria: definiciones de géneros, tropos, escuelas, tendencias y estructuras, en el lenguaje plano y elemental que las enciclopedias estilan.

La poética vuelve sobre los mismos asuntos de la teoría, pero lo hace con el lenguaje y la agudeza de los grandes maestros (v. gr. los "decálogos" de Poe, Quiroga, Bolaño, Monterroso, etc.). La teoría es una asignatura técnica mientras que la poética es una suerte de filosofía de la literatura; pero ambas, teoría y poética, son de carácter abstracto, general.

La crítica, en cambio, es concreta y particular: resulta de aplicar la teoría y la poética (+ filosofía + sociología + historia de la literatura + lo que usted guste) al análisis de una obra o un autor determinado, sin olvidar que el asunto es la literatura (no la filosofía, ni el psicoanálisis, ni la sociología) y que las conclusiones deben ponerse en lenguaje literario. O, para decirlo con las palabras de Harold Bloom: "En crítica, es válido analizar el estilo de Freud en clave de Shakespeare, pero no es válido leer a Shakespeare en clave de Freud".

En el capítulo narrativa se estudiará el cuento, esa forma sintética y esencial cuyo protagonista es el argumento, y la novela, que es un género de personajes (o como dijo Philip K. Dick: el cuento trata del crimen, la novela del criminal). También nos ocuparemos aquí de la estructura del relato: manejo del espacio y del tiempo (que puede ser lineal u oscilante), la inserción de descripciones pertinentes y la construcción de personajes con relieve, es decir, "dotados de un ADN singular", como quiere Roberto Rubiano.

El ensayo es el lenguaje del pensamiento, o "la mejor manera de sostener con gracia un punto de vista original", según Jaime Alberto Vélez, y tiene tres partes: introducción, desarrollo y cierre. Estudiaremos por qué es éste el género de más importancia social, la conveniencia de investigar mucho pero desechar luego las 9/10 partes del acopio, y la razón de que la cualidad clave de un ensayista sea su capacidad de mantener un equilibrio exacto entre el rigor y la especulación.

La última asignatura a estudiar será el periodismo literario, ese poderoso invento de Gabo, Truman Capote y Gay Talese en los años cincuenta, ese híbrido que mezcla las estructuras, la claridad, el impacto y las vastas audiencias del periodismo con el poder de seducción de la poesía.

Los interesados en tomar estos contenidos pueden obtener más información en La Fundación Casa de la Lectura de Cali: Tels.: 5581818 y 3175385416, casalectura@yahoo.com.

Lindo reivindica la dignidad del cuento

"Cuando no tengo tema mezclo la actualidad con una historia personal, como si fuera un pequeño cuento, y creo que de ahí salen los mejores artículos"

La escritora Elvira Lindo.foto.fuente:elpais.com

Dice que se siente como quien acaba de cazar una mariposa cuando logra modelar un juego de palabras inspirado. Ayer finalizó el Taller de cuentos: Chejov y compañía que Elvira Lindo ha impartido en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) y en el que analizó la influencia del autor ruso en los relatos de Raymond Carver, Truman Capote o Bernard Malamud. Al final, sus alumnos tenían que atrapar en un cuento propio unos lepidópteros de colores.

En los Martes literarios de la UIMP, la novelista lamentó la poca afición por el relato corto en España. Un formato al que recurre en sus artículos para EL PAÍS. "Cuando no tengo tema mezclo la actualidad con una historia personal, como si fuera un pequeño cuento, y creo que de ahí salen los mejores artículos", confesó. Una causa de esa falta de afición la ve en la escasa presencia del cuento en los diarios, y dice añorar aquellas series que "enganchaban" y que el lector esperaba con avidez.

Lindo habló también de su próxima novela, Lo que me queda por vivir, que se publicará el 3 de septiembre en Seix Barral. Es la historia de una mujer de 40 años que trabaja en la radio y que vive sola con su hijo en un piso del Madrid de los años ochenta. "El libro habla de la confusión íntima de esa mujer", explicó, e insistió en que es una novela, a pesar de su similitud con la protagonista -Lindo trabajó 10 años en la radio, además de en televisión y prensa-. La escritora se definió como "una rebelde". Por eso se resiste a que se la encasille en la literatura infantil o humorística, aunque Manolito gafotas y aquellos Tintos de verano le dieran el éxito. Su nueva novela es un paso más en la dirección que consolidó con Una palabra tuya.

6.8.10

Historia de una novela

Cuando un autor escribe una novela, está a la vez escribiendo la historia de esa novela

Cementerio de las novelas publicadas.foto:archivo.fuente:eldiariomontanes.es

Thomas Mann escribió sobre cómo escribió 'La montaña mágica'. Digo esto a propósito de 'El anorak de Picasso', un libro donde José Antonio Garriga Vela rescata esos fragmentos de realidad que de tanto serlo, consideró en su día que podían ser considerados por los lectores irreales, más productos de la ficción: y por ello decidió no integrarlos en una de sus novelas.

Sobre esta paradoja, Garriga Vela escribe ahora la historia de no sólo una novela sino de varias suyas. Lo que cuenta 'El anorak de Picasso' es real, le sucedió a su padre, sastre, confeccionó un anorak al mismísimo pintor en su casa de Barcelona. La guerra hizo imposible que se lo entregara, dado que Picasso ya se había marchado de España. Veinte años después, su padre fue personalmente a entregarle su anorak a Picasso. En esa breve entrevista estaba presente el autor niño. Esta historia es la que no integró en 'Muntaner 38'. Al poco tiempo de publicar éste último, le escribió Vila-Matas: ¿sabía que en su casa (en su mismo piso) había tenido su estudio Santiago Rusiñol unas décadas antes? El autor de la hermosa 'Muntaner 38' repite intensidad y arte.
'Studio sex' es la segunda entrega de la célebre serie de misterio inaugurada con 'Dinamita' por la autora sueca Liza Marklund, pero la acción se desarrolla ocho antes que aquélla y cuando Annika Bengtzon, la intrépida periodista, era todavía una reportera novata que acaba de iniciar unas prácticas en el 'Kvällspressen', uno de los más conocidos diarios de Estocolmo. Lo que en un principio parecía un trabajo rutinario y carente de emoción va a dar un inesperado giro cuando aparece el cuerpo sin vida y desnudo, violado y estrangulado de una joven en un cementerio. Se trata de una artista del striptease que trabajaba en el club Studio sex. El principal sospechoso es un secretario del Gobierno. Después de 'Millennium', que implicaba al sistema sueco en todo tipo de corruptelas que también descubría un periodista, cabe preguntarse si hay un nuevo síndrome de Estocolmo.

3.8.10

El mapa de la literatura norteamericana y sus alrededores

Publicado en 1919, Winesburg, Ohio es un libro fundamental y fundacional para entender la literatura norteamericana

Sherwood Anderson.foto.fuente:pagina12.com.ar

Con las muertes todavía tibias de los grandes fundadores (Whitman, Thoreau, Twain, Hawthorne, Melville), este libro extraño, cruza de colección de cuentos y novela atomizada, da vida a buena parte de las verdades, los mitos y las ideas que luego se verían en Faulkner, Hemingway, Fitzgerald, Thomas Wolfe y los herederos de esa generación de deidades literarias. La fundación de un pueblo, el retrato de sus habitantes y el papel del testigo que lo cuenta y lo escribe es un influjo poderoso que cruza a la Comala de Rulfo, el Macondo de García Márquez y hasta la literatura barrial de hoy en día. Imposible de conseguir en castellano hasta hace poco, la edición de Acantilado pone en las librerías esa pequeña maravilla en 22 capítulos.

Un maestro que se expresa más con sus manos nerviosas que con las palabras es sospechado por tocar a sus alumnos. Un granjero poseído intenta mojar la cabeza de su nieto, aterrorizado heredero, en la sangre de un cordero. Una mujer hastiada siente una noche de lluvia el deseo irrefrenable de lanzarse a correr desnuda bajo el aguacero por las calles del pueblo. Un pastor atisba por una ventana una mujer que fuma y experimenta una revelación de Dios. Vidas rutinarias, sometidas a la costumbre pero también retobándose contra los preceptos morales de su comunidad, de pronto pueden encontrar el sentido de su existencia en un gesto –como mucho, un acto– que les descubrirá el sentido de su existencia. Un muchacho, periodista del diario local, que ambiciona ser escritor, George Willard, camina el pueblo, lo recorre buscando una historia que merezca ser narrada y, por lo general, la historia se le presenta cuando menos se lo espera, ya sea paseando distraído o bostezando en su escritorio. "Debes escucharme –le recomienda un médico viejo y fracasado que alguna vez también fue periodista–. Tal vez puedas escribir el libro que nadie escribiría. La idea es muy sencilla, tan sencilla que, si no tienes cuidado, podrías olvidarla. Consiste en esto: todo el mundo es Jesucristo y todos acaban siendo crucificados. Eso es lo que quería decirte. No lo olvides. Pase lo que pase, no dejes que se te olvide." Todos en Winesburg, Ohio, porque éste es el pueblo, son entonces pobres cristos con una vida que merece atención y puede constituir una buena historia. Y esta historia se roza y vincula con la de sus vecinos: quien es protagonista en un cuento pasa más tarde a ser circunstancial en otro, porque todos y cada uno, ya sea en primer plano o de soslayo, son protagonistas en esta colección de cuentos que no pierde de vista nunca la relación entre el sujeto y su contexto, el individuo y la sociedad o, si se prefiere, entre el uno y el todo. Algunos, como un vendedor de combustible, piensan que podrían ocupar el lugar del cronista y se animan a suministrarle ideas sobre su oficio: "El mundo está en llamas. Empieza así tus artículos: El mundo está en llamas. De esta manera conseguirás que la gente se fije en ti". La consigna anticipa una de las máximas de John Cheever en sus clases de literatura creativa en Iowa University al proponer: "Escriban como si estuvieran en un edificio en llamas". Pero todavía faltan décadas para el surgimiento de este Homero de los suburbios. Ahora, en Winesburg, Ohio, una maestra también tiene consejos para el futuro escritor: "Tendrás que conocer la vida. Si quieres ser escritor debes dejar de tontear con las palabras. Será mejor que abandones la idea de escribir hasta que estés mejor preparado. Ahora debes vivir. No pretendo asustarte, pero quisiera que comprendas el alcance de lo que piensas hacer. No debes convertirte en un mero mercachifle de las palabras. Lo más importante es que aprendas lo que la gente piensa, no lo que dice".

Publicado en 1919 por Sherwood Anderson, Winesburg, Ohio es desde entonces un libro basal de la literatura norteamericana. Inconseguible en castellano hasta ahora, publicado con una traducción impecable de Miguel Temprano García, en su edición de Acantilado, fue galardonado en Barcelona el año pasado por su presentación cuidadosa. Volviendo: en la fecha de su primera publicación, en 1919, no hace tantísimos años que han muerto Whitman y Melville con sus intentos ciclópeos de fundar una literatura que abreva tanto en Thoreau y Emerson como en la Biblia. Con esa distancia escasa, sin el humorismo caricaturesco de O'Henry ni el pathos de Harte, como un Twain más melancólico, Sherwood Anderson (Camden, Ohio, 1876 - Colón, Panamá, 1941), planta las bases de la short-story, funda un género y, a un tiempo, construye una manera de enfocar la realidad que, pasando por la teoría del iceberg de Hemingway, alcanzará a Carver, Ford y Wolf. Lo que sorprende en Anderson es el absoluto despojamiento de la prosa, la intervención escasa y como conversada de la voz narradora, además de una pasmosa frescura al describir paisajes, hombres, mujeres, ese pueblo. Anderson parece, por instantes, prestarle más atención a la naturaleza, un viento, una nevada, un temporal, que a sus caracteres. Al describirlos los integra a la tierra, al clima, a una naturaleza que empieza a sentir los avances y estragos del industrialismo que acabará con ese ritmo adormecido de lo provinciano, aunque los dramas chicos, esas tragedias secretas, de golpe, contadas desde la intimidad de sus vidas, cobran la trascendencia de épicas privadas, pero siempre, sin altisonancias, sin perder de vista aquello que por cotidiano no puede darse por sentado. Por ejemplo, acerca de uno de sus personajes Anderson escribe que la suya "es más la historia de una habitación que la de un hombre". Cada ser, entonces, está encerrado. El oficio del escritor consiste en disponer del talento necesario para abrir su puerta y curiosear. Conviene fijarse en la dedicatoria que precede estos veintidós cuentos que, según la crítica, conforman una athomized novel: "Este libro está dedicado a la memoria de mi madre, Emma Smith Anderson, cuyas agudas observaciones acerca de todo lo que la rodeaba despertaron en mí la inquietud de mirar por debajo de la superficie de las vidas ajenas". (El subrayado es mío.) Cuando, en la ficción, la madre de George Willard muere, el muchacho dejará atrás su puesto de reportero en el Winesburg Eagle y subirá al tren que lo llevará al mundo, la experiencia, otra vida. Cero paradoja: deberá dejar atrás Itaca para narrarla. "Quien se aleja de su casa/ ya ha vuelto", anotaría Borges con motivo del I Ching.

Al concluir la lectura de estos cuentos algo empieza. Y es, nada menos, el inicio de la portentosa y moderna literatura norteamericana. Una literatura que, como paradigma, habría de contribuir a las búsquedas de otras voces, otros ámbitos. En sus ensayos sobre literatura norteamericana, a propósito de Anderson, Cesare Pavese aseveraba en "Middle West y Piamonte": "No existe el arte por el arte. E incluso la más ociosa lírica parnasiana resolverá para el lector un problema de la práctica: cómo vivir soñando. Para entender a los modernos novelistas norteamericanos no sólo es necesario conocer cuál es la necesidad histórica común que han enfrentado con su obra, sino que es indispensable, para no hablar inútilmente, encontrar una imagen, un paralelo histórico que ponga en términos conocidos por nosotros aquellos modos de vida de ultramar que, a casi todos nosotros, nos gusta imaginar un tanto exóticos". Si para Pavese –como para Calvino y Vittorini– la literatura norteamericana, con Anderson puntero, ofrecía un prisma para enfocar el Piamonte de posguerra, su operación no fue diferente en otros escritores. Consideremos: Winesburg, Ohio empieza con un plano del pueblo. En el trazado de sus calles, incluyendo el trazado del ferrocarril, se manifiesta una intención: localizar lo que se narra, concederle una impronta de verosimilitud. El mapa del pueblo, dibujado de puño y letra por el mismo Anderson, es el antecedente de otro mapa célebre, el del condado de Yoknapatawpha, en Jefferson, propiedad "privada" de William Faulkner, donde habrían de transcurrir todas sus obras. (Como leyenda literaria circula la anécdota de que fue Anderson quien impulsó a Faulkner a la publicación. El joven Faulkner le habría acercado su primera novela a Anderson. Y éste, con tal de librarse de su lectura, le recomendó –al modo Arlt– un imprentero.) Unos años después, no siempre apelando al dibujo del plano, pero sí al propósito de inventar un pueblo, habrían de suceder, derivadas, operaciones identitarias similares de territorialización: la Comala de Rulfo y el Macondo de García Márquez, por citar dos ejemplos. Más acá, el Belgrano de Briante. Y, por qué no, desde Winesburg, Ohio, aunque sus autores puedan no conocer el pueblo de Anderson pero sí sus estribaciones, leer el Lanús de Olguín, el Boedo de Casas, la Villa Celina de Incardona y la Turdera de Pradelli.

La vida que esperaba a George Willard al marcharse de Winesburg, Ohio, una vida aventurera, soñada por un chico de pueblo, puede imaginarse siguiendo la biografía de su padre en la realidad. Anderson dejó el colegio a los catorce años, tuvo varios oficios, fue soldado en la Guerra de Cuba y más tarde publicitario y periodista. Escribió una considerable cantidad de novelas y relatos y también dos volúmenes autobiográficos. Su epitafio reza: "La vida, no la muerte, es la gran aventura". La relación entre experiencia y literatura es una cuestión vital en su obra vasta. Pero que le atribuyera un primer lugar a la experiencia no significa que la literatura fuera secundaria. Uno no es tanto lo que vive, parece sugerir Anderson, como lo que cuenta. Más importante aún, la manera en que lo interpreta y lo cuenta.