31.5.13

Ovejero: "La gente privilegia lo individual ante el compromiso sentimental"

José Ovejero recibió el premio Alfaguara de Novela por La invención del amor. La obra crea una parte del tapiz de esta época en lo íntimo, personal y social

El escritor José Ovejero. /Samuel Sánchez /elpais.com
Toda la luz matinal de Madrid parece refugiada allí. Irrumpe en el salón del apartamento, de una cuarta planta, de José Ovejero por un gran ventanal que se convierte en un cuadro del sur de la ciudad levantada sobre tejas de barro y enmarañada de antenas. Arriba, una terraza que se parece a la de Samuel, el protagonista y narrador de La invención del amor, premio Alfaguara de Novela, a través de cuya vida el autor madrileño crea una parte del tapiz de esta época en lo íntimo, sentimental y social, tejido con reflexiones sobre el amor.  Entre ellos su vocación aliado inmejorable para salir del aislamiento personal y como salvavidas del naufragio emocional para reencontrar la realidad. Samuel le sirve como arquetipo del ser humano del siglo XXI rodeado de ruidos sentimentales, pero impregnado de apatía y resignación.
Es el duelo entre el anhelo y el miedo.
Nuestros miedos son individuales pero condicionados por el tiempo que vivimos. Samuel refleja la desmotivación de las personas en su vida íntima y profesional, de cierto conformismo
A su espalda, un pequeño retablo con la palabra Love repetida doce veces en diferentes tipografías en cuadrículas multicolores, delante, una pequeña librería y, en medio, José Ovejero (Madrid, 1958), en el comedor de su casa madrileña diciendo cosas sobre la apatía de la gente ante el vivir en estos tiempos, sobre la impostura o las máscaras de las personas ante los sentimientos, sobre una buena parte de la sociedad secuestrada por los miedos patrocinados por el poder, sobre los deseos secretos de amar, sobre la búsqueda de la felicidad y sus trampas, sobre el descubrimiento de sus propias obsesiones como escritor… Temas nacidos o afluentes de La invención del amor, que le ha significado su quinto galardón literario, y que recibirá hoy en la 72ª Feria del Libro de Madrid.
Narrador, ensayista, dramaturgo y poeta, Ovejero es uno de esos autores que siempre aborda temas muy actuales en sus escritos con aura intemporal como la Guerra Civil (La comedia salvaje), los derroteros de Europa (Las vidas ajenas) o la complejidad entre las fronteras entre el bien y el mal (La ética de la crueldad) y ahora con la historia de un hombre divorciado del amor por culpa de su idea del amor, mientras el mundo a su alrededor se desdibuja por la crisis económica.
“Nuestros miedos son individuales pero condicionados por el tiempo que vivimos. Samuel refleja la desmotivación de las personas en su vida íntima y profesional, de cierto conformismo”.
Hasta que Samuel empieza a experimentar un periplo vivencial resumido en nueve estaciones: apatía, curiosidad, mentira, usurpación, duplicidad del Yo, renacer de los sentimientos, hallazgo de la felicidad, amor y ¿reinvención? Entonces las reflexiones de Ovejero son un pasadizo entre su ficción y la realidad.
Esta sociedad prima la seguridad, que no te pase nada; no nos prepara para el dolor emocional. No arriesgamos nada e Internet es un espacio que contribuye a eso
“La gente privilegia lo individual ante el compromiso sentimental con otra persona. No atreverse significa vivir resignado porque cree que podría ser peor”.
“Esta sociedad prima la seguridad, que no te pase nada; no nos prepara para el dolor emocional. No arriesgamos nada e Internet es un espacio que contribuye a eso”.
“Hay cierta nostalgia por vivencias más intensas”
“Aunque el amor no es tampoco la solución a los problemas sociales, sí permite saber dónde estás, quién eres, qué quieres en verdad”.
En La invención del amor el inicio de ese camino se produce cuando Samuel, de 40 años, recibe una llamada telefónica equivocada en la cual le dicen que una tal Clara ha muerto. Ese es el detonante de la historia que llevará a Samuel a salir de su burbuja y a enfrentarse al mundo real, aunque sea con mentiras y la suplantación de otro. Un hombre hijo de un tiempo que crece enraizado en la libertad pero florecido de inseguridades y temores.
“En los años 80 el reaganismo y el thatcherismo lanzaron una propuesta de vida individual aislada de cualquier interés social. Una propuesta de vida que primaba tu confort y alentaba el desinterés por los otros”.
Aunque el amor no es tampoco la solución a los problemas sociales, sí permite saber dónde estás, quién eres, qué quieres en verdad
“Reagan y Thatcher fueron devastadores no solo para la política y la economía sino también por el estilo de vida que fomentaron y de un Estado que solo te daba seguridad”.
“Aunque las redes sociales pueden aislarnos y alterar la forma de relacionarnos con el otro, también han servido para recordar, como en el caso del 15-M, que se puede ir a la calle y estar en contacto con la gente para no vivir solo a través de avatares”.
“No creo que ese aislamiento que suscita Internet sea irreversible”.
La novela es una defensa de la literatura, de la ficción como una vía para hallar el compromiso con lo real y con uno mismo
Con su vida dividida entre Bruselas y Madrid, Ovejero deja claro en la novela que “el mejor enemigo de la felicidad no es el dolor, es el miedo”. Que no todo el mundo está dispuesto a pagar un precio por la felicidad y que el sueño o búsqueda del amor para siempre se ha convertido en un rosario de amores perpetuos. Una novela en la estela de los grandes autores que en este siglo han devuelto al amor su protagonismo de altura:
“El tema del amor ha sido maltratado en la literatura la ser abordado desde la banalidad. Por eso ha vuelto en este siglo al epicentro de la escritura para tratar de devolverle la verdad, sacarlo a la calle, como vía para que el lector vea la realidad de lo que sucede. Cuando hablas de amor hablas de miedo, generosidad, riesgo, y todo está interconectado”.
“Ahora la literatura habla de las relaciones de amor que se han escamoteado, de amores terrenales y verdaderos”.
Aunque sea a través de la impostura. Del sueño dormido de muchas personas de querer vivir otra vida, de ser otra persona. De ser demiurgos de sí mismos. Un tema presente en la literatura universal y que a José Ovejero le ha revelado otras cosas…
Mi sensación es que España se ha vuelto un país sin fe en lo que pueda venir. No de resignación, sino de no creer que algo profundo puede cambiar.
“La fantasía de ser otro ya aparece en otros libros míos. Cuando escribí esta novela quería algo original y distinto y cuando terminé descubrí que ese tema había aflorado. Es una de mis obsesiones”.
“Esa nostalgia de querer una vida distinta y ser otro nos llega a todos. Tiene que ver, en parte, con que cuando eres joven haces planes, te proyectas, y cuando llegas a una edad descubres que has desviado tus sueños. Sientes nostalgia de tu yo original”.
“Es la nostalgia de nuestras otras vidas que hemos ido dejando en el camino. Aunque esa nueva vida que inventes también te va a delimitar y no llegarás a ser lo que pensabas que eras”.
Yoes soñados que no dejan de correr en busca de sus felicidades, mientras el Yo real huye en una infinita búsqueda de felicidad que volatiliza por la insatisfacción. El espejismo. La obra invita a la reinvención personal y de las relaciones.
“La novela es una defensa de la literatura, de la ficción como una vía para hallar el compromiso con lo real y con uno mismo”.
“La imaginación y la ficción tiene aspectos positivos y negativos. Tiene algo liberador, genera un impulso para acercarse a vivir otra vida, conocer el mundo, pero también se puede convertir en un sucedáneo de la vida misma, en un sustituto de la realidad. La literatura no sustituye la vida, son emociones vicarias”.
Una cartografía del amor en un mundo en crisis económica y que José Ovejero retrata y critica:
“Mi sensación es que España se ha vuelto un país sin fe en lo que pueda venir. No de resignación, sino de no creer que algo profundo puede cambiar. El problema no es la crisis sino la sensación de que estábamos engañados. No es una crisis, es un cambio de sistema debido a la élite de una política corrupta y eso deriva en la falta de confianza”.

30.5.13

Mari:"La única verdad es la que inventé yo"

El escritor italiano Michele Mari quería escribir sobre Syd Barrett y terminó construyendo una novela sobre la banda británica Pink Floyd en la que se mezcla rock, ficción y delirio

Pink Floyd. Con testimonios verdaderos y otros apócrifos, Mari reconstruye la historia de la banda y la tensión interna entre sus integrantes: Roger Waters, David Gilmour y Syd Barrett./Revista Ñ
Michele Mari fue durante buena parte de su vida un analfabeto del rock. El pecado es doble si se tiene en cuenta que este escritor y profesor universitario italiano vivió su adolescencia y juventud en la década de 1970. Los Rolling Stones, Led Zeppelin, The Who y Eric Clapton tocaban a la vuelta de la esquina. Y también, por supuesto, Pink Floyd. Pero Mari, no se inmutaba. A él lo cautivaba la música clásica y su compatriota Fabrizio De André. En materia de “rock” se limitaba a Joan Baez o Simon & Garfunkel. “Yo era muy ignorante, muy analfabeto en rock”, dice Mari por teléfono desde su casa en Roma.
Con el tiempo, Mari saldó con creces sus propios agujeros de cultura popular. Cuando murió Syd Barrett –el creador de Pink Floyd– se obsesionó con la banda y escribió Rojo Floyd , una novela en la que los protagonistas son los miembros de la banda, pero también su círculo íntimo, sus colegas y hasta el ego de Roger Waters. “En los años setenta yo sabía que existía Pink Floyd pero no los escuchaba. Y los fui descubriendo, poco a poco, mucho después, diez, veinte años más tarde. Y por eso también me dieron ganas de escribir este libro, como para resarcirme de una experiencia no realizada en su momento”, dice.
No es tan extraño que éste sea el primero y hasta ahora único libro de los once que Mari escribió –entre novelas, cuentos, ensayos y poemas– traducido al castellano y editado en la Argentina. Basta pensar que hace sólo un año Roger Waters llenó nueve veces la cancha de River con The Wall . Y si Mari quería saldar esa falta de experiencia musical, eligió a una banda de rock progresivo que tiene una complejidad sinfónica y una teatralidad de ópera. “Sí, pero justamente en mi ignorancia, en mi desinformación, los descubrí tarde. Debo decirle que empecé a escucharlos mucho en 1979, el año de The Wall, porque por radio pasaban continuamente fragmentos de The Wall ; y después también se hizo la película. Después, volví a perderlos de vista y empecé a ocuparme de ellos cuando murió Syd Barrett en 2006. En julio de 2006 leí todos los artículos sobre Barrett, toda esa historia que yo conocía sólo en parte, sólo por pocos elementos, muy genéricamente; por lo tanto, me sentí impactado por ese destino, por esa experiencia humana y luego artística, que primero excluyó a Barrett del grupo y luego hizo que los otros continuaran durante 30 años pensando en él, escribiendo canciones sobre él, manteniéndolo vivo en su obra.”
¿De hecho, este libro es más un libro sobre Syd Barrett que sobre Pink Floyd?
En un primer momento yo había pensado en escribir un libro sobre Barrett. Después, poco a poco, como suele ocurrirme, los libros toman una dirección imprevista y lentamente, al acumular material, me di cuenta de que me interesaba hablar también de todo el grupo, entre otras cosas porque gradualmente fui tomando conciencia de la importancia cada vez mayor de Waters que al final pasó a ser casi el verdadero protagonista de mi libro.
En el libro se refiere a la ambivalencia que tenían Waters y Gilmour para con la permanencia de Barrett en Pink Floyd.
Yo quedé –¿cómo explicarlo?– fascinado por la tensión interna, por la dialéctica que se creó entre estos personajes, en suma, por esta impronta inicial de Barrett –más surrealista, más jubilosa– a la impostación más estructurada, más conceptual, más dura de Waters y después también el conflicto entre Waters y Gilmour, esa concepción más vinculada a los textos, más militante, más política de Waters y en cambio la vocación más melódica de Gilmore. Y creo que la grandeza de Pink Floyd fue unir todas esas almas y crear, a partir de tanta tensión, una armonía superior.
El libro “tardó” en llegar a la Argentina pero todavía no se publicó en Inglaterra. ¿Por qué?
El libro fue rápidamente traducido al francés y al alemán. Pero ahora lo están traduciendo al inglés, solamente como e-book. Tal vez piensen que Pink Floyd era algo de ellos, algo inglés. Estaban, quizá, un poco irritados porque un italiano había escrito sobre un tema de ellos o quizá los editores tenían miedo de enfrentar alguna acción legal porque yo hacía hablar a los personajes y los ponía en escena como creaciones libres mías.
Precisamente “Rojo Floyd” es una novela de testimonios. ¿Cómo hizo para recrear tantas voces?
Algunos testimonios son originales. Los encontré en biografías, en los libros aunque después yo las reescribí, las modifiqué, las cambié según me servían, y otros son totalmente inventados. Y en algunos casos hasta los personajes son inventados. En otros casos los personajes son reales y son muy libres las cosas que les hago decir. Pero son, no obstante, testimonios bastante verosímiles. Por ejemplo, el de Antonioni o de Stanley Kubrick se corresponden bastante con la verdad. Pero por ejemplo el del psicoanalista Ronald Laing, es totalmente inventado. O el testimonio del hijo de John Lennon cuando hace referencia a algo que se dijo.
¿Cuál de todas esas voces fue su preferida?
Waters obviamente y también el hermano de Waters y también Alastair Grahame, el muchachito al que está dedicado The Wind in the Willows , de Kenneth Grahame que era el libro preferido de Syd.
“Yo nací en 1900, con un ojo ciego y el otro bizco. En 1920 hice que un tren me decapitara, apoyando la cabeza en las vías. Mi padre era Kenneth Grahame, el célebre autor de The wind in the willows (...) el señor Barrett es el hombre topo. ¿Acaso no vivió siempre bajo tierra?” “Soy el desmesurado Ego de Roger Waters, y los intimo a no ser indulgentes con él, porque créanme, no es el caso. Los intimo asimismo a no atribuirle culpas que sólo son mías. Culpas, entendámonos bien, en el lenguaje de los desgraciados como ustedes, ya que en nuestro mundo, en cambio, constituyen méritos rutilantes.
Informes, lamentaciones, confesiones, testimonios, exhortaciones son algunas de las voces fragmentarias a las que Mari les da vida. A veces, claro, son absolutamente delirantes. Ahora no elige ninguna o se desdice. “No hay un personaje particular, me divertí sobre todo con la alternancia de las voces. Pasar de un tono a otro, de un personaje a otro, de un registro a otro”, aclara este especialista en la literatura italiana del settecento , y coleccionista empedernido de cómics y defensor a ultranza de su estética. “Incluso siempre vi hasta la gráfica pop como algo que merecía mucha seriedad. Puede haber cosas más bellas, menos bellas, más logradas, menos logradas, pero en conjunto, creo que todo el arte pop y rock, gráficamente también, pertenece al arte en pleno derecho”, aclara.
¿Y Pink Floyd es cultura popular, baja y masiva o puede considerársela como alta cultura de una época?
En estos niveles estamos cerca de la gran cultura. Pink Floyd dio estructuras, arquetipos formales que permanecerán en la arquitectura de un disco, en la sonoridad, en la gráfica. Yo estoy convencido de que a medida que pase el tiempo, el carácter clásico y la grandeza de Pink Floyd se volverán cada vez más evidentes. A tal punto, que mi impresión es que mientras tantos grupos de rock de los años sesenta y setenta envejecieron, Pink Floyd no. Para mí, Pink Floyd no envejece. Incluso porque muchos grupos ataron su música a ciertas actitudes exteriores, como la vestimenta o romper guitarras. Pink Floyd, en cambio, tuvo desde el principio un enfoque muy clásico, muy severo, para su trabajo.
Usted en el pasado se declaró en contra de una “concepción de la literatura” cercana al periodismo, pero este libro toma muchas herramientas del periodismo.
Sí, eso era en la época del minimalismo, del compromiso civil, cuando parecía que el escritor debía de alguna manera comprometerse con lo social, hablar de cosas que pasaban todos los días, por lo tanto competir con el periodismo. Yo en cambio siempre he tenido una idea más elevada, más a largo plazo de la literatura. Por lo tanto, confirmo en general lo que dije entonces, aunque de una manera menos ¿cómo decirlo? menos obstinada. De todos modos, la operación que yo hice sobre Pink Floyd me parece que es una operación literaria en todos los sentidos y que no tiene nada de periodístico. He podido hablar de Pink Floyd exactamente como podría haber hablado del mito griego. Eso pienso que es una operación literaria.
Y hoy con Occidente en crisis y con Europa en una gravísima crisis internacional, ¿no es necesario otro tipo de compromiso social?
Esa idea existe siempre. Tal como soy yo, permanezco encerrado en mi mundo literario porque es el único modo en que sé que podría ser escritor. Por eso si para ser escritor debo ocuparme de los problemas del mundo, muy probablemente dejaría de ser escritor porque yo soy así, no quiero que sea una regla o una toma de posición teórica. Es una simple confesión, una admisión.
Desde el exterior a veces da la sensación de que cierta edad de oro de la literatura italiana se acabó. Ya no dialoga con otras literaturas como en los tiempos de Calvino, Natalia Ginzburg, editores como los de Einaudi. ¿Eso es historia antigua, una etapa cerrada?
No sé, ¿está cerrada? Es una literatura que fue volviéndose cada vez más comercial, más fácil, digamos, más repetitiva, más en busca del éxito comercial, por ende, no es un gran período.
¿Y usted dentro de qué tradición de la literatura italiana se siente parte? ¿Qué autores italianos son para usted una influencia y un punto de referencia?
Entre los escritores italianos, los escritores del siglo XX sin duda: Gadda, Giorgio Manganelli, Gesualdo Bufalino y Tommaso Gandolfi. Diría ésos.
Su trabajo como académico y teórico no conspiró contra su proceso creativo.
No, han sido dos experiencias independientes, a tal punto que yo empecé a escribir cuentos desde muy chico, desde que era pequeño y por lo tanto mi escritura creativa siempre fue precedente. Y después hice estudios humanistas y llevé adelante esta formación pero el impulso a escribir siempre fue más que por los estudios, por las lecturas juveniles, en suma, por la literatura gótica, por Poe, la literatura de aventuras, Melville, Stevenson, Salgari.
No sólo de nombres en letras de molde de la literatura universal vive el hombre, que también tiene sus bajos instintos.
Tifoso del Milan, lo puede la pelota. Y desde 2001 a 2005 engrosó las filas del Osvaldo Soriano Football Club, un combinado de escritores italianos. “Fue una experiencia muy linda porque ese equipo nació espontáneamente por iniciativa de algunas personas. Jugué durante cinco años, con la camiseta N° 7 como lateral derecho. Era un homenaje a Soriano por sus escritos sobre fútbol. Tuvimos incluso algunos sponsors, después la cosa terminó de una manera miserable”, se ofusca misteriosamente.
Volvamos a su novela. A pesar de su finalidad literaria, ¿cree de todos modos que “Rojo Floyd” guarda alguna verdad subterránea sobre Pink Floyd?
No, la única verdad subterránea es la que inventé yo, que me gustó imaginar que –pese a desaparecer– Barrett ejerció una especie de influjo mágico, potente, sobre los otros integrantes. Aparte de esta idea fantasiosa no seguí ninguna verdad esotérica, ninguna verdad oculta.
Por último, ¿qué piensa del hecho de que cuarenta años después Waters sigue haciendo giras tocando “The Dark Side of the Moon” y “The Wall”. ¿Le parece honesto?
Sí, usted empleó la palabra justa: honesto. Yo creo que las cosas bellas, importantes, deben re-proponerse. Y, en suma, la enorme respuesta de público que tienen estos conciertos me parece una confirmación. También da la posibilidad a muchas personas, empezando por mí mismo, de ver cosas que de lo contrario no habrían visto. Por ejemplo, yo el próximo 28 de julio en Roma veré por primera vez The Wall hecho por Waters porque finalmente conseguí entrada y entonces por primera vez en toda mi vida veré The Wall .
Nunca es tarde para dejar de ser un analfabeto.

22.5.13

Castellanos Moya: "Hay más religiosidad y menos espiritualidad"

Horacio Castellanos Moya, habla de su último trabajo, El sueño del retorno. Su relación con El Salvador, la influencia del mercado en la literatura, la imposibilidad de redención, temas de esta entrevista. "La literatura no puede dar respuestas", dice el autor de El asco 
 

Aunque Horacio Castellanos Moya nació en Honduras, y vivió en distintos países, es bien salvadoreño. El y sus libros, que hablan casi siempre de esa relación traumática con un lugar que alguna vez fue el suyo. El sueño del retorno (Tusquets), su nuevo trabajo, no es la excepción.  Está situado en 1991, sobre el final de la guerra civil en El Salvador y pese a que Erasmo Aragón, el personaje, vive en México, pronto volverá a su país. O eso piensa. En cierto modo es una historia autorreferencial la de Castellanos Moya, aunque el personaje sea bien diferente a su creador. “Es un libro que comencé hace muchos años. Quedó guardado, a la mitad, y hace poco lo saqué del cajón” avisa. Algo de eso se nota, porque el libro tiene dos momentos. Uno con el personaje ensimismado, enroscado en sus problemas, en los dolores estomacales y en la búsqueda de un médico que termina sometiéndolo a sesiones de hipnosis. El otro, vinculado con el contexto de El Salvador, recuperando episodios trágicos de su vida y de su familia en un momento en el que la guerrilla y los paramilitares se arriman a un acuerdo. A diferencia de El asco, su libro más famoso, donde el personaje sólo ve lo malo de su país, vuelve por obligación, sin ninguna expectativa, Erasmo está ilusionado con la idea del retorno. Ilusionado como alguna vez lo estuvo Castellanos Moya, que aquí lo cuenta.
-Este personaje tiene un alter ego en el médico hipnotizador, que le roba sus historias, y que hasta puede ser un espía, ¿por qué encierra tanta paranoia y contradicciones Erasmo?
El personaje representa bastante mi visión del ser humano. Pero sobre todo representa a alguien que a medida que se acerca a su lado oscuro, a su lado desconocido, se va afectando. Tiene miedo. Descubrir la parte nuestra que no conocemos casi siempre es un ejercicio retórico. No lo buscamos. Primero, porque puede ser muy desagradable, e incluso llevarnos a pensar que eso no somos nosotros. Si me muestran mi lado oscuro, lo primero que hago es negarlo. El personaje representa a alguien que comienza a acercarse a su lado oscuro sin quererlo, porque él lo que quiere es que le quiten sus dolores. Y cuando se acerca, no lo entiende: sólo logramos ver su vulnerabilidad.
-Otro personaje, el tío de Erasmo, un hombre que ahora está en el comunismo pero que viene del bando militar, y que ahora puede ser un nexo entre guerrilla y dictadura, ¿simboliza ese momento histórico?
Ese personaje, Alberto Aragón, está muy desarrollado en otra novela mía, no muy conocida, que se llama Donde no estén ustedes (Tusquets). Allí cuento su muerte, su decadencia, y es como dices, un personaje contradictorio, porque tiene vínculos con la izquierda comunista pero al mismo tiempo los tiene con la derecha paramilitar. Juega de puente entre ellos, aunque a su hijo comunista lo haya matado la derecha. Es el mundo donde las fronteras a veces se superponen. Aquí, en este libro, es una especie lazo entre las dos fuerzas. Pero el hecho determinante de una Guerra Civil es la partición de una familia. Se parte el núcleo básico en estos conflictos cuando su origen es ideológico. Resulta que tu hermano está en el ejército y tú estás en otro lado.
-¿Hay un intento de reconciliación familiar, incluso de parte tuya, en este tiempo de fin de conflicto?
No, porque todo esto es ficción. Yo casi no tengo vida familiar.
-¿Albertico existió? (el hijo asesinado de Alberto Aragón)
Con otro nombre, él y su mujer existieron. En La sirvienta y el luchador, mi novela anterior, están mucho más desarrollados. Allí se cuenta su secuestro, una típica operación de los escuadrones de la muerte. Pero sí, a mí me afectó mucho su muerte. Fue algo que hirió mi psiquis, mi aparato emotivo. Yo no tuve un vínculo político con él, lo conocí como alguien con quien me echaba las copas.
-¿En algún momento sentiste que esa podría haber sido también tu vida?
Como escritor veo las posibilidades de lo que me pudo haber sucedido, y me pregunto por qué no me sucedió. Yo no militaba en el Partido Comunista como él, pero no éramos muy distintos. Y no sólo él, hubo muchos muertos míos de quienes nunca he escrito ni he tomado sus historias. Amigos, amigas. Cuando comenzó la guerra yo me fui, pero a ellos los mataron. Esto me lleva a preguntarme el sentido del destino de la vida.
-La fragilidad de la vida…
Eso, la fragilidad, la vulnerabilidad.
-En este libro no muere nadie, pero Erasmo sufre por haber contratado a un asesino a sueldo…
Aunque no muera nadie, esa muerte sigue en la psiquis del personaje. Y eso me acerca a él, no en su personalidad, ni temperamento. Pero sí en cómo las cosas que me han afectado en una época de formación como fue la pos adolescencia. Estas entrando al mundo y de pronto el mundo es una pesadilla lleno de muerte.
-Erasmo se la pasa de resaca en resaca, mirando culos o pensando la manera de zafar, pero es conciente de que otros no corren la misma suerte, sabe que están esos otros…
Está esa escena del final, en la que la mujer le dice que se hace el héroe, pero que no tuvo los cojones para ir cuando había que ir. Y eso a él si lo enfada. Es odio lo que siente. Pues la verdad siempre es desagradable. Tiene algo de conciencia, pero no mucha, el todavía cree que hay redención.
-¿Y por qué el regreso sería una salvación, por qué mantiene esa ilusión?
Confía en que volviendo a su país, con el fin de la guerra civil, el retornará a un estado de equilibrio mental y físico. Dice que hará ejercicio, y dejará de beber, es un sueño. Pero a medida que se acerca el momento del retorno se da cuenta de que no va a ser distinto. Tampoco lo acepta. Los seres humanos nos engañamos permanentemente a nosotros mismos. Va a regresar y según él va a encontrar un equilibrio, y gracias a que este factor externo que es el médico que lo ha estado atendiendo y que tiene una libreta donde ha apuntado todo lo que le contó en las sesiones de hipnosis. Y cuando él sepa lo que hay apuntado allí, va a entender quién es. Deposita en algo externo la posibilidad de un conocimiento interno. Alguien me va a iluminar sobre mi mismo. Pero de pronto se da cuenta que el médico ya no está. Y el no ha hecho nada, va por el free shop con su botella de vodka. No hay redención para el ser humano, es la idea principal del libro.
-Nuestras sociedades, moldeadas por el mercado, ¿construyen este tipo de personajes escapistas, a veces banales?
Esa es una pregunta que la literatura no puede responder. Alguna vez hubo respuestas desde la filosofía y la religión, pero ya no cuentan. La literatura muestra la contradicción, la vulnerabilidad, las ansias y la frustración del ser humano, pero no puede dar respuestas.
-¿No hay un camino de redención?
Puede que lo haya, pero quienes lo conocen no lo cuentan. Como raza, como género, no se ve la luz.
-¿El busca la luz?
No llega a planteárselo. No logra cuestionarse, sus problemas son demasiado inmediatos. Su búsqueda espiritual es limitada.
-¿Y ese sí es un denominador común para el ser humano?
Sí, hay cada vez más religiosidad y menos espiritualidad. La búsqueda espiritual está apabullada.
 -¿El mercado ha hecho que la buena literatura sea marginal?
Onetti lo decía claramente: “Al que tenga talento de escritor no lo va desviar ni el fracaso ni el éxito”. El mercado existe y hay dueños del dinero que definen ciertos gustos pero siempre hay un factor de fortuna.
-¿Vos te sentís afortunado?
Depende de la perspectiva. La suerte es muy relativa. Lo que sí tengo claro es que no vale la pena pelearte o reclamarle a tu fortuna. Escribe los libros que tengas que escribir, lo demás va a venir. Pero si escribes los libros para que eso ocurra, lo vas a pagar.
-Uso el título del libro, el sueño del retorno, para preguntarte si sigue siendo para vos un sueño volver a El Salvador…
Yo tuve dos sueños del retorno. Y el del personaje puede asimilarse a los que yo he tenido. Pero dejé de tenerlos, probablemente desde la última vez que salí, en 1997, ya no tengo ningún sueño de retorno. En el 91, en cambio, había un sueño del retorno, quizá no tanto del retorno sino de la construcción de una nueva sociedad. El sueño de contribuir a una nueva manera de hacer las cosas en el país. Las primeras dos veces que regresé, pensaba en eso.
-Se acabó ese sueño entonces
Sí, no tengo ningún sueño del retorno. Ya quemé todos mis sueños. Lo que me queda hacer es escribir los libros que deba escribir, donde sea que esté. Y no se si con ello contribuyo en algo.
-¿Y a Castellanos Moya escritor, lo beneficiaba tener sueños, o es un autor más libre ahora que no los tiene?
Es interesante. Como escritor, mientras tenías sueños, mi literatura era desencantada. Los sueños del ciudadano, los del periodista, los del hombre de ideas nunca se reflejaron en lo que yo escribía. Mi literatura fue siempre así, desde el primer libro ya era desencantada. Los escritores, aunque estemos en un carril y en ese carril tengamos una actitud siempre tenemos otro yo que ve las cosas desde otro lado, las critica. Esa es la paradoja de esto, ese otro yo con el convivimos cotidianamente. Para escribir como escribo no es mejor ni peor tener sueños o no tenerlos.
/Revista Ñ

21.5.13

Lobo Antunes: Escribir por el revés

Nadie cuestiona la portentosa estatura literaria de Lobo Antunes: es el escritor vivo más importante de Portugal. Eso es lo que piensa la mayoría ahora que Saramago ha muerto. Aunque, la verdad sea dicha, son muchos los que lo pensaban antes también

António Lobo Antunes, escribe por el revés  de las palabras./revistaarcadia.com
Hace algunos años, en un encuentro que tuvo lugar en Burdeos entre António Lobo Antunes y sus lectores, el portugués dijo: “Cuando escribo mis libros, es como si encontrara en la calle un botón, y a partir de ese botón me dedicara a recomponer el abrigo al que perteneció”. Esta metáfora inductiva sobre el origen del texto resume perfectamente la obra de uno de los más reconocidos escritores portugueses de la actualidad, dueño de una extensa producción (veinticuatro novelas y cuatro libros de crónicas publicados hasta la fecha), traducida a más de veinte lenguas y galardonada con prestigiosos premios literarios como el Jerusalén (2004), el Camões (Brasil-Portugal, 2007) o el FIL (Guadalajara, 2008).
Nacido en Lisboa en 1942, António Lobo Antunes estudió medicina, como su padre, aunque desde niño sabía que lo suyo era escribir. En 1971 presta servicio militar y es enviado a Angola como médico de las Fuerzas Armadas portuguesas que combaten las tropas independentistas. A su regreso a Portugal, casi dos años después, se especializa en psiquiatría, profesión que ejercerá durante varios años en Lisboa, hasta que decide dedicarse exclusivamente a la escritura. Después de haber abandonado oficialmente la práctica psiquiátrica, Antunes continuará siguiendo algunos pacientes, y escribiendo por un tiempo en un despacho del hospital Miguel Bombarda.
Lobo Antunes es considerado hoy en día casi unánimemente el escritor portugués vivo más importante. Candidato recurrente al Nobel de Literatura en los últimos años, hay quien piensa que Antunes merecía la máxima distinción cuando, en 1998, fue otorgada por primera vez a un portugués, su compatriota José Saramago. Más allá de la polémica y de la expectativa sobre si el premio llegará algún día –discusiones, en mi opinión, estériles– no cabe duda de la importancia de su obra en la historia literaria reciente. A falta del hombre tendremos sus libros que, como lo ha recordado él mismo en muchas ocasiones, es lo único que queda de un buen escritor: “Tengo la misma convicción que Ovidio: creo que mis libros no van a morir”, dijo en el 2009.


Las voces de la memoria
Si tuviéramos que reducir la esencia del universo literario de Lobo Antunes a unas pocas palabras, estas serían memoria y voz. La suya es una profundísima inmersión en la caverna de los recuerdos, a partir de los cuales se estructura el discurso. Recuerdos del autor, de sus personajes, y también del lector quien, aferrado al hilo de una narración frenética que transita por un abismo, coloca su propia memoria al servicio de la fragmentación temática y textual. “La verdadera aventura que propongo es aquella que el narrador y el lector emprenden juntos hacia la negrura del inconsciente, hacia la raíz de la naturaleza humana”, podemos leer en una de sus crónicas más reveladoras, “Receta para leerme”.
La voz es, así, el instrumento escogido por Antunes para moldear, con las palabras, la materia informe que son los recuerdos, cuando estos aún no han sido racionalizados por la lógica sucesiva del lenguaje. Estamos frente a una obra que se define por la búsqueda de una voz capaz de contener ese magma de recuerdos, reales o inventados, que abruma al escritor, para quien “las palabras no son más que signos de sentimientos íntimos, y los personajes, las situaciones y la intriga pretextos de superficie que utilizo para llegar al profundo envés del alma”, escribe en “Receta para leerme”. En una reseña de la novela ¿Qué haré cuando todo arde? (2001) publicada en El País en el 2003, el crítico español Ignacio Echevarría toca uno de los aspectos fundamentales de la creación antuniana, cuando afirma que “lo que Lobo Antunes se propone no es tanto reflejar la disolución de la identidad como la dificultad de fundarla allí donde la memoria no consigue alumbrar su propio relato. En esto consistiría el extraño y portentoso arte de novelar de Lobo Antunes: en el empeño de sondear el contenido de la memoria antes de que haya sido narrativamente estructurado”.
A partir de estas dos realidades concurrentes, la producción literaria de Antunes ha ido adquiriendo sustancia y peso a lo largo de los años, a pesar de que la crítica tardó en mostrar interés por sus libros. Hay quienes afirman que su obra posee una singularidad estética tan absoluta que es imposible encontrarle antecesores en la historia de la literatura portuguesa. Sin embargo, en sus líneas se asoman vestigios de Chejov, Proust, Joyce, Conrad, Faulkner y Cortázar, entre muchos otros. Desde sus inicios, la obra de Lobo Antunes presenta una evolución lógica que la ha llevado a sobrepasar los límites del género. El autor varias veces afirmó, haciendo uso de la provocación que lo caracteriza, que nadie escribe como él, o que sus libros han transformado el arte de la novela. Sea como sea, la de Antunes ha sido una constante lucha verbal para lograr que el lenguaje abarque la simultaneidad que su escritura busca reflejar.


Catarsis y sinfonías

En los primeros años, la escritura de Antunes se nutre esencialmente de dos realidades, que el joven médico conoció muy de cerca: la guerra de descolonización de Angola y el universo de los hospitales psiquiátricos, en un país que salía de cuarenta y ocho años de dictadura salazarista. Esas dos realidades constituyen el argumento principal, y a la vez el telón de fondo, de sus primeros libros, principalmente Memoria de elefante, En el culo del mundo (ambos de 1979), Conocimiento del infierno (1981) o Fado alejandrino (1983). Si las primeras novelas contienen una fortísima carga autobiográfica, ello se debe a que Lobo Antunes tuvo que enfrentarse a su propia voz interior para, a modo de catarsis, liberarse de un pasado que lo abruma. Sin embargo, en estas obras están ya sentadas las bases para lo que será el posterior desarrollo de su arte novelesco. A medida que los libros se van acumulando, y que la herida de la guerra va sanando (sin curarse por completo), crece el espacio para que los personajes no sean apenas un reflejo de su creador. Las naves (1988) es un libro que aborda esta progresión temática y estilística desde un ángulo diferente, ya que propone una visión paródica del pasado glorioso de la nación portuguesa. Aquí, las figuras míticas de la historia portuguesa (Camões, Vasco da Gama y demás) son presentados como “retornados”, es decir como aquellos portugueses que tuvieron que regresar de las colonias africanas tras la independencia, y deambulan por las calles de Lisboa, aquejados por una monumental resaca histórica.
Un segundo momento de la obra antuniana está marcado por la irrupción de la polifonía narrativa, uno de los recursos textuales más importantes de este autor. En libros como El orden natural de las cosas (1992), La muerte de Carlos Gardel (1994), Manual de inquisidores (1996) y Esplendor de Portugal (1997), el autor le cede la palabra a varios de sus personajes, que en primera persona van tejiendo la trama. Un argumento constituido por múltiples versiones de un mismo hecho, girando siempre en torno a los mismos temas: la familia, la dictadura, el pasado colonial portugués, la desilusión tras la restauración democrática, las relaciones amorosas que nutren la existencia de los individuos. Los discursos de sus personajes suenan como instrumentos de una sinfonía cuya armonía se revela en la lectura.
En estas obras polifónicas (las más logradas hasta ahora), el creador, como un director de orquesta, dirige el conjunto de voces que él mismo ha imaginado. A estas alturas, Lobo Antunes hace explícito su deseo de alcanzar la obra total, de “poner la vida entera entre las cubiertas de un libro”. En António 56½, una elocuente crónica autobiográfica de esa época, podemos leer: “A los veinte años creía que el tiempo le resolvía los problemas: a los cincuenta se daba cuenta de que el tiempo se había vuelto el problema. Apostó todo en el acto de escribir, sirviéndose de cada novela para corregir la anterior en busca del libro que no corregiría nunca, con tanta intensidad que no lograba acordarse de los acontecimientos que habían tenido lugar mientras los producía”.
Tras varias novelas sinfónicas publicadas, la escritura antuniana sufrirá un nuevo giro que, aunque podría parecer radical, no es otra cosa que la consecuencia de la fragmentación narrativa y la dispersión temática practicadas durante más de diez años. En esta nueva etapa, los juegos con las voces se mantienen, pero la profusión de narradores desaparece, y el discurso se concentra en una sola consciencia de la que surgen las hablas de otros personajes, como ocurre en No entres tan deprisa en esta noche oscura (2000) o en ¿Qué haré cuando todo arde? (2001). El lector asiste a la implosión del universo novelesco de Lobo Antunes: de la proliferación de narradores, cada uno dotado de una identidad única que converge en la figura del autor, pasamos ahora a la ascensión de una voz narrativa a la vez indivisa y múltiple, que paradójicamente retoma varios aspectos de la materia autobiográfica de sus primeros textos.
En las novelas polifónicas, la individualidad de la voz era uno de los elementos textuales que sobrevivían en medio de una fragmentación temporal desgarradora, lo que nos permite a nosotros, lectores, reconstituir la historia. Por el contrario, este tercer momento ya no está anclado a ninguna de las leyes tradicionales de la novela. Por consiguiente, la propia noción de personaje se diluye en medio de un torrente de variaciones sintácticas y semánticas. “Mario [Vargas Llosa] trabaja con personajes y yo trabajo con voces. No las veo. No las imagino físicamente. En la mayor parte de mis libros no hay descripciones físicas. Conozco escritores que tienen dibujos de los personajes, esquemas, biografías… algo que yo no hago. No sé cómo hacía Balzac en La comedia humana con tantos personajes, o Proust. Yo no los veo. Tampoco los imagino. Creo que son todos yo. Si aparece una voz femenina que habla, creo que es la misma voz”, afirmó recientemente Antunes. En esta nueva configuración, las distintas voces se aglutinan en una única entidad, como si se tratara de las muchas islas de un archipiélago. Es justamente lo que acontece en El archipiélago del insomnio (2003), publicado en el 2010, el último de los libros que dejó Mario Merlino, su traductor de toda la vida, antes de morir.
Frente a esta atomización de la ficción en unidades dispersas que flotan en órbitas propias como si fueran satélites, al lector no le queda otro camino que dejarse llevar por el “sombrío vaivén de olas” que constituye la narración, y leer el libro como se lee un poema: “Las personas tienen que renunciar a su propia llave / la que todos tenemos para abrir la vida, la nuestra y la ajena /
y utilizar la llave que el texto le ofrece” (“Receta para leerme”). Recomendaciones que deberían ser tomadas al pie de la letra por quien se aventura en Ayer no te vi en Babilonia (2006), Mi nombre es legión (2007) o ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar? (2009), por ejemplo.


El loco y el Lobo

Cuando leemos alguno de los libros de Antunes es como si tuviéramos en nuestras manos un organismo vivo, autónomo y en constante movimiento, que vamos aprendiendo a conocer a medida que la lectura avanza. Ya lo decía el portugués en una entrevista en el 2005: “Al empezar solo existe una pequeña historia, una pequeña intriga, que va avanzando sola y que de pronto cristaliza. (…) Mi libro es un delirio estructurado. No escribes lo que quieres, escribes lo que puedes. De lo que se trata es de poner en palabras lo que por definición no se puede traducir a palabras. Un libro no se hace con ideas, y desconfío de los que dicen que tienen una buena idea para un libro”.
Sobre sus días como interno psiquiatra en un hospital de Lisboa, poco tiempo después de haber regresado de Angola, Lobo Antunes relata una anécdota en una entrevista con María Luisa Blanco, gran amiga suya y entonces editora del suplemento Babelia del diario El País: “Recuerdo de aquella época que la mejor enseñanza la saqué de un loco. Estaba en el jardín del hospital. Se aproximó a mí con su aire misterioso y me dijo: ‘¿Sabe usted? El mundo ha comenzado a ser hecho por detrás…’ Reflexioné sobre la frase fantástica de este loco y pensé: ‘Así es la escritura. Cuando empiezas escribes por delante, hasta que comprendes que tienes que escribir por detrás, por el revés. Fue una frase fantástica’”.
Lobo Antunes ha hecho de la estética del reverso un dogma inquebrantable de su obra. Esta imagen del revés de la escritura no es otra cosa que la formulación poética de la fecunda relación que el autor ha querido establecer entre memoria y voz. En sus libros, el portugués ha modificado el paradigma por medio del cual se aborda la realidad, revelando las costuras interiores de sus personajes y, de paso, las de sus lectores, quienes difícilmente saldrán indemnes de esta experiencia. Ya lo advertía él cuando, en la crónica “Receta para leerme”, comparando la lectura de sus novelas a la vivencia de una enfermedad, reclamaba: “Y, una vez acabado el viaje / y cerrado el libro / convaleced”.

Contra la tiranía del presente

El escritor español Javier Cercas, autor de Soldados de Salamina, entre otras obras, habló de literatura, de su pasión por Borges y de su última novela, Las leyes de la frontera

EN BUENOS AIRES. Javier Cercas habla de su obra, de su oficio de escritor./Revista Ñ
Cuando aún no había escrito Soldados de Salamina, el libro que lo consagró en 2001, el español Javier Cercas volvió a su ciudad, Gerona, “a morirme, sinceramente, a enterrarme. Ese es el sentimiento con el que yo escribí esa novela, nunca volvería a ser escritor”. A partir del éxito de ese libro –vendió más de un millón de ejemplares– Cercas se ganó un lugar en el mundo de las letras. Invitado a la Feria del Libro, habló  de su oficio, de aquel éxito y de su último libro, Las leyes de la frontera (Mondadori).

En esta obra, publicada en 2012, Cercas se asoma a los años de la transición española pero no desde la política sino a través de la vida de tres adolescentes marginales, inmersos en el mundo del delito, a fines de los años 70, y la deriva posterior de sus vidas, donde la fantasía del ascenso social resulta casi una farsa.

-Usted ha hablado de la influencia de Borges en su formación.
-En Wikipedia dice que yo me hice escritor cuando leí a los 15 años a Borges, y es verdad pero a la vez es falso. Es verdad que leí a Borges muy pequeño, no sé qué entendía pero me fascinó. Aunque eso no hizo más que retrasar mi dedicación a la escritura, porque Borges era demasiado grande. Y eso te inhibe, te aplasta. Necesitas alguien más a tu medida. Yo empecé a escribir a los 19, 20 años, y los libros que tenía, Borges, Kaf-ka, eran demasiado grandes.

-¿Cuáles son sus otras raíces literarias?
-Yo no me siento un escritor español sino un escritor en español, y un escritor tiene dos tradiciones, la universal y la de su propia lengua. Yo tengo la fortuna, toda la gente de mi edad, que la tradición de nuestra lengua, y en particular la narrativa, se ha enriquecido y ensanchado extraordinariamente. Es decir, el español crea la novela, la crea Cervantes, en un movimiento enloquecido y genial, pero la pierde. No es la española la gran tradición de la novela ni la gran tradición literaria. Quienes aprenden la tradición de Cervantes son los escritores ingleses, sobre todo, y los franceses los que nos roban la novela. Y han sido los escritores latinoamericanos los que, en mi opinión, en este siglo que pasó, no sólo han provocado un terremoto en la narrativa sino que han devuelto la novela al centro del canon occidental, y eso es maravilloso. Somos herederos de esa tradición, así que no tenemos excusas para escribir mal.

-En las notas usted aparece hablando más de política que de literatura. Pero la literatura como tema aparece mucho en sus libros. ¿Por qué esa diferencia?
-¿Hablo más de política que de literatura? ¡Qué horror! Mira, en un momento determinado, yo cuando empiezo a ser un escritor quiero ser un escritor posmoderno. Depende de lo que entiendas pero el posmodernismo, su origen remoto es la segunda parte de El Quijote, en narrativa; el origen inmediato es la obra de Borges, y además no pierdes de vista aquellas recomendaciones de Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio; entonces yo me siento un escritor posmodernista. Y yo empecé así, quería ser un escritor posmodernista, quería ser un escritor norteamericano posmodernista. Y por eso me fui a Estados Unidos. Y mis libros eran libros ultraintelectuales, humorísticos, irónicos, metaliterarios, del presente. Lo que ocurre es que, en un momento determinado, en torno a Soldados de Salamina, se produce como un cambio que no es un cambio, es un complemento, es como si se ensanchase mi campo de intereses, y aparecen dos cosas fundamentales. Aparece por un lado el pasado. Cuando me dicen que escribo novelas históricas me enfado mucho. Yo escribo novelas sobre la relación entre el pasado y el presente, es decir, tendemos a creer que el pasado es una cosa que ya ha pasado, que no tiene nada que ver con nosotros, que está allá, fuera, al margen. Es falso. El pasado forma parte del presente, no pasa nunca, Entonces, yo hablo de la relación entre el pasado y el presente, de ese presente ampliado. Vivimos como una especie de dictadura del presente. Creemos que el presente por sí solo se explica, es falso. Sin el pasado no se explica. Y de esa relación entre el pasado y el presente hablan, a partir de Soldados de Salamina, mis libros. De hecho, uno de los temas fundamentales de ese libro es la historia de un hombre de unos 40 años, como tenía yo entonces, que cree, como toda mi generación, que la guerra civil era algo tan ajeno y remoto como la Batalla de Salamina. Y a medida que investiga un minúsculo episodio ocurrido hace 60 años en la guerra civil descubre que no, que el pasado es el presente, que sin ese pasado ni él ni nada a su alrededor se explica. Y por otro lado también descubre que lo colectivo es una dimensión de lo individual. Entonces es verdad que yo me sigo sintiendo un escritor posmodernista, sólo que aparece la política.

-¿Qué peso tiene ese componente político en sus libros?
-No es más que una dimensión de mis libros, yo no soy un escritor político. Es verdad, pero esa sería otra cuestión, que yo escribo en los periódicos y como simple ciudadano opino sobre política, porque la política es de todos. Yo no soy un político, ni me siento un político, ni intervengo en política, ni jamás he tenido ninguna vinculación con la política, pero pago mis impuestos, tengo un hijo de 18 años. Yo escribo en un periódico que lee mucha gente, ¿por qué no voy a hablar de una cosa que me interesa, que me importa? Me preocupa mucho eso que dices que hablo más de política que de literatura. Yo soy un escritor antes que nada. Pero me preguntan sobre política y yo contesto.

-¿Existe en todas sus novelas esa fusión entre el presente y el pasado?
-Anatomía de un instante habla del presente, pero de un presente ensanchado, que contiene al pasado, de algún modo. Soldados de Salamina habla de la guerra civil pero no es lo esencial del libro, en absoluto. Las leyes de la frontera está ambientada en los últimos 40 años de la historia española pero no habla de España. De hecho, van a filmar una película en Bélgica, en Bruselas, porque lo que hace la literatura es convertir lo particular en universal. Es decir, Joyce no nos interesa porque habla de Dublin, nos interesa porque ahí plantea cosas que nos interesan a todos. Cervantes no sólo le interesa a los que viven en La Mancha. ¿Por qué? Porque a través de un tipo que vivió en La Mancha se plantean otras cosas... Y eso es la literatura.

-En algunos de sus libros aparece muy fuerte el tema del padre, eso de reconciliarse con el padre después de la adolescencia.
-Sí, es el tema de Soldados de Salamina, no es el de la guerra civil. Como el tema de Guerra y Paz no es la guerra de Rusia.

-Y también aparece el tema del héroe, la necesidad de buscar siempre un héroe.
-Ese es otro de los temas fundamentales. Yo creo que Soldados de Salamina, La velocidad de la luz y Anatomía de un instante son una exploración del tema del heroísmo, desde distintos ángulos, y de distintos tipos de heroísmo. Hace poco Le Monde nos pidió a una serie de escritores de todo el mundo que respondiéramos a una pregunta muy curiosa: ¿cuál era la palabra más importante para nosotros? Una pregunta muy rara, pero cuando me la hicieron supe inmediatamente cuál era. ¿Sabes cuál era la palabra? La palabra es “no”. Citando un texto de Camus que dice ¿qué es un hombre rebelde?, es un hombre que dice “no”. Y los personajes de –creo– todos mis libros son tipos que dicen “no” o tipos que lo intentan. En Soldados de Salamina es clarísimo, es un tipo que tiene que matar a otro y decide no matarlo. En Anatomía de un instante es un tipo que tiene que tirarse al suelo porque lo obligan, pero no se tira. Dice Cavafis en un poema que a todo el mundo le llega el momento del gran “sí” o del gran “no”, y yo añado: el que dice “sí” parece salvarse pero en realidad se condena, y el que dice “no” parece condenarse pero en realidad se salva. Bueno, mis héroes son los tipos que dicen “no” y mis antihéroes los tipos que dicen “sí”. Así que lo mejor en esta vida es aprender a decir “no”, y aprender a decirlo cuanto antes.

-¿El tema del heroísmo sería una constante también?
-Yo creo que esos tres libros son una exploración del heroísmo desde perspectivas diversas. Miralles, uno de los protagonistas de Soldados de Salamina, es un héroe clásico, un héroe homérico. Rod-ney Falk, el protagonista de La velocidad de la luz, es un hombre normal, un antihéroe absoluto, un hombre culto que en el momento esencial en vez de decir “no” dice “sí”, y se condena. Y Anatomía de un instante habla de un nuevo tipo de héroe, de lo que llamo los héroes de la traición. Nosotros estamos acostumbrados a pensar que la lealtad es una virtud, y puede serlo, pero lo cierto es que hay determinados momentos en la vida de la gente y de los países, de las colectividades, en que es más valiente, más honesto y más virtuoso, en suma, la traición que la lealtad. Y Anatomía de un instante habla de uno de esos momentos.

-Usted dijo que, antes del éxito de “Soldados de Salamina”, pensó que no iba a llegar a ser un escritor, a pesar de que ya tenía otros libros. ¿Esa consagración tuvo que ver con el éxito de ventas o con ese libro le pasó algo que con otros no?
-Yo antes de Soldados de Salamina era un escritor que escribía, y nunca me quejé de los lectores que tenía, nunca aspiré a ser un escritor profesional.

-Ni a vivir de la literatura.
-Jamás, no entraba en mis planes. Yo era un profesor de la universidad que se ganaba la vida en la universidad, no un profesor que de vez en cuando escribía novelas. Pero nunca pensé que iba a ser un escritor profesional, no conocía el mundo literario, creía que tenía el número de lectores que tenía que tener: mi mamá, algunas de mis hermanas, algún amigo, y basta. Lo que ocurre es que antes de Soldados de Salamina yo pasé el peor momento que tuve como escritor. Volví a Gerona, mi ciudad, yo vivía en Barcelona, y volví un poco como a morirme, sinceramente, a enterrarme. Ese es el sentimiento con el que yo escribí esa novela, que nunca volvería a ser escritor. No es que no fuese a tener éxito, nunca aspiré al éxito, porque no entraba en mis expectativas. Pero aspiraba a escribir buenos libros, y pensé que se había acabado la literatura para mí. Y bueno, la verdad es que en ese momento Bolaño me ayudó mucho, él estaba pasando por su mejor momento, era mi único amigo, y yo era casi su único amigo. Y el creyó en mí, él era mayor que yo, y me apoyó moralmente, fue mi entrenador.

-¿Tuvo al comienzo de su carrera un maestro de escritura, alguien que viera sus textos y le hiciera alguna corrección?
-Sí, lo tuve antes, Juan Ferraté se llamaba, que fue quien recomendó mis primeros libros. Pero yo me movía en un ámbito de poetas catalanes, no conocía el mundo literario español ni en español, nada. Para mí era algo completamente desconocido y cuando lo he conocido, la verdad, se me han quitado las ganas de conocerlo.

-¿Cuáles son sus escritores preferidos, los que relee?
-Hay muchos, hay escritores que releo. A Borges lo releo siempre.

-¿Y Vargas Llosa?
-Vargas Llosa es un escritor al que le debo mucho, personalmente y literariamente. Kafka es un escritor que siempre he releído. Bioy ha sido un escritor muy importante para mí. Conrad es un escritor que jamás me decepciona, casi nunca me decepciona, y luego ha habido escritores que son útiles para mí en determinado momento y luego dejan de serlo. Dino Buzzati es un escritor al que adoro. Calvino fue un escritor muy importante para mí, hay muchos... Cervantes, yo no sé cuantas veces he leído El Quijote pero es un libro que me parece milagroso, la primera parte es obra de un genio, la segunda parte parece que la ha escrito Dios, y era español el tipo, parece mentira, eso me asombra, me asombra una y otra vez, que este tipo escribiera lo que escribió, crease la novela y luego la botase, prácticamente. Es un libro milagroso, que no entiendo, y por eso me fascina. Me fascinan los escritores que no acabo de entender del todo, a Kafka nunca acabo de entenderlo, siempre hay algo que se me escapa. Borges, siempre hay algo que se me escapa. Zola es un escritor incalculablemente rico, siempre se me escapa. Esos son los escritores que me gustan, los que siempre se me escapan.

-En su última novela, “Las leyes de la frontera”, aparecen personajes adolescentes.
-Sí, la primera parte de la novela es sobre adolescentes, es una novela extraña ésta, una novela de aprendizaje en la cual un chico madura. Nunca había escrito sobre adolescentes y me fascina ese género, la novela de aprendizaje.

-¿Aprendió con su propio hijo sobre la adolescencia?
-Algo de eso hay. En el libro alguien dice “a los hijos es fácil quererlos, lo difícil es ponerse en su piel”. Y a lo mejor este libro, que sólo en su primera parte habla de adolescentes, ha sido mi intento de ponerme en su piel.

-¿Y él lo leyó?
-No, no lo leyó, no lee mis libros, por supuesto. Ya los leerá. Lo que pasa es que la segunda parte del libro demuestra que eso de la madurez es una de las tantas estafas que nos creemos y que le damos tanta importancia. La madurez, la normalidad, todas estas cosas que son estafas, que no son verdades. Pero yo sé qué sería mucho más tonto de lo que soy si no tuviera un hijo, eso si lo sé, estoy seguro.

-¿Terminará sobreviviendo la literatura y el hábito de la lectura a las nuevas tecnologías?
-La cultura no se destruye, sólo se transforma. Y es posible que haya cosas que nosotros no entendamos, pero es natural. Un hombre del siglo XIX no entendería las novelas que se hacen hoy o las películas, no entendería nada, pero eso no significa que se vaya a acabar. Lo que hay que hacer es estar lo más joven y abierto posible. Cuando alguien dice que se ha acabado la literatura, yo lo que creo es que el que está acabado es él. Leerán cosas distintas, de otra manera, mejores, peores, quién lo sabe. Pero la literatura va a sobrevivir, estoy seguro.

20.5.13

El hombre que no amaba a los fanáticos

Quizás en pocos sitios como en Cuba la relación entre literatura y política sigue siendo tan intensamente marcada por los últimos treinta años de historia latinoamericana, por los avatares de la izquierda, el comunismo y hasta los cambios del siglo veintiuno en la región. Y Leonardo Padura, el autor de exitosos policiales que deleitan a sus lectores cubanos y también de la reciente novela sobre León Trotsky, El hombre que amaba a los perros, acepta contestar cada uno de los puntos más ásperos de ese núcleo central, dramático y aun utópico llamado Cuba. Por qué se quedó, por qué es crítico de ciertas políticas y apoya otras, en qué consiste ser un escritor cubano, son algunos de los interrogantes que responde en esta entrevista realizada en Buenos Aires durante su paso por la Feria del Libro

Leonardo Padura Fuentes, autor de El hombre que amaba los perros./pagina12.com.ar
El tipo es tranquilo pero algún “qué coño” se le escapa, sobre todo cuando habla de la libertad crítica, y en ese momento la mirada se le hace más enérgica. A Leonardo Padura (La Habana, 1955) los cubanos se le acercan para preguntarle por Mario Conde, su personaje de policial negro, como si fuera alguien de carne y hueso. Otros, dentro y fuera de Cuba, siguen intrigados por El hombre que amaba a los perros, publicada por Tusquets en 2009. El hilo es la persecución de León Trotsky hasta su asesinato en México, pero la novela excede largamente el magnicidio cometido por José Stalin.
Uno de los grandes temas de la novela es el fanatismo. El de José Stalin, que manda asesinar a León Trotsky. El de Kotov, encargado por la KGB de concebir el plan y ejecutarlo. Y el de Ramón Mercader, que lo asesina. ¿Qué es un fanático?
–La exacerbación de una idea, de un sentimiento o de una preferencia. El fanatismo deportivo es el primero que viene a la mente. Es el más masivo, pero puede ser el menos problemático. En cambio el fanatismo político sí puede ser muy dañino. Creo que las personas tienen el derecho de tener una creencia política siempre y cuando esa idea política no sea agresiva, perjudicial. Tampoco lesiva de la dignidad, de la libertad o de la integridad de otra persona. Tú puedes ser de izquierda o de derecha, o más comunista o menos comunista, pero no tienes derecho a imponerte a los demás y desde tu fanatismo, desde tu creencia absoluta, concebir que los demás deben pensar igual que tú.

¿La izquierda tiene una forma propia de fanatismo?
–Hay una forma de fanatismo socialista o comunista que es muy complicada: la idea de que por tu bien tienes que ser obediente y tienes que aceptar la opinión de la mayoría. Eso va contra la libertad de opción. En la novela, Trotsky también es otro fanático.
¿Por qué?
–Hasta el final de su vida tuvo una sola convicción y no la cambió. Incluso fue capaz de sacrificar a su familia. Estaba tan convencido de que el socialismo era la solución para los problemas de la humanidad, que ni siquiera cuando pudo comprobar que la práctica socialista a la manera de Stalin, que fue la única que se puso en práctica, podía llevar a los desastres y los crímenes que llevó, cambió de idea. Era antistalinista, pero nunca dejó de ser un comunista convencido y lo escribió y lo expresó.
Me pongo en abogado del diablo y digo: “Stalin fue la deformación monstruosa de una esencia noble”. Y puedo decirlo del propio Lenin.
También se puede decir, y tenés razón al decirlo. Lo que pasa es que toda la razón y todas las verdades pueden ser relativas, discutidas. Y la posición de abogado del diablo te da la ventaja de poder encontrar el ángulo desde el cual una verdad puede parecer absoluta o una afirmación puede ser rebatida. Pero sí, creo que en esencia, Trotsky fue también un fanático y que Stalin no fue solo una idea sino una práctica.
–Uno sabe el final de El hombre que amaba a los perros. Trotsky será asesinado. Pero incluso sabiéndolo, el efecto es desesperante para el lector: es la novela de una víctima perpetua.
¿Y cómo serían los fanatismos de Stalin, de Kotov y de Mercader?
–El de Stalin, enfermizo. Era un hombre enfermo de poder que se creía predestinado. El de Kotov es un fanatismo cínico: sabía lo que estaba haciendo, por qué lo estaba haciendo. Obedecía, pero siempre con una posición en la cual sabía que estaba transgrediendo determinados principios. Ramón ostenta un fanatismo obediente, casi perruno, y que los perros me perdonen. El de Ramón es un fanatismo simple, tanto que al final de la novela Iván duda de si sentir compasión por él o no. Se pregunta si este hombre no había sido tan víctima como el propio Trotsky, al que él había victimizado. Esa fue también mi duda.
¿Todavía lo es?
–Mira, no tengo una respuesta definitiva a pesar de haber convivido con este personaje cinco años, investigando y escribiendo. Creo que eso hace más interesante al personaje. Humanamente, la opción de Mercader no tiene perdón. Uno puede compadecerse de un pecador, de un asesino, pero también tiene que tener un análisis diferente cuando está frente a culpas, ¿no?
Hablabas recién de la investigación.
–La novela me obligó a un estudio muy profundo de fenómenos históricos que se revisaron a partir de los años ’90. Además, el hecho de que Ramón Mercader fuera un personaje histórico sin historia, me obligó a completar la imagen de Ramón leyendo por los alrededores para tener una idea de dónde estaba, de cómo podía comportarse, de qué cosa había ocurrido con ello... Y cerré el período de investigación en el momento en que Ramón asesina a Trotsky. El trotskismo es un fenómeno que en sus orígenes, incluso, no existía. Era una invención de Stalin, que lo necesitaba para convertir a Trotsky en el enemigo.
¿En qué medida el fanatismo de Stalin, que definías como enfermizo, era enfermedad o era sistema?
–Era las dos cosas. Stalin desde su convicción, su experiencia, su fanatismo y su creencia, y desde la situación histórica en que llega a tener la posibilidad de hacerse con el poder en la URSS, crea un sistema que no sólo tiene un fundamento filosófico en el marxismo o en los aportes del leninismo. Es prácticamente construido por el pensamiento y la obra de Stalin. Son claves todos los procesos que comienzan a ocurrir desde 1929, la colectivización, la propia persecución de Trotsky y de todos los viejos bolcheviques, estuvieran o no en su pensamiento más cercanos a Trotsky o a Stalin. También asesinó a los stalinistas. Stalin no era para nada un pensador. Quería serlo: escribía libros, y filosofaba, y hacía teorías, estudiaba la lingüística. Buscaba ser como Lenin y Trotsky, quería ser culto. Pero la cultura se le negaba desde la fanatización y la criminalización a la que sometió a la sociedad soviética.
O sea que Stalin no sentía culpa ni esgrimía una actitud cínica.
–El cinismo supone una mirada un poco distante de las cosas. Kotov la tenía. Y al mismo tiempo era una de esas criaturas que asumen la función de verdugos sociales con una tranquilidad y una ligereza tremendas. Hubo muchos como él. Orlov, por ejemplo. Es interesante que Kotov entra en la proto KGB de los primeros tiempos porque le daban una cuota adicional de cigarrillos y un par de botas y porque además le concedían licencia para matar. Luego va a trabajar al extranjero y se cultiva. Es un hombre de gran inteligencia. El plan para asesinar a Trotsky fue uno de los más elaborados y más rebuscados que se puedan imaginar. Cuando a la muerte de Stalin lo encarcelan, vive doce años en una especie de gulag para agentes de la KGB. Nunca perdió el cinismo y tampoco perdió algo que tal vez sea lo único que lo humaniza: su deseo de seguir viviendo. Hay un elemento histórico real y es que en un campo de concentración fue operado a sangre fría, sin anestesia, de cáncer de colon. Y sobrevivió.
Queda claro que El hombre que amaba a los perros no es una libro de historia. ¿Cómo te juega eso a vos? ¿Qué chirrido te produce la tensión entre la Historia y la historia que contás? Hablando de Tinissima, su libro sobre Tina Modotti, Elena Poniatowska me dijo en una entrevista que ella primero investigaba mucho porque era un hábito periodístico del que no podía desprenderse.

–A mí la investigación es una disciplina que me atrae muchísimo y cada vez más disfruto tanto de la investigación como de la escritura. En la escritura, si quieres, tengo absoluta libertad. En la investigación tienes la libertad de escoger lo que otros te proponen. En la investigación los descubrimientos tienen un atractivo muy grande y uno va cambiando los preconceptos gracias a las evidencias. En esta historia específica, igual que en el caso de la historia de Tina, ocurre algo que complica la relación del investigador con los hechos. Mientras leía autores y testigos, yo tenía la convicción de que podían estar mintiendo. El asesinato de Trotsky y sus alrededores están llenos de mentiras. Tantas que se escribió una historia, que luego se ha reescrito, y se seguirá reescribiendo, y se podrá volver a reescribir en la medida en que aparezcan documentos y evidencias, y análisis, que permitan tener otra perspectiva. Por eso en este caso uno siempre tenía que sospechar de la fuente, y eso hacía todo más atractivo.
Al momento de escribir, ¿cómo hacés para despegarte de la investigación?
–Es difícil. Debes despegarte de la investigación y empezar a tener una mirada desde fuera para hacer tu ejercicio como novelista. De todas maneras, hay un proceso en mi escritura que me lleva a hacerlo, y es que la primera versión que yo escribo de mi novela está muy apegada a la investigación. Pero a partir de ahí, yo prescindo de la investigación. Ya sé que tengo fechas que coinciden históricamente, lugares en los que están los personajes que coinciden con la realidad, y tengo armada una trama que históricamente se sustenta. Pero a partir de ahí empiezo a reescribir el libro, a hacer versiones de la novela, y al final llega el punto en que estoy tan lejos que incluso me cuesta saber si lo que estoy diciendo es una verdad históricamente comprobada o si es una verdad novelesca.
En ese punto terminaste.
–No, las novelas nunca se terminan. Se abandonan. Llega un punto en que estás tan harto de esa historia, que te dices “hasta aquí llegué”.
Volviendo al gran tema del fanatismo, ¿en qué fanatismo pensaste antes de escribir?
–He pensado mucho en los fanatismos religiosos. ¿Cómo una persona por una creencia religiosa puede llegar a hacer lo mismo que hace Ramón Mercader? Hay gente que por creer en Dios o por creer en el mundo mejor es capaz de asesinar a otros. Inevitablemente el fanatismo nos conduce al fundamentalismo. Un fundamentalista es alguien que cree que es dueño de la verdad, y por esa verdad es capaz de hacer cualquier cosa, incluso las que la mayoría de las personas consideramos éticamente reprobables.
Matar.
–Entre otras cosas.
¿Y morir?
–La cultura de la muerte es mucho más complicada y es también parte del fanatismo. En el caso específico cubano, por ejemplo, en el himno nacional se le canta a la muerte. Morir por la patria es vivir.
Pero allí hay una concepción romántica.
–Claro, es la época. Tal vez la decisión del individuo, de la inmolación, puede tener un elemento, como tú dices, perfectamente romántico, en el sentido histórico, pero en el sentido contemporáneo también, que lo hace menos agresivo. No es lo mismo tú decidiendo por tu vida que si tú decides por las vidas de los otros.
Al hablar del comportamiento perruno de Mercader les pediste perdón a los perros. ¿Cómo son tus perros? Los reales, digo.

–He tenido tantos perros en mi vida... Unos me han durado muchos años, otros han durado menos. Unos han llegado pequeños, otros han llegado adultos. Unos los hemos recogido de las calles, otros han decidido que la casa donde quieren vivir es mi casa. Casi ninguno de alguna raza legítima. Todos perros bastardos. Mientras escribía esta novela tenía dos. Una perra que murió hace cinco meses, Natalia. Y no por Natalia Sedova, la mujer de Trotsky. Era una señora gorda que dormía todo el tiempo en el sofá, muy apaciblemente. Y, desde antes de Natalia, tenemos un perro que tiene dieciséis años ahora, que se llama “Chorizo” y que ha sido como un niño en mi casa, y ahora es un niño que se nos ha vuelto un anciano, y es un anciano en todo, pero hemos tratado de darles la mejor vida posible a nuestros perros.
Cuba es el escenario fijo sobre el que pivotea la novela. ¿Cómo es tu Cuba real?
–Soy esencialmente crítico con respecto a la realidad cubana. Esto significa que tengo una responsabilidad porque puedo usar la palabra, y que la palabra mía sea leída. Tengo que cumplir con esa responsabilidad civil, intelectual y ciudadana. Supuestamente, si Cuba es un país socialista, el derecho a la palabra es fundamental. En el caso cubano todos, queriéndolo o no, hemos tenido que participar en los avatares de la vida cubana. Yo, con 16 años, estaba en un campo de caña, cortando caña para el gran salto económico del país. Cumplí mis 30 años en Angola, en la guerra, como corresponsal civil. Al lado de mi cama tenía un AK-47 con cuatro cargadores por si en algún momento pasaba cualquier cosa. En los cinco años del período especial, hasta 1995, en que dejé de trabajar en la revista y ya me quedé trabajando en la casa, iba y venía del trabajo en bicicleta, con lluvia, sol, calor o frío, 20 kilómetros a la ida y 20 a la vuelta. Todos esos sacrificios hicimos durante todos esos años, y decidimos permanecer en Cuba. Si los sacrificios no me dan derecho a hablar sobre Cuba, ¿qué coño me puede dar derecho a hablar sobre mi país? Por lo tanto, creo que uno puede hacer esa crítica e incluso uno puede ser muy duro en esa crítica. Los gobiernos no son infalibles, sean socialistas, comunistas, se llame Fidel Castro, Raúl Castro, o como se llame, y uno tiene que tener derecho a esa opinión, y yo la practico.
Acabás de contar esto: “Decidimos permanecer”.
–Sí, porque fue una decisión pensada. A principios de los años noventa, la situación en Cuba estaba en unas condiciones que lo más lógico era tú desaparecer del país. No sabíamos si al día siguiente íbamos a comer algo, si íbamos a tener electricidad, qué iba a pasar con la vida y con todo lo que constituye la existencia de las personas. Y yo, racionalmente, decidí permanecer en Cuba. Estuve en Estados Unidos, en Francia, en España, en Italia. Dije: “No, yo me quedo aquí porque soy un escritor cubano y quiero escribir sobre Cuba, y quiero hacer mi carrera aquí a pesar de estas dificultades”. A partir de un cierto momento, he tenido unas posibilidades económicas muy superiores al resto de la sociedad cubana, pero fue resultado de mi trabajo. No fue algo que me haya caído del cielo. A mi hermano de Miami le tengo que mandar dinero, no es mi hermano quien me manda a mí. Y todo eso hace que a pesar de que mi situación económica cambie, mi posición civil sigue siendo la misma y mi posición política también. No milito ni milité nunca en un partido. No soy militante de ningún partido, ni oficial ni de la disidencia, porque, sobre todo, he luchado por mi independencia, y desde esa independencia quiero expresar mi crítica con respecto a la realidad cubana e incluso al gobierno cubano.
¿Por qué la realidad cubana tiene aspectos a tu juicio tan críticos y realidades como la formación de médicos muy competentes? No solo Bolivia y Venezuela apelan a los médicos cubanos. Brasil acaba de firmar un acuerdo para recibir a seis mil médicos en planes de ayuda.
–Sin duda Cuba es un país muy peculiar, desde sus orígenes. Y la revolución potenció esa peculiaridad cubana. Es cierto que en Cuba existen planes sociales que han permitido que la pobreza, aunque generalizada, no sea miseria. En Cuba no se muere nadie de hambre. Ha logrado que la medicina sea universal y gratuita. A veces te cuesta más trabajo conseguir una aspirina que una resonancia magnética. Esas contradicciones en Cuba son muy visibles. Y no se puede discutir que ha habido una gran cantidad de progresos sociales con respecto a la mujer, al negro, aunque el tema del negro sigue siendo un asunto que no se ha resuelto del todo en Cuba. No hay discriminación racial, pero el racismo es algo que está en la mente de las personas. Se superaron, afortunadamente, políticas restrictivas a los homosexuales, a los creyentes. Yo recuerdo que hace muchos años había un jugador de béisbol que es católico y cuando iba a batear hacía un movimiento raro. Era que se estaba persignando porque no podía hacerlo abiertamente. Ya no. Ahora los deportistas se persignan comúnmente. Todos andan con su collar en el cuello, o la pulsera. Y los homosexuales hacen su vida, de la manera que quieren.
Es decir que no hay sanción del Estado pero sí social.
–Con respecto a la homosexualidad, sí. En un país donde el pensamiento religioso es muy heterodoxo, pero cuya base es católica, y además en un país machista, son complicados los temas de homosexualidad o racismo. Pero todo eso debería acompañarse o tiene que acompañarse con una mayor libertad individual. Ahora, por suerte, se aprobó la ley que autoriza a los cubanos a viajar libremente. También uno puede venderle la casa a quien quiere. Pero todavía faltan espacios de expresión, de libertad. La palabra “disidencia” se ha cargado de un significado muy peyorativo. Uno de los vacíos fundamentales es el que produce la inexistencia de una prensa normal. No alcanza con ciertos blogs.
¿Existe alguna encuesta que indique tendencias de voto para Raúl Castro si las elecciones fueran como en otros países de América latina?
–No. Pero creo que el consenso en torno de Raúl Castro es hoy mayor que hace cinco o seis años. Eliminó restricciones y reconoció que quienes ejercen el poder no deben ser eternos. A una edad bastante avanzada descubrió, pero al menos lo descubrió, que solamente haya dos períodos de cinco años. Como está en el segundo mandato, Cuba está empezando a vivir un último período de un Castro en el gobierno. Así que tendremos un futuro un poco difuso, un poco difícil de poder dibujar frente a nosotros. El actual vicepresidente cubano, que se supone que sea el primer presidente post-Castro, Miguel Díaz-Canel, últimamente ha hecho tres o cuatro declaraciones muy esperanzadoras: ha hablado por ejemplo del tema de la prensa y de la necesidad de luchar contra el silencio. Porque en Cuba todo se cocina de manera misteriosa, a nivel de gobierno. No se hace política. Y yo no creo que hacer política sea sólo salir por los barrios regalando gorras y banderitas sino también convencer a las personas de un programa de gobierno con el cual se sientan identificadas. El hecho de que una persona como Joani Sánchez haya salido de Cuba, haya hecho su gira por el mundo y, espero yo, pueda regresar a Cuba normalmente, es un cambio social y político inimaginable. Y creo que eso es importante, porque significa la posibilidad de que cada cubano tenga su espacio. Hay algo que siempre está en el fondo de la cuestión del futuro de Cuba y es la relación con los Estados Unidos. Ese es un punto álgido que no se puede desestimar, porque es una relación traumática desde el siglo XIX. Y la política norteamericana ha sido, y es en estos momentos, muy torpe. Un gobierno norteamericano con un mínimo de inteligencia lo que debería hacer es levantar el embargo y decir: “Vamos a ver qué pasa”. Ese es un tema que está gravitando sobre la realidad de Cuba y que va a definir mucho cómo es el futuro cubano.
¿Cuál es tu relación con los lectores cubanos?
–Muy intensa. Debo haber sido el escritor que más veces ha ganado el premio de los lectores que se da en las bibliotecas públicas de Cuba por conteo. Con respecto a las novelas de Mario Conde, hay una identificación absoluta, tanto que Conde ha dejado de ser un personaje para convertirse en una persona. Me preguntan por Mario Conde como si fuera alguien que vive conmigo. ¿Se casó? ¿No se casó? ¿Sigue vendiendo libros viejos? ¿Y cuándo regresa Conde? Con El hombre que amaba a los perros pasó algo diferente: fue una relación más cerebral. Tengo en la casa varios mensajes que me llegaron por mail que me agradecían por haber escrito la novela. Me decían que gracias al libro habían tenido idea no solamente de lo que había pasado fuera de Cuba sino de lo que había pasado con sus propias vidas sin ellos saber. Ese sentimiento de gratitud es la mayor recompensa que uno puede recibir por parte de los lectores.

¿Los ayudaste a vivir?
–Los ayudé a entender.

16.5.13

Houellebecq: "Escribo por vanidad"

El escritor francés se revela ahora en el volumen Poesías, traducido al español, como un vate a quien le gusta cantar la derrota del ser humano

"La sociedad en la que vivimos quiere destruirnos", dice con amargura el autor de Plataforma./Revista Ñ
Con aspecto algo desaliñado –una mancha de pintura blanca en su camisa amarilla–, tocándose el flequillo, encadenando un cigarrillo tras otro, Michel Houellebecq, uno de los más grandes escritores vivos de nuestro tiempo, habló –intercalando sus ya míticos silencios entre frase y frase–, sobre todo, de Poesía , el volumen en el que la editorial Anagrama recoge –en edición bilingüe castellano-francés– sus cuatro obras poéticas: el manifiesto “Sobrevivir” (1991), y los poemarios El sentido de la lucha (1996), La búsqueda de la felicidad (1997) y Renacimiento (1999).
En este libro el autor de Las partículas elementales y Plataforma se revela como una lúcida voz que canta la derrota de los seres humanos en un sistema extraño, identificado como ‘liberal’, que los hace sufrir. Es el poeta de los desvalidos del siglo XXI: los feos, los raros, los parados, los que no ligan... y aborda también el paso del tiempo, el mundo laboral, la belleza, el amor o la vida sexual.
La expectación mediática que usted levanta tal vez solo sea comparable a la de Salman Rushdie. ¿Cómo la aguanta?
Uno se acostumbra a todo. No sé por qué la gente se interesa tanto por mí. La única explicación que puedo encontrar es que, al ser tan imprevisible, transmito una sensación de libertad, muy rara en el mundo actual, y eso me convierte en alguien interesante.
Como Rushdie, usted fue víctima del fanatismo islamista.
Menos. A mí no me condenaron a muerte, solamente me hicieron un juicio.
Dice en su libro algo así como que no hace falta tolerancia con ciertas cosas, porque ya conocemos qué es el bien y qué es el mal.
Tal vez suene algo extremo, pero el islam no ha cambiado en Francia. No me arrepiento de lo que dije, pero tampoco lo voy a repetir. Diré algo nuevo cuando cambie la situación.
“Sobrevivir” es un manifiesto, declaración de intenciones sobre la base de su poesía, pero también sirve para sus novelas. La base de todo es el sufrimiento.
Sí. Sufro. Hay una incompatibilidad entre sentirse bien en el mundo y escribir sobre él. Escribir requiere un alejamiento. No hay escritores felices. Sufrimiento es dolor pero también esa sensación de extrañeza, sentirse ajeno a todo. Todos los vivos sufrimos de muchas maneras.
Pero, ¿sufre tanto como antes?
Siempre tengo un sentimiento negativo hacia las cosas. El sufrimiento me comería crudo si no le pusiera una estructura, si articulo ese dolor en un poema estoy salvado. El poeta bascula entre la amargura y la angustia, y a veces experimenta un momento de remisión que le permite crear.
¿Dónde se encuentra usted ahora?
Soy ciclotímico. En un mismo día atravieso lo más alto y lo más bajo. Puedo pasar de un estado a su contrario en menos de una hora, así que esa pregunta no tiene sentido para mí.
Dice que el poeta es el niño que se caga encima cuando su madre se ha puesto guapa para una cita nocturna...
Llora con los pañales sucios y exaspera a esa madre, que al final se pone a gritar también y lo abandona. Las experiencias traumáticas ayudan al escritor, que suele tener la conciencia precoz de vivir en un entorno desagradable. Hombre, yo también intento, como todo el mundo, agarrarme a sucedáneos de felicidad pero sé que, en el fondo, la felicidad no es para mí.
Reivindica la culpabilidad y la timidez como fuerzas extraordinariamente fecundas.
U otras como el resentimiento, sí. La culpabilidad la sentía sobre todo de joven, es algo que permite un gran conocimiento de uno mismo. Quieres a tu padre pero tienes ganas de que se muera y te sientes mal por ello.
¿Y la timidez?
Es una gran fuente de enriquecimiento interior, un desfase entre la voluntad y el acto que desencadena unos procesos mentales interesantes. Sin ese desfase, seríamos animales. La timidez es ideal para un poeta.
No sé si conoce a Leopoldo María Panero, pero es inevitable pensar en él cuando habla de que el poeta hace equilibrios en el límite de la cordura.
No lo conozco. Pero yo mismo no estoy muy lejos de perder la cabeza, me siento en el límite de ciertas cosas. No soy capaz de hacer vida social, aunque haciendo un esfuerzo consigo un poco integrarme, sin dejar de parecer raro. Y la psiquiatría es peligrosa porque puede embrutecerte también.
Usted, aunque no ejerza como tal, es un crítico demoledor de la sociedad y de todas las taras del sistema, como una especie de portavoz de los damnificados, con los que nos hace empatizar.
La sociedad en que vivimos quiere destruirnos. El arma que emplea es la indiferencia, y hay que pasar al ataque, poner el dedo en la llaga y apretar bien fuerte. Hablar de lo abyecto: la enfermedad, la ausencia de amor, la fealdad... pero sin adherirse a ninguna idea ni profesar ninguna militancia. La militancia es para la gente feliz.
En cuanto a las formas métricas, es usted bastante clásico ¿no?
Un poco de todo; métrica estricta, prosa poética... Una forma versificada me permite decir aquello que no sabía que iba a decir, me libera el subconsciente. La rima es una ventaja extraordinaria para librarse de la razón, y del discurso racional. Una estructura compacta y firme desata mi vida interior. Y me gusta mucho la repetición, me repito enormemente.
Pero, entonces, ¿qué métrica prefiere?
Depende de la energía que necesite. Tal vez la de los alejandrinos me viene más naturalmente. El francés es una lengua sin ritmo, al contrario que el inglés. El francés es una melodía, algo armonioso, difícilmente cae en el hiato.
“El poeta es un parásito sagrado”, dice usted.
Es una frase injustificable. Lo dice todo. No quiero estropearla con una glosa.
Lo veíamos como un novelista que hacía incursiones en el cine, en la música... pero tras leer su libro vemos que la poesía no es una afición de domingos ni un experimento, sino que es usted tan poeta como novelista. ¿Estamos en lo cierto?
Sí. Al principio la poesía me parecía más natural que las novelas. En la poesía expresamos percepciones que tenemos sobre el mundo en un momento dado, sin contexto, es más cercana a la fotografía o la pintura que a la novela. Es fundamentalmente no narrativa. En un poema no hay personajes, sino un ente perceptivo indefinido. Saltar a la narración fue un acontecimiento inesperado en mi vida. Fíjese que en varias de mis novelas el personaje central es alguien que en principio no hace nada, más un observador que un personaje de novela. Y la poesía es una observación.
¿Se acerca más a la belleza?
No. Hay belleza en la narrativa también, pero la poesía se adapta mejor a la extrañeza y a la incongruencia, a las situaciones en que no comprendemos lo que sucede. Un poema es un momento preciso, aislado, de una historia que desconocemos. Esa historia completa sería la novela, que puede verse, en este sentido, como una nota a pie de página del poema. En una novela no hay lagunas.
¿Quiere más a sus poemas o a sus narraciones?
La poesía es difícil de editar y, del mismo modo que los padres quieren más a sus niños minusválidos que a los hermanos sanos, la dificultad de conseguir que te la publiquen te hace amarla más. Y la novela es más fácil de escribir: únicamente pide trabajo. La poesía, por muchas horas que le pongas, puede no salirte. Pide inspiración, llega cuando no la esperas, es como una secreción, ajena a tu voluntad.
Sus novelas y poemas tienen una atmósfera parecida, pero en los segundos no hay humor.
El humor no casa bien con la poesía. Estoy de acuerdo en que hay climas compartidos, que encontramos también en mis novelas. Pero hay un plus que no puede expresarse en una novela. La poesía supone siempre una interrupción de la narración. Cuando, en las novelas de espionaje, no llega el contacto en un aeropuerto, ese momento de incertidumbre, en que se corta la base de la narración, es un momento poético. De hecho, las novelas poéticas suelen ser novelas mal escritas.
¿En qué trabaja?
En otro poemario. Y en un cómic basado en Plataforma , mi primera incursión en la historieta.
Ha hecho música, cine... ¿Y un día ópera? ¿O teatro?
Jamás. Mi única relación con la cultura clásica es la literatura. El cómic o el cine me son cercanos, pero no tengo idea de cómo funciona una buena obra de teatro, y mucho menos la ópera.
Usted llegó a actuar como músico en el FIB de Benicàssim [Festival en la Costa del Azahar]. ¿Se acabó aquello?
No. Puedo escribir canciones sin problema. Las canciones son la forma actual que toma la poesía. De hecho, desde principios del siglo XX no hay poetas que me interesen, pero sí cantantes.
Sobre su última novela, “El mapa y el territorio”, dicen que está usted más domesticado.
Antes era extremadamente insolente, lo sacrificaba todo a la energía; en ese libro, lo sacrifiqué todo a la armonía. Antes echaba cubos de agua helada a los lectores, ahora mi deseo era que el lector se endormiscara dulcemente. Antes sonaba como un conjunto punk y ahora soy más Pink Floyd.
¿Podría vivir sin escribir?
Perfectamente. Escribo por vanidad y, si no me van a publicar, pues ¿para qué? Tengo una tendencia muy fuerte a la inactividad. En cambio, no podría vivir sin leer novelas.
¿Tiende últimamente a lo autobiográfico?
Eso carece de interés. Yo invento mi vida, como me la inventaba cuando iba al psiquiatra, porque lo que me interesaba era conseguir la baja médica. La realidad es secundaria, si rasca usted un poco en mis datos biográficos verá que son inventados. Miento.
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