31.1.11

Fábricas de escritura creativa

¿Los talleres literarios enseñan a escribir? foto:archivo.fuente:lavanguardia.es
A estas preguntas tratan de responder los talleres literarios, fenómeno con una larga y fecunda tradición en América Latina y arraigado desde hace unos años también en España. Notables escritores han contribuido ¿y contribuyen¿ a esta experiencia que, de todos modos, no es ajena a las transformaciones que con el tiempo experimenta algo tan viejo como el "contar historias"
Augusto Monterroso (el autor del brevísimo 'Cuando se despertó, el microrrelato seguía allí') tuvo a su cargo en México el taller de Cuento de la UNAM y el taller de Narrativa del Instituto Nacional de Bellas Artes desde 1969. Al año siguiente, Bárbara Jacobs fue alumna suya: se casaron en 1976. Según ha contado Juan Villoro, en la primera clase invitaba a los alumnos a releer el Quijote. Después, hablaba de Horacio y de Séneca: la formación del escritor en ciernes comenzaba con la frecuentación de los clásicos grecolatinos. La convicción de que lo importante es aprender a leer. En la crónica que Villoro dedica a las lecciones de su maestro en Safari accidental leemos: "Aunque todo el mundo sabe que no hay manera de enseñar a escribir, en la década de los setenta los talleres se multiplicaron como una agradable señal de desviación en un camino peligroso". En efecto, aunque el fenómeno se gestó en los años sesenta, en la década siguiente América Latina se convirtió en una red de talleres literarios, que tras diversas mutaciones pervive hasta hoy día.

El primer taller colombiano fue inaugurado probablemente en 1962 en Cartagena de Indias. En la década de los setenta surgen varios talleres en Cuba. En 1975 el poeta chileno Carlos Alberto Trujillo funda el taller literario Aumen, que sobrevivió hasta el siglo XXI y que, por tanto, estuvo activo durante los oscuros años de la dictadura de Pinochet. Los años de las veladas literarias de casa de María Callejas, en cuyo sótano se torturaba sin piedad (como Bolaño recordó en Nocturno de Chile). Durante la década de los años ochenta, en plena dictadura, en Santiago de Chile estuvo activo el taller literario de José Donoso, que fue fundamental para una generación de escritores, entre ellos Marco Antonio de la Parra, Carlos Cerda, Roberto Brodsky y Carlos Franz. Para entonces el fenómeno conocido como universidad en las catacumbas ya se había convertido en una estrategia de resistencia en el país vecino, Argentina. En periodos de control militar del sistema universitario, proliferaban grupos de estudio que se reunían en domicilios particulares. A falta de espacio público en que reunirse, los talleres se convirtieron, cuando no en centros de resistencia activa, en ámbitos donde practicar la libertad de opinión y de pensamiento.

Tras la desaparición del taller de Donoso, en los años noventa el de Diamela Eltit tomó su testigo. La escritora -también chilena- Lina Meruane recuerda así su llegada en 1994 al taller de Eltit: "Su sistema estaba lejos de ser terapéutico, como muchos talleres de esa época. Ella usaba un método barthesiano: el autor sólo podía leer su texto pero nunca explicarlo ni menos defenderlo después de la lectura, porque la premisa era que los lectores nunca tienen al autor al lado para explicarlos y, por lo tanto, el texto debe defenderse solo". A diferencia de tantos otros profesores de escritura creativa, Eltit -que ha destacado en entrevistas la cercanía que permite el taller, en contraposición a la distancia propia de las aulas universitarias- había reflexionado teóricamente sobre la pedagogía específica que reclama el trabajo con escritores emergentes en pequeños grupos. Meruane sostiene que su maestra usaba un método lacaniano en el comentario de los textos y que podía ser muy dura a la hora de diseccionar las propuestas de sus alumnos, lo que debía ser interpretado como un reconocimiento: sólo lo que se reconoce como interesante y con potencial merece el esfuerzo de nuestra lectura atenta y crítica. "Ese taller, y la propia Eltit, eran una máquina de lectura", concluye Meruane.

Durante sus cerca de cuarenta años de vida, el taller del escritor argentino Abelardo Castillo en Buenos Aires ha seguido el principio de la Gestalt: la palabra de los alumnos dirige la clase, el maestro se limita a dar orientaciones, pautas, claves de lectura. Los buenos talleres se convierten, con el paso del tiempo, en eslabones de la historia cultural. Una adolescente que a los dieciséis años había ingresado en el taller de Castillo, Liliana Heker, fundaría en 1978 su propio taller, al que acudirían con el tiempo, entre otros, Pablo Ramos y Samanta Schweblin. Castillo y Heker comparten la convicción -expresada en un reportaje publicado en el diario argentino 'La Nación'- de que "el taller no inventa escritores pero puede contribuir a la formación del que esencialmente ya es escritor".

De América a España
En los años noventa y en lo que va de siglo, otros muchos talleres de autor han nacido, se han consolidado y han desaparecido en el Cono Sur. En Buenos Aires, autores tan importantes como Luis Chitarroni o Guillermo Saccomanno han dirigido o todavía dirigen grupos de escritores en formación. Claudia Piñeiro, autora de 'Las viudas del jueves' (premio Clarín 2005) fue alumna de Saccomanno.

Si el taller de autor, a menudo radicado en un domicilio particular, goza de prestigio en América Latina (donde es común la selección de los alumnos y las plazas limitadas), en España en cambio no ha sido legitimado por el sistema literario. Pese a que, como ha recordado Sergio Vila-Sanjuán, el primer taller que se realizó en España con conciencia de tal se impartiera en la casa de un escritor reconocido: la del propio José Donoso. Ocurrió en 1976. Sitges se había convertido en el lugar de residencia del autor de 'Casa de campo'. Animado por lo que había visto en EE.UU., donde la enseñanza de la escritura literaria estaba absolutamente normalizada, congregó a un variopinto grupo de escritores aficionados, con quienes compartió cerca de dos años de reuniones de discusión de textos propios. El taller fue gratuito: probablemente su creación respondió a la necesidad de interlocutores que Donoso tenía en aquel momento. Luego el autor chileno regresó a su país y reactivó el concepto con otros criterios.

Muchos otros talleres de autor han tenido lugar desde entonces, pero ninguno ha tenido una significación comparable a la de los talleres latinoamericanos que se han mencionado. En España, la tertulia de café y las reuniones privadas (recuérdense, por ejemplo, las reuniones de Molina Foix, Marías, Azúa y Chamorro en casa de Juan Benet) cumplieron el papel que en otras culturas ha cumplido el taller. Porque una clase de escritura creativa es sobre todo una comunidad de conversadores. En el proceso de maduración de un escritor, de forma espontánea, se van creando grupos de discusión y de intercambio. Futuros periodistas, poetas, artistas o narradores, por lo general activos lectores, se conocen en redacciones de revistas, en fiestas, en blogs, en el instituto o en la universidad; pronto empiezan a pasarse textos, a prestarse libros, a comentar lo que ellos escriben y lo que escriben los demás. A menudo alguien, de mayor edad y con más experiencia, se convierte en el maestro, real o simbólico. Podemos rastrear esa dinámica natural en la mayoría de las biografías de escritores célebres. En Estados Unidos y en América Latina no es raro completar ese aprendizaje informal con la disciplina de un curso de escritura creativa; en España, en cambio, el alumno tradicional de taller carece a menudo tanto de referencias técnicas y de lecturas como de una comunidad.

Cada vez es más institucional y amplia la oferta para esa demanda en expansión. Desde 1982, cuando se dio en Fuentetaja el primer curso presencial, los talleres literarios se han convertido en una importante salida profesional para los escritores españoles. En el madrileño hotel Kafka enseñan, entre otros, Eloy Tizón y Elvira Lindo; en l´Escola d´Escriptura del Ateneu Barcelonès, Eduard Márquez y Mercedes Abad; en la Escuela de Escritores de Madrid (que también ofrece cursos en Zaragoza y en Burgos), Jordi Costa y Bernardo Atxaga; en la Escuela de Letras, José María Guelbenzu y Marta Sanz; en el máster de la UPF, Eloy Fernández Porta y José María Micó; en el Laboratorio de Escritura, Leonardo Valencia; en Fuentetaja, Elvira Navarro y ÁngelZapata. Entre muchísimos otros. Por no hablar de los cursos de escritura en bibliotecas, centros culturales, fundaciones privadas, etcétera.

En el contexto de la lengua española, esa proliferación se ha visto acompañada, durante lo que va de siglo, por los programas de escritura creativa en español en universidades estadounidenses. Desde 1922, la Universidad de Iowa ofrece cursos de creación literaria; pero ha sido recientemente cuando ha incluido talleres de escritura creativa en castellano, como han hecho otros centros, como la Universidad de Toronto. Pero ha sido la de Nueva York la primera en ofrecer un máster en Escritura Creativa en Español, dirigido por la escritora y académica argentina Sylvia Molloy. En él dan clases, entre otros, Antonio Muñoz Molina, María Negroni, Eduardo Lago y Sergio Chejfec, quien se ha iniciado en la docencia con clases que privilegian la lectura: "Una de las cosas buenas de la enseñanza de escritura creativa es que puedes hacerlo sin creer cerradamente en lo que haces; más aún, diría que es necesario no creer en este tipo de enseñanza para ser coherente con ella". Como en todo intercambio de lecturas, el profesor también aprende: "Enseñar escritura creativa me permite encontrar preguntas que muchas veces no tengo resueltas, aunque formuladas de otro modo y en distinto registro". En la Universidad de Nueva York, Diamela Eltit y Lina Meruane son ahora compañeras.Jorge Carrión, escritor.

28.1.11

Cómo escribir una novela

Si el objeto a considerar es el tránsito a la iluminación –si lo hubiera desde el principio no habría relato sino estasis

Las diversas historias que se pueden contar a partir del mismo asunto.foto ilustración.fuente:Revista Ñ

"Iluminación", un filme del polaco Krzysztof Zanussi, dispara esta reflexión sobre Las diversas historias que se pueden contar a partir del mismo asunto: la distancia entre el éxito y "la pasión por contemplar la forma del Mundo bajo la figura de lo que es y no de la captura de una oportunidad, ganada o perdida."

Curiosidad por una vieja película de Krzysztof Zanussi, Iluminación . Seguramente por efecto del título. Un joven alumno de ciencias abandona la carrera y por hambre se convierte en objeto módico de investigación científica promedio: la medicina lo somete a electroencefalogramas, investigación del sueño.

Adelantándome al desarrollo de los hechos, imagino que los sueños del protagonista serán insignificantes, se perderá en la creciente injuria de las obligaciones de la vida ("No seré Einstein"). La iluminación, entonces, debería ser la comprensión de la pérdida de las ilusiones iniciales, aunque el acápite, a cargo de un viejo científico polaco que habla a cámara, le explica a los espectadores el sentido que San Agustín le da a la palabra: menos como un estado de éxtasis místico que como una intensificación de la inteligencia que permite discriminar los grados de la divinidad y colocarse en una situación de pureza.

Sigo viendo. La película avanza bajo la figura de "estaciones". No hay tramas ni desarrollos. Debate con un médico amigo: si no hay separación entre cuerpo y alma, y el cuerpo es el soporte material del alma, ¿por qué intervenir brutalmente en ese soporte y someter a los esquizofrénicos a un electroshock? Antes, un experimento de especies: se inyecta líquido cefalorraquídeo de un esquizofrénico en una araña. La araña teje telas deformes.

Por una pequeña astucia de Zanussi, creo que es el protagonista quien ingresa en la progresión: ya no sólo registran gráficamente las variaciones de su sueño; ahora la medicina interviene quirúrgicamente en su cerebro. Luego, advierto que no se trata de él; no todos los polacos son iguales, ni siquiera parecidos. El protagonista es el testigo y: no es la luz del escalpelo la que penetra en su cerebro.

Esa pequeña sorpresa lleva a preguntarse por qué el director abre ese hiato, qué significa para él esa separación. O mejor: ¿por qué plantea esa diferencia? Una película que lleva un título como ese, plantea desde el inicio un problema de competencias. Si el director fuese, digamos, borgiano, se propondría desde el inicio defraudar delicadamente las certezas de su espectador, situarlo en la comprensión de que la suya es una obra que merece ser atendida no por lo que permite confirmar sino por lo que impulsa a averiguar. (Una segunda visión incorpora al recuerdo inicial la conciencia del respeto o el fastidio que las sorpresas y los desvíos inesperados produjeron en la primera).

Si el objeto a considerar es el tránsito a la iluminación –si lo hubiera desde el principio no habría relato sino estasis–, el único propósito que puede plantearse Zanussi es el de la decepción a la que se arribará en el punto de llegada. No habrá iluminación posible, me digo. Y no la hay, salvo en lo iluminadora que resulta esa decepción.

Zanussi es un director respetable. Su filme tiene las marcas de la época en que fue hecho, 1972. El protagonista, cuyo nombre desconozco y a quien no vi en otra película, tiene el aire de esos buenos mozos intensos y atormentados, con anteojos de intelectual: una cruza de Trintignant y James Dean, que hacen drama de su inexpresión, por lo que –ahora deduzco– es lógico que su pasión ascética por el triunfo como físico derive en algún momento a la pasión por contemplar la forma del mundo bajo la figura de lo que es y no de la captura de una oportunidad, ganada o perdida.

Es lo que le ocurre al personaje, finalmente. Accede a la única iluminación posible. Ramas flotando en un río marrón, su hijo jugando con la arena, su mujer tejiendo, y él, aterido, vestido con una malla de lana gruesa, ríe como un idiota, achinando los ojos mientras mira fijo al sol sucio.

¿Cuál sería la historia que contaría yo si con ese mismo asunto escribiera una novela? El relato derivado sería, entonces, el de un sujeto que espera una ascesis mística de orden personal, su autoelevación por la vía de una idea genial que le permitirá ser mundialmente reconocido ("Seré Einstein"), arriba de pronto a una iluminación negativa: descubre que toda su vida será una sucesión de estados de grisura, el aura mediocritas . Eso le parece liberador. El sueño de la diferencia que viviera antaño le permite descubrir la maravilla de lo ordinario.

Lo real es una calesita de sorpresas comunes: descubre el amor, el sexo, el mundo del trabajo (antes, era estudiante o ladrón: la excepcionalidad le había permitido ciertas licencias de conducta). Se casa. Un día, de vacaciones con su mujer en Mar del Plata, jugando a la ruleta (no gana ni pierde grandes sumas) tiene una "iluminación positiva", una idea genial, de orden matemático. Esa será su perdición, porque a partir de entonces tratará de probar lo que nadie está dispuesto a admitir. Ni sus colegas, ni el propio autor, que se limita a exaltar el descubrimiento sin brindar las pruebas de su valor. Para el mundo, su descubrimiento será una imbecilidad.

El sostendrá hasta el fin que el presente no tiene parámetros para juzgar el resultado al que arribó. Pasa los años en esa insistencia, hasta que la olvida. Desde luego, Dios no aparece en su rescate, ni siquiera en el momento último. Su destino ha sido descubrir que no hay esplendor sino opacidad, incesantemente.

Cuatro nobles verdades

"Descreo de buena parte de lo “experimental”. Alguien dijo que se tiende a hablar de “literatura experimental” cuando el experimento ha fracasado"

El escritor boliviano Edmundo Paz Soldán. foto: Erik Mólgora.fuente:revista eñe

1. Cuando tenía dieciocho años escribía cuentos de dos y tres páginas y quería escribir cuentos más largos. Ahora escribo cuentos largos y no me salen los breves; y eso que quisiera que me salgan. Moraleja: uno propone, pero tiene que saber escuchar lo que la forma dispone.

2. Nunca me siento a escribir un cuento sin saber en qué va a terminar. Eso significa que a veces puede estar rondándome durante un par de días o cinco o seis años. Por supuesto, eso no significa que, llegado el caso, no cambie el final que planeaba originalmente. Es bueno tener un mapa, aunque sólo sea para desecharlo cuando sea necesario.

3. Comencé creyendo que había que escribir cuentos como Borges y Cortázar y tener una vuelta de tuerca en las últimas líneas. Pensaba que sin esos fuegos de artificio un cuento no valía nada. Luego leí a Hemingway y sentí que a sus cuentos les faltaba la página final. Tardé en comprender que se trataba de otra escuela. Aprendí que muchas vueltas de tuerca son tramposas, y que si no llegan naturalmente lo mejor es prescindir de ellas. Es bueno no atarse a un solo registro.

4. Un cuento era para mí sobre todo una trama y ahora es un personaje, una voz, una forma de ver el mundo. Lo que servía hace un par de siglos sigue sirviendo hoy. Descreo de buena parte de lo «experimental». Alguien dijo que se tiende a hablar de «literatura experimental» cuando el experimento ha fracasado.

La convocatoria del premio de relato Cosecha Eñe 2011 está abierta hasta el viernes 1 de abril de 2011.

Hay 3000 euros en juego para el máximo ganador.

Consulta las bases, rellena este formulario y envía tu relato a través de la web.

Aunque hace más de una década que Edmundo Paz Soldán no publica un nuevo libro de relatos —Amores imperfectos, el último de ellos, apareció en 1998—, gran parte de la crítica y de sus lectores lo siguen considerando como un gran cuentista. Allí está, por ejemplo, el magnífico «Dochera», con el que hace unos años ganó el Premio Juan Rulfo de cuento y que además, entre otras formas de reconocimiento, inspiró a un entusiasta bloguero de su país para fundar el Dochera Fan Club.

Pero esta situación durará poco. Hace unas semanas, Paz Soldán anunció que después de Norte, su próxima novela, cuyo lanzamiento con Mondadori está confirmado ya para el 18 de marzo, se centrará en la preparación de su nueva colección de cuentos. Lo decisivo en su caso no será terminarlos, sino elegir entre todos los que ya tiene listos cuáles podrían ir bien juntos en un libro. Y pensar en un buen título, claro.

Mientras ese momento llega —lentas son las horas del que escribe...—, el autor boliviano nos envió sus cuatro consejos para armar un buen relato de ficción.

25.1.11

Bolaño. Penúltimos sinsabores de un novelista convertido en leyenda

Roberto Bolaño. foto:Lisbeth Salas.fuente:Elcultural.es

El próximo jueves sale a la venta Los sinsabores del verdadero policía (Anagrama), penúltima obra póstuma de Roberto Bolaño (1953-2003), que sólo al final de su vida, tras mil penurias, se vio convertido en una leyenda. De él se dice que ha sido "el último escritor latinoamericano" y el de mayor influencia actual en las dos orillas. Según Jorge Volpi, Bolaño se "reía a carcajadas de las mieles de la fama", así que es posible que contemple, admirado y divertido,la expectación que rodea a este libro. La misma que hace que El Cultural ofrezca hoy, de la mano de Ignacio Echevarría, amigo y especialista en su obra, las claves de Los sinsabores..., mientras que otro cómplice, Bruno Montané, recuerda cómo el narrador le explicó que el volumen inédito iba a "contener todo aquello que hasta entonces no había conseguido escribir". La reseña tendrá que esperar, no hasta 2666, sino a que el libro esté en la calle.


Vayan por delante dos afirmaciones categóricas:

Una: entre las páginas de Los sinsabores del verdadero policía se cuentan algunas de las mejores de Roberto Bolaño, que las escribe desde la altura alcanzada a partir de Estrella distante, con una libertad y una osadía a ratos apabullantes. Dos: no cabe arrojar sospechas sobre la legitimidad y el correcto proceder de Carolina López, viuda de Bolaño y administradora de su legado, ni de sus agentes y asesores, que vienen mostrando, hasta el momento, un escrupuloso respeto hacia la integridad de los textos del autor.

Dicho esto, conviene salir al paso de algunas presunciones que se deslizan en los textos que envuelven esta última entrega de Bolaño (entre ellos, la "Nota editorial" firmada por Carolina López), empezando por la de que se trata de una novela. No es así. Los sinsabores del verdadero policía no es -como se repite insistentemente- una novela, no al menos en el sentido cabal, por extenso que sea, que se suele conceder a este término. Ni siquiera es, como se sugiere, una novela inconclusa. No. Ni falta que hace.

Si fuera imperioso -como parece- decir qué es, la forma más neutra y ajustada de hacerlo sería decir que se trata de materiales destinados a un proyecto de novela finalmente aparcado, algunas de cuyas líneas narrativas condujeron hacia 2666, mientras otras quedaron en suspenso, inservibles o pendientes de ser retomadas por el autor, de haber tenido ocasión y ganas de hacerlo. En este caso, lo hubiera hecho ya no para prolongarlas tal y como se ofrecen ahora, sino para reelaborarlas en un marco nuevo, inevitablemente transfigurado por la hazaña que supuso la escritura de 2666 (el último libro, entre los publicados después de su muerte, que Bolaño consintió expresamente publicar tal y como lo conocemos).

Insisto: los materiales narrativos reunidos demasiado acríticamente bajo el título Los sinsabores del verdadero policía no constituyen, con propiedad, una novela. Tal y como se presentan, no admiten ser tomados, en rigor, como una obra más de Roberto Bolaño, por muchas piruetas que se pretenda hacer (las hace, de hecho, Masoliver Ródenas en su prólogo). Lo cual no les resta aliciente, claro que no. Ocurre simplemente que es preferible no confundir al lector.

Cuando no se cuenta con testimonio expreso alguno acerca de las intenciones que, a su muerte, el autor abrigaba hacia unos textos encontrados entre sus papeles y archivos de ordenador, el único criterio más o menos fiable es el que, apoyado en los indicios disponibles, se deduce de la lógica interna que preside el conjunto de su obra. En el caso de Bolaño, esta lógica es bastante férrea. "La estructura de mi narrativa -declaró en cierta ocasión- está trazada desde hace más de veinte años y allí no entra nada que no se sepa la contraseña". Palabras estas que imponen la la obligación de ser muuy cauto a la hora de escoger la puerta por la que se ha de dar entrada a nuevas entregas.

Por lo que toca a Los sinsabores del verdadero policía, esa puerta es la destinada a materiales aún no definidos que, en el caso de un escritor como Bolaño, que trabajó siempre en varias bandas simultáneas (durante la redacción de 2666 parió al menos dos libros), dan cuenta de la multitud de direcciones en que se orientaba su impulso creador. Resulta insensato pretender que todas esas direcciones abrían caminos hacia objetivos bien delimitados y reconocibles. Lejos de eso, ocurre a menudo que un escritor ensaye senderos que finalmente no conducen a ninguna parte. No se trata ahora de esa "poética de la inconclusión" que en otras ocasiones se ha invocado para caracterizar el proceder de Bolaño como narrador, no. Hay una diferencia sustancial entre dejar una historia en suspenso, con final abierto, como suele decirse, y abandonar el desarrollo de esa historia por las razones que sea, reclamado acaso por otras historias que se cruzan en el camino, o ganado por la fatiga, o bien inseguro ante la manera de continuar.

Como en tantas ocasiones, la obra de Kafka sirve aquí de inmejorable referencia. Los escritos póstumos de Kafka ofrecen un variado repertorio de textos en diverso estado de desarrollo. A algunos les cumple el calificativo de terminados, satisfacieran o no a su autor. A otros, el de inacabados. Otros más constituyen brotes, abortos narrativos, pasajes a menudo fascinantes pero abruptamente interrumpidos, desviados.

Los sinsabores del verdadero policía se acerca más bien a esta última tipología. No cabe compararla a El Tercer Reich, novela primeriza que, llegado el momento, Bolaño resolvió no dar a la luz y guardó en una carpeta, insatisfecho sin duda con el resultado. Sobre El Tercer Reich cabría sostener que, aun cuando fue escrita por el mismo Bolaño, en el momento decisivo no acertó con la contraseña que le había de permitir el ingreso a la estructura diseñada tan precoz y clarividentemente por él.

Distinto es el caso de Los sinsabores... Se trata de un proyecto de novela cuyo germen es con seguridad anterior a la redacción de Los detectives salvajes. Quizá Bolaño lo retomara al concluir esta novela, pero, a partir de cierto momento (y me atrevería a especular sobre cuál es ese momento, muy ligado al abismo que se fue abriendo a los pies mismos de Roberto conforme se metió de lleno en el filón de los crímenes de Ciudad Juárez), se desvió por los derroteros que, sin apartarse del todo de personajes y motivos ya apuntados, lo conducirían finalmente a 2666.

Que Bolaño no hubiera retomado de nuevo los materiales ahora publicados para prolongarlos tal cual, es algo que se puede afirmar no sólo intuitivamente, sino desde la convicción de que un escritor como él jamás hubiera cometido descarados autoplagios, ni hubiera incurrido deliberadamente en abiertas contradicciones con lo escrito y contado en otras novelas antes publicadas. Que se den una y otra cosa en Los sinsabores... sólo puede justificarse (más allá del sobado recurso a comodines críticos como los de "intertextualidad", "variaciones", "caleidoscópico", etc.) desde el supuesto de que, como tantas veces, Bolaño se sirvió de unos materiales ya elaborados como cantera de la que se nutrieron otras obras suyas, sin menoscabo de que con algunos restos de esos mismos materiales pudiera luego urdir nuevas historias.

El extravagante título de Los sinsabores del verdadero policía lo acarició Bolaño durante años. Estuvo siempre asociado al proyecto de una novela sobre un joven policía que en estas páginas sólo asoma lateralmente. Lo que nos cabe leer tiene que ver sobre todo con Amalfitano, un Amalfitano bastante distinto al que da nombre a una de las partes -la más enigmática, ahora intuimos por qué- de 2666. Bastante menos con un embrionario J.M.G. Arcimboldi que para nada coincide con el Beno von Archimboldi (con ch) que protagoniza esa novela.

En el camino que lleva de Los detectives salvajes a 2666, el libro que ahora se publica viene a ser una vía muerta. Sólo parcialmente hubiera podido reintegrarse en la cadena de la que se desprendió. Tal y como se ofrece, es un eslabón partido, que no por eso deja de arrojar destellos deslumbrantes, verdaderamente deslumbrantes por su audacia, por su comicidad, por su misterio, por su lirismo.

Que un material de estas características sea capaz de emitir esos destellos, y de atrapar al lector, dejándolo acaso insatisfecho pero nunca decepcionado, es una prueba más -concluyente como pocas- de la excepcional calidad de Bolaño como narrador.

Enlaces

Los materiales reunidos bajo el título Los sinsabores del verdadero policía contienen hilos narrativos de muy diferente antigüedad, varios de ellos empleados por Bolaño para algunas de sus novelas. Sin ir más lejos, el capítulo que abre el libro, con su provocadora división de los poetas en "maricones, maricas, mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfos y filenos", fue tomado por Bolaño para Los detectives salvajes, donde se da prácticamente idéntico, allí puesto en boca de Ernesto San Epifanio (pp. 83-85). Asimismo, la historia de los soldados que supuestamente habrían violado a Rimbaud en su camino a París, cuando acudió allí para unirse a la Comuna (capítulos 21 y 22 de la parte III de Los sinsabores...), aparece contada ya (incluida la cita por extenso del poema "Le Coeur volé") en las pp. 154 y siguientes de Los detectives.

En "Otro cuento ruso", de Llamadas telefónicas, se narra, tal cual, la historia del sorche de la División Azul que aquí se relata en el capítulo 7 de la parte II. Y en Estrella distante ya se da extensa noticia de la secta de los "escritores bárbaros", con detalles que repiten los del capítulo 10 de esa misma parte II.

Pero si éstos y otros pasajes de menos relieve indican que los materiales ahora publicados sirvieron a Bolaño de cantera de la que se nutría su obra en marcha, algunas diferencias sustanciales entre el perfil de dos de los principales personajes de Los sinsabores... y sus homónimos en 2666 revelan que fue esta novela la que terminó absorbiendo la mayor parte de los materiales ahora publicados.

El Amalfitano de Los sinsabores... es un cincuentón todavía apuesto que ha descubierto tardíamente su homosexualidad. La tonalidad moral del personaje es semejante a la del Amalfitano de 2666, pero su recorrido vital ofrece divergencias muy notables con éste.

El J.M.G. Arcimboldi de Los sinsabores..., en cambio, nada tiene que ver con el Beno von Archimboldi de 2666. De hecho, se trata del J.M.G. Arcimboldi que aparece mencionado en Los detectives..., donde se alude a él como "uno de los mejores novelistas franceses" (p. 170).

El Pancho Monje Expósito de Los sinsabores... sí tiene muchos rasgos comunes con Olegario Cura Expósito (Lalo Cura), de 2666, y hay indicios para pensar que fuera este personaje, que aquí apenas alcanza desarrollo, el que, mucho tiempo atrás, inspiró el título al que Bolaño se aferró durante años.

En la medida en que la parte final de Los detectives... prefigura ya el escenario de Santa Teresa, cabe presumir que este escenario, que es el principal de Los sinsabores..., lo tenía Bolaño diseñado desde muy atrás. Las múltiples correspondencias entre tantos personajes de Los sinsabores... y los de 2666 sugieren en qué medida los de aquel proyecto se volcaron en esta novela. En definitiva, es la encantadora relación entre Amalfitano y Padilla lo que, en Los sinsabores..., más despierta la añoranza de una novela perdida. Otra de tantas que una imaginación torrencial como la de Bolaño concebía sin cesar, conformándose en muchas ocasiones (La literatura nazi en América, Estrella distante) con trazar simples esbozos de sus argumentos, como los que se hacen aquí de las novelas de J.M.G. Arcimboldi.

En cuanto a los crímenes de Santa Teresa que empiezan a gotear en la última parte de Los sinsabores... son probablemente la grieta por la que estos materiales quedaron anegados por la concepción fúnebre y grandiosa de 2666.

24.1.11

¿Por qué escribimos?

Para entender. Para amar. Para que nos quieran. Para saber. Por necesidad. Por dinero. Por costumbre. Para vivir otras vidas y revivir la propia. Para dar testimonio. Cincuenta escritores tratan de contestar esta pregunta incómoda

¿Por qué escribimos? foto.fuente:adncultura

Algunos llegaron a la literatura por vocación, por el placer de la lectura y para emular a los autores que admiraban. Ahora crean por necesidad vital, o simplemente lo hacen por dinero. Autores de renombre revelan los motivos por los que dedican sus vidas a la escritura.

En el principio fue el verbo... Así lo recoge San Juan en su Evangelio. La palabra que conforma el mundo, el nombre que lo explica todo. Puede que no fuera tal, puede que antes del verbo existieran cielos, mares, noche, día, estrellas, firmamento. Pero si nadie sabía cómo nombrarlos, no eran nada, absolutamente nada. Así que al principio fue el verbo, como bien dejó escrito Juan. Y a ese verbo bíblico lo siguieron la épica de Homero, la intemperie y el poder de los dioses, el amor y la guerra que nos relata la Ilíada y, después, el delirio del Quijote, y luego, la soledad de Macondo.

Puede que después de episodios narrados como aquéllos no hiciera falta nada más. Pero a los clásicos, que montaron todos los cimientos del templo, siguieron más generaciones -"el eslabón en la cadena ininterrumpida de la tradición", de la que alerta Enrique Vila-Matas-, algunas nuevas preguntas para cada era, nuevos problemas y, por lo tanto, conceptos nuevos, palabras nuevas. Detrás de su registro se escondía un escritor. ¿Por qué?

¿Por qué escribir? ¿Para qué nombrar? ¿Para qué contar? Para entender. Para amar y que te amen. Para saber, para conocer. Por miedo, por necesidad, por dinero. Para sobrevivir, porque no todo el mundo sabe bailar el tango, ni jugar bien al fútbol. Por costumbre, para matar la costumbre, por vivir otras vidas y revivir la propia. Por dar testimonio, porque no se sabe escribir bien, confiesa John Banville. Porque leyeron, padecieron y miraron cara a cara a la muerte.

Porque el verbo provoca desasosiego en Nélida Piñón; porque no se elige, como un amor, añade Amélie Nothomb. Por ser el masoquista que uno lleva dentro, aduce Wole Soyinka; por los arroyos y los torrentes de los libros leídos, cuenta Fernando Iwasaki; como forma de existencia, según Elvira Lindo. "Una manera de vivir", dice Vargas Llosa, parafraseando a Flaubert. Para sentirse vivo y muerto, proclama Fernando Royuela. Igual que uno respira, suelta entre interrogaciones Carlos Fuentes. O para sobrevivir a ese fin, "a la necesaria muerte que me nombra cada día", testimonia Jorge Semprún.

La escritura es dolor y placer. Como el cuento, como la retórica aristotélica, se arma, se aprende. Principio y fin. Antes que nada vino el verbo, lo deja claro San Juan. También lo sabía Kafka. Pero el escritor checo pregunta: "¿Y al final?". Quizás silencio, como interpreta sobre su obra George Steiner, con buen tino, oliéndose el apocalipsis de la destrucción europea.

Como testimonio también se mete uno entre papeles. Se escribe por el mismo motivo por el que Ana Frank comenzó a organizar su diario. O por el que la poeta rusa Anna Ajmatova, cuando se pasó 17 meses en las filas de las cárceles de Leningrado para ver a su hijo, respondió a una mujer que la reconoció y le preguntó si podría describir aquello que sí, que lo haría. "Entonces -dice Anna en Réquiem -, una especie de sonrisa se deslizó por lo que alguna vez había sido su rostro." Eso fue suficiente motivo. La emoción de la verdad, la justicia de dejar constancia. Para que otros quizás lo aplicaran a su presente, para que no se repitiera.

Pero Anna Ajmatova confesó, además, que escribía por sentir un vínculo con el tiempo. También se lo hizo por amor, por miedo al amor, por desgarro. En honor a las musas, como Shakespeare, "ese goloso de las palabras", a juicio de Steiner, en sus sonetos: "Mi musa por educación se muerde la lengua y calla mientras se compilan/ elogios que te visten de oropeles/ y frases que las otras musas liman". Una pieza que termina con toda una declaración de intenciones y una respuesta al gran asunto de la escritura: "Si a otros por sus dichos los respetas/ a mí, por lo que pienso, que es mi letra".

Al principio fue el verbo. Pero Cervantes y Shakespeare lo enaltecieron, lo igualaron a la medida de Dios. Porque exploraron todos los delirios y las pasiones de sus criaturas. ¿Por qué escribir? Para emularlos, sin más. Podría ser. "Para parecerme a Espronceda", como suelta Caballero Bonald. Escribir porque se medita, como Descartes, como Chesterton, cuya obra nos envuelve en una paradoja sin fin. Para adentrarse en los laberintos y no necesariamente querer salir de ellos, como Borges. "Porque estamos aquí, pero querríamos estar allí", dice Antonio Tabucchi. Por emular la infancia, cuando la niña Almudena Grandes enmendaba la plana a los finales que no le gustaban. Por volver a inventar historias de indios, vaqueros y pitufos, dice David Safier. Porque a la hora de hacerlo, "disfrutar es una palabra que se queda corta", confiesa Ken Follet.

Para fijar la memoria, una forma de "hacer surgir los recuerdos y las imágenes", cuenta Álvaro Pombo. Para volver a vidas anteriores, a las lecturas y los tumbos que cada uno lleva en la mochila, según Arturo Pérez-Reverte. Como vicio solitario, describe Héctor Abad Faciolince. Porque uno no se encuentra bien, asegura Juan José Millás. Por afición o por aflicción, dice Gonzalo Hidalgo Bayal. O porque le gustaban las redacciones en el colegio, como descubrió Antonio Muñoz Molina. Y hasta hoy.

La palabra es agua y cada historia, el río que las lleva. El escritor es quien domina la corriente, como hicieron Balzac, Dostoyevski, Dickens, Galdós, Clarín, Flaubert, Tolstoi, que siguió la estela épica de Homero como nadie. O el que va contra la corriente, como Marcel Proust, James Joyce, Valle-Inclán. Sin dudas, hay que enfrentarse a ello, como dice Josep Pla en su Diccionario de Literatura , "con temperamento". O con el empeño de conocerse, a la manera de Montaigne y los grandes memorialistas posteriores del siglo XVIII. Entre la verdad y la exageración, pero con talento, como Casanova.

El juego, la tortura de la palabra, también es lícito. Pero eso es más cometido de los poetas, como admitía Jaime Gil de Biedma. Para él, escribir era "erosionar el idioma en la forma en que el idioma lo admite". Es decir, maltratar el verbo, fustigarlo, estrangularlo. Pero para resucitarlo después, como el Evangelio. A lo largo de la historia, el escritor ha visto crecer Babel y ha contribuido a entenderla. Pero hubo también un tiempo, en el siglo XX, que lo aniquiló, que se arrojó al apocalipsis, con la Segunda Guerra Mundial. Disfrutemos en esta nueva era. Todos los motivos, todas las respuestas que se les ocurran a quienes deben contar nuestra historia son válidos.

Héctor Abad Faciolince

Porque mi cerebro se comunica mejor con mis manos que con la lengua. Porque me odio menos escribiendo que hablando. Por un ameno vicio solitario.

John Banville

Escribo porque no sé escribir. Un periodista le preguntó a Gore Vidal por qué había escrito Myra Breckinridge , a lo que contestó: "´Porque no estaba ahí"´. Fue una buena respuesta. Poner algo nuevo en el mundo es un privilegio que no se le concede a mucha gente.

Felipe Benítez Reyes

No sé por qué escribo, ni tampoco tengo demasiado interés en saberlo. En este caso, me preocupa más el cómo que el porqué. La pregunta me parece ociosa, de modo que cualquier respuesta posible no pasaría de ser una pirueta truculenta en el vacío. Aunque -quién sabe- a lo mejor escribe uno para eso: para obtener respuestas sin el requisito de una pregunta previa y, sobre todo, para ensayar piruetas truculentas en el vacío, que es un territorio literario bastante fértil.

John Boyne

Escribo porque las historias entran en mi mente y me niego a irme hasta que no escribo 26 letras en el teclado y las envío a una pantalla ante mis ojos. Escribo por Charles Dickens. Y por George Orwell. Y John Irving. Y Colm Tóibín. Escribo porque me encanta la sensación de tener un libro en mis manos y un libro en mi cabeza. Escribo porque me encantan las palabras. Escribo porque leo. Escribo porque siempre quiero saber qué ocurrirá a continuación.

José Manuel Caballero Bonald

Empecé a escribir porque quería parecerme a Espronceda. Un día encontré en mi casa familiar una biografía del poeta y quedé fascinado por alguien que murió con 33 años y había vivido grandes aventuras: fundó una sociedad secreta, sufrió persecuciones y cárceles, anduvo exiliado en Lisboa y Londres, combatió en las barricadas de París, fue diputado, vivió amores difíciles, luchó heroicamente contra el absolutismo, etcétera. Pues bien: como yo no podía emular a Espronceda en tantas y tan singulares hazañas, elegí lo que me resultaba más factible: ejercer de insumiso y escribir poesía.

Andrea Camilleri

Escribo porque siempre es mejor que descargar cajas en el mercado central. Escribo porque no sé hacer otra cosa. Escribo porque después puedo dedicar los libros a mis nietos. Escribo porque así me acuerdo de todas las personas a las que tanto he querido. Escribo porque me gusta contarme historias. Escribo porque me gusta contar historias. Escribo porque al final puedo tomarme mi cerveza. Escribo para devolver algo de todo lo que he leído.

Luisa Castro

La escritura para mí es una rendición. Escribo para conocer relatos que me cuento a mí misma. No me siento dueña de mis relatos, tienen vida propia, son autónomos y más poderosos que yo. No me identifico con ellos, no comparto sus ideas, ni su visión del mundo. Se producen en mi cabeza sin mi permiso, y cuando los suelto, es porque me han vencido.

Lucía Etxebarria

Para que me quieran más. Porque cada vez que alguien me dice: "Tus libros me han ayudado mucho, por favor sigue escribiendo", me da una razón para hacerlo. Porque al colocar a personajes en situaciones que simbólicamente pueden representar aspectos de mi vida y conseguir que salgan airosos de ellas, de alguna forma me salvo a mí. Porque siempre lo he hecho, porque es natural en mí, y porque es de las cosas que mejor hago, amén de dibujar, cocinar, hacer el amor y organizar fiestas. Escribo por amor, publico por dinero. Por esa razón, no publico ni la mitad de lo que escribo.

Umberto Eco

Porque me gusta.

Ken Follet

Disfruto escribiendo, pero "disfrutar" es una palabra que se queda corta. El acto de escribir me apasiona. Todo forma parte del reto de hechizar a mis lectores. Mi trabajo me absorbe de forma total.

Carlos Fuentes

¿Por qué respiro?

Almudena Grandes

Cuando era pequeña y leía un libro que me gustaba mucho, me inventaba a solas, para mí sola, otro final, la continuación que su autor no había querido escribir. Todavía ahora, cuando no puedo dormir, me cuento historias, las pienso, las repaso, las describo en silencio, con los ojos cerrados, hasta que me quedo dormida.

Mark Haddon

Ficción, poesía, teatro, pintura, dibujo, fotografía... en realidad eso no importa. Un día que no consigo hacer alguna cosa, por pequeña que sea, me parece un día desperdiciado. A veces puede parecer una bendición ser así, saber con tanta certeza lo que quiero hacer, pero a menudo es un sufrimiento, porque saber lo que quieres no es lo mismo que saber cómo hacerlo. ¿Por qué escribo? La única respuesta es "porque no puedo hacer otra cosa".

Gonzalo Hidalgo Bayal

"Por afición, por aflicción", escribí alguna vez. Por afición, porque es inclinación, necesidad, perseverancia y distracción. Por aflicción, porque sólo el dolor y sus numerosas circunstancias proporcionan suficiente materia literaria. En la afición se centra la relación con el lenguaje, que es, cuanto más intensa, más grata y divertida. La aflicción obliga, en cambio, a la búsqueda del sentido, si es que algún sentido tienen las desventuras de los hombres.

Fernando Iwasaki

Escribo porque es el más poderoso acto libertario que conozco. Escribo porque el hechizo de la literatura es fulminante y a mí me hace ilusión ser aprendiz de aquellas magias. Escribo porque mis padres y mis hijos se alegran cada vez que alguien les cuenta que ha leído algo mío. Escribo porque contar historias es el oficio más antiguo del mundo. Escribo porque dedico todos los libros de ficción a mi mujer y así -mientras siga escribiendo- ella sabrá que la sigo queriendo.

Use Lahoz

Escribo para reflexionar y pensar y darle vueltas a la vida de personajes siempre más interesantes que la mía. Y disfrutar del placer de la ficción, que es adictivo y que, como la realidad, no tiene límites. Escribo por supuesto para combatir el aburrimiento y pasarlo en grande. Para un escritor vivir, fundamentalmente, es escribir. Escribo para estar en paz conmigo mismo, por aquello que decía Machado de "yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas". Escribo porque conmueve y perdura, cada novela es la primera. Además es bastante barato. En fin: escribo porque aprendo, y así, a veces, parece que sigo estudiando.

Donna Leon

Al principio escribía para ver si podía hacerlo. Resultó que escribir un libro era muy divertido. Y por eso ahora, después de 20 años y de 20 libros, lo hago porque es divertido. Los personajes hacen lo que les digo que hagan; la realidad se puede cambiar para adaptarla a mis necesidades; si alguien muere, lo puedo resucitar al día siguiente. Supongo que también hay un elemento de vanidad. En una cena, todos queremos que presten atención a nuestras ideas, ¿no es cierto? Pero los buenos modales mandan que compartamos la conversación con los demás. Pero en un libro, nuestro libro, nosotros los escritores podemos seguir -bla, bla, bla- sin parar, y nunca tenemos que interrumpirnos para dejar hablar a nadie más.

Elvira Lindo

Escribo desde los nueve años. Desde muy joven empezaron a pagarme en la radio por guiones, cuentos y sketches . A los 31 años comencé a escribir libros. Pensé que escribir era mi oficio hasta que me di cuenta de que se trataba de algo más. Es un oficio pero también una forma de vida. No sabría vivir sin escribir. Todo lo que hago al cabo del día, lo que veo y escucho, lo que me provoca asombro, alegría o desdicha es material para ser contado. Y esa actitud vital, la de formar parte de la comedia humana pero la de ser también espectadora de ella, ese estar fuera y dentro a la vez, me ayuda a asimilar la experiencia de una manera enriquecedora. Escribo todos los días. Cuando no escribo, me siento una inútil, así que he llegado a una conclusión radical: nunca podré dejarlo. No sé hacer otra cosa, no sabría vivir de otra manera.

Alberto Manguel

Porque no sé bailar el tango, tocar un instrumento musical como la celesta o el glockenspiel, resolver problemas de matemáticas superiores, correr una maratón en Nueva York, trazar las órbitas de los planetas, escalar montañas, jugar al fútbol, jugar al rugby, excavar ruinas arqueológicas en Guatemala, descifrar códigos secretos, rezar como un monje tibetano, cruzar el Atlántico en solitario, hacer carpintería, construir una cabaña en Algonquin Park, conducir un avión a reacción, hacer surf, jugar a complejos videojuegos, resolver crucigramas, jugar al ajedrez, hacer costura, traducir del árabe y del griego, realizar la ceremonia del té, descuartizar un cerdo, ser corredor de Bolsa en Hong Kong, plantar orquídeas, cosechar cebada, hacer la danza del vientre, patinar, conversar en el lenguaje de los sordomudos, recitar el Corán de memoria, actuar en un teatro, volar en dirigible, ser cineasta y hacer una película en blanco y negro, absolutamente realista, de Alicia en el País de las Maravillas , hacerme pasar por un banquero respetable y estafar a miles de personas, deleitarme con un plato de tripas à la mode de Caën , hacer vino, ser médico y viajar a un lugar devastado por la guerra y tratar con gente que ha perdido un brazo, una pierna, una casa, un hijo, organizar una misión diplomática para resolver el problema del Medio Oriente, salvar náufragos, dedicar treinta años al estudio de la paleografía sánscrita, restaurar cuadros venecianos, ser orfebre, dar saltos mortales con o sin red, silbar, decir por qué escribo.

Javier Marías

Escribo para no tener jefe ni verme obligado a madrugar. También porque no hay muchas más cosas que sepa hacer, y lo prefiero y me divierte más que traducir o dar clases, que al parecer sí sé hacer. O sabía, son actividades del pasado. También escribo para no deberle casi nada a casi nadie ni tener que saludar a quienes no deseo saludar. Porque creo que pienso mejor mientras estoy ante la máquina que en cualquier otro lugar y circunstancia. Escribo novelas porque la ficción tiene la facultad de enseñarnos lo que no conocemos y lo que no se da, como dice un personaje de la novela que acabo de terminar. Y porque lo imaginario ayuda mucho a comprender lo que sí nos ocurre, eso que suele llamarse "lo real". Lo que no hago es escribir por necesidad. Podría pasarme años tan tranquilo, sin escribir una línea. Pero en algo hay que ocupar el tiempo, y algún dinero hay que ganar. También escribo para eso.

Luisgé Martín

Cuando escucho a algún escritor explicar las razones por las que escribe, pienso que yo también comparto esas razones. Todas. Me siento como un compendio, como uno de esos hipocondríacos que encuentran en sí mismos todos los síntomas de los que oyen hablar. Escribo como terapia psíquica, para ordenar el mundo y comprenderlo, para vivir vidas que no he podido vivir. Pero hace poco, leyendo el discurso de Pamuk en la Academia Sueca cuando recibió el Nobel, encontré una razón que nunca había escuchado así formulada y que me parece formidable: "Escribo porque puede que así comprenda la razón por la que estoy tan, tan enfadado con ustedes, con todo el mundo".

Luis Mateo Díez

Escribo para disimular la incapacidad de hacer cualquier otra cosa. Escribir no sólo me entretiene, también me apasiona y me hace sentir dueño de algo que se contrapone en mi existencia a una cierta inclinación de inutilidad. Los días en que me quedo satisfecho con lo que acabo de escribir tengo la convicción de no haber perdido el tiempo.

Eduardo Mendicutti

También a mí, como a Vargas Llosa, me dicen montones de veces que lo único que sé hacer es escribir. A lo mejor por eso acabarán dándome el Nobel. Para todo lo demás, estoy convencido, soy un desastre: para poner ladrillos, para cultivar tomates, para imponer el orden, para correr a pie o en bicicleta, aunque sea dopado, para condenar a delincuentes -con lo que a mí me gustan algunos delincuentes- sin que se me parta el corazón, o para defenderlos sin contagiarme... Cierto que, desde hace 30 años, soy bastante bueno como secretario general de una patronal de empresas consultoras, pero con algo tengo que redimirme. Claro que, según algún crítico y algunos colegas, puede que también para escribir sea una calamidad, pero de eso aún no he llegado a convencerme.

Eduardo Mendoza

Sinceramente, no lo sé. No es una respuesta bonita, pero es la que más se aproxima a la verdad.

Ricardo Menéndez Salmón

Escribo por insatisfacción. Si estuviera satisfecho, me limitaría a "vivir la vida", no a intentar comprenderla mediante la escritura. Claro que al intentar comprenderla, es decir, al escribirla, me doy cuenta de que en realidad la vida resulta incomprensible. Lo cual genera una nueva insatisfacción, la de comprobar que el intento por comprender la vida mediante la literatura lo único que ilumina es la imposibilidad de alcanzar esa comprensión. Pero entonces sucede algo curioso, y es que el hecho de descubrir esa imposibilidad me conmueve, admira e impulsa a escribir más y más.

Juan José Millás

Escribo por las mismas razones por las que leo: porque no me encuentro bien.

Rosa Montero

Escribo porque no puedo detener el constante torbellino de imágenes que me cruza la cabeza, y algunas de esas imágenes me emocionan tanto que siento la imperiosa necesidad de compartirlas. Escribo para tener algo en qué pensar cuando, en la soledad tenebrosa de la duermevela, por la noche, en la cama, antes de dormir, me asaltan los miedos y las angustias. Escribo porque mientras lo hago estoy tan llena de vida que mi muerte no existe: mientras escribo, soy intocable y eterna. Y, sobre todo, escribo para intentar otorgar al Mal y al dolor un sentido que en realidad sé que no tienen.

Luis Muñoz

Creo que puedo distinguir razones de tipo general y razones particulares. Entre las particulares: por darle forma a una emoción concreta, por hacerle un hogar de palabras a uno de esos pensamientos que uno cree que pueden ser salvadores, por ser vulnerable al contagio de otro poema que creo admirable y hacerme la ilusión de que puedo responderle, conversar con él o seguir alguno de sus hilos sueltos. Entre las generales, por querer sentir mi tiempo, el rabioso presente, en el lenguaje; por estar enamorado de la capacidad de las palabras para volver a decir la verdad, por el sentimiento de libertad que produce, por darles forma a seres informes: embriones de voces, sentimientos, sensaciones, ideas...

Antonio Muñoz Molina

Creo que nunca he pensado mucho en por qué escribo, salvo cuando me han hecho esa pregunta y he tenido que improvisar una respuesta que sonara convincente. Escribo, sobre todo, porque me gusta mucho hacerlo, y me ha gustado casi desde que tengo recuerdos. Me gustaba inventar cuentos, escribirlos y dibujarlos cuando era niño. Me gustaba escribir redacciones en la escuela. Luego empecé a leer novelas de aventuras y me enteré de que todas ellas tenían un autor, que solía ser Julio Verne, y por primera vez me imaginé practicando ese oficio. Después me aficioné a leer poesía y por imitación me puse a escribir versos, siempre muy malos. Cuando tuve una máquina de escribir, se me iban las tardes improvisando lo que fuera, por el puro gusto de golpear las teclas: diarios, poemas, obras de teatro. Escribo por gusto y porque me gano la vida escribiendo. Algunas veces disfruto mucho y otras preferiría estar haciendo cualquier otra cosa. Pero en ocasiones en que me he puesto a escribir contra mi voluntad y casi a la fuerza he encontrado cosas que de otra manera no se me habrían ocurrido. También escribo por quitarme la mala conciencia de no haber escrito, o para tener el alivio de haberlo hecho. Me puedo imaginar no publicando, al menos durante largos períodos, pero no me imagino no escribiendo. En el fondo es un vicio, un hábito cotidiano, o una manera de estar en el mundo, como tener afición por la lectura o por la música.

Julia Navarro

Para mí, escribir es una oportunidad de vivir otras vidas, pero también de asumir compromisos, aunque a veces vayan envueltos con el papel del entretenimiento.

Andrés Neuman

Escribo porque de niño sentí que la escritura era una forma de curiosidad e ignorancia. Escribo porque la infancia es una actitud. Escribo porque no sé, y no sé por qué escribo. Escribo porque sólo así puedo pensar.

Amélie Nothomb

Me preguntan por qué elegí escribir. Yo no lo elegí. Es igual que enamorarse. Se sabe que no es una buena idea y uno no sabe cómo ha llegado ahí, pero al menos hay que intentarlo. Se le dedica toda la energía, todos los pensamientos, todo el tiempo. Escribir es un acto y al igual que el amor, es algo que se hace. Se desconoce su modo de empleo, así que se inventa porque necesariamente hay que encontrar un medio para hacerlo, un medio para conseguirlo.

Arturo Pérez-Reverte

Escribo porque hace 25 años que soy novelista profesional, y vivo de esto. Es mi trabajo. Igual que otros pasan en la oficina ocho horas diarias, yo las paso en mi biblioteca, rodeado de libros y cuadernos de notas, imaginando historias que expliquen el mundo como yo lo veo, y llevándolas al papel a golpe de tecla. Procuro hacerlo de la manera más disciplinada y eficaz posible. En cuanto a la materia que manejo, cada cual escribe con lo que es, supongo. Con lo que tiene en los ojos y la memoria. Muchas cosas no necesito inventarlas: me limito a recordar. Fui un escritor tardío porque hasta los 35 años estuve ocupado viviendo y leyendo; pateando el mundo, los libros y la vida. Ahora, con lo que eché en la mochila durante aquellos años, narro mis propias historias. Reescribo los libros que amé a la luz de la vida que viví. Nadie me ha contado lo que cuento.

Nélida Piñón

Yo escribo porque el verbo provoca en mí desasosiego, afila los mil instrumentos de la vida. Y porque, para narrar, dependo de mi creencia en la mortalidad. Con la fe en que una historia bien contada me arrebate las lágrimas. Sobre todo cuando, en medio de la exaltación narrativa, menciona amores contrariados, despedidas hirientes, sentimientos ambiguos, despojados de lógica. Escribo, en conclusión, para ganar un salvoconducto con el que deambular por el laberinto humano.

Álvaro Pombo

Pienso en el pequeño cementerio de Londres, a unos diez minutos a pie de Paddington Green, donde robé un perro feo, de cemento, del sepulcro de una dama ahí enterrada. Al venir a Madrid, abandoné ese perro a su suerte. Escribir esto, ¿es escribir, o no? Es, desde luego, un modo de hacer surgir los recuerdos y las imágenes distinto del modo normal: un modo prefabricado, que desea causar un efecto imborrable al menos en mi alma y luego en la de un lector o un millón, si es posible. Y también es un intento de expresar el ser, el Dios, en la claridad del ser-ahí que era yo en aquel entonces, al borde de la nada.

Benjamín Prado

Yo escribo para divertirme, para entretenerlos, para aprender, para enseñarles, para que sea cierto que "escribir es soñar y que otros lo recuerden al despertar", para que no me olviden, para que no nos callen y, en primer lugar, porque no podría no hacerlo.

Soledad Puértolas

Las alegrías de la vida te desbordan. El dolor y la pérdida te superan y hunden. El tedio y la monotonía pueden resultar aniquiladores. Cuando escribo, estoy fuera de esa realidad. He entrado en otra donde sí es posible buscar un sentido, incluso vislumbrarlo. La soledad, que tantas veces se ha hecho insoportable, se hace ligera y deseable. El estado perfecto. Hay metas, humanidad, sentidos. Hasta cabe la risa, el gran regalo.

Santiago Roncagliolo

Debería decir que escribo porque no sé hacer nada más, pero intentaré una respuesta más profunda: creo que la realidad no tiene ningún sentido. Las cosas pasan a tu alrededor de una manera errática, a menudo contradictoria, y un día te mueres. Las cosas en que creías dejan de ser ciertas de un momento a otro. En cambio, las novelas tienen un principio, un medio y un desenlace. Los personajes se dirigen hacia algún lugar, la gloria, la autodestrucción o la nada, y sus acciones tienen consecuencias en ese camino. Escribo historias para inventar algo que tenga sentido.

Fernando Royuela

Escribo para seducir, para subvertir, para sentirme vivo y muerto, para llorar, amar y maldecir. Escribo para no tener que aguantarme, para negar el mundo, para huir. Escribo porque me da la gana y me lo puedo permitir.

David Safier

¿Se acuerda de cuando era niño y jugaba, inventando historias disparatadas con figuritas de indios, vaqueros o pitufos? ¿O simplemente imaginando en la bañera que era el capitán de un barco pirata que buscaba un tesoro en medio de la tormenta? ¿Se acuerda de cómo se sentía cuando jugaba con otros niños en la calle y vivían increíbles aventuras haciendo de exploradores, cazadores o agentes secretos; luchando contra dinosaurios, monstruos o supermalos que querían destruir la tierra con rayos mortales? Pues bien, todo eso es lo que yo hago todavía. Jugar con mi imaginación. Cada día de mi vida. Y lo seguiré haciendo hasta que me muera. O me vuelva loco.

Jorge Semprún

Si lo supiera, tal vez no escribiría. Quiero decir, si lo supiera con certeza, si a cada momento pudiese proclamar taxativamente, sin vacilar, por qué escribo, y para qué, para quién o quiénes; si así fuera, tal vez no escribiría. O sea que escribo, en cierta medida, para encontrar respuestas al porqué. Escribir no es un acto reflejo, ni una función natural. No se escribe como se come o se ama. No se agota en el hecho de escribir el portentoso, o doloroso, o lo uno y lo otro, milagro de la escritura. No se agota, al escribir, el deseo inagotable de la escritura. Tal vez porque sea ésta la mejor forma de sobrevivir. ¿Por qué escribo? Tal vez para sobrevivir a la muerte, la necesaria muerte que me nombra cada día.

Wole Soyinka

Hace varios años, participé en esta misma experiencia con el periódico francés Libération . En aquella ocasión contesté: "Supongo que por el ser masoquista que llevo dentro de mí". Desde entonces, no he tenido ningún motivo para cambiar mi respuesta.

Antonio Tabucchi

Preferiría formular la pregunta así: ¿Por qué se escribe? Hace tiempo, cuando era joven, escuché a Samuel Beckett responder: "No me queda otra". Las respuestas posibles son todas plausibles pero con signo de interrogación. ¿Escribimos porque tememos a la muerte? ¿Porque tenemos miedo de vivir, porque tenemos nostalgia de la infancia, porque el tiempo pasado corrió deprisa o porque queremos detenerlo? ¿Escribimos porque a causa de la añoranza sentimos nostalgia, arrepentimiento? ¿Porque querríamos haber hecho una cosa y no la hicimos o porque no deberíamos haber hecho algo que hicimos? ¿Por qué estamos aquí y queremos estar allá y si estuviéramos allá nos hubiese resultado mejor quedarnos aquí? Como decía Baudelaire, la vida es un hospital donde cada enfermo quiere cambiar de cama. Uno piensa que se curaría más deprisa si estuviera al lado de la ventana y otro cree que estaría mejor junto a la calefacción.

Andrés Trapiello

Lo natural es hablar, incluso cantar, pero no escribir. Poner las palabras por escrito en un libro es, decía Unamuno, una "tragedia del alma", y acaso se escriba por miedo a quedarse uno a solas con su dolor, como si escribir fuese un remedio, y no un veneno. Así lo siento yo también.

Kirmen Uribe

En noviembre de 2007 tuve la suerte de asistir como escritor invitado a la clase de escritura creativa de Anthony MacCann, en el CalArts de Los Ángeles. Anthony me contó que los mejores de cada promoción son fichados por las grandes productoras para trabajar como guionistas de series de televisión. Se hacen ricos. Los "peores", por el contrario, se dedican a la poesía. A mí me encanta quedarme solo y escribir. "Un solitario impulso de delicia" me lleva a escribir, como decía Yeats en su poema "Un aviador irlandés prevé su muerte". Disfruto casi tanto como los "peores" de CalArts, que, tumbados en el césped del campus con un libro en las manos, levantaban la mirada para ver pasar las nubes. Yo, en la clase de Anthony, sería, sin duda, del grupo de los poetas.

Mario Vargas Llosa

Escribo porque aprendí a leer de niño y la lectura me produjo tanto placer, me hizo vivir experiencias tan ricas, transformó mi vida de una manera tan maravillosa que supongo que mi vocación literaria fue como una transpiración, un desprendimiento de esa enorme felicidad que me daba la lectura. En cierta forma la escritura ha sido como el reverso o el complemento indispensable de esa lectura, que para mí sigue siendo la experiencia máxima, la más enriquecedora, la que más me ayuda a enfrentar cualquier tipo de adversidad o frustración. Por otra parte, escribir, que al principio es una actividad que incorporas a tu vida con otros, con el ejercicio se va convirtiendo en tu manera de vivir, en la actividad central, la que organiza absolutamente tu vida. La famosa frase de Flaubert que siempre cito: "Escribir es una manera de vivir". En mi caso ha sido exactamente eso. Se ha convertido en el centro de todo lo que yo hago, de tal manera que no concebiría una vida sin la escritura y, por supuesto, sin su complemento indispensable, la lectura.

Juan Gabriel Vásquez

Escribo porque me irrita y me entristece el desorden del mundo, y descubrí hace mucho tiempo que en la buena ficción el mundo tiene un orden o su desorden tiene un sentido. Escribo porque mi inteligencia es limitada y sólo soy capaz de entender lo que viene en palabras. Escribo, por lo tanto, porque no entiendo o porque ignoro: "escribe sobre lo que conoces" me parece el consejo más idiota del mundo, porque se escribe, precisamente, para conocer.

Manuel Vicent

Si esta pregunta se me hubiera formulado hace muchos años, cuando empecé a escribir, mi respuesta habría sido más romántica, más literaria, más estúpida. Probablemente habría contestado que escribía para crear un mundo a mi imagen, para poder leer el libro que no encontraba en mi biblioteca, para no suicidarme, para enamorar a una niña, para influir en la sociedad o tal vez cínicamente porque no servía para nada más, ni siquiera para arreglar un enchufe. Sin olvidar lo que este oficio tiene de vanidad y de narcisismo, a estas alturas de la profesión creo que escribo porque es un trabajo que me gusta, que unas veces me sale bien y otras mal, pero en cualquier caso la literatura ya forma parte de un mismo impulso vital que me sirve para sentirme a gusto todavía en este mundo, sin que espere gran cosa de su resultado.

Enrique Vila-Matas

Ah, ya veo, vuelve la vieja y pérfida pregunta. Pero también podrían ustedes preguntarme por qué acabo de hacer un moño en mis zapatos, y por qué no me he contentado con un nudo que, para el caso, me habría servido igual. En algún tiempo remoto, un antepasado hizo el primer moño. Nosotros no somos más que sus imitadores, un eslabón en la cadena ininterrumpida de la tradición. De modo que a quien habría que preguntarle por qué escribo es a ese antepasado, preguntarle por qué quiso ir más allá del nudo.

Juan Eduardo Zúñiga

El jardincillo parece envejecido con los fríos de noviembre y el suelo está cubierto de las hojas caídas de una acacia. Dejo de mirarlo desde la ventana, estoy solo en el cuarto vacío donde tengo los juguetes y los cuentos, en las paredes sujetas con chinchetas hay dos láminas referentes a un país extranjero y extranjero es el autor de un libro que cojo, y me aprendo su nombre: Michel Zevaco. Leo el final del segundo capítulo: un hombre busca sin parar en un cofre lleno de joyas y no encuentra lo más importante para él. Me extraña esto ¿más valioso que joyas? Tengo al lado un cuaderno y lápiz, sin pensar escribo: "Él buscaba algo entre las joyas..." y sigo escribiendo, sigo así hasta hoy.

Se inagura la novela de Ñ en Twitter

Se comenzó un experimento narrativo al cuál están todos invitados a participar: escribir una novela en Twitter. ¿Será posible crear una narrativa interesante y de calidad a base de frases de 140 caracteres? ¿Y a centenares —o miles— de manos? No sabemos. Por eso, justo, el experimento. La primera frase: "Cuando me desperté en la pequeña habitación de mi hotel estaba convencido de que alguien había estado dentro del cuarto."

EL TWITTER EN BLANCO: En colaboración con la redacción de Ñ les invitamos escribir una novela en sitio de Twitter.foto.fuente Revista Ñ

Guste o no Twitter, ya esta instalado en Internet como una herramienta indispensable de comunicación. La característica técnica del sitio —que cada mensaje emitido se limita exclusivamente a 140 caracteres como máximo— es lo que le da su fuerza, pero también es la causa de sus limitaciones. Al ser tan breves los mensajes fomenta un uso espontáneo y rápido: la posibilidad de agregar links a urls abreviados (para no consumir tantos caracteres) también lo hace una herramienta muy útil para compartir noticias en la Red. En su forma más potente uno puede convertir una cuenta de Twitter en una especie de cablera personal y personalizada (ya que todo los grandes medios de noticias lo utilizan). También uno puede armar diálogos relámpagos que son muy adictivos. Esta nota en The Guardian, Why Twitter matters for media organizations (Por qué Twitter es importante para los medios), resume los usos fantásticos de este programa, creado en Marzo del 2006, que ya tiene casi 200 millones de usuarios.

¿Pero cuándo falla Twitter? Por lo menos en la opinión de este columnista es cuando se quiere elaborar un argumento (o un dialogo) profundo y elaborado. Una respuesta a esta crítica es que justamente Twitter no está para eso. Sin embargo muchas veces —por lo menos en la experiencia de la cuenta de Ñ Digital— tanto los editores como los lectores han experimentado frustraciones intentando debatir un tema…

Bueno. Es verano, muchos estamos con tiempo libre; y recién comienza el año, lo que incentiva el inicio de nuevos proyectos. Acá, en Ñ Digital, vamos a iniciar un experimento hoy: intentar escribir una novela en Twitter. Sería imposible poner reglas estrictas porque, justamente, si hay algo que hace bien Twitter es llevarlo hacia desconocido. Entonces, comencemos con una frase para abrir la novela:

"Cuando me desperté en la pequeña habitación de mi hotel estaba convencido de que alguien había estado dentro del cuarto."

El hashtag —el link que unirá todo las contribuciones a la novela— será #novelaenie.

Entonces, vamos a hacer lo siguiente. Empezamos nomás. Conviene, antes de agregar una frase a la novela para adelantar la trama, clickear sobre el hashtag y releer todo lo que se ha escrito hasta el momento (desde abajo hasta arriba, por supuesto) para estar al tanto del ritmo y la trama de la narración.

¿Qué pasará? No sabemos. Nuestra esperanza es que logremos escribir algo que después se pueda leer de un tirón sin darse cuenta de que el origen de la composición fue Twitter.

Si lo logramos, publicaremos el texto entero en la página de Ñ Digital (citando a los colaboradores).

¿Y si no funciona?

No importa. Los experimentos son un paso a la oscuridad. No se hacen forzando el resultado.

Entonces:

Cuando me desperté en la pequeña habitación de mi hotel estaba convencido de que alguien había estado dentro del cuarto. #novelaenie

21.1.11

Las pautas de Mercedes

"Hazle un descomunal corte de mangas a las modas literarias, a los temas que se supone deben interesarte por la franja de edad a la que perteneces, al tipo de lector que va con tu estilo"

Mercedes Cebrián, escritora española.foto.fuente:revista eñe

Algunas pautas (quizá inservibles) para escribir relatos

1. Escribe mal, feo, sin gusto, con frases manidas, y después corrige, corrige, corrige, corrige.

2. Conviértete en un técnico de sonido y prueba meticulosamente la voz narrativa que emplearás en el relato. Bajale los graves, súbele los agudos, quítale el efecto reverb… no pares hasta que la emisión y la acústica sean impecables.

3. No difieras mucho de quienes se preparan oposiciones a profesor de secundaria. Olvida ya mismo los tópicos que convierten a los escritores en gente «interesante». Nada de «mientras paseo por Brooklyn voy tomando notas en mi Moleskine» o «sólo puedo escribir en mi cabaña del Ampurdán»: siéntate en una silla fea de oficina, ponte ante el ordenador o los folios, y escribe, lee, corrige, piensa… En definitiva: trabaja.

4. No escribas acerca de lugares y épocas que sólo conoces por encima: la sensación de cartón-piedra y disfraz alquilado será, mal que te pese, evidente.

5. Fíate de los traductores de otros idiomas, pero lee bastante literatura escrita originalmente en tu lengua, para ver qué hacen o hicieron otros; para ver cuán elástica o rígida es tu lengua y cuáles sus posibilidades.

6. Hazle un descomunal corte de mangas a las modas literarias, a los temas que se supone deben interesarte por la franja de edad a la que perteneces, al tipo de lector que crees que va con tu estilo. Si tu escritura coincide con el Zeitgeist, mira qué bien. Si no, mejor aun.

7. Busca los detalles radiactivos, morbosos, vergonzantes e incómodos de tu vida diaria: ahí está el hilito del que tirar para escribir relatos o cualquier texto que se precie.

8. Si eres de ciudad, no te eternices describiendo paisajes e inclemencias climáticas: la evolución de las diversas tonalidades del cielo a lo largo de ocho minutos no es lo más interesante en que uno puede fijarse, me parece. Además, ¿realmente puedes ver el cielo con tanta claridad en un barrio lleno de bloques de ladrillo y antenas parabólicas?

La convocatoria del premio de relato Cosecha Eñe 2011 está abierta hasta el viernes 1 de abril de 2011.

Hay 3000 euros en juego para el máximo ganador.

Consulta las bases, rellena este formulario y envía tu relato a través de la web.

Mercedes Cebrián, la autora de El malestar al alcance de todos, Mercado Común, 13 viajes in vitro y Cul-de-sac —además del relato «Ventriloquia» en Eñe 3 | En la cocina, todo hay que decirlo—, acaba de publicar La nueva taxidermia, dos novelas cortas reunidas en un solo volumen a las que aún no les hemos podido hincar bien el diente... pero de las que medio mundo nos dice que estamos tardando en hacerlo. No por casualidad es uno de los más potentes lanzamientos que Mondadori ha elegido para inaugurar el año.

La nueva taxidermia se presentará el próximo martes 25 de enero, a las 20 h, en la librería y vinatería Tipos Infames de Madrid. Esa tarde, los escritores Juan Sebastián Cárdenas y Elvira Navarro acompañarán a Cebrián en una cita que promete tan buena literatura como buen vino.

Cebrián, además de sus libros, ha sido incluida en antologías como Mutantes, La España que te cuento y Pequeñas resistencias 5, entre otras; ha traducido al castellano a Georges Perec, Alan Sillitoe y Alain de Botton, y ha sido becaria de literatura en la Residencia de Estudiantes de Madrid y en la Academia de España en Roma, así como escritora residente en el Civitella Ranieri Center y en la Ledig House International Writers Residency.

Actualmente escribe una nueva novela corta, ha vuelto a escribir y leer poesía —pese a que se había prometido a sí misma «abandonarla del todo»—, y se ha propuesto incursionar de una vez por todas en la narrativa de no ficción: quizá una crónica de viaje, o mejor aun, «de algo tedioso y sin interés aparente».

Esta semana son suyos los consejos para escribir un buen relato de ficción.

El hambre de Franz Kafka

Lord Byron y Matthew Barrie, autor de Peter Pan, sufrieron también anorexia nerviosa

Franz Kafka, ¿anoréxico? foto:archivo.fuente:elpais.com

Franz Kafka murió a los 41 años en un sanatorio que empezó a visitar en 1917 cuando se le presentó su tuberculosis en la garganta. Algunos de los libros médicos y kafkianos han explicado ese mal que terminó matándolo, por el asiduo consumo de leche no pasteurizada pero eso mismo hacía, sin estas consecuencias, la generalidad de la población. ¿Era Kafka un ser débil y no pudo afrontar el mal? Era lábil y fuerte, frágil y contundente, místico y gimnástico. Pero, además, según ha expuesto en la revista Jano de enero Luis M. Iruela, jefe de Psiquiatría del Hospital Puerta de Hierro de Madrid, un enfermo de anorexia nerviosa.

No es la primera vez que al escritor se le atribuye este diagnóstico pero la enfermedad adquiere un talante diferente si se la contempla hoy en plena mímesis de la delgadez con los modelos de entonces.

La estética, la mística y la clínica forman una secuencia a la que Kafka añadía, de acuerdo con su biografía, una manera de eximir su cuerpo de la visión temible del padre o de rehuir con su mengua la presencia que, en todo caso, deseaba rehuir.

Algunos amigos de Kafka, asistentes a las reuniones en que se leían sus manuscritos y se reían sus ocurrencias (de La metamorfosis, por ejemplo) forman una escena, según Max Brod, opuesta a la figura enfermiza y atormentada de Kafka.

Pero ¿qué vivir? Tuvo apenas sexo con prostitutas pero nunca con sus parejas o novias (Felice, Milena). Es amante de la natación en parte como una disciplina de oxígeno y agua helada pero también como una entrega a lo salvaje.

No comer comporta un rechazo del mundo exterior pero, curiosamente, sobre ese mundo estaba más implicado y pendiente de lo que se imagina, según su biógrafo Joachim Unseld. El artista del hambre, un relato publicado en 1922, es la historia de un hombre que se exhibe ante el público como una atracción de circo y los espectadores contemplan minuciosamente en su camino hacia la inanición.

Los bulímicos acceden al ideal de su extrema delgadez comiendo de todo y vomitándolo todo. El todo del anoréxico, sin embargo, nunca llega a estar dentro de él sino que el todo es precisamente él.

Tanto Matthew Barrie, el autor de Peter Pan, como Lord Byron fueron también enfermos de anorexia nerviosa. Aprehensivos respecto a los exteriores y aprehensivos respecto a su futuro porque rechazar la comida es la metáfora del miedo a la contaminación ajena y, de otro lado, una afirmación bien perfilada de la propia figura. "La ruta va a través del hambre" -dice el protagonista del cuento Investigaciones de un perro (1922)-; "lo más elevado se conquista solo por el más elevado sacrificio y el más alto sacrificio es entre nosotros el hambre voluntaria".

No había en esos barrios de Praga mucho que comer y, en consecuencia, llegar a la nada convierte la suma indigencia en hazaña y la extrema necesidad en majestad. Esa majestad que, en el mundo del sexo, le lleva a decir a su amada Milena: "El coito con la persona amada puede conducir a la pérdida del amor". O escribe en su diario: "Coito es el castigo por la felicidad de estar juntos".

El rechazo a la felicidad a través del displacer y el rechazo del regusto que ofrece la comida se corresponden con la actitud de Nicolai Gogol, un torturado semejante, capaz de afirmar que de haber cedido al amor "este le hubiera reducido instantáneamente a polvo". El chiste se brinda tan fácil que más vale pensar en sus mentes sadomasoquistas o atribuirles hagiográficamente a estos gigantes la idea perfeccionista que ve, en toda grasa de más, bardoma y, en toda ingestión, un síntoma de ignominia.