5.11.11

Crack

El escritor mexicano Ignacio Padilla habla de su novela El daño no es de ayer, de los efectos del Manifiesto Crack y de la literatura en español
Ignacio Padilla, premio La Otra Orilla de Editorial Norma. foto:David Campuzano.fuente:elespectador.com

Para este escritor el mundo del lenguaje podría confrontarse con los taxistas. Son ellos, según cree el mexicano Ignacio Padilla, los que delatan qué tan buen uso se hace de la lengua en un país. Por eso, ahora que tiene una apretada agenda de viajes, tras haber recibido el premio de novela La Otra Orilla de la editorial Norma, no hace sino escabullirse por las ciudades, de taxi en taxi, para llevarse una impresión más precisa de los lugares y de las formas como la gente común narra su día a día.

"Frente a eso hay que admitir, y aunque sea muy latinoamericano no reconocer ningún cumplido, que los colombianos tienen una forma de hablar excepcional". Padilla lo dice no por replicar esa fama que parece haber cocinado el español colombiano en el mundo; lo admite más bien porque por estos días, en los que ha estado en Bogotá y en Cali, donde recibió ayer su premio, ha mantenido acaloradas charlas con los conductores y no ha tenido más que sucumbir a esa solemnidad que parece habitar en el "¡Buenas tardes! ¿Cómo está caballero?".

No es extraño que un escritor reconocido con premios como el Debate-Casa de América y el Juan Rulfo ande impresionado con el uso coloquial del español. Al final, es la forma lo que para él como narrador significa todo. Sus cuentos —él mismo lo admite—, hacen siempre alarde de una prosa elaborada, obsesiva y neurótica. Quizás sea esa manera particular de decir las cosas y ese humor irónico que parece habitar en muchos de sus relatos, los que hayan hecho que El daño no es de ayer sea un tratado de teología extraterrestre o, más bien, un western metafísico.

Padilla es el último escritor en recibir este premio que desaparece con el desmantelamiento de las ediciones literarias de Norma, pero ser el último le ha traído ciertas ventajas: un mayor cuidado en la edición, una promoción muy enfática y una negociación de los derechos que a todas luces lo favorecen a él.

Usted fue uno de los autores del Manifiesto Crack...

A más de una década de distancia puedo decir que, en la literatura mexicana en particular, el Crack tuvo menos influencia de la que ha tenido en la literatura en español. En 1996 no sólo se presentó el manifiesto, que era contradictorio, lúdico y riguroso a su manera. También coincidió con la publicación de la antología McOndo de Alberto Fuguet y Sergio Gómez. Ambos son muestras generacionales que contribuyeron de manera significativa, mas no exclusiva, a lo que es evidentemente una renovación radical de la literatura en nuestro idioma.

En sus libros es recurrente la indagación por el mal.

Yo creo que uno no busca los temas. Soy, como la mayoría de escritores, un autor de contadas obsesiones, y una de ellas es sin duda el mal. El mal es un tema que filosófica e, incluso, teológicamente no tiene respuesta, y aquellos temas que no tienen respuesta son óptimos para ser tratados en la literatura, que formula aparentes respuestas y en la apariencia de su respuesta es donde está su belleza.

¿Cómo se indaga el mal?

No soy un autor que esté muy consciente de las indagaciones que realiza al contar una historia. Sé que hay escritores, que yo llamo de mapa, que saben desde el principio, antes de escribir la primera línea, sobre qué van a reflexionar y qué historia van a contar. Yo soy más bien un autor de brújula: yo dejo que los personajes me cuenten sus obsesiones y así surgen reflexiones sobre temas más abstractos.

¿Cómo crea, en El daño no es de ayer, un universo tan extraño y que aún así resulta creíble?

El público conoce el rechazo que sentimos los escritores de mi generación hacia lo que se ha dado en llamar el realismo mágico. Es un oxímoron innecesario, una etiqueta que generó un magiquismo trágico y un afán de presentarle al mundo nuestras iguanas como si fueran dinosaurios. Eso impidió que volviéramos a las grandes lecciones que nos legaron Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Borges. Creo en la literatura fantástica, creo que el remedio para contar las cosas extraordinarias con verosimilitud está en el mismo lugar en donde la encontró Gabriel García Márquez, que fue en La metamorfosis de Kafka.

El daño no es de ayer

"El daño no es de ayer nació, como casi todos mis ensayos y mis obras de teatro, a partir de una obsesión cuentística. Soy un autor de cuentos que escribe novela para descansar entre un cuento y otro, y que escribe novelas que eran cuentos que no cupieron, que me pidieron más espacio, más imperfección y que me pidieron ser traducidos a un terreno que no fuera el cuentístico. Esta novela surge de un cuento que no me gustaba como cuento y que no se gustaba como cuento, de ahí que si bien sigue estructurada en forma de historias fragmentarias se haya generado una trama subterránea. La primera historia del libro es sobre un cura ciego que le cuenta a este narrador ambiguo la historia de los hermanos Ramson y su perro negro gigante, que fueron devorados por un automóvil en el desierto, lo cual es estrambótico, pero no menos estrambótico que las otras tres historias que aparecen en la novela".

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