30.4.13

Díaz: "Cada joven es un objetivo de las corporaciones"

Junot Díaz, el chico terrible de la literatura estadounidense que ha dado voz a los hispanos, premio Pulitzer y escritor por casualidad, repasa con acidez la política y la narrativa del Imperio. Junot Díaz charlará con los lectores mañana 1 a las 18.00

Junot Díaz. /Pascal Perich./elpais.com
Junot Díaz nació en Villa Juana, una barriada pobre de Santo Domingo, el 31 de diciembre de 1968. Tenía nueve años cuando su familia se trasladó a una zona industrial de Nueva Jersey. Su padre, policía durante la dictadura de Rafael Trujillo, había emigrado a Estados Unidos unos años antes, manteniéndose considerablemente alejado de los suyos durante todo aquel tiempo. Díaz descubrió el milagro de los libros por su cuenta. Recorría a pie las cuatro millas que separaban su casa de la biblioteca pública, donde una funcionaria guio sus primeros pasos como lector. A punto de entrar en los Marine, recibió una carta en la que se le comunicaba que había sido admitido en una modesta universidad. Su infancia y adolescencia estuvieron presididas por el signo de la pobreza y las duras condiciones de trabajo que tenían que arrostrar los miembros de su comunidad. Es de eso de lo que escribe. La publicación de su primer libro, Los boys, un volumen de cuentos, señaló la aparición de una voz como jamás se había dado antes en la tradición literaria norteamericana. Tardó 11 años en publicar su siguiente libro, La maravillosa vida breve de Óscar Wao, novela que fue galardonada con el Pulitzer en 2007. Su tercer libro, Así es como la pierdes (Mondadori), se publica en España el 2 de mayo.
 ¿Cómo ha pasado el día?
 Leyendo manuscritos de los finalistas del Premio Pulitzer, que se anunciarán mañana.
¿Ha sido alto el nivel de calidad de este año?
Altísimo, los miembros del jurado estamos de acuerdo en que ha sido un año muy potente.
"Cuando hablo español soy otro. Mi personalidad es más ligera"
No entre quienes ya conocían mi obra, pero el prestigio del premio ha proyectado mi nombre a otra dimensión. Por lo que se refiere a la escritura en sí, sigue siendo tan jodidamente difícil como siempre.
Su lengua materna es el español, pero escribe en inglés. ¿Cuál es su relación con los dos idiomas?
Cuando llegué a este país perdí el español y de adulto dediqué un gran esfuerzo a intentar recuperarlo. La sensación de pérdida es muy aguda y dolorosa. El inglés siempre ha sido una sombra gigantesca que se cernía sobre el español, pero también es cierto lo contrario. La sombra del español se cierne sobre el inglés. Para mí, hablar bien español siempre ha sido una obsesión, pero lo cierto es que mi español es mediocre, cosa que genera en mí un enorme sentimiento de culpa. Por otra parte, cuando hablo español soy otro, mi personalidad es distinta, más ligera.
¿Qué pasaba en la cabeza y el corazón del niño que era cuando llegó a este país?
Me dio la sensación de haber llegado a otro planeta. La expresión choque de civilizaciones cobra pleno sen­tido si se aplica al contraste entre el noreste de Estados Unidos y el Caribe. El recibimiento que se nos dio fue muy hostil. Lo que más recuerdo es el odio. Odiaba tener que ir a la escuela, odiaba salir de casa y encontrarme en América. Todo me daba miedo. Miraba a mi alrededor y me parecía estar en un país de locos, y me decía: ya sé que nosotros llegamos aquí para mejorar nuestras vidas, pero, coño, esto es demasiado.
Sus historias levantan testimonio del sufrimiento de su comunidad. Me viene a la cabeza la escena de Otra vida, otra vez en la que un trabajador muere aplastado entre los engranajes de una máquina y todo el mundo trata de borrar las huellas del accidente.
Incluso dentro de la comunidad latina a la que pertenezco hay una considerable ignorancia de esas cosas. La generación de mi madre padeció todo aquello. El sufrimiento de esa generación es algo que no se ha explorado nunca. Piense en lo difícil que tuvo que ser para un niño vivir algo que solo ahora como adulto alcanzo a comprender someramente.
¿Cómo era su entorno familiar?
Ultraconservador. Mi padre era policía militar y le parecía bien la dictadura de Trujillo. En mi familia casi todo el mundo tenía algo que ver con el ejército. Mi hermana mayor se casó con un tanquista, mi hermano estuvo en el ejército hasta que el cáncer lo apartó del servicio activo. Mi hermano el pequeño y dos sobrinos son marines y han combatido en Afganistán e Irak. Yo me libré de milagro. Entre los marines que venían a reclutar chicos a mi colegio había uno con el que me entrevisté como cuarenta veces. Me salvó la carta de una universidad en la que me comunicaban que me habían aceptado.
¿Recuerda sus primeras lecturas?
Cuando tenía siete u ocho años cayó en mis manos una serie de biografías de los grandes iconos de la nación norteamericana, gente como Abraham Lincoln o Thomas Edison. Solo había tres mujeres. Lo que me más me impactó de aquellas biografías fue el trasfondo violento del país. Todo remitía a alguna guerra. Había una mitología bélica que lo presidía todo y que a mí me perturbaba profundamente. Luego hubo otro tipo de lecturas que ejercieron una influencia muy profunda en mí, como los primeros libros de Arthur Conan Doyle y las novelas de ciencia ficción de H. G. Wells.

La voz de los hispanos en EE UU

El mérito extraordinario de Junot Díaz (Santo Domingo, 1968) es haber sabido dar voz a un segmento de la sociedad estadounidense que cada vez tiene más peso: los hispanos de Estados Unidos. La concesión del Premio Pulitzer a su primera novela, La maravillosa vida breve de Óscar Wao, ratificaba el reconocimiento a una obra que a pesar de estar escrita en inglés lleva en sí las señas de identidad de una cultura en español que ha cambiado de manera irreversible el rostro de Estados Unidos. En la foto vemos al escritor (a la derecha) con su hermano poco antes de que la familia emigrara siguiendo los pasos de su padre. Así es como la pierdes, colección de cuentos en los que Junot Díaz reafirma su potencia como narrador, es una extraordinaria radiografía del corazón de una comunidad y de las lacras y contradicciones del alma masculina.
Su afición por ciertas formas de la literatura popular, el cine y el cómic son muy importantes en su manera de entender la escritura.
Me encantan los llamados subgéneros, las novelas de terror, de ciencia ficción, el género romántico, aunque lo que más me gusta leer son los libros de historia. Como jurado de los Pulitzer, es esa la categoría en la que soy más combativo. Sobre todo me interesan los recodos más ocultos de la historia y sus manifestaciones más extremas, las situaciones excepcionales. Se da una conexión entre lo que ocurre en esos momentos históricos excepcionales y la importancia de los subgéneros literarios, que exploran los aspectos menos conocidos de una manera que no está al alcance de la literatura realista.
¿Puede profundizar en esa idea?
La llamada literatura realista es muy limitada a la hora de explorar ciertos problemas. En mi opinión, el realismo, como estrategia narrativa, falla miserablemente a la hora de explicar circunstancias como, pongamos por caso, una guerra civil, situación en la que se destruye el tejido cívico de la sociedad. Por la herida que deja abierta una guerra civil se escapan emanaciones fantasmagóricas muy difíciles de atrapar. El realismo no sabe qué hacer con eso. Es incapaz de captar las dimensiones más sutiles de todo un entramado de emociones fugitivas, sentimientos espectrales que se producen en situaciones históricas extremas. Lo mismo ocurre con las novelas de dictadores. Si se escriben en clave realista, no logran atrapar el fondo de terror, lo más problemático de las heridas que abren las dictaduras.
¿Es esa la razón por la que abordó en clave no realista la historia del trujillato en La maravillosa vida breve de Óscar Wao?
Es que de otra manera habría sido imposible. En eso consiste el fallo de La fiesta del Chivo, que por lo demás es una excelente novela. Vargas Llosa fracasa en el intento de llegar al fondo de la historia de un episodio muy importante de la historia de mi país. No consigue capturar en modo alguno los matices más sutiles de lo que significa vivir en una sociedad secuestrada como lo fue aquella.
¿Qué opinión le merece la manera de abordar la dictadura de Trujillo que lleva a cabo Julia Álvarez, escritora latina de origen dominicano que escribe en inglés, igual que usted, en En el tiempo de las mariposas?
Me parece mucho más lograda, en el sentido de que consigue llegar al corazón de un asunto sumamente turbio y misterioso. Julia Álvarez cuenta la historia aterradora del secuestro, violación y asesinato de las hermanas Mirabal, realizando un retrato de las prácticas de Trujillo como depredador sexual en clave de feminismo gótico, lo cual le da una enorme agilidad a su narración. Hacer de mi país una suerte de territorio fantasmagórico, cuyo centro de gravedad es el motivo de las violaciones, la brutalidad de las transgresiones sexuales perpetradas por el dictador. Así revive un tropo muy característico de la literatura gótica escrita por mujeres. Julia Álvarez aborda con suma inteligencia una situación en la que toda una sociedad enloquece febrilmente ante el poder del cuerpo femenino. Llega así mucho más lejos que llevando a cabo una servil narración de los hechos.
¿Cuáles son sus referentes literarios?
En mi caso, quienes mejor me han ayudado a entender el verdadero ser de este país son las escritoras negras. Siempre he pensado que si alguien comprende a un nivel profundo por qué ocurren ciertas cosas son ellas. Les debo lo que soy como escritor. Mi pasado, mi presente y mi futuro lo explica perfectamente alguien como Toni Morrison.
¿Qué opinión le merecen Cormac McCarthy, Thomas Pynchon, Don DeLillo o Philip Roth, todos ellos varones de raza blanca?
Son los mejores escritores vivos de Estados Unidos. Hablar de alguien como Jonathan Franzen, pongamos por caso, no tiene el menor interés, pero hablar de Cormac McCarthy sí. McCarthy ha entendido el verda­dero ser de América como muy pocos. Comprende las terribles raíces apocalípticas que llevan a la locura inenarrable, carismática, escatológica, que subyace a la realidad del país, y que de repente explota en las noticias que nos sorprenden en los periódicos como una bofetada. ¿Y qué quiere que le diga de Philip Roth? Yo soy de Nueva Jersey, y no es posible escribir sobre Nueva Jersey sin tener en cuenta a Philip Roth. Es un narrador formidable, formalmente muy interesante. Cierto que sus personajes femeninos son para darle de bofetadas, pero sus panoramas novelísticos son fascinantes. No, no, no… Cormac McCarthy es muy importante para mí. Philip Roth es muy importante para mí.
Inconmensurable. De hecho, creo que a pesar del reconocimiento de que goza, no se le ha valorado suficientemente. La deuda de la literatura norteamericana para con Don DeLillo es inmensa. Y lo mismo vale para Doctorow.
¿Y qué hacemos con alguien tan difícil e inclasificable como Thomas Pynchon?
Pynchon es lo máximo. Es necesario decir que esa generación hizo los deberes con nota, man. Hay mucho que reconocer y emular en el trabajo de esos tigres. Cuando lees a Pynchon por primera vez es como si te hubiera dado un calambre. No sabes lo que ha pasado, pero luego te das cuenta del milagro. Jamás se me ocurrió pensar que fuera posible escribir una literatura tan delirante que se puede decir que raya en la locura y, sin embargo, al final todo encaja perfectamente.
¿Qué opinión le merece Annie Proulx?
Me encanta Annie. Es tan jodidamente buena que resulta ridículo. Sus novelas son joyas, pero sus cuentos son todavía mejores. Es una de las grandes cuentistas de este país.
¿No cree que se podría escribir la historia de la narrativa norteamericana hablando solo de los cuentistas?
Sin duda, una de las mayores aportaciones de la literatura norteamericana al resto del mundo es la tradición del relato breve. Hay verdadero fervor por este estilo, y no lo digo solo por los creadores. Hay revistas especializadas dedicadas exclusivamente a ello, así como un gran público lector que es devoto del género, siempre lo ha habido.
Aunque usted ha sido muy crítico con él, considera que la llegada de alguien como Obama a la Casa Blanca es un hito en la historia reciente de este país.
Para mí, la elección de Obama es un ejemplo más de la voz de los jóvenes que están hartos de cómo se están llevando las cosas a escala mundial. La misma inquietud que instaló a un negro en la Casa Blanca es la que sacudió en su día la plaza de Tahrir en El Cairo o los indignados de Wall Street.
La elección de Obama es un ejemplo más de la voz de los jóvenes hartos"
Todo eso no es más que el principio de un vasto movimiento que recorre todo el mundo. Es algo subterráneo que está poniendo en relación un montón de fuerzas aparentemente inconexas, a los jóvenes con las fuerzas progresistas díscolas que hay en las maquinarias de los partidos, todo al margen de las estructuras de poder establecido. Estamos atravesando un momento histórico cuyas consecuencias apenas hemos empezado a vislumbrar. La presencia de Obama en la Casa Blanca, con todos los fallos y decepciones de su gestión, no es más que un síntoma. Que Estados Unidos pudiera tener un presidente negro era algo inimaginable hace muy poco tiempo, pero lo más importante es repetir hasta la saciedad que el motor de todos esos cambios es la frustración de las nuevas generaciones, que han comprendido que las cosas no pueden seguir como hasta ahora. Asuntos como el matrimonio gay o la presencia de gais en ciertas instituciones son también síntoma de la misma necesidad de cambio. Y no estamos más que al principio. Creo que la historia nos deparará a todos una sorpresa gigantesca pronto.
Estamos atrapados en los engranajes de la maquinaria aterradora de los servicios de inmigración, que ataca no solo a los sin papeles, sino incluso a los inmigrantes legales. El desencadenante fueron los atentados del 11 de septiembre de 2001. El ataque se convirtió en una especie de referéndum que dio lugar a un pogromo contra los latinos. Es un odio tóxico que no sé muy bien cómo describir, una especie de movimiento xenófobo que se ha extendido por todo el país. Me causa un placer inmenso ver a los republicanos atrapados en una situación de la que no se pueden zafar. La reforma de la ley de inmigración se va a aprobar, vamos a tener algo mucho mejor de lo que hay ahora, y más vale que se den prisa para hacerlo antes de que Hillary Clinton se presente a las próximas elecciones, que según las predicciones va a ganar. Les va a doler más que una estaca clavada en el corazón de un vampiro, pero no tienen otro remedio.
¿Cuál es la raíz de ese miedo?
La resistencia a modificar la estructura del poder político. A fin de conservar su su­premacía, la mejor estrategia es demonizar a un sector concitando el odio de los electores contra él. Y mientras tanto, abandonan por completo a sus bases, al electorado constituido por los blancos pobres, cuyo voto nunca les falla. No mejoran sus condiciones, recortan los programas sociales, pero a cambio les dan una compensación psicológica, haciéndoles creer que son unos privilegiados por no ser negros o hispanos, sino miembros de la raza superior. A sus hijos los mandan a las guerras que tienen por todo el mundo como carne de cañón. Resulta increíble que un nacionalismo supremacista tan extremo funcione, pero es así.
Usted es profesor de escritura creativa en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). ¿Sus estudiantes leen?
No. Están todo el día enganchados a sus maquinitas, pendientes de las redes sociales. MIT es un lugar muy sofisticado. Los estudiantes inventan aplicaciones con la misma facilidad con la que hacemos café.
¿Y no puede ser que hayamos llegado a un punto de la historia de la cultura en la que la lectura ha dejado de ser relevante?
Sinceramente, no lo creo. Todavía tiene que venir alguien capaz de demostrarme que existe un espacio de deliberación y pensamiento mejor que un libro.
Pero usted mismo me acaba de decir que sus estudiantes no leen.
Creo que habría que situar esto en un contexto más amplio. La Universidad como institución ha dejado atrás los valores de la educación para sustituirlos por un modelo de negocios. Mis estudiantes creen que están allí para conseguir un puesto de trabajo.
¿Qué sentido tiene que estudien escritura creativa?
La mayoría de los que se matriculan lo hacen por motivaciones narcisistas. Además que creen que escribir bien es algo que está al alcance de cualquiera, a diferencia de lo que puede ocurrir con oficios que exigen un serio esfuerzo y dedicación como la danza o la música, pongamos por caso. Da la sensación de que se matriculan porque hay una terrible demanda de escritores, como si todo el mundo leyera un promedio de 500 libros al año y no hubiera suficientes títulos para saciar la increíble sed de los lectores, cuando la situación real es la contraria. Nadie lee, pero anda el diablo, hay un maldito reguero de escritores sueltos por ahí. La realidad es que la literatura es una tarta cada vez más pequeña que hay que repartir entre muchos.
¿Por qué es cada vez más pequeña?
Porque las corporaciones invierten miles de millones de dólares para asegurarse de que sea así. En 1983, cuando yo era todavía un adolescente, el Gobierno federal imponía severas restricciones a la publicidad destinada a los jóvenes. Había franjas horarias y medidas precautorias destinadas a proteger a la gente joven. Hoy día son víctimas de un ataque masivo. Cada joven es un objetivo ambulante sobre el que las corporaciones se lanzan despiadadamente a fin de asegurarse que no les queda un solo momento libre. Para cada instante de ocio hay un artilugio de consumo al que son adictos. Los jóvenes son consumidores a quienes no se deja en paz un solo instante. ¿Cómo van a desarrollar la capacidad necesaria para disfrutar el arte con la tranquilidad que exige la contemplación estética cuando los están bombardeando con productos edulcorados de bajísimo valor nutritivo, entretenimiento basura? El problema de Estados Unidos es que el país está enganchado al consumo de bazofia cultural, por la sencilla razón de que es lo que las corporaciones necesitan para seguir ganando dinero de manera incontrolada. Piénselo bien: cada vez que un joven abre un libro es tiempo que pasa sin pulsar botones, sin entrar en Facebook, sin pedir papel higiénico por Amazon. Si a una chica o a un chico les da por leer poesía, se salen de la cadena de producción de dinero y obtención de beneficios. A las corporaciones les resulta insoportable la idea de que nadie le dedique a una novela las 20 o 30 horas que exige su lectura. Las multinacionales han secuestrado la imaginación de los jóvenes y no les van a dejar volver a la lectura. No. Fucking. Way.
¿Cómo ve la situación de la industria editorial?
Hay un tiburón en la bañera que amenaza con devorarlo todo; me refiero a Amazon. Yo escribo muy despacio. Cuando publiqué mi primer libro, en 1996, las cosas no se hacían por Internet. Los manuscritos me llegaban por correo, los revisaba y los devolvía. En 2007, cuando publiqué Óscar Wao, Amazon ya formaba parte del panorama, aunque no era el monstruo insaciable de ahora. Todavía existía Borders, pero aún no había redes sociales. La gente no sabía qué era un tuit. Y ahora publico Así es como la pierdes y todo es a través de las redes sociales. Barnes and Noble está en sus últimos estertores, Amazon es una bestia negra de dimensiones incalculables y todo el mundo lee en Internet. No quiero pensar en cómo serán las cosas cuando publique mi próximo libro. Y no es todo: con cada cambio de modelo tecnológico, la cosa empeora para el autor. Cada avance parece tener como objetivo perjudicar al creador. Scott Turow publicó un editorial en The New York Times denunciando la situación: los escritores ganan cada vez menos pese a que los beneficios que generan son cada vez mayores.

Junot Díaz charlará con los lectores el próximo día 1 de mayo a las 18.00. El día 4 participa en el Festival Primera Persona del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB).

Le Clézio:"En la selva del Darién me sentí como en casa"

El francés Jean Marie-Gustave le Clézio, premio Nobel de Literatura, habla de sus tres años en la selva y de sus infuencias en su escritura

María Jimena Duzán pregunta. J. M. G.Le Clézio responde./Guillermo Torres./semana.com


“No sé muy bien cómo es posible, pero así es. Soy un indio. No lo sabía antes de haberencontrado  a los indios en México y en Panamá. Ahora lo sé. No soy quizás un buen indio. No sé cultivar maíz ni tallar una piragua. El peyote, el mezcal, la chicha no tienen efecto sobre mí. Pero para todo lo demás, la manera de caminar, de hablar, de amar, de tener miedo, puedo decir así: cuando encontré esos pueblos nativos, yo, que no creía tener familia fue como si de pronto hubiera conocido miles de hermanas, hermanos, novias y esposas”.
Fragmento del libro Haï, publicado en 1971 de Jean Marie-Gustave Le Clézio, premio Nobel de Literatura.
MARÍA JIMENA DUZÁN: ¿Sigue sintiéndose como un indio?  

JEAN MARIE LE CLÉZIO: Es una frase un poco radical, que escribí hace 40 años. Pero a pesar de que lo sea, no he cambiado de pensamiento. Lo que yo quise decir en esta frase es que lo que encontré entre los emberas fueron personas muy parecidas a mí y que me mostraron que yo afortunadamente no era un caso aislado. Le recuerdo: soy de las islas Mauricios, pero me crié en el sur de Francia. Mi  educación fue totalmente distinta a la francesa. 
De pequeño me inculcaron el autocontrol, el no hablar demasiado, el respeto ante los mayores y nada de eso era norma en el sur de Francia donde son abiertos, hablan demasiado y son tremendamente expresivos. Ante ellos, yo me sentía como un miembro de una tribu desaparecida. Por eso cuando encontré a estos indígenas y los vi tan elegantes, tan controlados en un medio como la selva y que los niños eran educados en un tremendo respeto por los ancianos y que debían cumplir con unas rígidas normas de disciplina que mi padre también nos imponía, me sentí como en casa. Nosotros teníamos que despertarnos a las seis de la mañana, acostarnos a las ocho de la noche, lavar nuestra ropa, hacer la comida, mientras los demás niños iban al cine.  
M. J. D.: ¿Y aprendió a cazar como lo hacen los emberas y guananas?

J. M. L.:
¡Nooo..!. Soy muy alto y en la selva yo era muy torpe porque me pegaba con todas las ramas de los árboles. Sí salía a cazar, pero es que ellos son atletas extraordinarios y pueden correr por la selva tres días seguidos. Cuando se cansan, se acuestan y descansan sin mayor problema. 
M. J. D.: Usted dice en ese mismo libro Haï que esas comunidades le permitieron conocer sus mitos. Para eso tuvo que aprender su lengua además del español que por cierto, lo habla muy bien. 

J. M. L.: Debo decir que yo soy bueno para escuchar. Me fui a la selva del Darién con la intención de estar abierto a todo y de aprender cosas nuevas. Aprendí la lengua básica, pero después encontré que hay una lengua literaria, un poco como sucede con el árabe, que era muy difícil. Poco a poco fui accediendo a sus mitos. 
M. J. D.: ¿Y podía escribir en la selva?

J. M. L.:
No, no podía. El clima lo impide. La humedad moja el papel, los esferos se secan. Intenté con la grabadora, pero hay una variedad de cucarachas chiquiticas que se comen los transistores y grabadoras. Hay hormigas y montones de insectos que son hostiles a la maquinaria moderna. 
M. J. D.: ¿Y cómo hizo para durar casi tres años sin escribir nada?

J. M. L.:
Es que yo llegué a esa selva para eso, para olvidar el mundo literario. 
M. J. D.: ¿Y por qué quería olvidarlo?
J. M. L.: Ah, porque probablemente estaba atravesando una crisis en mi interior y mis opciones en ese instante eran o ir a donde un psiquiatra o hacer algo completamente nuevo. Escogí lo segundo. Me fui a la selva del Darién y no me equivoqué. Encontré a una gente muy receptiva que tiene un gran conocimiento de la mente y de la psicología humana. Es más, entre ellos tienen especialidades en ese campo. Hay una serie de hombres y mujeres que se dedican a sanar problemas interiores. Allí recuperé mi equilibrio entre el mundo interior y el mundo exterior. 
M. J. D.: ¿Ha vuelto a la selva en estos 40 años? Se lo pregunto porque no sé si sabe que la situación de esas comunidades ha cambiado desde entonces, sobre todo en el lado colombiano donde han sido víctimas del conflicto. Primero de la guerrilla, luego del narcotráfico y ahora de las bandas criminales. Muchos han sido desplazados de sus tierras. 

J. M. L.: Sí, eso me contó el escritor Óscar Collazos. Me ha dicho que hay muchos que se están muriendo de desesperación debido a que son tan respetuosos de los demás y del medio ambiente que cualquier desequilibrio los afecta mucho. Ellos eran seminómadas, pero por la amenaza de los narcos y de las bandas armadas han tenido que agruparse en los pueblos. Ellos eran una democracia anarquista y eso lo han ido perdiendo.
M. J. D.: En su hermoso discurso de aceptación del premio Nobel, El bosque de las paradojas, recordó también a estas comunidades indígenas del Darién y en especial a Elvira, una indígena que según usted era una prodigiosa contadora de historias. 

J. M. L.: Sí, me acordé de ella porque me dio confianza en mí mismo. No escribía, pero sin duda era una gran escritora porque tenía una capacidad impresionante de inventar y de mezclar los mitos y la realidad en las historias que contaba. En mi vida ha habido dos mujeres que influyeron muchísimo. Mi abuela que era una contadora nata, a pesar de que tampoco nunca escribió y Elvira la contadora embera que conocí en la selva. 
Después de haberla conocido, empecé a detectar a las mujeres que me inspiraban por su manera de contar historias y así encontré a mi esposa Jenia, que es también heredera de una sociedad nómada porque su familia proviene del Sahara Occidental. Con ella, fui al Sahara y descubrí que el desierto es como la selva. Un terreno hostil donde no hay nada, ni luz eléctrica.
M. J. D.: ¿Cuántas veces ha estado en Colombia?

J. M. L.:
Con esta, es la segunda vez. La primera fue hace 40 años cuando crucé la frontera entre Panamá y Colombia a pie y llegué hasta Bogotá. Monté en lancha, chalupa, camión, bus, lo que fuera. La travesía por la frontera duró cinco días. Lo hicimos muy rápido porque yo iba con los guananas, que iban a toda prisa. Solo nos paró un aguacero impresionante que jamás he vuelto a presenciar. Luego llegamos a Ríosucio, después de pasar varios pantanos. Subimos por el Atrato hasta Turbo. De ahí tomamos un autobús hasta Medellín y luego nos fuimos a Quibdó a comprar plantas. 
M. J. D.: ¿A comprar plantas?

J. M. L.:
Sí, los guananas que iban conmigo necesitaban comprarlas para estudiarlas. Colombia es la universidad de las plantas para los curanderos. Otro de los guananas que viajaba conmigo iba a conocer a su mamá. La encontró e hizo el viaje de regreso a Panamá cargándola.    

M. J. D.: ¿Y cuánto duró el viaje por Colombia?

J. M. L.:
Ese viaje duró algo más de un mes. Y siempre tuve el temor de que me detuvieran, porque cuando pasamos la frontera nadie me pidió papeles porque no había ninguna autoridad. Y me sorprendió el hecho de que para los guananas esa frontera no estuviera dividida porque siempre la llamaban la Gran Colombia. En ese instante, ya se sentía la presencia de narcotraficantes. En una ocasión, hombres armados nos hicieron parar el camión en el que íbamos y le preguntaron al chofer quién era ese gringo alto que viajaba con los guananas. Al final se fueron porque se dieron cuenta de que iban a desperdiciar sus cartuchos si me disparaban. Esa fue la Colombia que conocí hace 40  años, ahora quiero conocer las otras. Quiero ir a Cartagena y conocer a los palabreros wayuu de La Guajira.  
M. J. D.: ¿No ha vuelto a hablar con sus amigos emberas y guananas?

J. M. L.:
No. Luego de este viaje a Colombia volví a Panamá y me quedé un año más, pero caí enfermo con malaria y tuve que irme a París. Todavía siento la malaria en mi cuerpo. Sobre todo cuando estoy en París y voy al invernadero del jardín botánico, me vienen siempre accesos de malaria.

M. J. D.: Y cuando vuelve a Francia retoma la escritura y escribe su experiencia con los emberas y guananas y a esas crónicas les pone el título de Haï. ¿Eso qué significa en lengua embera?  

J. M. L.: Significa 'verdad interior'. Escribí el libro porque un editor me dijo que escribiera sobre el arte en América Latina. Y le dije que de eso yo no sabía, pero sí podía escribir sobre una población que vivía como artistas. 
M. J. D.: ¿Cómo vio Bogotá, después de 40 años?

J. M. L.:
Obviamente muy cambiada. La de hoy es una ciudad diversa muy distinta a la que yo conocí. Estuvimos en el centro y en la plaza del 7 de agosto porque mi mujer siempre quiere ver las verduras y las frutas. Según ella, esa es la mejor manera de conocer un país.  
M. J. D.: ¿Le cambió la vida el haber ganado el premio Nobel?

J. M. L.:
Cambió mi situación económica porque tenía muchas deudas. Yo digo que cambió la sonrisa de mi banquero. Pero fundamentalmente no me cambió mi vida interior. Mi experiencia en la selva de los guananas me enseñó que la realidad interior no se afecta por los eventos exteriores y que uno tiene su propia fuerza.

29.4.13

Heti "Quería entender lo que dice la gente, no lo que la literatura dice que dice"

Sheila Heti publica ¿Cómo debería ser una persona?, una rara celebración de la amistad femenina. La autora ha utilizado transcripciones de conversaciones y correos reales de sus amigos. El libro ha sido una sorprendente sensación editorial en Canadá y Estados Unidos

La escritora canadiense Sheila Heti. / Seth Fluker./elpais.com
"El arte y la amistad se alimentan mutuamente. Yo siempre quise crear con amigos, como los surrealistas. Cuando estudiaba y leía sobre ellos me daban verdadera envidia porque la amistad ocupaba un lugar muy importante en su arte”, explica Sheila Heti (Toronto, 1976), recién levantada pero locuaz —y en pijama— en conversación vía Skype. A ella, que ese París de los surrealistas le quedaba muy lejos en el tiempo y el espacio, no le quedaría más remedio que crear en soledad, concluyó con resignación. Pero ¿Cómo debería ser una persona? (Alpha Decay), el cuarto libro de su excéntrica bibliografía y toda una sensación editorial en Canadá y Estados Unidos, vuelve a demostrar que se equivocaba.
¿Cómo debería ser una persona? se completa con el subtítulo Una novela desde la vida porque parte de las de Heti y su círculo de amigos. En 2005 la canadiense acababa de publicar su segundo libro, Ticknor, y lo último que necesitaba era volver a encerrarse a escribir otra novela. “Cuando llegas al final de un proyecto todo lo que formó parte de él está agotado. Es como romper con tu novio, ¿a que no tendría ningún sentido volver con él? Buscaba algo nuevo”. Mientras pensaba qué hacer, Heti decidió grabar las conversaciones de sus amigos “porque quería entender lo que dice la gente y no lo que la literatura dice que dice la gente”. No fue una “decisión premeditada”, insiste, pero con el tiempo se dio cuenta de que en esas transcripciones —y en algunos correos electrónicos reales que también copia y pega— estaba su siguiente libro. Las protagonistas son la propia Sheila y su amiga, la pintora y cineasta Margaux Williamson. Los secundarios, el escritor y filósofo Misha Glouberman, y el crítico y artista Sholem Krishtalka. “Me gustó tanto lo que escuché en las grabaciones que cuando traté de escribir a partir de ellas me di cuenta de que no tenía sentido inventar personajes de ficción. Además, por esa época Margaux no paraba de decir que había que ser económico y utilizar los recursos que tienes a tu alrededor”. Es decir, a los amigos. La propia Heti posó junto al diseñador gráfico Paul Sahre para Important Artifacts and Personal Property from the Collection of Lenore Doolan and Harold Morris, Including Books, Street Fashion, and Jewelry (2009) de Leanne Shapton, un libro de ficción disfrazado de catálogo de subastas que narraba la historia de una pareja a través de sus objetos personales, y en 2010 protagonizó la película experimental Teenage Hamlet dirigida por Williamson. Así pues, con ¿Cómo debería ser una persona? había llegado su turno. “Es como volver a la infancia y jugar con tus amigos. Hoy los míos son artistas: a veces jugamos con sus reglas y otras con las mías”.
“Un chapuzón realmente extraño, pero divertido, en la búsqueda de la autenticidad”. Eso es para la también escritora —y también canadiense— Margaret Atwood ¿Cómo debería ser una persona? Para Lena Dunham, la creadora de la serie Girls con quien se compara continuamente a Heti, “es una novela increíble en la que la metaficción se cruza con la no ficción. Es divertida y rara”. Para la artista y cineasta Miranda July es “un libro que lo arriesga todo y pulveriza todas esas normas que las mujeres seguimos para que nos tomen en serio”.
Me inspiré en Andy Warhol: quería que la novela fuera pop, que cualquiera pudiera leerla, que pareciera fácil
La obra se presta a estas definiciones y a muchas otras porque en ella hay ficción, no ficción e intencionada confusión. “A mí me encanta no comprender del todo las reglas que un artista ha seguido a la hora de crear una obra de arte. Ahí tienes a Agnès Varda. Ves sus películas y piensas ‘¿qué? ¿cómo?’. Sin embargo, en la ficción no hay misterio porque el lector entiende que el escritor ha imaginado a los personajes”, razona Heti. Y dado que el libro había nacido como un experimento, ¿por qué no tratar de desorientar al lector y recuperar parte de ese misterio perdido?
Para lograrlo, Sheila Heti sembró desconcierto en el fondo y en la forma de la novela, para la que ha empleado —le recriminan algunos— un lenguaje extremadamente sencillo para reflexionar sobre cuestiones —éxito, fama, arte, amistad, relaciones de pareja— extremadamente complejas. “Mi anterior libro era tan denso, tan difícil de leer, tan literario. Así que para este me inspiré en Andy Warhol: quería que la novela fuera pop, que cualquiera pudiera leerla, que pareciera fácil”.
¿Cómo debería ser una persona? le han preguntado insistente y previsiblemente a Heti en lecturas, en ruedas de prensa, en entrevistas, y ella sigue encogiéndose de hombros. “Era una pregunta que me preocupaba. Cómo ser una persona, cómo ser mejor, pero no buscaba una respuesta. Además, la pregunta también se refiere a otra cuestión: no solo a cómo deberíamos ser o actuar, sino a cómo ser como objetos. En el libro hay pasajes sobre la veneración y la idea de convertirse en un ídolo. Yo creo que la pregunta es tan legítima como falsa porque no puedes mirarte a ti mismo como a algo que creas, como a una obra de arte. El ser humano no es eso, pero, al mismo tiempo, es inevitable y todos nos planteamos este tipo de preguntas”.
La Sheila del libro no tuvo amigos hasta los 25 años. Ese detalle biográfico, aclara Heti, no se corresponde con su vida. Otros, sí: la Sheila de ficción, como ella, vive en Toronto, ha pasado por un reciente divorcio, es escritora y sus amigos son, en su mayoría, artistas. En la vida de ambas, la amistad es fundamental. Y, al menos en la obra de la Sheila real, también. ¿Cómo debería ser una persona? es una celebración de la amistad entre dos mujeres. En Ticknor, su segunda obra, noveló la amistad entre dos hispanistas norteamericanos del siglo XIX, George Ticknor y William Prescott, y en la tercera, The chairs are where the people go, un peculiar libro de ensayo, escribió al dictado de su buen amigo Misha Glouberman: él hablaba sobre improvisación, activismo o monogamia y Heti se limitaba a transcribir. “Creo que, en general, se pone demasiado énfasis en el amor romántico y hay mucho más. Para mí la amistad siempre ha sido muy importante, pero a medida que me hago mayor valoro cada vez más mi relación con otras mujeres. Cuando era más joven me interesaban más los hombres, era con ellos con quien tenía unos vínculos más fuertes, pero ahora estoy fascinada con las mujeres”.
Como su amiga Margaux Williamson. “En este libro he ido contra todos mis instintos gracias a ella. Por primera vez no he pensado, ¿cómo puedo hacer que este libro sea perfecto? Me he limitado a escuchar a Margaux, a tratar de ver el mundo a través de sus ojos y de crear arte a su manera. Escribir este libro apoyándome en ella es lo mejor que me podía haber pasado. Ha sido totalmente liberador. A veces me pregunto: ‘¿Y si nunca la hubiera conocido? Y llego a la conclusión de que sería una pesadilla. ¡Solo escribiría novelas estúpidas!”.
¿Cómo debería ser una persona? Una novela desde la vida de Sheila Heti. Traducción de Regina López Muñoz. Alpha Decay. Barcelona, 2013. 312 páginas.

19.4.13

Flogstad: "Hay un capitalismo sin frenos que está construyendo una sociedad disfuncional"

Askildsen, Wassmo, Solstad, Loe, Petterson... Nombres de un pujante grupo de autores del país nórdico leídos en 60 lenguas. Kjartan Flogstad retrata en Gran Manila la debacle de dos siglos de derechos adquiridos en Europa. Una entrevista con este escritor nos sirve de invitación a una serie de reportajes en torno al Día del Libro el 23 de abril

Fábricas en Heroya, Posgrunn (Noruega) /Paal Hermansen./elpais.com
En una esquina de Oslo empezaron a leer antes que nadie gran parte de las raíces del destino emboscado de incertidumbres que vive hoy el mundo. Fue hace siete años, en la casa de tres plantas que colinda con el Palacio Real de Noruega.
La puerta se abre y el olor a café explota en una pirotecnia de aromas al colisionar con el frío polar que se cuela de la calle. Es el recibimiento de la Casa de la Literatura de Oslo a sus visitantes. Ahora, a Kjartan Flogstad, uno de los escritores noruegos más importantes y leídos del país, y autor de esa novela que es memoria y presagio de Europa y el mundo contemporáneo titulada Gran Manila (Lengua de Trapo). Son las diez de la mañana y avanza hacia la mesa del rincón. No hay nadie, solo los tres camareros acompañados de la omnipresencia del café recién hecho.
Flogstad (Sauda, 1944) forma parte de un grupo de escritores noruegos que siguen sorprendiendo al mundo por su alta calidad literaria y temática, acompañada de una crítica reflexiva. Reconocen que Jostein Gaarder, con El mundo de Sofía, puso a Noruega en el mapa literario mundial. Herederos de Henrik Ibsen y Knut Hamsun, están dotados de una gran sensibilidad para transparentar la belleza, el enigma y los desvelos en los micromundos íntimos del ser humano actual y de las resonancias de lo personal en lo colectivo y viceversa.
Gran Manila forma parte de ese universo, además de haber logrado presagiar este presente desbocado. Es una obra con latidos y memoria social, política, histórica y sentimental sobre el derrumbamiento de casi dos siglos de derechos adquiridos por los trabajadores y la clase media sobre la cual se levantó un paraíso que resultó ser prestado. De utopías ya desérticas que Kjartan sobrevuela con voz calma y acerada.
“Hay un capitalismo sin frenos que está construyendo una sociedad disfuncional e injusta”.
“Hay quienes dicen que la clase obrera ya no existe, pero no es verdad: la han desplazado al Tercer Mundo y es más grande que nunca, solo que está en peores condiciones, como en el siglo XIX; y debería tener los derechos que tuvimos nosotros en el XX”.
“La clase política no tiene contacto con los trabajadores ni con la sociedad. La gente reacciona poco y está mal organizada”.
Denuncias, reivindicaciones y alertas de Flogstad que no le impiden tener esperanzas en un cambio. De lo contrario no hubiera escrito Gran Manila, porque este tema ya lo había abordado en El camino del dólar y Cara y cruz.
Flogstad sabe de lo que habla porque fue obrero de una industria extranjera en su país y conoce el nacimiento, desarrollo y agonía del estado de bienestar en el continente. Sus obras reflejan las transformaciones del capitalismo potenciadas en el resto de Europa. Gran Manila desanda los pasos del pasado noruego, hasta entrecruzar el traslado y relevo de su destino obrero con el traslado de la fábrica a India, debido a la deslocalización. Una novela en la cual está cristalizada una memoria esencial de la historia del siglo XX y el universo literario, ideológico y emocional de su autor.
Sus autores transparentan los desvelos de los micromundos íntimos y colectivos
“El siglo pasado fue el del movimiento obrero, de solidaridad práctica, y eso me formó como persona. Ahora vivimos en otro tipo de sociedad”.
“Todo explotó con la exportación de la mano de obra y del producto al Tercer Mundo. Oslo era una ciudad industrial pero ya no queda nada. Y así eran muchas ciudades de Occidente”.
“Las empresas se llevaron todo al Tercer Mundo menos los derechos adquiridos por los trabajadores”.
Ese giro del destino y sus distintas reglas del juego en el primer mundo y los países subdesarrollados es uno de los aspectos más críticos de la novela. Mismas empresas, mismos fines; pero distintos países, distinto tratamiento a la gente. En Gran Manila hay un pasaje clarificador: “Karl Marx dijo que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial, y Walter Benjamin añadió que tal vez sean más bien el agarre del freno de emergencia”. Flogstad estira el cuello y sus ojos pequeños se entristecen:
“Estamos en la época de Benjamin. En el horizonte no hay ningún proyecto revolucionario posible. Se trata de defender derechos ganados en dos siglos de lucha”.
“…No sé qué va a pasar. Es una pregunta muy grande para mí. Solo intento advertir, alertar”.
“Lo que está claro es que el sistema funciona mal. Falta un movimiento obrero fuerte que haga contrapeso al capitalismo”.
El compromiso social de Flogstad se trasluce en obras que son retratos de la realidad que intentan explicar la evolución que ha vivido y vive Noruega, un país de cuatro millones y medio de habitantes con raíces obreras e industriales que conoce la verdadera libertad e independencia desde hace relativamente poco (fue colonia de Dinamarca, Suecia…); a la vez que afronta un gran cambio al aumentar cada día su riqueza gracias al gas y al petróleo. Y lejos de los temblores del primer mundo porque, aunque solo participa del Espacio Económico Europeo, no está en el euro.
“Los políticos han estado a favor de entrar en la moneda única, pero la gente ha votado no”.
“Somos un país solidario por nuestro pasado y no es contradictorio el hecho de que no estemos en el euro, tal vez porque a la gente le parece que Europa tiene leyes que favorecen demasiado al capitalismo”.
“Sería clave reconstruir la sociedad con un socialismo modernizado”
Estudiante. Obrero. Lector. Marinero. Poeta. Narrador.
Son las estaciones telegráficas de sus 69 años de vida. Cuarenta y cinco de ellos como escritor tras debutar en 1968 con el poemario Valfart (Peregrinación). Luego viajó en barco a América Latina, y si llegó como poeta salió como novelista. En ese periplo confirmó su vocación como escritor al leer a un grupo de autores que le ensancharon alegremente la vida: Borges, García Márquez, Cortázar, Arlt, Vargas Llosa o Neruda, de quien es traductor en su país.
Años después volvió a Noruega y siguió escribiendo para contar los cambios sociales a medida que ganaba lectores. En 1977 obtuvo el premio literario Concejo Nórdico por El camino del dólar.
Se llevaron todo al Tercer Mundo menos los derechos adquiridos por los trabjadores
En Gran Manila, esa historia reciente de la humanidad, sus raíces, sus sueños, sus frustraciones, su perseverancia, sus miedos, las sitúa en un lugar que es trasunto de su pueblo y a través de Helge Hidle. Ella es más de medio mundo. Representa resignación y utopía secreta: sus padres solo pudieron darle estudios al hermano mayor y ella debió conformarse con trabajar en la fábrica. Se encadenó a ella para poder vivir. Hasta que se propuso rebelarse a aquel destino: cogió el diccionario finés-inglés y cada día se propuso aprender palabras. Una vez sabidas cientos de palabras sueltas, de ideas... ¿Qué hacer con ellas?
“Es mi heroína. Quiere otra vida. El aprendizaje de otro idioma es su metáfora. Sabe que es difícil, pero insiste. Ese es el drama del ser humano del siglo XXI”
Un par de minutos después, Kjartan Flogstad se levanta, abre la puerta y su cara recibe el soplo renovador del frío. Lo respira suave mientras baja los nueve escalones en media luna que una hora antes lo habían llevado hasta la Casa de la Literatura. En el aire ha quedado su última respuesta al porqué de esa coincidencia de alto nivel literario en su país: “... la mejor literatura de los últimos años viene de las poscolonias...”.

Cuando el lector no tiene otra opción que seguir devorando páginas...

filbo 2013

A todos nos gusta leer novelas de suspenso. ¿Por qué? ¿Qué tiene este género literario? ¿Cuáles son sus mecanismos narrativos? Una reflexión a propósito de la visita a la FILBO, 2013 de los escritores John Katzenbach y Wulf Dorn*

John Katzenbach, autor estadounidense y Wulf Dorn, autor alemán.Fotomontaje/revistaarcadia.com
El género del suspenso ha muerto. Palabras más, palabras menos, esto escribía en 1962 Ian Fleming, creador del inmortal James Bond, en un ensayo breve y formidable titulado “Cómo escribir un thriller”. Si a Fleming, desde ultratumba, o a cualquier otra persona se le ocurriera repetir hoy, cincuenta años después, aquel juicio terminante, a nadie la cabría la menor duda de que se trata del juicio de un loco. Y no solo a causa del éxito inmenso de las películas de Bond. Un vistazo a las listas de los libros más vendidos en todo el planeta muestra que, junto a las historias de pálidos vampiros enamorados, hombres lobo melancólicos y amas de casa que sueñan con ser estrellas de porno, las novelas de suspenso ocupan un puesto envidiable. Ken Follett, John Grisham, Dan Brown, Jo Nesbø son solo algunos de los autores mundialmente conocidos cuyas obras venden sin dificultad miles de copias en pocas semanas. El género de suspenso está más vivo que nunca.
Dos representantes recientes del género están de visita en Bogotá en el marco de la 26a Feria Internacional del Libro: el estadounidense John Katzenbach y el alemán Wulf Dorn. Katzenbach se ha convertido en un bestseller gracias a novelas como Al calor del verano (1982), La guerra de Hart (1999) y, ante todo, El psicoanalista (2002). Y La psiquiatra de Dorn ha vendido, desde su publicación en el 2009 hasta hoy, más de trescientoas mil copias en varios idiomas. Nada mal para una ópera prima. Otras obras suyas, como El superviviente (2010), van por el mismo camino.
¿A qué se debe el éxito de este género? Según Fleming, existe una única receta para que una novela de suspenso se convierta en un bestseller: debe obligar a su lector a pasar la página. Y Wikipedia explica que el secreto del thriller es que “mantiene a la audiencia alerta y al borde del asiento”. Explicaciones estas que describen bien el efecto de las obras, pero, por supuesto, no explican absolutamente nada. Entonces, ¿cómo funciona el género? ¿Cuáles son sus mecanismos narrativos? La psiquiatra de Dorn y El psicoanalista de Katzenbach, en muchos sentidos novelas representativas del género de suspenso, ofrecen algunas claves para responder esas preguntas.
Una historia sencilla
En primer lugar, el argumento central de ambos libros (ambos de casi quinientas páginas) es tan sencillo que se puede resumir en pocas palabras. El psicoanalista cuenta la historia del doctor Frederick Starks, viudo, solitario, un hombre “devoto a la regularidad”, que semana tras semana recibe la visita de pacientes similares con conflictos similares. El día de su cumpleaños número cincuenta y tres, Starks recibe una carta anónima en que se le advierte que debe pagar con su vida por un error que ha cometido en su pasado como psicoanalista. Starks, quien ignora la naturaleza del error que motiva la carta, tiene dos semanas para identificar a su autor. Si no lo logra, deberá suicidarse o ser testigo de cómo cincuenta y tres de sus parientes van sufriendo, uno a uno, torturas indecibles. Así empieza un juego de acertijos y pistas falsas que, al final, habrá cambiado por completo la vida de Starks.
La doctora Ellen Roth, protagonista de la novela de Dorn, trabaja a conciencia desde hace cuatro años en una clínica psiquiátrica, pero, según la dibuja el autor, está agotada. Un día su novio, colega en la clínica, parte a un viaje que lo mantendrá desconectado del mundo durante varios días y le pide a Ellen revisar un “caso interesante”: una nueva paciente, golpeada y aterrorizada, quien asegura que “el hombre del saco” la busca para hacerla desaparecer. Ellen la visita, le promete que cuidará de ella, pero al día siguiente la mujer desaparece. Para empeorar las cosas, nadie en la clínica supo alguna vez de su existencia, así que Ellen se encuentra sola frente al enigma. Durante su búsqueda, Ellen, y junto con ella el lector, descubren cuán íntima y horriblemente conectadas están la vida de la doctora y la desaparición de la mujer.
Preguntas, placer y pánico
La sencillez de la historia es un rasgo característico. Pero hay otro elemento esencial que pone en movimiento la historia: el misterio y la necesidad de resolverlo. A inicios del siglo xviii, el filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz escribió que el principio de razón suficiente, que explica por qué las cosas son de esta y no de otra manera, es una regla básica del pensamiento. Algunas décadas después, Immanuel Kant fue más allá y declaró que el principio es de hecho una estructura inherente a la mente, a través de la cual organizamos la información que nos dan los sentidos. La actividad intelectual humana por excelencia sería, así, resolver problemas, preguntarse “¿por qué?”. El thriller está construido sobre esa tendencia fundamental, y ella a su vez explica que la lectura de novelas de suspenso sea para muchos una verdadera adicción. ¿Por qué debe morir Starks? ¿Por qué ha desaparecido la mujer de la clínica? Y del mismo modo en otros mil casos: ¿qué se esconde tras la persecución a Roger O. Thornhill (Cary Grant en Intriga internacional de Hitchcock)? ¿Y tras la muerte de la esposa de Richard Kimble (Harrison Ford en El fugitivo)? ¿Y de qué se trata exactamente la trama en la que termina involucrado Nicholas van Orton (Michael Douglas en El juego)?

Parte de la atracción del thriller proviene del exceso de preguntas. Pues por una inquietud central, cada historia de suspenso contiene otras cien secundarias. En El psicoanalista, una mujer que se presenta como aliada del autor de la carta aparece para “ayudar” a Starks. ¿Quién es esta mujer y cuáles son sus verdaderas intenciones? Más tarde, el mentor del doctor, en apariencia su único amigo fiel, desaparece de repente. ¿Qué ha sucedido? En La psiquiatra, Ellen Roth cree reconocer en su mejor amigo al funesto “hombre del saco”. ¿Cómo es esto posible? Y claro: ¿por qué se ha largado el novio justo ahora? Preguntas sobre preguntas, los autores del género de suspenso se alimentan de nuestro deseo de saber por qué las cosas son como son, o como aparentan ser.?En esto el género es similar a la novela policial clásica, tal como fue imaginada por Edgar Allan Poe o Arthur Conan Doyle. Sin embargo, a pesar de las semejanzas obvias, existe una diferencia importante. El misterio de la novela de suspenso posee un peso y un gancho emocional muchas veces ausentes en los enigmas policíacos clásicos. Tanto en La psiquiatra como en El psicoanalista, las preguntas comprometen personalmente al protagonista. Ellen Roth se convierte en responsable directa del destino de la mujer desaparecida y, a medida que avanza la novela, del suyo propio. Por su parte, si Starks no identifica al autor de la carta, o bien tendrá que morir por mano propia, o bien sus parientes sufrirán castigos horrendos. Y de nuevo: el fugitivo Richard Kimble es acusado de haber asesinado a su esposa, la policía lo quiere vivo o muerto. O para no ir más lejos, ¿no sucedía algo similar en la estupenda serie de televisión colombiana La mujer del presidente, donde Carlos Alberto Buendía (Robinson Díaz) es acusado de matar a la esposa de su jefe? Si quieren salir del embrollo sanos y salvos, estos hombres tienen que resolver la intriga. Pero en el caso de la novela policial, la resolución del misterio es más un reto a la inteligencia del detective que una cuestión personal de vida o muerte. Para el Auguste Dupin de Poe, para Sherlock Holmes o para el Hércules Poirot de Agatha Christie solucionar el enigma es un ejercicio mental, y su motivación es más el placer, o incluso la vanidad racional, que el puro y simple pánico.

Una cuestión de vida o muerte

Ser protagonistas del misterio transforma radicalmente la vida de la psiquiatra y del psicoanalista. El lío en que terminan envueltos contra su voluntad rompe con el orden del mundo al que estaban acostumbrados. Y no es accidental que en ambas novelas los protagonistas estén dedicados al arte de comprender la mente y las emociones humanas, y que a lo largo de la historia descubran que quizá estas no son tan comprensibles como creían. En cambio, para el detective profesional el enigma forma parte del mundo. Descifrar misterios es, bueno, a lo que se dedica en la vida.
Guardadas las proporciones, la diferencia se podría ilustrar recordando la distinción que Sigmund Freud propone entre el efecto que producen los cuentos de hadas y las historias de fantasmas en su ensayo “Lo siniestro” (1919). En los primeros, los protagonistas parten del supuesto de que existen seres sobrenaturales. Así, en ellos las ocurrencias extrañas no causan terror. Las historias de fantasmas, por el contrario, ocurren en un mundo “ilustrado”, en el que lo sobrenatural supuestamente no existe. Su efecto es siniestro porque los fantasmas chocan brutalmente con la creencia de sus protagonistas en la sanidad del mundo. En cierto modo, Dupin, Holmes o Poirot habitan sin gran dramatismo un mundo en que lo extraño es cotidiano, es decir, en que lo extraño no lo es en realidad. Por su parte, Starks, Roth, Kimble (y Carlos Alberto Buendía) despiertan un día cualquiera en un escenario de fantasmas que no corresponde a su visión del mundo, y sus historias son espeluznantes, perturbadoras y emocionantes porque están llenas de figuras cuya mera posibilidad los protagonistas habrían negado horas antes. Una vez comprende que su mundo entero ha cambiado, el protagonista del thriller no tiene otra opción que jugar el juego. O como escribe Katzenbach en un punto de El psicoanalista, Starks “entonces comprendió que, muy probablemente, en los días siguientes tendría que actuar en muchas formas contra su propia naturaleza”. En ese punto, claro está, el lector también ya lo ha seguido al mundo de lo siniestro y no tiene otra opción que seguir pasando páginas como un obseso. ¿Pues no sentimos todos al menos un poco de atracción perversa frente a las historias de fantasmas?
El viaje del héroe

El hecho de que en el thriller la visión de la vida del protagonista sea puesta en duda por la naturaleza tremenda del misterio al que se enfrenta, implica un elemento adicional que distingue al género del de la novela de detectives clásica. En todos los casos nombrados, el protagonista recorre un camino que lo lleva desde el desconcierto o el terror iniciales hasta el descubrimiento final de aspectos de su propio ser que antes desconocía (aspectos que también pueden ser terribles, como bien verá el lector de La psiquiatra). Se trata, en cierta forma, de un proceso de crecimiento, de reconocimiento de la propia identidad y, en muchos casos, de consecución de una recompensa colosal. Eso explica también el tipo de conexión emocional que produce el thriller: el lector está dispuesto a acompañar al protagonista en su travesía por el mundo de fantasmas y, en cierto modo, la recorre él mismo.

Este camino fue llamado por Joseph Campbell en su libro clásico El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito (1949) la aventura o “el viaje del héroe”, y lo identifica como una estructura básica en los mitos de las más diferentes culturas. En pocas palabras, el viaje se trata de lo siguiente: el héroe inicia su camino en el mundo normal, pero pronto recibe un llamado a penetrar un mundo desconocido y, ante todo, extraño y amenazante. Si acepta el llamado (como hemos visto, el protagonista del thriller está obligado a hacerlo), deberá enfrentar pruebas riesgosas que habrá de superar solo o con asistencia externa. Si las supera (si sobrevive) el héroe recibirá un elixir, un saber extraordinario, un don, una “gran bendición” en fin, que le permitirá emprender el camino de regreso. La “gran bendición” y el recorrido mismo han cambiado la vida del héroe.

Desde el mito del Minotauro y el Laberinto hasta El señor de los anillos de Tolkien, las grandes narraciones de la historia están basadas en esta estructura mítica. El thriller, por lo general también. Y justamente porque describe un camino tortuoso al final del cual se encuentra una recompensa, es tan exitoso y ata psicológicamente al lector: de algún modo su estructura corresponde a lo que muchos imaginan que es, o debería ser, la vida misma.

Existe una última característica que contribuye al poder de atracción del género de suspenso. El detective clásico es un genio excéntrico. No así en el thriller, donde los protagonistas son bastante normales: más o menos aburridos (Frederick Starks), algo agobiados con su día a día (Ellen Roth), un tanto execrables (Nicholas van Orton) o sencillamente ordinarios (Carlos Alberto Buendía). Esta normalidad, esta falta de características insólitas, ha sido descrita por Umberto Eco como una de las estrategias más eficaces de la cultura de masas y una de las causas de su capacidad de hacernos “sentir bien”. Desde los presentadores de televisión hasta los pobres héroes cotidianos del thriller, la cultura de masas da al espectador, al lector, la posibilidad de identificarse. El infeliz que despierta una mañana frente a un reto que no sabe cómo resolver podría ser cualquiera de nosotros.

Ian Fleming escribe que una de las razones por las cuales el thriller está condenado a desaparecer es que los “escritores se avergüenzan de inventar héroes que son blancos, villanos que son negros y heroínas que son de un delicado tono rosa”. Ahora bien, si Fleming pudiera dar un vistazo a muchas de las novelas de suspenso actuales, se daría cuenta de que las cosas han cambiado. Sus héroes no son ya James Bond. En cierto modo, el género de suspenso ha recorrido un camino similar al de las series de televisión estadounidenses, donde ahora “los buenos” pueden no serlo tanto y “los malos” son muchas veces más simpáticos que los primeros. Y es precisamente su normalidad (Eco, para bien o para mal, la llama “mediocritas”) la que ha convertido a los protagonistas del thriller en personajes ambivalentes, con pasiones bajas, errores y dilemas terrenales. En un pasaje de El psicoanalista, el doctor Starks enfrenta con un revólver al hombre que ha destruido su vida. ¿Apretará el gatillo? En La psiquiatra, la desprendida Ellen Roth resulta ser una insospechada caja de sorpresas. Y el lector, al borde de su asiento, no tiene otra opción más que seguir devorando las páginas. Así las cosas, el suspenso parece tener buenas perspectivas de supervivencia. 
*El noir alemán.  Wulf Dorn, autor de varios bestsellers de misterio en Alemania, en conversación con Mario Mendoza. La novela negra y el suspenso en boca de dos autores. Salón León de Greiff. 6:pm a 7:30 pm.Lunes 22 de abril.

Bolívar: "Con Tres Caínes he perdido plata"

filbo 2013

El controvertido libretista habla de su método de escritura y su nuevo libro, una novela histórica

Gustavo Bolívar, se defiende de su bodrio violento Tres caínes./Simón Posada Tamayo./eltiempo.com
Gustavo BolívarDe niño, Gustavo Bolívar quería ser Bruce Lee. Sus patadas eran las más altas entre sus compañeros de colegio. En el teatro Mogador veía dos películas de karate por el precio de una. En una ocasión, en la oscuridad del cine, un pervertido intentó tocarlo y él, que quería ser como Bruce Lee y tenía toda la furia del dragón dentro de sí, no le dio una patada voladora. Al contrario, Gustavo Bolívar, el libretista que gobierna el ‘prime time’ en Colombia con historias de mafia y paramilitares, salió corriendo, como un cobarde.
Después de esta anécdota, es inevitable hacerle una pregunta a quemarropa.
–Si usted quería ser Bruce Lee, ¿no le parece que algunos niños en Colombia van a querer ser como Carlos Castaño por culpa de Los tres Caínes? –le pregunto en la sala de su casa, una construcción de cuatro pisos, terraza y techos de más de cuatro metros de alto. Es una casa blanca, gigante, que parece sacada de Girardot, su ciudad natal, y clavada en una montaña al norte de Bogotá.
–No, porque ahí está mi argumento. Esas telenovelas deben ser vistas en compañía de los papás –responde y cuenta otra anécdota. El día que salió al aire ‘Sin tetas no hay paraíso’, la telenovela que lo catapultó a la fama internacional, Bolívar llamó a la mujer en la que se basó para construir a Catalina, la niña que busca por todos los medios conseguir el dinero para someterse a una operación estética. Al terminar el programa, la mujer llamó a Gustavo y le contó que había visto la serie junto a su mamá, y que la señora, un poco tarde y sin saber que se trataba de la historia de su propia hija, le dijo: “sí ve mija, tenga mucho cuidado, mire que hay hombres muy malos en la calle”.
Y después de la anécdota, esgrime con ironía una serie de argumentos que tiene bajo la manga para defenderse: dice, por ejemplo, que nunca ha visto que los católicos en Colombia crucifiquen a alguien en Semana Santa por culpa de las películas bíblicas. Tampoco sabe dónde aprendieron los colombianos, en la década del cincuenta, a hacer el corte de franela y sacarles la lengua por la garganta a las víctimas. Mucho menos, dice, conoce cómo aprendieron los narcos mexicanos a matar si nunca la televisión de su país ha pasado telenovelas de narcotráfico. Tampoco sabe dónde aprendieron a matar los sicarios de Pablo Escobar, porque las telenovelas de esa época eran ‘María’, ‘Topacio’ y ‘Papá Corazón’. “La violencia existe en Colombia no por la televisión, sino por una ecuación: hay guerrilla porque hubo corrupción, en el Frente Nacional, y hubo paramilitares porque hubo guerrilla, y esa ecuación no me la aceptan ni la guerrilla, ni los paras ni los corruptos”, dice.
Una mañana, Bolívar llevó a sus hijos en su viejo automóvil Zastava hasta la calle del Cartucho para que vieran los efectos de las drogas. Esa es su filosofía de vida: “uno puede decirles a los niños la verdad o la fantasía. Uno puede decirles que estén tranquilos, que este es el país de las maravillas. En ese caso, pueden matar al niño porque le robaron el celular y no supo qué hacer, o la niña dejó entrar a la casa a dos tipos que conoció por Facebook y le robaron el computador. El otro caso es decirles a los hijos que éste es un país lindo, muy hermoso, pero que es difícil, con gente mala que hace tales o cuales cosas”, afirma.
Por eso, Bolívar no escribe nada que no le gustaría que vieran sus propios hijos. Este es, en cierta forma, su termómetro moral. Esa fue la razón por la que escribió ‘Sin tetas no hay paraíso’. A los trece años, Leidy Susana, su hija, empezó a pedirle una operación de senos. Tenía amigas de quince a las que sus papás ya se las habían obsequiado, y Bolívar encontró en esa historia la mejor manera para sacar esa idea de la cabeza de su hija.
Y como piensa que lo mejor para sus hijos es lo mejor para el resto, Bolívar es un analista consumado del rating. Todas las mañanas recibe el informe de rating de Ibope (Instituto Brasilero de Opinión Pública y Estadística), los encargados de medir las audiencias en la mayoría de países de América Latina. Bolívar analiza los picos de audiencia y tiene en cuenta las caídas de la curva en los comerciales. Puede analizar minuto a minuto qué situaciones de la telenovela incrementaron el rating, un momento de tensión, una revelación, una balacera o una escena sexual –que, según él, bajan el rating, “porque las mujeres son muy celosas y hacen que el marido cambie de canal”–. También analiza cómo el programa de otro canal afecta su resultado. En este caso, ‘La promesa’, la telenovela sobre la trata de blancas que pasan por el Canal Caracol, no le hace ni cosquillas. De hecho, las curvas ni siquiera se cruzan y es evidente que cuando ‘Los tres Caínes’ van a comerciales, ‘La promesa’ tiene sus picos de audiencia.
“Yo prácticamente puedo predecir cuánto puntaje voy a sacar con cada capítulo”, afirma. El lunes 15 de abril, 39% de los televisores colombianos estuvieron sintonizados en el estudio. “Es decir, casi cinco millones de personas vieron ese capítulo”, concluye, y esta cifra le da tranquilidad y le hace pensar que va por buen camino, si se tiene en cuenta que la crítica se ha suscitado, principalmente, en redes sociales. En Colombia hay cerca de seis millones de usuarios en Twitter y quince millones en Facebook. Si cada día su programa es visto por casi cinco millones, para él eso representa más respaldo que odio. “Si RCN cede y retira del aire el programa, esos cinco millones que nos ven, que no están en las redes sociales y que no hacen tanta bulla, nos la van a cobrar. No podemos ceder por unos pocos”, afirma.
La crítica se ha centrado en un punto clave: la representación de las víctimas en la serie. Bolívar supo desde siempre que se enfrentaba a escribir un tema muy complicado, en el que las opiniones estaban muy divididas: “en el caso de la telenovela de Pablo Escobar, Caracol lo hizo muy bien, pero contaron con la suerte de que hay más consenso en la maldad de Escobar que en la de los Castaño”, afirma. Entonces, Bolívar tuvo un gran dilema sobre el primer episodio: empezar por el asesinato de Jaime Garzón o de una de las víctimas y hacer un salto al pasado para contar la historia desde el principio, o empezar en orden cronológico, para mayor claridad. “Yo pensé en mi mamá: ¿cómo escribo esto para que mi mamá y la gran mayoría lo entienda, de la forma más sencilla? Por eso decidí hacerlo claro, es decir, de forma cronológica. Esta era una serie para las víctimas, pero lastimosamente se me vinieron encima las personas a las que quería visibilizar”, confiesa.
Pero esa decisión que tomó le acarreó un gran problema: la historia empieza con los Castaño como víctimas del secuestro de su papá. Es decir, unos de los mayores victimarios de la historia de Colombia fueron mostrados como víctimas, algo que es cierto desde el punto de vista histórico y documental, pero que no cayó muy bien en ciertos sectores de la opinión. La izquierda lo acusó de hacerle apología al paramilitarismo. Con el paso de los días, la derecha lo criticó por mostrarlos como unos carniceros desalmados e, incluso, recibió amenazas. “Me han llamado varias veces y me han enviado correos electrónicos. Rastreamos las llamadas y los correos y fueron hechos desde cafés internet y cabinas telefónicas. Me dicen que me calle, que no sea sapo”, cuenta.
Y además de amenazas, Bolívar confiesa que por cuenta de ‘Tres Caínes’ ha perdido dinero. En Colombia, el precio de un libreto oscila entre $500.000 y diez millones de pesos. Para una telenovela como ‘Sin tetas no hay paraíso’, Bolívar se tomaba máximo dos días por capítulo, mientras que en ‘Tres Caínes’ se ha tardado, incluso, un mes por libreto. “Me he comprometido judicialmente y esta telenovela exige un nivel de cuidado y detalle que ha hecho el trabajo más largo y exigente”, afirma, y confiesa que ha rechazado ofertas de México, donde le ofrecieron más dinero por libreto y unos niveles de exigencia menores. En cambio, para ‘Tres Caínes’ se sometió a meses de investigación, viajes, largas horas de entrevistas y lectura de libros y documentos. Pudo ganar el equivalente a quince libretos, por el precio de uno.
Su olfato para tener atrapado al lector lo ha trasladado a sus novelas literarias. ‘Al amanecer entenderás la vida’ (Grijalbo) es su último libro y el más diferente a toda su obra. Se trata de una novela histórica en la que cuenta una historia de amor entre un médico contagiado de lepra y una mujer que deben separarse por cuenta del aislamiento que se les dio a las víctimas de esta enfermedad en los siglos XIX y XX en Colombia. En su lectura se puede percibir una escritura técnica, donde Bolívar teje conflictos entre sí, unos debajo de otros, que se van solucionando a medida que avanzan las páginas. Cuando se soluciona uno de esos conflictos, el lector recuerda que hay otro conflicto latente, subterráneo en la historia. “Eso lo aprendí de la televisión, en la necesidad de hacer que antes de comerciales la gente quede en un punto alto de tensión para que vuelvan a la historia después de la pausa”, afirma.
Bolívar considera que en esta novela se probará de verdad como escritor. “Vender tetas y sicarios es muy fácil, pero esto sí es mucho más difícil”, afirma. Para nadie es un secreto que se ha enriquecido por contar historias sobre mafiosos. Él mismo paga su esquema de seguridad, viaja de forma constante, tiene una envidiable colección de películas ganadoras de los Óscar y tiene un hotel en Girardot que está en proceso de categorización como cinco estrellas y en el que ha invertido todos sus ahorros. “La gente cree que yo soy muy buen negociante, pero todo lo contrario. El editor de ‘Sin tetas no hay paraíso’ en España me robó, no me ha pagado un peso por regalías, y allá salió la serie, fue un éxito, hicieron hasta la cuarta temporada, hasta salió en DVD y no me entró un sólo peso y ni siquiera aparece mi crédito por ningún lado”, dice mientras examina en detalle las cajas de los DVD de la serie en su adaptación española.
Ciertas personas lo critican porque encuentran inconsecuente que un hombre se enriquezca por contar historias de mafia y descomposición social y, además, sea activista contra la corrupción, a través de su fundación, Manos limpias. Incluso, Héctor Abad Faciolince lo llamó una vez “hampón literario”.
–¿En algún momento ha sentido culpa por su dinero? ¿No se le ha pasado por la cabeza que se trata de plata sucia? –le pregunto.
–En ningún momento. Yo sería culpable si tuviera un canal y obligara a la gente a ver. Pero hay noventa canales y la gente decide qué ver. Vean lo que quieran. Yo duermo más tranquilo que cualquier persona.
–Si usted aparece muerto mañana, ¿quién fue? –le pregunto.
–La intolerancia.
*El domingo 21 y 27 de abril, a las 5:30 p.m., Gustavo Bolívar estará en el pabellón 5 de la Feria del libro de Bogotá, firmando ejemplares de su última novela, Al amanecer entenderás la vida

16.4.13

Abad Faciolince: "Comprender la maldad con los libros puede evitar el sufrimiento"

"Hay pocos libros sobre víctimas y muchos sobre la gente que mata", dice el autor colombiano

Héctor Abad Faciolince, en Bilbao. /F.Domingo Aldama./elpais.com
El escritor y periodista Héctor Abad Faciolince (Medellín, Colombia, 1958) llevó a El olvido que seremos (2005), la biografía en forma novelada de su padre, un médico volcado en la sanidad pública y defensor de los derechos humanos asesinado por un sicario.
De esta obra, su mayor éxito, dijo Mario Vargas Llosa que es “uno de los más elocuentes alegatos que se hayan escrito en nuestro tiempo y en todos los tiempos contra el terror como instrumento de la acción política”. Sobre ese libro habló ayer en el festival literario Gutun Zuria, que se celebra en Bilbao, al día siguiente de haberlo hecho con presos de la cárcel de Basauri.
¿Por qué escribió sobre la vida de su padre?
La experiencia va nutriendo la escritura. Uno acaba de entender lo que le pasa cuando empieza a escribir, a traducirlo a palabras. Si la violencia se mete en tu casa y tienes el oficio de escribir, ¿cómo no hacerlo? Es una traición a tu oficio y a tu vida dar la espalda a una de las experiencias más duras que has vivido. No lo puedes olvidar y en un momento toca hacerlo; es bueno. Hay que contarlo para que se sepa. En El olvido que seremos era muy importante trasladar la vida de mi padre a unas palabras para que mis hijos pudieran recrear una experiencia que no tuvieron, para no privarles, en parte, del abuelo que no conocieron.
Reconstruir la memoria con la literatura.
La memoria se parece mucho a la fantasía. Es una reconstrucción loca de lo que creemos que pasó. Nadie recuerda lo mismo; estamos en la realidad de forma muy distinta. No es solo selectiva, sino que inventa.
¿Y como periodista?
Un periodista tiene que ser un testigo lo más fidedigno posible, casi como un científico. Tiene que aportar pruebas de que vio fue así: documentos, testimonios, fotografías. A veces trato de hacerlo así también en los libros; intento hacer una especie de reportería para demostrar y demostrarme a mí mismo que es verdad.
 El olvido que seremos ha servido para dar a conocer en otros países la violencia en Colombia
Es un efecto colateral no buscado. Yo no pretendía resumir unas décadas de historia de Colombia. Sin embargo, como hay pocos libros sobre víctimas y muchos sobre la gente que mata, mucha gente tomó el libro como un arquetipo de muchas víctimas. Quienes padecieron muy de cerca los efectos de la violencia tomaron a esta víctima como alguien que los representaba.
"La memoria es una reconstrucción loca de lo que creemos que pasó"
¿Puede ser trasladable a la sociedad vasca, que también ha sufrido la violencia?
Yo creo que sí. No hay sociedades sin violencia. Nosotros tenemos una sociedad más violenta que ésta, pero en la más pacífica se cometen dos asesinatos al año. Y esos dos se sienten de la misma manera que 2.000 o 3.000. Allá [en Colombia] el problema es más complejo. Todavía la guerrilla de las FARC no ha ofrecido, como hizo ETA, un alto el fuego unilateral. Es más complejo, son 8.000, en la selva. Cuando la cantidad de violencia es enorme es más difícil de resolver.
¿La literatura, escribir libros de ficción, ayuda a resolver los conflictos violentos?
Steven Pinker, en un libro muy interesante sobre la violencia, y estoy de acuerdo con él, piensa que la novela burguesa del XVIII y el XIX ayudó a educar a las personas en la empatía, en la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Él demuestra con cifras que la violencia ha disminuido en los últimos siglos y cree que, en parte, se debe a la República de las Letras, a una mayor conciencia del sufrimiento que genera la violencia. No confiaría en que después de los libros de Primo Levi o Jean Améry vuelva a suceder un holocausto. O después de las grandes obras sobre el esclavismo, vuelva un Estado esclavista. Algunos confiamos en que en el mundo hay un progreso moral; con todo lo terrible que es, el mundo actual es menos terrible que el que permitía la esclavitud o exterminaba a los gitanos, a los enfermos y los judíos, o guerras que arrasaban todo. Hay gente que ve el mundo contemporáneo como lo peor; yo no. Creo que los ideales de la Ilustración europea siguen vivos.
¿ Y por qué no llegan tantas historias sobre las víctimas a la literatura?
Es muy atractivo y más fácil hablar de la maldad en los libros; se lee con fascinación, con temor. Los buenos pueden ser cursis. Muchos libros no idealizan a los matones, son críticos, y comprender con ellos la maldad también puede servir para evitar el sufrimiento de muchos. Acabamos cansados de tanta bondad en las historias de santos, y creo que ya estamos cansados de historias de malos, de narcos, de asesinos, de guerrilleros. Yo creo que hacía falta una historia de un señor que no era tan malo. Todos somos una mezcla de bondad y maldad, pero mi padre era bueno.
¿Cómo respondieron los presos de Basauri?
Preguntaron mucho. Hablamos de nuestras experiencias. Se interesaron por la experiencia de la lectura, por el lenguaje, por el método de escritura. Los presos no preguntan cosas muy distintas al resto de la gente. Leer es una de las pocas soluciones a ese exceso de tiempo y falta de espacio que hay en las cárceles. Leer nos saca del sonsonete de las obsesiones propias y nos lleva a otra realidad. Para mí la lectura es una liberación.