28.1.15

Paz Soldán: "Ha surgido una generación muy potente en la narrativa boliviana"

Edmundo Paz Soldán. Amable y de buen humor, el autor habla de la situación actual de la literatura en su país de origen y de cómo su vida en Estados Unidos marca su obra

Edmundo Paz Soldán, escritor boliviano./adncultura.com
Se lo nota cansado, y para colmo una nueva entrevista promete atragantarle la digestión. Sin embargo, no debe resultar nada sencillo hacerle perder al autor de novelas como El delirio de Turing, Palacio Quemado y Norte, su natural buen humor y amabilidad. Apenas hemos cruzado el mediodía en Buenos Aires; Edmundo Paz Soldán sonríe como si no le esperara un día interminable, y se presta a la charla sobre su literatura, pero también la de un país que ha sido, desde siempre, víctima del prejuicio, la ignorancia o el desinterés.
-¿A qué se debe que la literatura de Bolivia se haya vuelto últimamente más visible?
-Creo que hay una coincidencia de factores macro y micro. En los últimos años ha habido un proceso muy interesante de transformaciones sociales en Bolivia, que ha hecho que para tratarse de un país tan pequeño concite tanta expectativa. Al mismo tiempo, creo que ha surgido una generación muy potente en la narrativa boliviana, unos siete u ocho o diez escritores que de pronto le están dando una dinámica que quizás antes no tenía. Quizás a causa de las redes sociales, las conexiones entre las editoriales pequeñas a través de América Latina son mucho más fáciles, entonces ha sido posible articular una red que permite que estos escritores jóvenes que han surgido puedan circular. Y eso trae la atención sobre lo que había antes, con lo que nos beneficiamos todos.
-Cuando se habla de literatura boliviana se suele usar el adjetivo "andino", como si se tratase de sinónimos, olvidando que en Bolivia conviven otros paisajes y otros imaginarios. ¿Cómo tomás esa reducción, producto del desconocimiento o la indiferencia?
-Pero eso comenzó con nosotros. Porque nosotros también, en nuestra "autoidentidad" como país a lo largo de nuestra historia, hasta hace poco nos veíamos como un país andino, por la influencia de La Paz como sede de gobierno y su imaginario tan fuerte en la literatura. Santa Cruz era como el otro extremo, un lugar olvidado, hasta que comenzó a tener un gran crecimiento económico a partir de los años 70. Lo que ha pasado es que con los años Santa Cruz se ha convertido en un polo muy fuerte de migración interna del país, y hoy yo lo veo como la condensación o el resumen de lo que es Bolivia. Por eso ahora cuando a mí me preguntan, digo: es un país andino-amazónico.
-Hace algo más de veinte años que vivís en Estados Unidos. ¿En Bolivia te consideran "uno de los suyos", o siempre hay algo de recelo respecto del que vive y le va bien afuera?
-Lo más chistoso de todo es que yo creo que hubo mucha desconfianza hacia mí hasta que dejé de escribir directamente sobre Bolivia. Antes, la reacción era: "¿Este tipo, que vive hace veinte años afuera, cree que sabe más sobre Bolivia que nosotros?" Pero desde las últimas narraciones, que ambienté en Estados Unidos, o Iris, hubo una suerte de encono que desapareció, y mi intuición me dice que tiene que ver con ese cambio.
-A propósito de Iris, y de su lugar dentro del género de la ciencia ficción, entiendo que en principio iba a ser otra cosa, muy distinta. ¿Cómo fue esa transición?
-Iba a ser una novela realista? Comencé con un proyecto que, en mi cabeza, yo llamaba "trilogía de la violencia", y eran tres novelas ambientadas en los Estados Unidos. Con Los vivos y los muertos comencé con la violencia en los colegios. En Norte era la violencia de las fronteras. La tercera era lo más obvio: la violencia de la guerra, de las aventuras imperiales posteriores al 11 de septiembre de 2001. Había leído un reportaje en la revista Rolling Stone de unos soldados psicópatas, en Afganistán, que se pusieron a matar civiles, y entonces lo elegí como tema. Y lo que pasó fue que en ese mismo momento en que comenzaba a investigar todo el tiempo veía noticias de Afganistán e Irak en CNN, en el periódico, y el tema me saturó. Y un amigo me dijo, bromeando: "¿Por qué no ambientas la novela en Marte?" La idea era tan descabellada que me sonó bien; si me hubiese dicho una cosa más racional, probablemente lo habría ignorado. Obviamente Marte no, pero podía ser una región propia, y ahí apareció Iris. Y en lugar de ser el final de una trilogía, se convirtió en el comienzo de algo diferente.
-Hace algunos años señalabas, en una entrevista, que parecía que la tecnología y la ciencia ficción eran patrimonio de los norteamericanos. ¿Sigue siendo así? ¿Hay una cierta incomodidad o extrañeza en cuanto a que un escritor latinoamericano escriba una novela como la tuya?
-Lo que pasa es que hay mucho trabajo en América Latina con lo fantástico, pero con la ciencia ficción mucho menos, y creo que tiene que ver con que más que "productores de ciencia" hemos sido receptores. Hay una curiosidad, sólo que no tenemos tradiciones locales fuertes. Yo he notado entonces las dos cosas: el prejuicio, pero también la curiosidad y el deseo -sobre todo en las nuevas generaciones- de que haya algo local. Pero parte del problema también tiene que ver con que en los últimos veinte años la ciencia ficción se ha vuelto la cosa del escapismo, del entretenimiento grandilocuente, de los efectos especiales, cuando la ciencia ficción es un género muy político, si piensas en 2001 o en las grandes distopías del siglo XX como Un mundo feliz o 1984. Ahí hay una desconexión contra la cual hay que luchar, porque se han creado muchos prejuicios.
-Un aspecto muy interesante en Iris es el trabajo minucioso con el lenguaje, en el que te apropiás de muchas palabras o las resignificás. ¿Cuáles fueron, en este sentido, tus textos de referencia?
-Cuando empecé a escribirla, había algo que no funcionaba, pero no sabía exactamente qué era. Y un día tuve algo así como una epifanía: si estoy hablando de cambios sociales y tecnológicos, me dije, no puedo narrar esos cambios sin mostrar algún tipo de distorsión en el lenguaje. Y ahí sí comencé a buscar modelos. Leí La naranja mecánica, que me pareció fascinante, pero para lo que yo estaba buscando era demasiado. Curiosamente la pista me la dieron autores que no tienen nada que ver con la ciencia ficción, como Roa Bastos, que tenía este cruce con el guaraní, o José María Arguedas con el quechua, que en sus cuentos o novelas jugaban mucho con el quiebre de la sintaxis del español, interviniéndolo con otro lenguaje, añadiendo otras palabras, y sin glosario, sin explicarlo.
-Hace poco salió también una antología de cuentos tuyos, Las dos ciudades, y la mayoría son textos muy breves. ¿Qué posibilidades específicas encontrás en ese subgénero?
-Mis dos primeros libros eran de cuentos bien breves. Yo comencé siendo muy lector de Borges y Cortázar, de la literatura fantástica, pero cuando escribía novela no podía sostener la mentira durante muchas páginas? Entonces poco a poco la novela se convertía en algo más realista. Los cuentos eran, también, una forma de llevar una suerte de diario de lecturas, porque leía un texto de Onetti, o una novela de Nabokov, y en vez de escribir el comentario de esa novela lo que hacía era tratar de apoderarme de esa lectura a través de un cuento breve, de una o dos páginas. Y también había una limitación: yo quería escribir cuentos clásicos, pero todavía no tenía el bagaje como para sostener la introspección psicológica de un personaje durante diez páginas..

22.1.15

Por qué me odio siempre que estoy acabando de escribir una novela

    Un escritor describe tres motivos por los que sufre al terminar un libro, cuando su comportamiento se torna creativo y obsesivo

    Hank Moody (David Duchovny) en la serie  Californication  se odiaba siempre, a menos que estuviera acabando una novela, pero eso nunca pasaba / Everett (Cordon Press)./elpais.com

    Si el autor de la lista que sigue tuviera que justificarla, creemos que sería algo así: ¿Saben el prototipo de escritor que siempre se vende en las películas y en las solapas los libros? Gafas redondas, pinta de tener unos cimientos intelectuales inamovibles, una tremenda vida interior y, si es una película de Woody Allen, la cara de Alan Alda. Alguien que sabe lo que se hace. Que ha pensado mucho lo que dice y que tiene claro a dónde va. Bueno. Yo he publicado un par de novelas y en la mayoría de mis círculos me llaman escritor. Y aún estoy esperando a que esa fachada se convierta en realidad. Ahora me encuentro terminando mi nueva novela y, qué les voy a contar, no me soporto. Me pasa siempre. Me consta que a más gente también. Si tuviera que elegir algunos comportamientos prototípicos de un escritor terminando su novela, y creánme, yo los he sido todos, diría que son los que siguen. Una trilogía de la frustración, si quieren.. Pero, claro, jamás osaríamos poner nada en boca de nuestro autor. Lo que sí podemos hacer es reproducir su lista y su trilogía de comportamientos prototípicos de escritor que termina una novela.


    1. Porque me he convertido en un explorador chalado

    Estoy apostado en la barandilla de la pista de hielo de la carpa que cada diciembre se levanta en Plaza Cataluña. Estoy tomando notas para mi novela. Los patinadores dibujan círculos y espirales regalando sus sonrisas de patinadores. Para recordar el momento, le saco una fotografía a la pista con el móvil.

    –¿Eh, nen, qué haces?

    Se me ha acercado rapidísimamente un cenutrio con el gesto torcido. Tiemblo.

     –Nada.

    Ese es el secreto. Nunca digas que estás tomando notas para una novela. Hacerlo es como pedirle a alguien que no te pegue porque llevas gafas.

    –Le estabas mirando las tetas a mi novia, ¿no? Ahora lo subirás a internet, ¿no? ¡Dame el móvil!

    No estamos ante mi momento más bajo. Durante el proceso de escritura de esta novela me he recluido en la casa de mi aldea gallega y le he acabado susurrando a las vacas (que nunca piden explicaciones) capítulos enteros. También me he internado una semana entera en el Monasterio de Poblet, comiendo en un refectorio del Siglo XII en el más estricto silencio (salvo por las lecturas sobre el santo del día; Santo Tomás era un buen pavo, por lo visto) y aguardando con ilusión palpitante los salmos de las Vespres entonados por veinte monjes cistercenses (a las seis y media; juro que esperaba ese momento con la ansiedad con la que aguardaba el concierto de mi banda favorita a los 16 años; tan aburrido estaba).

    Mi novia está algo harta de mis recesos espirituales, así que ahora me conformo con encerrarme en casa. A menudo salgo a caminar, como he hecho toda esta tarde antes de llegar a esta pista de hielo. He leído que caminar ayuda a activar las sinapsis.

    –¿Me escuchas, nen? Dame el puto móvil o te parto la cara.

     Dijo Aristóteles que la valentía es un concepto ambiguo. No es valiente el general que aguanta en su puesto cuando sabe que la batalla está perdida y que el enemigo aniquilará a sus tropas.

    –Estaba… ¡estaba pensando en mi novela!

    Deberían marcarnos con un brazalete fluorescente, a los que están acabando una novela. O colgarnos de la oreja uno de esos carteles de “No molestar” de los hoteles.


    2. Porque en mi mejor momento soy un babosa arrellanada

    Ahora estoy en casa. Resfriado. Estoy escrutando mi nevera en crecimiento negativo y pensando cómo contestar a mi agente, a la que le dije que estaba pletórico con la nueva novela. No sé cómo confesarle ahora que en realidad voy a tardar más (entendiendo más como cláusula temporal abierta).

    Estar acabando una novela es para el escritor lo mismo que el pollo después de la medianoche para el Gremlin. Te vuelves suspicaz como un jorobado e irascible como un portero de discoteca puesto de anfetas. Instalado en una obsesión pertinaz, incubas una ciclotimia que va de la euforia absoluta y la autocompasión más miserable.

    Ay de los teleoperadores de telefonía que osen interrumpirte con alguna oferta: descargarás sobre ellos la ira que emplearía Calígula al ver a alguien manoseando el morro de su caballo. Ay, de ese que te llame con la excusa de pedirte la lectura del gas: lo despacharás como un oficial de la Wehrmarcht en uno de aquellos campamentos.

    Un buen amigo, que también a veces está acabando novelas, me chincha con que yo siempre pregono a los cuatro vientos lo que estoy escribiendo.

    –Tú siempre explicas todo… porque si no piensas que no lo vas a escribir -dice.

     –Eso no es cierto.

    –En cuanto caigan dos birras más me vas a dar la brasa durante tres horas.

    Este agosto di una conferencia en una librería de Berlín. No pensaba hablar de la nueva novela, pero durante la charla le iba dando sorbos a una de esas cervezas de medio litro: acabé sacando el manuscrito y leyendo, ante un auditorio que cabeceaba adormilado, las cuarenta primeras páginas.

    Odio cuando mi amigo tiene razón. Este texto es la demostración de que la tiene.


    3. Porque trafico amistad a cambio de ideas

    Estar escribiendo una novela es muy parecido a estar arruinado. Primero, porque a menudo lo estás. Pero como la mujer del César, que no sólo tenía que ser honrada sino también parecerlo, cultivas un look extraño que evoque un gran mundo interior: los tejanos gastados, la sudadera de Barcelona 92 (tan vieja que parece de Barcelona 29) de color rojo... Y quedas con viejos amigos de forma interesada, del mismo modo que la gente en quiebra lo hace para pedirles dinero. Aquel amigo que no ves hace tiempo y que te suena que podría servir para aquel secundario. Eres, en definitiva, una urraca: todo lo que brilla puede ser susceptible de acabar en la novela.

    Me cito con ese antiguo amigo. Lo veo mover los labios desde hace un buen rato y asiento como un muñeco en el salpicadero de un coche. Hace exactamente cinco minutos en la mesa de al lado una pareja de adolescentes ha dicho la frase: “Creo que seremos jóvenes demasiado tiempo”. La estoy repitiendo mentalmente para no olvidarla y poder usarla en el libro.

    –Y entonces fue cuando decidí ir a tu casa, meter Fairy en la aceitera, prenderle fuego a todos tus discos y encamarme con tu novia. ¿Me escuchas?

    –Sí, claro.

    –¿Qué he dicho?

    Balas de esparto ruedan entre mi amigo y yo.

     –Que echas de menos a tu novia y que si tenía fuego. Y Fairy.

     Estoy bastante orgulloso con la sinopsis que le he entregado.

     - Tío, es difícil discutir con un imbécil: te tienes que poner a su altura y ahí él tendrá más ventaja.

     Eso es bueno, pienso. Muy bueno. 

    Lo siento. Este amigo es psicólogo. Seguro que está revisando la definición de psicópata: “marcado comportamiento antisocial, empatía y remordimientos reducidos”. Tengo que ofrecerle una explicación. Sólo me queda una salida.

     –Estoy algo despistado últimamente.

    –Tranquilo. Todo tiene arreglo. Hay cosas peores. Explícame…

    –Es que estoy…

20.1.15

Vuelta al mundo en cuatro trilogías

Ganador de los prestigiosos premios Femina y Prix des Prix, Patrick Deville escribe “novelas sin ficción”. Tiene planeadas doce. Aquí ahonda en su método peculiar

 
 Patrick Deville, autor francés, escritor de novelas sin ficción./revista Ñ
A las cuatro de la tarde, en el Café des Amis que está justo debajo de su departamento, sobre la Rue du Cherche-Midi de París, Patrick Deville dice que, desde hace quince años, sólo escribe novelas sin ficción. Y que para sentarse a escribir esas novelas sin ficción es imprescindible conocer la geografía donde transcurren las historias. Lleva más de una hora hablando de su modo enciclopédico de hacer literatura y mitigará la fatiga con una copa de cheverny, un blanco del valle del Loira: “Mientras trabajo en una novela, una tarea que me lleva años, jamás escribo párrafos o frases sueltas. Escribo todo junto, de una vez. Me instalo donde transcurre el libro, en un lugar totalmente cerrado, durante dos o tres meses, día y noche, solo. Me encierro con queso, vino blanco y cigarros. No se puede escribir si no se hace de esa escritura la propia vida. Mi vida es una vida de papel.”
–Es también una maravillosa excusa para que esa vida de papel se vuelva además itinerante.
–Sí. La mía es una vida nómade pero sedentaria en diversos lugares. Es totalmente necesario ir físicamente a las geografías donde transcurren las novelas. Tengo que ir, ver y conocer los sitios que luego aparecerán en mis libros. Es un poco el trabajo de un reportero. Pero no únicamente eso. Un reportero no tiene la obligación de leer toda la biblioteca de un personaje que aparece en un artículo suyo. Yo sí. La biblioteca y la geografía son fundamentales para mí y para mis libros.
Cuando consideró que ya había investigado lo suficiente y que era tiempo de escribir su última novela traducida al español, Peste y cólera , Deville se instaló en Vietnam, la antigua Indochina francesa: en Dalat, en Nha Trang y en Ho Chi Minh (Saigón). Allí, Deville se concentró en la vida de Alexandre Yersin, un bacteriólogo suizo tan fascinante como desconocido que descubrió hace 120 años el bacilo de la peste. Fue discípulo de Pasteur, investigó sobre la tuberculosis y la difteria y terminó embarcándose como médico rumbo a Asia. Alexandre Yersin murió en la Indochina francesa en 1943. “Lo que más me interesa de Yersin es una manera de entrar en este siglo y medio, de 1860 hasta hoy, de un modo científico. La vida de Yersin, que vivió 80 años, es un buen hilo conductor”, dice Deville, quien obtuvo con Peste y cólera los premios Femina y Prix des Prix 2012.
–¿Quiso hacer justicia con una figura como la de Yersin, valioso para la ciencia y casi ignorado?
–En Francia, en Suiza nadie lo conoce pero en Vietnam Alexandre Yersin es un héroe. Pero quiero subrayar que lo que se cuenta en esta novela sin ficción es mi elección dentro de la vida de Yersin; no es una biografía. Es también una pintura de una época hasta hoy. Es una lectura de un siglo y medio de vidas reales pero no es un trabajo científico. Por ejemplo, Yersin tenía una hermana y también un hermano, que no aparece en la novela. La hermana es importante para mi libro porque luego de la muerte de su madre, las cartas que Yersin se escribe con su hermana me daban acceso a mucho de su vida privada mientras que con el hermano no había ningún contacto. En una biografía habría que mencionar eso. Para mí, no.
Peste y cólera es la primera novela sin ficción de la segunda trilogía que Deville se propuso escribir: “En total serán doce novelas. Ya tengo los títulos de todas”, dice el autor francés que nació frente al puerto de Saint-Nazaire en 1957. Esta vuelta al mundo en cuatro trilogías ha llevado a Deville a recorrer América –sobre todo, Central–, Africa, Asia. La primera trilogía se inicia con Pura vida (2004) donde Deville narra cómo, a mediados del siglo XIX, el estadounidense William Walker llega a convertirse en fugaz presidente de Nicaragua. Le sigue Equatoria (2009), un viaje por Africa central que convoca a aventureros, científicos, tiranos y literatos como el escocés David Livingstone, Joseph Conrad, Luis Ferdinand Céline, el tirano Laurent Désiré Kabila y hasta al Che Guevara camuflado de Ramón Benítez. La primera trilogía se cierra con Kampuchéa (2011) y el descubrimiento por azar de los templos de Angkor, la ciudad perdida del antiguo reino de Camboya.
“Son trabajos muy largos que me implican mucho tiempo dentro del libro –dice Deville–. Viajé a Asia a principios de 2009 para ir a Phnom Penh, en Camboya, para asistir al Tribunal Internacional que juzgaba a los jemeres rojos (el régimen de Pol Pot que entre 1975 y 1979 mató a más de un millón y medio de personas). Estuve cuatro años en Tailandia, en Camboya, en Laos y en Vietnam para escribir Kampuchéa. Allí aparece fugazmente Yersin en contacto con otro explorador, Auguste Pavin. Yersin fue explorador dos o tres años hasta el descubrimiento del bacilo de la peste en 1894. Después de cuatro años en la zona, como se dice en la marina, regresé a París para leer los archivos de Yersin que están en el Instituto Pasteur. Y en la novela mexicana que acaba de salir en Francia y que vuelve sobre ese siglo y medio que me apasiona pero en México – Viva – hay también algo sobre él. Son personajes que vuelven. Están detrás de escena y cada tanto vuelven a salir a la luz.
–¿Cómo es escribir varias novelas en paralelo?
–No escribo en paralelo. Construyo novelas en paralelo. Armo fichas, tomo notas de lecturas, hago entrevistas. De vez en cuando necesito una acreditación de prensa para hacer entrevistas. Hago eso durante años y luego viene un trabajo de construcción que es el más importante. Y al fin, pero de manera muy breve, escribo. Sin ficción. Son novelas sin ficción, de la primera a la última frase.
–Insiste mucho en subrayar que son novelas sin ficción. ¿Por qué?
–La novela es el género de los géneros. No hay una definición positiva de novela. Siempre se la define por sentido negativo, según lo que no es: no es un relato, no es biografía, no es poesía, entonces la única palabra para llamar a eso es novela. Después de haber escrito cinco novelas de ficción y de literatura experimental en la editorial Minuit, que es la pequeña editorial del Nouveau Roman, me sentí demasiado encarcelado. Con este proyecto puedo utilizar todos los géneros literarios. En estas novelas sin ficción hay biografía, autobiografía, relato, entrevistas, ensayos. Es un placer enorme.
–Sus novelas traen a primer plano personajes y eventos históricos. ¿Cuán erudito debe ser el lector para no perderse nada de sus libros?
–Es siempre una pregunta. No en el momento de escribir pero sí antes. Después de años de trabajar en un libro, cuando me siento a escribir tengo tantas ganas que no me pregunto nada. Pero antes sí, al construir la novela e imaginar un lector ideal. Pero no se puede escribir únicamente para un lector ideal.
–¿Cuánto de inspiración hay en la construcción de una novela donde personajes y acontecimientos son reales?
–Para escribir libros hay primero un trabajo racional pero luego, como es literatura, algo irracional. Y cuando la novela empieza a existir es ella la que gana.
Patrick Deville dice que, desde hace quince años, escribe libros que en realidad son capítulos de un gran libro. Un gran libro que él sólo puede escribir en soledad: “De hecho, no se puede hacer nada sin soledad”.

Contrabandos culturales

Patrick Deville es el director literario de la Residencia para escritores extranjeros y traductores en Saint-Nazaire, Francia. También fundó, a través de la misma residencia, un Premio para escritores latinoamericanos jóvenes. Entre los argentinos que tuvieron su estancia en Saint-Nazaire, están César Aira, Eduardo Berti, Sergio Chejfec, Marcelo Cohen, María Fasce, Hugo Gola, Juan José Hernández, María Negroni, Pola Oloixarac, Sara Rosemberg, Ricardo Piglia y Alan Pauls. Juan José Saer fue durante muchos años consejero a la hora de armar los programas para cada año. Salieron algunos textos conocidos de esa residencia. Piglia, por ejemplo, escribió uno de sus cuentos emblemáticos, Encuentro en Saint-Nazaire, que está reunido en el libro Prisión Perpetua , y que lleva a su punto de máxima pureza el cruce entre narración y crítica, entre relato y teoría que es la marca de fábrica del autor. Alan Pauls situó en esa costa francesa su novela Wasabi, que se puede leer como una prueba o ensayo para lo que sería El pasado, su novela consagratoria. El cubano Reinaldo Arenas escribió Meditaciones en Saint-Nazaire , donde apuntó: “Ahora estoy en Saint-Nazaire, Francia. Sólo quisiera pedirle a este cielo resplandeciente y a este mar, que por unos días aún podré contemplar, que acojan mi terror”.
El multiculturalismo, los tráficos entre países, el contrabando de escritores y el diálogo entre lo local y lo global son algunas de las preocupaciones centrales de Deville. En un prólogo a uno de los cuadernillos que publica Saint-Nazaire, abordó de hecho el tema de las fronteras, que está en el centro del debate global. Ahí escribió: “La frontera es un objeto literario fascinante. Frontera, borderline, frontiére: aunque sabemos de qué estamos hablando, cada vez que la palabra se traduce trae connotaciones diferentes. A veces atrae y a veces despierta un cierto temor. Fronteras económicas, políticas, geográficas, lingüísticas. Nunca somos los mismos antes y después de la frontera”.

 Yersin, el personaje sin barreras 

Peste & cólera. Una lectura del último libro de Deville, la apasionante travesía del científico más aventurero
Matilde Sánchez
¿Dónde encontrar un protagonista ejemplar, que al mismo tiempo vibre en la cuerda existencial contemporánea, manteniendo la timidez del segundo plano y el extrañamiento del mundo? Deville elige a su personaje entre los acólitos del Instituto Pasteur, de París, en el final del siglo XIX, en esa fase de los imperios europeos, y lo sigue en sus aventuras al sudeste asiático, a Vietnam y el territorio de la Cochinchina: Alexander Yersin.
Deville, viajero ilustrado, es gran conocedor de la historia de las travesías de circunnavegación en el siglo XVIII y también de una vasta literatura, que tuvo al francés Bougainville como uno de sus maestros. En Peste & cólera cuenta dos travesías simultáneas –por el sudeste asiático, ese otro trópico que la República francesa mantenía bajo su dominio, y la de la exploración científica. Se trata de una biografía novelada de Yersin, un bacteriólogo franco-suizo que integraba el equipo del laboratorio de Louis Pasteur, quien en 1894 descubrió el microorganismo que estuvo en el origen de las peores pestes mundiales –a excepción de la malaria. La Yersinia pestis –originalmente llamada Pasteurella y que recién desde 1967 lleva su nombre– fue la causante de la Plaga de Justiniano, que en el siglo VI atacó a Asia y el norte de Africa, y de la peste negra, que en el siglo XIV mató a un tercio de la población europea. La Tercera Pandemia (1855-1918), que comenzó en China e India y terminó por extenderse por el resto de Asia, Africa y América, lo encontró en tierras de los primeros brotes.
Pero el solitario Yersin no cuadra al estereotipo del científico aislado en su micromundo. “Fascinado por todo lo moderno” y sin más familia que una madre y una hermana, con quienes la relación pronto se convierte en una intensidad epistolar, rechaza los salones que lo homenajean. Prefiere una choza en la libertad de Nha Trang, donde monta sus viajes científicos y alucina su papel de gran globalizador. Es un explorador de la vida en el sentido más generoso, un transgresor de fronteras. Es el melancólico médico de a bordo en vapores que unen muelles del sudeste asiático; será el primer ciclista, el primer motociclista y el primer conductor de un automóvil en Annam, por lo cual “es lógico que también sea el primer productor de caucho” fuera de Brasil. Cuando él planta sus primeros ejemplares de caucho, “se han cumplido cincuenta años de la vulcanización por Goodyear y diez del neumático por Dunlop”. Allí va, contacta de inmediato al ingeniero Michelin: “es eficaz y tiene las ideas claras”, pero sobre todo, está en el centro mismo, en el laboratorio de la modernidad. Introductor de especies botánicas (en esto recuerda a Bougainville), probará la aclimatación de una flora al otro lado del Pacífico –fotografía orquídeas raras, se le resisten las grosellas, los nogales y los almendros europeos. En casi todo parece actuar como un niño.
También se interesa en la avicultura, cuando trata de comprobar si un invento presentado en Francia, el xografo, es de verdad capaz de distinguir el sexo de los huevos, para lo cual construirá una pajarera de 200 m2 y 10 metros de alto, de manera que “el inmenso sabio que Roux y Pasteur no pudieron conservar a su lado, el genio científico que en dos patadas, cada vez que se ha dignado consagrarse a ello, ha resuelto los enigmas de la microbiología, está ahí, confinado en su gallinero, con las botas de caucho hundidas en la paja y los excrementos”. La primera guerra y la epidemia de malaria lo encuentran allí, abriendo sobres de correo, pidiendo y perdiendo medicinas. Incansable Yersin, será también el inventor de cierta bebida que luego se llamará … Coca-Cola. Quizás el secreto del “elemento Yersin” fue no haber distinguido nunca la ciencia (el trabajo) de sus múltiples y apasionantes hobbies: haberse entregado a sus curiosidades con el mismo ardor.
Y el secreto de Deville en esta novela es que sus doscientas páginas están narradas en tiempo presente y que cada una entabla un diálogo con nuestra ironía incrédula, porque sabemos bien cómo se abre y se cierra el mundo.

16.1.15

Vásquez: "Las redes sociales están secuestradas por el narcisismo, la intolerancia y la calumnia"

Juan Gabriel Vásquez habló sobre la masacre de Charlie Hebdo, las nuevas tecnologías, su literatura y sus manías

El escritor estará en la décima edición de Hay Festival en Cartagena conversando con Javier Cercas. /semana.com
Escribió su primer cuento a los ocho años y desde muy joven supo que no entendía su vida sino a través de los libros. En medio de este mundo vertiginoso e hiperconectado, este escritor permanece en su estudio –si lo dejan– semanas enteras. No usa ninguna red social pero entiende muy bien sus efectos.
Las reputaciones, su novela más reciente, cuenta la vida de un caricaturista político que con el poder de la tinta china y de su pluma, ponía a políticos a temblar. A raíz de la matanza en París y de su participación en el Hay Festival de Cartagena a final de este mes, Semana.com aprovechó para hablar con el autor de El ruido de las cosas al caer.
Antes que nada, ¿cómo interpreta la masacre de Charlie Hebdo?
A cierto nivel es muy simple: es un ataque de los oscurantismos, la superstición y la intolerancia contra los valores de la sociedad abierta, entre ellos la gran conquista de la libertad de expresión. Es muy grave, y minimizar o relativizar la gravedad de los asesinatos terroristas con el argumento de que las víctimas “abusaron de la libertad de expresión”, o con el argumento de que “Occidente también ha matado”, me parece de una cobardía moral repugnante. 
George Orwell dice que la primera razón por la que él escribía era puro egoísmo: por demostrar su inteligencia, buscar reconocimiento, respeto y ser recordado. Usted es un escritor reconocido y respetado, ¿qué tanto lo motiva eso?

Escribir literatura es algo demasiado difícil como para que uno no persiga, a cierto nivel, un grado de satisfacción egoísta. Pero ese nunca ha sido mi primer objetivo. Yo escribo novelas para darle un poco de orden al caos de la experiencia. Porque a partir de la invención de un mundo distinto puedo entender algo que desconozco o ignoro. Las novelas que me interesa escribir son las que me sirven para echar un poco de luz sobre un fragmento oscuro de mi experiencia.

Algunos consideran que en el gremio de los escritores hay una sensación  de superioridad o de prepotencia frente al resto del mundo, ¿usted lo ve así?
Basado en mi experiencia, no creo. En términos generales, los escritores son inseguros y vulnerables por dedicarse a un trabajo que ocurre en soledad, sin la recompensa debida, que es fácilmente atacado y destructible y que no tiene dónde apoyarse, porque un escritor de ficciones no tiene nada más que su realidad. Eso vuelve el gremio un poco neurótico y propenso a la envidia, la mezquindad y el canibalismo a unos niveles que no he visto en otro gremio.
Saul Bellow decía que un escritor nunca le desea el bien a otro. Eso, creo yo, es una regla general. Sin embargo, yo tengo en este gremio a mis grandes amigos, y no dejo de conocer gente maravillosa. Serán las excepciones.

¿Qué futuro les ve a los lectores y a la literatura de las futuras generaciones?
Sin poder demostrarlo, creo que la novela seria ha perdido terreno en las vidas de los lectores jóvenes por varias razones. De maneras indirectas, las nuevas tecnologías han empujado la novela a los márgenes de los intereses de las generaciones jóvenes.
Por otro lado, la novela es un género que se alimenta de la ambigüedad, la incertidumbre y la duda, conceptos hoy muy impopulares. A nuestras sociedades no les gusta la falta de respuestas, necesitan un mundo dividido en buenos y malos, definido. En ese sentido el mundo se ha vuelto hostil a la novela, porque en ella, por definición, nadie intenta convencernos de nada: no hay políticos pidiendo nuestro voto, ni religiones convenciéndonos de creer en un dios, ni publicidad ofreciendo un producto. Y uno sale de una novela y lo único que hay es eso: una maquinaria gigantesca que nos quiere convencer de algo. Entonces sí, la novela cada vez más es un bicho raro en el mundo que la rodea.
¿Por qué no tiene Twitter?
No tengo Twitter, ni Facebook, ni Instagram ni ningún tipo de red social, básicamente porque las siento como una amenaza a mi tiempo. Y porque, con todo lo bueno que tienen, sólo una minoría las usa para las cosas más provechosas. Generalmente son secuestradas por el narcisismo, la intolerancia y la calumnia. Twitter, notoriamente, ha simplificado el debate público. Maldigo el día en que los políticos lo descubrieron.
¿Cree que hay condiciones familiares, sociales o psicológicas que facilitan el trabajo a los escritores?
No, pero sí creo que ningún escritor tiene una relación perfecta con el mundo. Nadie que esté satisfecho con la vida escribe libros. Se escribe a partir de cierta carencia, desasosiego o insatisfacción. Hay escritores a los cuales la estabilidad familiar les es indispensable y hay otros que necesitan el caos en sus vidas para poder escribir. Es imposible generalizar el comportamiento de los novelistas.
¿Qué espera de un buen escritor o de la buena literatura?

Algunas novelas sin dotes estilísticas han logrado la reinvención de un mundo, la exploración ambiciosa de un universo, que es lo que esperamos de las buenas ficciones. Pero no puedo dar una respuesta en pocas frases porque yo busco de la buena literatura una satisfacción en muchos niveles al mismo tiempo. En últimas, como decía Nabokov, lo único que uno puede hacer es esperar ese escalofrío en el cuello: esa es la señal de la buena literatura, ese momento en que la emoción tiene un resultado físico.

En una ocasión usted denominó a Paulo Coelho “un productor en serie de esoterismo barato y manuales de autoayuda” porque menospreciaba Ulises, de James Joyce. ¿Qué relación cree que hay entre el éxito comercial y la buena literatura?
Nunca ha habido una relación tan clara como la que nos quieren vender. El siglo XX está plagado de ejemplos de gran literatura que no tiene el menor éxito comercial. Por ejemplo, Dublineses, de James Joyce, que para mí es el mejor libro de cuentos de su lengua, vendió 379 ejemplares en el año de su publicación. Pero también hay ejemplos de buena literatura que es bestseller, como Cien Años de Soledad o algunas novelas de Hemingway y de Fitzgerald.
Lo problemático es esa especie de rara perversión que consiste en pensar que el éxito comercial implica la mala calidad del libro, o que una novela que fracasa en sus ventas debe inmediatamente ser muy buena. Esto es un prejuicio tan tonto como el contrario: suponer que algo es bueno porque vende o malo porque no vende.

¿Cuáles son sus manías para escribir?
Necesito absoluto silencio (uso tapones en los oídos), pero me he visto obligado a aprender a escribir en casi todos los lugares: aviones, hoteles, trenes, para poder aprovechar los viajes. Una de las cosas que hago todas las mañanas es leer unas 20 páginas de algún clásico moderno que, por alguna razón misteriosa que no alcanzo a entender, me hace entrar en la música del libro que estoy escribiendo. Es como el diapasón que usan los músicos para afinar el oído. En El ruido de las cosas al caer, por ejemplo, ese ‘diapasón’ era La vida breve, de Onnetti.
¿Qué lo llevó a usted a creer que necesitaba escribir?
Tuvo que ver con una vocación de soledad, y sobre todo con el momento en que descubrí que la lectura de ficción no era un pasatiempo sino un lugar privilegiado y una manera especial de estar en el mundo. Cuando la lectura se vuelve tan importante, tarde o temprano uno acaba queriendo hacer eso mismo.
En mi caso la vida leída y la vida vivida nunca han estado reñidas, por el contrario, son complementarias, se alimentan y una permite entender a la otra.

¿Alguna vez ha pensado dedicarse a algo distinto?
Por supuesto que no. Para mí la escritura no es un oficio ni una profesión, sino una manera de estar en el mundo. No entiendo mi vida sino a través de los libros que leo y de los que he escrito.
¿Qué le dejó haber estudiado derecho?
Muchas horas perdidas, tal vez la mayoría, pero las otras siguen siendo hasta hoy muy provechosas. Me dejó algunos profesores y sobre todo el espacio geográfico, el del centro bogotano, donde está la universidad. Fue el único lugar de Bogotá que realmente me interesó, que aparece en todas mis novelas y es el escenario de buena parte de la historia colombiana. Cuando dejé de ir a clases y me la pasaba caminando, jugando billar y en las librerías de segunda mano, diseñé un recorrido de la Casa de Poesía Silva a la ventana de donde saltó Bolívar para que no lo mataran, a la esquina donde asesinaron a Rafael Uribe Uribe en 1914, a donde mataron a Gaitán y a La Gran Vía, la tienda donde el caricaturista Ricardo Rendón se pegó un tiro. En esas pocas cuadras parecía haber sucedido todo.
El lucro es uno de los obstáculos que más disuaden a quienes aman el oficio de escribir, ¿a usted qué tanto le angustia?
Desde muy pequeño tuve la convicción de que me iba a dedicar a esto pasara lo que pasara, entonces no tuve esa angustia porque ya sabía que no tenía remedio. Claro, en los primeros años de mi vida en Barcelona tenía que trabajar en tres o cuatro cosas al tiempo para ganarme la vida con lo único que sé hacer, que es leer y escribir, pero nunca fue una carga. Al revés, siempre me consideré afortunado por ganarme la vida con los libros: traduciéndolos, leyéndolos para reseñarlos, enseñándolos en universidades y luego, al cabo de muchos años, escribiéndolos.
¿Quiere adelantar algo sobre su próximo proyecto? Se dice que es sobre el asesinato de Rafael Uribe Uribe…
Sí, inicialmente era sobre eso, pero ya no. Ha cambiado mucho y le ha permitido la entrada a una cantidad de temas que antes no había previsto. Escribiendo descubro lo que quiero explorar. Lo único que puedo decir con certeza es que es sobre algunos episodios de la violencia política en el país y mi relación personal con ellos, pero aún no puedo decirle mucho más.
¿En qué etapa del proceso está?
 
Hace un mes y medio boté 150 páginas a la basura y volví a empezar.
 ¿Y qué pasó?

No sé muy bien. Una novela es un juego con unas reglas especiales, la labor del escritor es descubrirlas. Escribir un libro es también aprender a escribirlo, a menos que uno tenga una fórmula fija que sirva para todos, que no es mi caso.
¿A quién le cree en términos políticos?
No veo la madurez que me gustaría en la izquierda democrática del país, aunque hay gente valiosísima. Suelo estar de acuerdo con Carlos Gaviria en todo o casi todo, y daría una mano porque fuera presidente de Colombia. Me refiero a proponer una sociedad laica, abierta y liberal donde se dé prioridad a los derechos civiles y las libertades individuales, donde el individuo vuelva a ser responsable de sus decisiones, donde la educación sea lo único sagrado y la moral política consista sobre todo en reducir el sufrimiento.

¿Qué libros recomendaría a quienes quieren escribir?
Aparte de las grandes novelas, hay libros extraordinarios sobre la escritura: los ensayos de Milan Kundera, en particular El arte de la novela y El telón. También recomendaría Correspondencia, de Gustave Flaubert, y el Curso de literatura rusa, de Nabokov.
¿Cuándo volverá a escribir su columna?
Aún no sé. La dejé por varias razones mezcladas: la posibilidad de que Zuluaga llegara a la Presidencia en las últimas elecciones me parecía terrible, un regreso a las prácticas y a la ética del uribismo, e invertí mucha energía en defender lo contrario. Eso, mezclado con que esa faceta me había apartado de los libros, me obligó a dejarla. Las opiniones políticas pueden convertir a un novelista en vocero de otros intereses. Pueden también convertir sus libros en un mero ingrediente añadido a su figura pública. Nada me da más miedo.

14.1.15

"¡Cuánto me ha marcado el mal gusto!"

 El escritor Luis Rafael Sánchez, una de las principales voces de la generación  posboom, empezó como actor en radionovelas y se siente en deuda con los géneros menores

Luis Rafael Sánchez en su casa de Santurce, en San Juan de Puerto Rico. / José Madera./elpais.com

Dice Luis Rafael Sánchez (Puerto Rico, 1936) que él escribe "con la oreja". Pero cabría pensar que lo hace con la boca, porque este ágil y cálido conversador pronuncia con el mismo cuidado y envolvente ritmo con el que ha construido sus obras de teatro, sus cuentos, ensayos y novelas.
Esta mañana viste una guayabera amarilla, el mismo tono de los cojines de las mecedoras del coqueto balcón de su salón. Confiesa, mientras ríe, que siempre ha pensado que este color le da buena suerte, igual que Gabriel García Márquez, un temprano admirador de Sánchez que quedó atrapado por La guaracha del macho Camacho, la novela de 1976 que le dio a conocer. "Aquel fue un periodo de gran experimentación novelística y lingüística. Había una efervescencia de lo cultural a lo político, un sentimiento de ser contemporáneos de todos los hombres. En esos años se colapsó la virginidad, vinieron las amanecidas, llegaron las primeras afirmaciones provocadoras, ese soy gay, ¿y qué?". A Sánchez no le gustan los guetos, le van los temas del corazón, tiene una risa sonora y una sonrisa abierta. Como en una canción, en la que hay sitio para el melodrama, el requiebro y el sentido del humor, engarza recuerdos, agudos comentarios, y su original punto de vista.
En las estanterías de una sala conserva una copia de la primera edición de Cien años de soledad, porque aunque donó sus libros a la biblioteca de la Universidad de Puerto Rico, donde ha impartido clases, Sánchez guardó los que estaban dedicados. Lo contrario le parecía un desaire.

A Sánchez no le gustan los guetos, le van los temas del corazón, tiene una risa sonora y una sonrisa abierta
Desde hace décadas reparte su tiempo entre Nueva York —"la ciudad del sueño bolivariano, donde se habla el español abracadabra"— y San Juan, en concreto Santurce, ese barrio que despegó en los cincuenta. "Era nuestro pequeño Broadway", apunta. "Había hasta 12 cines, fue nuestra irrupción en la modernidad, era lo mezclado, bastardo y plebeyo, un lugar con fuerte presencia dominicana, un mundo de mudanzas étnicas y de sensibilidad". Y en este Santurce se instaló tiempo después, convertido hoy en "un lugar encantador" con todas las calles que dice que vivió cuando era "un mulato engreído". Sobre aquellos años escribe ahora en el libro de memorias que prepara, Vida, ¡nada me debes!
Su estudio, al fondo de este piso en un condominio de 1939, restaurado, tiene luz y resulta ser un buen espacio para trabajar por la noche, de espaldas a un espejo y con la máquina de coser donde su madre hacía prendas para el bazar de Josefina Reyes, como escritorio. "Mi madre tenía talento para la vida", cuenta. "Mi personaje principal es ella más que nadie. Sabía qué hacer. Cuando algo sale mal pienso en lo que nos decía: 'No se entretengan en el dolor".
Temprano admirador de los novelones Galdós ("tenía hambre de La de Bringas y de Tormento") y de Valle-Inclán, su carrera arrancó como actor en radionovelas. "La radio estaba en su apogeo, yo tenía 17 años y hacía de galancete, de negrito sinvergüenza, de pillo", recuerda. "Tengo una gran deuda con la radionovela. Siempre he pensado que la gente entra a las cosas por el oído. Valoro mucho la voz. La banda sonora de mi existencia es la música popular, los boleros. A mí me formaron los géneros menores, Cervantes y la telenovela. ¿Qué de aquello queda en mí? Sobrevive, me sigue alimentando. ¡Cuánto me ha marcado el mal gusto!".
La llegada de la televisión le dejó sin papeles radiofónicos y aquello le empujó a la universidad. Allí, este renovador de la escena teatral escribió su primera obra, La espera, y obtuvo una beca para ir a la Universidad de Columbia. Hubo un antes y un después de aquel primer viaje en el que vio a Paul Newman en Dulce pájaro de juventud, de Tennessee Williams. Regresó después para hacer un máster, conoció a James Baldwin, siguió escribiendo teatro. "El texto y el contexto cambiaron", recuerda. También pasó por Madrid, donde obtuvo su doctorado en la Complutense. Le gusta Cartagena de Indias, ha vivido en Brasil, en Bogotá —“cuando era una ciudad serena”— e intermitente y constantemente en Nueva York —“esa ciudad me trastornó, me relativizó”—. Y parece que será allí donde se estrenará un musical de la Guaracha del macho Camacho. También tiene pendiente el estreno de Te vistes, te pago, te largas, la primera obra de teatro de la Trilogía al sur del ombligo, en la que trabaja. Defensor de lo heterodoxo, el autor boricua no duda: "La literatura no tendrá más salida que reivindicar la desobediencia, la rebeldía, la inconformidad", escribió en una conferencia pronunciada en la primera Bienal de Novela Mario Vargas Llosa. ¿El futuro? "Hablo del pasado por una razón amarga: impuntual como el señor Godot, el futuro nunca llega. O, cuando llega, llega travestido de presente".

Cuestión de gustos

A. A.
1. ¿En qué libro se quedaría a vivir? En Don Quijote de la Mancha.
2. ¿A qué escritor invitaría a cenar? A Luigi Pirandello, dramaturgo y novelista, porque me encantan los escritores que abren puertas y nuevos caminos.
3. ¿Cuál ha sido el mejor momento de su vida? Este mismo que estoy viviendo, en que me siento en paz conmigo mismo en relación con mi trabajo.
4. ¿Qué trabajo no aceptaría nunca? Rechazaría cualquier cosa que tenga que ver con el poder, no aceptaría nada oficial, porque tengo desprecio por los artistas oficiales y esa representatividad política.
5. ¿Qué libro o filme no consiguió terminar? Me salí de la última película de Polanski, La venus de las pieles.
6. ¿Qué hizo el último fin de semana? Como tengo como credo de trabajo que escribir es cuestión de borrar, el último fin de semana escribí y borre.
7. ¿Qué está socialmente sobrevalorado? Bueno, la nouveau roman fue algo que te metías como un purgante.
8. ¿A quién darías un premio? A un escritor extraordinario que no sabe que lo es.
 Luis Rafael Sánchez en San Juan

9.1.15

José C. Vales y Andreu Carranza, premios Nadal y Pla

El ganador del Nadal ve "una sociedad cínica, cobardona y blandurria," y le interesaba destacar "el ansia de libertad de los años 20"

 José C. Vales, autor español de Cabaret Biarritz. /Danny Caminal ./elperiodico.com

Los ganadores de los premios Nadal y Josep Pla, José C. Vales y Andreu Carranza, verán sus libros publicados el próximo mes de febrero. En Cabaret Biarritz, Vales, traductor y estudioso de la literatura romántica, reconstruye un crimen en el Biarritz de 1925.
-Dejó claro anoche que lo que le interesa sobre todo es explicar una buena historia Y el jurado ha insistido en que Café Biarritz es divertido.
-No es que esté en contra de las novelas de tesis o de las que se pueda extraer un discurso filosófico, pero me interesa más el disfrute, las historias divertidas aunque después se pueda quizá extraer alguna consecuencia. A mí me gusta la ironía de los británicos, funciona muy bien en la literatura. He aprendido de Jane Austen, que me parece la mejor escritora de todos los tiempos.
-¿Por qué Biarritz y por qué los años 20?
-Hace años empecé a viajar a esos lugares de veraneo viejunos pero que aún tienen ese regusto de cierta elegancia alejada de la grosería del mundo actual. Biarritz tiene un paisaje muy novelesco. Y el cabaret, y las flappers, esas chicas de los años 20 con esa pasión por la vida, que iban por las carreteras en descapotable, esas chicas libres que se van a la cama con lo que haga falta... Nuestas abuelas no fueron tan puras y castas. Después de esos años hubo una reacción que solo se empezó a contrarrestar con el pop de los 60. Y ahora que veo una sociedad entre cínica, cobardona y blandurria, me interesaba destacar de los años 20 esa ansia de libertad.
-Pero hay un lado oscuro, tras la muerte de esa joven que reconstruye un escritor recogiendo testimonios...
-Claro. En los cabaret corrían los barbitúricos, las pastillas de cocaína, la pornografía estaba a la orden del día. En Tumblr hay miles y miles de fotografías pornográficas de esa época. Uno de los personajes es un fotógrafo que se dedica a ello, precisamente. Es la sucesión de testimonios como este lo que compone la novela. Cada uno de ellos arrima el ascua a su sardina, muchos mienten y los únicos que sabrán realmente lo que ha sucedido serán los lectores.
-De todo lo que ha traducido, ¿qué se le ha adherido?
-Me gusta mucho E. F. Benson, un autor muy humorístico, que escribe sobre las clases pudientes británicas. Pero la más importante fue el Frankestein de Mary Shelley, en la nueva versión a partir de sus cuadernos y expurgada de las intervenciones de Percy Shelley.


Andreu Carranza,  autor catalán de El poeta del poble. /Danny Caminal/elperiodico.com

Andreu Carranza: "Verdaguer era un loco consciente "

El ganador del Pla cree que el poeta era "un hombre excesivo en todo, sensual, un personaje romántico y novelesco"

Los ganadores de los premios Nadal y Josep Pla, José C. Vales y Andreu Carranza, verán sus libros publicados el próximo mes de febrero. Andreu Carranza, en El poeta del poble, dibuja el auge y la caída en desgracia de Jacint Verdaguer.
-Su último éxito fue La clau Gaudí, un libro más bien bestsellero. ¿Es El poeta del poble distinto?
-Sí. Cada libro es diferente, y un escritor ha de renacer de sus cenizas. Es una novela más de autor. Y los universos de Gaudí y Dalí son distintos, aunque haya un hilo conductor, la aspiración ascética, franciscana, esa observación mística del paisaje. Eso me capturó, porque soy hijo de Joan Carranza, el alcalde antinuclear de Ascó.
-Aquello acabó mal, ¿no?
- La tragedia de Verdaguer me recuerda a la de mi padre. El poder se los cargó. Las primeras elecciones las ganó una candidatura antinuclear. Pero en las segundas hubo una avalancha de votos por correspondencia y perdió. Mi padre decidió que nos exiliáramos a Santa Coloma de Farners. Y no volvió nunca más a Ascó.
-Aparte de la contracción entre el éxito mundano y el ascetismo, ¿tenían algo de razón quienes le atribuían una enfermedad mental?
-Creo que pasaba por episodios bipolares. Era un hombre excesivo en todo, sensual, un personaje romántico en todos los aspectos, novelesco, y con la carga de la represión ortodoxa cristiana. Eso le comporta una lucha interna continua. Verdaguer convivió toda su vida con esos fantasmas. Cuando veo cómo al final de su vida se aprovechan de él me recuerda a ciertos personajes de novela, El idiota de Dostoievski, el Cándido de Voltaire, que tienen un punto de ingenuidad. Es un loco, pero un loco consciente. Un poeta loco, pero no tonto.
-¿A qué se debe el fervor popular que se demostró con su multitudinario entierro?
-Todos aquellos a quienes había ayudado, y eran muchos, se encuentran por la Rambla, pidiendo, a aquel hombre que lo había tenido todo pero que se había vuelto incómodo para su patrón, el marqués de Comillas, y para el clero. Aquí crece el mito del Verdaguer del pueblo, enfrentado al poder. Es intocable incluso entre los sectores más anticlericales. Al Verdaguer poeta lo conoce todo el mundo. El Virolai... Y transforma el catalán que hablaba la gente de la periferia de la sociedad, no la burguesía, en lengua literaria. El catalán se mantuvo porque hubo hombres como Verdaguer.

6.1.15

Claudel: "La literatura debe despertar a la humanidad que hoy está en un letargo que traerá la ruina"

El autor de Almas grises viene a Chile para participar el próximo jueves en La Ciudad y las Palabras de la UC

Philippe Claudel, escritor francés considera a Modiano, Premio Nobel, un escritor menor./latercera.com
No teme ser incorrecto. Tampoco aparenta muecas de sonrisas. En sus libros no hay medias tintas en el carácter de sus personajes. Y en sus historias, Philippe Claudel (1962) siempre está dispuesto a profundizar en la condición humana y en los ingratos efectos de las guerras mundiales en la Europa del siglo XX. 
Figura central de la narrativa francesa actual, Claudel es autor de las novelas Almas grises (2005, Premio Renaudot), La nieta del señor Linh (2006) y El informe de Brodeck (2008), con la que se adjudicó el prestigioso premio Goncourt des Lycéens 2007.  
Su último libro es Aromas (2013), donde regresa a descifrar los olores de su ciudad natal: Nancy, lugar ubicado al noreste de Francia, rodeado de ríos y grandes bosques.
Director de cine también, del 2013 es también su última película. Se llama Antes del frío invierno y en ella vuelve a poner de protagonista a la actriz Kristin Scott Thomas, como en su primer largometraje, Hace mucho que te quiero (2008). Esta vez el conflicto recae en la ordenada vida de Paul (Daniel Auteuil), un exitoso neurocirujano que comenzará a dudar de su matrimonio con Lucie (Scott Thomas) tras la llegada a sus días de una atractiva veinteañera.
Claudel no se detiene: ahora prepara una nueva cinta. Además, trabaja en una próxima novela que se llamará Sueños. “Lo que falta es tiempo. Y a veces pienso que todo esto es inútil, porque la muerte nos espera a todos. Es un poco como si la creación artística fuera una venda que se pone sobre los ojos para olvidar a la muerte cuanto más tiempo posible. Es eficaz pero al final es inútil”, dice Claudel a La Tercera previo a su llegada a Chile. 
El narrador francés es el nuevo invitado del ciclo La Ciudad y las Palabras, del Doctorado en Arquitectura de la UC, realizado con el apoyo de este diario. Claudel se presentará el próximo jueves 8, a las 18.00, en el auditorio de la Facultad de Arquitectura UC, en El Comendador 1916, Providencia. 
¿Cómo sabe cuándo una historia es para el cine o la literatura?
Muy rápido. Desde el principio, o incluso antes del inicio. No puedo explicar por qué. Es sólo que se siente cuándo una historia es para desarrollar en el lenguaje o en imágenes con seres de carne y huesos. Se trata de dos enfoques creativos radicalmente diferentes.
¿Cómo ve el papel de la literatura actualmente?
Me parece que debería emitir señales de alerta, activar las sirenas de alarma. La literatura debe despertar a la humanidad que hoy está en un letargo que traerá la ruina. La literatura tiene una función de agitación.
¿Cree que la conciencia histórica es importante para un escritor?
El trabajo del escritor puede ser visto como una forma de tensión perpetua entre el pasado y el presente de la escritura. Contar una historia, es a la vez trabajar en un tiempo reconstruido, simular una cronología, poner en perspectiva los acontecimientos narrados y los que se efectúan en la vida del lector. La historia es un dato traumático y depende del momento que vive la humanidad. El escritor no puede prescindir de una conciencia histórica, ya que es alguien que escribió “en algún lugar”, es decir, en un momento determinado.
¿Le interesa la obra de sus colegas Michel Houellebecq, Jean Echenoz y Emmanuel Carrère?
Usted cita a los tres escritores más conocidos de la opinión pública francesa. Yo respeto su trabajo, pero le estaría mintiendo si le digo que son algunos de mis favoritos. Me encantó la primera novela de Houellebecq, Ampliación del campo de batalla, y sus primeros poemas. Pero lo que luego publicó es una escritura ligera asociada a la provocación. Es una pena. Creo que construyó un personaje de payaso, una especie de sub-Céline atrabiliario y paranoico. Y de verdad es que es una pena porque tiene talento. Sobre Carrère, su obra son a mi juicio unos libros de periodista, y en los que habla demasiado de él, lo que no me interesa de ninguna manera. En cuanto a Echenoz, no entiendo mucho su proyecto, especialmente en sus últimos trabajos donde le gusta revisitar figuras históricas como Ravel, Zátopek y Tesla. 
¿Qué escritores latinoamericanos le gustan?
El trabajo de Roberto Bolaño es muy interesante. No puedo decir que es uno de mis autores favoritos, pero su obra ha influenciado a muchos escritores jóvenes. Me encanta Francisco Coloane, Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier y Julio Cortázar. Y fue muy significativo para mí el Canto general, de Pablo Neruda. Y, por supuesto, Borges ha tenido una gran influencia en mi formación. 
¿Qué le pareció la elección de Patrick Modiano como último Premio Nobel de Literatura?
Fue una gran sorpresa. Me gusta su obra, pero es un escritor menor. Cuando se supo la noticia del Nobel y se lo comparó con Proust, admito que casi me da un ataque al corazón.

2.1.15

Calasso: "La ideología de Amazon es una trampa funesta"

El escritor y editor italiano publica  La marca del editor
 
El escritor y editor Roberto Calasso en Barcelona. / A. Estévez./elpais.com
El escritor siciliano Leonardo Sciascia (1921-1989), imprescindible para tratar de comprender Italia y a los italianos, dejó dicho que las obras de Roberto Calasso “están llamadas a no morir”. No es fácil encontrar un piropo más grande para un escritor. Sobre todo porque Sciascia pudo referirse tanto a sus obras literarias –La ruina de Kasch, Las bodas de Cadmo y Harmonía, La Folie Baudelaire– como a su labor como editor al frente de Adelphi, una de las editoriales de mayor prestigio internacional. En su último libro, La marca del editor (Anagrama), Calasso (Florencia, 1941) contrapone la furia por la inmediatez y el éxito volátil que representa Amazon al legado de los grandes editores europeos y estadounidenses del siglo XX.
¿Sobrevivirá el editor al vendaval del libro electrónico?
La situación es difícil, pero no es una novedad, no recuerdo ni un solo momento en que fuese fácil. Lo más relevante es que en estos últimos 20 años ha habido un cambio de atención por parte del lector que no ha beneficiado al libro. En lugar de expandirse, las posibilidades de las editoriales se han reducido. Pero, pese a ello, lo más grave es que los editores se autocensuran. Y no es atribuible solo a una presión externa. Hay una especie de aquiescencia. Todo aquello que no da un resultado inmediato se convierte en algo muy sospechoso, y esto es un poco lo contrario a la esencia de una editorial, porque el deber del editor es el de hacer cosas que en principio pueden parecer no factibles. Pero esa autocensura se lleva produciendo desde hace años y, como consecuencia, el perfil del editor se ha convertido en menos perceptible.
¿Y no es ahora, con la posibilidad casi infinita de acceder a todo tipo de publicaciones, cuando el lector necesitaría más el asesoramiento de un editor, de una casa editorial que avale con su sello a un autor o a una obra?
La cuestión fundamental es que existe un sentimiento de odio hacia la mediación. Por un malentendido perverso, no pocos creen que odiar cualquier forma de mediación sea una señal de espíritu democrático. Mientras son beatos ante la palabra “acceso”. Esta es la clave. La idea de que no haya intermediarios entre el escritor y el lector. Es un poco la ideología de Amazon, y es una trampa funesta. Lo curioso es observar lo que está pasando. Por un lado, Google ha digitalizado una cifra de libros que ninguno sabe, 15 millones quizás. Un estudiante inteligente, de esos que sufrían porque estaban en provincias y no tenían acceso a las grandes bibliotecas ni dinero para ir a París o Londres, hoy desde casa puede tener acceso a libros del siglo XVI, del XVIII, o a las revistas más complicadas de encontrar. Todo está en la red, algo inconcebible hace 20 años. Y, sin embargo, no he notado que se haya producido un particular desarrollo, jóvenes que escriban una tesis magnífica…

¿A qué lo atribuye?
Tendríamos que entrar en el complicado tema de la educación, que en Italia es especialmente grave, pero desde luego la situación es paradójica. Por un lado está la posibilidad de acceso, pero por otro se requiere una autocancelación del editor, con resultados pésimos, porque el editor es la primera ayuda para cada lector.
¿Usted cree que se trata de un fenómeno pasajero o que, por el contrario, permanecerá?
Todo esto de la digitalización universal es un fenómeno macroscópico que ha cambiado toda nuestra vida mucho más que todas las demás innovaciones tecnológicas. Es curioso que en los años 60 y 70 se pensase que la tecnología iba actuar en otra dirección, no en esta, porque si uno mira incluso la ciencia ficción de aquellos años las cosas más elementales como Internet no estaban previstas. Sin embargo, por lo que respecta a los libros, no soy de los que piensa que un ebook sustituye a un libro, porque incluso desde un punto de vista tecnológico es inferior y nunca podrá estar a la par. Ese por tanto no es el peligro. El peligro es la psique del lector. No significa que un libro fuerte hoy no encuentre sus lectores. Es el tejido psíquico lo que ha cambiado. Es un tejido que rechaza muchas cosas.
¿Es un arte la edición?
La edición puede ser un arte. El modo de publicar libros, tenerlos juntos, unidos unos a otros, presentados en un cierto modo evidentemente es un arte, se espera que sea visto así, porque si uno lo ve como negocio es un modesto negocio. Es más fácil perder dinero que ganarlo.
En la era digital, ¿hay editores jóvenes que le hacen mantener la confianza en el futuro de la edición?
Si, hay personas muy vivas, pero ahora cuesta mucho crecer. Poner en funcionamiento una editorial hoy es fácil, mantenerla en el tiempo es dificilísimo. Un gran problema, como siempre y más que nunca, es la distribución, que tiende a asfixiar a los pequeños editores. Llegar con un libro hoy es más difícil que antes si no tienes detrás una empresa grande. Y, en segundo lugar, cualquier buen editor debe entender que al menos durante los 10 primeros años va a perder dinero. Tiene que tener la seguridad de poder perder dinero, y esto no es tan fácil. Y además hay que tener talento. El talento otorga una cierta seguridad. Porque sin talento, el éxito es una ilusión.