28.6.14

Diez trucos para acabar de una vez con el síndrome de la página en blanco

Dicen que es uno de los grandes temores de los que escriben, y forma parte de la imagen popular del escritor: el pobre artista se mesa el cabello, atormentado por su propio bloqueo, paralizado ante una hoja impoluta, ante un documento de texto vacío

"Muchos de esos trucos me sirvieron luego para escribir ficción, y los he ido adaptando para la narrativa."/gabriella.com
No es tan frecuente como uno se podría imaginar, pero ocurre. Muchos lo atribuyen al miedo (miedo a fracasar, a escribir algo que no merezca la pena); otras veces se debe, sencillamente, a una falta de ideas. Y es normal, no podemos tener ideas todo el tiempo, a todas horas. No somos máquinas inspiradas de producir genialidad.
¿O lo somos?
¿Cómo son tan productivos algunos artistas? ¿Por qué parecen un caudal constante de originalidad, de creación? ¿Qué tienen ellos que no tengamos nosotros?
No sé vosotros, pero yo rara vez sufro ya de ese temido síndrome. Cuando escribía para Lecturalia, hubo una época en la que producía bastantes artículos a la semana. No es un ritmo que le desee a nadie, porque, sí, hay un número limitado de cosas que se pueden decir sobre el mundo de la literatura, y había ocasiones en las que me quedaba paralizada, a medio camino entre el miedo a haberme quedado seca y el vacío cerebral. Así que me vi obligada a recurrir a muchos trucos y maneras para activar los jugos creativos, para obligar a las musas a visitarme, lo quisieran o no (reconozco que el principal era pasarme horas perdida en el maravilloso agujero de tiempo que son las secciones culturales de periódicos de todas partes, y las webs de actualidad literaria y editorial, y acababa siendo el remedio peor que la enfermedad). Pero muchos de esos trucos me sirvieron luego para escribir ficción, y los he ido adaptando para la narrativa.
Así que, amigos escritores, amigos narradores, os ofrezco aquí mis trucos personales. Igual algunos no son para todo el mundo. Pero creo que alguno acabará por sacaros del atolladero:
1. Anota, anótalo todo: El buen escritor no depende de la inspiración del momento. Tiene un baúl de recuerdos, una base de datos de ideas, una libreta de notas. Yo apunto cosas constantemente: el color de una flor que no había visto antes, un detalle de una conversación, una imagen que he soñado, una frase que se me ha ocurrido mientras me duchaba, algo curioso que le ocurre a alguien a quien conozco. Parasito mi realidad, y también la realidad de otros. Así, si estoy sin ideas, si no sé sobre qué escribir, solo tengo que abrir la libreta y aprovecharme de todo lo acumulado. Y por supuesto mi carpeta de marcadores en mi explorador es infinita. Lo bueno (y malo) de esto es que, cuando abres este canal de influencia, ya no puedes cerrarlo. Todo te parece fascinante, y encuentras maravilla en las cosas más estúpidas.
2. Apunta tus sueños: Como he dicho en el punto 1, los sueños pueden entrar dentro también de esa base de datos. Nos ofrecen imágenes y acciones que nunca surgirían de nuestra mente consciente, por lo que apuntar lo que más nos llama la atención (no es necesario describirlo por completo, solo tomar nota de aspectos que nos parecen interesantes) puede ser muy útil para referencias posteriores.
3. Escribe a diario: La escritura es una práctica que mejora cuanto más se ejerce, pero también lo es la inspiración. Desde que escribo a diario mis ideas se han multiplicado por mil: obligar a tu cerebro a funcionar de cierta forma de manera periódica hace que entres en modo inspirado de manera automática en cuanto reconoce que estás haciendo algo que lo exige, como sentarte delante del ordenador a teclear. Es importante también hacerlo siempre a la misma hora; yo escribo a primera hora, antes de que los pensamientos del día me hayan invadido. Si acabo escribiendo por la tarde, por ejemplo, mi cerebro está en otra cosa y ahí sí que tengo que pelearme con el documento. Pero imagino que en cada caso será diferente: algunas personas funcionan mejor por la noche.
4. Medita: No es necesario meditar como tal, solo relajarse y no pensar en nada en concreto, dejar que los pensamientos fluyan. La meta es liberar la mente de preocupaciones y otros intereses, vaciarla un poco para que lleguen las ideas por sí solas; se trata de estar unos minutos sin hacer ni pensar en nada en concreto (¿difícil, eh?), solo quedarse en el momento. Cuando estoy atascada con un texto, meditar siempre me ayuda. También sirve simplemente cambiar de actividad, cualquier cosa que aleje tu mente del texto en cuestión y te permita verlo con otra perspectiva.
5. Música: Esto no sé si le funciona a los demás como a mí, pero soy bastante sensible a cierto tipo de música. Determinados álbumes y grupos me inspiran siempre. Y algunas letras son puntos de arranque para cuentos, poemas o incluso artículos.
6. Haz ejercicio: Creo que esto va unido al punto 4. El ejercicio hace que a veces nuestra mente entre en un estado diferente, en un “no pensar”, fija solo en las acciones del cuerpo, que son un campo de abono muy propicio para las ideas. Cuando nado se me ocurren mil cosas (pena que no sea muy práctico llevar una libreta de apuntes a la piscina). He llegado a redactar una conferencia bajo el agua (y sí, pena no haber llevado una libreta de apuntes).
7. Utiliza lo aleatorio: Uno de mis favoritos. Me produce un extraño placer verme obligada a utilizar temas o palabras que normalmente no usaría. Es un reto, una forma de autosuperación difícil pero muy efectiva. Hay muchas formas de hacerlo: elegir palabras aleatorias, temas aleatorios, incluso patrones narrativos aleatorios. Es divertido y los resultados pueden sorprenderos.
8. Freewriting, o escritura libre: Ya escribí un artículo sobre este tema. La escritura libre te permite simplemente soltar todo lo que te esté pasando por la cabeza, libre de los límites del estilo. Aunque luego no haya mucho aprovechable, nos ayuda a soltarnos, a entrar en esa fase de fluidez en la que producimos más y mejor.
9. Escribe a mano: Cambiar de formato ayuda, os lo aseguro. Si tienes pánico al documento de texto en tu ordenador, prueba a escribir a la antigua. Pero no de cualquier manera: pon algo de música ambiental, siéntate en la cama o en un sofá cómodo, utiliza un bolígrafo especial (o una pluma) y un papel cómodo (o incluso lujoso, para mí los cuadernos Paperblank siempre son una fuente de inspiración). Crea un ambiente distinto, relajado.
10. Escribe en público: Esto puede parecer un poco extraño, y para los más tímidos será impensable, pero hay estudios que aseguran que el bullicio de una cafetería ayuda al proceso de escritura (hasta hay una app para reproducir el ruido propio de este tipo de local, sí, en serio). Este truco se asemeja al anterior: se trata de cambiar de entorno, de tener un sitio y formato diferente que nos permita reiniciar el proceso, además de los beneficios que tiene, por lo visto, un ambiente de trabajo más o menos relajado, el murmullo de fondo de este tipo de lugar público. Durante un tiempo, cuando vivía en Granada, escribía en cafeterías por cuestiones prácticas, y, una vez superada la vergüenza ante las miradas confusas de camareros y clientes, puedo confirmar que es de lo más productivo.
Estos son solo diez apuntes, los que a mí personalmente me funcionan, pero os aseguro que hay muchos más (muchos escritores tienden a escribir al revés, desde el final, cuando se bloquean, por ejemplo; para otros lo ideal es una buena lectura, que la musa llegue desde la pluma de buenos autores). ¿Qué trucos os sirven a vosotros?

27.6.14

Jeanmaire: "Acá vivimos una guerra civil constante y no nos damos cuenta"

 La Guerra civil es la última novela del escritor argentino, que la describe como una  historia de amor

Obsesión. “Mi tema de fondo es la sociedad argentina: es la mía y la amo, pero también la odio” / Nestor Siera./revista Ñ
La mañana tardaba en despertarse. Culpa de la llovizna, seguro. O del viento, que llegaba del sudeste dando golpes contra las ventanas del pasillo y contra la copa de la única casuarina del jardín. También golpeaba contra las pocas ganas del hombre y la ninguna gana de la mujer que yacía junto a él, majestuosa, blanquísima, a todo lo largo del lado derecho de la cama. La relación no andaba bien entre ellos. Era inútil mentirse.” Así comienza La Guerra civil, la última novela de Federico Jeanmaire (Premio Clarín de Novela 2009 por su libro Más liviano que el aire), que la describe como “una historia de amor”, y explica que, en su opinión, todas las historias son de amor, que no cree que haya muchos libros “que no trabajen el tema del amor en alguno de sus aspectos”. Y entonces, Jeanmaire, sentado en el living de su casa, se sirve un mate, se saca los anteojos y los coloca sobre el libro que está leyendo – El arte de la guerra, de Sun Tzu– se dispone a charlar con Clarín.
El protagonista de esta historia no tiene nombre de pila, con su apellido, Schnagel, es suficiente. Trabaja como tatuador, pero es un tatuador muy especial: se dedica a cambiar los destinos de las personas. ¿Cómo? Tatuando pequeños cambios en las líneas de las manos de los “pacientes”, como él los llama, que acuden a pedirle ayuda. Pero el día en que transcurre nuestra historia, Schnagel tiene un mal día. Las consecuencias serán terribles. Al mismo tiempo, estalla en la ciudad una violenta guerra civil. ¿Será Schnagel el culpable de todo? La soledad, la incomunicación –y la violencia que provocan– vuelven a ser los temas elegidos por el autor de Las madres no les decimos esas cosas a las hijas.
–¿Por qué una novela sobre el destino? ¿Creés en el destino?
–En lo personal no, yo creo en la voluntad, pero como sociedad, el argentino tiene una relación complicada con el destino. Desde chicos nos cuentan que estamos destinados a ser grandes, y ese destino de grandeza es el que nos impide llegar a ser grandes. Es decir, que como sabemos que en algún momento, este país va a ser grandioso, no hacemos nada en el medio. Nos hace mal creer que las cosas están predeterminadas. Es una forma que tenemos de no hacernos cargo de nada. Me pareció interesante un personaje con una profesión que lo aislara mucho del resto para jugar con la idea de que un hecho aislado pudiera ser el causante de lo que sucede afuera. La idea es que todo es lo mismo, no hay ni adentro ni afuera.
-De nuevo los mismos temas que en novelas anteriores, la soledad, el aislamiento...
-En realidad mi tema de fondo es siempre la sociedad argentina. Escribo sobre ella porque es la mía y la amo, pero también la odio y me preocupa mucho. Creo que en este país somos más felices cuando hay circunstancias críticas. Las cosas no pasan porque sí, y no es común tener crisis tan seguido como tenemos nosotros. Se me ocurre que nos cuesta mucho ser felices y terminamos encontrando cierto placer en situaciones límite, porque así siempre está la sensación de que solo se puede ir a mejor. Este país tiene algo bueno que es que es fácil emprender, hacer cosas, el problema es que es igual de fácil deshacerlas.
-¿Por eso la guerra civil?
-Acá vivimos en una guerra civil constante y no nos damos cuenta. Hay mucha violencia, sólo hay que caminar un poco por la calle para verlo, las miradas, las caras duras, los insultos. Nadie dice gracias ni por favor. Se me ocurrió que una guerra civil podría estallar en cualquier momento generada por la acción de alguien que está en su casa.
-¿El aislamiento de Schnagel tiene que ver con eso?
-El aislamiento de ese personaje es como yo veo a la Argentina. No hablamos, no nos comunicamos y eso es preocupante. Escribo sobre estos temas porque tengo muchas preguntas, no entiendo nada, y la literatura me parece un lugar perfecto para hacer eso, plantearse preguntas, al menos ese el motor que a mí me lleva a escribir. Me siento, me hago preguntas y veo qué se me ocurre narrativamente. Si me pedís respuestas, la verdad es que no tengo.

13.6.14

Rivas:" Todos tenemos algo de Ulises"

El escritor gallego ahonda en las razones que lo llevaron a escribir Las voces bajas, una novela con ecos de infancia y miedos

Manuel Rivas, autor español de La lengua de las mariposas./revista Ñ
Recuerda el instante en que la literatura se manifestó en su vida como un acontecimiento iniciático. Tenía 2 años y en la casa estrecha de su infancia no abundaban los juguetes. Una tarde, mientras su hermana María miraba por la ventana una caravana festiva, de pronto asomaron unos muñecos gigantes. María corrió hacia él, se abrazaron aterrados. Al volver la madre a su casa, le contaron el episodio. Ella les dijo: “Si seréis tontos. Son los cabezudos, los Reyes Católicos”. Con la poesía que le pone a las palabras cuando habla, Manuel Rivas lo razona así: “Ese era el principio de un relato histórico, una alquimia perfecta de lo que es la literatura, mezcla de espanto y humor, de miedo e ironía. Fíjate el recorrido de esa frase. Es la historia de uno mismo a través de los otros”. El narrador gallego vino a Buenos Aires invitado por la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), para participar del Programa Lectura Mundi y de actividades de la revista Anfibia.
El autor de El lápiz del carpintero ignora por qué esas palabras de su infancia le despertaron el deseo de narrar. Hoy, a los 56 años, vuelve a “aquella interferencia, el recuerdo del primer miedo, que me apareció cuando escribía otra novela”. Puesto a explicar cuáles fueron los hechos que se le manifestaron con tanta nitidez, a la hora de comenzar a tejer Las voces bajas dice que fue su hermana María la que primero se apareció claramente. “Este primer recuerdo era como una imagen de un tiempo de la vida en el que yo estaba en la frontera del lenguaje, tenía dos años y apenas balbuceaba. María era quien hablaba. Yo encuentro en esas voces bajas los murmullos de la vida. Pero es también una historia del miedo que aparece en todas las células madres de la escritura. Los ‘Cuentos de Grimm’, ‘Pedro y el lobo’, ‘Hansel y Gretel’, ‘Pulgarcito’, ‘Blancanieves’, ‘Los músicos de Bremen’ son en el fondo formas de adiestramiento contra el miedo. En los cuentos de hadas el miedo humano es el miedo al abandono. En todos está ese miedo mayor”, reflexiona Rivas. Claro que aquel primer miedo infantil tenía unos secretos vasos comunicantes con la realidad histórica de su país. Eran los años 60, “hasta ese momento todavía era la posguerra que se ve, incluso en la ropa. En las fotos aparezco como más gordo, pero en realidad es que la ropa me iba apretada, porque era donada. Era un tiempo donde la gente empezaba a reconstruir los tejidos de la vida. Hay otro capítulo donde cuento que me llevaban a una especie de guardería; éramos muchos niños. Parecía un cajón. Allí aprendí que las paredes pueden expandirse. Era como crear un lugar. Gran parte de la vida transcurre entre el lugar y el deslugar. Y la vida existe cuando la gente convierte el deslugar en su lugar. Es la relación entre cuerpo y territorio”.
Rivas, que ama a su hermana María, dice que éste es su libro. “María siempre me lleva de la mano un paso para adelante. Es ella quien me conecta con las lecturas, la política, con la vida… Ella no tenía miedo y era de vanguardia”. Fue gracias a su hermana que descubrió tempranamente que el machismo es una primera forma de poder “que lleva a otras formas de poder como la esclavitud y la violencia. Es una forma de poder transversal a sociedades y religiones. Esto se veía más claro en un ambiente antifascista. Frente a las voces del poder, que son las voces altas, aparecían estas voces bajas con las que me conecté. María tuvo mucha influencia, me abrió el camino”.
–¿Por qué eligió la infancia?
–Además de la interferencia inicial sobre el miedo que apareció cuando estaba escribiendo otra cosa, era una época que tenía que ver con los secretos. Este viaje de la literatura, emprendido en el libro, es una melancolía activa. Es un rescate de un ser vivo que va germinando. Un secreto abre la puerta a otro secreto. Algo se devela, pero crea un nuevo enigma. Es un proceso como cuando se crea una nueva lengua. Todos tenemos voces bajas y voces altas. Dentro de nosotros, se desenvuelve un combate entre la voz que susurra, que no quiere dominar, y la que quiere imponerse, ordenar. Todos llevamos dentro un anarquista y un tirano. La voz que escribe es la voz libertaria. La infancia es un escenario en el que vivimos y sentimos de forma extrema. Al menos, eso es lo que recuerdo. El primer miedo, la primera crueldad, la primera rebeldía... Es la rebeldía contra la injusticia, la desobediencia interior del “pequeño salvaje”, el verdadero principio de la historia humana.
–¿La búsqueda de la literatura es casi arqueológica?
–Encuentro una similitud entre la búsqueda del viaje literario y de la arqueología. En principio, el viaje empieza escapando, va de un enigma a otro, de un lugar a otro, iluminándose con una luz que parpadea. La arqueología también va encontrando huellas ocultas. La diferencia está en que, en la arqueología, hay un límite que se llama “la línea de lo inaccesible”. Pero la búsqueda literaria se atreve a ir más allá. Y aparece la imaginación, que no es la fantasía, sino la forma más acabada de realidad. Pues nos permite atravesar la línea de lo inaccesible.
Cuenta el autor de Los libros arden mal que en este viaje a Buenos Aires estuvo con cartoneros, los vio hurgar en los residuos y de pronto suelta frases como ésta: “Así como un ciruja es quien revuelve en las entrañas de la montaña de basura, un escritor tiene que adentrarse con sutileza en los escombros”.
–La suya, como otras familias españolas, debe haber guardado secretos.
–Ocultar secretos es común a todas las familias en España. Hemos vivido de uno u otro lado durante la Guerra Civil. Ocultar era una forma de autodefensa. Se enterraba la memoria por miedo. No supe cosas de mis abuelos hasta que murió Franco. Entonces me contaron que uno de ellos estuvo a punto de ser fusilado. La memoria no es un frigorífico, una nevera. La memoria “sueña hacia adelante”. Se conjuga en un tiempo de presente recordado. El problema en España es que desde el establishment se quiso imponer una amnesia retrógrada.
Si algo es inherente al autor de Todo es silencio es su relación con la lengua literaria, su forma de trabajar el lenguaje, de seleccionar las palabras, de intensificar su sentido. “El primer contacto pertenece a la pulsión de Eros. Por decirlo así, las palabras están deseando saltar a la boca, a los labios. Son tus colores, tu música, tus antenas, tus células más táctiles... Pero esa relación intensa, con el paso del tiempo, también se vuelve más perturbadora, más inquieta. Las palabras están tatuadas, son también tus heridas y llevan las marcas de todos los dolores. Y a veces llegan envenenadas, intoxicadas, cansadas de decir. Me impresionó mucho algo que George Steiner dijo de Samuel Beckett en relación con las palabras. Dijo que las sacaba “a escondidas a la luz”, tomándolas de unas reservas peligrosamente escasas. La tarea de escribir, tal como hoy la entiendo, es una lucha contra la extinción, para preservar el sentido de las palabras, una tarea salvaje, ecológica, frente a la sustracción depredadora.” El escritor jujeño Héctor Tizón decía que en cada ser humano hay una novela en potencia pero que el secreto reside en cómo contarla. Lo comparte Rivas: “El cómo escribir es parte esencial de la historia. Es más, el cómo escribir tiene un efecto causal; hace fermentar lo que se cuenta. Está el dicho latino: ‘Si dominas el tema, las palabras vendrán solas’. Pero podemos darle la vuelta: ‘Si dominas las palabras, el tema vendrá solo’. Sí, cada ser humano tiene una novela que contar. Es un Ulises en potencia. Pero la manera de contar es el fósforo imprescindible para que se ilumine una obra”.
Las voces bajas cuenta también una época en la que, según Manuel Rivas, “no se podía mirar y no se podía decir”. De allí que le atribuya a la literatura la misión de “intentar mirar lo que no se podía y decir lo que no se debía”. El escritor gallego no comprende “la ficción como una huida. Realmente creo que ésta es una novela. En todas partes me ha pasado que la gente la lee así. Quien escribe no soy yo. Es una persona que anda, se cruza con otro, es un niño que atraviesa el tiempo y el espacio”. Y al final de la escritura pervive en Rivas una “sensación de felicidad clandestina”, la de haber atravesado aquel miedo atávico de su primera infancia.

El murmullo de los estorninos

No, no es una autobiografía. Escribí Las voces bajas por una extraña obligación que, desde el principio, viví como aventura, un viaje hacia lo vivido, pero desconocido. Hacia los primeros momentos en que para mí se abrió la boca de la literatura, no en los libros, sino en el manuscrito de la vida. Somos lo que recordamos. Pero también somos lo que olvidamos. En ese viaje me llevaba de la mano María, la muchacha anarquista, la que abría paso. Mi hermana ya fallecida.
Las voces bajas es la novela de los otros. La búsqueda de un Comala, ese espacio entre el recuerdo y el olvido, como diría Rulfo, “donde se ventila la vida como un puro murmullo”.
“Murmuration” es la forma con que en inglés se denomina a la bandada de estorninos. El nombre elegido es de una precisión poética. La nube o formación de estorninos describe en el cielo, al volar, una potente ficción. Cientos o miles de pequeños pájaros construyen un ave gigantesca. Como una halografía, como una performance en la pantalla celeste. No es por placer estético, aunque lo parece. Es para disuadir a las rapiñas que, al acecho, se asustan ante ese ser dibujado como una trama con puntos benday, a la manera de los utilizados en pop-art por Roy Lichtenstein.
Las voces bajas son las voces que no pretenden dominar. Incluso después de muertas, quieren decir, compartir el asombro: el sueño de la sombra. En Esperando a Godot , Vladimir pregunta: “¿No tienen bastante con estar muertas?”. Y Estragón responde: “No, no es suficiente.” Por eso son literarias, queriendo o sin quererlo. Saben a pecado.
“No se puede decir”. Esa era una especie de consigna en la atmósfera de la infancia. Vivíamos en ese estado de alerta. El lenguaje era muy importante.
Las voces bajas tenían que moverse con intuición filológica. Las palabras podían ser un pecado por decir una verdad inconveniente. Goya tituló en “Los desastres de la guerra”: “No se puede mirar”. Así que la educación sentimental en España ha tenido históricamente ese cerco intimidatorio: Lo que no se puede decir y Lo que no se puede mirar.
Todo comienza con el primer miedo: dos monstruos ocupan el ventanal de nuestra casa, el que daba a la calle. Mi hermana y yo corrimos a encerrarnos en el baño. Cuando volvió mi madre del reparto, pues trabajaba de lechera, nos buscó con el miedo de la hembra que no encuentra a sus crías. Nuestro miedo era distinto: era el primer miedo. El terror. Hasta que Carmiña, mi madre, nos dijo: “¡Tontos! Eran los gigantes cabezudos. Eran los Reyes Católicos.” El primer recuerdo va asociado a esa frase, que actúa con un inicial punto de cruz para tejer todo el libro: la urdimbre de terror y humor, de miedo e ironía. Después, en la escuela, cada vez que oía hablar de los Reyes Católicos me acordaba de los cabezudos y me tapaba la boca para no reírme. Todavía hoy, cuando oigo hablar de reyes, pienso en los cabezudos. Y recuerdo la voz irónica y libre de mi madre. La boca de la literatura abriéndose por vez primera.

12.6.14

Errores imperdonables al escribir una novela

Hasta ahora hemos visto que ciertos errores pueden condicionar tanto la lectura de una obra por parte del público, que este termine por abandonarla 

Errores que no hay que cometeral escribir una novela./oficiodeescritor.com
 
Algunos fallos incluso pueden afectar tanto al escritor que sufra diferentes tipos de bloqueo. De estos tres errores que faltan para completar la serie, los dos últimos son los que afectan más al escritor que al lector. Y casi te podría asegurar que son tres errores que todo escritor debería cometer obligatoriamente en los inicios de su carrera.
¿Por qué? Pues te lo explico a continuación…

ERROR #7: UN MAREANTE PUNTO DE VISTA

Este error no solo lo cometen los escritores principiantes. A veces incluso cuesta detectarlo cuando el libro ya está publicado y en circulación. Se le ha pasado por alto a escritor, corrector y editor.

Puedes imaginar entonces la de veces que se ve este fallo en libros autopublicados que se saltan el proceso lógico editorial.

¿En qué consiste? Pues te lo explico con un ejemplo:
“Marisa dudaba entre descolgar el teléfono y llamar a Esther o ponerse algo encima, coger un taxi y plantarse en su casa. Pero la fina llovizna de aquel domingo por la tarde no invitaba a salir de casa. Tampoco le resultaría fácil encontrar un taxi libre. Aun así, no se decidía a descolgar el teléfono y llamar a su amiga.
En esta indecisión, de repente, sonó el teléfono. Sonrío al ver el nombre en la pantalla: Esther.
— Qué bruja eres —dijo Marisa al descolgar—, estaba pensando en llamarte ahora mismo.
— Eso se lo dirás a todas —respondió Esther, riendo—. Pero voy a creerte porque imagino que sabes por qué te llamo…
Esther buscó el paquete de cigarrillos entre el desorden de su mesilla de noche. Sintió un cosquilleo en el estómago y pensó en cuánto le gustaban esas tardes lluviosas de domingo en casa…”
¡Alarma! ¡Cuidado, amigo escritor! Aunque no lo parezca, estás cayendo en el Error #7: esta escena comienza desde el punto de vista de Marisa. Estamos dentro de su cabeza. Dentro, no en un punto cercano desde el cual observamos sus movimientos. Sabemos qué siente y qué piensa.
Entonces ¿qué artificio nos ha permitido salir de la cabeza de Marisa y meternos en la de Esther, sin previo aviso?
De acuerdo, el narrador puede ser omnisciente y saber lo que sucede en cualquier lugar, momento y lo que pasa por la cabeza de cualquier personaje… pero el lector se va a sentir mareado y descolocado si se salta de un pensamiento a otro: llegará un momento en el cual quien saltará de la historia será el lector.
¿Por qué? El lector necesita identificarse con un punto de vista y tener como referencia a un personaje para poder vivir las situaciones.
Este personaje puede cambiar las veces que se desee… siempre y cuando al lector le pongamos sobre aviso.
No basta una llamada de teléfono para pasar de un punto de vista a otro y salir de una cabeza para meterse en otra. Hay que finalizar una secuencia o indicar que una escena ha terminado.

Igual que hacemos punto y aparte para cambiar de tema, es necesario decirle al lector que hemos terminado de contar algo desde ese punto de vista antes de pasar a otro.

En las novelas corales, cuando los papeles principales están repartidos entre muchos personajes y hay numerosos secundarios, esto es más necesario si cabe.
Imagina una novela de estas características e ir pasando de los pensamientos y puntos de vista de cinco o seis personajes en un solo capítulo. Lo más recomendable es que en cada capítulo se cuente la historia desde el punto de vista de cada uno de estos personajes.
Consejo: cuando hagas la revisión de tus propios textos, toma siempre la referencia del personaje conductor de cada escena y presta especial atención cuando se relacione con otros. Cualquier pensamiento o emoción de estos otros personajes que el lector no pueda conocer si no es por una acción concreta, entrará de lleno en el Error #7
Por qué es necesario que el escritor novato cometa este fallo: porque cuando alguien se lo hace notar, el escritor en ciernes se ve obligado a revisar de nuevo su texto teniendo en cuenta el consejo anterior. La revisión debe ser tan minuciosa, que sin duda esa historia va a ganar en profundidad y coherencia. Y para la próxima vez, pondrá la máxima atención para no ser pillado de nuevo en un fallo tan de novato ;)
Atrévete a equivocarte, porque haciéndolo consigues innovar… o aprender.

ERROR #8: REPRESIÓN Y MOJIGATERÍA

Este tipo de error a veces lo he descrito como un bloqueo. ¿Dónde termina la vida privada y comienza el escritor?
Es decir, quien comienza a escribir lo hace sin saber dónde poner los límites. ¿Qué contar de la experiencia propia? ¿Pensarán los lectores que esto me ha sucedido en realidad a mí, y no al personaje? ¿Hasta dónde tengo que desnudar mis pensamientos y sentimientos?
El resultado de tales dudas es un bloqueo que dificulta el acto de traspasar el Primer Umbral o el avance en la historia al llegar a un punto determinado.
Pero otras veces sucede algo muchísimo mejor que quedar bloqueado.

Algo que es necesario que todo escritor principiante conozca para poder superar: la falta de naturalidad que impide a un autor encontrar su propio estilo literario.

El miedo al “qué dirán o pensarán de mí si escribo esto” ha destruido más carreras de escritor que la misma maquinaria de la industria editorial (nota: la diferencia entre sector editorial e industria editorial está explicada en el webinar que puedes ver al final del Curso Online de Narrativa).
Donde más se puede notar esa timidez y falta de decisión es en las escenas de sexo. No son pocas las veces que, en las asesorías privadas, llamo la atención sobre esto a los autores cuya novela superviso.
¿Por qué escatimar al lector detalles de las escenas más apasionadas?
El acto de leer es también un acto de voyeurismo, uno de los más invasivos. Como lectores nos metemos en lo más íntimo de las vidas de los personajes. Sus pensamientos y emociones, su pasado más oscuro y sus anhelos más secretos… pero resulta que, al llegar a la intimidad de la alcoba, se le niega al lector la posibilidad de conocer también esa parte de la vida de unos personajes que conoce al detalle: su vida sexual.
Cierto: a veces es mucho más sugerente insinuar que mostrar. Pero entonces ¿por qué sabes de un personaje que fue violado en la infancia, pero no te atreves a mostrar lo que sucede en su dormitorio durante la vida adulta? Ojo, que puede suceder todo lo contrario y entonces caer en la pornografía: se escatiman detalles importantes de su biografía, pero entonces se cuentan con todo lujo de detalles los encuentros sexuales.

Es ahí donde reside el error: en mostrarlo todo de un aspecto y poco o nada de otro; si insinúas, insinúas siempre y si muestras, lo muestras todo.

Una variante de esto es el uso de eufemismos. Está bien buscar sinónimos para depurar el estilo de escritura y no repetir palabras innecesariamente o caer en cacofonías. Pero otra cosa es evitar decir la palabra en cuestión porque resulta malsonante o demasiado gráfica.
Consejo: utiliza pene o vagina cuando sea necesario utilizar pene o vagina… y polla o coño cuando toque decir polla o coño (nota: esto es válido para escritores de España, para escritores de otras zonas de habla hispana, añádanse las palabras malsonantes que correspondan).
Tanto si tus personajes están al servicio de la historia o tienen vida propia, haz que digan lo que deban decir. Ni más, ni menos.
Ejemplos de eufemismo:
Persona de color: por negro/a
Persona de la tercera edad: por viejo/a
Dar a luz: por el verbo parir y el momento del parto
Persona invidente: por ciego/a
Estas expresiones se justifican a menudo diciendo que se pretende ser más elegante. Se convierte en eufemismo cuando la supuesta elegancia está inspirada por la mojigatería o la represión del “qué dirán o pensarán”.
El no querer ofender a un colectivo está muy bien… no utilices entonces expresiones del tipo “es un trabajo de negros” o “les hicieron una judiada” o “le engañaron como a un chino”. Pero utiliza sin complejos las palabras negro, judío, viejo… e incluso maricón.

Lo que es ofensivo no es usar ciertas palabras, es cómo las utilizas.

De hecho, según lo que digas sobre negros, homosexuales o judíos puede ser un delito perfectamente tipificado y comportarte problemas legales. Problemas serios y muy seguramente bien merecidos.

ERROR #9: CONDENSAR TODA UNA OBRA LITERARIA EN UNA SOLA NOVELA O RELATO

Es probable que comiences escribiendo relatos cortos, fruto de tus anotaciones constantes de ideas sueltas, pensamientos varios, ensoñaciones o divagaciones. O todo ello a la vez.
Pero intuyes que esos relatos no expresan todo lo que necesitas expresar y vas acoplando ideas, amontonando pensamientos, coleccionando ensoñaciones.
Es posible que un día leas un libro apasionante, encontrando la inspiración y la motivación que necesitabas en él, lo cual te impulsa a escribir.
Surge en tu mente la idea de hacer una novela. Comienzas tirando del hilo, te inventas unos personajes y los utilizas para soltar todo lo que llevas tiempo queriendo expresar.
Tienes tantas cosas que decir, tantas ideas que hierven en tu cabeza, tanta pasión que transmitir e historias que contar… que vas y las dices todas de golpe.
Con suerte, lo entenderás sin perderte en el laberinto de tu propia creación, porque es justo eso, tu propia creación. Lo entenderás tú… y para de contar.

Has volcado todo lo que tienes que decir en una sola historia. Has confundido lo que es una idea para contar algo con un argumento para explicarlo todo.

Deja que te explique la diferencia entre un relato, una novela y toda una obra literaria:
En un relato explicas algo muy concreto, que puede expresarse en unas páginas. Contiene algo, más o menos profundo, que deseas expresar. Y lo expresas de una manera sencilla, de forma evidente o sutil, con una historia corta.
Por coherencia estructural, te recomiendo que en los relatos cortos desarrolles ideas sencillas. Antes que intentar definir el amor universal, procura expresar el amor que se siente hacia una madre o un abuelo.
Para expresar el amor universal tienes la novela. Puedes desarrollar una historia más compleja para expresar ideas más complejas. Temas que necesitan muchas más páginas para que puedan calar en el lector a un nivel más profundo.
Con la novela puedes involucrar al lector, gracias a tus personajes, en los hechos que ellos viven. Les puedes transportar a otros estados de conciencia y hacerles sentir emociones determinadas, influirles a nivel inconsciente para que integren de manera profunda aquello que quieres transmitir.

Se podría decir que la extensión y complejidad de una historia está determinada por la extensión y complejidad de las ideas que deseas transmitir… o el nivel de profundidad al que quieras llegar.

Es cierto que autores como J.D. Sallinger, John Steinbeck, Ernest Hemingway y otros llegan a mucha profundidad con relatos o novelas cortas. Para eso es necesario ser un economista de recursos narrativos a nivel maestro.
Y sobre todo, tener claro qué quieres contarle al mundo con tu escritura.
Porque si lo tienes claro, podrás expresarlo de forma más clara, concisa y repartida en toda una obra literaria, evitando embrollarte diciendo todo lo que quieres expresar en una sola novela.
Pero en realidad, necesitas contarlo todo en esa primera novela. Poner toda la carne en el asador para darte cuenta de que tu primera novela, casi con toda seguridad, no sirve de gran cosa.
Forma parte del proceso de convertirse en escritor.
Cuando te das cuenta de que has embutido toda una obra literaria en una sola historia, es cuando puedes comenzar a desgranar el sentido de lo que persigues a la hora de escribir.
¿Por qué escribe un escritor? ¿Qué impulsa a alguien a contar historias? ¿Por qué recorrer este incierto camino, existiendo otros mucho más fáciles y, desde luego, rentables?
Pero, de forma más práctica, también podrías preguntarte…
¿Cómo puedo contar historias que expresen lo que deseo de forma precisa y no dispersarme?
¿Cómo superar los bloqueos y saber que estoy construyendo algo con sentido para más gente y no solo para mí?
¿Cómo saber que lo que pretendo decir guarda coherencia con la forma de decirlo?
¿Cómo decirlo de manera que tenga un significado para las vidas de mis lectores, que pueda aportar algo, por insignificante que sea, para enriquecer sus vidas, hacerlas más plenas?

CONCLUSIONES FINALES

Cuando te hagas esas preguntas y busques su respuesta, es cuando estarás en condición de afirmar que vas camino de convertirte en un escritor auténtico. Porque hay una diferencia entre ser una persona apasionada por escribir y un escritor.

Hay errores que se pueden cometer y otros no. Hay errores que una persona apasionada por escribir puede cometer, pero no un escritor.

La línea que separa a unos y a otros es fina, casi invisible.
Muchas veces es una frontera con los bordes desdibujados o cambiantes.
Es muy probable que, si estás leyendo esta serie de artículos, te preocupe lo suficiente escribir bien como para estar en camino de ser considerado escritor. Puede que estés en la frontera, vislumbrando esa fina línea. Puede, incluso, que ya la hayas cruzado sin darte cuenta.
ERRORES DEL UNO AL TRES
ERRORES DEL CUATRO AL SEIS

9.6.14

Leyenda de Guatemala

Hace cuarenta años, en Madrid, el 9 de junio de 1974, moría Miguel Ángel Asturias. Había recibido el Premio Nobel en 1967, cuando ya era un personaje mítico, casi un Papa laico, proveniente de uno de los países más castigados del continente americano. Su obra puede ser releída como un territorio que prefiguró el renovado impulso de América Latina. Mientras actualmente hay en marcha un documental sobre su vida y su decisiva residencia en nuestro país, en esta nota habla su hijo, también llamado Miguel Ángel, para empezar a reconstruir la leyenda de uno de los grandes escritores que el boom primero opacó y luego reivindicaría

Miguel Ángel Asturias, autor guatemalteco de El señor presidente./pagina12.com.ar
Hace 40 años, en los corredores del Hospital de La Concepción, en Madrid, se producía una escena tan setentista y cinematográfica como inverosímil para un espectador actual: comitivas de influyentes de al menos tres países montan guardia día y noche carroñando sobre los últimos instantes de un escritor latinoamericano. ¿A qué tanto despliegue? La respuesta se integra en la serie de gestos ampulosos de cuando la Guerra Fría y la ausencia de Internet –por nombrar sólo dos redes– dominaban el mundo y las fórmulas “literatura latinoamericana”, “intelectual comprometido” tenían su definición en el sentido común. Ni García Márquez, entre todos los jóvenes que por aquellos años le disputaron las riendas del boom al patriarca que está en ese hospital, que llegaron a acusarlo de mal escritor y viejo chocho mientras le enrostraban las buenas prácticas literarias e ideológicas, ninguno tuvo, cambio de siglo mediante, una muerte tan anunciada.
–Yo no sabía que estaba tan grave –cuenta su hijo Miguel Angel Asturias Amado– hasta que recibo una llamada misteriosa que me dice que fuera para Madrid. Hablaban de parte de un personaje muy conocido en la farándula franquista, Maite, la dueña del restaurante del mismo nombre, muy amiga de mi padre. En el aeropuerto, siguiendo con el misterio, me esperaba un coche que me llevó directo al hospital, donde me encontré con ese espectáculo de gente opinando y con la esposa de mi padre totalmente desbordada. Fijate cómo sería la cosa que todas las noches la TV española cerraba su transmisión con la foto de mi padre y el parte médico.

EMBAJADOR DE DOS MUNDOS

Junio de 1974. El que agoniza es el guatemalteco Miguel Angel Asturias, el de Leyendas de Guatemala, El señor presidente, Hombres de maíz. También el autor de la trilogía bananera, súmmum de la denuncia novelada, ejercicio de “documentalismo mágico” que redactó en tiempo record y en simultáneo con la realidad. Es Guatemala, bajo la dominación de la United Fruit Company, la empresa norteamericana que se adueña de toda la tierra y de todas las almas mientras instaura un Estado (yanqui) dentro del Estado. Novelas arduas de leer pero coherentes con una narrativa originalísima por ser construida pendiente de una patria rara para todos y a la que el crítico chileno Luis Harss bien describió como “especie de tribunal de apelaciones, refugio de los humildes con sus penas anónimas”.
Léaselo hoy como sujeto histórico o personaje vintage, Asturias llegó a ser Premio Lenin de la Paz otorgado por la Unión Soviética, recibido de manos de La Pasionaria en 1966; Premio Nobel de Literatura en 1967.
Casi el único (la otra excepción será Neruda) que lleva en cada mano las cucardas de la lucha antiimperialista y de la burguesía mainstream. Anduvo por todo el mundo (más sencillo hacer la lista de los países y episodios históricos del siglo XX donde no figuró) acusado de célula comunista o de propagandista del establishment funcional al capitalismo. Obtuvo en consecuencia los halagos más prestigiosos y opíparos: él mismo alimentó su voluminoso perfil de loco por las grandes comilonas y borracheras, a punto tal que competía por el título de más panzón con su editor Gonzalo Losada comparando reflejos en las vidrieras de la Richmond, y ya sesentón, escribió con otro barrigudo, Neruda, el libro de viajes Comiendo en Hungría, luego de cuya producción in situ terminaron internados. Y tuvo sus castigos: vivió la mitad de su vida en el exilio, por voluntad propia y también por la fuerza. A veces con alguna residencia oficial y otras en castillo prestado pero sin estufa. Menos el último, cumplió con lo que el poeta Alfonso Orantes nombraba como destino del guatemalteco: “encierro, destierro o entierro”.
La tensión en el hospital madrileño confirma que ese hombre es más que su biografía literaria: representantes de las extremas derecha e izquierda lo sienten propio, mito muriente de alta expansión simbólica. Si los restos regresan a Guatemala, santifican la dictadura donde ya figura nada menos que Efraín Ríos Montt (el mismo que fue condenado en mayo de 2013 a 80 años de prisión por genocidio y crímenes de lesa humanidad y cuya sentencia fue anulada en el mismo mayo de 2013). Si se queda en España acompaña a una tiranía en declive (Franco iba a morir unos meses más tarde). Argentina había sido una de sus segundas patrias, donde se quedó a vivir su hijo Miguel Angel y donde, muy a su pesar, su hijo mayor, Rodrigo, se terminó por decidir por el camino de la guerrilla cuando siendo un adolescente entró en contacto con las juventudes estudiantiles de La Plata. Buenos Aires –“la mejor ciudad europea para vivir”– le presentó a su última esposa, Blanca Mora y Araujo, en una de las célebres reuniones en la casa de Oliverio Girondo y Norah Lange; a su rescatista del alcoholismo, Simeón Falicoff, terapeuta muy particular que atendía gratis a artistas y escritores y practicaba la acupuntura entre otros métodos, impulsor de la novocaína como elixir de juventud y guía de misteriosos viajes a Rumania que estiraron a más de un autor. Falicoff quedó escrachado o inmortalizado, como se decía antes con la sorna de Sabato, que se resistía a las estéticas, en Sobre héroes y tumbas.
Argentina es el país donde llega con 50 años y con una obra casi escrita, se encuentra un día con Losada, quien al día siguiente le publica El señor presidente y lo vuelve best-seller de por vida. Pero ahora no eran tiempos para regresar –ni muerto– a la Argentina, donde también estaba por morir Perón.

SIEMPRE NOS QUEDA PARIS

Francia, la otra segunda patria que lo trata como a un autor nacional, le ofrece una tumba en Père Lachaise, ese palacio al aire libre que alberga a muertos de bronce, desde Jim Morrison y Edith Piaf hasta Molière, para distracción eterna de los turistas. Muchos, sobre todo guatemaltecos, le reprochan a Asturias el haber optado por Francia, una vida dedicada a volver literatura la verdad maya para terminar consiguiendo un status europeo.
–Pero eso es un gran error. No había dejado nada escrito, la decisión fue de la familia y en particular mía –cuenta el hijo–. Tuvimos que tratar de pensar qué habría elegido él. España y Guatemala estaban bajo dictaduras y mi padre siempre había estado en contra de las dictaduras. Francia, que él la amaba, ofrecía gratis ese lugar. Sus restos fueron trasladados a París en un avión que cedió el gobierno de México, otra tierra muy importante, donde conoció a Valle Inclán y José Vasconcelos, donde mi hermano vivió exiliado. Cuando subimos al avión recuerdo que escuchamos la voz del presidente Echeverría, había grabado un pésame en nombre de todo el pueblo de México.
¿No tuvieron oportunidad de preguntarle qué quería él?
–En cuanto entro al sanatorio me hacen pasar a una sala donde los médicos me muestran los estudios que determinaban presencia de cáncer prácticamente en todos los órganos. Pidieron mi autorización para operarlo y yo les dije que hicieran todo lo que sabían de medicina para que sufriera lo menos posible. Y así se hizo, no lo operaron. Cuando voy a verlo a su habitación, me pregunta muy asombrado qué estoy haciendo en Madrid. Yo también, asombrado pero más triste de verlo, porque había sido tan gordo, tan corpulento y ahora estaba tan flaquito, le dije que venía por mi trabajo. “Quedate entonces, que yo salgo de acá en unos días y nos vamos juntos”, me respondió contento. Siempre negó la muerte, la negó desde que tenía el diagnóstico hacía un año y nunca dejó de viajar por el mundo dando conferencias. De hecho, lo habían internado varias veces ya, y ahora estaba de paso por Madrid volviendo de Sevilla, donde había asistido a un congreso sobre Fray Bartolomé de las Casas.
Negó la muerte, pero no negó a Guatemala.
–Claro que no, y se puede ver en las grandes cosas que hizo, que eso está en los libros y en los estudios sobre él. Pero yo te puedo decir de los detalles. Mi padre, que podía ser atendido por los mejores médicos, nunca dejó que nadie lo tocara sin antes consultar con “su mediquillo”, como él lo llamaba. Era un amigo médico que vivía también en el exilio y en quien confiaba más que nada porque era compatriota. Y me acuerdo de un gesto en el hospital, en esos momentos de entrada y salida de médicos y enfermeras: mi papá muy dolorido pero siempre muy amable, cuando se iban saludaba poniendo el dedo pulgar entre el índice y el anular. En Guatemala ese gesto es un insulto fuerte. Se reía mucho con los pocos entendidos que estábamos ahí. Era su venganza guatemalteca.
Su otro hijo, Rodrigo Asturias, en ese momento estaba combatiendo en la montaña.
–Mi hermano estuvo casi 30 años en la guerra, se fue en 1971 y sin que mi padre lo supiera se despidió de él un año antes, en París. Durante un tiempo siguió creyendo que Rodrigo seguía como gerente de la editorial Siglo XXI. El era comandante guerrillero de la ORPA (Organización del Pueblo en Armas). Estaba obviamente incomunicado, así que yo no podía consultarle ni avisarle nada.
¿Cómo se enteró su hermano de la muerte de su padre?
–Rodrigo había adoptado el nombre de Gaspar Ilom, que es el indígena rebelde en Hombres de maíz, el liberador de Guatemala, la novela más querida por mi padre y la que más se lanza a reproducir el pensamiento del indígena. Y años después cuando mi sobrino, su hijo Santino, creció y quiso ir con su padre a la montaña, adoptó el nombre del personaje hijo de Gaspar. Nosotros siempre lo supimos, porque una vez mi hermano le mandó una carta de su puño y letra que decía “Papá: Los hombres de maíz se hicieron guerrilleros” y firmaba Gaspar Ilom. Imaginate cuán brutos eran los militares que nunca sospecharon la relación entre un comandante con ese nombre y el hijo de mi padre. Hace unos años, en el velatorio de mi hermano, se me acercó un señor muy sencillo, de la montaña, y me dijo que quería contarme algo: “El día en que su padre falleció yo me enteré por la radio y entonces pedí permiso para ver al comandante, porque yo estaba seguro de que el comandante Ilom tenía que ser el hijo de Asturias. Entré a la carpa y le dije: Comandante Gaspar, quiero comunicarle que se ha muerto Miguel Angel Asturias. El me miró, yo vi que se le llenaron los ojos de lágrimas y me dijo solamente: se puede retirar. Al rato salió, reunió a todos y nos dio órdenes como siempre”.
¿La dictadura en Guatemala aceptó pacíficamente que no lo enterraran allí?
–Les expliqué que no estaban dadas las condiciones para que un gobierno que estaba asesinando al pueblo tuviese el honor de tener a Miguel Angel Asturias. Entonces me pidieron que, para que no se dijera que el gobierno le negaba volver, yo mismo transmitiera mi decisión por cadena nacional. Mi hermano, años después, me contó que escuchó por radio que iba a hablar yo y que pensó: Seguro que Miguelito lo va a traer a Guatemala. Y cuando escuchó mis palabras me dijo: “Me sentí muy unido a ti nuevamente”.
Asturias tenía un lema descifrable en términos literarios, de cultura maya y también políticos: “Dentro de la palabra todo, fuera de la palabra nada”. El camino de la violencia le parecía peligroso e inútil, seguramente también un atentado contra su espíritu de bon vivant, lo que no le quitó lo valiente. Asturias se jugó como diplomático por la causa más osada que tuvo la historia de Guatemala. Fue funcionario del gobierno de Jacobo Arbenz, ese prócer guatemalteco, precursor de todas las revoluciones sociales posibles e imposibles, el héroe que impone la reforma agraria, consigue una primavera democrática en los años ’50. Guatemala se convierte, con él, no sólo en el primer intento de revolución (sin violencia) sino en el primer país latinoamericano intervenido y bombardeado por Estados Unidos. Acusado de comunista y perseguido por la CIA, Arbenz debe abandonar su proyecto literalmente “en pelotas”, obligado a desnudarse en el aeropuerto ante los flashes de los periodistas que registraban su destierro. Asturias, despojado de su ciudadanía, vuelve a Argentina, donde se queda ocho años para salir disparado en 1962, cuando la misma noche del golpe que volteó a Frondizi, los esbirros del vice Guido ordenan arrestar a los intelectuales de izquierda. Queda en libertad, en parte por una carta pública de Sabato, donde advertía: “En el futuro no van a hablar de quién lo llevó preso a Asturias sino de que Asturias estuvo preso en Argentina”.
–Creo que si a algo le tenía miedo era a la policía. Había vivido desde que nació hasta los 20 años bajo la dictadura de Estrada Cabrera, el dictador de El señor Presidente. Recuerdo que cuando lo buscaban acá para ponerlo preso se había escondido en una de las habitaciones y al final lo pescaron. Cuando el comisario se le burló de que hubiera querido escaparse le respondió: “Mire, si los perros tienen miedo cuando ven unas botas, cómo no vamos a temerles los humanos”. Nunca más volvió a la Argentina.

LA FAMILIA ASTURIAS

El ingeniero Miguel Angel Asturias Amado, que vive aquí desde 1958, hizo su vida por fuera de las dos opciones generacionales de su padre y su hermano. Hoy, tal vez como efecto de tiempos que cambiaron enfrentamientos por globalización, integra la Comisión Centenario Jacobo Arbenz, una organización fundada por guatemaltecos y guatemaltecas dedicada a denunciar desde aquí las condiciones de injusticia, que siguen tan cruentas como hace un siglo. Tiene en su departamento un kit de supervivencia (el mejor café, el chocolate, el ron y la canción “Luna de Xelaju”, bienes más sencillos de trasladar que los volcanes en erupción y la primavera que dura todo el año) y además un archivo con documentos, objetos y libros de Asturias que funciona, sin necesidad de más palabras, como una biografía 3D. El escritor fue retratado y caricaturizado por los artistas de la época como Castagnino, Xul Solar, Toño Salazar, las tapas de las sucesivas ediciones de El señor presidente superan el centenar y las más de 300 fotos en las que aparece registran la vida política y mundana del siglo XX: en los años 20 está en el París del surrealismo, en los 30 en Madrid cuando empieza la república, está en Bolivia en 1952 invitado por Paz Estenssoro para celebrar la revolución; en 1960 en La Habana con Fidel, en China durante la Campaña de las Cien flores de Mao, en 1973 se entrevista con Perón propiciando su regreso. Casi transformado en un Papa laico luego del Nobel, aparece con los astronautas del Apolo 11 o con Paulo VI, con su amigo De Gaulle, es presidente del jurado del Festival de Cannes (nunca antes habían convocado a un escritor). Su voz resuena parecida en la distancia a las de Carpentier, Uslar Pietri, Alberti, Neruda, desde una buena cantidad de discos (entonces eran un hit los longplays grabados por escritores) y, a la distancia, lo que volvía más ilegible su escritura hoy se vuelve más interesante y extraño. Por fuera del gusto y de las convenciones de época, Asturias admite ser leído hoy como un territorio. Si lo mágico, lo surrealista y lo argumental han perdido interés, sus libros siguen guardando a un país que espera redención. Guatemala, sea por culpa de Guatemala o por gracia de Asturias, sigue estando en esa literatura.
Conservar la correspondencia y cada pequeño testimonio, ¿será una costumbre familiar? ¿O cree que su padre desde muy pronto trabajó para la posteridad?
–Creo que es una combinación. Costumbre familiar parece que es, porque acaban de aparecer ahora en Guatemala una cartas entre mi abuela y él de cuando él era un joven en París. Las nuestras siempre las guardábamos y yo, porque soy el que se quedó en un lugar fijo, actué como el archivista. A su vez él estaba suscripto a una agencia y le iban mandando lo que saliera sobre él en la prensa mundial. Pocos años antes de morir se preocupó por ceder sus archivos a Francia. El hizo mucho para que la literatura latinoamericana y sus obras, por supuesto, se volvieran objeto de la academia.
Ahora que se cumplen 40 años de su muerte, aparecieron en la prensa de Guatemala reclamos por el olvido a un Nobel que ni figura en la currícula escolar. ¿Por qué piensa que Asturias no ha sido leído en su país?

–Pienso que por muchas razones. Los que leen, leen poco; los aristócratas no leen. La clase política le tiene recelo, le critican que haya sido comunista, lo cual es absurdo, ya que fue un hombre de izquierdas pero jamás se afilió a ningún partido; le reprochan que se haya quedado como embajador de Méndez Montenegro, que era su amigo personal, cuando éste se dio vuelta, se vendió a los militares y comandó una masacre tremenda, un error político sin dudas pero que tiene sus explicaciones. Hay quien, puesto a criticar, opina que debió rechazar el Nobel. Y la razón más importante ya la señaló él cuando recibió el Nobel. “Cómo me gustaría que en Guatemala me leyeran como me leen en Suecia, eso significaría que por fin terminamos con el analfabetismo.” Bueno, pues no terminamos. La población humilde, es decir la mayoría de la población, que es justamente a la que le interesaría leerlo, no sabe leer.

7.6.14

Rosero: "Un escritor tiene que ir por la verdad"

Evelio Rosero ganó el Premio Nacional de Novela 2014 con la novela La carroza de Bolívar

Evelio Rosero, autor colombiano de La carroza de Bolívar, ganador del Premio Nacional de Novela 2014 del Ministerio de Cultura de Colombia./eltiempo.com, elespectador.com,revistaarcadia.com

 

El escritor bogotano Jsé Evelio Rosero Diago ganó este viernes, 6 de junio, el Premio Nacional de Novela 2014, que entrega el Ministerio de Cultura, con su novela La carroza de Bolívar, que había resultado finalista con otras cuatro de sus colegas Tomás González,Temporal; Miguel Torres, El incendio de abril; y Fernando Vallejo, Casablanca la bella y El cuervo blanco.

Por eso, lo primero que el escritor  comentó, cuando lo recibió en la Biblioteca Nacional, minutos después de que la ministra Mariana Garcés anunciara el ganador, fue el nivel de sus compañeros en la lista.

“Cualquiera de estos autores podía haber merecido este premio. Esto lo hace todavía más importante para mí y espero que sea esta la oportunidad de entregar el trabajo sobre Simón Bolívar a los lectores colombianos que se interesen por la obra”, anota Rosero (1958).

La carroza de Bolívar (Tusquets, 2012) es la primera novela histórica de Rosero, en la que aborda el sonado suceso de lo ocurrido con El Libertador en 1822, en Pasto (Nariño), cuando se ordenó la tenebrosa masacre de la Navidad negra y se libró la Batalla de Bomboná.

El escritor y editor Conrado Zuluaga, quien tuvo a su cargo la lectura del acta de premiación, destacó que los miembros del jurado querían destacar la “calidad de la obra, la puesta literaria que afronta al combinar la ficción e historia, la dimensión vital de sus personajes, el manejo del lenguaje y el humor y la sátira que aflora en todas sus páginas.

¿Cree, como han comentado algunos críticos, que esta novela es una especie de ajuste de cuentas con la historia?

En cierto modo lo es, porque la historia oficial no ha mostrado la cara debida en su total dimensión con honestidad histórica. La verdad siempre ha estado oculta. Yo creo que José Rafael Sañudo, el historiador nariñense en el que yo me baso, sí es un historiador veraz, y justamente por eso creo que alimenta de verdad mi obra. Un escritor es testigo de su tiempo, un escritor tiene que ir por la verdad, porque el pasado histórico que nosotros como pueblo tenemos, debe ser defendido completamente. Debe ser llevado a la obra literaria o a la escena teatral o a la poesía tal y como es.

¿En qué momento la figura de Bolívar se le comenzó a volver una obsesión como les ha ocurrido a tantos otros autores nacionales?

Bueno, desde niño el Bolívar que yo encontraba en el colegio era muy distinto al que yo oía en las charlas de mi padre con sus amigos, con sus hermanos. Mis tíos y mi padre hablaban de esa Navidad negra ordenaba por Bolívar, la masacre, la derrota de Bolívar en Bomboná, que en la historia oficial es una victoria y no es así. Este contraste desde muy niño me llamó la atención. Ya en la universidad encontré a Sañudo, investigué su obra, la cotejé con la obra de otros historiadores no solo nacionales sino latinoamericanos y me parecían extraordinarias estas diferencias de información histórica de lo ocurrido hace 200 años. Por eso decidí finalmente afrontar este hecho como novelista, pero sobre todo respetando la verdad.

¿Cuál cree que fue el principal desafío a la hora de abordar a ese Bolívar con sus excesos y sus equivocaciones?

Era mi primera novela histórica y fue un trabajo completamente nuevo, en cierto modo. Me sentía como metido en una camisa de fuerza, tenía que acatar la verdad histórica porque de lo contrario la novela hubiera sido una ficción. La trama literaria gira alrededor de la verdad de lo ocurrido con Bolívar en Pasto, en 1822, la masacre que le ordenó a Sucre para que la llevara a cabo, una ciudad indefensa, ancianos, niños y mujeres amanecieron muertos el 25 de diciembre en las calles de Pasto, no habían milicianos defendiendo la ciudad, habían huido a las montañas, entre ellos Agualongo. Fue descabellado y bárbaro que ocurriera esta masacre. Y fíjese que en la historia colombiana se han seguido repitiendo esas masacres, se ha seguido ignorando la verdad, hay esa falta de memoria del pueblo colombiano y eso es algo contra lo que debe ir un escritor.

Otro de los homenajes que usted rinde en la novela es al Carnaval de Negros y Blancos. ¿Era este uno de sus anhelos pendientes?

Sí, yo traté de afrontarlo en ‘Las muertes de fiesta’, una novela anterior, y me pareció fallida esta aproximación al carnaval. En ‘La carroza de Bolívar’ sí creo que logré, por lo menos, mostrar el carnaval que yo conocí cuando viví en Pasto, de niño. Yo nací en Bogotá, pero mis descendientes son pastusos, y yo estuve allá tres años, viví tres carnavales y ese es el retrato que hago con base en mi memoria de esta tradición.

¿En qué momento sintió que la novela adquiría esa estructura de tragedia y comedia?

Yo creo que eso es espontaneo y va apareciendo a medida que crece la novela. Incluso un personaje se impone sobre los demás, cuando al principio no era sino secundario; el humor mismo aparece de forma insospechada, eso es lo que hace también interesante y ayuda a escribir. Los imponderables mismos de la creación literaria, con los que uno no contaba, que uno no había imaginado, aparecen como si se los dictara a uno la voz de la memoria o la voz del destino. Los mismos personajes señalan ciertos derroteros. Eso es lo que me parece la magia de la literatura.

Como intelectual y escritor, ¿qué opinión le merece la polarización que vive hoy el país?

Es bastante delicada. Esperemos de hecho, que por ejemplo en el caso de las próximas elecciones, el pueblo colombiano no sea manipulado, manoseado por esa maquinaria oscura que siempre maneja las cosas, como ha ocurrido durante muchos años. Yo como colombiano, como escritor, quisiera que el pueblo colombiano votara en paz, por la paz. Que la paz gane la guerra. Esta es una guerra cruenta, de más de 50 años; el Gobierno colombiano no ha podido derrotar a la guerrilla, y esa guerrilla anacrónica tampoco se ha podido tomar el poder, y allí está en la mitad el alma de Colombia despedazada.

Usted pertenece a esa generación de escritores marcada por la poderosa sombra de nuestro Nobel Gabriel García Márquez. ¿Qué tanto ha pesado en usted?

Creo que fue la generación anterior a mí, la que sí sufrió más de cerca esa sombra de García Márquez. Yo la alcancé a sufrir cuando viajé a España, buscando publicar una novela a mediados de los años 80, y las editoriales españolas solo querían oír de García Márquez y no contemplaban la posibilidad de otros escritores colombianos. Tal vez ahí se sintió esa sombra. Pero yo diría que en mi caso no era una sombra sino un gran ejemplo no solo literario sino humano la obra de García Márquez. Luchar contra la corriente, trabajar con obstinación una obra, lograr esa orfebrería de la prosa, la sinceridad de autor, no buscar solamente un resultado comercial, sino escribir lo que se debe con el rigor que él nos enseñó a todos los escritores colombianos.

A pesar de que ha expresado su deseo de volver a la literatura infantil, uno de sus grandes amores, el destino pareciera empecinarse en llevarlo a la literatura para adultos. ¿Qué siente?

Así ha ocurrido, sin embargo yo tengo la esperanza de recuperar esa alegría y volver a entregarme mediante una obra literaria a los niños que son los mejores lectores del universo.

¿En qué está trabajando?

Estoy trabajando ya hace algunos meses en una novela, creo que va a ser una novela de largo aliento, estoy volviendo al tema de los colegios religiosos donde yo estuve, pero no directamente sobre ellos, y estoy entusiasmado y contento escribiéndola, aunque apenas voy en la página 40.

Un premio renovado

El jurado encargado de escoger al ganador del Premio Nacional de Novela 2014, que recibe un reconocimiento de 60 millones de pesos, estuvo integrado por la editora Margarita Valencia, el escritor argentino Martín Kohan, el escritor y traductor Elkin Obregón, el novelista Marco Schwartz y el profesor y editor Conrado Zuluaga.

A deferencia de la mayoría de premios nacionales de literatura, que son para obras inéditas, el Ministerio de Cultura quiso dedicar este galardón a una obra que hubiera sido publicada en los dos últimos años (2012-2013), con la idea de darle la oportunidad a un mayor número de autores nacionales.

De esta manera, las cinco obras escogidas, que se anunciaron durante la pasada Feria Internacional del Libro de Bogotá, salieron de un listado de expertos, conformado por críticos literarios, profesores de literatura, bibliotecarios y libreros de todo el país, que postularon a sus vez cinco libros, que ellos consideraban dignos de ganar este galardón.

Esta nueva modalidad que tiene el Premio Nacional de Novela, que se entrega cada dos años, de manera intercalada con el Premio Nacional de Poesía, hace parte del esfuerzo que el Ministerio de Cultura está haciendo por poner a circular los libros por todo el país.

Así lo expresó la ministra Mariana Garcés, durante el anuncio del ganador, al recalcar que tanto la obra ganadora como las otras cuatro estarán en toda la red de Bibliotecas Públicas del país, en un esfuerzo porque todos los colombianos tengan acceso a las novedades que publican las editoriales.

Así mismo, las obras serán promovidas en las ferias regionales consolidadas, como las de Bucaramanga, Medellín y Cali.
Bibliografía de Evelio Rosero
Mateo solo (1984)
Juliana los mira (1986)
El incendiado (1988)
Papá es santo y sabio (1989)
Señor que no conoce luna (1992)
Los almuerzos (2001)
Juega el amor (2002)
El hombre que quería escribir una carta (2002)
En el lejero (2003)
Los escapados (2006)
Los ejércitos (2006)
La carroza de Bolívar (2012)
Plegaria por un papa envenenado (2013)