28.3.12

Ondaatje: “La alegría de escribir es que uno puede descubrirse a sí mismo"

El autor de El paciente inglés novela una travesía en barco solo en su infancia
El escritor Michael Ondaatje. foto:Steve Rice. fuente:elpais.com

Dice el novelista Michael Ondaatje que ni en broma hubiese dejado a sus hijos en la infancia tomar un tren sin la presencia de un adulto. Sin embargo, nadie de su familia dudó en embarcarle —ni a nadie extrañó entre el pasaje— a su suerte con tan solo 11 años en un trasatlántico. Un barco que le trasladaría a principios de los años cincuenta de Colombo —capital de Ceilán (hoy Sri Lanka) en la que había nacido en 1943, siendo entonces colonia británica— a Reino Unido. Veintiún días en alta mar para ver de nuevo a su madre en Londres e ingresar en un internado. "Más que solo y aterrado en el barco, estaba perdido. ¡No tenía ni idea de a dónde iba! ¿Era a Inglaterra? No sabía que otros mundos existiesen. Yo era un chico muy de Colombo, sin conciencia del resto del mundo", ironiza Ondaatje por correo electrónico desde Toronto, donde ejerce como profesor universitario. Una aventura tan apasionante que el autor del superventas El paciente inglés (1992), premio Booker, le ha dedicado un libro, El viaje de Mina, recibido con elogiosísimas críticas en el mercado anglosajón e incluido en las listas de los mejores libros de 2011 del The New York Times, The Financial Times o The Guardian.

"Mis hijos tenían mucha curiosidad sobre ese viaje que hice a los once años. Pero, honestamente, no me acordaba bien. Así que comencé el libro con esta ubicación e inventé la historia. ¡Ahora me la creo toda!", recuerda el también poeta que abandonó Reino Unido a los 19 años para instalarse en Canadá. "Creo que vivimos en una época de nómadas. Muchos vivimos en países distintos a los que nacimos. Esta es la historia de nuestra era", sostiene Ondaatje, que sigue visitando a su familia, de origen holandés, en Sri Lanka.

El protagonista es Michael —personaje y autor comparten nombre pero no se descubre hasta haber leído un tercio de la novela— un chico descarado e inocente de 11 años con padres separados y camarote en segunda clase. En el comedor ocupa una mesa arrinconada por su poco pedigrí pero con curiosos comensales. Pronto Michael traba amistad con otros dos niños y cada día se prometen perpetrar algo prohibido. "No tengo tantas cosas en común con Michael como podría parecer. Hay conexiones geográficas y algunos pedazos de mis padres en él, pero el chico que he creado es ficción, ¡sobre todo después de haberle dado mi nombre! Porque desde que se lo di, necesité separarme más de él sin dejar que resultarse real. Quiero que el lector se identifique con él". Ficciones como Hector de Silva, un millonario que se embarca para curarse en la metropolis de la rabia, un preso al que pasean por cubierta de madrugada o la señora Lasquetti, que viaja con 40 jaulas llenas de pájaros.

Se trata de un libro tremendamente visual y onírico, en la estela del resto, y como él dice "arqueológico". "Si quieres saber quién eres en el presente, creo que es necesario escribir sobre el pasado. Casi todos mis libros son arqueológicos, se mueven desde el presente hacia adelante, pero al mismo tiempo investigan el pasado". Michael vive en el "castillo flotante" un "rito del paso", pues esta experiencia en solitario supone para él el salto de la niñez a la adolescencia. "El núcleo era el viaje de los chicos. Pero, entonces, quise también saltar al futuro para descubrir el pasado y di el paso de uno a otro de forma natural", prosigue el autor de En una piel de león (1997) y El fantasa de Anil (2000). "La verdadera utilidad y alegría de escribir es que uno tiene la oportunidad de ser íntimo y sincero para adivinar, para descubrir, lo que no sabía de uno mismo. No estás bloqueado en un rol".

El arte de contar historias durante la cena fue su literatura cuando era un niño pequeño. "Aún hoy soy más oyente que escritor", asegura. Quizá por eso resulta tan fácil visualizar lo que cuenta al lector. "No sé si El viaje de Mina terminará siendo una película. Podría ser, pero los filmes en los barcos son muy caros. La cosa es que en un libro puedes ver todo en ese momento. Eso es lo maravilloso de la literatura".

17.3.12

La esencia desnuda de un escritor

No todo el que publica es un artista. Según la autora de esta nota, la naturaleza de la escritura es tan misteriosa que ni sus propios creadores la pueden explicar, aunque algunos la tomen como un oficio o una profesión
¿Existen razones inexplicables en el acto de escribir como un destino según Borges? foto:archivo. fuente:adncultura.com

¿Es un perfume especial, un sello indeleble, un aura, un carozo con características singulares.? ¿Qué es lo que define el alma de un escritor y puede desprenderse a través de la primera línea de un texto literario?

Vivimos épocas en las que cualquier persona puede publicar un libro, lo cual nos parece una de las maravillas de la tecnología y de la posibilidad de comunicar aquello que bulle en nuestras venas y en nuestras cabezas, para compartirlo con otros. Es fantástico asistir a este fenómeno de la masificación del libro, de la aparición de tantas editoriales nuevas que llevan al papel pequeñas tiradas de grandes cantidades de autores. Muchos seguramente nunca soñaron con escribir un libro, y menos que menos, llevarlo a la imprenta y poder hojearlo como el precioso objeto que cada libro es, con ese ineludible orgullo de ser el "dueño" intelectual de ese preciado objeto.

Siempre dije que me alegraba ver que haya cada vez más gente que pueda expresarse a través de la palabra y ver su trabajo o la idea que alguna vez surgió en su mente llevada a la hoja impresa. Y esto, más allá de la temática, del género, de lo comercial o minoritario, de que sea un libro de chimentos o uno de enigmáticos poemas. Es bueno esto porque el libro se va difundiendo así cada vez más como herramienta palpable, cercana, intimista, su existencia va tomando peso y despertando la curiosidad a través de una exhibición cuantiosa y diversificada (desde los estantes de una librería habitual o virtual hasta un hipermercado) cuando hace mucho tiempo ya se presagiaba su ocaso.

Lo que sí me gustaría esbozar aquí -en lo que hace a mi opinión personal, al menos- es que publicar un libro no significa ser un escritor. Muchas veces sucede que los autores de los libros son escritores, pero en la actualidad me parece que son casi más los que editan libros sin serlo.

El viejo dicho de que no se puede morir sin tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro hoy más que nunca se está haciendo realidad. No todos pudimos hacer estas tres cosas, pero los que escribimos libros desde hace muchos, muchísimos años sabemos que la escritura tiene detrás de sí una misteriosa esencia que no termina de dilucidarse, ni siquiera para el propio autor.

Yo recuerdo cuando, por primera vez, en un formulario que dan en los aviones, titubeé muchísimo antes de llenar el casillero de la profesión y finalmente me animé a poner "escritora". Hoy lo anoto ya mecánicamente cada vez que me piden ese dato, pero reconozco que cada vez que lo hago hay algo en mí que se sigue rebelando, como si una voz me siguiera cuestionando a mí misma esa respuesta. ¿Cómo poner a la literatura en "profesión", cuando la mayoría de los escritores se refieren a su trabajo como a un "oficio"? ¿Es una profesión, es un oficio, o no es ninguna de las dos cosas porque es muchísimo más? Y ahí me vuelve a aparecer el dilema shakespeareano de Hamlet, el tema de la "esencia", del núcleo, del "quid" de la cuestión con respecto a esa vocación que es pasión, a esa pasión que es vocación y que no responde a ninguna etiqueta.

Porque uno hasta puede dejar de escribir para siempre y no por eso dejará de ser escritor. En cambio, puede haber personas que publiquen constantemente algún tomo y sin embargo no podrán ser llamados escritores: ¿será que no llevan dentro de su corazón y de su mente esa llama sagrada, será que están impulsados por otro tipo de sueños o ambiciones? No lo sabemos, lo que sí sabemos es que la gente sensible sabe perfectamente bien si alguien es un escritor o si no lo es. Por una cuestión casi -diría yo- intuitiva, perceptiva, las primeras palabras de un libro revelan cuando hay o no un escritor detrás. Y es como si el lector lo oliera. Por eso, en un principio me refería a ese don, oficio, profesión, pasión, vocación -o como se lo quiera llamar- como a un especial perfume, un halo, un algo, un no sé qué, pero que está allí, atrás, desparramando cierta luz desde la palabra, el giro, la sintaxis.

A lo largo de los últimos tiempos traté de anotar pensamientos que los propios escritores han tenido o tienen acerca de sí mismos, y es interesante observar cómo prácticamente todos manifiestan cosas interesantes, pero que no terminan de esclarecer la magnitud y la complejidad del tema.

Flaubert decía, no desprovisto de cierta pomposidad, que "los libros no se hacen como los niños, sino como las pirámides, con un diseño premeditado y añadiendo grandes bloques uno sobre el otro, a fuerza de riñones, tiempo y sudor". Un libro sería una obra monumental, la culminación de arduos proyectos, esfuerzos y búsqueda de trascendencia.

Hemingway creía que de todas las cosas tal y como existen, de todas las cosas que uno sabe y de todo lo que puede saber, se hace algo a través de la invención, "algo que no es una representación sino una cosa totalmente nueva, más real que cualquier otra cosa verdadera y viva, y uno le da vida, y si se hace lo suficientemente bien, se le da inmortalidad". Hemingway se refería al mundo ficcional, claro, y veía en el autor a una especie de Dios creador de un universo más auténtico que el real y, según sus palabras, inmortal también. Entre nosotros, Sabato tenía esa misma idea de que uno escribía "para eternizar algo: un amor, un acto de heroísmo, un éxtasis" (Abaddón, el exterminador).

Para Graham Greene, la escritura era una forma de terapia, así nos lo hizo saber: "A veces me pregunto cómo se las arreglan los que no escriben, los que no componen música o pintan para escapar de la locura, la melancolía, del terror inherente a la condición humana". La literatura, en ese caso, sería un remedio contra la desdicha, ¿pero lo es o lo ha sido realmente? ¡Cuánto sufrimiento se ha visto en la vida de los escritores, tanto que hasta algunos han llegado al suicidio!

Roa Bastos le daba a su tarea un carácter dramático y ciertamente un rol terapéutico a la vocación: "Escribo para evitar que al miedo de la muerte se agregue el miedo a la vida". Recuerdo, a propósito, a Severo Sarduy quien confesaba, sin tapujos, que le temía a todo y que por eso escribía. John Updike tenía, en cambio, una idea mucho más positiva: "La vida es demasiado corta para ser infeliz", expresó una vez.

Marguerite Yourcenar, como gran escritora dedicada sobremanera a transmutar su propia existencia en las novelas históricas, respondió en un reportaje: "Un escritor es aquel que pone en el papel todo acontecimiento que le sucede". En esas palabras también aparece el elemento catártico de la literatura.

Me gusta lo que leí de Carmen Martín Gaite: "La tarea del escritor es una aventura solitaria y conlleva todos los titubeos, incertidumbres y sorpresas propios de cualquier aventura emprendida con entusiasmo". Ella ve lo aventurero en el trabajo de la escritura, lo cual implica, más allá de la soledad, las dudas, la voluntad y el ímpetu, los desafíos que toda aventura implica, los riesgos acoplados a los descubrimientos.

Con su temperamento contestatario, Milan Kundera afirmó que escribía "por el placer de contradecir y por la felicidad de estar solo contra todos". En una línea confesional y, siguiendo el estilo de una seducción que le era propia, Bioy Casares contó que él escribía para que lo quisieran, "en parte para sobornar y en parte para ser víctima de un modo interesante".

Las inseguridades, la timidez y otras flaquezas personales aparecen, pues, detrás de la egocéntrica y ególatra coraza de muchos grandes escritores.

Charlando alguna vez con algunos maestros y colegas, oí esta frase: "Escribo porque no sé hacer otra cosa". Escribir sería algo así como la ignorancia de otros oficios y profesiones, de otros quehaceres, y al mismo tiempo, una necesidad vital, algo sin lo cual no se podría subsistir: lo más parecido a la respiración.

Como vemos, casi nadie sabe explicar bien por qué escribe, pero la mayoría coincide en una suerte de fatalismo, dándole la razón a Borges, que veía en la escritura "un destino". "Creo que ése es el oficio, o si usted quiere, en una palabra más ambiciosa, el destino del escritor, cambiar las cosas", le dijo a Bernard Pivot en el programa televisivo Apostrophes, a fines de los años 70. Eso sí: el escritor quiere cambiar las cosas. Y, con su escritura, intenta hacerlo, más allá de lograr ese mismo objetivo.

Volvemos al comienzo: los escritores no saben muy bien por qué escriben, pero el lector puede reconocer a un verdadero escritor desde la primera línea de un libro. Capta el talento. Es como la letra de ese tango que reza: "Hay un algo que te vende,/ yo no sé si es la mirada,/ la manera de vestirte,/ de charlar o estar parada". Hay un algo que exhala la palabra cuando su autor es una persona que conlleva esa esencia mágica, ese don, esa luz, que probablemente ni le pertenezcan, sino que le han sido dados, para que comunique algo de cierta manera, eficaz y bella, a los demás.

Soy y seré una devoradora de todo tipo de libros: desde las biografías hasta los de poesía, desde los ensayos hasta los de aforismos, desde los libros de filosofías orientales hasta los de autoayuda. A estas alturas, creo que no hay reglas para escribir bien, sino para mejorar lo que ya se trae como legado, apuntalando una buena idea, algo interesante para compartir. En cuanto al estilo, corregir, corregir y corregir.

Buen escritor se es o no se es. No importan ni los años de experiencia, ni las buenas intenciones, ni la trascendencia de una historia. Siempre recuerdo estupendos relatos de García Márquez de vivencias personales minimalistas, donde no pasaba absolutamente nada espectacular (un viaje en avión al lado de una bella muchacha durmiendo, por ejemplo). En sus Lecciones de literatura, Vladimir Nabokov afirma:

El lector inteligente lee el libro genial no tanto con el corazón, no tanto con el cerebro, sino más bien con la espina dorsal. Es ahí donde tiene lugar el estremecimiento revelador, aun cuando al leer debemos mantenernos un poco distantes, un poco despegados. Entonces, observamos, con un placer a la vez sensual e intelectual, cómo el artista construye su castillo de naipes, y cómo ese castillo se va convirtiendo en un castillo de hermoso acero y cristal.

Me parece que Nabokov lo define mejor que nadie. En eso reside la hechicería del escritor, esa magia intrínseca, esa esencia que lo hace escultor de aldeas que se transforman en universos paralelos y deslumbrantes

Valenzuela:"“Es muy fácil ser funcional al enemigo”

Con la publicación de Cuidado con el tigre rescató una novela que había escrito hace más de 40 años. Dice que la guardó porque temió ser mal interpretada y que, ahora, no fue ella la que maduró, sino sus lectores y lectoras
La escritora Luisa Valenzuela, coleccionista de máscaras, en el carnaval de Cerdeña acompañada por un par de Boes (Bueyes).foto.fuente:Revista Ñ

Se parece a Perón. Eso opina Luisa Valenzuela de su última adquisición, una máscara de madera que trajo del carnaval de Cerdeña, del que acaba de llegar. Ya le buscará lugar en su colección de máscaras, que asoman de a decenas en las paredes de su estudio. Pero ahora sirve un te y muestra una edición exquisita de su libro ABC de las microfábulas, con ilustraciones de Rufino de Mingo (es de España, aquí salió una versión con dibujos de Lorenzo Amengual). Son ejemplares numerados, firmados, libros para bibliófilos, hechos a mano en tiempos del e-book. El ABC… ilustrado es un lujo en su carrera. En cambio, Cuidado con el tigre, el libro que nos convoca, es para Valenzuela una necesidad. Dice que esta obra le permite cerrar el mapa de su escritura (no le crean, ya está inmersa en un nuevo trabajo). Quizá su afirmación se entienda en el postfacio de este libro demorado, que narra las internas de una incipiente organización izquierdista en tiempos del onganiato. Escribe Valenzuela que postergó su publicación 40 años porque temió ser mal interpretada. Es que allí, sus personajes viven el sueño de la revolución como un juego, en el que sexo, poder y humor, pesan más que política e ideología. A diferencia de otras de sus novelas, como Cola de lagartija, aquí la experiencia militante aparece banalizada, mostrando la cotidianeidad de unos grupos que lanzan consignas altisonantes mientras transitan vidas triviales. Valenzuela dice que se puso a pensar en su obra como en una fruta que fabricó hace muchos años pero que recién ahora maduró para el consumo.

La metáfora de la maduración muestra tu interés por el contexto y el lector a la hora de publicar distanciado del proceso de escritura…

En el momento de escribir no pienso en el lector pienso en la obra en sí, en lo que está sucediendo en sorprenderme a mí misma y en encontrar algo que no ha sido dicho o percibido por mí antes. Después, lo que sentí al haber escrito esa novela es que iba a ser mal interpretada. Entonces creo que la que maduró no fui yo, sino el lector o la lectora. Cambió la posición ante una situación política. Es una novela política y lo que sucede es que ahora se puede leer desde otro lado.

¿A vos también se te puede ver desde otro lado?

No se me pueden reprochar ciertas cosas porque ya hay una carga, unos antecedentes en mi escritura. Estoy entre los pocos escritores y escritoras que durante la dictadura militar escribían contra la dictadura. Eso imposibilita juicios como decir que esto va en contra de la izquierda o de ciertos ideales que yo defendí. En aquel momento yo era crítica de lo que estaba pasando, sólo que no era el momento para decirlo.

¿Tenías miedo de volverte funcional a un grupo que estaba en tus antípodas?

Sí, hubiera sido funcional al enemigo. Es muy fácil ser funcional al enemigo. Sobre todo cuando el enemigo es astuto y sabés que va a aprovechar tus recovecos y dudas para echártelo en cara.

Pero pasó mucho tiempo, intuyo que esperaste un momento en el que te sintieras cómoda…

Es cierto, me siento cómoda.

El libro aparece como un retrato de la banalización de la experiencia política, de la vida política de algunos grupos sesentistas…

Bueno, sí. Es un retrato de la posibilidad de que la experiencia política pueda ser banalizada. Y es un retrato de las ansias de poder, de la política como juego. Frente al peligro inminente, si estos actores no juegan, no hacen maniobras y movimientos de gran valentía.

Esa muestra de cotidianeidad, humanizar la experiencia política a través de lo doméstico, es algo que se ve mucho últimamente. ¿No hay un riesgo de banalizar estas experiencias?

No le tengo miedo a la banalización. Sino creeríamos en los héroes como seres puros. Esta es gente que está viva, que discute sus pasiones, sus amores, sus vidas cotidianas. Es una necesidad muy nuestra la de creer en la pureza impecable de la gente que admiramos. Por suerte nadie es impecable. Tenemos toda clase de dobleces y de trasfondos. Me parece mucho más rico ver las cosas desde todos los ángulos que pensar el ideal. ¿Qué son? ¿Ángeles? ¿Diablos? No.

Lo escribiste siendo joven en un tiempo en el que la juventud estaba atravesada por la Revolución cubana, la muerte del Che, el mayo francés…

Ríe. No digamos cuántos años, pero sí, era un momento histórico en el que se olía que iba a pasar algo. Y de alguna manera me siento orgullosa de haberlo olido.

Cómo ves la relación de las juventudes actuales con esa vida política que lo atravesaba todo…

Mucho más diluida. Pero al mismo tiempo, tengo la sensación de que hay una conciencia más clara, más realista. Aquello funcionaba con un sueño. Ay, parece un título de Tinelli. (risas). Pero si el sueño no te moviliza qué lo va a hacer.

Hoy es difícil que lo haga la ideología, hay una gran confusión…

Es cierto. Pero sí hay una conciencia política. Los argentinos hemos conseguido creer que podemos actuar políticamente con el cuerpo. Poner el cuerpo. 2001 nos enseñó eso. Podemos modificar las cosas, podemos salir y pelearla.

Esa tensión que existe entre estos jóvenes triviales y la solidez ideológica que requiere la empresa que se proponen, o la que existe entre sus consignas altisonantes y su accionar mezquino, refleja tu opinión de lo que se estaba gestando en ese momento.

No necesariamente. Yo pinté a este grupo, pero al mismo tiempo digo que hay otros grupos que actúan seriamente. La novela no deja pasar ese punto. Ahora con el tiempo me doy cuenta de que allí empezó ese cuestionamiento que siempre me he hecho sobre el tema del poder. Me interesa mucho ese juego brutal, mentiroso, manipulador, fantástico. Por eso escribo Cola de lagartija que es la historia secreta de López Rega, escribo Cambio de armas con las torturas de la dictadura. Estoy buscando una comprensión de ese motor infernal que son las ansias locas de poder, de un poder casi mesiánico.

Te reís un poco de esos movimientos, hablás de los Uturuncos, otro grupo fracasado…

Se creían dioses y no eran nada. Yo los veía actuar y me causaban gracia. Pero también me sentía fuera de todos los movimientos más sólidos. Y un poco desamparada. Pero a ese desamparo lo busco, me interesa estar en el margen. Me permite ver las cosas de diversos ángulos, contar secretos, lo que no se dice detrás de las verdades supuestas.

En la novela es evidente que estos jóvenes van a tener problemas para construir ese poder que tanto buscan…

De hecho, desgraciadamente los tuvieron. Ellos y los que estaban mejor armados. Conocí a grupos más sólidos, pero me interesaron estos, que estaban en ese margen.

En lo que no sos irónica es en la utilización del sexo para la construcción del poder…

No es nada irónico. Es algo absolutamente irrevocable. Siempre está, de una manera u otra.

Una de las protagonistas critica varias veces el autoengaño como motor ciego de construcción, ¿es algo que te preocupa?

Fue un motor muy argentino durante muchos años. El autoengaño y la expresión de de deseo. La promesa. Una de las razones que me animó a publicar la novela es que siento que ha cambiado el target de la política. La gente ya no cree las mentiras. El juego es otro, puede que tenga connotaciones perversas, pero no es aquél en el que tiraban zanahorias y la gente avanzaba tras zanahorias improbables.

Por momentos tus personajes se acomodan más al estereotipo de las juventudes de hoy…

Pero estos son unos jóvenes más inconsecuentes, quieren todo ya y sin trabajo, aquellos otros tenían la ambición de cambiar el mundo. Es interesante. Es mucho más interesante tener la ambición de cambiar el mundo que decir bueno, agarro este mundo que está cambiando y lo disfruto. Al mismo tiempo, me parece más sano agarrar este mundo que está cambiando y disfrutarlo que intentar cambiarlo desde una zona poco coherente.

¿Te autoimpusiste ser escritora en algún momento?

No sólo no me lo autoimpuse sino que traté de evitarlo. Porque sabía lo que era. Lo viví mucho porque mi madre era escritora, estaba Borges en casa, Nale Roxlo, Sabato, Mallea, y otros tantos. Me parecían muy interesantes mentalmente, pero su vida me parecía un plomo sideral. Yo quería ser aventurera, ir al Amazonas, qué, me iba a sentar a escribir. No. Yo sigo siendo aventurera.

Después descubrí esa cosa tremenda que la escritura es una aventura. Caí en la trampa. No me lo autoimpuse, caí en la trampa.

¿Y sufriste esa indefinición partidaria que te mantuvo al margen de todo movimiento, siendo que ideológicamente decías tener las cosas claras?

Sufrí en la medida en que recibía los ataques de la derecha y de la izquierda. Pero es mi lugar. Trabajaba con La Nación y Crisis. Estaba con los de Crisis pero me ganaba el pan en La Nación. Pero mi lugar en el mundo es la frontera. Y mi mundo es muy complejo. Tengo mi ideología clara, pero no se la quiero imponer a mi literatura. Trato de dejar que las cosas fluyan y permitirle al lector o la lectora que derive un significado de eso. Pero yo no tengo nada que imponerle porque no lo sé. En eso he sido fiel.

2.3.12

El justificante perfecto

"Escritor es aquel que se enfrenta como nadie al fracaso de escribir y hace de ese fracaso, por decirlo así, su misión, mientras los demás, sencillamente, redactan", dice el autor en esta nota
LETRAS SOBRE EL PAPEL. Sobre la diferencia entre escribir y redactar.foto.fuente: Revista Ñ

Me fascina la anécdota de aquel hombre a quien su mujer le pidió que escribiera un justificante para su hijo que había faltado a la escuela. Mientras ella se apura en los preparativos para salir con el niño rumbo al colegio, el hombre lucha en la mesa del comedor con el justificante: quita una coma, vuelve a ponerla, tacha la frase y escribe una nueva, hasta que la mujer, que está esperando en la puerta, pierde la paciencia, le arranca la hoja de las manos y, sin sentarse, garabatea unas líneas, pone su firma y sale corriendo. Era sólo un justificante escolar, pero para el marido, que era un conocido escritor, no había textos inofensivos y aún el más intrascendente de ellos planteaba problemas de eficacia y de estilo. Quise escribir el justificante perfecto, confesó el hombre en una entrevista. En efecto, escritor es aquel que se enfrenta como nadie al fracaso de escribir y hace de ese fracaso, por decirlo así, su misión, mientras los demás, sencillamente, redactan.

Podemos estirar esa anécdota e imaginar a alguien que, soga en mano, a punto de colgarse de una viga del techo, se dispone a redactar unas líneas de despedida, toma un lápiz y escribe la consabida frase de que no se culpe a nadie de su muerte. Hasta ahí va bien la cosa, pero decide añadir unas líneas para pedir disculpas a sus seres queridos y, como es un escritor, deja de redactar y se pone a escribir. Dos horas después lo encontramos sentado a la mesa, la soga olvidada sobre una silla, tachando adjetivos y corrigiendo una y otra vez la misma frase para dar con el tono justo. Cuando termina está agotado, tiene hambre y lo que menos desea es suicidarse. El estilo le ha salvado la vida, pero quizá fue por el estilo que quiso acabar con ella; tal vez uno de los resortes de su gesto fue la convicción de ser un escritor fallido y tal vez lo sea, como lo son todos aquellos que pretenden escribir el justificante perfecto, que son los únicos que vale la pena leer. Escriben para justificar que escriben, la pluma en una mano y una soga en la otra.

Cercas: 'Estoy haciendo un esfuerzo descomunal por volver a la ficción'

Conferencia en Australia
El autor de Anatomía de un instante explica su deseo de volver a la novela.foto.fuente:elmundo.es

El escritor español Javier Cercas dijo hoy que está "haciendo un esfuerzo descomunal por volver a la ficción" con una obra que tiene actualmente en el tintero y cuyo título prefiere silenciar.

Este retorno no es fácil "pero es una pelea bonita, es una gran batalla que libras contigo mismo y con las palabras", reflexionó Cercas en una entrevista con Efe en Sídney, donde participó en un coloquio universitario con académicos y el público sobre su última obra 'Anatomía de un instante' (2009).

Cercas subrayó que este retorno a la ficción con su próxima obra era necesario después de haber hecho también un "esfuerzo descomunal por prescindir" de ella cuando narró aquellos instantes en los que el expresidente español Adolfo Suárez permaneció sentado en su escaño del Parlamento durante la intentona golpista del 23 de febrero de 1981.

En la próxima obra, que no tiene prisa por publicar, porque según cree los libros piden "paciencia" y "tiempo", Cercas intenta apartarse "de muchas cosas" que ha estado "haciendo hasta ahora", entre ellas la formulación de lo que es un héroe.

El novelista explicó que por ejemplo en 'Anatomía de un instante' se centró en lo que llamó "héroes de la traición", mientras que en 'Soldados de Salamina' (2001), el estilo de dibujar a sus personajes era "más clásico".

A pesar de los matices, los personajes heroicos de Cercas tienen un denominador común, el de "tipos que dicen no", que no matan a otro, que no obedecen órdenes, explicó Cercas, uno de los invitados destacados a la Semana de Escritores de la ciudad de Adelaida.

"Decir no es algo muy difícil", enfatizó Cercas tras insistir en que "una forma de heroísmo" es cuando se acepta que uno ha estado en un bando equivocado y se pasa al acertado.

Citó como ejemplo a políticos como Adolfo Suárez y a Gutiérrez Mellado por un lado, a Santiago Carrillo por otro, que "traicionan los ideales totalitarios para ser fieles a ideales democráticos".

En la conversación con Efe en un hotel de Kings Cross, un barrio bohemio de Sídney, Cercas también se refirió a la crisis que afronta Europa, aunque bromeó que en ese momento, quizás por el brusco cambio de horario, se sentía "muy optimista" respecto al futuro.

Cerca señaló que aunque es un hecho que la gente lo está "pasando mal en España", confía en que habrá una salida de la crisis con el fortalecimiento de un Estado europeo, en suma, con la creación de "más Europa".

Aunque el escritor apuntó que se trata de "la primera vez desde el final de la guerra en España, y en general en Europa, que existe la amenaza de que nuestros hijos vivan peor que nosotros".

Si por un lado mira con esperanza el futuro, por el otro Cercas duda de que la crisis pueda gestar un movimiento cultural distinto "que no haya sido ya visto en la historia".

"Lo esencial tarda mucho en cambiar", indicó.

Con la experiencia de casi medio siglo de vida, Cerca alentó a las nuevas generaciones de escritores a desafiar a sus antecesores.

Al comentar la figura del "parricidio" literario, en alusión a la rebeldía de una generación de escritores latinoamericanos que rechazaron el realismo mágico, dijo que "no basta matar al padre".

"Hay que descuartizarlo, abrirlo en canal y comértelo vivo en salsa picante y convertirlo en carne de tu carne y sangre de tu sangre" para poder crear "otra cosa", puntualizó.

Cercas está haciendo una gira por los centros literarios de las ciudades australianas de Adelaida, Melbourne y Sídney con el apoyo del Instituto Cervantes.