24.12.13

Lluvia de Paz y Prosperidad

¡Feliz Navidad 2013 Próspero Año 2014 !

https://www.facebook.com/672447132767907

Escritor por aclamación popular

Portales como EntreEscritores permiten que los lectores impulsen a autores desconocidos . Tras el éxito de la autopublicación, esta vía acerca a literatos noveles a las editoriales


Un usuario subraya un fragmento de un e-book sobre la pantalla./Doménec Umbert./elmundo.es

La escritura es una lucha contra el tiempo; una pretensión de permanencia, de inmortalidad. La escritura es, más allá, un acto de comunicación. Con uno mismo o con el prójimo. Y también es "sueño, capricho o vocación imaginaria", decía Muñoz Molina tras recibir el Premio Príncipe de Asturias. La escritura es oficio y, con suerte, beneficio. Aunque no siempre van de la mano, explicaba el autor:
"Quien escribe sabe que ha de dedicar a su oficio tantas horas y tantos años como un artesano al suyo [...]. Pero también sabe que la entrega, por sí misma, no garantiza la calidad del resultado [...]. Y sabe que lo mejor unas veces es reconocido de inmediato y otras veces es ignorado".
Excepto cuando se trata de un diario, ese 'ser ignorado' es una de las mayores preocupaciones de muchos autores. Un muro insalvable, el de la falta de atención, que dejó de serlo con la aparición de internet, y más aún con el desarrollo de plataformas para la autopublicación de libros digitales (Amazon, iBookstore). Para bien o para mal, la intermediación editorial desaparece, y son los lectores los que aúpan a los autores sin campañas de marketing mediante.
"No importa el currículum ni los contactos; si el libro merece la pena encontrará su sitio", resumen desde Tropo Editores. Amanda Hocking quizá sea el mejor ejemplo de ello: en 2010, y tras el 'no' de varias editoriales, la joven norteamericana publicó por su cuenta una saga de novelas fantásticas que logró más de un millón de descargas. El éxito se tradujo en un contrato millonario con una firma de libros, y en España ha llegado a las librerías de la mano de Destino (Planeta).
Una red social literaria
Hace menos de un año nació EntreEscritores, una comunidad que acoge a casi 200 escritores que comparten sus obras (de cualquier género y autoeditadas en formato digital) con miles de lectores (3.500 de momento) que las comentan y puntúan. La plataforma, una especie de 'Tú sí que vales' literario, trabaja con siete editoriales que en 2014 publicarán los mejores trabajos.
Idoia Soto, responsable de producto de EntreEscritores, resume las características del portal: "Los lectores saben que están leyendo obra inédita; es una oportunidad para descubrir nuevos autores; se les ayuda a difundir su obra y no olvidamos la labor editorial". Los autorespagan una cuota por cada 'ebook' que comparten (9,99 euros), y el resto de los usuarios accede de forma gratuita.
"No todos los escritores buscan publicar con una editorial", dice Idoia Soto, algunos sólo quieren lecturas, opiniones y críticas para mejorar su libro
"No todos los escritores buscan publicar con una editorial", continua Soto, "algunos sólo quieren lecturas", opiniones para testar y mejorar su libro. A las pequeñas editoriales les sirve para "comparar su punto de vista con el de los lectores, que aportan críticas más transparentes que un crítico literario de un periódico", asegura.
Para evitar que las valoraciones de los usuarios se repartan "entre amigos", cada uno de ellos tiene un 'karma' (es decir, un 'nivel de influencia' basado en el número y la calidad de sus interacciones en la comunidad). Cuando se cierre el 'ranking' (en marzo del próximo año), la página facilitará la lista a las editoriales, aunque las obras más votadas no serán necesariamente las que se publiquen.
La clasificación es orientativa, reconoce Idoia Soto, "las editoriales tienen su propio criterio". Tropo Editores publicará la mejor novela; Ediciones del Serbal lo hará en la categoría juvenil; Letra Clara, con los menores de 30 años; Mandala Ediciones se encargará del mejor libro de poesía; Salto de Página de relatos; Club Editor en catalán y Gaumin en euskera.
¿Calidad es popularidad?
Muñoz Molina proseguía en su discurso: "Escribir con el miedo a no tener lectores y con el miedo a perderlos, sobreponiéndose lo mismo a los elogios que a las heridas...". Hablábamos antes de la búsqueda de público y reconocimiento en oposición al 'ser ignorado'. Pero la pregunta que sigue es antigua: ¿La popularidad es un indicativo de calidad?
"Lo más votado es siempre lo que más calidad tiene", señala Óscar Sipán, de Tropo Editores, y ahí entra en juego "el olfato de perro trufero" del editor
"Nosotros somos también escritores y los concursos de votaciones populares nos han chirriado siempre", señala Óscar Sipán, miembro de Tropo. "El filtro del editor es imprescindible. Lo más votado no va a ser siempre lo que más calidad tenga", dice, y ahí entra en juego "el olfato de perro trufero" de los profesionales.
Tropo sigue dos líneas de trabajo: rescata libros y rastrea autores emergentes. La editorial presume de haber sido el trampolín de escritores como Sara Mesa, Sergio del Molino o Lara Moreno, que después ficharon por Anagrama, Mondadori y Lumen. La firma recibe 1.000 manuscritos al año. Entonces, ¿qué busca en este portal? "La diferencia", resuelve Sipán. "Hay que ser valientes. Cada año damos una vuelta de tuerca".
EntreEscritores no se vende como un 'sustituto' de la figura del editor; en todo caso, actúa como un agente literario. "En el sector pueden desaparecer ciertas tareas, como la distribución, pero otras se van a mantener", señala Idoia Soto. "La traducción, la corrección, el diseño...". Si un autor tiene éxito autopublicando sus libros, "tendrá que dedicarse a escribir, no a hacer de hombre orquesta", agrega.

Grossman: "La sensación de catástrofe siempre está allí merodeando"

David Grossman, autor de La vida entera y Más allá del tiempo, ha dado voz en Israel a una conciencia de los derechos de su propio pueblo y los palestinos a existir. Aquí cuenta dónde está la raíz de su literatura

El escritor David Grossman en un rincón de su casa en Jerusalén. /Lisbeth Salas./elpais.com

Hay en este hombre una delicadeza extrema, como si estuviera a punto de romperse su mirada, su cara roja. Como si el niño que fue estuviera a punto otra vez de llorar solo. A veces aflora el dolor, pero el pudor lo mitiga. Es un hombre habitado por un conflicto, como su literatura. Nada en lo que escribe, ni en un cuento infantil, es ajeno al drama que contempla.
David Grossman vive en el centro de una historia terrible, Israel. Israel y Palestina. Un diálogo imposible que él afronta con una valentía moral que está en sus libros, en su voz, en su propia biografía. Él quiere el diálogo, afronta con estupor que no sea factible todavía, quiere que su país y Palestina algún día venzan la reticencia y sean vecinos normales, Estados normales en una vida normal, lejos del fuego que ahora le quema a él, y a tantos, en las entrañas.
En agosto de 2006, su hijo militar, Uri, murió en combate en Líbano. Tenía veinte años. David Grossman escribió días después (en EL PAÍS, 21 de agosto de 2006) una carta conmovedora: “En este momento no quiero decir nada de la guerra en la que has muerto. Nosotros, nuestra familia, ya la hemos perdido”.
Estuvimos con él en México, en la Feria del Libro de Guadalajara. A su alrededor pululaba gente que vigilaba su seguridad, es un israelí acostumbrado al sonido inesperado de las armas y del miedo, y quisiera acabar con ambos ruidos. En su cara se dibuja la serenidad con la que afronta la historia, pero a veces aflora el rubor de un cansancio: contarlo otra vez.
En su diálogo con Mario Vargas Llosa en ese escenario mexicano tuvo una participación vibrante, “me salió del alma”. Dijo ante un auditorio de más de mil personas: “Nací en Israel y he vivido toda mi vida en Israel, es mi lugar y no quiero estar fuera de él”. Y añadió: “Israel fue creado para que los judíos tuvieran por primera vez en dos mil años de historia un hogar en el mundo. Para mí, una definición de judío es alguien que nunca se siente en casa en el mundo; incluso en el más habitable de los lugares, nunca nos sentimos totalmente seguros ni confiados”.


"En Israel, la gente vive con un miedo existencial brutal. Por eso es fácil manipularla".
Del mismo modo defiende “que los palestinos deben tener su propio país libre, independiente y soberano. Tienen que tener privilegios, no ya como palestinos, como seres humanos”.
No son palabras de palo, las ha vivido, las dice en los libros y en los estrados, en los cafés, y las dice ahora, con el mismo candor con que afronta el recuento de la primera enseñanza literaria que tuvo. ¿Qué hay detrás de esa mirada, y de esa rabia, qué hubo antes? La primera lección se la dio su padre. “Vino con un libro, sonriendo, y era raro en él que sonriera, él que solía ser tan autoritario”. Él tenía ocho años, y el libro era de Sholem Aleichem, escritor judío del siglo XIX. “Léelo, Davide”. Mi padre me habló muy poco sobre su infancia. Creo que, como muchos que emigraron a Israel, él quiso olvidarse del pasado e integrarse de inmediato en su nuevo país. Quiso darle la espalda a la diáspora y a la humillación. Pero los recuerdos son muy poderosos y creo que me dio a leer este libro porque se veía reflejado en él.
Trataba de un niño llamado Motl, hijo de un jazán (la persona que guía los cantos en la sinagoga)… El padre muere y Motl empieza a contar su vida. “Mi padre, como Motl, fue huérfano de padre y un niño muy solitario, pero también muy travieso. Recuerdo que lo empecé a leer y fue como una revelación. El libro contenía un mundo nuevo con códigos nuevos. Recuerdo que las páginas no estaban numeradas, sino que llevaban letras, como en la Biblia. Estaba seguro de que lo que me había dado mi padre era un libro sagrado. Cuando vi su sonrisa al entregármelo me pareció que mi padre era un niño”.
La historia de Motl absorbió a David “como hoy un niño se sentiría leyendo Harry Potter… Era como un cuento de hadas donde las personas vivían con miedo del futuro, pero no sabían de qué exactamente. Eran personajes tan distintos de los israelíes de los años de mi infancia, gente que no quería mirar hacia atrás, sino hacia el futuro, recrearse, hacerse fuertes… Porque si miras atrás, te das cuenta de lo frágil que eres. Aquella gente en algún momento se resignaba con la pérdida”.
Se hizo tan de Sholem que se convirtió en un experto al que la radiocontrató, cuando David tenía nueve años, a partir de un concurso en el que aquel niño supo más que nadie del famoso autor que marcó su infancia. “Pude colaborar en la radio y de hecho pude entrevistar a mucha gente que admiraba: jugadores de fútbol, poetas, políticos, gente del teatro. Una niñez poco común. Yo era muy bajito, claro, y cuando hacíamos un programa o una serie, nos acercábamos al mismo micrófono. A mí me ponían debajo una caja de naranjas, para estar a la altura de los adultos”.



Grossman es conocido por su compromiso como activista por la paz. Defiende una solución negociada al conflicto entre palestinos e israelíes. / L. S.
Un niño solitario y miedoso recordándose aún como niño. Hay un cuento suyo, El abrazo (Sexto Piso), que tiene esa delicadeza con la que cuenta el miedo Grossman, como si fuera una membrana interior que atraviesa desde la infancia hasta el mismo instante en que está ahora. “Siempre fui sociable; tenía amigos, pero al tiempo me sentía muy solo. Sabía que no podían llegar a conocerme realmente. Pero la gente no habla de esto, no quiere reconocer que un niño puede sentirse solo, indefenso y lleno de miedo. Pero sí lo están, tienen miedo. Uno de mis primeros recuerdos de niñez es una fiesta en casa de mis padres y yo debía de tener unos cuatro años. Recuerdo mirar a todos estos adultos y pensar: todos se van a morir. Y me di cuenta de que yo también me iba a morir algún día. Lo viví con tanta claridad… Pero esas certezas no las puede asimilar un niño de esa edad y empecé a llorar desconsoladamente. Mi madre me cogió en brazos y me preguntó qué me pasaba. Hacía unos minutos era feliz, ¿y ahora?… Pero no le quise decir qué me había ocurrido porque tenía miedo de que su muerte se hiciera realidad”.
Por la mañana, mientras le escuchaba hablar, vibrante o apesadumbrado, con su colega Vargas Llosa, sentí, le dije, que en su interior algo iba diciendo: “Ayúdame, estoy solo”. Me contestó Grossman:
–Creo que esa sensación ha cambiado en mí. Crecí pensando que el mundo era hostil y yo debía mantenerme siempre alerta. Debía sospechar de todo y no confiar… Así fue mi vida familiar y las de muchas otras familias que eran supervivientes. Mis padres no vivieron el Holocausto porque lograron escapar antes, pero la atmósfera era así, miedo a que se repitiese. La sensación de catástrofe siempre está allí merodeando.
Desde corta edad se dio cuenta “de que esa actitud no era buena. Si uno sospecha de todo, todo el tiempo se debilita. Así que empecé a escribir, algo que se consideraba peligroso según la generación de mis padres. Te exponías, te ponías en el punto de mira”. En la vida y en la guerra. Cuando David se fue a la mili, su padre le dijo: “Hay tres filas. Colócate siempre en medio. No te pongas nunca en la primera ni en la última. Así no levantarás sospechas…”. Ahí ríe Grossman: “Y mira dónde estoy… Poniéndome delante, escribiendo en primera persona con una voz muy clara que expresa opiniones que no son del gusto de muchos”. Por su país siente “un amor difícil y complicado, pero inequívoco”, y ahí es mirado con recelo por los que creen que solo hay una manera de amar a Israel y no es la de los que, como Grossman, comprenden los derechos de los palestinos…
Hay una obra suya, La vida entera (Lumen), en la que están presentes los miedos y los afectos. Está incluso lejana, pero palpable, su propia historia, su drama más íntimo… No es que lo cure su literatura: lo explica. “Cuando empecé a escribir y a hablar con mis lectores, me di cuenta de que el mundo era mucho mejor de lo que pensaba, que la vida podía ser positiva. Ellos me dicen que he contado sus historias, que les he ayudado… Gracias a mis libros pude ver con otros ojos. Empecé a caminar desarmado. No solo en el sentido exterior, sino también interior”.


"La muerte de mi hijo fue demasiado dolorosa, pero ahora es parte de quien soy".
“Cuando perdí a mi hijo… Muchos padres en Israel han perdido a sus hijos a causa de las guerras. Para poder seguir viviendo se resguardan tanto que acaban protegiéndose de la vida. Yo supe que el dolor me iba a acompañar siempre. Pero me prometí a mí mismo no protegerme de la vida”.
De ello escribió un libro poético, Más allá del tiempo (Mondadori). “La gente se preocupó por mí. Me decían: ¿Por qué te metes ahí? ¿Por qué no esperas a que se te curen las heridas? Yo les contestaba que, si acaso, el tiempo ya lo curaría. O no. Soy de los que sospechan de las recuperaciones rápidas. No quiero distraerme para lograr no estar en contacto con el dolor. Lo que me pasó fue demasiado doloroso, pero ahora es parte de quien soy. Y yo quiero ser yo”.
Llama siempre a sus padres, los va a ver con su nueva nieta. “Mi madre nunca fue lectora. Mi padre fue conductor de autobús y ni siquiera terminó el bachiller. Pero cuando empecé a escribir, él se puso a estudiar y a preguntarme cosas relacionadas con la escritura. Me decía: ‘Me han dicho que escribes en prosa. ¿Qué es la prosa?’. Se ha leído todos mis libros, se los ha leído de verdad. Él es una de las cuatro personas que leen mis libros antes de ir a la imprenta. Como tiene mal la vista, se los imprimo en un tamaño de letra 26 o 28… Cuando escribí Gramática íntima, que hablaba de una familia similar a la nuestra, se lo di a leer a los dos. Mi padre lo leyó y me dijo: ‘Muy bonito, Davide, pero ¿crees realmente que alguien que no sea de esta familia lo va a entender?’. Ahora cuando me llegan mis libros en otros idiomas se los enseño: ¿ves, padre, cómo los entienden?…”.
–¿Siente nostalgia de su país cuando está fuera?
–Cuando estoy en un país sin peligro aparente, siento que puedo respirar de otra forma. En Israel estoy en alerta permanente. Fuera siento que la gente va desarmada… Pero me resulta difícil pensar en vivir en otro lugar, porque en el fondo soy muy provinciano, me quedo con lo que conozco. Hay algo de Israel que me atrae. Estar en mi casa. No tener que hablar tanto. Echo de menos a mi hijo, a mi hija, a mi nieta. Los paseos con mi mujer cada mañana. Mis amigos. La amistad es algo muy importante en Israel. La gente sabe ser amiga allí.
El iraní Ahmadineyad “dijo que no éramos seres humanos, sino animales. Y que, por consiguiente, no había problema en exterminarnos… La gente vive con un voltaje emocional muy alto. Un miedo existencial brutal. Vivimos aterrorizados de que un día Israel deje de existir. Por eso es muy fácil manipularla, empujarla hacia un comportamiento duro y militar. Pero no es porque la gente sea mala”.
Luego firmó en el libro El abrazo, la historia de un niño que pregunta qué es la soledad, qué se siente cuando se descubre y cuando se sufre. José Hierro termina así un poema inolvidable: “No he dicho a nadie que estuve a punto de llorar”. Puede escribirse ese verso también tras escuchar a David Grossman.

Vida y memorias del Nabokov bosnio

El autor de Hombre de ninguna parte no está aún en la edad de autobiografiarse, pero ya tiene una vida lo suficientemente atractiva (y dramática) como para ser escrita

Aleksander Hemon. /Velibor Božovic / elmundo.es

Sentado ante su escritorio, en un estudio que comparte con otros colegas, Aleksandar Hemon (Sarajevo, 1964), escucha el último disco de la banda israelí Balkan Beat Box. Dice que anoche fue con su mujer a un concierto de esa misma banda y que se acostó tarde. Por eso, está tomando café. Dice que puede que el café lo despierte y consiga escribir algo, pero que si no lo hace, "lo más probable es que me pase el día leyendo". Acaba de publicar 'El libro de mis vidas' (Duomo), suerte de memorias a retazos, inventario de pasiones, recuerdos y desgracias, a la vez que oda a sus dos ciudades, Chicago y Sarajevo. Pero ya tiene en mente el siguiente. "Una montaña rusa de sexo y violencia que de momento llamo 'The making of zombie wars'", dice.
Por ahora toca hablar de 'El libro de mis vidas', lo más parecido a unas memorias que el escritor bosnio del momento ha publicado. "Para mí, las memorias son eso que escribes cuando ya eres lo suficientemente mayor para haberlo vivido casi todo, así que prefiero considerar este libro como una colección de historias basadas en hechos reales, como un puñado de ensayos personales. De hecho, las he escrito como hubiese compuesto relatos de ficción, es decir, porque necesitabas contarlas", asegura Hemon, que da fe en el libro de su pasión por el fútbol, pero también relata de una forma crudísima la muerte de su hija Isabel. "No podía no escribir sobre ella", confiesa.
Como escritor de doble nacionalidad (nació en Sarajevo, pero ha crecido como escritor en Chicago), Hemon es también un bilingüe literario, porque escribe la mayor parte de su producción en inglés, pero sigue utilizando el bosnio para algunos de sus textos. "He construido mi literatura en dos idiomas y me gusta. No trato en ningún sentido de cortar con todo lo que fue mi pasado", sentencia. "En cualquier caso, vivo en Chicago de la misma forma que vivía en Sarajevo, aunque ambas ciudades son muy distintas, para empezar, Chicago es casi tan grande como toda Bosnia. Y Sarajevo es más pobre y mucho menos diversa", añade.
Licenciado en literatura, Hemon se trasladó a Chicago en 1992 con la intención de perfeccionar su inglés. Pero una vez allí, le sorprendió la Guerra de Bosnia y no pudo regresar a su país. En 1995 empezó a publicar artículos en el 'New Yorker', en 'Esquire' y en 'The Paris Review'. Su primer libro de relatos, 'La cuestión de Bruno', no se hizo esperar, y tampoco su primera novela, 'El hombre de ninguna parte', que le valió apelativos como el de "escritor del siglo XXI" y nada menos que "el nuevo Nabokov". A menudo se ha dicho que Hemon aprendió a escribir en inglés leyendo a Nabokov, pero no es cierto. "Es cierto que cuando me decidí a empezar a escribir en inglés, leí un montón y, puesto que me encanta Nabokov, leí muchos de sus libros", asegura.
"Nabokov es uno de mis escritores favoritos y su inglés es muy rico y muy imaginativo, por eso es un modelo para muchos escritores de mi generación", apunta Hemon, para quien también son importantes, de hecho, imprescindibles, autores de la talla de Danilo Kis, que escribía en serbio pero vivía en Francia. "Esa amalgama de identidades culturales y lingüísticas enriquecen la literatura". Bruno Schultz, Michael Ondaatje, Anton Chejov y Alice Munro están también en su podio. Cuando se le pregunta por los hispanoamericanos que pueden haberle influido, menciona a dos: Jorge Luis Borges y Javier Marías.

23.12.13

Alan Hollinghurst y la irónica elegancia del paso del tiempo

Uno de los más prestigiosos novelistas de Inglaterra, recorre casi un siglo en su nueva obra: El hijo del desconocido


El escritor Allan Hollinghurst en su casa de Londres. /Ione Saizar./ELPAIS.COM

Alan Hollinghurst es reconocido como uno de los mejores novelistas de Reino Unido, aunque se le cita especialmente como un brillante exponente de la literatura gay, una etiqueta que ahora le pesa y en la que el autor dice no querer verse constreñido en su madurez: “Estoy un poco harto de ser una categoría, porque me parece reduccionista”, admite el escritor, que en sus libros ha trazado una gran panorámica de la vida de los homosexuales ingleses a lo largo de casi un siglo. Hollinghurst (Gloucestershitre, Inglaterra, 1954) dice haber entrado en una nueva fase con su último título, El hijo del desconocido (Anagrama),el primero de su producción que no es calificado estrictamente de “novela gay”, como él mismo subraya durante una entrevista en su casa de Londres.

La idea de la novela gay era más significativa en los ochenta, porque era un territorio nuevo. Pero el mundo de hoy es muy diferente, legal y socialmente, y creo que esa definición se ha acabado
“La idea de la novela gay era más significativa en los ochenta, porque era un territorio nuevo. Pero el mundo de hoy es muy diferente, legal y socialmente, y creo que esa definición se ha acabado”, sostiene el autor de La biblioteca de la piscina (1988), su exitoso debut literario, La estrella de la guarda (1994) y El hechizo (1998). Con La línea de la belleza, no solo una historia de sexo gay en la era Margaret Thatcher sino también un retrato de la burguesía anglosajona que le mereció comparaciones con Henry James, obtuvo el Man Booker en 2004 y una mayor proyección derivada del prestigioso premio literario. Solo las exigencias promocionales y su naturaleza de escritor minucioso dilataron la publicación de una nueva obra, El hijo del desconocido.
Hollinghurst asegura no haber sentido la presión de un galardón que genera grandes expectativas: “Al contrario, sentía que podía hacer lo que quería después de haber ganado un buen número de lectores”. Desmiente la sugerencia de algún crítico de que la ausencia de ese sexo explícito que tanto impactó en sus novelas, o la inclusión por primera vez de un destacado personaje femenino en El hijo del desconocido, apunten a ganar nuevas audiencias.

La novela trata del modo en que cada uno cuenta la historia para dar forma a una existencia y explicarla
Historia social y en parte también comedia de costumbres, el libro encarna una reflexión sobre el paso del tiempo y el deterioro de la memoria en los individuos y la sociedad, algo que “quizá entendemos especialmente los novelistas, porque la memoria es nuestro principal recurso, tan valioso como inseguro”. El relato pivota en torno a un aristócrata y poeta georgiano más bien mediocre (Cecil Valance), cuya muerte prematura en la I Guerra Mundial acabará convirtiendo su figura y los versos que escribió en su juventud en el mito de una generación. Trufada de acerados diálogos, la narración se despliega en cinco capítulos que corresponden a diferentes épocas, desde 1913 —vísperas de la contienda— hasta la era del iPhone, un recorrido en el tiempo donde el recuerdo de Cecil será objeto de sucesivas reinterpretaciones. Con este libro elegante, de rica prosa y lectura amena, Hollinghurst aporta una visión irónica sobre la biografía literaria, la dificultad de conocer al ser humano y “el modo en que cada uno cuenta la historia para dar forma a una existencia y explicarla”.
Como en sus otros libros, aquí destila una fascinación por la vida de las clases más favorecidas en sus magníficas casas de campo victorianas, ese mundo que se extingue de veladas musicales y lectura de poemas, y que a lo largo del siglo XX suscita reacciones tanto favorables como contrarias. Hollinghurst asegura que la recreación de ese universo exquisito reniega de la nostalgia: “Soy consciente de la seducción de aquel tiempo, pero no quiero idealizar un periodo de división de clases y mucha pobreza, donde además te podían meter en la cárcel por mantener relaciones sexuales con otro hombre”.
Además de novelista, traductor de obras de Racine al inglés y gran amante de la poesía que fue su primera vocación, ha elegido el fragmento del poema de Tenyson para titular El hijo del desconocido,porque encierra “la idea del futuro inexcrutable”. Ya no cultiva el género (en su juventud publicó un volumen de poemas, “pero en cuanto firmé el contrato del libro se me acabó la inspiración”), aunque sostiene que “haber escrito poesía te ayuda a ser un buen escritor de prosa: el sonido de lo que escribo es muy importante para mí”.

17.12.13

Panlengua

Escribiró este articlo en un langaje inesistente. Dicen que esta lengua la seminó Xul Solar, metapintor, metapoeta sureño del país plateado, y a él le parecía bono hacer un mix de idiomas más precisos que el nostro, o más ahorrativos o más sonorosos


Panlengua, antes de Babel./elespectador.com

Eso a uno le remembra de algún personaje de Eco, el Umberto sin hache, que en su Nombre de la rosa se imaginó al monje Salvatore, que hablaba entre latín macarrónico y justo, entre castellano y francés, lengua de Oc, piamontés, y hasta toscano.
Me recordaba también a García Márquez, al que le encanta poner en sus libros palabrejas italianas que se entienden y suenan bien, como decir que algo es sólito o que una mujer hermosa se quitó las mutandas. Uno, aunque no sepa lo que significan, lo imagina. Digamos que es más fácil de entender que la “lengua élfica” inventada por Tolkien para la tierra media. A Xul, el cui apellido en verità era Schultz (Oscar Agustín Alejandro Schultz Solari), pero eso no lo pronuncia ni el berraco (palabra que con be es pura panlengua, en este caso de origen antioqueño), a Xul —digo— no le gustaban los adverbios en mente. Propuso que se dijera ue, en vez de mente, o que adoptáramos de una vez el ly, del inglés, más corto. De modo que si alguien habla rápido habría que decir que habla rápidly, o léntaly, al contrario, o así. Las niñas de colegios bilingües de Medallo usan facer cosa muy similar para el gerundio, y suelen decir por ejemplo caminanding, lloranding, y cosas de esta guisa.
Me precio de ser un man que odia a los puristas de la lingua. Mi dream es una lingua-franca como aquella que se parlaba en el paradiso terrenal antes de la torre de Babel. Un esperanto antelitteram, con saludos en chino, ninjaomá, con despedidas en itálico como chiao, etcétera. Esta lingua nova, para principiar, debería adoptar la ortografía de las jotas que impulsaba el gran poeta de Piedra y Cielo, Juan Ramón, el cual escribía jesto y jemido y cojer. En realidad la G con sonido de jota es una jodencia inútil. O revivir palabras vetustas como hacía don Leo Legris, el Viking De Greiff, como eso de que “non me peta mormurio ninguno a la mi vera”.
Más que “fantástico” o “dañado” gústame a mí decir fantastisch y kaputt, como los germanos. Serendipity suena mejor que serendipia. Aquí ya es muy común que se diga man en vez de hombre, o así por lo menos dicen todos los manes de mi ciudad. Tal vez todos los idiomas tengan algo de panlengua cuando juegan y no temen la ira de los procuradores de la lengua. Así por ejemplo el Jabberwock de Lewis Carrol: “Beware the Jabberwock, my son! / he jaws that bite, the claws that catch! / Beware the Jubjub bird, and shun / The frumious Bandersnatch!”.
El Glíglico —la lengua inventada por Cortázar— algo le debe a Carrol y a Xul, en esa libertad de palabras craneadas o inexistentes que de todas maneras se entienden si el cerebro camella. Por eso finiré con una piece del capítulo 68 de Rayuela, tan jústaly célebre:
“Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio…”.

16.12.13

King:"Me avergüenzo de ser estadounidense"

Convencido de que pasará a la segunda división de la historia literaria, va ganando, a su pesar, prestigio entre las élites. Entre la era Ford y la de Obama, ha trazado el fresco del miedo en el hombre medio estadiunidense y para el resto del mundo. Pero él no se da la más mínima importancia

Stephen King. /Francois Sachet./elpais.com



Stephen King ha escrito cerca de 50 novelas y ha vendido más de 300 millones de ejemplares. El autor de Carrie (1973) y El resplandor (1979), el libro que Stanley Kubrick y Jack Nicholson convirtieron en una memorable película, es seguramente el escritor vivo más popular del mundo. Símbolo y metáfora de la cultura pop estadounidense y encarnación demócrata del sueño americano, King es, sin embargo, un tipo absolutamente humilde, un histrión tierno y simpático que tiende a minimizar su talento de escritor y que se toma el pelo a sí mismo sin parar, en un ejercicio que a veces parece sano y otras parece rozar el masoquismo.
Acaba de pasar por París por tercera vez en su vida para promocionar su última novela, Doctor Sueño (Plaza & Janés), que es una especie de secuela o pieza separada de El resplandor. Alojado en el lujoso hotel Bristol, ha paseado por la ciudad, ha dado una rueda de prensa masiva, ha hecho reír a miles de lectores en el inmenso teatro Rex, donde acababa de tocar Bob Dylan, y no ha parado de firmar ejemplares y de hacer amigos contando anécdotas y riéndose de su sombra. El autor deMisery ha contado que llevaba 35 años preguntándose qué habría sido del protagonista de Doctor Sueño, que no es otro que Danny Torrance, el niño que leía el pensamiento ajeno y que sobrevivía a duras penas a los ataques violentos de su padre alcohólico y abusador, Jack Torrance, en aquel hotel triste, solitario y final donde transcurría El resplandor.
Danny tiene ahora casi 40 años, le pega al trago como papá, acude a las sesiones de Alcohólicos Anónimos y cuida a ancianos que están a punto de morir. De ahí el título de una novela que es un compendio del potente universo de King: hay vampiros que comen niños para alimentarse, gente con poderes paranormales, tiroteos, rituales satánicos y sesiones de telepatía intensiva. No se pasa un miedo cerval como en El resplandor, pero es una muy legible novela de acción.
En un reciente artículo publicado en The New Yorker, Joshua Rothman ha explicado que King es el principal canal por donde fluyen todos los subgéneros de la mitad del siglo XX: ciencia ficción, terror, fantasía, ficción histórica, libros de superhéroes, fábulas posapocalípticas, western, que luego traslada a su pequeño reducto de Maine, el remoto Estado del noreste de EE UU donde vive, poblado por 1,2 millones de personas.
La prueba de su influjo en la cultura estadounidense son el cine y la televisión, que siguen rifándose sus historias. Aunque a los 65 años King sigue insistiendo en que lo que escribe no vale gran cosa, cuatro décadas de oficio y una legión de lectores en todo el mundo han acabado convenciendo a una parte de la crítica y a algunos compañeros de profesión de que su literatura pensada para entretener a la América rural pobre tiene más interés, sentido y calidad de la que él mismo cree.
En 2003, King ganó la Medalla de la National Book Foundation por su contribución a las letras americanas, un año después de que lo hiciera Philip Roth. Aquel día, el escritor Walter Mosley destacó su “casi instintivo entendimiento de los miedos que forman la psique de la clase trabajadora estadounidense”. Y añadió: “Conoce el miedo, y no solo el miedo de las fuerzas diabólicas, sino el de la soledad y la pobreza, del hambre y de lo desconocido”.
Pero sobre todo lo demás, King es un personajazo. Fue hijo de madre soltera y pobre, mide casi dos metros, es desgarbado y muy flaco, tiene una cara enorme, habla por los codos, no para de decir tacos, se ha metido varias cosechas de “cerveza, cocaína y jarabe para la tos”, toca la guitarra en una banda de rock con amigos, tiene una mujer católica “llena de hermanos”, tres hijos, cuatro nietos, una cuenta llena de ceros, ha pedido al Gobierno que le cobre más impuestos de los que paga, adora a Obama, odia al Tea Party, hace campaña contra las armas de fuego y es una mina como entrevistado: rara vez se olvida de dejar un par de titulares por respuesta.
¿Así que no le gusta venir a Europa? Vine una vez a París con mi mujer en 1991, y otra a Venecia y a Viena en 1998 con mi hijo; esa vez pasamos una noche por París, pero fuimos a ver una película de David Cronenberg. En Europa paso vergüenza: no hablo otra lengua salvo el inglés, y no me gusta ir dándomelas de celebridad. Prefiero un perfil bajo. Yo vivo en Maine, en un pueblo pequeño donde soy uno más. Cuando vengo a París soy la novedad, nadie me ha visto antes; allí llevan viéndome toda la vida y les da igual; soy el vecino.
¿Y por qué tiende a infravalorarse? Lo contrario de eso sería llamarme Il Grande, que sería lo mismo que llamarme El Gran Gilipollas.No quiero ser eso. Quiero ser tratado como una persona normal. Los escritores tenemos que mirar a la sociedad, y no al revés. Si mis editores me dicen que venga a París, es porque quieren vender libros. En las ferias de América trabajan chicas como gancho: se ponen en las puertas de los locales de striptease y mueven un poco el culo para atraer a los clientes. Aquí yo soy el que mueve el culo. En casa estoy en mi sitio, en la silla justa, escribiendo. Es ahí donde debo estar.

¿Qué se siente al haber vendido 300 millones de libros? Lo importante es saber que la cena está pagada, el número de copias que vendes da igual mientras sean suficientes para seguir escribiendo. Adoro este trabajo.
¿No siente orgullo? No sé si es orgullo, pero me hace feliz saber que mi trabajo conecta con la gente. Crecí para contar historias y entretener. En ese sentido creo que he sido un éxito. Pero el día a día es mi mujer diciendo: “Steve, baja la basura y pon el lavaplatos”.
¿Se siente maltratado por la crítica? Al principio de mi carrera vendía tantos libros que los críticos decían: “Si eso le gusta a tanta gente, no puede ser bueno”. Pero empecé joven y he logrado sobrevivir a casi todos ellos. Muchos críticos saben que llevo años tratando de demostrar que soy un escritor popular, pero serio. A veces es verdad que lo que vende mucho es muy malo, por ejemplo 50 sombras de Grey es basura, porno para mamás. Pero La sombra del viento, de Ruiz Zafón, es bueno, y Umberto Eco ha sido muy popular y es estupendo. La popularidad no siempre significa que algo sea malo. Cuando leo una crítica muy negativa, me callo la boca para que el crítico no sepa que lloriqueo. Pero siempre las leo porque quiero aprender, y cuando una crítica está bien hecha, te ayuda a saber lo que hiciste mal. Si todos dicen que algo no funciona, te puedes fiar. En todo caso, la mejor réplica a una crítica la hizo un músico del XIX cuya ópera fue demolida. Le escribió una carta al crítico diciendo: “Estoy en la habitación más pequeña de mi casa. Tengo su crítica delante, y muy pronto la tendré detrás”.
¿Cuándo decidió ser escritor? Sabía lo que haría a los doce años. Escribir nunca ha sido un trabajo. Llevo 54 años haciéndolo y todavía no puedo creer que me sigan pagando por esto. ¡De hecho, no puedo creer que nos paguen a los dos por estar haciendo esto!
Yo tampoco. ¿Es verdad que tuvo una infancia un poco ‘Oliver Twist’? No tanto. Mi padre se fue de casa cuando yo tenía dos años y mi madre trabajó muy duro para criarnos a mí y a mi hermano. Lo que más siento es que murió de cáncer antes de que yo tuviera éxito. ¡Me habría gustado tratarla como a una reina! Mi primera novela, Carrie, se publicó en abril de 1974, y ella murió en febrero. Al menos recibí el adelanto y eso sirvió para cuidarla bien. Llegó a leerla y le gustó, dijo que era maravillosa y que tendría mucho éxito.
¿Heredó de ella la imaginación? No, el sentido del humor. La fantasía y la escritura las heredé de mi padre. Solía enviar relatos a las revistas ilustradas en los años treinta y cuarenta, aunque nunca se los publicaron. Adoraba la fantasía, la ciencia ficción, las historias de terror. De pequeño encontré en casa una caja llena de libros de Lovecraft, de Clark Ashton Smith; fue como un mensaje suyo lleno de cosas buenas.
¿Cómo es su relación con el dinero? Nunca aprendí a ser rico, no dan clases para eso, y no crecí con dinero. De pequeño solía pedir 25 centavos para ir al cine o trabajar cogiendo patatas. Nunca pensé que tendría mucha pasta. Mi madre pasó sus últimos diez años cuidando de sus padres y en casa nunca hubo liquidez. En esos casos, si de repente amasas una fortuna, puedes volverte vulgar y comprarte un enorme Cadillac, trajes de tres piezas a medida y zapatos caros. Pero yo crecí en una comunidad yanqui donde la ostentación no estaba bien vista. Luego me casé con una mujer muy pegada a la tierra que se habría reído mucho si yo hubiera vuelto a casa con un abrigo de pelo de camello. Me habría dicho: “¿Quién te crees que eres? ¿Mohamed Alí?”. Aunque me vendo como una puta por los zapatos y los coches, solo tengo un coche eléctrico. Vivimos modestamente y damos dinero a las librerías de los pueblos pequeños, a Unicef, a la Cruz Roja.… Seguimos el lema de J. P. Morgan: el hombre que muere millonario muere fracasado. El dinero sirve para pagar las cuentas, hacer tu trabajo, ayudar a mi familia y a mi suegro.
O sea, que es un hombre hecho a sí mismo, con conciencia social, que pide pagar más impuestos de los que paga. Todo el mundo debería pagar impuestos según sus ingresos. A mí me gusta pagarlos solo para buenas causas, y no para sufragar guerras en Irak, que fue la más estúpida del mundo. En ese sentido, encarno el sueño americano, aunque sin un Cadillac.
También hace campañas contra la venta libre de armas. ¿Una causa perdida? El problema no son las escopetas de caza. El 70% de EE UU es rural, y no tengo problema en que la gente cace ciervos y se los coma. Tener revólveres en casa tampoco me parece mal, yo mismo tengo uno, descargado y lejos del alcance de los niños. El gran problema, lo que me pone fuera de mí, son las armas semiautomáticas. Pegan 40, 60 u 80 tiros seguidos, como la que se empleó en la matanza de Connecticut. Es vergonzoso que se vendan, pero el lobby de la Asociación Nacional del Rifle trabaja para los fabricantes de armas y se basa en la fantasía de que EE UU es como hace 50 o 60 años. Dicen que las muertes de niños son el precio a pagar por la seguridad. La cultura pistolera forma parte de la cultura americana, pero odio eso, me repugna. Luego dicen que por qué nunca vengo a Francia o Alemania: porque son civilizados, y yo siento vergüenza de ser estadounidense. Amo a mi país, pero está lleno de basura.
¿Quién ganará la guerra entre Obama y el Tea Party? Los del Tea Party son unos idiotas y unos racistas que básicamente disparan contra Obama porque tiene la piel oscura. Cuando Bush arruinó al mundo entero en 2008 con sus ideas ultraliberales, no dijeron nada. Ahora ese alien ha crecido en el Partido Republicano y no va a parar hasta destruirlo, lo cual no me parece mal. Su única idea es bloquear al Gobierno, sin darse cuenta de que la situación económica es bastante mejor que con Bush. Son como una obstrucción intestinal. Espero que en 2014 los americanos decidan dar esos 30 escaños a 30 demócratas. Todo irá mejor. En todo caso, si están molestos con Obama, peor estarán en unos años: el próximo presidente llevará falda.
Háblenos de Danny Torrance, el niño de ‘El resplandor’, que ahora vuelve en ‘Doctor Sueño’. Al final de El resplandor, era 1977, Danny tenía cuatro o cinco años, porque escribí la novela en 1976, durante el bicentenario, cuando era presidente Ford. Al principio de Doctor Sueño tiene ocho años. Durante 33 años, ese niño ha estado en mi cabeza. Me preguntaba qué sería de él, si seguiría o no manteniendo ese talento, el resplandor de leer los pensamientos de la gente. Creció en una familia terrible. Su madre malherida sobrevivió de milagro a la paliza de la mesa del comedor, y el padre, Jack, era alcohólico, como yo… Sabía que Danny debía seguir estando rabioso con el mundo, porque su padre era un canalla que abusaba de ellos. La rabia es el centro del libro, de Jack a Danny hay una generación marcada por la rabia.
¿Usted bebía mucho entonces? Cuando escribí la novela, muchísimo. Pero ya sabe, los escritores tenemos que hablar de lo que conocemos.
…¿Qué tomaba? Tomaba mucha cerveza.
Eso no es tan duro… Es que me tomaba una caja diaria, 24 o 25 latas…
¿Con otras sustancias? No en ese momento. Luego sí, tomé todo lo que pueda imaginarse. Cocaína, Valium, Xanax, lejía, jarabe para la tos… Digamos que era multitoxicómano. Lo malo es que entonces no había programas de ayuda, e hice de Jack un alcohólico peor que yo. Se intentaba curar la adicción por las bravas y era peor. Ahora he intentado equilibrar eso en Doctor Sueño pensando qué habría pasado si Jack hubiera tenido ayuda. Así que metí a Danny en Alcohólicos Anónimos.
Aquella novela supuso que le etiquetaran como un narrador de historias de terror. ¿Le molestó? La gente, y sobre todo los críticos y los editores, adoran las etiquetas, les gusta meter en jaulas a los autores, ponerles en una carpeta. Para los editores es como vender comida: este escritor os dará judías verdes; este, terror; este, chocolate. No me parece mal. Cuando salió Carrie, tenía dos novelas más escritas, y le pregunté al editor en Nueva York cuál prefería, una de un secuestro más literaria, Blaze, u otra de terror, Salem’s lot. Y él me dijo: “La segunda será un best seller, pero si sacamos la de terror, te encasillarán”. Y yo le dije: “Me importa un carajo si paga la cuenta del supermercado. Mi mujer me llama cariño; mis hijos, papá; mis nietos, abuelito, y yo me llamo Steve. Me da igual cómo me llamen los demás”.
¿Ha pensado en qué lugar de la literatura estadounidense quedará Stephen King? Es difícil saberlo. No sé si hay vida después, aunque no creo. Pero si quedara algo similar a la conciencia, lo último que me preocuparía es saber si me lee o no la próxima generación. Dicho esto, cuando los escritores mueren, o sus libros se siguen publicando, o desaparecen. La mayoría desaparece. Quedan solo algunos, y esos son los importantes: Faulkner, Hemingway, Scott Fitzgerald, olvidado cuando murió y rescatado más tarde. En español, Cervantes, García Márquez, Roberto Bolaño, esos quedarán. Bolaño sabía tragar drogas y beber. Pero también sucede que queda la gente más rara: de Stanley Gardner, el autor de Perry Mason, quedó muy poco; pero no quedó nada de John D. McDonald, que era estupendo. Y apenas nada de John M. Cain, pero sí de Jim Thompson. Y, más extraño aún, queda Agatha Christie… Es decir, nunca sabes quién va a perdurar. Creo que los escritores de fantasía tienen más posibilidades de quedar. Y creo que, de mis libros, resistirán El misterio de Salems’ lot, El resplandor, It y quizá La danza de la muerte. Pero no Carrie. Y quizá también Misery. Esos son los imprescindibles para la gente que los leyó, pero no estoy nada seguro de que la gente siga pensando en mi trabajo cuando palme. Quién sabe. Somerset Maugham fue muy popular en su día. Ahora nadie lo lee. Escribió grandes novelas. Alguien le preguntó por su legado, y dijo: “Estaré en la primera fila del segundo rango”. Dirán eso de mí.
¿Ve cómo prefiere militar en segunda división? Cuando estás dentro del negocio, sabes bien cuál es tu nivel de talento. Cuando lees a un escritor bueno, piensas: “Si yo pudiera escribir así”, notas mucho la diferencia entre lo que haces y lo que escribe gente como Philip Roth, Cormac McCarthy, Jonathan Franzen o Anne Tyler. Hay muchos muy buenos.
¿Sigue leyendo mucho? Todo lo que puedo, cada día, aunque veo mucha tele. Y escribo todos los días, acabo de escribir una cosa sobre Kennedy para The New York Times. Este oficio es una pasión. Más que vivir de ella, me gusta practicarla. Preferiría estar escribiendo ahora en vez de estar aquí.
Ya acabamos. No, si es usted un tipo estupendo, pero es que las ideas me vienen sin querer. Esta mañana íbamos en el coche, nos paramos al lado de un autobús donde iba una mujer sentada y pensé: ¿Y si ahora sube un tipo y le corta el cuello? Será un cuento corto, aunque eso nunca se sabe; Carrie iba a ser un relato también y acabó siendo una novela. Lo importante es esa pregunta: ¿qué pasaría si…? Ese es el motor de mis historias.
Y luego acaban en el cine o en la tele. Sí, mucha gente va al cine en el mundo y eso ayuda a hacerte popular. Pero al final todo da igual, porque un día te encuentras con gente por la calle que te reconoce y te dice: “¿Eres Stephen King? Tío, me encantan tus películas”, y otro día, en un supermercado de Florida, me para una mujer y me regaña porque escribo cosas terroríficas. Dice: “Prefiero The Shawshank redemption”. Y yo: “La escribí yo”. Y ella: “No es verdad, para nada”. Y se larga.
¿El libro electrónico le ha ayudado a vender más? ¿Qué piensa de Amazon? Amazon y el libro electrónico son fantásticos para los escritores. Si antes un editor decía no, era no. Ahora puedes editar tu libro y venderlo. Para los que llevamos tiempo en esto, es un mercado más. Antes había tapa dura, tapa blanda y audio. Ahora hay también libros digitales, que son maravillosos. Todo eso es formidable para los suministradores del material, que somos nosotros: siempre van a seguir necesitando historias. Es un problema para los editores, que siempre han sido los cancerberos de la calidad, pero muchos descubren en la red nuevos talentos. Y para los lectores es ambivalente: sin librerías, el 90% de lo que inunda en Amazon es basura. Como 50 sombras de Grey. ¡Vender eso como ficción es increíble!.
Stephen King
Su padre abandonó el hogar cuando él tenía dos años, pero le dejó su clave para la supervivencia siempre en el Estado de Maine, donde aún vive. Una caja llena de historias de, entre otros, Lovecraft. Luego King empezó a escribir novelas. Entre Carrie, la primera, y Doctor Sueño, una secuela de El resplandor, han caído unas 50, además de 200 relatos que ahondan en los miedos que a todos nos acechan, entre el terror, la fantasía y la ciencia ficción. Laureado con premios de género, empieza destacar entre la crítica digamos seria y académica, que le ha reconocido, entre otras cosas, con la Medalla de la National Book Foundation, un año después de otorgársela a Philip Roth, por ejemplo.

6.12.13

Los internautas preguntan a Joël Dicker

El joven escritor suizo ha protagonizado el fenómeno literario del año con su obra de novela negra La verdad sobre el caso de Harry Quebert

Joël Dicker autor de La verdad sobre el caso de Harry Quebert./elpais.com

Cascarrabias

¿Es posible ser un escritor suizo? Los creadores nacidos en la Confederación Helvética se convierten en todo menos en suizo. Creo que Durremant fue el único que permaneció en su país de origen.
Creo que es my posible ser un autor suizo y hay muchos, por ejemplo Jacques Chessex a quien admiro, pero definitivamente el tamaño del país no le permite a los autores suizos qe escribe Suiza ser conocidos pero ahora es importante recordar que Europa esta abierta y creo que mi generación es una generacioón de viajeros. Lo que puede explicar que muchos autores suizos estén escribiendo sobre otos lugares.
 

luis

¿Podrias contarnos de forma breve cual ha sido el proceso que te ha llevado a la publicacion de esta novela? ¿La rechazaron en alguna editorial?, ¿Por que? ¿Que recomendarias a un joven escritor que empieza?
Este es el sexto libro que escribo y antes que este 5 libros fueron rechazados por los editores. Para mí encontrar un editor fue un proceso difícil y me llevó tiempo. Creo que lo que hice mal al principio de este proceso fue enviar mis manuscritos de manera anónima, creo que todo escritor joven debe saber que cada casa editorial recibe muchos manuscritos y es muy difícil paa ellos decidir cuál leer. Lo que recomendaría según mi experiencia sería construir una red , tal vez asistir a ferias del libro para conocer editores en persona y entablar uan relación
 

Rebeca

¿Es difícil para un joven escritor hacerse un hueco en un sector editorial que se tambalea?
Es verdad que la situación de los libros es difícil en estos momentos, pero este no debe ser un motivo para no escribir y no buscar ser publicado. Por el contrario creo que nuestra generación debe luchar por aquello que considera importante. No debemos ser fatalistas, debemos escribir y debemos animar a la gente a leer. Y es nuestra responsabilidad hacer que le gente se emocione cno los libros como lo hacemos con los programas de televisión. Es cierto que la industria del libro está en una ala situación pero por qué no tratar de arreglarla
 

Rebeca

Cuando todos los niños querían ser médicos, astronautas o aventureros, ¿usted siempre tuvo clara esa vocación literaria?
De niño yo también quise ser astronauta, bombero y jugador de fútbol y escritor también. Ahora soy un escritor y me da mucho gusto pero todavía quisiera poder llegar a ser astronauta o futbolista
 

Atanacio_Igna

I have 2 questions: Which authors most influenced your work? What did you learn when you were writing your books that you could share with young writers? Thanks a lot!! And Congratulations!! greetings
Diría que Romain Gary, Marguerite Duras, darse el tiempo para escribir. Creo que con los otros libros, los que fueron rechazados fueron escritos my de prisa. Con este libro me di tiempo para dejarlo descansar por algunos días y luego retomar el trabajo y también aprendi a sacar del libro todo aquello que no es necesario. Al principio sentía que quitar cosas era como ir hacia atrás pero en realidad el libro resulta mejor cuando quitas las partes malas. Así que cada cosa que sacas es como un gran paso hacia adelante.
 

Elena

¿Qué estas leyendo en estos momentos? Un saludo!
Caos calmo de Sandro Veronesi.
 

Candy

¿Se considera usted un escritor 'tramposo' por la cantidad de cabos sueltos que arroja en su última novela? ¿Cree que esta técnica puede irritar al lector, o por el contrario, le empujará a seguir leyendo su novela?
Es una buena pregunta porque nunca pensé en el lector cuando escribía el libro.Cuando lo empecé a escribir todas mis novelas anteriores habían sido rechazadas por los editores así que mientras escribía el libro yo estaba concentrado en disfrutarlo más que en pensar en los lectores. La verdad es que lo disfrute tato que no quería que terminara la historia y seguía añadiendo suspenso y giros argumentales. Entiendo perfectamente que esto irrite a algunos lectores y al leer la prueba antes de la publicación me pregunté si debía sacar algo, y decidí que no para ser fiel a lo quería en realidad y no convertir la historia en algo artificial.
 

Mensaje de despedida

Gracias por darse el tiempo de hacerme estas preguntas tan interesantes. Y por su apoyo que me emociona

4.12.13

Una larga charla con Andrés Neuman

Ganador del Premio Alfaguara, considerado por la revista Granta como uno de los mejores veintidos novelistas de habla hispana, parte del prestigioso Bogotá 39, el argentino Andrés Neuman no podría ser más correctamente exitoso. Se acaba de publicar en Argentina su libro de cuentos, Hacerse el Muerto

Andrés Neuman reflexiona sobre el oficio de escritor/Fernando de la Orden./revista Ñ
Andrés Neuman ha escrito mucho (novelas, ensayos, cuentos, poesía, periodismo, un blog, ¡y un libro de aforismos!) y se ha escrito mucho sobre él. En una búsqueda en YouTube, por ejemplo, se pueden encontrar más de una decena de entrevistas, ponencias, lecturas y charlas de este novelista argentino-español nacido en 1977. De paso en Buenos Aires para presentar su último libro de cuentos, Hacerse el Muerto, Neuman nos convocó en un café del barrio de Palermo para charlar.

Comenzó así la cosa: tras hacer el pedido (para él, un licuado; para el reportero un cortado) Neuman dijo: “Yo voy a empezar por entrevistarte a ti”. Y comenzó a hacer unas preguntas sobre la crianza y educación de su interlocutor. No con espíritu de intruso, sino por resaltar algo en común entre los dos –que ambos nacimos y pasamos nuestras infancias en un país y ahora vivimos en otro. Tras establecer el punto, Neuman dijo que prefería una charla en vez de una entrevista pragmática.

Con lo cual, se extendió la cosa. En rasgos generales, hablamos de tres grandes temas: La relación de la figura del autor con la prensa; la construcción del objeto-libro de Hacerse el Muerto; y la situación de Neuman de ser un híbrido cultural. Fue una larga charla. Para hacerle justicia a Neuman, quien se explayó largamente y en detalle sobre las preguntas de este reportero, dividiremos el relato en tres entregas que obedecen las tres temáticas señaladas. Comenzamos por el novelista y su relación con la prensa.

-¿Hay alguna desventaja (puede dañar tu vida como escritor) participar tanto en la divulgación de tu obra con la prensa?, ¿ser tan franco y abierto con tus procesos creativos?
-Yo creo que si la conversación se convierte en un acto de ocultación es preferible guardar silencio. Si uno está hablando es mejor ser franco y hasta contradecirse con todo gusto –no tener un discurso armado que es una especie de acto publicitario o de legitimación de la propia figura pública. Eso me parece atroz. Lo que pasa es que hay una especie de postura snob abominable y una falta de respeto también a los lectores que es el típico artista que se pasa la vida dando entrevistas explicando lo mucho que odia las entrevistas.

-Pero hay tipos como Cormac McCarthy o Salinger que decidieron que su arte era incompatible con una vida pública... O Pynchon...
-Ahora hablamos de eso. Te redondeo y ahora hablamos de eso. Entonces, eso de presentar libros para decir que no te gusta hablar en público o dar entrevistas para decir que estás harto de las entrevistas, me parece una impostura en la que prefiero no participar. Porque como vos bien decís, si de verdad te molestan tanto, no las hagas. ¿No?

Ahora bien. Vos me preguntas por Pynchon, por Salinger, por las figuras –digamos– enigmáticas de la literatura. Por un lado, se me ocurre decir que eso también genera una construcción de una identidad pública.

-Sí, de acuerdo.
-Es decir que no había de haber en ese silencio programático, en esa ausencia tan coherente consigo misma un acto de...

-Autopromoción
-Sí, pero déjame hablar. Vamos al sentido. No deja de ser estridente. No deja de ser estridente, ¿No? Porque sino, por allí, lo verdaderamente, lo emocionalmente sincero sería decir a veces que si, a veces que no, no tenés ganas. Das unas pocas. De pronto no haces. Pero cuando vos te pasás cuarenta años sin hablar nunca con la prensa, evidentemente estás lanzando un mensaje mediante la prensa. Con lo cual, digamos, no caigamos en la impunidad de creer que quien se niega sistemáticamente a conversar con los medios, ignora los medios.

-Sí, si...
-Ahora. Es poco como la idea de la virginidad. ¿Es la virginidad la negación del sexo? No, al contrario. Es la mayor obsesión posible con el sexo. Solamente alguien permanentemente obsesionado con el sexo –quiero decir, solamente un puritano que pone al sexo en primer lugar de sus valores puede sistemáticamente resistirse a él. Hay que darle un enorme importancia al sexo como para mantener la virginidad. Hay que darle una enorme importancia a los medios para lanzarles un silencio.

Pero eso sería la primera respuesta. La segunda, también habría que añadir que me estás hablando de figuras que pertenecen a una etapa muy temprana de la realidad mediática. Es decir que... Primero, Salinger es inmensamente célebre cuando se retira.

-Sí...
-Salinger no construye su obra desde el silencio. Sino que en un momento dado, cuando se siente en el centro del huracán, y se hace una figura inmensamente conocida, de pronto se cansa y se retira. Pero digamos que Salinger llegó a ser muy conocido en su medio. Y después, claro, estamos hablando todo –me tirás todos nombres de la generación parecida– es decir, una generación muy pre Facebook, pre Twitter, y sobre todo una generación en donde la información estaba tan centralizada que de todas maneras las editoriales de estos autores se encargaban de manejar la información de una manera más eficaz, porque los canales eran limitados y muy centralizados. Entonces, de algún modo, si vos querías difundir un libro eran muy pocas puertas que una editorial tocaba. De manera que, en el fondo, la interlocución con ese ente llamado opinión pública era bastante mecánico. En cambio, ahora la cosa está mucho más dispersa, mucho más atomizada y lo que es más interesante todavía es no solamente que el arte se relacione con los medios de comunicación. Es que cada uno de los protagonistas del fenómeno artístico, y hablo también del público, pueden ser su propio medio de comunicación. Es un esquema totalmente diferente.

Me acuerdo cuando un amigo mío, Manuel Vilas –creo que acá tiene un par de libros publicados–, me decía, en la época del auge de los blogs: “El día que abrí mi blog sentí que me había comprado un diario”. Un diario, es decir un periódico, en el que no tenés una exigencia de caracteres, un diario en el que no pagás ciertos peajes que tienen que ver con los intereses económicos de ese medio – y/o con las opiniones políticas de ese medio–; un diario en el que, en definitiva, la única censura posible es la autocensura. Entonces, habría que preguntarse si escritores de la generación de Salinger –por sus pocas ganas de estar en manos de los intermediarios de la comunicación– no hubieran abierto un blog o tenido un Twitter, precisamente para que su palabra no estuviera filtrada por ningún intermediario. Por allí era un silencio de otro género, de otra época, y donde el medio de comunicación significaba otra cosa.

-Claro. Por supuesto.
-En fin. Todo eso se me ocurrió contestarte. Pero eso de victimar al autor me parecería una hipocresía de mi parte. ¿Viste que hay mucho de eso, no? Tratar de vender la idea de lo mucho que sufrís cuando estas difundiendo un libro.

-Pero, por ejemplo. Yo pensaba más en –tomemos una persona más bien sincera, que no haga demagogia... Pero ciertos escritores, por lo que yo percibo, sienten que contar demasiado sobre lo que hacen puede ser perjudicial...
-Pero Andrés, yo nunca en mis entrevistas hablo sobre los libros que voy a hacer o estoy haciendo. Siempre hablo del que hice. Por supuesto que hay una especie de pequeña fuerza sagrada que tiene que ver con la ansiedad de decir, con la necesidad de contar algo; que muchas veces te cuesta contar o que incluso no sabés muy bien qué es. Estás en el tramite de averiguarlo. Y obviamente eso ya no es un tema de prensa, es un tema en general. De interlocutores. Si uno lo cuenta demasiado durante el proceso, esa llama pierde parte de su convicción. Pero esto ya es también un problema de escuelas. Está el escritor modelo Borgeano, que según se cuenta, le gustaba perfeccionar la historia que iba contando. El cuento que pensaba hacer se lo iba narrando un montón de interlocutores y esa narración nunca era idéntica. Iba perfeccionándose, iba nutriéndose de la reacción de sus interlocutores y del asombro que produce hablar en voz alta y darse cuenta de lo que uno está pensando. Porque hay veces que uno no sabe qué opina, o qué tiene para decir, hasta que lo dice –y eso se llama discutir; entonces creo que Borges en parte aprovechaba esa especie de sinergia que se produce cuando uno habla con alguien, para ir modificando la futura escritura del texto. Eso es una escuela. Y después está la escuela digamos más secreta de los, ponele, escritores furtivos. Que son los que tienen una especie de impunidad narrativa, ¿no? De moción media clandestina. De estar contando algo sin que nadie lo sepa que perdería parte de su sensación de traversura y de también de peligro si empezaras a divulgarlo. Yo me siento más parte de esa segunda escuela.

-Ahí está. Vos solo hablás de lo que ya escribiste...
-Claro. Lo que voy a escribir lo tengo como una especie de secreto medio intuitivo. Como mucho se lo puedo compartir tal vez a mi pareja, con algún compañero con especial confianza. Pero jamás es un proceso público, jamás. Sí que confío mucho –y de hecho, necesito– la mirada ajena, la opinión de lectores. Digo, antes de publicar. Pero es después de haber hecho el manuscrito.

-Ahhh... ¿Cómo haces eso?
-Son como fases complementarias. Te digo como lo hago yo. Cada uno tiene su método. Yo, la parte de la redacción del primer manuscrito la vivo como algo muy intuitiva, muy solitaria, y donde prefiero extraviarme solo antes que consultarlo. Prefiero llegar al final de un error –porque a veces uno tiene una intuición, ¿no? Que es entre fallida e interesante. Se está definiendo. Y si uno lo consulta y de pronto el otro no le gusta la idea, vos –porque todos somos muy débiles, es muy difícil tener una convicción...

-Claro, si alguien te critica te puede inhibir...
-Entonces vos, por allí, podes decir, “la verdad que tiene la razón: es una pelotudez”. Porque uno está siempre al punto de pensar que lo que está haciendo está mal. Eso es lo primero que uno piensa. Y por allí, entonces, aborta el proceso de tirarte hasta el final con esa idea y en el último minuto, desviarte del error y encontrar una idea. Pero esa idea esta al final de la búsqueda...

-Si, está clarísimo...
-Entonces ese proceso lo hago solo. Ahora bien. Cuando termino el manuscrito, para mí se abre una fase totalmente opuesta. Entonces, allí cuantas más opiniones de gente de confianza recibís, cuanto más mierda me hagan el manuscrito, mejor.

-¿Lo entregas a tus editores?
-No, no, no. Porque la mirada del editor ya es semipública. Estoy hablando de un proceso anterior. No, para mi el editor llega al final. Todo lo que tenga que ver con la parte editorial, para mi está al final.

Mi mujer es española, es poeta, y nos hacemos mierda mutuamente los textos. Incluso compramos una pizarra se dice en España –pizarrón se dice acá– donde colgamos poemas en un color, y el otro llega a la habitación, lo tacha, lo corrige en otro color y se va –y el día siguiente, entonces, vamos haciendo una especie de correcciones en la pared, de nuestros respectivos poemas, entramos a la habitación corregimos el poema y nos vamos...

-Son casi como coautores...
-No, no, no. Bueno si, efectivamente. Y tengo un grupito de amigos y de escritores que, ponele que nos intercambiamos los manuscritos, con la premisa que seamos francos. Vos sabes que tu amigo es alguien que te quiere cuando antes de publicar un libro te dice, “Esta página es una mierda, te suplico que la quites”. Solamente un amigo es capaz de decirte eso. ¿No?

-Es duro escuchar eso...
-Yo lo escucho con toda gratitud. Porque te está evitando un ridículo posterior. Lo fácil es decir que esta todo bien. Yo lo interpreto como un acto de amor. Y un acto de valentía por parte de la otra persona, también. Entonces, todo ese proceso para mí tiene que ver con eso que le contó, me parece que fue –o yo escuche esta historia, no sé si será apócrifa– entre Flaubert y Maupassant. Que Maupassant le pregunta a Flaubert que tal día de trabajo tuvo; y Flaubert le dice fue, bueno, extenuante, porque se levantó, tuvo toda la mañana poniendo una coma...

-Después la sacó...
-Comió, durmió una siesta, se levantó, estuvo toda la tarde trabajando y la sacó. No sé si la historia es verdad, pero nos sirve alegóricamente igual. Cuando uno llega a lo que yo llamo Estadio Flaubert, que es cuando te sorprendés a vos mismo sacando las comas que pusiste hace un rato, es el momento en que ya no podés corregir más el texto y necesitas una mirada exterior. Esa mirada exterior te devuelve al interior del texto. Entonces una vez que recibís opiniones exteriores, asumís la mirada del otro y podés seguir corrigiendo. Es lo mismo que un personaje. Tu lector se convierte en un personaje. Vos podés imaginarte como vería la realidad el tipo de Breaking Bad, como se sentiría Julien Sorel o cómo se sentiría Sancho Panza a diferencia de Don Quijote. Es decir, igual que uno puede hacer el ejercicio de ponerse en el lugar de un personaje que sabe que la realidad se transforma inmediatamente desde ese punto de vista, creo que la lectura ajena lo que te permite es re-enfocar lo que hiciste. Y bueno, al final de este ida y vuelta en que vos sos uno y el otro, varias veces, al final de ese proceso, estamos tras el editor. Pero jamás le mandaría a mi editor, ponele, un libro a la mitad, para que me dijera qué me parece. Sé que hay escritores que lo hacen y los respeto. Pero siento que sería como abrir la ventana en mitad del cuarto oscuro. No sería el momento.

29.11.13

El fin del miedo a la página en blanco

Bologna fue el escenario del segundo festival Scriba, con treinta citas y más de cuarenta referentes. Y una curiosidad: un programa de primeros auxilios narrativos para autores con bloqueo

FESTIVAL SCRIBA. Tres días de concursos, sátira, hallazgos, debates y conferencias sobre la noble tarea de combinar palabras.

INTERACTIVO. Los autores jóvenes se acercaron al grupo de médicos para recibir recetas narrativas./revista Ñ
Necesitaría pedir un turno con primeros auxilios –¿Qué le pasa?
–Estoy empezando a escribir una novela y no puedo avanzar con el personaje femenino.
El diagnóstico es clarísimo: aspirante a escritor con bloqueo narrativo.
Por fortuna, existe en el mundo –más precisamente en Bologna, Italia– un festival que se llama Scriba y que ofrece tratamiento para tal dolencia: una sesión de una hora con un tutor de una escuela de escritura.
Los Primeros Auxilios Narrativos debutan en esta segunda edición del festival Scriba, tres días de discusión, concursos, debates acerca del uso del lenguaje, competencia de insultos, sátira, hallazgos y conferencias sobre la noble tarea de combinar palabras. Entre el 8 y el 10 de noviembre, la ciudad de Bologna, cuna de la universidad más antigua del mundo occidental y sede del taller de narración Bottega Finzioni –fundado por el escritor noir Carlo Lucarelli en 2011 y principal organizador del encuentro–, presta sus librerías, bares y museos para este laboratorio de ideas.
“El nuestro no es un festival de literatura sino de escritura en el cual participan todos aquellos que hacen de la escritura un oficio, aún en sus formas más desconocidas o impensadas”, explica Michele Cogo, escritor, guionista, estudioso de semiótica narrativa y miembro del comité científico de Scriba. “Desde los libretos o guiones hasta la escritura de horóscopos, recetas de cocina, los prospectos de los medicamentos, las instrucciones de uso, todos textos que frecuentamos en la vida cotidiana pero que uno nunca se pregunta quién los hace ni cómo”, agrega.
El servicio de Primeros Auxilios Narrativos que en estos días socorre a más de un principiante en apuros creativos atenderá, a partir de enero, una vez por semana en la histórica farmacia Toschi de Via San Felice, en Bologna.
“No somos una editorial ni una agencia literaria. Se trata de una consultoría gratuita para quien inventa historias y no asiste regularmente a una escuela de escritura. Contar el propio relato a otros ayuda a comprenderlo y escribirlo mejor –dice Cogo, creador de estos primeros auxilios–. No hacemos sugerencias sobre estilo y escritura. Trabajamos sobre los pasajes de trama y cómo ordenar las cosas para hacer funcionar la historia.” Con cierto orgullo, el festival Scriba se jacta de no prestarle atención a los libros ni a los lectores. Se trata de una kermés de letras que da voz a los que escriben horóscopos, programas de tele, titulares de los diarios, e–books y guiones para cómics, entre otros rubros.
Para Carlo Lucarelli, autor del policial El comisario de Luca , un volumen que recoge las novelas Carta blanca , El verano turbio y Via delle Oche , éste es un festival muy original. “Llegué a la conclusión de que cualquier cosa que se escribe escogiendo las palabras para comunicarle algo a alguien implica que quien lo hace ponga algo de su fantasía. Cuando lo que se comunica es fruto de una elección estamos frente a una forma de la literatura. Eso se convierte en una escritura que debemos respetar. Scriba hace esto. Sale a reclutar todas las formas de escritura desconocidas, escondidas de narración –dice. Hay momentos de la escritura que nunca son tenidos en consideración, o al menos yo nunca los he tenido, y de los que he descubierto su profundidad a través de Scriba. Compré publicaciones que les enseñan a los policías cómo sumariar información testimonial o cómo hacer un informe de documentación. Debí usar esa escritura burocrática, reelaborarla para mis novelas.” Desde 2012, una vez al año Scriba copa Bologna durante tres días. En esta ocasión, con treinta citas y cuarenta referentes de la escritura como oficio que participan en este mundo paralelo al literario donde nadie paga entrada.
Hasta la librería Ambasciatori, donde la gente suele pispear las novedades editoriales mientras compra mostaza de uva y papardelle biológicos o se toma un prosecco acodado en las estanterías de libros, el semiólogo y discípulo de Roland Barthes Paolo Fabbri vino a compartir uno de los temas que lo desvelan: “Enseño semiótica de los lenguajes técnicos en una universidad romana y dicto un curso sobre la diatriba política. Ahí me di cuenta de que en la mayoría de los casos, la gente que hace política se insulta. De ahí la idea de introducir entre los temas del festival este modo de referirse unos a otros a través del insulto. Les pedí a mis estudiantes que hicieran un trabajo de documentación y recogieran los insultos que se dicen los políticos en estos últimos tiempos. Aquí algunos ejemplos: analfabeto, animal, asesino, bandido, bufón, marioneta, caimán, cadáver, carroñero, corrupto, idiota, fracasado, farabute, mierda seca, miserable, muerto que habla, musulmana de mierda, incapaz, ladrón, monstruo, viejo verde, vieja prostituta, padre de una puta, sodomita, bruja, traidor, atorrante, bellaco… Se trata de una lista abierta en la que todos pueden contribuir.” El insulto no queda ahí. Al día siguiente, toma cuerpo en el restaurante La Gazetta, frente al teatro comunal y en diagonal a Piazza Verdi, cuore de la movida universitaria bolognesa. En La Gazetta, Fabbri modera una competencia de ultrajes que llama “La piedra del insulto” mientras Vito Tartamella, editor de la revista Focus y autor del libro Parolacce (Malas palabras), aclara, con cierto rigor científico, que “hay muchas familias de malas palabras. La imprecación, por ejemplo, surge cuando en vez de pegarle al clavo en la pared le damos con el martillo a nuestro dedo. No ofendemos a nadie pero nos desahogamos –señala–. Otra familia son las maldiciones. No es una ofensa pero consiste en augurarle un mal a alguien. Luego están las obscenidades, que se refieren a la sexualidad explícita y llegamos finalmente al insulto que, como toda mala palabra, es mágica.” Según Tartamella, el insulto es una forma simbólica de agresividad. “Freud decía que nuestras pulsiones principales son el sexo y la agresividad. El insulto desarrolla una función extraodinaria: en vez de partirle la cabeza a alguien con una piedra y potencialmente matarlo, uno le arroja al otro una palabra. En la historia del hombre el insulto sirvió para trasladar de un plano físico a uno simbólico una forma de violencia. Hoy se puede discutir sobre los efectos de la piedra en la cabeza o el insulto. A veces el insulto puede provocar una herida de la que una persona no se recupera más”, agrega.
¿Cuál es el insulto perfecto? “Aquel que tiene la característica de ser breve, incisivo, eficaz pero sobre todo creativo. En una reunión municipal, en Umbria, un concejal le dijo a otro: ‘Callate vos, que para hacerte ver de la cabeza tenés que ir al urólogo’”, cita Tartamella.
Scriba no descuida la escenografía de cada evento. Ermanno Cavazzoni, escritor y guionista de La voz de la luna , de Federico Fellini, y la blogger Martina Montague vinieron a presentar poesías famosas en cajas de remedios. Bajo el título “Poesía terapéutica y prospectos”, Cavazzoni ironiza sobre las técnicas de escritura y recrea poesías famosas en prospectos de medicina, idea que en los 90 publicó la Universidad del Proyecto de Reggio Emilia y llegó a vender 400 mil copias. ¿Dónde se hace el encuentro? En las instalaciones de una empresa de máquinas automáticas para la confección de productos farmacéuticos.
La sala del Resorgimento del Museo Cívico Arqueológico de Bologna, en cambio, hospeda al escritor Paolo Albani, coautor del Diccionario de las lenguas imaginarias. Albani, miembro de L’OuLiPo –Ouvroir de Littérature Potentielle, una especie de laboratorio de literatura paralela nacido en París en los 60 como parte de la patafísica, esa ciencia de las soluciones imaginarias que surgió en 1948–, le dedica un capítulo al grammelot, el lenguaje escénico que no se funda sobre la articulación de palabras pero que sí reproduce algunos aspectos fonéticos como la entonación, el ritmo y la cadencia. El diccionario lo define como un juego onomatopéyico de un discurso articulado arbitrariamente. Según Albani, “la palabra deriva de ‘protestar’, en francés. Sería el lenguaje que usaban para burlarse de los gobernantes en la antigüedad. Como no era posible hablar mal en teatro del obispo o del príncipe de turno, se usaba un lenguaje no comprensible pero eficaz desde lo satírico. En su Manual mínimo del actor , Darío Fo, amante del grammelot, dice: ‘Debo confesar que uno de mis sueños secretos es salir en el noticiero, sentarme en el lugar del conductor y hablar toda la transmisión en grammelot. Apuesto a que nadie se daría cuenta’”, cita Albani.
Sobre cómo se construye una lengua imaginaria, destaca que “uno de los modos más divertidos es tomar el principio de una palabra y el final de otra y unirlas. Algunos términos de uso corriente nacieron así –explica–: La palabra smog viene de smoke (humo) y fog (niebla)”. Y da algunos ejemplos de un libro de Umberto Eco: “Dartagnac: el brandy preferido de los mosqueteros. Cornitólogo: etólogo que estudia el adulterio entre los pájaros”.
En el festival Scriba las escuelas de escritura tienen ocasión de presentarse y explicar para qué sirven: “Para que uno se dé cuenta de que se pueden traspasar los límites que uno siempre pensó inalcanzables –dice Domitilla Pirro, ex alumna y hoy asistente de didáctica junior de la Holden, la escuela de escritura que Alessandro Baricco fundó en Turín en 1994–. Yo entré porque quería dedicarme a hacer historias para niños y me pidieron que escriba un relato sobre una masacre. Debo decir que fue un desafío importante. Es imposible garantizar que una escuela de escritura te asegure un trabajo pero sí te da las herramientas como para poder inventártelo. Uno adquiere la técnica y los instrumentos necesarios para crearse una profesión en cualquier campo.” Scriba también se ocupa del lenguaje del arte y, en otro ejercicio del disparate, el semiólogo Paolo Fabbri preside una velada en el MAMBo (Museo de Arte Moderno de Bologna), donde la propuesta es analizar el discurso de tres hipotéticos vendedores de arte que improvisan sobre cómo tentar a la platea para que compre tres objetos (¿de arte?) desconocidos para ellos hasta el momento. Primero es una boina. Luego un vaso de agua. Por último, una manzana. “Esta vez quisiera que no hablemos sobre qué es arte sino sobre cuándo un objetos se transforma en arte”, arranca Fabbri. “Podríamos decir que sobre un pedestal y bajo un spot casi seguro que cualquier cosa se aproxima mucho al arte –ironiza–. El objeto debe ser artificato. Y el trabajo de la crítica es la implementación de la obra de arte. Veamos cómo estos tres candidatos ofrecen estas tres obras de arte que ellos desconocen a un público que es constitutivo de la obra arte en cuanto a su recepción.” Cada uno a su turno, los tres vendedores de mentira intentan persuadir a la platea obre las bondades de adquirir esos tres objetos de la vida cotidiana como si fueran obras de arte. El público juega, vota y determina el empate. El festival cumple su objetivo. Y mientras Scriba se despide hasta el año que viene, el MAMBo se pregunta qué hacer con la boina, el vaso de agua y la manzana.

28.11.13

Diez siglos para una declaración de amor a París

El inglés Edward Rutherfurd novela el devenir histórico de la ciudad

París, visto por Atget (la fotografía formó parte en 2011 de la exposición  El viejo París en la Fundación Mapfre). /Jean Eugène Auguste Atget./elpais.com
Edward Rutherfurd (Salisbury, Reino Unido, 1948) es un novelista de enorme éxito internacional especializado en voluminosas novelas históricas en las que sagas familiares ficticias corren aventuras a lo largo de los siglos en una ciudad determinada, que queda minuciosamente descrita tanto en su evolución física como en los acontecimientos históricos más destacados que tuvieron lugar en ella y los personajes más influyentes de su devenir político y social. Hasta la fecha se han publicado en España (Roca Editorial) Londres, Nueva York, y ahora París.
Miembro de una familia de escritores (su abuelo paterno, su madre, su tío...) y emparentado con Walter Scott (lo que tiene a gala), a los 10 años tuvo que permanecer recluido en la cama durante semanas por una enfermedad, y sus padres le regalaron una novela de C. Forester. Ese libro le fascinó y a continuación leyó todas las demás de la saga del marino Horatio Hornblower, que corre mil aventuras durante las guerras napoleónicas. Esta lectura, y a continuación la de las novelas de Conan Doyle (autor de Sherlock Holmes) ambientadas en la Edad Media y, como las de Forester, muy documentadas, resultaron inspiradoras para Rutherfurd. Quiso escribir novelas como aquellas que tanto le habían hecho fantasear, y a eso ha dedicado su vida. Tenía a su favor la genética, como hemos dicho, y también la profesión: trabajó, de joven, en la industria editorial, y así intuyó qué le podía interesar y qué no le gustaba al gran público. Tuvo desde el principio el pálpito de que con unas pocas décadas de trabajo concienzudo lograría hacerse “una carrera de escritor”, pero no esperaba desde el principio tener un éxito internacional tan grande como el que disfruta, y que con modestia atribuye en parte al competente trabajo de su primer editor: “El editor puede hacer mucho para lanzar un libro, o para matarlo”.
Para cada uno de sus libros, lo primero que hace Rutherfurd es visitar el lugar, pasear días enteros, impregnarse de la atmósfera particular de la ciudad. Aunque suene pretencioso sostiene que, para el autor, el lugar tiene que parecer mágico. Luego sigue “el proceso de educar mi propia imaginación”, la reunión de información histórica, y entonces el proceso de “imaginar a personas en ese paisaje urbano”, que no es poco trabajo, pues el protagonismo de sus novelas es necesariamente coral (en París, por ejemplo, los miembros de cuatro familias de diferentes clases sociales, a lo largo de diez siglos).
A continuación, la estructura de la novela, que procura sea sólida y bien definida “porque si sabes que vas a dedicar unos años a escribir un libro —y para Londres, por ejemplo, estuve cinco años, mientras que París ha sido mucho más rápido—, más vale asegurarte antes de que no te encontrarás en un callejón sin salida”. En muchos casos consulta con especialistas y con historiadores, sin temor a resultarles un incordio porque desde que escribió su primer libro, ambientado en la historia de Irlanda, descubrió que muchos académicos y profesores, una vez comprobaban que él había “hecho los deberes”, estaban encantados de que les preguntase tantas cosas “ya que no había mucha gente que se interesase seriamente por su especialidad”. A esos especialistas —en arte, vida cotidiana, música, economía, lenguaje, política, mentalidad— vuelve a visitarlos cuando ha escrito el primer borrador de su novela, para asegurarse de no incurrir en anacronismos flagrantes.
París, dice Rutherfurd, “es complejidad. Me enamoré de la ciudad. Bueno, todo el mundo se enamora de París. Es romántica, y al mismo tiempo puede ser muy fría. La monarquía francesa fue muy fría, Napoleón fue muy frío… París es también una ciudad de revoluciones, y políticamente la Revolución francesa, los ideales que la informan, es todavía una obra en marcha, no ha concluido. Lo cual novelísticamente es también romántico e interesante, como su habilidad para salir graciosamente a flote después de toda clase de conflictos y derrotas. Pero, como le digo, es una ciudad compleja. Tome la torre Eiffel: es un símbolo fálico, pero también tiene una gracia femenina…”.