26.3.15

Eco: "No estoy seguro de que internet haya mejorado el periodismo"

El autor de El nombre de la rosa  y  Apocalípticos e integrados  presenta su última novela,  Número cero, sobre las crisis del periodismo a partir de la historia de un diario fallido

Umberto Eco toca la trompeta, el instrumento que aprendió a tocar de niño./Oliver Zehner./elmundo.es

Umberto Eco (Alessandria, 1932) ha escrito mucho y muy atinado sobre cuestiones como la representación, el símbolo y la cultura. Quizá por tirar tan alto, ahora ha decidido 'rebajarse' a hablar... del periodismo. Número cero  (Penguin Random House) es una novela sobre 'Domani', un periódico ficticio y fallido montado por un ricachón para poner en aprietos a Dios sabe quién. Una redacción compuesta de perdedores se dedica a hacer números cero del invento, lo cual sirve al autor de  El nombre de la rosa  para soltar ideas como las que siguen, mientras mastica un purito en su casa con vistas al Castello Sforzesco de Milán.
¿Por qué quiso hacer este libro?
Llevo escribiendo artículos y ensayos sobre los defectos del periodismo italiano desde 1960, en muchos casos con polémicas, en otros discutiendo con amigos... Yo mismo he escrito en periódicos, así que se trata de una crítica desde el interior. Desde hace 10 años tenía en la cabeza esta idea de hacer una novela sobre los defectos del periodismo, pero lo había ido retrasando. Hasta hoy.
¿Y por qué ambientarlo en 1992?
1992 fue un año en el que se estableció un giro copernicano. Los partidos entraron en crisis y comenzaron todos estos procesos judiciales contra la corrupción, por lo que había esta esperanza de que todo cambiase. Pero dos años después llegó Berlusconi... [risas ]. Me interesaba que en la novela nuestro presente fuese un futuro que la gente todavía desconocía. Por eso, en el libro, el director del periódico, Simei, dice que los teléfonos móviles son una moda pasajera.
La imagen del periódico que aparece en el libro es muy negativa, como una herramienta de difamación.
No todos los periódicos son una 'máquina de fango'. Los vespertinos ingleses, por ejemplo, con todos los cotilleos de la familia real, lo hacen para vender un poquito más. Pero en Italia este mecanismo se ha usado como herramienta política para deslegitimar al adversario. Por ejemplo, hay un caso real que cuento en la novela sobre un juez que había hecho algo que no había sentado muy bien. Y le fueron fotografiando hasta que le sacaron fumando en una imagen en la que se apreciaba que llevaba unos calcetines de colores chillones, sugiriendo que se trataba de un ser un poco raro.
En el libro Simei dice que "los periódicos le dicen a la gente cómo tiene que pensar"
Depende de quién los lea. A mí, por ejemplo, los periódicos no me dicen qué tengo que pensar. También porque no leo uno sólo y estoy abierto a muchas sugerencias. Pero un lector más ingenuo o menos preparado está más influenciado, más aún por la televisión.
¿Cree que los periódicos han perdido poder por los excesos del pasado?
Si un periódico importante hace hoy una entrevista al primer ministro, ésta sigue teniendo un peso y hasta se puede discutir de ella en el parlamento. Ahora bien, este poder de influir no es sobre el público, sino sobre las altas esferas. El verdadero chantaje no llega cuando yo digo a mucha gente que usted ha robado, sino cuando se lo cuento solamente a dos y ya está. Es poner una noticia en la mesa de la persona importante y sugerir que se podría contar más. Ahí es donde los periódicos tienen el verdadero poder, no sobre el hombre de la calle que puede leer el mismo texto de una forma distraída. Es una influencia sobre la 'cima', por decirlo de algún modo. ¿Por qué hay tantos pequeños periódicos que no tendrían razón de existir, si no reciben subvenciones y venden muy poco? Porque su función es la de enviar un mensaje privado. Dicen: 'Yo sé algunas cosas y podría decir más'.
¿'Domani' tiene algo que ver con la realidad?
Me inspiré en un personaje real, que no está mencionado en el libro, Mino Peccorelli, que durante los años 60 y 70 tenía una agencia de noticias en Italia cuya circulación era limitadísima, pero llegaba a las mesas de los ministros y diputados. En él se lanzaba sospechas y era tan peligroso que lo mataron en 1979, por este pequeño pseudo-boletín que servía como instrumento de chantaje.
¿Qué opina de la actual crisis de los periódicos?
La crisis de los periódicos no empieza ahora, sino en 1954, con la llegada de la televisión. Antes decían lo que había pasado el día anterior, pero desde ese momento la gente ya lo sabe. El gran humorista y escritor Achille Campanile dijo en los años 60 que el periódico es como una carta que dice: "Seguirá un telegrama". Lo que pasa es que el telegrama es del día anterior. Y esto es un problema. Los periódicos se parecen cada vez más a los semanarios, lo que, a su vez, pone en peligro a los semanarios. Pero es que un diario no tiene la capacidad de un semanario de hacer las cosas tranquilamente, porque se trabaja al filo de la noche. Hay que tener también en cuenta el esquema publicitario y el aumento de los anuncios: cuando yo era niño, había periódicos de dos páginas, tan sólo, y hoy son de 60. Y hay que llenarlas. Si eres un periódico serio, puedes hacerlo con comentarios y análisis, pero si no, te conviertes en esta máquina de fango que llena páginas y que obliga a leerlas por este mecanismo que los alemanes llaman 'Schaden-freude', el placer del dolor ajeno.
Roberto Saviano ha dicho que el libro es un "manual de comunicación contemporánea".
No creo que sea un manual, pero también se ha dicho que debería estudiarse en las escuelas de periodismo. Esto quizás sí, pero como mal manual de periodismo, de lo que no se puede hacer [risas].
En su anterior novela, 'El cementerio de Praga', el protagonista se dedica también a crear bulos. ¿Hay una conexión entre ambos libros?
Hay una conexión con otros muchos libros míos, como 'El péndulo de Foucault', porque siempre me ha preocupado la paranoia del complot. Y hoy todavía más, porque internet está lleno de este tipo de contenidos. Lo que más me interesa es cómo se construye el complot, conectando hechos que parecen no tener relación. En la novela, el periodista Bragadoccio es lo que hace, al conectar en un único hilo los últimos momentos de Mussolini con lo que sucedió en Italia en las décadas siguientes.
¿Cómo se pueden combatir estos 'complots'?
Una de las primeras cosas que habría que enseñar a los niños es cómo filtrar noticias en internet, a distinguir las verdaderas de las falsas. Un ejercicio podría ser elegir un argumento y buscarlo en 10 sitios distintos. Haciendo una comparación se podría crear un sentido crítico. Hay síndromes del complot que resulta muy fácil demostrar que son mentira y otros que no tanto. Por ejemplo, esa idea de que los estadounidenses no llegaron a la Luna y que las imágenes que se ven son una reconstrucción que se hizo en un estudio. ¿Cuál es el argumento contrario? Que si esto hubiese sido así, los soviéticos lo hubiesen dicho y demostrado. Pero si se callaron, es que no había ninguna prueba y, por tanto, es una estupidez. O 'Los protocolos de los sabios de Sion', cuya falsedad se demostró hace 100 años, pero en internet sigue circulando y en las bibliotecas árabes está entre los libros más consultados. Es verdad, hay complots reales, como el que se organizó para matar a Julio César. O la Conspiración de la pólvora de Guy Fawkes, que fue descubierta y no llegó a término. O lo que sucede habitualmente en la bolsa, con las OPAs y todos movimientos que empiezan siendo secretos y luego se materializan. Pero los más peligrosos son los complots mentirosos, porque no logran salir bien, se quedan en el imaginario colectivo, obsesionando a la gente, y nadie puede desmontarlos porque no existen. Pongamos que usted es ateo: todas las religiones son la descripción de un complot que no existe. Pongamos que es católico creyente: el resto de las religiones son un complot inexistente.
Un personaje de la novela dice en un momento que "el placer de la erudición está reservado a los perdedores".
Es una paradoja, pero también es verdad que puede haber un físico que gana el Premio Nobel y no sabe nada la historia de la literatura. O puede haber un corrector de libros que sabe muchísimo de muchas cosas y ve que esto no le sirve para nada en la vida. Hoy se da un fenómeno de hiperespecialización, que es muy estadounidense. Recuerdo hablar con un profesor de francés de una universidad de EEUU de que estábamos llegando a un taylorismo de la cultura, es decir, que cada uno es capaz de hacer una sola cosa. Y me preguntó que qué era el taylorismo. Pues eso mismo que le pasaba a él, que no sabía casi nada de ninguna otra cosa.
¿Cómo ve la influencia de internet en los 'mass media'?
No estoy seguro de que internet haya mejorado el periodismo, porque es más fácil encontrar mentiras en internet que en una agencia como Reuters.
¿Cómo valora que las noticias más vistas de internet sean las que son? ¿Es el lector culpable?
Con Facebook y Twitter es la totalidad del público la que difunde opiniones e ideas. En el viejo periodismo, por muy asqueroso que fuese un periódico, había un control. Pero ahora todos los que habitan el planeta, incluyendo los locos y los idiotas, tienen derecho a la palabra pública. Hoy, en internet, su mensaje tiene la misma autoridad que el premio Nobel y el periodista riguroso. O, por ejemplo, lo que pasa con los libros. Antes las editoriales ejercían de filtro, aunque podían equivocarse: esto se publica y esto no. Ahora, cualquiera puede publicar un libro en internet y resulta complicado argumentar con un joven las diferencias entre algo bueno y algo malo. Sí, se podrá decir que la clave está en que le guste o no. Pero entonces es cuando recuerdo ese 'anuncio' que decía: "Come mierda: millones de moscas no pueden estar equivocadas".
¿Tiene esto algo que ver con alguna dinámica particular de estos tiempos?
Aquella chica que succionaba el pene de Bill Clinton, cómo se llamaba, Monica Lewinsky, ha regresado para hablar de ello y da conferencias. ¿Se podría esperar que permaneciese callada y desapareciese? No. Lo mismo que el ladrón o el mafioso va a televisión a contar lo que ha hecho. Éste es un fenómeno totalmente nuevo en la historia de la humanidad: es importante aparecer en público. Hace no mucho, en Italia, un marido cornudo compró una página de publicidad del 'Corriere della Sera', que cuesta un montón de dinero, para decir que su mujer era una puta. Y la mujer compró a continuación otra página para decir que el marido no estaba bien. Esta importancia de mostrarse ante otra gente era algo que hasta ahora sólo se veía en algunos asesinos en serie, que querían llamar la atención de los medios y de la policía. Pero un 'serial killer' es un loco, y ahora son las personas comunes las que tienen esta necesidad. Es como compartir una colonoscopia con el mundo.
La actitud de muchos intelectuales de hoy es llevarse continuamente las manos a la cabeza. ¿Cuál es su técnica para no caer en lo apocalíptico?
Escribir libros. Describir los problemas. Y tener la esperanza de que alguien que los lea piense, por ejemplo, que va a ser más cauto a la hora de leer un periódico. El intelectual debe denunciar los vicios de la sociedad; si se desata un incendio en un teatro no puede sentarse en una silla a recitar poesía: tiene que llamar a los bomberos, como haría cualquier otro ciudadano.
Pero sigue habiendo muchos intelectuales que, como Platón, aseguran que todo iría mejor si se les diese el poder.
Pero esta idea de Platón se demostró fallida cuando fue a Sicilia. Es por esto que siempre he preferido a Aristóteles, porque aconsejaba y se ocupaba de otras cosas serias, aparte de la política.
¿Cuál es la clave para, con 83 años, seguir manteniendo la pasión por contar?
Siempre he contado algo. Antes contaba chistes, pero en los últimos años he parado, porque Berlusconi ya contaba demasiados. Pero desde pequeño escribía cómics y novelas, que nunca terminaba. Luego contaba cosas a mis hijos. Y ahora tengo a mis nietos. Pero, hablando de mis libros, si te fijas bien en mis libros de filosofía y ensayo, son también narraciones, siempre cuento cómo he procedido en la búsqueda. Hay muchas formas de contar. Dar clases a los estudiantes es una de ellas, porque siempre he pensado que nuestra forma de conocer no es a través de las definiciones, sino de las historias. Cuándo un crío pregunta de dónde vienen los niños no se le da una lección de genética, sino que se habla del polen, las mariposas, la semilla de papá... Las cosmologías son en realidad novelas del origen del mundo. Los historiadores no hacen sino contar... No nos damos cuenta de que es la forma principal de ver el mundo. Y nos sirve para entender cosas como lo que pasa en Siria e Irak. Porque el fanático no cuenta historias: tiene una verdad en la cabeza y la repite.
¿Qué le parecen las entrevistas?
Es un problema que yo, como autor, me encuentro. Se publica un libro y, hace tiempo, uno esperaba las críticas, que podían tardar un par de meses, porque el crítico tenía que leerse el volumen. Ahora o se habla el día después o nada. Y hay que hacer una entrevista, porque si no la das, no hay crítica. Y la entrevista es un texto que siempre habla bien del libro, lo cual es una manera de engañar al lector, porque es obvio que el autor va a hablar bien de su libro, mientras que uno espera una argumentación contrastada del crítico. Me ha pasado lo siguiente: dar una conferencia y, al término de ésta, venirme un periodista a que le contase lo mismo que había dicho. ¡Maldita sea, si estabas ahí! ¡Podías haberme grabado, es tu trabajo! Pero está esta idea de que la entrevista es más noble, más 'scoop'. Y ves un periódico hoy y está lleno de entrevistas, cuando las únicas que tienen realmente sentido son con aquellas personas que no las dan, como corruptos, asesinos o gente así. Una entrevista conmigo es una pérdida de tiempo [risilla].

25.3.15

El encuentro de dos genios

El escritor Nahum Montt lanzó su nueva novela, Hermanos de tinta, en la que, entre realidad y ficción, logra que se conozcan dos grandes de la literatura universal: Miguel de Cervantes y William Shakespeare

Nahum Montt, autor colombiano de la novela Hermanos de tinta./elespectador.com

Portada Hermanos de tinta de Nahum Montt.

Un día de 2004, cuando cruzaba una calle, a Nahum Montt casi lo atropella un bus del colegio Liceo Cervantes. Esa fue la señal para cerrar su libro El eskimal y la mariposa. Dos años después publicó Miguel de Cervantes, versado en desdichas, una biografía del creador de El Quijote. El pasado 17 de marzo trascendió la noticia de que fueron hallados los restos del célebre autor en una cripta de la iglesia de San Ildefonso en Madrid. Al día siguiente Montt lanzó en Bogotá su nueva novela, Hermanos de tinta, que también habla sobre el escritor español.
Paradojas o coincidencias de un hombre dedicado al oficio de la escritura entre la noche y el alba, con una vida tan intensa como su obra literaria. Nacido en Barrancabermeja (Santander) en 1967, estudiante del seminario San Pedro Claver del puerto petrolero, consumidor habitual de raspao en el camino a su colegio o cliente de las novelas de vaqueros que se exhibían en las tiendas como ropa secándose, su casa natal fue punto de encuentro para escuchar salsa, Beatles, Mercedes Sosa o Silvio Rodríguez, o de los amigos que llegaban a ensayar comedias de Molière.
A los 17 años asumió que era el momento de coger camino y se fue a Medellín a estudiar ingeniería electrónica, por aquello de que algún día podía ingresar a Ecopetrol y abrirse paso en Barranca. Pero pudo más la escritura. Emigró a Bogotá en 1989, entró a estudiar literatura en la Universidad Nacional, y todo lo que vivió trascendió en sus páginas. El año que llegó mataron a Luis Carlos Galán. Menos de un año después a Bernardo Jaramillo y a Carlos Pizarro. Tres candidatos presidenciales asesinados que fueron materia prima de El eskimal y la mariposa.
La publicó en 2004 y ganó el Premio Nacional de Novela. Rastreando en la memoria colectiva construyó historia alrededor del asesinato de una anciana en el barrio El Polo y dejó testimonio de una época crítica en Colombia. Tan difícil como los días de su niñez y adolescencia, en los que constató el impacto de la lucha armada o de la agitación sindical en Barrancabermeja, en esa encrucijada de caminos en Santander, como bautizó la ciudad el escritor Enrique Serrano, como él o Andrea Cote y Pablo Montoya, integrantes de la denominada generación del petróleo.
Ya existía en su vida Nancy Valero, una admirable mujer que conoció una noche en que se sentó a su lado durante un recital de La Maga en la fundación Gilberto Alzate, y con quien armó un hogar distinto con ocho hijos adoptados. Tres que acogió ella en sus periplos diarios como directora ejecutiva de la fundación Mujeres de Éxito; dos de su hermano Afranio, que trabajaba con la Fiscalía y fue asesinado en Barranca; otro de un hermano de su mona Nancy, que corrió la misma suerte en los Llanos, y dos más que les dio la vida y alegraron su patrimonio humano.
Todos crecieron en una espaciosa casa del barrio La Castellana repleta de libros, retratos y objetos con historias propias, donde Nahum Montt se acostumbró a escribir desde las dos de la mañana en su estudio, antes de que el tropel de sus ocho hijos y cuatro nietos, o el de las líderes que fortalecen la vida de Nancy, llegara a diseminar su energía por todas partes. Cuando empezaba el alboroto familiar y social, él ya había avanzado unas cuantas páginas y emprendía su ronda de profesor universitario en literatura en diversas aulas bogotanas.
Con esa disciplina escribió en cuatro años su novela Lara (2008), en la que aportó su versión literaria sobre el ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, asesinado por el narcotráfico en los años 80. Documentado con las técnicas del periodismo, pero labrado con los imaginarios libres del novelista. Los mismos que ha enseñado en sus talleres de narrativa o que aprendió a descubrir en los clásicos thrillers del Viejo Oeste de su infancia. Entre la verdad y la ficción, pero con el aliento necesario para explorar en el alma de un hombre que dejó honda huella en Colombia con su cruzada solitaria.
Después de Lara hizo una pausa de siete años sin renunciar a los hilos sueltos de sus años de juventud y retornó a Cervantes y sus fantasmas. Esta vez para lograr lo imposible: un encuentro personal del escritor español con ese otro coloso de la creación literaria universal llamado William Shakespeare. En Valladolid, en el lejano 1605, con ocasión de la ratificación del tratado de paz entre España e Inglaterra después de 20 años de guerra. Cervantes como comisario, deambulando entre soldados, jueces o alguaciles, y Shakespeare con su compañía de teatro.
Un entramado de cornudos, putas o rufianes en el que Cervantes rememora a su abuelo lector de novelas de caballería o evoca sus días en la cárcel de Sevilla, y Shakespeare expía en su obra itinerante sobre la venganza de Hamlet, príncipe de Dinamarca, su dolor familiar y la verdad que aflora en su última representación en Valladolid cuando afirma: “Somos fantasmas y nuestro destino es disolvernos en el aire, como el humo (…) sólo somos las historias que nos contamos. Una sombra de los relatos, nada más. Estamos hechos de los personajes que representamos”.
En el corral de Plazavieja, antes de regresar a Inglaterra y recogiendo trastos en el Baúl de los Duendes, con sendos vasos de ron, Shakespeare encuentra a Cervantes y en una frase resume lo que intuyó desde niño: “Siempre supe que tenía un hermano de tinta. Lo que nunca imaginé es que fuera español”. Cierto o no, eso poco importa, todo es posible en el mundo de la ficción literaria y Nahum Montt —con nombre de profeta menor por el azar de una página bíblica—, lo logra a través de una novela en la que prueba la madurez del oficio en cada palabra de su seductor relato.
Algo de su minucioso rastreo personal a la vida y obra de Miguel de Cervantes, la atmósfera judicial y hasta policíaca de sus anteriores novelas, pero ahora trasladada a las salas de audiencias de los albores del siglo XVII, y su depurada técnica para que los diálogos fluyan como un libreto de escena. Quinto libro y cuarta novela de Nahum Montt desde 1999, cuando debutó con Midnight Dreams. La obra en crecimiento de un escritor que escarba en la historia del mundo o esculpe en la memoria de Colombia para imaginar lo trasegado por otros o descubrir los ecos de su propia voz.

Diez escritores que trabajaban de noche

La verdadera  creación literaria no tiene tiempo

/Rene./libropatas.com

Aquí van algunos escritores que trabajan de noche:
- Samuel Johnson. Es uno de esos escritores clásicos de la literatura inglesa y uno de los que lo hizo por las noches. Trasnochaba – y no por escribir solo – por lo que no llegaba a su casa hasta las dos de la madrugada (el siglo XVIII, si eras acomodado, podía ser bastante divertido). Mientras los demás dormían, él simplemente escribía. Y tiene su mérito, que recordemos que no había poderosas bombillas eléctricas (¡ni siquiera máquina de escribir!) y tenía que hacerlo a mano, claro, y a la luz de las velas. Y, para que aún os caiga mejor, se lamentaba de que la pereza era su mayor enemigo: él intentaba hacerse con rutinas y ser constante, pero… no es tan fácil.
- Friedrich Schiller. A Schiller le encantaba tener un cajón con manzanas podridas en su cuarto de trabajo, porque el mal olor le hacía sentir la urgencia de escribir. Además, le gustaba trabajar de noche, porque no soportaba ser interrumpido por nadie ni por nada. Fumaba como un poseso y bebía café (y vino) para no dormirse. Y aunque a él le molestaba el ruido, no era muy respetuoso con no interrumpir las costumbres de los otros. Sus sufridos vecinos tenían que escucharlo declamar por las noches. Lo hacía a gritos, por supuesto. Esperemos que en el XVIII ya hubiese buenos tapones para los oídos.
- George Sand. Ya os hablamos de cómo trabajaba George Sand cuando abordamos las rutinas de trabajo de las escritoras. Escribía de noche – y mucho – tanto como para dejar a sus amantes en cama dormidos e ignorantes de lo que estaba pasando e irse a escribir alguna de sus novelas.
- Franz Kafka. Todos sabemos que Kafka no vivía de la escritura y que si su amigo y editor, Max Brod, no hubiese obviado sus deseos, nunca habríamos podido leer sus obras. Durante el día, Kafka trabajaba en el Instituto de Seguros contra Accidentes para Trabajadores de Praga, un sitio con un nombre bastante aburrido y donde él no estaba muy conforme, y además tenía que interactuar con su familia. No podía escribir hasta que llegaba la noche. Como le confesaba a Felice Bauer, el piso en el que vivía con sus familiares era antes demasiado ruidoso.
- Marcel Proust. Si piensas en Proust, piensas en desayuno: la culpa la tiene la magdalena (aunque en realidad la magdalena en cuestión es culinariamente imposible) y también el saber que Proust se alimentaba de café y croissants (que es una dieta que podríamos poner de moda: saludable no será, pero atrayente lo es bastante). Aunque los hábitos de vida del autor no eran tan madrugadores: se levantaba a media tarde y escribía de noche en su habitación con las paredes de corcho para evitar los ruidos del exterior.
- Thomas Wolfe. Se murió muy joven (a los 38 años) y hace ya bastantes años (en 1938) pero aún así Wolfe es considerado aún uno de los autores más importantes de la literatura estadounidense moderna.  Empezaba a escribir a eso de la media noche y para ello se tomaba “increíbles cantidades de té y café”, como nos cuenta Mason en su libro. Y además lo hacía de una forma no muy cómoda: era uno de los escritores que escribían de pie y en vez de mesa, como era muy alto, usaba la parte de arriba de la nevera como atril.
- Gustave Flaubert. Flaubert estableció una disciplina estricta para escribir Madame Bovary, que no era un libro sencillo. Trabajaba por las noches varias horas porque durante el día se distraía más fácilmente (aunque no vivía de noche únicamente, porque cumplía con sus obligaciones familiares: vivía con su madre, su sobrinita de cinco años, la institutriz y de vez en cuando un tío). Aunque trabajaba de noche, se levantaba todos los días a las 10 y se daba un baño muy caliente (más puntos a favor de Flaubert: se bañaba antes de que fuese mainstream) y hacía varias cosas, como dar clase a su sobrina por las tardes. A las 9 o 10  de la noche, cuando su querida madre se iba a dormir, él se enfrentaba a Emma Bovary.
- Toni Morrison. Aunque en sus últimas décadas de trabajo Morrison trabajaba de forma diurna, al principio la escritora era un ave nocturna. Tenía una explicación. La escritora tenía un trabajo diurno y dos hijos que también reclamaban su atención, así que dedicaba las noches a su propia ficción. “No voy a cócteles, no organizo cenas sociales ni asisto a ellas”, decía. “Necesito esas horas de la noche porque en ellas puedo trabajar una barbaridad”.
- Anne Rice. Rice tampoco ha sido fiel para siempre a una rutina de trabajo, pero algunas veces sí ha dedicado la noche a escribir y el día a dormir. Lo hizo con Entrevista con el vampiro, porque por la noche era el momento en el que conseguía concentrarse porque nadie la molestaba con llamadas o conversaciones.
- Stephanie Meyer. La propia escritora lo cuenta en su web: escribió toda la saga Crepúsculo por las noches. Aunque aprovechaba el día para pensar en la trama (las ideas se le ocurrían en clase de natación), no se sentaba delante del ordenador a trabajar hasta que llegaba la noche y la casa estaba en silencio.

24.3.15

Abad Faciolince: "Lo único bueno que deja la guerra en Colombia es la vuelta de la naturaleza"

Héctor Abad Faciolince publica  La Oculta, una novela sobre las pasiones, la familia y la violencia

 Héctor Abad Faciolince, ayer su paso por Madrid. / Santi Burgos./elpais.com
Si hay un resquicio positivo que puede dejar la muerte este es verde. Al menos en Colombia. “Lo único bueno que nos ha dejado la guerra es el rebrotar de la naturaleza”, asegura Héctor Abad Faciolince. Es el resultado de la vorágine de fuego enemigo, amigo e interesado, vivido allí durante las últimas décadas que ha ahuyentado a la gente de muchas zonas, sólo pobladas por la vegetación. De ahí que uno de los temas clave al día siguiente de la firma de la paz, en caso de producirse, entre el Gobierno y la guerrilla, es la tierra, sostiene el escritor, al que le asaltan varias preguntas: “¿Sabemos, realmente, qué queremos hacer con la tierra colombiana? ¿Queremos volver a colonizarla? ¿Querrán los campesinos que han sido desplazados volver al campo? Es un misterio, pero ahí está. Tenemos que volver a pensar en la tierra”.
Son interrogantes que rodean la publicación de su nueva novela: La Oculta (Alfaguara). Una obra que puede ser leída como una metáfora de su país. “Cualquier novela ambiciosa quiere ser resumen de algo más grande. Metáfora de algo más grande. Tierra y nación son palabras que se incluyen de alguna manera”, reflexiona Abad Faciolince (Medellín, 1958).
Cualquier novela ambiciosa quiere ser resumen de algo más grande. Metáfora de algo más grande. Tierra y nación son palabras que se incluyen de alguna manera
La Oculta es una finca en el departamento de Antioquia, que ha vivido durante 150 años las pasiones y violencias del país. Un pedacito de tierra por donde han peregrinado eternos miedos nacidos de sueños, ambiciones, robos, odios, amores, desamores, amenazas, secuestros, incomprensiones, uniones, venganzas, rechazos, trampas, olvidos…
A la novela ha vuelto Abad Faciolince ocho años después de El olvido que seremos, muy bien acogida por el público y la crítica. Esa crónica novelada, que le dio prestigio y proyección internacional al abordar la impunidad del asesinato de su padre a manos de los paramilitares en 1987, deriva en una hermosa manifestación de amor de un hijo por su padre, mientras reconstruye los pasos de su familia.
Ahora, él, que en varias ocasiones ha dicho que cada vez le interesa “más la realidad y menos la ficción, aunque todo parezca más ficción”, vuelve a hechos reales para crear ficción: la de un pedazo de tierra. La de tres hermanos, Pilar, Eva y Antonio, que heredan una finca en el suroeste de los Andes antioqueños, y la relación que cada uno de ellos tiene con esa tierra y sus antepasados. Sus voces tan distintas se relevan unas a otras en una procesión de hechos hasta dar la vuelta completa a la historia de la finca, mientras desvelan piezas del puzle de sus vidas. Sobre esa disociación, Abad Faciolince reconoce que “el escritor de ficciones es esa persona capaz de salirse de sí mismo, al igual que el lector. El autor se sale, se extraña, y de alguna manera se mete en otros al escribir”. Esta vez en Pilar, una mujer de tradiciones arraigadas; en Eva, una madre soltera con continuas relaciones sentimentales, y en Antonio, un gay que vive en Nueva York.
Con La Oculta, el escritor ensancha su territorio creativo a la vez que lo convierte en la suma de su pasado literario. En la historia de esa finca hay temas y ecos de sus otras novelas: los sentimientos encontrados de Fragmentos de amor furtivo, lo urbano de Angosta, la mirada culta y metaliteraria de Basura, la violencia y el dolor de El olvido que seremos y la vena investigadora de Traiciones de la memoria.
¿Sabemos, realmente, qué queremos hacer con la tierra colombiana? ¿Querrán los campesinos que han sido desplazados volver al campo? Es un misterio. Tenemos que volver a pensar en la tierra"
“Soy un Catoblepas, como me dijo un día Vargas Llosa, ese animal mitológico que se devora a sí mismo, porque, dijo él, hay autores que se nutren de su propia historia. Solo que aquí es una relación fuerte con la tierra, a la vez que experimento una estructura y un tono con respecto a mis otros libros”, explica el escritor. Eso sí, aclara: “En cada nuevo libro tengo que explorar porque de lo contrario me aburro”.
Así es que en ese desaburrir del retrato de la finca ancestral, ha colocado otros elementos esenciales: la familia, las diferentes familias de hoy; el amor, los diferentes amores a personas o cosas; la fe, las diferentes formas de creer o no creer; y todo eso imbricado y revestido de un elemento más fuerte y trascendente: la memoria. Y tras ella y con ella, el recuerdo: “Como ya he dicho, más que la memoria, escribo con la mala memoria, y eso es fantasía. La memoria está llena de vacíos y la literatura los puede rellenar”.
Abad Faciolince se basa en la finca La Oculta de su familia. En su historia, sobre la cual se documentó y habló con muchas personas, desandó su origen que lo llevó hasta el siglo XIX cuando unos judíos conversos, marranos, procedentes de Toledo “creyeron que la tierra prometida estaba allá en el trópico. Ellos tumbaron selva, trabajaron la tierra, la sudaron, la enriquecieron, la hicieron suya. Después pasó a ser tierra de cafetales, luego de ganadería, hasta ser casa de campo. Y así muchas familias en Antioquia. Por eso somos tan apegados a la tierra. Lo primero que yo hice cuando tuve plata fue comprar una finca. Es así”.
El escritor de ficciones es esa persona capaz de salirse de sí mismo, al igual que el lector. El autor se sale, se extraña, y de alguna manera se mete en otros al escribir”
En Colombia hay muchos despojados o desplazados de la tierra, recuerda. Ricos y pobres. “Hace 50 años Colombia era puramente rural, hoy es urbano. Todos tienen gran añoranza de la tierra. Y todos sienten que tienen derecho a ella. En Israel y Palestina es igual. Todos venimos de una tierra. Necesitamos pertenecer a algún lado, aunque sea para tener de donde irse”.
Y en Colombia en los últimos 150 años ha habido dos millones largos de kilómetros cuadrados surcados de balas y desplazados, ríos por donde bajan muertos y carreteras sin un alma durante mucho tiempo por el miedo a ser asaltado. Ahora, dice Abad Faciolince, parece que la muerte tiene un lado bueno, y es de color verde.
Eso es La Oculta, la mirilla por donde se puede ver cómo el pasado ha peregrinado durante siglo y medio a través del miedo, las alegrías, las ilusiones y las frustraciones de una finca-país. Es en lo que ha terminado el “no” de Héctor Abad Faciolince. El no que anunció el año pasado en Lima: no iba a escribir más novelas. Los amigos lo emboscaron, los escritores lo cercaron, la gente se sorprendió. Lo espolearon. Entre ellos, Mario Vargas Llosa.
Abad Faciolince miró alrededor y lo que vio lo cuenta en su última novela: “A La Oculta estamos aferrados con garras y dientes, como si fuera la última tabla de salvación de unos náufragos a la deriva del mundo”.

En la madriguera del genio

A partir de la fotografía de García Márquez en plena escritura de  El otoño del patriarca, este artículo se adentra en pormenores del largo proceso creativo que le exigió al novelista la producción de esta obra de la que se cumplen 40 años

La conocida fotografía de García Márquez en plena escritura de El otoño del patriarca./Rodrigo García Barcha./elheraldo.co
El patriarca creando al Patriarca. Una lucha de titanes. El absoluto poder de una imaginación que hace uso de todas sus facultades para modelar un personaje de poder absoluto. El artista verbal empeñado en su propósito de imponer su dominio sobre el lenguaje, de demostrar que él no es un simple instrumento o sirviente de éste –según la pretensión de los logócratas–, sino, por el contrario, su amo y señor, y que, por tanto, puede ejercer un gobierno total sobre las palabras hasta lograr que produzcan un texto original, distinto y autónomo respecto de cualquier otro, pues es el único modo posible de conseguir que cobre plena existencia en el papel ese ser paralelo a él que ahora bulle en su cabeza, ese otro amo y señor que él quiere que gobierne con facultades ilimitadas y despóticas en su país imaginario, en el “vasto reino de pesadumbre” que le está creando para ese propósito.
Pero no es fácil someter a las palabras, ni siquiera para él a quien ellas parecieron siempre mostrar la más sumisa obediencia, y no es fácil someterlas sobre todo cuando se busca que se pongan por completo, todas a una, al servicio de un proyecto tan descomunal como ése que él está ejecutando en ese momento.
De ahí el gesto que capturó la foto, que es el característico de quien está inmerso en un arduo empeño intelectual, el característico del escritor que está convocando y reuniendo todas las energías de su mente para que, realizando una suerte de arrolladora prueba olímpica, ésta supere todos los obstáculos que la separan de su ambiciosa meta literaria: la cabeza inclinada hacia la derecha, ligeramente apoyada sobre la palma de la mano ídem, mientras hunde los dedos entre la frondosa pelambre indómita para rascarse mecánicamente el cuero cabelludo, en un ademán que parece dirigido a incrementar el nivel de actividad de su cerebro, a desencadenar potencias secretas y hasta entonces no usadas de su don creativo.

Correcciones de la novela sobre borradores, que ahora pertenecen al Centro Ramson, de la Universidad de Texas.
La expresión del rostro es, en efecto, la de alguien cuyo cerebro está buscando en sus más profundos recovecos la solución a un problema, pero sin reflejar angustia o una marcada tensión. Revela una intensa indagación, pero al mismo tiempo una como firme serenidad. Pese a que era de algún modo un escritor de estirpe flaubertiana –por la dedicación espartana al oficio y la busca de la palabra precisa en función de la absoluta armonía musical de la prosa–, lejos está, pues, de las reacciones histéricas que, durante el proceso de la escritura, solían ser propias del autor de Madame Bovary.
Sin embargo, hay un detalle que parece no encajar con esta imagen del escritor batiéndose a brazo partido con las palabras: situada a su derecha, la papelera, salvo por una sola bola de papel, está vacía. La lógica indica que, a la situación arriba descrita (y que es la que la actitud del autor sedente evidencia a todas luces), debería corresponder una papelera atiborrada de borradores que, desechados uno tras otro, reflejarían esa búsqueda implacable de la forma deseada. ¿Habría vaciado Mercedes la papelera de su rebosante contenido un momento antes del disparo del obturador?
En el instante preciso congelado por la cámara, García Márquez no se halla escribiendo; no hay hoja alguna en el rodillo de la máquina de escribir. Lo que está haciendo en ese instante es revisar lo que, al parecer, acaba de escribir. La manera de trabajar que, según manifestaría en Vivir para contarla, él practicaba desde que se había convertido en un escritor profesional, era la siguiente: “Rompía cada párrafo hasta dejarlo a gusto”; o, como le contó a Rita Guibert en entrevista realizada en 1971 (época que corresponde justamente a la composición de El otoño del patriarca), y planteando un rigor todavía mayor que el anterior: “Voy corrigiendo línea por línea a medida que voy trabajando, de manera que cuando termino una hoja ya está casi lista para el editor”. ¿Significa entonces que, en el momento de la foto, está corrigiendo una sola página en la que se halla escrito un solo párrafo, o, incluso, apenas una sola línea? Bueno, esto último no tendría nada de raro, no sólo por lo que le dijo a Rita Guibert, sino por la declaración que le daría años después a Plinio Apuleyo Mendoza en El olor de la guayaba, en referencia a El otoño del patriarca: “Lo escribí como se escriben los versos, palabra por palabra. Hubo, al principio, semanas en las que apenas había escrito una línea”.
El atuendo que viste es de diario (de fatiga, digamos), si bien la camisa es de manga larga y está cerrada hasta los puños (tal vez haga frío), pero los pies puestos fuera de los zapatos, con todo y que se trata de unas cómodas zapatillas de goma, corroboran la intención de que el cuerpo esté lo más descansado y relajado posible a fin de que la cabeza, al no recibir de aquél ninguna mínima molestia que le distraiga, pueda hacer mejor su trabajo. La mesa en que escribe es pequeña, y es tan sencilla y modesta que tiene unas cuñas hechas de papel que corrigen el desequilibrio de las patas: pero, ¿por qué tendríamos que suponer que las grandes obras maestras de la literatura deben de haberse escrito en formidables escritorios que ostenten el mismo nivel de grandeza que ellas?
No hay una taza de café, no hay cigarrillos (había dejado el hábito de fumarlos hacía muy poco tiempo): el escritor optó por que su solo y natural genio creador, sin el auxilio de estimulante alguno, ejecutara toda la labor.
La fotografía fue tomada por su hijo Rodrigo en el interior de una casa tradicional pero remodelada por la familia: el número 6 de la calle Caponata, del elegante y tranquilo barrio de Sarriá, en Barcelona, en un momento que la mayoría de los pies de foto sitúan “hacia 1972”; yo no me atrevo a ser tan vagamente preciso: creo que debe situarse en el período comprendido entre finales de 1971 y los primeros meses de 1974, cuando le puso el punto final definitivo a la novela. Me atrevo a datar la fotografía en ese lapso (acerca del lugar, desde luego, no hay la más mínima duda) porque la única otra posibilidad es que haya sido tomada en una etapa anterior del proceso de escritura de El otoño del patriarca en la capital catalana, que fue entre comienzos de 1968 y enero de 1971, pero dicho período corresponde al tiempo en que la edad del fotógrafo anduvo de los ocho a los once años, lo que hace menos probable esta segunda opción.
De modo que, en el instante de la foto, el autor lleva ya por lo menos casi cuatro años de estar trabajando en la novela. Y, sin embargo, la imagen nos muestra que la novela se resiste todavía a rendirse al castigo continuado que su mano lenta pero firme ha venido ejerciendo sobre ella. En realidad, se trata de un trabajo que le ha planteado una larga batalla que supera el límite de esos cuatro años y que, en rigor, tiene por lo menos 13 años de estar librando, pues la novela fue concebida en Caracas (exactamente en el Palacio de Miraflores), unos dos o tres días después de la caída del dictador de Venezuela Marcos Pérez Jiménez (que tuvo lugar el 23 de enero de 1958), y fue allí mismo, en esa ciudad y en ese mismo año, cuando empezó a escribirla. Se sabe que, desde entonces, la continuaría escribiendo, si bien con frecuentes y a veces largas interrupciones, de modo que en abril de 1962, ya residiendo en México, llevaba redactadas 300 cuartillas de ella, pero entonces la suspendió de nuevo y esta vez sería por unos seis años, ya que fue ésta la época en que tuvo lugar la irrupción y toma de su vida por parte de Cien años de soledad. De esas 300 cuartillas no sobrevivió casi nada a sus exigencias y tuvo, pues, que refundir la obra a partir de 1968 en Barcelona, ciudad donde se había instalado el 4 de noviembre de 1967.
El patriarca creando al Patriarca, una lucha entre iguales, el gran novelista valiéndose de su imaginación de taumaturgo para imponer un tirano con poderes de taumaturgo, el poderoso dictador de las palabras modelando el libro del dictador, en la secreta intimidad de su estudio, absorbido por completo por su colosal tarea, “solo, con una soledad absoluta”, frente a la hoja de papel, frente al gran poema en marcha sobre la soledad del poder, en una escena natural, espontánea y privada de la que el público no habría tenido jamás manera de ser testigo, a menos que alguien perteneciente a su espacio doméstico, a su familia (por ejemplo un hijo, por ejemplo su hijo Rodrigo), hubiera decidido tomar una fotografía que hiciera posible que todos los lectores del mundo nos asomáramos maravillados a ese momento íntimo y excepcional.
Por eso me gusta tanto esta fotografía, que es (y pocas veces el término periodístico puede ser usado con tanta exactitud) una fotografía exclusiva: una que ningún otro hubiera podido captar, sino justo el que la captó, quien supo aprovechar bien su posición privilegiada, su posición de paparazzo encubierto bajo la identidad inocente de un chico hijo del novelista: nuestro ojo en la madriguera del genio.

23.3.15

Quince historias terribles contadas en solo dos frases

Imagina toda la tristeza del mundo, condensada en dos líneas brutales. Economía narrativa que duele como las peores heridas


Ilustración:Moonassi.playgroundmag.net

1.
Le dije que se pondría bien.
Aquella fue la primera y última vez que le mentí.
2.
Encontré en ella al amor de mi vida.
Ella nunca lo encontró.
3.
Prometió que siempre esperaría por ella.
Ella le hizo mantener su promesa por siempre.
4.
Mamá le prometió a su hija que los monstruos que le atormentaban no eran reales.
Mamá no sabía que papá era el monstruo.
5.
Finalmente salté.
Luego me arrepentí.
6.
Mi dueño no va a despertar.
Mi cuenco de comida lleva mucho tiempo vacío.
7.
Se venden zapatos de bebé.
Nuevos, sin uso.
8.
Me hice técnico de emergencia sanitarias para salvar vidas.
Veinte minutos de reanimación cardiopulmonar sobre el pecho de mi padre me demostraron que aquella idea era solo una mentira.
9.
El monitor cardíaco interpretó su canción final.
Cuando paró, no hubo aplausos.
10.
Cogí tu correa convencido de que vendrías corriendo al oír su sonido.
Nunca me acostumbraré a este silencio.
11.
  Nueve meses de excitación llegaron a su fin.
Ella nunca lloró.
12.
"Él no va a venir, ¿verdad?", pregunté apretando la mano de mi madre, mientras mi sombrero de fiesta resbalaba en mi cabeza.
Mi madre apretó mi mano, y sin una palabra volvió a entrar en casa.
13.
Aún conservo la ecografía.
Alguien a quien nunca conocí.
14.
Hoy conocí a la mujer más bonita del mundo.
Ella dijo que llevábamos casados 34 años.
15.
Le amo.
Me amó.
(Vía Reddit)
El dolor es inevitable. El sufrimiento es opcional

21.3.15

Grossman: "El lenguaje es la marca más íntima y única de nuestra alma"

El escritor participa en el Festival Kosmópolis de Barcelona, donde, además de presentar Gran Cabaret, charla con Carles Torner llamado Ambiciones paralelas en el que ambos explorarán la herencia del escritor alemán W. G. Sebald

David Grossman, autor israelí se presenta en Kosmopolis./elcultural.es

Barcelona está pletórica y es que Kosmópolis está en plena efervescencia. Se presenta como la fiesta de la literatura amplificada de modo que, en los alrededores del CCCB, uno puede encontrarse fumando un cigarrillo junto a Juan Marsé o Paolo Giordano o compartiendo un humeante café muy cerca de Mathias Enard o Javier Cercas. Más de 120 participantes y un exhaustivo programa de actividades concentradas en el espléndido marco del Centro de Cultura Contemporánea desde ayer jueves hasta el próximo domingo, 22 de marzo.

Aprovechando la coyuntura David Grossman (Jerusalén, 1954), escritor, articulista, ensayista y nombre imprescindible entre los candidatos al Premio Nobel, aprovechó ayer para presentar su última novela, Gran Cabaret (Lumen) en una rueda de prensa. Grossman, que es además un pacifista convencido y comprometido, intentó soslayar durante todo el encuentro con nosotros, los periodistas, las preguntas que se escapaban a los ejes puramente literarios, pero es que a todos nos resulta difícil enmarcar su obra en un espacio únicamente dedicado a la literatura y alejado del compromiso político y pacifista. Grossman, que apoyó a Israel durante la Segunda Guerra del Líbano, perdió a su hijo Uri, de veinte años y sargento de una unidad de tanques, en una operación de las FDI en el sur del Líbano durante 2006.

Ahora, nueve años después de ese trágico suceso que cambió su vida, ha decidido escribir, por primera vez, en clave de humor. Dova´le, el artista de cabaret que protagoniza su nueva novela, "encarna en sí mismo una metáfora de lo que es Israel hoy día (explica el autor), ya que de niño andaba al revés, sobre sus manos. Eso le permite tener una perspectiva diferente sobre las cosas, y ser más flexible y abierto. Dos cualidades muy importantes para afrontar las complejidades de un mundo como el actual. Israel está hoy en día atrapado en un punto de vista rígido y alejado de la realidad, el de Netanyahu. Él ha sido reelegido, pero lo cierto es que por fin empieza a haber gente allí que ve las cosas distintas y siente la necesidad de establecer un diálogo. La pena es que todavía no son suficientes como para formar un gobierno".

Ante la pregunta de a qué se debe este sorprendente cambio de tono, que le hace hablar desde un sentido del humor más burdo, evidente y grosero, Grossman afirma que con cada nuevo libro se enfrenta a un nuevo registro. "En realidad, siempre intento contar la misma historia pero relatada de manera diferente. Creo que un escritor debe reinventarse continuamente, e idear nuevas formas de expresarse y de dirigirse a los lectores. En este caso la historia que cuento es tormentosa, pero yo la relato desde el humor, que para mí representa la libertad y la flexibilidad. Es curioso como se presentan las ideas. En mi caso aparecen furtivas, veloces, como un rayo. Noto una emoción muy intensa seguida de un agradable calorcito. Y ahí hay una idea que empiezo a explorar".

Grossman empezó escribiendo literatura para niños y jóvenes y su primera novela para adultos fue La sonrisa del cordero (1983) que fue llevada al cine. Se confiesa enamorado de su patria, Israel, y de su ciudad natal, Jerusalén, dónde reside, y de la que afirma conocer de memoria todas sus callejuelas. "Y sí (afirma), los judíos somos gente emocionalmente muy intensa, y tenemos un sentido del humor muy especial. Cruel, patético, autocrítico y muy burlón, pero nunca cínico porque nuestra ironía se compromete con todo aquello de lo que se burla". Se identifica y se reconoce en ese protagonista sorprendente que ve la vida desde un ángulo distinto al de los demás, pero no sabe distinguir si es Dova´le el que se parece a Grossman o éste último el que se ha mimetizado con su protagonista. "Yo me convertí en mi protagonista cuándo empecé a escribir sobre él (explica). Lo maravilloso de la escritura es que te transforma en otros, porque cuando escribes siempre vives y experimentas más".

Y cierra su rueda de prensa con una deliciosa anécdota en la que aflora ese particular sentido del humor judío del que hace gala: "Hace años, cuando estaba escribiendo Gramática Interna, me ocurrió un episodio muy curioso, que me hizo reflexionar sobre eso que siempre se ha dicho acerca de que para describir o transmitir algo necesitas haberlo vivido en primera persona. Resulta que uno de mis personajes sufría un desmayo en el relato, y yo nunca había pasado por esa experiencia. Pregunté a mucha gente qué se sentía cuándo uno se desmayaba, cómo era eso de perder el mundo de vista y desaparecer de la conciencia durante un espacio de tiempo. Pero me costaba mucho explicarlo... En esos días fui al dentista a que me arreglaran una muela. En una de las sesiones no sé que me hizo el doctor que empecé a sudar, me quedé muy pálido y de repente ví encima de mí a dos enfermeras abanicándome y mojándome la frente con una compresa fría. Entendí que me estaba desmayando y les supliqué que no intentaran reanimarme. Conseguí explicar a duras penas que necesitaba esa experiencia para poder describirla después".

20.3.15

Correa: "Este es un país centrodependiente"

Juan David Correa Ulloa, director de Arcadia, será el primer expositor del Festival de Literatura Luis Vidales

Juan David Correa, autor colombiano, director revista Arcadia./Vasco Szinetar./elespectador. com

Juan David Correa Ulloa, el reemplazo de Marianne Ponsford en la dirección de la revista Arcadia, mide bien cada una de sus palabras a la hora de responderle a la prensa. Al menos así lo hizo en esta entrevista. Graduado de la Universidad Los Andes con una tesis sobre el escritor argentino Osvaldo Soriano, es autor de varios libros, entre ellos de las novelas Todo pasa pronto y Casi nunca es tarde. Correa Ulloa es el encargado de abrir la programación de este año del Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales, que tendrá como eje temático las relaciones entre la literatura y la marginalidad. El evento se realizará el jueves 26 de marzo a las seis y media de la noche en las instalaciones de la Universidad del Quindío.

Comencemos hablando de balances. Hace tres años unos docentes de la Universidad Nacional le pidieron, en una entrevista, un balance de los últimos 20 años de la narrativa colombiana. ¿El balance sigue siendo el mismo? ¿Qué ha pasado en estos tres años que quiera resaltar?

Yo siento que el balance es más o menos el mismo: se siguen produciendo libros interesantes en el país, con un crecimiento evidente de los editores independientes que le están abriendo nuevos espacios a la literatura que se escribe en Colombia. Ha habido, además, premios internacionales para nuestros escritores y, como lo dije en la entrevista que usted menciona, creo que estamos conformando un corpus de obras que serán juzgadas en varias décadas y se sabrá entonces si valían la pena o no.

De esos veinte años, ¿qué autores de poesía, novela y periodismo destaca?

Siempre digo lo mismo: elegir unos cuantos abruma porque las omisiones pueden ser vergonzosas. Pero me atrevo a decir que hay estupendos escritores que publican hoy como Tomás González, Evelio Rosero, o más jóvenes como Andrés Felipe Solano o Álvaro Robledo. Poetas siempre ha habido, y de una gran calidad. Pero insisto, creo que hacer listas es como destacar una instantánea que no deja ver la complejidad del conjunto.

Vayamos a su obra y a su generación. ¿Cuáles son las búsquedas de la llamada generación de los setenta? ¿Qué puntos de unión y de discordia hay entre ustedes a la hora de escribir literatura?

Es un lugar común decir que uno no se siente parte de una generación. Sin embargo, más allá de las evidentes diferencias, diría que hay una vocación entre muchos de nosotros menos comercial, más pausada; hay, quizás, una conciencia de que para producir una obra no es necesario publicar mucho sino lo que realmente importa.

Usted ha sido comentarista de libros de El Espectador y ahora es el director de Arcadia. ¿Qué piensa de la cantinela según la cual la crítica sería desapareció de los medios impresos? ¿Qué reseñistas lee usted con especial atención?

Es una vieja cantinela: siento que cada generación se pronuncia ante las ausencias evidentes de este país. No es que la crítica se haya ido de los medios, fueron los medios los que se fueron de la crítica. Por fortuna hoy hay mil y una maneras de publicar.

Frente a eso, ¿qué hacer? Además no olvide señalar los reseñista que lee con frecuencia.

Leo reseñistas que escriben para Arcadia mensualmente. Mauricio Sáenz, Alberto de Brigard, Diana Ospina o Rodrigo Restrepo. No encuentro muchos reseñistas en otros medios. A veces publican a Luis Fernando Afanador, a veces a Alfonso Carvajal en El Tiempo. Pero no hay muchos visibles. En blogs creo que el mejor, aunque discontinuo, es Camilo Jiménez. Frente a la situación de que los medios no publiquen tanto, hay que crear espacios, cultivar el arte de la reseña, hablar de libros en todas partes: nadie nos lo impide.

Se dice y cree que en muchas ocasiones el escritor de provincia compite en desventaja con el radicado en la capital, que las letras regionales poco o nada llaman  la atención de la gran prensa si no están respaldadas por sellos editoriales mediáticos. ¿Qué opinión tiene al respecto? ¿Qué espacio ocupan las literaturas hechas en provincia en Arcadia, por ejemplo?

Es cierto lo que usted dice. Este es un país centrodependiente, que se olvida de que somos uno de los pocos países en América Latina con al menos once centros urbanos de mediano tamaño en donde se escribe, se publica, se produce. Arcadia intenta como puede reflejar en la medida de sus posibilidades el quehacer de las regiones, pero aún es insuficiente.

¿Qué importancia tiene el periodismo cultural en la formación de nuevos lectores?

El periodismo es el borrador de la historia, dijo alguien. En esa medida los medios culturales reflejarán al futuro aquello que buscamos y, sin duda, todo lo que omitimos.

Háblenos por favor de Ediciones El Peregrino.

El Peregrino es un empeño de dos amigos que creen que es posible otra manera de hacer libros. Una manera más lenta, quizás menos afanada por la fama y el reconocimiento y más preocupada por darle espacio a decenas de escritores muy interesantes que creen en proyectos como el nuestro.

Cerremos hablando de sus proyectos literarios personales. ¿Qué proyectos tiene en el tintero?
Como lo dije hace unas semanas en otra entrevista, creo que el futuro es hoy, y hoy sigo escribiendo si afán.

19.3.15

Diez cosas que deberías saber si quieres publicar un libro

Decálogo para publicar tu libro


Escribir sin inspiración, y sólo bajo la imaginación./huffingtonpost.es

1. TIENES QUE ESCRIBIR EL LIBRO ENTERO. Igual que se compran casas sobre plano, no suena tan descabellado lo de vender un libro antes de que esté escrito del todo; así te aseguras su futura publicación y te sientas a echar las horas de trabajo para acabarlo con más ganas. Bueno, a veces pasa, pero lo normal es que la editorial te pida el manuscrito terminado antes de ofrecerte un contrato. Los casos de preventa suelen estar reservados para escritores que ya tienen más cosas publicadas, normalmente con la misma editorial que, al firmar por adelantado, se asegura de que el autor se queda con ellos. También se puede dar el caso de un contrato previo si se trata de un libro de encargo, algo que la editorial quiere sacar porque existe esa demanda en el mercado y busca un escritor que se lo haga. Pero, lo normal, es que si el libro nace de tu propia iniciativa, te lo escribas entero y luego intentes colocarlo en las editoriales. Si eres de los que no pueden esperar, puedes probar a enviar los primeros capítulos a una editorial, a ver cómo respiran. Pero, por mucho que gusten, es más que probable que, hasta que no esté completo, no te aseguren su publicación. La realidad es que buscar una editorial antes de tiempo es como empezar la casa por el tejado. Si realmente estás escribiendo algo tuyo, sin las presiones del mercado editorial, confía en tu pericia y dale a la tecla, que ya tendrás tiempo de venderlo cuando esté presentable.
2. TIENEN QUE PAGARTE POR PUBLICAR EL LIBRO. Si firmas un contrato editorial para publicar tu libro, te lo están comprando y deberían pagarte un anticipo por las ventas. Esto de ofrecer adelantos antes lo hacían casi todas las editoriales profesionales, pero, con la llegada de la crisis, se ha puesto de moda lo de publicar libros "a riesgo". La editorial te lo compra, aunque no es exactamente eso lo que ocurre porque, de primeras, no te llevas ni un duro. Después, cuando lo ponen a la venta, tienes un porcentaje de las ganancias que el libro reporte (ver punto 3). Las cifras pueden variar, desde unos pocos euros hasta un adelanto con varios ceros, según quién seas. La realidad es que eso del riesgo por publicar el libro, por mucho que te cuenten, sólo lo asume el autor. Es cierto que la editorial se hace cargo de las pérdidas que puedan tener por la publicación, pero ellos son una empresa y ya se sabe que, si tienes una de esas, te la tienes que jugar. Tú, como escritor, necesitas a la editorial para que tu obra llegue hasta los lectores, pero la editorial necesita material como el tuyo para poder ser una editorial. Lo que tienes con ellos es un quid pro quo, no un favor que te están haciendo. Recuérdalo antes de firmar.
3. TE LLEVARÁS ROYALTIES POR LAS VENTAS. En el contrato que firmes con la editorial estará estipulado cuánto te vas a llevar por cada libro que se venda, el porcentaje sobre su precio en el mercado. Estos royalties son variables, de nuevo depende de quién seas, pero suele haber unas cifras estipuladas. En literatura infantil y juvenil, lo normal es que te toque un 8% del precio de venta. Si incluye ilustraciones, el dibujante se lleva un trocito de la tarta del escritor, entre el 1 y el 3%. Para libros adultos, el porcentaje estipulado ronda de media el 10%. En ambos tipos de libros puedes tener royalties escalonados; empiezas con esas cifras pero, a medida que vendes más, el porcentaje que te llevas crece. En libro digital ganas más, un 25%, aunque su precio suele ser considerablemente menor. La cifra es más grande porque con los digitales la editorial se ahorra la distribución física y los gastos que eso conlleva. Las liquidaciones de los royalties suelen ser anuales, aunque no cobrarás hasta que la suma del porcentaje de tus ventas supere lo que te dieron de adelanto (por algo se llama así).
4. AL VENDER EL LIBRO A LA EDITORIAL CEDES TODOS LOS DERECHOS. O no, según el contrato que firmes. El caso es que un libro no sólo tiene los derechos de libro, sino que también están los de ventas al extranjero, los de adaptación cinematográfica o televisiva, los de audio... En tu contrato estarán especificados los porcentajes que te llevarías en el caso de que tu editorial consiguiera colocar el libro fuera, o lo que ganarías si lo venden a una productora para que haga la película. También tienes la opción de llegar a un acuerdo para que esos derechos subsidiarios te los quedes tú. En ese caso, serías el que se encargaría de moverlo por las ferias y mercados internacionales de libros, o las productoras y cadenas de televisión. Conseguir ventas internacionales o adaptaciones por uno mismo es bastante difícil, la editorial tiene más puertas a las que llamar y conoce más gente detrás de ellas. Otra cosa sería que pertenecieras a una agencia literaria, y que fueran ellos los que se encargaran de mover esos otros derechos. En ese caso, compartirías las ganancias con la empresa que te representa.
5. TENER UN AGENTE PUEDE SER ÚTIL, SOBRE TODO SI NO TIENES NINGÚN CONTACTO EN EL MUNDO EDITORIAL. Las agencias se encargan de leer el material que les hacen llegar los escritores, lo valoran y, si pasa su corte, se lo envían a la editorial que consideran conveniente; los agentes saben lo que se busca en cada sitio y no suelen errar en el tiro (ver punto 6). Si lo envías directamente tú a la editorial, siendo novel, pues igual cuela, pero es más difícil que acabe publicado. Si llegas de la mano de una agencia, la editorial lo va a mirar con otros ojos porque saben que ya ha pasado su filtro. Pero tampoco es fácil que te elijan en una agencia para representarte, sobre todo en las más grandes (Carmen Balcells, Antonia Kerrigan). Tener obra previa publicada, un buen currículum y la recomendación de algún escritor de su catálogo te puede ayudar, pero, aun así, puede que no entres. Otra opción es probar con cualquier otra agencia más pequeña, presentarte, ofrecerles tu material y ver si les interesa movértelo. Si finalmente entras a ser uno de sus autores, firmarás un contrato con el que se comprometen a mover tu obra, llevándose entre un 15 y un 20% de las ganancias si consiguen publicarla. Por entrar en su lista de autores no te cobran. Lo de las agencias es cuestión de gustos (hay autores consagrados que no pertenecen a ninguna) y de necesidades.
6. CADA LIBRO TIENE SU EDITORIAL. Las editoriales no publican las cosas al tuntún, la mayoría de ellas tienen una imagen de marca a la que son fieles, con un tipo de libros que las definen. Además, los grandes grupos editoriales (Planeta, Penguin Random House, Anaya) tienen sellos diferentes especializados en tipologías literarias o de libros de no ficción. Por ejemplo, un libro de ciencia ficción, si se lo envías a Planeta, debería ir directo a los editores de Minotauro, el sello del género del grupo. Si lo haces llegar a Penguin Random House, la mejor opción sería su sello Fantascy. Además, en las editoriales se diferencia entre libros comerciales y los que tienen otro valor. Seix Barral o Alfaguara cuidan su catálogo para que no entren estrellas televisivas. En cambio, otros sellos los cuidan para que entren el mayor número de rostros famosos posibles. Antes de enviar tu libro, echa un ojo a los catálogos editoriales para ver dónde encaja más. Ahorrarás tiempo tú y los que se lo van a leer.
7. LAS EDITORAS QUIEREN LO MEJOR PARA TU LIBRO. Una vez has conseguido que te abran la puerta de la editorial, te pondrán una editora (es un trabajo en el que hay muchas más mujeres que hombres) para preparar la salida al mercado de tu libro. Le daréis una vuelta juntos al estilo y quizás a alguna parte de la historia. Quizás la editora le vea algunos agujeros a la trama o le parezca que el final podría mejorarse, y te pide algunos cambios. La obra es tuya y, en principio, puedes dejarla como las has entregado si no había condiciones para su publicación. Pero, normalmente, cuatro ojos ven más que dos y es raro que la gente que lleva el mercado se equivoque. También es trabajo de las editoras elegir la portada, aunque se suele pedir opinión al autor sobre sus preferencias y se elige una por consenso. Pero es importante que valores que ellas tienen más claro qué debe verse en la portada de un libro para que sea más llamativo en el mercado, que sacan cientos al año. En cualquier caso, todos estos ñiñiñís pueden desatar la polémica entre autores y editoriales. Es importante que recuerdes que la editora quiere lo mejor para ti y para tu libro. Si es la primera vez que publicas, confía en su criterio y no te pelees por si te han movido una coma de sitio. Piensa que estás de viaje en el extranjero y tienes la suerte de contar con una guía que te va a enseñar lo mejor de ese país que tú sólo habías visto en fotos.
8. TE VAN A PIRATEAR EL LIBRO. Por mucho que nos cuenten que los brotes verdes están dando flores, la realidad es que el mercado editorial no levanta cabeza desde que empezó la crisis. La gente ya no tiene dinero para comprarse un libro cada vez que le apetece. Lo que sí que tienen muchos ahora es un libro electrónico, que se puede llenar con ejemplares en formato epub a un precio mucho más económico que los libros en papel. Lamentablemente, algunos lectores tiran de enlaces de descarga pirata para cargar el ebook (normalmente los que lo hacen sólo los llenan porque es imposible tener tiempo material para leerse miles de libros). Este tema de la piratería es polémico, parece que si te manifiestas en contra te ponen la cruz, que lo que se lleva es lo del acceso libre a la cultura. Pero es que los escritores no estamos libres de gastos... Puede ser que las cosas estén difíciles y los libros sean un extra prescindible. También puede ser que el precio del formato electrónico sea excesivo y se debería bajar. Pero lo que no puede ser es que no se pague nada por algo que un escritor ha pagado con muchas horas de su vida. Eso es una putada, no para el sistema, sino para gente con nombres, apellidos y necesidades. Además, que si se siguen pirateando libros, no habrá más libros de piratas.
9. ESTARÁS EN LAS LIBRERÍAS, PERO POR UN TIEMPO LIMITADO. Eso de ir a la librería y ver una montaña de libros con tu nombre en la portada es un sueño del que al final te toca despertar. Los libros llegan a las librerías como novedad y, durante un tiempo limitado, las editoriales se los ceden sin coste. A cambio, los libreros los colocan en las partes más visibles del negocio y se encargan de que el libro entre por la puerta grande. Ese periodo de préstamo sin compromiso antes era de unos tres meses. Con la crisis, los libreros necesitan tener líquido cuanto antes, así que no pueden permitirse darle muchas oportunidades a un libro para ver si funciona; si en un mes y poco, dos como mucho, tu montaña de libros no ha desaparecido de la mesa de novedades, la mandan de vuelta a la editorial. En el caso de que decidieran quedárselos tras esa especie de periodo de prueba, los libreros tendrían que pagar por ellos, comprarlos. Es difícil que se apueste por más de un par de ejemplares de algo que no ha despegado bien, así que esos suelen ser los que se quedan en las librerías. En las grandes superficies el mercado aún es más duro y rápido y pueden acabar antes contigo, aunque también pueden hacer más por ti si te va bien, por el volumen de ventas que manejan. Una vez retirado, sólo te queda confiar en que el boca a boca tardío (en ocasiones, iniciado por los libreros que sí decidieron apostar) funcione y el libro vuelva a las librerías. Puede pasar, El tiempo entre costuras o Los juegos del hambre empezaron fatal y ahora hay casi un ejemplar en cada casa.
10. TENDRÁS SONRISAS, PERO TAMBIÉN LÁGRIMAS. Publicar un libro es una de esas cosas que te hacen sentir que estás haciendo algo útil con tu vida, como lo de plantar un árbol y tener un hijo. Cuando al fin consigas sortear todos los obstáculos para ver impresa tu obra, se te dibujará un gajo de mandarina en la boca. A partir de ese momento, empieza tu vida como escritor, y la vida del libro; presentaciones, entrevistas, ferias, firmas... Cosas que igual te imaginas que van a ser la leche y luego resulta que alguna de ellas se convierte en un mal trago. Hasta los escritores top han chupado banquillo en las casetas de las ferias esperando a que alguien se decidiera a pedirles una dedicatoria, que un mal día lo puede tener cualquiera. Y las presentaciones son imprevisibles; un día de lluvia puede dejar hasta la de un best seller desierta. Además, te toca enfrentarte a las opiniones de los lectores, que con esto de las redes sociales es fácil que te lleguen. Te encontrarás con unas buenísimas y con otras que no lo serán tanto. Enfadarse no suele valer de nada. En cambio, escucharlas y valorarlas te puede ayudar a ser un escritor mejor. En cualquier caso, te aconsejo que te quedes con las sonrisas y vayas a por el siguiente libro.