29.11.13

El fin del miedo a la página en blanco

Bologna fue el escenario del segundo festival Scriba, con treinta citas y más de cuarenta referentes. Y una curiosidad: un programa de primeros auxilios narrativos para autores con bloqueo

FESTIVAL SCRIBA. Tres días de concursos, sátira, hallazgos, debates y conferencias sobre la noble tarea de combinar palabras.

INTERACTIVO. Los autores jóvenes se acercaron al grupo de médicos para recibir recetas narrativas./revista Ñ
Necesitaría pedir un turno con primeros auxilios –¿Qué le pasa?
–Estoy empezando a escribir una novela y no puedo avanzar con el personaje femenino.
El diagnóstico es clarísimo: aspirante a escritor con bloqueo narrativo.
Por fortuna, existe en el mundo –más precisamente en Bologna, Italia– un festival que se llama Scriba y que ofrece tratamiento para tal dolencia: una sesión de una hora con un tutor de una escuela de escritura.
Los Primeros Auxilios Narrativos debutan en esta segunda edición del festival Scriba, tres días de discusión, concursos, debates acerca del uso del lenguaje, competencia de insultos, sátira, hallazgos y conferencias sobre la noble tarea de combinar palabras. Entre el 8 y el 10 de noviembre, la ciudad de Bologna, cuna de la universidad más antigua del mundo occidental y sede del taller de narración Bottega Finzioni –fundado por el escritor noir Carlo Lucarelli en 2011 y principal organizador del encuentro–, presta sus librerías, bares y museos para este laboratorio de ideas.
“El nuestro no es un festival de literatura sino de escritura en el cual participan todos aquellos que hacen de la escritura un oficio, aún en sus formas más desconocidas o impensadas”, explica Michele Cogo, escritor, guionista, estudioso de semiótica narrativa y miembro del comité científico de Scriba. “Desde los libretos o guiones hasta la escritura de horóscopos, recetas de cocina, los prospectos de los medicamentos, las instrucciones de uso, todos textos que frecuentamos en la vida cotidiana pero que uno nunca se pregunta quién los hace ni cómo”, agrega.
El servicio de Primeros Auxilios Narrativos que en estos días socorre a más de un principiante en apuros creativos atenderá, a partir de enero, una vez por semana en la histórica farmacia Toschi de Via San Felice, en Bologna.
“No somos una editorial ni una agencia literaria. Se trata de una consultoría gratuita para quien inventa historias y no asiste regularmente a una escuela de escritura. Contar el propio relato a otros ayuda a comprenderlo y escribirlo mejor –dice Cogo, creador de estos primeros auxilios–. No hacemos sugerencias sobre estilo y escritura. Trabajamos sobre los pasajes de trama y cómo ordenar las cosas para hacer funcionar la historia.” Con cierto orgullo, el festival Scriba se jacta de no prestarle atención a los libros ni a los lectores. Se trata de una kermés de letras que da voz a los que escriben horóscopos, programas de tele, titulares de los diarios, e–books y guiones para cómics, entre otros rubros.
Para Carlo Lucarelli, autor del policial El comisario de Luca , un volumen que recoge las novelas Carta blanca , El verano turbio y Via delle Oche , éste es un festival muy original. “Llegué a la conclusión de que cualquier cosa que se escribe escogiendo las palabras para comunicarle algo a alguien implica que quien lo hace ponga algo de su fantasía. Cuando lo que se comunica es fruto de una elección estamos frente a una forma de la literatura. Eso se convierte en una escritura que debemos respetar. Scriba hace esto. Sale a reclutar todas las formas de escritura desconocidas, escondidas de narración –dice. Hay momentos de la escritura que nunca son tenidos en consideración, o al menos yo nunca los he tenido, y de los que he descubierto su profundidad a través de Scriba. Compré publicaciones que les enseñan a los policías cómo sumariar información testimonial o cómo hacer un informe de documentación. Debí usar esa escritura burocrática, reelaborarla para mis novelas.” Desde 2012, una vez al año Scriba copa Bologna durante tres días. En esta ocasión, con treinta citas y cuarenta referentes de la escritura como oficio que participan en este mundo paralelo al literario donde nadie paga entrada.
Hasta la librería Ambasciatori, donde la gente suele pispear las novedades editoriales mientras compra mostaza de uva y papardelle biológicos o se toma un prosecco acodado en las estanterías de libros, el semiólogo y discípulo de Roland Barthes Paolo Fabbri vino a compartir uno de los temas que lo desvelan: “Enseño semiótica de los lenguajes técnicos en una universidad romana y dicto un curso sobre la diatriba política. Ahí me di cuenta de que en la mayoría de los casos, la gente que hace política se insulta. De ahí la idea de introducir entre los temas del festival este modo de referirse unos a otros a través del insulto. Les pedí a mis estudiantes que hicieran un trabajo de documentación y recogieran los insultos que se dicen los políticos en estos últimos tiempos. Aquí algunos ejemplos: analfabeto, animal, asesino, bandido, bufón, marioneta, caimán, cadáver, carroñero, corrupto, idiota, fracasado, farabute, mierda seca, miserable, muerto que habla, musulmana de mierda, incapaz, ladrón, monstruo, viejo verde, vieja prostituta, padre de una puta, sodomita, bruja, traidor, atorrante, bellaco… Se trata de una lista abierta en la que todos pueden contribuir.” El insulto no queda ahí. Al día siguiente, toma cuerpo en el restaurante La Gazetta, frente al teatro comunal y en diagonal a Piazza Verdi, cuore de la movida universitaria bolognesa. En La Gazetta, Fabbri modera una competencia de ultrajes que llama “La piedra del insulto” mientras Vito Tartamella, editor de la revista Focus y autor del libro Parolacce (Malas palabras), aclara, con cierto rigor científico, que “hay muchas familias de malas palabras. La imprecación, por ejemplo, surge cuando en vez de pegarle al clavo en la pared le damos con el martillo a nuestro dedo. No ofendemos a nadie pero nos desahogamos –señala–. Otra familia son las maldiciones. No es una ofensa pero consiste en augurarle un mal a alguien. Luego están las obscenidades, que se refieren a la sexualidad explícita y llegamos finalmente al insulto que, como toda mala palabra, es mágica.” Según Tartamella, el insulto es una forma simbólica de agresividad. “Freud decía que nuestras pulsiones principales son el sexo y la agresividad. El insulto desarrolla una función extraodinaria: en vez de partirle la cabeza a alguien con una piedra y potencialmente matarlo, uno le arroja al otro una palabra. En la historia del hombre el insulto sirvió para trasladar de un plano físico a uno simbólico una forma de violencia. Hoy se puede discutir sobre los efectos de la piedra en la cabeza o el insulto. A veces el insulto puede provocar una herida de la que una persona no se recupera más”, agrega.
¿Cuál es el insulto perfecto? “Aquel que tiene la característica de ser breve, incisivo, eficaz pero sobre todo creativo. En una reunión municipal, en Umbria, un concejal le dijo a otro: ‘Callate vos, que para hacerte ver de la cabeza tenés que ir al urólogo’”, cita Tartamella.
Scriba no descuida la escenografía de cada evento. Ermanno Cavazzoni, escritor y guionista de La voz de la luna , de Federico Fellini, y la blogger Martina Montague vinieron a presentar poesías famosas en cajas de remedios. Bajo el título “Poesía terapéutica y prospectos”, Cavazzoni ironiza sobre las técnicas de escritura y recrea poesías famosas en prospectos de medicina, idea que en los 90 publicó la Universidad del Proyecto de Reggio Emilia y llegó a vender 400 mil copias. ¿Dónde se hace el encuentro? En las instalaciones de una empresa de máquinas automáticas para la confección de productos farmacéuticos.
La sala del Resorgimento del Museo Cívico Arqueológico de Bologna, en cambio, hospeda al escritor Paolo Albani, coautor del Diccionario de las lenguas imaginarias. Albani, miembro de L’OuLiPo –Ouvroir de Littérature Potentielle, una especie de laboratorio de literatura paralela nacido en París en los 60 como parte de la patafísica, esa ciencia de las soluciones imaginarias que surgió en 1948–, le dedica un capítulo al grammelot, el lenguaje escénico que no se funda sobre la articulación de palabras pero que sí reproduce algunos aspectos fonéticos como la entonación, el ritmo y la cadencia. El diccionario lo define como un juego onomatopéyico de un discurso articulado arbitrariamente. Según Albani, “la palabra deriva de ‘protestar’, en francés. Sería el lenguaje que usaban para burlarse de los gobernantes en la antigüedad. Como no era posible hablar mal en teatro del obispo o del príncipe de turno, se usaba un lenguaje no comprensible pero eficaz desde lo satírico. En su Manual mínimo del actor , Darío Fo, amante del grammelot, dice: ‘Debo confesar que uno de mis sueños secretos es salir en el noticiero, sentarme en el lugar del conductor y hablar toda la transmisión en grammelot. Apuesto a que nadie se daría cuenta’”, cita Albani.
Sobre cómo se construye una lengua imaginaria, destaca que “uno de los modos más divertidos es tomar el principio de una palabra y el final de otra y unirlas. Algunos términos de uso corriente nacieron así –explica–: La palabra smog viene de smoke (humo) y fog (niebla)”. Y da algunos ejemplos de un libro de Umberto Eco: “Dartagnac: el brandy preferido de los mosqueteros. Cornitólogo: etólogo que estudia el adulterio entre los pájaros”.
En el festival Scriba las escuelas de escritura tienen ocasión de presentarse y explicar para qué sirven: “Para que uno se dé cuenta de que se pueden traspasar los límites que uno siempre pensó inalcanzables –dice Domitilla Pirro, ex alumna y hoy asistente de didáctica junior de la Holden, la escuela de escritura que Alessandro Baricco fundó en Turín en 1994–. Yo entré porque quería dedicarme a hacer historias para niños y me pidieron que escriba un relato sobre una masacre. Debo decir que fue un desafío importante. Es imposible garantizar que una escuela de escritura te asegure un trabajo pero sí te da las herramientas como para poder inventártelo. Uno adquiere la técnica y los instrumentos necesarios para crearse una profesión en cualquier campo.” Scriba también se ocupa del lenguaje del arte y, en otro ejercicio del disparate, el semiólogo Paolo Fabbri preside una velada en el MAMBo (Museo de Arte Moderno de Bologna), donde la propuesta es analizar el discurso de tres hipotéticos vendedores de arte que improvisan sobre cómo tentar a la platea para que compre tres objetos (¿de arte?) desconocidos para ellos hasta el momento. Primero es una boina. Luego un vaso de agua. Por último, una manzana. “Esta vez quisiera que no hablemos sobre qué es arte sino sobre cuándo un objetos se transforma en arte”, arranca Fabbri. “Podríamos decir que sobre un pedestal y bajo un spot casi seguro que cualquier cosa se aproxima mucho al arte –ironiza–. El objeto debe ser artificato. Y el trabajo de la crítica es la implementación de la obra de arte. Veamos cómo estos tres candidatos ofrecen estas tres obras de arte que ellos desconocen a un público que es constitutivo de la obra arte en cuanto a su recepción.” Cada uno a su turno, los tres vendedores de mentira intentan persuadir a la platea obre las bondades de adquirir esos tres objetos de la vida cotidiana como si fueran obras de arte. El público juega, vota y determina el empate. El festival cumple su objetivo. Y mientras Scriba se despide hasta el año que viene, el MAMBo se pregunta qué hacer con la boina, el vaso de agua y la manzana.

28.11.13

Diez siglos para una declaración de amor a París

El inglés Edward Rutherfurd novela el devenir histórico de la ciudad

París, visto por Atget (la fotografía formó parte en 2011 de la exposición  El viejo París en la Fundación Mapfre). /Jean Eugène Auguste Atget./elpais.com
Edward Rutherfurd (Salisbury, Reino Unido, 1948) es un novelista de enorme éxito internacional especializado en voluminosas novelas históricas en las que sagas familiares ficticias corren aventuras a lo largo de los siglos en una ciudad determinada, que queda minuciosamente descrita tanto en su evolución física como en los acontecimientos históricos más destacados que tuvieron lugar en ella y los personajes más influyentes de su devenir político y social. Hasta la fecha se han publicado en España (Roca Editorial) Londres, Nueva York, y ahora París.
Miembro de una familia de escritores (su abuelo paterno, su madre, su tío...) y emparentado con Walter Scott (lo que tiene a gala), a los 10 años tuvo que permanecer recluido en la cama durante semanas por una enfermedad, y sus padres le regalaron una novela de C. Forester. Ese libro le fascinó y a continuación leyó todas las demás de la saga del marino Horatio Hornblower, que corre mil aventuras durante las guerras napoleónicas. Esta lectura, y a continuación la de las novelas de Conan Doyle (autor de Sherlock Holmes) ambientadas en la Edad Media y, como las de Forester, muy documentadas, resultaron inspiradoras para Rutherfurd. Quiso escribir novelas como aquellas que tanto le habían hecho fantasear, y a eso ha dedicado su vida. Tenía a su favor la genética, como hemos dicho, y también la profesión: trabajó, de joven, en la industria editorial, y así intuyó qué le podía interesar y qué no le gustaba al gran público. Tuvo desde el principio el pálpito de que con unas pocas décadas de trabajo concienzudo lograría hacerse “una carrera de escritor”, pero no esperaba desde el principio tener un éxito internacional tan grande como el que disfruta, y que con modestia atribuye en parte al competente trabajo de su primer editor: “El editor puede hacer mucho para lanzar un libro, o para matarlo”.
Para cada uno de sus libros, lo primero que hace Rutherfurd es visitar el lugar, pasear días enteros, impregnarse de la atmósfera particular de la ciudad. Aunque suene pretencioso sostiene que, para el autor, el lugar tiene que parecer mágico. Luego sigue “el proceso de educar mi propia imaginación”, la reunión de información histórica, y entonces el proceso de “imaginar a personas en ese paisaje urbano”, que no es poco trabajo, pues el protagonismo de sus novelas es necesariamente coral (en París, por ejemplo, los miembros de cuatro familias de diferentes clases sociales, a lo largo de diez siglos).
A continuación, la estructura de la novela, que procura sea sólida y bien definida “porque si sabes que vas a dedicar unos años a escribir un libro —y para Londres, por ejemplo, estuve cinco años, mientras que París ha sido mucho más rápido—, más vale asegurarte antes de que no te encontrarás en un callejón sin salida”. En muchos casos consulta con especialistas y con historiadores, sin temor a resultarles un incordio porque desde que escribió su primer libro, ambientado en la historia de Irlanda, descubrió que muchos académicos y profesores, una vez comprobaban que él había “hecho los deberes”, estaban encantados de que les preguntase tantas cosas “ya que no había mucha gente que se interesase seriamente por su especialidad”. A esos especialistas —en arte, vida cotidiana, música, economía, lenguaje, política, mentalidad— vuelve a visitarlos cuando ha escrito el primer borrador de su novela, para asegurarse de no incurrir en anacronismos flagrantes.
París, dice Rutherfurd, “es complejidad. Me enamoré de la ciudad. Bueno, todo el mundo se enamora de París. Es romántica, y al mismo tiempo puede ser muy fría. La monarquía francesa fue muy fría, Napoleón fue muy frío… París es también una ciudad de revoluciones, y políticamente la Revolución francesa, los ideales que la informan, es todavía una obra en marcha, no ha concluido. Lo cual novelísticamente es también romántico e interesante, como su habilidad para salir graciosamente a flote después de toda clase de conflictos y derrotas. Pero, como le digo, es una ciudad compleja. Tome la torre Eiffel: es un símbolo fálico, pero también tiene una gracia femenina…”.

27.11.13

Júdice: "Me obligo a escribir todos los días, como un oficinista"

El catedrático portugués recogió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en el Palacio Real de Madrid

El escritor portugués Nuno Júdice posa en un parque de Lisboa, Portugal, el 18 de noviembre del 2013. /Francisco Seco/elpais.com
Nuno Júdice nació en 1949 en Mexilhoeira Grande, en el Algarve, y se aficionó a la poesía, antes de leer, oyendo a los actores portugueses recitar en la radio en su pueblo en los cincuenta. Después saqueó la biblioteca familiar y más tarde descubrió con asombro el verso libre de Álvaro de Campos, uno de los heterónimos de Pessoa. De ahí no salió. Publicó su primer libro de poesía, A Noção de Poema,en 1972. Desde entonces ha escrito, a un ritmo constante y espectacular, más de 30 volúmenes poéticos, una decena de novelas, otra de ensayos y cuatro obras de teatro. Concibe el escribir como un trabajo y cada tarde, cuando ha terminado las clases de Literatura en la universidad y los artículos que le dan de comer, se sienta a una mesa silenciosa de su casa de Lisboa y se pone a trabajar, solo, feliz. Habla poco, siempre en voz baja. Es tímido. Hoy recibe el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
 ¿Es difícil ser poeta y catedrático de Literatura?
 Hay países en los que esa coexistencia es difícil, como en Francia, donde los poetas universitarios, por así decir, no son vistos como “auténticos”. En Portugal, curiosamente, los grandes del XX fueron profesores de Literatura, como Jorge de Sena. A mí me obliga a convivir con la literatura. Aunque muchas veces evito enseñar poesía a fin de no tener que desarmar los poemas en clase para verles las costuras.
¿Es verdad que Portugal es tierra de grandes poetas y no tan grandes novelistas?
 Eso procede, por un lado, de que hasta hace pocos años, solo Luís de Camões y Pessoa, dos poetas, habían salvado las fronteras. Solo Saramago lo ha vuelto a hacer recientemente. Y también de la idea romántica de que la poesía y la saudade caracterizan nuestra identidad.
Hay quien añade a esa esencia portuguesa la resignación.
Tiene que ver con dos hechos históricos: la Inquisición, que duró tres siglos, y la dictadura, que duró 50 años. Ambos marcaron negativamente la creatividad. Aunque creo que las generaciones más jóvenes se comportan de un modo diferente.
Pero usted ha dicho que los portugueses han sido muy tolerantes con esta crisis…
Aludía a esa resignación, pero también al hecho de que Europa ha sido durante muchos años el sueño portugués y ahora nos es difícil liberarnos de esa utopía.
¿Y qué debe hacer la literatura frente a todo esto?
La literatura portuguesa siempre tuvo que ver con la evolución social del país. Se echa de menos eso. La literatura es la mejor manera de que perduren determinados hechos.
Pero los periódicos se encargan de consignarlos.
Sí, pero la literatura da una visión personal, subjetiva. Problematiza un acontecimiento, va más allá del registro documental.
¿Y la poesía? ¿Cómo influye esta realidad apabullante que se vive hoy en Portugal?
Yo crecí con la dictadura. Y existió, antes de mi generación, una poesía militante, muy política. Nosotros reaccionamos contra eso. Pensábamos que una poesía que nacía en una circunstancia política perdería el sentido una vez desaparecida. Por eso mi poesía, siempre ha tratado de ser algo más universal. Aunque, bueno, es evidente que la realidad tiene que pasar por ahí. Pero siempre busco que el poema trascienda ese puro hecho que lo inspiró.
¿Y por qué tantos poemas sobre la poesía misma?
Eso siempre ha estado en mí. Por lo menos hasta el final de los años ochenta. Después mudé algo. Pero siempre me he interrogado sobre qué es un poema, entendiendo como poema ese objeto vivo que perdura en la mente del lector. La poesía que muere una vez leída, esa poesía seca, formal, es un objeto interesante, pero no pasa de eso. El poema tiene que dirigirse al lector como algo esencial y transformarlo, hacerle ver las cosas de otra forma.
¿Cómo decide escribir poesía o novela?
Por lo general escribo siempre poesía. Es mi actividad más constante. La novela necesita una historia, un punto de partida con el que seguir. Y, por ejemplo, ahora no tengo ninguno. La novela no es en mí algo natural. En el fondo, en mis novelas hablo de cosas que conozco, son una suerte de memoria ficcionada, de diario novelesco.
 ¿Cómo consigue escribir tantos libros de poesía?
Me obligo a escribir todos los días, como un oficinista. Escribir es mi vida. Me gusta hacerlo, no vivo de eso, pero es mi manera de ser.

23.11.13

Zadie Smith: Presente continuo

La escritora se consagra con Londres NW, retrato de los barrios mestizos de la capital británica. Los libros, el feminismo y las diferencias sociales centran esta conversación en su casa

La escritora Zadie Smith. / Hamish Brown./elpais.com
Su apartamento se encuentra a dos pasos de Washington Square, en un decimoquinto piso con vistas sobre el Bajo Manhattan, pegado al campus de la NYU, donde imparte clases de escritura creativa desde 2010. “Antes era una profesora muy dura. Incluso hice llorar a algunos alumnos. Decidí cambiar, porque hacer desgraciados a los demás no me pareció una gran idea”, confiesa Zadie Smith, ataviada con un turbante rosa y una ironía cautivadora, avanzando con andar algo hombruno por el pasillo que conduce hacia su hogar, pocos días después de su 38º cumpleaños. Ya hace casi década y media que la escritora británica fue catapultada a la fama por Dientes blancos, que escribió cuando todavía estudiaba en Cambridge. El éxito apoteósico de ese fresco multicultural la convirtió en futuro de las letras inglesas, un papel que siempre consideró que le iba grande. Siete años después de Sobre la belleza, Smith publica la que considera su primera novela de madurez, Londres NW, donde regresa al modesto barrio de su infancia para narrar las vidas de un puñado de personajes que parecen extraídos de una multitud, afectados por el estancamiento vital y la insatisfacción crónica. “Hay escritores con ideas, sentimientos y vidas poco habituales. Yo no tengo nada de eso. Solo cuento con la capacidad de hablar con precisión de sentimientos muy comunes”, dirá antes de empezar. La entrevista transcurrirá en su comedor, con sus dos hijos, Kit y Harvey, correteando alrededor.
 La novela habla del proceso de convertirse en una persona corriente y de la frustración que eso conlleva. ¿Es algo que detecta a su alrededor?
Lo que observo es una búsqueda incesante de un factor externo que creemos que nos hará felices para siempre. Puede ser el trabajo de tus sueños, comprarte una casa o tener dos hijos. Al conquistar esa cosa que tanto anhelábamos, nos damos cuenta de que el resultado no es el esperado. Nos sentimos igual de insatisfechos que antes, porque la vida no funciona así. La existencia no es un largo proceso que conduce hacia un final feliz.
El realismo ya no puede consistir en describir un paseo junto al lago. ¿Cuándo fue la última vez que hizo eso?
¿Por qué escogió a estos personajes que no han logrado convertirse en las personas que creyeron que serían?
Debe de ser por mi edad. Cuando eres más joven, te dices que un día te tomarás un año sabático para irte a vivir a Venezuela. A partir de los treinta, te das cuenta de que eso nunca sucederá. De repente tienes 43 años y no vas a ir a ninguna parte. Esa parálisis es la experiencia vital más común. A mí también me concierne. Sé que todo lo que haré en la vida es escribir siete u ocho novelas. Y eso si tengo la suerte de llegar a vieja.
Es curioso que lo vea así. La teníamos por alguien que luchó por cambiar su destino para poder ir a la universidad y convertirse en escritora de éxito.
Tenía la ambición de escribir, pero no desde una perspectiva arribista. Fue un accidente que publicaran Dientes blancos siendo tan joven. Nunca fui a ver a nadie para que me ayudara. Todo lo que he hecho después ha sido aprovechar ese accidente. La vida consiste en agarrarse a esos imprevistos.
Vive en Nueva York desde hace una década. El libro parece escrito por alguien que redescubre con ojos nuevos su ciudad natal y su propia cultura.
Esa alienación puede ser útil porque te sitúa en la posición del observador. Cada verano vuelvo a mi barrio del noroeste de Londres durante las vacaciones escolares. Siempre se me hace raro que la prensa hable de escándalos sobre la familia real y que el comercio de la esquina se ha convertido en otra tienda de cupcakes. No me gustan esos libros que transcurren en siete ciudades y que la gente lee en los aeropuertos. Las buenas novelas pueden hablar de asuntos universales, pero siempre están situadas en un lugar concreto, como Sostiene Pereira, de Tabucchi.
El libro describe una ciudad brutalizada por la crisis, donde los pisos cuestan treinta veces más que hace diez años. ¿Condiciona el contexto económico su relato?
Más que la economía, me interesan las consecuencias que tiene en la vida privada. El otro día leía los últimos textos del fallecido Tony Judt, con quien comparto haber sido beneficiaria del Estado de bienestar británico, la educación gratuita y la cobertura médica para todos. Judt denuncia la ingenuidad de mi generación, que creyó que esos privilegios durarían para siempre. Ahora están desapareciendo, si no lo han hecho ya. En Nueva York recortan los bonos de comida para las familias pobres. Es obsceno que las pérdidas de los banqueros las vayan a pagar los bebés más pobres de la comunidad.
Sus personajes están marcados por sus orígenes modestos. ¿Son víctimas del determinismo social?
Sí, pero no solo por ser desfavorecidos. El determinismo existe en todas las clases sociales. La clase media-alta suele creer que sus hijos son más listos, que se han ganado lo que tienen a pulso. ¿Por qué no prueban con mandarles a una escuela del montón? Me gustaría ver adónde llegan. El problema es la falta de movilidad en todas las clases. Estadísticamente, está demostrado que básicamente se tiene que matar a un hombre para ser expulsado de la clase media-alta.
Sus personajes sí progresan. Son los primeros en sus familias que van a la universidad, aunque eso no resuelva su desarraigo.
Quería exponer que las crisis existenciales no son dominio reservado de la población blanca. La gente de color también las tenemos. No nos basta con tener lo suficiente para alimentarnos y vestirnos para ser felices. Sufrimos de la misma ansiedad que los demás.
El sentimiento de alteridad es perpetuo y, creativamente, el lugar más útil y fascinante
en el que te puedas encontrar
Leah se resiste a quedarse embarazada y su marido Michel simula ser más viril de lo que es. ¿Los roles tradicionales de género intensifican esa ansiedad?
Hace cincuenta años ninguna mujer se preguntaba si quería tener hijos. Ahora todas nos interrogamos al respecto. No es extraño que la gente se vuelva un poco loca, porque es un campo de reflexión totalmente nuevo. Por otra parte, asistimos a una regresión. En 1994 hubiera resultado imposible ver algo como el vídeo de Blurred Lines, donde mujeres desnudas bailan entre hombres vestidos. Nos habría parecido una degradación total. Entonces teníamos a Madonna con un sujetador de conos bailando entre hombres desnudos. Ahora es lo contrario. Un día me desperté y descubrí que la palabra feminista se había convertido en un insulto.
Se califica como insegura. Cuando intentó releer Dientes blancos se dijo “sobrecogida por la náusea”. Cuando lo intentó con Sobre la belleza, experimentó “un sentimiento de fraude”.
Eso es típico de las mujeres escritoras. Estamos más acomplejadas respecto a nuestro trabajo, aunque eso puede ser útil. Si hace una encuesta entre editores, todos le dirán que tienen más problemas para trabajar con hombres. Las mujeres estamos más abiertas a las sugerencias. Se habrá fijado que, cuando una crítica literaria está escrita por un hombre, siempre desprende un tono paternalista. Parece que te estén diciendo: “Alguien tiene que enseñarle a esta chica a escribir como es debido”. Nadie le habla así a Jonathan Franzen.
Dice que reescribió las primeras veinte páginas de su anterior novela durante dos años. Con esta ha tardado siete años. ¿Cuándo se da por satisfecha?
Cuando lo he reescrito tantas veces que aborrezco la simple idea de volverlo a leer. Siempre me resisto a escribir una nueva novela, pero acaba siendo superior a mí. Tampoco es una compulsión, como me dicen a veces, pero cuando no escribo me siento mal.
En su colección de ensayos Cambiar de idea, dijo que la novela debe revelar “información escondida sobre lo personal, lo político y lo histórico”. ¿Escribe con el objetivo de reflejar el presente?
Si hay una sola cosa que me importa, es reflejar el momento actual. Todos los libros que han marcado la historia de la novela hablan del tiempo en que fueron escritos. Hay excepciones, como Middlemarch o algunas novelas de Jane Austen, que hablan de un pasado cercano, pero son pocas. En otras tradiciones literarias puede resultar útil, pero mi país es tan nostálgico que solo nos falta ambientar los libros en el pasado. No hay nada que les guste más a los ingleses que mirar cientos de años atrás.
Utiliza extractos de chats, mensajes de textos y diálogos entrecortados. ¿Es esa comunicación lo que define nuestro tiempo?
El realismo ya no consiste en describir un paseo junto al lago. ¿Cuándo fue la última vez que hizo eso? La mayor parte de su día transcurre en la pantalla de su móvil. Ya soy demasiado vieja, pero una nueva generación tendrá que escribir esa novela. Ya hay un par de escritores que lo intentan, como Tao Lin o Joshua Cohen.
 ¿Por qué los bloques del libro llevan títulos como Visitación, Invitado y Anfitriona?
Me interesa el concepto de la ética en la Grecia clásica. Cuando alguien llegaba a tu polis, te convertías en su anfitrión. ¿Qué le debías a esa persona? ¿Qué tenía que darte para que le dejaras pasar? Es un debate de plena actualidad. Los últimos textos de Derrida hablan de lo mismo. Recuerdo que, cuando los leí en la universidad, me pareció que hablaban de mí misma. Yo también soy esa persona en la frontera que intenta cumplir las condiciones para que la dejen entrar.
¿Siempre se ha sentido así?
Por supuesto. Es como si usted viviera en Zimbabue. Nunca se le olvidaría que es blanco. Ese sentimiento de alteridad es perpetuo, aunque no sea necesariamente malo. Creativamente, es el lugar más útil y fascinante en el que te puedas encontrar.

Criaturas desazonadas

Javier Aparicio Maydeu
Londres NW. Londres, North West. Londres, New Wave. Londres, No Way. Londres, New Worries. Londres, Nobody Waits. Rápido, rápido. Tráfico de cuerpos, tráfico de ideas, tráfico de frases, tráfico de banalidades trascendentes, y de decepciones constantes y rebeldías ineludibles. Tráfico. Londres como hervidero y como telaraña. Londres como barrio local y como urbe global. Aquí está el Londres de Virginia Woolf acelerado y en la era digital, las voces entrecruzadas de sus habitantes atrapadas ahora en chats reproducidos hasta sus últimas erratas ortográficas, como está de Dios, pero la forma de la novela que las acoge, un collage o un mosaico de teselas diminutas que intercambian sus posiciones con velocidad y simultaneidad para que se precipite una imagen múltiple como aquella ya antigua, pero siempre actual del Nueva York de Dos Passos, la devuelve al modernism en más de un sentido. Y, claro, también el Londres multiétnico de Mi hermosa lavandería (1985) de Hanif Kureishi y Stephen Frears. Y sin asomo de duda está aquí su propio Londres coral, social, racial, marginal y nada oficial de Dientes blancos (1999), su celebradísima opera prima, en la que se combinaban como en un gin-tonic la efervescencia de la sátira y la acrimonia de la épica cotidiana. Diez años se cumplen ahora de la apuesta de la revista Granta por la voz narrativa de Smith, que desde luego no ha dilapidado su talento desde su novela inaugural, y que ahora regresa, después de El cazador de autógrafos, Sobre la belleza (2005) y un puñado de premios, con muchos más arrestos narrativos, toda vez que una forma de alcanzar la vigencia podría ser no perder la frescura, el atrevimiento de querer experimentar.
Natalie, Leah, Nathan y Felix trenzan sus vidas à bout de souffle moviéndose por la metrópoli, y ni una sola de sus ideas, ninguno de sus gestos físicos, de sus exabruptos verbales o de sus posturas sociales queda fuera del encuadre de la cámara de Smith, que se diría que juega al street art fotografiando un muro de las lamentaciones en el que cada vecino va dejando su huella, siempre el mismo y siempre diferente, y que no está dispuesta a permitirles a sus personajes la menor intimidad, como mandan los indecorosos cánones joyceanos, que transcriben la violencia verbal, la variedad jergal, la obscenidad moral, el albedrío sexual y hasta la actividad mental a través de febriles discursos repartiéndose la página y evocando a la Santa Trinidad libérrima de Burroughs, Beckett y Bukowski, la Triple B a la que la muy leída y la muy inteligente Smith cita en el capítulo ‘Anfitriona’. Deprisa, deprisa. Las modas pasando de moda, el triunfo de la obsolescencia y el desengaño en luces de neón: “Tú por lo menos progresas en la vida. Yo solamente me marchito”. Mundos enteros concentrados en frases sueltas, sintagmas nacidos de una brutal capacidad de observación y síntesis, no en vano, en una brillante conferencia en Columbia recogida en el volumen de ensayos Cambiar de idea (2009), la autora se declaró microgestora frente a los narradores macroplanificadores, confesando que las novelas de los microgestores “solo existen en su momento presente, en una sensibilidad, en la frecuencia tonal de la novela línea a línea”, y así sucede también en Londres, NW, una novela en tiempo real que más parece revelada que preconcebida. Y formas y técnicas de la vanguardia —listas, monólogos, síncopas, elipsis, fugas y añagazas retóricas, clásicas y renovadas como el emoticón— orquestadas para que la música disonante del desasosiego de los personajes suene bien, para alumbrar de nuevo la terrible belleza de Yeats: “Nadie me quiere todos me odian porque soy un gusano ondulante. Pero quién es esta / esta voz / tan callada / y tan violenta, metida en su oreja, y piensa […]que debe estar enloqueciendo, piensa / —¿Perdone? / —¿Me oyes?”. Smith ya intenta colorear su Londres más personal, y su prosa eléctrica y punzante, que Javier Calvo reproduce con suma pericia (no era cuestión aquí de traducir las palabras, sino el ritmo y el tono con el que se pronuncian), aúna ironía a raudales, sobre todo en las escenas en las que se fotografía al personaje sobre el fondo social, y la sonrisa burlesca de quien ha vivido mucho en poco tiempo, pero la desazón acecha a sus criaturas de ficción porque sus criaturas de ficción reflejan unas criaturas de verdad desazonadas. Por la injusticia social, por la crisis de valores, por la competencia feroz, por la mentira política, por el pensamiento único y la globalización feroz: “salen del supermercado. Regresan con brócoli de Kenia y tomates de Chile y café injusto y porquería azucarada y el periódico erróneo”.
Londres, NW es una lata caducada de elixir de la vida, o una falaz o engañosa proclama de carpe diem. Y un mural en el que se entreveran miles de grafitis. Efectivamente, una joya del street art.
Londres NW. Zadie Smith. Traducción de Javier Calvo. Salamandra. Barcelona, 2013. 379 páginas. 20 euros. Traducción al catalán de Ernest Riera. Editorial La Magrana. Barcelona, 2013. 336 páginas. 20 euros

Catorce consejos de Ernest Hemingway para escritores

Ernest Hemingway dejó cantidades de ideas y consejos sobre el arte de escribir. Compartimos aquí sus consejos para escritores

Ernest Hemingway, autor de El viejo y el mar./comoescribirunanovela.blogspot.com

1. Cuando un escritor escribe una novela, debería crear a gente viva; personas, no personajes.
2. Escribe frases breves. Comienza siempre con una oración corta. Utiliza un inglés vigoroso. Sé positivo, no negativo.
3. A veces, cuando me resulta difícil escribir, leo mis propios libros para levantarme el ánimo, y después recuerdo que siempre me resultó difícil y a veces casi imposible escribirlos.
4. Las personas de una novela, no los personajes construidos con habilidad, deben ser proyectadas desde la experiencia asimilada del escritor, desde su conocimiento, desde su cabeza, , desde su corazón y desde todo lo suyo.
5. Quería escribir como Cezanne pintaba. Cezanne empezaba con todos los trucos. Después destruía todo y empezaba de verdad.
6. Evita el uso de adjetivos, especialmente los extravagantes como "espléndido, grande, magnífico, suntuoso".
7. Por el amor de cristo, escribe y no te preocupes por lo que los muchachos dirán, ni de si será una pieza magistral o qué.
8. Seriedad absoluta en lo que se escribe, es una de las dos necesidades categóricas. La otra, por desgracia, es el talento.
9. Mi tentación siempre es escribir demasiado. Lo mantengo bajo control para no tener que cortar paja y reescribir. Los individuos que piensan que son genios porque nunca han aprendido a decir no a una máquina de escribir, son un fenómeno común.
10. Un escritor, si sirve para algo, no describe. Inventa o construye a partir del conocimiento personal o impersonal.
11. El don más esencial para un buen escritor es un detector de mierda interno, a prueba de choques. Es el radar del escritor y todos los grandes lo han tenido.
12. Un escritor de nuestro tiempo tiene que escribir lo que no ha sido escrito antes o superar a los escritores muertos en lo que hicieron. La única manera en que puede decir cómo va, es compitiendo con los hombres muertos… Pero la lectura de todos los buenos escritores podría desanimarlo. Entonces debe ser desanimado.
13. Para escribir me retrotraigo a la antigua desolación del cuarto de hotel en el que empecé a escribir. Dile a todo el mundo que vives en un hotel y hospédate en otro. Cuando te localicen, múdate al campo. Cuando te localicen en el campo, múdate a otra parte. Trabaja todo el día hasta que estés tan agotado que todo el ejercicio que puedas enfrentar sea leer los diarios. Entonces come, juega tenis, nada, o realiza alguna labor que te atonte sólo para mantener tu intestino en movimiento, y al día siguiente vuelve a escribir.
14. Evita lo monumental. Rehuye lo épico. El individuo que puede pintar cuadros enormes muy buenos, puede pintar cuadros pequeños muy buenos.

19.11.13

¿Hay una literatura de mujer?

 Cuatro preguntas y cinco propuestas

Alice Munro, Premio Nobel de Literatura 2013./elpais.com
¿Hay un estilo literario de mujer?
Esta es la pregunta que nos reunió recientemente en el Instituto Cervantes de Toulouse, y la suerte quiso que el debate coincidiera con la concesión del Nobel a Alice Munro. La candiense no es solo una gigante de las letras. Mal que nos pese el eterno debate sobre el género, reconozcámoslo, es también una gigante del universo de la mujer, y este premio es una fiesta para los que creemos que la mujer está infrarrepresentada en galardones, cargos e instituciones. Elvira Lindo recuerda que la hija de la Nobel, Sheila, cuenta en Vida de madre e hijas. Creciendo con Alice Munro que cuando ella y sus hermanas entraban en el cuarto de la plancha, donde ella solía escribir, su madre retiraba su cuaderno para dar a entender que hacía algo tan prosaico como la lista de la compra. Que ellas eran prioridad.  Rosa Montero aporta una reflexión interesante con la que coincido: "Cuando un escritor hace una novela protagonizada por un hombre se considera que está hablando del género humano, pero cuando una mujer escribe una novela protagonizada por una mujer, se considera que está escribiendo sobre las mujeres. No es así. Todos, escritora o escritores, hablamos sobre el género humano". Y la muerte de Doris Lessing alienta de nuevo el debate.
Pero en el intenso y divertido debate de Toulouse, dentro del Festival Polars du Sud, la escritora Reyes Calderón, Georges Tyras (catedrático en Grenoble y traductor de Vázquez Montalbán) y quien suscribe hablábamos de novela negra, y en ella hay que reconocer que el factor hombre/mujer es mucho, mucho más acusado, especialmente en lo que se refiere al universo que retrata.Pero vamos por partes. Primero haremos un test. Después, cinco propuestas para la reflexión.
Primera pregunta. ¿Hay un estilo en la literatura de mujer? En una escala de 0 a 10, pongamos un 6. Es decir, sí, pero muy poroso, elástico, tanto como la clase social, la procedencia o la edad. La sensibilidad que exhala Tana French o Kathy Reichs tiene elementos distintos a los de Connelly, Connolly o Black.
Segunda pregunta. ¿Hay un impulso especial por ser mujer? En una escala de 0 a 10, pongamos un 8. Es decir: creo que, sin duda, sí. Estoy tan segura de que la motivación que te empuja a escribir está redoblada por el hecho de ser mujer como de que esto se trata de una convicción, de que no lo puedo demostrar.
Tercera pregunta. ¿Hay una calidad especial en la literatura de mujer? En esa escala de 0 a 10, pondremos un 0. Evidentemente no hay una relación.
¿Hay una mirada de mujer? Sí. Esta respuesta marca un 10. Vamos a explicarnos. Debo reconocer que me animé a escribir novela negra, entre otras razones, espoleada y cabreada por lecturas masculinas que me alentaron a buscar, reflejar y disfrutar de mi universo en negro, diferente al que describe la mayoría de los hombres, y que creo más actual, más real, de mujeres capaces de sacar brillo a su cerebro más allá de su habilidad para despertar con sus escotes los deseos acuciantes de investigadores maduros con la copa entre las manos. Me pasó igual que con la comida. Paladeo la pasta con erizos de Montalbano y las cervezas y -no tanto- los fish and chips de Tana French en Dublín, pero aprecié desarrollar una trama entre platos de boquerones y tortilla de patatas. Mi mundo no es Sicilia ni Dublín, como tampoco lo es el de los hombres misóginos o solitarios. Adoro a Camilleri y su Montalbano, adoro a Vázquez Montalbán y su Carvallo, adoro a Connelly, a Black y muchos otros. Y sin embargo me “harté” de leer cómo babeaban ante mujeres sinuosas de pechos abultados con inteligencia escasa o, con algo de suerte, casual. 
Intentar contar el nuevo universo en el que muchas mujeres toman cada día decisiones, a veces entre jefes y compañeros que siguen observándolas con desdén, era demasiado tentador.
He intentado definir una lista provisional y apresurada de las características de la literatura de mujer. Con dudas. No significa que los hombres no las compartan, solo simplemente que en las mujeres, sean autoras o protagonistas, son más abundantes. A veces, como simples herramientas más conscientes. No son verdades. Son propuestas para la reflexión.
1. Empatía con otras vidas. Tana French en Faithfull Place inyecta una trama en una saga familiar en la que el lector acaba sintiendo compasión por casi todos sus miembros, desde el detective Frank a su madre descuidada y también víctima, o por cada uno de sus hermanos, los buenos, los malos y los peores. No hay bien y mal absoluto en ninguno de ellos. Solo hay reacciones distintas, algunas tipificadas en el Código penal, pero casi todas comprensibles en una vida miserable sin una oportunidad. El alcoholismo, el abuso, el maltrato, el amor, el desamor y la traición provocan altas dosis de comprensión de la actuación de cada personaje hasta la desazón.
2- Frescura. El desparpajo de la antropóloga Brennan moviéndose entre los miembros y restos humanos desperdigados de un vuelo estrellado en Canadá o entre las ruinas sospechosas de un lugar abandonado quita el hipo. Puede que sufra, pero el desaliento se lo guarda dentro como todo aquel que ha luchado por llegar a una meta antes vedada.
3. Mirada distinta, distinta sensibilidad. Un personaje de Alice Munro (recuerda de nuevo Elvira Lindo) dice que cuando un hombre sale de su habitación, todo lo ocurrido queda ahí. Cuando sale una mujer, lo ocurrido sale con ella. Es un gran recurso por parte de la Nobel de Literatura ponerlo en boca de uno de los personajes, porque simplificar es errar. Pero el universo complejo y generalmente silencioso de la mujer, la relación de ideas que teje en su mente, la preocupación por no gustar, por no encajar, por no triunfar, por no valer, por no elegir, posiblemente le ha dado herramientas para captar las razones de la debilidad.
4. La vulnerabilidad queda acentuada. Hay un personaje femenino elaborado con un acierto y valentía que han sido claves para su éxito comercial, independientemente del género: Lisbeth Salander. La pequeña sueca flaca y maltratada, architatuada, cargada de piercings, bisexual, residente en los recovecos más marginales de la sociedad en el país del bienestar fue el contraste que sirvió a Stieg Larsson para forjar una nueva imagen de ese país. He ahí un personaje que permanecerá. Triste, seria, golpeada, y sin embargo imbatible. La vulnerabilidad sufrida le ha hecho extremar sus dotes para salir del fango. El investigador de las novelas policiacas siempre tiene heridas viejas, graves puntos de vulnerabilidad nunca del todo superados. Cuando se trata de una mujer, todo eso es aún más fácil. La propia talla física menor y la debilidad serán fortalezas si están bien tratadas.
5. El machismo como blanco de la risa, de la ira, o como acicate. Las investigadoras, o las investigadoras que me gustan, suelen tener una ventaja sobre sus compañeros: no pierden el tiempo alardeando de su vida sexual.
La primera vez que un periódico se ocupó de Alice Munro, en 1961, el periodista tituló la entrevista: “Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos”. Era The Vancouver Sun. Lo más probable es que la entrevista la hiciera un hombre y que hoy, 50 años después, la hiciera una mujer. ¿Y cuál sería el título hoy? No nos atreveríamos, pero “periodista/economista/escritora encuentra tiempo para ser madre”. Porque la verdadera heroicidad, tengámoslo claro, sigue siendo conciliar.

1.11.13

Fuguet: "Sigo y espero seguir siendo un outsider"

El autor de Missing lanza Tránsitos, libro de ensayos literarios donde habla de Donoso, Bolaño, Vargas Llosa y su propia obra

Alberto Fuguet publica Tránsitos./latercera.com
Fue hace cuatro años. La culpa fue de Missing, esa novela hecha de puras verdades, en que Alberto Fuguet se sumergía en los esplendores y miserias del sueño americano y, de contrabando, dejaba ver las huellas de su propio desarraigo. Sin ficción aparente y poca pose literaria, el autor de Mala onda se deshizo de esa chapa de autor pop desechable que lo acechó en los 90, para ubicarse entre la primera línea de los escritores chilenos de su generación. Hubo días en que sus colegas lo miraban por encima del hombro, ahora, críticos como el español Ignacio Echevarría sospechan que Fuguet es la influencia secreta de los nuevos narradores locales. A él no le gustan los focos: “Sigo y espero seguir siendo un outsider. ¿Acaso no lo soy? No me atrae mucho ser uno de los elegidos”, dice.
Agitada, exitosa, maltratada, beligerante y hasta internacional, la carrera de Fuguet está contada por él mismo en Tránsitos, un libro sobre libros que opera como el lado B del cinéfilo Cinépata: es “una cartografía literaria”, donde además de precisar su lugar en el mapa, escribe con intensidad sobre Donoso, Salinger, Joan Didion, Juan Pablo Roncone, Mario Vargas Llosa, Germán Marín y Roberto Bolaño, entre muchos otros.
“La idea de Tránsitos es que es un mapa en progress. Espero hacer otro libro así más adelante, tal como deseo hacer un libro acerca de películas americanas de los 70”, dice. Y agrega: “Sigo leyendo de manera antojadiza y siempre me atrae ver y encontrar conexiones con lo que uno hace. Uno siempre está buscando aquellos que son de la hermandad o con los que uno puede conectar y compartir y ojalá robar algo o que te inspiren”.
Empezaste a ser escritor en un Chile donde, dices, había “una suerte de paraíso literario”, y lo sigues siendo hoy, cuando la “literatura pasó a ocupar el nivel de la danza”. ¿Te sientes más cómodo hoy?
Siempre pensé o creí que la literatura era la menos mediática de las artes y me tocó algo parecido al rock. No estaba muy preparado para ser una figura pública. Pensé que escribir era básicamente anónimo. Me equivoqué, pero la cosa se ha ido calmando. Creo que en general y en particular. La literatura no es el arte del siglo 21, digamos. Me gusta ese aspecto retro que tiene. No es el tema del debate, las novelas ya no son trending topic. La danza moderna, en todo caso, tiene sus fans, sus escuelas, sus performances… funciona y crea y se atreve a ser original y a montar coreografías arriesgadas sin temer por su futuro. En todo caso, no me molesta la idea del nicho. Al revés. Claramente, me siento más cómodo ahora que en los 90.
“Nada fue igual post Bolaño”, escribes. ¿Qué cambió?
Bolaño cambió el mapa de la literatura chilena. Fue un terremoto. A la buena y a la mala, marcando sus preferencias y fobias. Además, impulsó a una nueva generación que aún está por verse. A mí no me cambió en lo formal, pero a pesar de su histeria sentí que teníamos cosas en común y eso fue algo bastante notable que no veía en los de la Nueva Narrativa. Me parecía un tipo McOndo o al menos pop: su obsesión por los nazis (pre Tarantino), por el porno, por los asesinos en serie. Bolaño era global y tenía una fijación con la frontera. Y no cualquiera: la de USA con América Latina. No me bloqueó para nada. Y me parece genial que él sea nuestro representante en el mundo y no García Márquez.
¿Donoso o Bolaño?
Bolaño, sin pensarlo. Aunque si lo pienso, no debería tener que elegir. No son excluyentes, por favor. Donoso es una especie de matriz, explica cómo es Chile, cómo funciona socialmente. Es un tipo que crea personajes que uno reconoce, que escucha hablar. Y lo conocí, lo leí, estuve con él, que es una experiencia. Bolaño -en cambio- fue un personaje lejano y desafiante, muy talentoso, al cual sólo leí y leo. Donoso te encierra en sus casas; Bolaño te saca a un camino. Donoso es como el gran autor que simboliza el viejo Chile; Bolaño representa más un mundo globalizado, interconectado, donde la biblioteca y los discos duros son tu verdadera patria.
¿Volverás a la ficción? Te lo pregunto porque desde 2007 has publicado seis libros y sólo uno es ficción.
Creo que nunca me he alejado. Para mí la ficción-ficción, es decir, eso de escribir novelas, se ha trasladado al cine. Yo a la larga, filmo cuentos y novelas. Invierno se filmó recién y tiene un guión que roza las 200 páginas. ¿Qué es ficción al final? Todos creyeron que Missing era no ficción pura. No lo era. Es una investigación: tanto real como literaria. Y lo que más gustó fue ficción, si por ficción uno entiende la idea de transformar una realidad. Capaz que en Tránsitos haya mucha ficción. Ojalá. Pero entendiendo que ficción es lo que se llama una “novela”, sí volvería. En eso estoy: escribiendo una novela en papel y terminando una película en prosa.