21.5.13

Contra la tiranía del presente

El escritor español Javier Cercas, autor de Soldados de Salamina, entre otras obras, habló de literatura, de su pasión por Borges y de su última novela, Las leyes de la frontera

EN BUENOS AIRES. Javier Cercas habla de su obra, de su oficio de escritor./Revista Ñ
Cuando aún no había escrito Soldados de Salamina, el libro que lo consagró en 2001, el español Javier Cercas volvió a su ciudad, Gerona, “a morirme, sinceramente, a enterrarme. Ese es el sentimiento con el que yo escribí esa novela, nunca volvería a ser escritor”. A partir del éxito de ese libro –vendió más de un millón de ejemplares– Cercas se ganó un lugar en el mundo de las letras. Invitado a la Feria del Libro, habló  de su oficio, de aquel éxito y de su último libro, Las leyes de la frontera (Mondadori).

En esta obra, publicada en 2012, Cercas se asoma a los años de la transición española pero no desde la política sino a través de la vida de tres adolescentes marginales, inmersos en el mundo del delito, a fines de los años 70, y la deriva posterior de sus vidas, donde la fantasía del ascenso social resulta casi una farsa.

-Usted ha hablado de la influencia de Borges en su formación.
-En Wikipedia dice que yo me hice escritor cuando leí a los 15 años a Borges, y es verdad pero a la vez es falso. Es verdad que leí a Borges muy pequeño, no sé qué entendía pero me fascinó. Aunque eso no hizo más que retrasar mi dedicación a la escritura, porque Borges era demasiado grande. Y eso te inhibe, te aplasta. Necesitas alguien más a tu medida. Yo empecé a escribir a los 19, 20 años, y los libros que tenía, Borges, Kaf-ka, eran demasiado grandes.

-¿Cuáles son sus otras raíces literarias?
-Yo no me siento un escritor español sino un escritor en español, y un escritor tiene dos tradiciones, la universal y la de su propia lengua. Yo tengo la fortuna, toda la gente de mi edad, que la tradición de nuestra lengua, y en particular la narrativa, se ha enriquecido y ensanchado extraordinariamente. Es decir, el español crea la novela, la crea Cervantes, en un movimiento enloquecido y genial, pero la pierde. No es la española la gran tradición de la novela ni la gran tradición literaria. Quienes aprenden la tradición de Cervantes son los escritores ingleses, sobre todo, y los franceses los que nos roban la novela. Y han sido los escritores latinoamericanos los que, en mi opinión, en este siglo que pasó, no sólo han provocado un terremoto en la narrativa sino que han devuelto la novela al centro del canon occidental, y eso es maravilloso. Somos herederos de esa tradición, así que no tenemos excusas para escribir mal.

-En las notas usted aparece hablando más de política que de literatura. Pero la literatura como tema aparece mucho en sus libros. ¿Por qué esa diferencia?
-¿Hablo más de política que de literatura? ¡Qué horror! Mira, en un momento determinado, yo cuando empiezo a ser un escritor quiero ser un escritor posmoderno. Depende de lo que entiendas pero el posmodernismo, su origen remoto es la segunda parte de El Quijote, en narrativa; el origen inmediato es la obra de Borges, y además no pierdes de vista aquellas recomendaciones de Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio; entonces yo me siento un escritor posmodernista. Y yo empecé así, quería ser un escritor posmodernista, quería ser un escritor norteamericano posmodernista. Y por eso me fui a Estados Unidos. Y mis libros eran libros ultraintelectuales, humorísticos, irónicos, metaliterarios, del presente. Lo que ocurre es que, en un momento determinado, en torno a Soldados de Salamina, se produce como un cambio que no es un cambio, es un complemento, es como si se ensanchase mi campo de intereses, y aparecen dos cosas fundamentales. Aparece por un lado el pasado. Cuando me dicen que escribo novelas históricas me enfado mucho. Yo escribo novelas sobre la relación entre el pasado y el presente, es decir, tendemos a creer que el pasado es una cosa que ya ha pasado, que no tiene nada que ver con nosotros, que está allá, fuera, al margen. Es falso. El pasado forma parte del presente, no pasa nunca, Entonces, yo hablo de la relación entre el pasado y el presente, de ese presente ampliado. Vivimos como una especie de dictadura del presente. Creemos que el presente por sí solo se explica, es falso. Sin el pasado no se explica. Y de esa relación entre el pasado y el presente hablan, a partir de Soldados de Salamina, mis libros. De hecho, uno de los temas fundamentales de ese libro es la historia de un hombre de unos 40 años, como tenía yo entonces, que cree, como toda mi generación, que la guerra civil era algo tan ajeno y remoto como la Batalla de Salamina. Y a medida que investiga un minúsculo episodio ocurrido hace 60 años en la guerra civil descubre que no, que el pasado es el presente, que sin ese pasado ni él ni nada a su alrededor se explica. Y por otro lado también descubre que lo colectivo es una dimensión de lo individual. Entonces es verdad que yo me sigo sintiendo un escritor posmodernista, sólo que aparece la política.

-¿Qué peso tiene ese componente político en sus libros?
-No es más que una dimensión de mis libros, yo no soy un escritor político. Es verdad, pero esa sería otra cuestión, que yo escribo en los periódicos y como simple ciudadano opino sobre política, porque la política es de todos. Yo no soy un político, ni me siento un político, ni intervengo en política, ni jamás he tenido ninguna vinculación con la política, pero pago mis impuestos, tengo un hijo de 18 años. Yo escribo en un periódico que lee mucha gente, ¿por qué no voy a hablar de una cosa que me interesa, que me importa? Me preocupa mucho eso que dices que hablo más de política que de literatura. Yo soy un escritor antes que nada. Pero me preguntan sobre política y yo contesto.

-¿Existe en todas sus novelas esa fusión entre el presente y el pasado?
-Anatomía de un instante habla del presente, pero de un presente ensanchado, que contiene al pasado, de algún modo. Soldados de Salamina habla de la guerra civil pero no es lo esencial del libro, en absoluto. Las leyes de la frontera está ambientada en los últimos 40 años de la historia española pero no habla de España. De hecho, van a filmar una película en Bélgica, en Bruselas, porque lo que hace la literatura es convertir lo particular en universal. Es decir, Joyce no nos interesa porque habla de Dublin, nos interesa porque ahí plantea cosas que nos interesan a todos. Cervantes no sólo le interesa a los que viven en La Mancha. ¿Por qué? Porque a través de un tipo que vivió en La Mancha se plantean otras cosas... Y eso es la literatura.

-En algunos de sus libros aparece muy fuerte el tema del padre, eso de reconciliarse con el padre después de la adolescencia.
-Sí, es el tema de Soldados de Salamina, no es el de la guerra civil. Como el tema de Guerra y Paz no es la guerra de Rusia.

-Y también aparece el tema del héroe, la necesidad de buscar siempre un héroe.
-Ese es otro de los temas fundamentales. Yo creo que Soldados de Salamina, La velocidad de la luz y Anatomía de un instante son una exploración del tema del heroísmo, desde distintos ángulos, y de distintos tipos de heroísmo. Hace poco Le Monde nos pidió a una serie de escritores de todo el mundo que respondiéramos a una pregunta muy curiosa: ¿cuál era la palabra más importante para nosotros? Una pregunta muy rara, pero cuando me la hicieron supe inmediatamente cuál era. ¿Sabes cuál era la palabra? La palabra es “no”. Citando un texto de Camus que dice ¿qué es un hombre rebelde?, es un hombre que dice “no”. Y los personajes de –creo– todos mis libros son tipos que dicen “no” o tipos que lo intentan. En Soldados de Salamina es clarísimo, es un tipo que tiene que matar a otro y decide no matarlo. En Anatomía de un instante es un tipo que tiene que tirarse al suelo porque lo obligan, pero no se tira. Dice Cavafis en un poema que a todo el mundo le llega el momento del gran “sí” o del gran “no”, y yo añado: el que dice “sí” parece salvarse pero en realidad se condena, y el que dice “no” parece condenarse pero en realidad se salva. Bueno, mis héroes son los tipos que dicen “no” y mis antihéroes los tipos que dicen “sí”. Así que lo mejor en esta vida es aprender a decir “no”, y aprender a decirlo cuanto antes.

-¿El tema del heroísmo sería una constante también?
-Yo creo que esos tres libros son una exploración del heroísmo desde perspectivas diversas. Miralles, uno de los protagonistas de Soldados de Salamina, es un héroe clásico, un héroe homérico. Rod-ney Falk, el protagonista de La velocidad de la luz, es un hombre normal, un antihéroe absoluto, un hombre culto que en el momento esencial en vez de decir “no” dice “sí”, y se condena. Y Anatomía de un instante habla de un nuevo tipo de héroe, de lo que llamo los héroes de la traición. Nosotros estamos acostumbrados a pensar que la lealtad es una virtud, y puede serlo, pero lo cierto es que hay determinados momentos en la vida de la gente y de los países, de las colectividades, en que es más valiente, más honesto y más virtuoso, en suma, la traición que la lealtad. Y Anatomía de un instante habla de uno de esos momentos.

-Usted dijo que, antes del éxito de “Soldados de Salamina”, pensó que no iba a llegar a ser un escritor, a pesar de que ya tenía otros libros. ¿Esa consagración tuvo que ver con el éxito de ventas o con ese libro le pasó algo que con otros no?
-Yo antes de Soldados de Salamina era un escritor que escribía, y nunca me quejé de los lectores que tenía, nunca aspiré a ser un escritor profesional.

-Ni a vivir de la literatura.
-Jamás, no entraba en mis planes. Yo era un profesor de la universidad que se ganaba la vida en la universidad, no un profesor que de vez en cuando escribía novelas. Pero nunca pensé que iba a ser un escritor profesional, no conocía el mundo literario, creía que tenía el número de lectores que tenía que tener: mi mamá, algunas de mis hermanas, algún amigo, y basta. Lo que ocurre es que antes de Soldados de Salamina yo pasé el peor momento que tuve como escritor. Volví a Gerona, mi ciudad, yo vivía en Barcelona, y volví un poco como a morirme, sinceramente, a enterrarme. Ese es el sentimiento con el que yo escribí esa novela, que nunca volvería a ser escritor. No es que no fuese a tener éxito, nunca aspiré al éxito, porque no entraba en mis expectativas. Pero aspiraba a escribir buenos libros, y pensé que se había acabado la literatura para mí. Y bueno, la verdad es que en ese momento Bolaño me ayudó mucho, él estaba pasando por su mejor momento, era mi único amigo, y yo era casi su único amigo. Y el creyó en mí, él era mayor que yo, y me apoyó moralmente, fue mi entrenador.

-¿Tuvo al comienzo de su carrera un maestro de escritura, alguien que viera sus textos y le hiciera alguna corrección?
-Sí, lo tuve antes, Juan Ferraté se llamaba, que fue quien recomendó mis primeros libros. Pero yo me movía en un ámbito de poetas catalanes, no conocía el mundo literario español ni en español, nada. Para mí era algo completamente desconocido y cuando lo he conocido, la verdad, se me han quitado las ganas de conocerlo.

-¿Cuáles son sus escritores preferidos, los que relee?
-Hay muchos, hay escritores que releo. A Borges lo releo siempre.

-¿Y Vargas Llosa?
-Vargas Llosa es un escritor al que le debo mucho, personalmente y literariamente. Kafka es un escritor que siempre he releído. Bioy ha sido un escritor muy importante para mí. Conrad es un escritor que jamás me decepciona, casi nunca me decepciona, y luego ha habido escritores que son útiles para mí en determinado momento y luego dejan de serlo. Dino Buzzati es un escritor al que adoro. Calvino fue un escritor muy importante para mí, hay muchos... Cervantes, yo no sé cuantas veces he leído El Quijote pero es un libro que me parece milagroso, la primera parte es obra de un genio, la segunda parte parece que la ha escrito Dios, y era español el tipo, parece mentira, eso me asombra, me asombra una y otra vez, que este tipo escribiera lo que escribió, crease la novela y luego la botase, prácticamente. Es un libro milagroso, que no entiendo, y por eso me fascina. Me fascinan los escritores que no acabo de entender del todo, a Kafka nunca acabo de entenderlo, siempre hay algo que se me escapa. Borges, siempre hay algo que se me escapa. Zola es un escritor incalculablemente rico, siempre se me escapa. Esos son los escritores que me gustan, los que siempre se me escapan.

-En su última novela, “Las leyes de la frontera”, aparecen personajes adolescentes.
-Sí, la primera parte de la novela es sobre adolescentes, es una novela extraña ésta, una novela de aprendizaje en la cual un chico madura. Nunca había escrito sobre adolescentes y me fascina ese género, la novela de aprendizaje.

-¿Aprendió con su propio hijo sobre la adolescencia?
-Algo de eso hay. En el libro alguien dice “a los hijos es fácil quererlos, lo difícil es ponerse en su piel”. Y a lo mejor este libro, que sólo en su primera parte habla de adolescentes, ha sido mi intento de ponerme en su piel.

-¿Y él lo leyó?
-No, no lo leyó, no lee mis libros, por supuesto. Ya los leerá. Lo que pasa es que la segunda parte del libro demuestra que eso de la madurez es una de las tantas estafas que nos creemos y que le damos tanta importancia. La madurez, la normalidad, todas estas cosas que son estafas, que no son verdades. Pero yo sé qué sería mucho más tonto de lo que soy si no tuviera un hijo, eso si lo sé, estoy seguro.

-¿Terminará sobreviviendo la literatura y el hábito de la lectura a las nuevas tecnologías?
-La cultura no se destruye, sólo se transforma. Y es posible que haya cosas que nosotros no entendamos, pero es natural. Un hombre del siglo XIX no entendería las novelas que se hacen hoy o las películas, no entendería nada, pero eso no significa que se vaya a acabar. Lo que hay que hacer es estar lo más joven y abierto posible. Cuando alguien dice que se ha acabado la literatura, yo lo que creo es que el que está acabado es él. Leerán cosas distintas, de otra manera, mejores, peores, quién lo sabe. Pero la literatura va a sobrevivir, estoy seguro.

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