30.10.12

Il capo del policial italiano

El creador del comisario Montalbano habla de La edad de la duda, el nuevo libro traducido al español de la célebre serie policial, que llegará al país en noviembre; evoca sus comienzos como dramaturgo y novelista, opina sobre la actualidad política de Italia

Andrea Camilleri, Il capo y padre de Montalbano/Antonello Nusa./adncultura.com
ROMA.- Huele a alcanfor en el departamento del quinto piso del tradicional y elegante barrio romano de Prati, donde Andrea Camilleri, uno de los máximos escritores italianos de thrillers, "padre" del comisario Montalbano, nos recibe. El departamento -un edificio de principios del siglo XX- queda justo enfrente de una de las oficinas de la RAI, la radiotelevisión italiana, en la que trabajó por más de 25 años. Tapizado de libros, el departamento parece una pequeña biblioteca. Es aquí donde Camilleri, que a los 87 años sigue siendo un fumador empedernido, produce best-sellers. "Aquí escribo y trabajo, pero en realidad vivo con mi mujer en otro departamento que está pegado a éste", dice con voz ronca, al explicar que huele a alcanfor porque destesta ese olor a "humo frío" que, si no, encontraría a la mañana en el ambiente.
Nacido en septiembre de 1925 en Porto Empedocle, Sicilia, Camilleri emigró de joven a Roma, donde tuvo una brillante carrera en el mundo del teatro y de la televisión, como director, guionista y productor. Pero en verdad su gran sueño siempre era ser un escritor. De hecho, volvió a su primer amor, la escritura, recién a los 60 años. Y saltó a la fama mundial en la década del 90 con sus novelas policiales ambientadas en Sicilia, protagonizadas por el comisario Montalbano, personaje que fue llevado con muchísimo éxito a la televisión y que, con sus 19 libros, le hizo vender sólo en Italia más de 22 millones de ejemplares.
En una larga entrevista en la que recordó con gran entusiasmo un viaje que hizo a la Argentina hace muchos años, Camilleri reveló que, en verdad, tiene una relación de amor-odio con su criatura más célebre. Nunca quiso que el comisario Montalbano -cuyo nombre decidió poner en homenaje a su amigo, el escritor español Manuel Vázquez Montalbán- se convirtiera en una serie, sino que su idea era detenerse tras el segundo libro.
Agudo observador de la siempre desconcertante realidad política italiana -afiliado de joven al Partido Comunista Italiano y acérrimo crítico del ex primer ministro Silvio Berlusconi-, simpático e irónico, Camilleri luce más delgado que hace unos años. Por orden médica tuvo que ponerse a dieta, gran sacrificio para un amante de la buena mesa como él, pasión que refleja en sus libros, tan repletos de detalles culinarios que abren el apetito de cualquier lector.
Durante la entrevista confiesa, sin embargo, que sólo sabe cocinar dos cosas: huevos fritos y un plato que inventó su abuela Elvira para la Navidad durante la Segunda Guerra Mundial y que se llama monnezza (basura), una mezcla extraordinaria de todas las verduras posibles e imaginables. "Ahora es tradición que se coma en mi casa para las fiestas -cuenta Camilleri, que tiene tres hijas y cuatro nietos a los que adora-. Por suerte mis hijas viven bastante cerca y mis nietos tienen la lindísima costumbre de pasar varias noches en mi casa."
Camilleri no se lleva mal con la tecnología. En efecto, usa celular -"hasta aprendí a mandar sms de amor a mi nieta cuando estaba enferma hace poco en Grecia", confiesa- y lee los diarios en un iPad que le regalaron sus hijas. Le resulta más fácil leer los diarios en pantalla que en papel, por algunos problemas de visión que padece. En el iPad la pantalla es luminosa y puede agrandar la tipografía. "También tengo computadora, que utilizo como máquina de escribir hiperperfeccionada (me permite cortar y pegar), pero no tengo Internet, ni quiero tener, como tampoco e-mail. En ese sentido sobrevivo gracias a mi asistente Valentina, que trabaja conmigo desde hace once años. Si no fuera por ella, yo sería capaz de tener tres citas el mismo día a la misma hora", dice.
-¿Qué puede decir de La edad de la duda, el libro que sale ahora en la Argentina?

 
Tapizado de libros, el departamento parece una pequeña biblioteca; ''Aquí escribo y trabajo, pero vivo con mi mujer en otro departamento que está pegado a éste'', dice el novelista. Foto: Antonello Nusca
-Es otra investigación del comisario Montalbano. El título es un poco inusual con respecto a otros títulos, pero es el más acertado. La acción tiene lugar justamente en el puerto de Vigàta, entre yates, cruceros y, por supuesto, también entre muertos (el primero aparece desfigurado adentro de un bote hallado mientras vagaba en mar abierto). En esta novela, en medio de una investigación marina, Montalbano se encuentra inmerso en una duda existencial propia que no sabe resolver de ningún modo.
-¿Y entonces?
-La duda será resuelta con valentía por otra persona... Creo que es una de las novelas en las que más intensamente penetré en el interior de lo que podían ser los sentimientos de mi comisario.
-¿Está escribiendo algo en este momento?
-Ahora no estoy escribiendo nada, sino que estoy corrigiendo una novela que acabo de terminar. Es una primera corrección, después habrá una segunda y luego una tercera...
-¿De qué se trata?
-Es una novela histórica que, entre otras cosas, también tiene que ver con España porque está ambientada en la Sicilia de 1676. Entonces hubo un caso muy curioso y poco conocido que me ha apasionado. Usted sabe que en Sicilia había virreyes españoles, que eran nombrados directamente por el rey de España. Al leer las listas de los virreyes españoles, se ve que en 1676, cuando murió don Ángel de Guzmán, lo sucedió en el cargo el cardenal de Puerto Carrasco. Bien, todo normal, si no fuera que en otros libros de historia, al menos dos, se lee en cambio que el virrey de Guzmán designó pro témpore, antes de la llegada del virrey designado por el rey, a su propia esposa, Isabella di Mora, marquesa de Castel Rodrigo, como virreina de Sicilia. Entonces, por primera vez en la historia del mundo, una mujer, a fines del siglo XVII, llegaba al más alto cargo administrativo que se podía concebir. En veintisiete días, esa mujer logra dar vuelta, en positivo, Sicilia. Después, por la guerra que le hace el obispo de Palermo, es vuelta a llamar a su patria con una excusa: el virrey es, además y al mismo tiempo, representante pontificio. "¿Puede un representante pontificio ser una mujer?", pregunta el obispo. No, no puede y entonces el papa le pide al rey Carlos que cambie las cosas...
-¿Todo es parte de la historia?
-Es todo auténtico y yo, sobre la base de los documentos, traté de crear la figura de una mujer española extraordinaria y verdadera. Por ejemplo, ella crea con su dinero un grandísimo instituto para las "vírgenes pericolanti". El nombre hace reír, pero en verdad son las chicas de la mediana burguesía, empobrecidas, que no pueden sobrevivir sino vendiendo su propio cuerpo. Ella logra sacarlas de eso. Otra medida extraordinaria es, por ejemplo, para las viejas prostitutas, que no pueden ejercer más, para ellas crea otro instituto. Además, es la primera que logra hacer bajar a la mitad el precio del pan y otras cosas. Pero dura sólo 27 días y es como la revolución de la luna, que es el título de mi novela, tiene la misma duración. Si hubiera durado un poco más, quizá la historia de Sicilia habría cambiado...
-¿Cuándo sale la novela en Italia?
-El año que viene.
-¿Para escribirla tuvo que hacer investigaciones históricas?
-Hice un poco de investigación histórica y trabajé con la fantasía, porque al ser una novela histórica, no estoy atado estrictamente a la historia. Pero alguna investigación hice y pedí ayuda a una conocedora muy experta del español, porque la marquesa de Castel Rodrigo habla parte en italiano y parte en español.
-De hecho hay otro libro suyo, Il re di Girgenti , ambientado también en el siglo XVII, cuando los españoles estaban en Sicilia, escrito en siciliano y español. ¿Usted habla español?
-No, algo entiendo, puedo leerlo, pero si escribo una novela tengo que estar seguro.
-¿Cómo es su rutina de escritor? ¿Cómo es su día?
-Soy muy sistemático, como un empleado público, muy aburrido [risas]... Me levanto por la mañana, temprano -en verano a las seis, en invierno a las seis y media-. Me preparo a la perfección, como si tuviera que salir e ir a la oficina, porque le tengo mucho respeto a la escritura. No escribo ni en pijama ni en pantuflas, sino afeitado e impecablemente vestido. Y escribo sin interrupciones durante unas tres horas y media.
-¿Antes toma un desayuno?
-No, no desayuno. Para mí es suficiente una taza de café. Y esas horas son las más felices porque nadie me molesta con llamados ni nada. Estoy muy tranquilo. A eso de las once empiezan a llegar llamados, etcétera. Por la tarde, tres veces por semana, vuelvo a ver lo que escribo y tres veces viene Valentina y respondo las cartas que recibo, porque respondo a todos, o a los llamados, citas.
-Escribe en la computadora y con el cigarrillo como compañero fundamental, ¿no?
-Sí, en computadora y con el cigarrillo, siempre. Pero tengo ventiladores, tomas de aire [risas].
-Hay un riquísimo olor a alcanfor.
-Lo pongo porque no me gusta por la mañana oler el humo frío, que es feo, como cuando se fuma en el auto y después uno entra.
-De noche entonces no escribe.
-Cuando era más joven escribía también de noche, ahora ya no, me canso. Dejo a las siete y media de la noche cualquier actividad.
-Usted empezó como hombre de teatro, guionista, y mucho más tarde saltó a la narrativa. ¿Cómo fue ese cambio?
-En verdad empecé a escribir antes de hacer teatro. Entre los 20 y 25 años, publiqué sobre todo poesías y cuentos en revistas italianas. Pensaba que tenía una carrera en la escritura, hasta que hice un examen para ingresar como alumno en la Academia Nacional, donde entré y donde tuve la suerte, o mala suerte, de encontrar a un auténtico maestro de teatro, Orazio Costa, que desvió mi cerebro de la literatura al teatro. Es decir que, por años, no hice otra cosa que teatro y después, cine y televisión. Fue sólo hacia los 60 años cuando decidí volver al antiguo amor por la escritura. Pero en lugar de escribir poesía o cuentitos, sentí la necesidad de escribir una novela, algo que antes, cuando era joven, ni pensaba.
-De joven, entonces, su sueño era ser escritor.
-¡Claro! Hice el concurso en la Academia sólo para obtener una beca y trasladarme a Roma, para frecuentar los ambientes literarios. Pero no fue así. En realidad fui capturado, fascinado, por el teatro. Empecé a hacer teatro en serio, primero como asistente del director y, más tarde, solo. Después, de una cosa nace la otra, me pidieron que fuera a la RAI para hacer dirección de emisiones radiofónicas; después pasé a hacer dirección de televisión, empecé a producir comedias y ficciones y trabajé en la TV durante treinta años.
-Ahora cuando mira televisión, si es que la mira, ¿cómo la ve?

 
Camilleri vive en un edificio de departamentos de comienzos del siglo XX, en el tradicional y elegante barrio de Prati, frente a una de las oficinas de la RAI. Foto: Antonello Nusca
-Miro televisión por la noche, pero me ocupo más de los noticieros y de la política. O la uso impropiamente, porque veo películas y ésa es una fea forma de ver películas: las películas hay que verlas en el cine... Pero sabe, ya no hacen prosa en televisión, ni el gran varieté de mis tiempos. Es un côté un poco pasado. No miro nada de eso, sigo los debates políticos y los noticieros y, de vez en cuando, películas.
-No puedo dejar de preguntarle por el comisario Montalbano, su gran criatura.
-Ante todo estoy contento de haber ganado hace unos años el Premio Internacional de Novela Negra español, sin Montalbano, él no estaba [N. de la R.: en 2008, por La muerte de Amalia Sacerdote]. La verdad es que no tenía muchas ganas de escribir novelas policiales. Yo no sé cómo escriben otros escritores, yo sé cómo escribo yo. Si tengo que escribir una novela, por lo general no sé inventar nada a partir de la nada. Una novela mía nace o de algo histórico que leí, o de un hecho de crónica, que después yo cambio en mi cabeza completamente. Es decir, tengo que tener un input externo para poder escribir. El primer capítulo que escribo nunca es el primer capítulo. Empiezo siempre por el punto que más me ha excitado escribir. No sé después, con la novela terminada, qué lugar ocupará en la novela. Si será el décimo capítulo o el octavo; en suma, tengo un modo un poco desordenado de escribir. Un día me pregunté si era capaz de escribir una novela desde la A hasta la Z, siguiendo el orden temporal, cronológico, lógico... Bueno, para escribir así tengo que ponerme en una jaula y no hay jaula mejor que una novela policial, donde todo tiene que cerrarse lógicamente. Así, casi por un ejercicio de escritura, escribí la primera novela policial: La forma del agua. Estaba un poco indeciso con el nombre del comisario. Tenía dos: "Collura" y "Montalbano". Pero justo cuando estaba terminando y no me convencía cómo había resuelto el final, entre mis manos cayó un libro de Manolo Vázquez Montalbán, El pianista, y me iluminó sobre cómo organizar esa novela. Entonces, por gratitud, llamé el comisario "Montalbano". Esa primera novela fue publicada, pero el personaje todavía no estaba perfectamente definido, se me escapaban algunos detalles. Fue así como escribí la segunda novela, El perro de terracota, y con ésta pensaba que había concluido la serie de Montalbano.
-¿En serio?
-Sí. Pero algunos meses después, la señora Sellerio, dueña de la editorial siciliana que publica mis libros, me dijo: "¿Cuándo me das el tercer Montalbano?". "Nunca", le contesté. "Ahora te cuento cómo andan las ventas de Montalbano y vemos si cambias de opinión", me respondió [risas].
-Montalbano se había convertido en un fenómeno...
-Sí, una cosa increíble. Así fui empujado a escribir un tercer Montalbano, un cuarto... Y entré en este giro infernal, porque me asustaba la serialidad, no ser capaz de tener el aliento largo para una serie... Pero, usted sabe, con cada salida de Montalbano, mis novelas antiguas, las que más quiero, vuelven a ponerse en venta. Montalbano mantiene en catálogo también las viejas novelas. Es decir, es una relación de amor-odio.
-¿Cuántas publicó hasta ahora?
-Ahora publiqué la número 19.
-¿Y hay otra que está por salir?
-Sí, sale ahora una, el 18 de este mes.
-¿Qué opina de Zingaretti, el actor que interpretó en la pantalla chica a Montalbano e hizo crecer aún más el fenómeno?
-Zingaretti ha sido y es un óptimo intérprete de Montalbano, me gusta mucho, aunque no corresponde físicamente a mi personaje, para nada. De todos modos, eso no importa porque él es un óptimo actor, funciona.
-Montalbano seguramente tiene algo de usted, ¿no?
-No, para nada. Montalbano no tiene nada de mí. Aunque en realidad algo de mí tiene, en un sentido, y eso lo descubrió mi mujer, que al llegar a la quinta novela me preguntó: "¿Te das cuenta de que estás haciendo un largo retrato de tu padre?". Y era verdad.
-La comida en sus libros es fundamental. ¿Así era su padre o usted es también un amante de la buena mesa?
-Sí, yo era un amante de la buena comida, como mi padre. Pero ahora ya no puedo comer porque, si no, el médico me fusila. Ya no puedo comer nada -nada de frituras, nada de fiambres, nada de embutidos-, así que lo hago comer a Montalbano. Pero empieza a molestarme que él pueda comer y yo no.
-¿También tuvo que dejar el vino?
-Yo ya no tomo vino sino que tomo cerveza. Mire, en verdad, antes yo bebía whisky, cuando estuve de viaje en la Argentina, marchaba con whisky. Mi whisky era matutino, en ayunas, y nunca me emborraché. Por la tarde y por la noche, no tomo por ninguna razón del mundo. Por eso quien me conoce por la mañana cree que soy un alcohólico, y quien me conoce por la tarde cree que soy abstemio. Ahora ya no tomo whisky, sino que tomo cerveza por la mañana, en ayunas, y sigo sin tomar nada ni a la tarde ni a la noche. Pero me gusta regalar vinos.
-Me imagino que usted se divierte escribiendo. ¿Hay un libro con el cual se haya divertido más?
-El libro en el cual más me empeñé -y para mí el empeño se corresponde con la diversión- es Il re dei Girgenti, del cual hablábamos antes, en español la primera parte. Es una investigación de escritura y por los hechos que cuento, es el libro que más quiero. De los libros de Montalbano el que más quiero es El perro de terracota, el segundo que he escrito. Y quizás, el último...
-En los libros de Montalbano aparecen los grandes males de Italia, la mafia, la corrupción política y, como dijo antes, usted se ha inspirado en hechos de crónica. ¿Lo que hemos visto en Italia en los últimos meses, con el Laziogate [el escándalo por malversación de fondos públicos en la región del Lazio] y su protagonista, Franco Fiorito [ex tesorero arrestado por robo de dinero del partido para su uso personal], superó todo eso?
-Como nevó en Roma en febrero y nevó mucho, y como es claro que la nieve en Roma es un hecho extraordinario, me pareció genial que Fiorito se hubiera comprado una 4x4 para la nieve, como salió a la luz... Ahí, mi fantasía no llega a tanto, ¿entiende? Uno se queda desarmado ante semejante realidad. Si lo hubiera escrito, me habrían dicho: "No exageres Camilleri, vamos".
-Usted siempre fue una persona muy comprometida en política: ¿qué le parece el hecho de que falten seis meses para las elecciones generales y que todavía no se sepa quiénes son los candidatos?
-¿Usted no estaría asustada? Bueno, yo estoy aterrado. De hecho, la idea de un Monti-bis [N. de la R.: que el actual primer ministro técnico, Mario Monti, pueda tener un segundo mandato, con el respaldo del Parlamento] no me desagrada. También tendría críticas para hacerle a Monti, pero con respecto a la nada que hay en la otra parte y en una época en que la crisis es lo que es, usted me entiende...
-Entonces usted también estaría a favor de un Monti-bis.
-O mangi questa minestra o ti butti dalla finestra ("O te comes esta sopa o te tiras por la ventana"). Y sí, me como esta sopa. Sí, un Monti-bis, quizás apoyado seriamente por algún partido político, para que no muera la política. Pero me parece terrible que en Italia no puedan ponerse de acuerdo sobre una ley anticorrupción.
-Usted que vivió la Segunda Guerra Mundial, el posterior miracolo económico, el escándalo de Tangentópoli, etcétera, ¿se hubiera imaginado una degeneración política como la que sale a flote ahora?
-No hasta este punto. Yo he visto de todo y sólo sé que después de las grandes destrucciones de la guerra existen dos cosas: ganas de pacificación y ganas de reconstrucción, que ahora no veo. Es decir, el posfranquismo o el posfascismo fueron vividos de algún modo como una necesidad de renovación y de reencuentro, eran una señal positiva. Aquí el posberlusconismo todavía no existe, porque Berlusconi sigue estando... Todavía existe una ley que intenta salvarlo del proceso Ruby [N. de la R.: por prostitución de menores y abuso de poder]. Su inmanencia es continua aún en Italia y hasta que no desaparezca ese tumor purulento, no habrá una política posible en Italia.
-¿Pero para usted Berlusconi es el único culpable de esta situación?
-Buena parte es culpa de los italianos, porque Berlusconi no se ha impuesto por la fuerza. Berlusconi ha sido libremente electo por parte de los italianos. Es decir, la culpa es de los italianos que lo han votado. Si después él llevó agua a su molino una vez llegado al poder, no hizo otra cosa que su oficio. Espero que los italianos se den cuenta del error cometido.
-¿Cómo ve la literatura italiana en este momento?

 
''Estuve en la Argentina quince días, en Buenos Aires. Tuve el placer de pasar una noche inolvidable con el entonces presidente Raúl Alfonsín, con quien enseguida simpatizamos: parecíamos dos hermanos separados que se reencuentran''. Foto: Antonello Nusca
-Bien. Contrariamente a todo el resto, afortunadamente hay muchos buenos escritores dando vueltas. No quiero dar nombres, pero hay óptimos escritores. Y después hay jóvenes que escriben, que tienen muchas ganas de expresarse. Yo ya leo poco porque mis ojos están en condiciones terminales, pero debo decir con sinceridad que por lo poco que logro leer, hay un fermento narrativo muy fuerte y muy vivo en Italia. Se ve a través de los premios literarios, el último Campiello o el último Strega, con todas las polémicas que promovieron, son libros de gran valor.
-¿Sus autores preferidos no italianos?
-Yo adoraba a Manolo Vázquez Montalbán, lo amaba como hombre y como escritor. Extraño su ironía y sus irónicos llamados telefónicos.
-¿Conoció a Borges?
-No, nunca estuve con él, pero para mí Borges es un señor que, una vez que uno lo encuentra, se lo lleva consigo toda su vida. Borges a veces es tu padre, a veces es tu amigo, a veces es tu pariente, otras veces es un sutilísimo adversario tuyo. Pero una vez que uno lo ha leído, se vuelve una presencia constante, no en tu literatura sino en tu vida. Y naturalmente como tal nunca ha tenido el premio Nobel.
-¿Cuánto tiempo estuvo en la Argentina?
-Estuve quince días en la Argentina, en Buenos Aires. Tuve el placer de pasar una noche inolvidable con el entonces presidente Raúl Alfonsín, con quien enseguida simpatizamos: parecíamos dos hermanos separados que se reencuentran. Fui a la Argentina hace muchos años, cuando llevé al Teatro Cervantes un espectáculo que se llamaba Il trucco e l'anima ("El maquillaje y el alma"), sobre tres poemas de Maiakovski. Alfonsín nos concedió el honor de recibirnos, a mí y a tres actores.
-¿En la Casa Rosada?
-Sí. Un encuentro que tenía que durar diez minutos al final duró tres horas porque el presidente y yo fraternizamos en forma increíble. De hecho, nos preguntaban si nos conocíamos, pero no... Era como si nos hubiéramos conocido desde siempre y nos estuviéramos reencontrando quizá de una vida anterior. Fue inolvidable. Todavía recuerdo los tanques sin cañones, a los lados de la Casa Rosada, donde jugaban los niños. Ese período en la Argentina fue maravilloso, me enamoré de la ciudad, que es espléndida.
-Se habrá encontrado en casa, como les pasa a todos los italianos que van a la Argentina.
-Me pasó algo peor. En el hotel donde me hospedaba había un congreso de representantes de la minería y una vez, cuando bajé al lobby con un actor, había tres señores que hablaban en español y tenían en su solapa la tarjeta del congreso. Por casualidad, un actor me preguntó de dónde era yo exactamente y le contesté: "Soy de Porto Empedocle, en la provincia de Agrigento". Entonces, uno de los tres argentinos se dio vuelta repentinamente y me dijo: "¡Mi madre era de Porto Empedocle!".
-¿Qué más recuerda de la Argentina?
-Tengo un recuerdo extraordinario también del público argentino, de cómo funcionaba el teatro, de las maravillas que hacían los técnicos... De hecho, se lo dije hasta al presidente, que era muy entusiasta. Sí, ese período en la Argentina fue realmente maravilloso.

La edad de la duda

Andrea Camilleri
Salamandra
El hallazgo de un cadáver en un bote y la llegada de un lujoso velero al puerto de Vigàta enfrentan a Salvo Montalbano con un nuevo enigma. Pero esta vez, una pasión crepuscular será el principal motivo de los desvelos del comisario. La novela se publica en la Argentina en noviembre.

Aventuras otoñales del comisario Montalbano

La forma del agua


Andrea Camilleri
Salamandra
Volumen que da inicio a la serie. El autor sopesaba dos nombres posibles para su héroe, y no estaba satisfecho con la ficción que iba tramando. Sobre el final, cayó en sus manos un libro iluminador de Vázquez Montalbán. En agradecimiento, bautizó a su personaje Montalbano.

26.10.12

Banville: "Lo siento, la escritura es mucho más interesante que la vida"

El Irlandés John Banville habla sobre su última novela, Antigua luz, que cuenta la historia de un adolescente enamorado de la madre de su mejor amigo

El escritor John Banville fotografiado en Madrid. / Samuel Sánchez./elpais.com
Hace unos días —no recuerda con precisión cuántos porque para John Banville el tiempo es una zigzagueante sucesión de aconteceres— comprobó que los cristales de su estudio estaban hechos un asco. “Hacía por lo menos 10 años que no los limpiaba porque cuando trabajo nunca miro a la calle”. También comprobó que el único objeto realmente desgastado del lugar que acoge sus encierros es la alfombra que conduce de su escritorio hasta la cocina. Alrededor, no le avergüenza admitir, “todo está lleno de polvo”.
Menos las palabras… A las palabras, John Banville (Wexford, Irlanda, 1945), autor insólito, sugerente, les saca brillo. Así lo demuestra de nuevo en Antigua luz (Alfaguara y Bromera, en catalán), su nueva novela. Cuenta la historia de un adolescente fascinado y enamorado de una diosa: la madre de su mejor amigo.
Banville es un escritor puro. Una rara avis en su propia lengua. “Sí, creo que lo soy”, admite, obsesionado por la pulcritud desnuda del lenguaje más que por el relato. Un prosista en verso. Un introvertido buceador que luce corbata e ironía, que seduce con sus historias pegadas a la nostalgia de los elementos por un lado y a la novela negra, por otro, cuando se viste de Benjamin Black. Esa esquizofrenia que ahondaba al publicar en España en dos editoriales —Anagrama y Alfaguara— ha sido ya resuelta en uno de los contratos de la temporada editorial. Ahora las novelas que firma como Banville también pasan al sello Alfaguara.
"El mundo en sí es para mí redondo y las palabras, cuadradas"
Dice que en Antigua luz está todo él. Como hombre y como mujer. Pero sobre todo como amante. “La imagen que uno crea del amor es intensa, todo se basa en esa idealización. Cuando te enamoras inventas una diosa pese a que sabes que es de carne y hueso. Lo malo es que eso no dura más de tres meses, siempre depende de la diosa que se alargue un poco más…”. Nadie puede soportar tanta tensión ensalzadora: “El amor es una feliz angustia”, define. Permanente. Lo supo desde que vivió su primer amor. Fue a tiempo parcial. En verano. “Estuve loco por ella entre los 11 y los 17 años”.
Banville se revela como un estajanovista de su oficio. Sin muchos planes previos cada vez que se adentra en un libro. “Una frase lleva a la siguiente y así hasta que te das cuenta de que has terminado”. Los planes en sus obras marcan poco. “Lo importante es dejarse llevar, perderse en uno mismo, es entonces cuando te das cuenta de que no penetran en ti ni las influencias”.
Aunque eso no quiere decir que nos las tenga. “Los hay que insisten en mis semejanzas con Samuel Beckett, pero yo le debo más al atrevimiento de un poeta como Yeats y a la cirugía en las motivaciones de la gente que observo en Henry James”. La escritura que practica Banville tiene mucho de semiinconsciencia, de viaje interior, de desprecio al acopio de experiencias ajenas, aun cuando lamenta a veces haber perdido tiempo en dejar pasar los días encomendándose a su obra. “Lo siento, para mí, la escritura es mucho más interesante que la vida”. Lucha por crear un mundo en cada frase. Esa construcción en línea es su obsesión.
"La imagen que uno crea del amor es intensa, todo se basa en la idealización"
El lenguaje tiene sus designios, sus caprichos y en él, cada mañana, a las 9.30, se embarca. “La frase es el mayor invento del hombre”, comenta. Desconfía radicalmente de que la novela sea un reflejo de la realidad. La lucha por encajar ambas cosas le resulta una geometría imposible: “El mundo en sí es para mí redondo y las palabras, cuadradas, adaptar ambos es muy complicado”. La existencia es un presente continuo que se desvanece creando confusión. “Un libro es sólo un objeto, con principio y final, en el que a veces podemos convencernos de que cabe algo parecido a lo que es la vida”.
A veces le salen experimentos extraños. Como su anterior novela, Los infinitos, una arriesgadísima batalla de abstracción constante que tenía lugar entre dos mundos paralelos pero ajenos entre los dioses y los hombres. “Espero que a esa novela le haga justicia el tiempo…”, comenta un tanto despistado ante la incomprensión que sufrió.
Antigua luz es diferente: “Aquí pasan bastantes más cosas”. La novela llega en plena fiebre por la literatura erótica. Perdón… “De libros eróticos”, puntualiza, pensando en el boom de Cincuenta sombras de Grey. “Pero esto no tiene nada que ver con dicho fenómeno. No calculo lo que escribo, simplemente lo hago”. Sólo hay que mencionar una casualidad. La protagonista de Antigua luz se llama Gray. “Y me hubiese encantado que fuera mi madre”. ¿Edipo sobrevolando? “No, en absoluto”.

24.10.12

Connolly: “Utilizar la violencia para que el bien triunfe está moralmente justificado”

El autor irlandés nos habla de sus convicciones y pasiones.Promete una larga vida a su gran personaje, el detective Charlie Parker, del que publica en España su décima entrega, Cuervos

John Connolly, creador de Charlie Parker / Tejederas./elpais.com
John Connolly es un hombre que busca la redención. Al igual que su gran personaje, Charlie Parker, un detective marcado para siempre por el dolor y la búsqueda del bien, el escritor irlandés cree en el sacrificio como arma para tratar de traer la justicia, “algo del otro mundo”, a un presente en el que a algunos no les vale con la ley, tan humana. Escritor lento, según él mismo reconoce, pero conversador inagotable, Connolly nos responde desde su Dublín natal tras la publicación en España de Cuervos, décima novela de la serie de Parker, en medio de la promoción de The Wrath of Angels, la siguiente (sin fecha de publicación en España) y antes de partir a Maine, EE UU, su hogar de adopción. Hablamos de periodismo, su profesión inicial, a la que recurrió para que le pagasen por escribir; de sus inicios; de su deseo de envejecer con Parker, personaje al que no ve un fin próximo, y, cómo no, de la moral y la redención. “Insisto una y otra vez en esa palabra”, asegura, “porque soy un mal católico y para mí es un concepto lleno de una gran carga espiritual”.
 ¿Es cierto que decenas de editoriales rechazaron Todo lo que muere (editado en España por Tusquets, como toda la serie de Parker) y que le costó mucho publicarlo? Cuéntenos algo de esos inicios, de su trabajo como free lance en Irish Times, de sus viajes por EE UU...
"Pasaron cinco años desde que escribí el borrador de Todo lo que muere hasta que lo vi publicado. Hoy miro para atrás y me cuesta creer que lo hiciera"
Cuando el libro estaba por la mitad, envié los primeros tres capítulos y una sinopsis a todos y cada uno de los editores de Londres y a prácticamente todos los agentes. Solo dos aceptaron. El primer agente que me respondió fue Darley Anderson, que todavía me representa. La primera editorial en darme una respuesta positiva a medias fue Hodder & Stoughton, con los que todavía trabajo en Reino Unido. Pero como dije, el libro no estaba terminado y Hodder no dijo que lo quisiera comprar, solo que podrían estar interesados en ver el resto cuando estuviese hecho. Mi agente me aconsejó que lo terminase. Para ser sincero, estaba arruinado y bastante desesperado: había empezado en el periodismo porque era la mejor manera de ser pagado por escribir, pero nunca iba a ser un gran periodista. Exprimí mi tarjeta de crédito al máximo y planeé un viaje a EE UU con la idea de continuar con la investigación. Después, me acogí a una excedencia en el periódico y me encerré en casa, frente al ordenador, durante dos semanas, y escribí lo suficiente para tener un borrador decente. Pasaron cinco años desde que escribí el prólogo hasta que vi el libro publicado. Cinco años y 40 borradores. Miro hacia atrás y me cuesta creer que lo hiciera.
Charlie Parker es un personaje que decide utilizar la violencia para hacer el bien, que cae en el lado oscuro para vencer a las fuerzas que lo dominan ¿Está moralmente justificado?
No estoy seguro de que Parker tome esa decisión. Es un hombre lleno de dolor y rabia, pero por otro lado tiene una gran empatía: ha sufrido tanto que es incapaz de aguantar y permitir que otros sufran de manera similar. Al mismo tiempo, actuando así, encuentra una salida para una parte de ese dolor a través de su disposición a usar la violencia cuando lo cree necesario. Sin embargo, es un hombre que busca la redención, a la que solo llegamos sacrificándonos en beneficio de otros. Y sobre si utilizar la violencia para hacer el bien está moralmente justificado o no, bueno, creo que sí lo está. Por otro lado, y siempre hay otro lado, ¿podemos combatir el mal haciendo el mal? Sospecho que no. Actuando como lo hace, Parker se arriesga a perder su alma.
"Es demasiado fácil construir un relato poniendo un cuerpo aquí y otro aquí. Eso es pornografía"
Le han acusado de usar demasiada violencia en sus novelas y de hacerlo, en ocasiones, de manera gratuita e innecesaria. Sin embargo, otros muchos pensamos que cuadra perfectamente con el desarrollo de las tramas. ¿Qué opina?
Creo que cuando escribí mi primer libro estaba ansioso por que la gente viera y entendiera cómo un hombre puede llegar a estar tan traumatizado y tan lleno de dolor. Mirando hacia el pasado, sin embargo, veo que podría haber sido un poco más sutil en el prólogo. No habría costado mucho quitar una línea aquí y allá. Desde entonces, mis libros se han vuelto progresivamente menos violentos, o quizás más cuidadosos y cautelosos en el uso de la violencia. Es demasiado fácil construir un relato poniendo un cuerpo aquí y otro aquí. Eso es pornografía. En ese sentido, creo que hay una tendencia en el género a tratar de impactar al lector con las carnicerías más salvajes porque se cree que los lectores lo han visto ya todo y se han vuelto inmunes. 
Hablando de las tramas. ¿Cómo hace creíble esa convivencia entre el nivel de lo real y de lo fantástico? ¿No tiene miedo de perder la credibilidad?
Los elementos sobrenaturales de los libros concentraron gran parte de las críticas en los inicios de mi carrera y aún hoy hacen sentir a disgusto a los más conservadores. Siempre me ha encantado la cita de William Gaddis en la novela JR: “Obtienes la justicia en el otro mundo. En este tienes la ley”. La novela negra o de misterio siempre ha estado incómoda con la diferencia entre la ley y la justicia. No se acepta que la justicia se pueda dejar para el otro mundo y que en este debemos conformarnos con las imperfecciones de los sistemas legales. Si llevamos a Gaddis a un extremo implica la existencia de una moral universal y una entidad que la gobierna y que es capaz de impartir justicia. Si llamamos a esa entidad Dios, entonces tiene que haber también un no Dios. En lo que se refiere a la pérdida de credibilidad, no tengo miedo. Creo que el universo de Parker está sólidamente construido y que es tangible. Volviendo a Charlie Parker.  
A lo largo de la serie del detective se va viendo que su amor con Rachel Wolfe es imposible, que a pesar de su idoneidad sus cargas, su pasado y sus enemigos le alejan de la felicidad ¿No puede encontrar sosiego?
"La novela negra o de misterio siempre ha estado incómoda con la diferencia entre la ley y la justicia"
Si eres un hombre violento, un hombre que encuentra cierto alivio en la violencia, ¿es posible que tengas la perfecta vida familiar? Además, si eres un hombre que ha perdido a una mujer y a una hija en el pasado y siente que ha fracasado al protegerlas, ¿no tendrías la tentación de distanciarte de otra mujer y otra niña en caso de que tengas que acabar con otros hombres violentos que se acerquen? Estas son las cuestiones contra las que pelea Parker. En cierto sentido, las novelas le presentan en una doble alternativa existencial: la estabilidad que le ofrece Rachel y su hija, Sam, y la satisfacción que encuentra actuando contra las fuerzas del mal y la oscuridad, representada a su lado por los asesinos Angel y Louis (pareja de homosexuales que trabaja con Parker en sus casos. Ambos con un pasado y un presente oscuros). Son criaturas inquietantes y a medida que las novelas progresan es a ellos a quien Parker se siente más atado.
En cierto modo, el detective cumple con algunos cánones de la novela negra clásica y actual: personaje masculino, con cierto grado de autodestrucción, con tendencia a pasar al otro lado de la ley, sin gran respeto por las jerarquías… ¿Le ha influido especialmente algún autor de novela negra clásico o contemporáneo? Y hablando de influencias, aparte de M.R James, ¿Qué otros autores ajenos al género le han influido?
Los dos autores de misterio que me han influido más son Ross Macdonald y James Lee Burke. Macdonald fue el primer gran estudioso de la empatía que generaba este tipo de novelas y James Lee Burke es el gran poeta del paisaje dentro del género, además de un escritor que me enseñó que este tipo de ficción puede aspirar al estatus de literatura, y que no hay que avergonzarse de usar elementos poéticos y metáforas. Sin ellos, no estaría escribiendo las novelas que escribo.
"¿Podemos combatir el mal haciendo el mal? Sospecho que no"
Hablemos del reverso, de los personajes eminentemente oscuros. Cyrus Naym o Mr Pudd son la la personificación del mal, dan miedo, son pérfidos, poderosos e inteligentes pero inequívocamente malvados. Sin embargo, El Coleccionista siembra dudas en el lector, quiere hacer ver a Charlie que él también es un justiciero, que comparte métodos… ¿En qué se diferencia nuestro héroe de su enemigo?
Creo que El Coleccionista es Paker llevado a un extremo. Es un hombre, o posiblemente algo más que un hombre, que cree que los malvados se definen a través de sus actos, y que tiene un deber moral, o incluso divino, de borrarlos de la faz de la Tierra. Es Paker sin la duda, sin la humanidad
En sus novelas las tramas real y sobrenatural y los escenarios se entrelazan de manera compleja. ¿Las planifica?
No. No soy alguien que planee los libros. Normalmente conozco el inicio y, a veces, si tengo suerte, un par de incidentes o de intercambios que han de pasar después, pero normalmente lo que ocurre es que escribo la primera escena y cuando la tengo percibo una idea de cómo va a ser la segunda y así.
¿Por qué eligió Maine como escenario principal de su obra? ¿Cómo consigue una representación fiel de la zona?
Trabajé en Maine cuando tenía poco más de veinte años; no durante mucho tiempo, pero el suficiente para darme cuenta de que me encantaba y de que quería volver. Es muy raro que vayas a un sitio y pienses, ya sabes: “siento que realmente podría ser feliz aquí”. He regresado a menudo durante los últimos veinte años y tengo una casa allí. No estoy muy seguro de que lo que presento sea una imagen fiel de Maine tanto como su versión vista a través del bruma o la niebla. Parece que la gente de allí piensa que he captado la esencia del lugar, lo que es suficiente para creer que he elegido el camino correcto
"No tengo prisa por escribir el final de Charlie Parker"
Hablando de periodismo. Cuando entrevista a otros compañeros autores de novela negra, ¿Qué busca? ¿Inspiración? ¿Disfrute?
Imagino que los entrevisto, por encima de todo, como lector. Generalmente no entrevisto a escritores cuyo trabajo no admire, aunque ha habido excepciones. Incluso en esos casos, he encontrado algo interesante acerca de los autores. Cuando entrevisté a James Lee Burke, fue principalmente porque me daba la excusa perfecta para conocerlo, y no me decepcionó. Sigue siendo uno de mis mejores recuerdos como escritor. También es una forma de atraer la atención de los lectores de periódicos sobre los escritores que amo, y al ser yo mismo un escritor y conocerlos personalmente, tener la oportunidad de ofrecer una perspectiva distinta a la de otros periodistas.
¿Hay vida más allá de Charlie Parker? ¿Qué busca cuando escribe novela juvenil?
No toda historia puede ser contada como una novela negra, o a través de la mirada de Parker, así que intento hacer otras cosas cuando una idea me persigue. También me permite aprender otras cosas y ejercitar otros músculos y, espero, volver a Charlie Parker con energías renovadas y entusiasmado. Todos los escritores que me atraen tienen dos o tres temas que les interesan y sobre los que vuelven una y otra vez. Para mí, uno de esos temas es la infancia: los niños y la infancia juegan un papel fundamental en las novelas de Charlie Parker, en mis novelas cortas y en mis libros juveniles y El Libro de las cosas perdidas (Oniros) me dio una oportunidad de acercarme a ese tema de otra manera. No sé por qué. No tuve una infancia infeliz, aunque fui un niño triste, pero estoy fascinado por el proceso de formación de la persona durante la infancia y la adolescencia.
The Wrath of Angels es la 11ª novela de Charlie Parker. ¿Cuándo se agota un personaje? Personalmente he notado síntomas de cansancio en algunos momentos de la saga, pero siempre se ha revitalizado. En ese sentido, Los hombres de la guadaña, protagonizada por Angel y Louis es una vuelta de tuerca que creo sirvió para que Charlie Parker cogiese fuerzas. ¿Lo ve así? ¿Tiene un horizonte? Autores como Ian Rankinse atrevieron a jubilar a su personaje. ¿Va por el mismo camino?
Las novelas de Paker están escritas muy concienzudamente como una serie de manera que, si el lector las lee en orden, vea que hay una historia más prolongada en el tiempo que está teniendo lugar en los alrededores del relato. En este sentido, mis novelas tienden probablemente a tener un final en el tiempo, pero no tengo prisa por escribirlo. Me gusta mirar a través de los ojos de mi personaje y me gustaría dejarle envejecer. ¿Fatiga? Nunca he empezado un libro que no quisiese escribir, pero inevitablemente unos serán mejores que otros, y habrá lectores que prefieran unas novelas sobre otras. Lo que me reconforta es saber que los lectores no se ponen de acuerdo sobre cuál es mi peor libro. He intentado que cada libro de Paker fuera diferente del anterior y creo que en una serie de novelas, una historia es una reacción de la anterior. Así, por ejemplo, si un libro es retrospectivo y más contenido, el siguiente está más dominado por la acción y es más zigzagueante

22.10.12

El llanero solitario


Desde que lo leyera por primera vez siendo una joven estudiante, Reina Roffé quedó prendada de Juan Rulfo, de sus libros y de su misterio. A partir de ahí, empezó a escribir sobre él, publicó Autobiografía armada en 1973, lo entrevistó en 1974, dio a conocer Las mañas del zorro en 2003 y ahora, en Juan Rulfo
Juan Rulfo, El llanero solitario de México./pagina12.com.ar
Biografía no autorizada, amplía y expande lo anterior. ¿Por qué Rulfo dejó de publicar y, según algunos, directamente de escribir? ¿Por qué reconstruyó su biografía hasta convertirla en un mito plagado de pistas falsas? ¿Cómo se situó respecto de los autores del boom latinoamericano? Reina Roffé busca descifrar nuevamente estos misterios que probablemente no cesen, mientras nuevas generaciones siguen abordando el maravilloso y desértico universo de El llano en llamas y Pedro Páramo.
Juan Rulfo perteneció a aquella raza peculiar de escritores que, en plena estridencia del boom latinoamericano, poco antes o después de la gran eclosión de stars como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Vargas Llosa, eligieron las estrategias del silencio, la retirada al fondo de la escena, el bajo perfil. Rulfo, como Onetti y José María Arguedas, tenían un enemigo en común que también era una fantasma y una demanda explícita: la profesionalización del escritor. Al combatirla, cada uno a su manera, se resguardaron de la fama y también pagaron altísimos costos. Esa manera de ser, y de existir, y de dejar de ser y de escribir, los convirtió en mitos vivientes, sufrientes y románticos. Rulfo no se suicidó como Arguedas ni se echó a la cama por años como Onetti, pero fue el más consecuente en sostener el misterio sobre sí mismo, los motivos de su no publicar. Parco, hundido en el silencio, se quemó en el fuego de El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955). Ya estaba todo dicho y faltaba una década para el boom latinoamericano. ¿Qué lo llevó a dejar la escritura o, en rigor, la publicación? ¿No tener “más nada que decir”? ¿Alcohol? ¿Mal de amores? ¿La presión de la fama que le resurgió en los ’70?
Reina Roffé, escritora y crítica, se interesó desde muy joven por la obra, la figura y los misterios de la “agrafia” de Rulfo. A punto tal que Juan Rulfo. Biografía no autorizada es el tercer libro que le dedica, sumando voces y testimonios y conjeturas a lo ya publicado. Además, pudo conocerlo y entrevistarlo en 1974, constatando en carne propia que no era una tarea fácil acceder a su palabra, enfrentar su figura. Esta edición, ampliación de Las mañas del zorro (2003), abre con un interesante prólogo de Blas Matamoro, autor, vale pasar la voz, de la mejor biografía sobre Victoria Ocampo (Genio y figura de Victoria Ocampo) y cierra con un personal epílogo de la autora que, según señala en esta entrevista, ya no volverá sobre los pasos de Rulfo.
Roffé confiesa que fue más por devoción que por obsesión que se dedicaría desde muy joven a “asediar” a Rulfo. Lo cierto es que a lo largo de los años, el fruto fue creciendo y también Roffé fue combinando una peculiar capacidad para mantener el equilibrio entre espíritu crítico (no sólo hacia Rulfo sino hacia todo el sistema literario que lo contuvo o no, que lo lanzó y lo relanzó, que quizá no pudo terminar de entenderlo) y sensibilidad y cariño hacia un ser frágil aun en la autoconsciente construcción del mito.
¿Cómo fue tu acercamiento a Rulfo y su obra, y cómo se fue desarrollando a lo largo de los años?
–De aquellos autores que se dieron a conocer internacionalmente en los sesenta y setenta, de la mano del boom latinoamericano, Rulfo fue quien más me interesó. Sus dos exiguas obras, que leí en esos años, me fascinaron y quise saber quién estaba detrás. Comencé a leer cuanta entrevista le hacían y los trabajos críticos que iban surgiendo sobre Pedro Páramo y El llano en llamas. Yo era muy joven y hablaba con tanto entusiasmo de Rulfo que Alberto Vanasco y Juan Carlos Martini Real, que dirigían la revista Latinoamericana, me pidieron que escribiera algo para ellos, y de ahí surgió lo que denominé Autobiografía armada, un texto en primera persona que trabajé como si fuera un relato, construido con fragmentos de reportajes y declaraciones de Rulfo, y cuyo protagonista principal era él mismo hablando de su infancia, de su pueblo, de la Revolución mexicana, de la revuelta cristera, de cómo elaboró sus cuentos y la novela. El texto se publicó en la revista y, luego, apareció en forma de libro, con bellas ilustraciones, en una edición de Corregidor de 1973. Era un libro muy breve que más tarde, en 1992, descubrió un editor catalán que lo recuperó para editorial Montesinos. Después de este tímido acercamiento a Rulfo, y ya recientemente, surgió la posibilidad de escribir la biografía para Espasa Calpe de España. Una biografía que titulé Juan Rulfo. Las mañas del zorro, y vio la luz en 2003 con muy buena recepción crítica. La edición se agotó pronto, pero, en el ínterin, la editorial canceló la colección de biografías de escritores y mi libro no fue reeditado hasta ahora aumentado y corregido.
¿Por qué esta edición dice “Biografía no autorizada” en el subtítulo?
–Para indicar que el texto no ha pasado por ningún visto bueno, por ningún filtro de ésos por los que suelen pasar las biografías. Para esta edición, enriquecí fragmentos relacionados con su trabajo en el Instituto Indigenista y con otros tramos de su vida y también incorporé más testimonios y anecdotarios.
Uno de los aspectos centrales de Rulfo fue su cerrazón, su toma de distancia, pero vos pudiste entrevistarlo. ¿Cómo describirías el impacto que te produjo?
Juan Rulfo. Biografía no autorizada Reina Roffé fórcola 292 páginas
–Conocí a Rulfo en 1974, cuando visitó Buenos Aires como miembro de la comitiva oficial de intelectuales que acompañaron al presidente mexicano Luis Echeverría Alvarez en un recorrido por América latina. Parte de la delegación se había alojado en el Plaza Hotel, y allí lo entrevisté gracias a la amabilidad de Edmundo Valadés y de Augusto Monterroso, que hicieron de puente. Fui a visitarlo con Héctor Lastra y Martini Real, dos escritores que, lamentablemente, ya han fallecido, y a quienes siempre recuerdo con especial cariño. Los tres teníamos una gran expectativa por encontrarnos con un autor tan singular y enigmático. La leyenda sobre su extraña personalidad, su melancolía, su negativa a seguir publicando, su modestia y timidez, que lo llevaban a escaparse de la prensa, se había expandido como un reguero de pólvora. Ciertamente, su conversación estaba llena de silencios, de momentos incómodos para un interlocutor que no lo conocía en profundidad, cosa que hacía difícil entrevistarlo. Pero cuando encontraba lo que quería decir, finalmente hablaba y lo hacía con frases cortas, con un lenguaje poético campesino realmente encantador. Entonces, uno se daba cuenta de que no era tan tímido, sino, como él mismo decía, “de chispa retardada”.
En ese momento, 1974, ¿qué te llamó más la atención de él?
–Advertí que, como todo ser apartado o automarginado, le gustaba ser incluido, que le prestaran atención. Ese encuentro fue para mí muy revelador. Era un hombre que llevaba en su rostro una pena enorme. Tenía editores y lectores reclamándole más libros, contaba con una crítica que lo ponderaba, algo con lo que sueñan todos los escritores, y sin embargo no podía, por retraimiento o exigencia desmesurada, escribir nada que él considerara apto para su publicación. Por un lado, lo tenía todo y, por otro, nada, aunque lo respaldaban sus dos magníficas obras.
A la luz de los libros, incluyendo este último, ¿tenés una “versión” definitiva acerca del mito de Rulfo, de su silencio, su retiro, su lugar entre los otros escritores latinoamericanos?
–Esta biografía es lo último que voy a publicar sobre Rulfo, precisamente porque doy por terminada mi composición de lugar sobre un autor insuperable, incluso por él mismo, que no pudo dar a conocer nada más, porque sentía que todo lo que intentó después de su libro de cuentos y de Pedro Páramo no daba la talla, no tenía el nivel de lo anterior y, en consecuencia, decidió, valiente y atinadamente, abstenerse, algo que lo honra, pues da ejemplo de ética personal. Con mi biografía intenté reescribir los vacíos, los baches, los puntos ciegos del escritor. Una de las cosas que más me atrajeron como materia de investigación fue la cuestión de la mentira en Rulfo. Me resultó muy interesante observar cómo fue urdiendo fragmentos de su vida a través de una serie de embustes. Mintió en casi todo, incluso en asuntos que no tenían mayor importancia: cambió su fecha y lugar de nacimiento varias veces, maquilló su infancia, contó historias distintas sobre cómo había ocurrido el asesinato de su padre, mintió sobre los estudios que había cursado, ocultó hasta el final, cuando ya no era necesario hacerlo, que había sido seminarista. Juró y perjuró que estaba escribiendo libros que, finalmente, nunca publicó, y de los que apenas se encontraron un par de páginas, algún fragmento, nada significativo. Mintió, pero también desmintió, desmintió ciertas lecturas, sus influencias literarias, odió y habló pestes de los críticos que vieron en su obra la huella de Faulkner, porque quería ser el más original de todos, cuando sabemos que cada lectura que realizamos deja una marca y no es algo para avergonzarse. Además, orienté la escritura de esta biografía hacia el enfoque de lo que se había callado de este autor, lo que el propio Rulfo había silenciado o tergiversado para mostrar la distorsión, la permanente metamorfosis de la verdad en él. Me di cuenta de que a veces uno no está a la altura de sus deseos o expectativas, y Rulfo era una persona que deseaba demasiado, que pedía mucho de sí mismo. En Rulfo había que leer, digamos, la “mexicanidad” y sus múltiples trabas: la imposibilidad de decir no, no sé; su aspecto insondable, que se cubría de elementos imaginarios, incluso melodramáticos o de humor, a veces agudo y otras francamente ácido, para desdibujar o endulcorar cierta verdad que no podía nombrar.
Además, abordaste esta nueva y última biografía con todo un bagaje propio de escritora.
–Escribimos porque nos rehacemos escribiendo. En este sentido, abordar la escritura de una biografía, sobre todo la de un escritor, representa un claro ejercicio de reescritura y también de transformismo o travestismo, porque el biógrafo se transforma en el personaje narrado y, a veces, el personaje se vuelve como el narrador. Ambos ignoran esta mudanza, simplemente sucede, especialmente cuando sintonizamos de tal forma con la mitología del otro: en Rulfo, el niño abandonado, el hijo del desconsuelo, el escritor silencioso y silenciado que se produce una suerte de coexistencia. La biografía es un espejo del Yo, de un Yo que puede ser el mío en la medida en que la escritura sobre la vida del otro empieza a reflejarme peligrosamente. De cualquier forma, poco hay que sea definitivo. Y como existe mucha información sobre Rulfo que permanece blindada, quizá más adelante alguien pueda tener acceso a ese material oculto y aportar nuevos datos, ofrecer otra mirada. Pero yo doy por concluida mi tarea.

20.10.12

Savater: "A cierta edad dejas de ser vendible y eres como un florero"

Antes de su llegada a la Argentina para presentar dos nuevos libros con el auspicio de Ñ,la novela Los invitados de la princesa y el ensayo Etica de urgencia, el filósofo y escritor español mantuvo un diálogo en Madrid con el periodista y narrador Juan Cruz. El resultado es un mano a mano imperdible donde se habló de todo: el éxito, la felicidad, la aventura de abordar la ficción y la no ficción, la política, la educación, las nuevas tecnologías, la piratería en Internet, el paso de los años y las crisis que atraviesa el nuevo milenio

A DOS VOCES. Cruz y Savater durante su encuentro en la casa del filósofo, en Madrid. /Gabriel Pecot./Revista Ñ.
Fernando Savater está ahora jubilado, y jubiloso. Es pura alegría. Acaba de publicar una novela ( Los invitados de la princesa ) que ganó el premio Primavera, y que le ha divertido muchísimo escribir. Ha dejado la Universidad Complutense de Madrid, donde estudió y donde fue catedrático hasta ahora mismo. “En realidad, en mi vida me he movido como diez metros, del pupitre a la silla del profesor, pues siempre he estado en el aula donde terminé mi carrera académica”. Es inagotable y (casi completamente) feliz. Ha publicado también ahora Etica de urgencia , una secuela de su famosísimo Etica para Amador , que acaba de cumplir 20 años (y su hijo, Amador, ya tiene 35, pues lo escribió para él cuando el chico tenía quince años). Con ambos libros viaja a América (Colombia, Uruguay, Chile) y recala en Buenos Aires. Con ese motivo hablamos con él en su casa de Madrid, rodeados de sus libros y de sus mitos, los que tomaron cuerpo en uno de sus libros más felices, La infancia recuperada .
Juan Cruz: –Eres tantos: dramaturgo, novelista, profesor, ensayista. Te hemos visto en todas las vertientes.
Fernando Savater: –Camilo José Cela decía que como España es un país pequeño, sólo cabe una opinión de cada persona. Si ya eres un ensayista, eres un ensayista, si escribes novelas, eres un novelista. Yo soy un escritor y es así como me considero, siempre lo he sido. Bueno, primero lector, pero como al lector no le pagan tengo que ser escritor (risas). En una de las primeras cosas que escribí decía que yo abordaba la filosofía como un género literario, y por supuesto el teatro o la novela. He escrito géneros distintos pero siempre dentro de un mismo trabajo, el de escritor. No he sido nada más. Dentro de todo siempre me ha gustado más la literatura, de hecho le leído mucha más literatura que filosofía o que cualquier otra cosa.
Con respecto a tus ensayos Leonardo Sciascia me dijo que lo que más le interesaba era la capacidad literaria que había detrás. Y lo decía él que era un novelista, un ensayista y un periodista. Algo así como tú.
Salvando las distancias… Siempre me ha gustado el escritor que no es el puro novelista, Borges, Valery, ese tipo de autor que tiene reflexión, arte, que toca otros temas, el que está en otro plano y no el que simplemente escribe una novela de 500 páginas. Es lo que siempre me ha gustado como lector y desde luego como autor. Lo que ocurre es que en este país el encasillamiento es casi forzoso. Si has tenido un cierto éxito en una cosa es dificilísimo que ya nadie te admita en otro campo. Como yo ya tenía cierto recorrido pensaba que las novelas estarían más apoyadas y la realidad es que en cierto sentido sí pero en otros no, porque cuando saco una novela la gente me pregunta: ¿Y cuándo saca usted otra Etica para Amador ? (risas)
Pero pasa también con la gente letrada y con los críticos.
¡Esos son los peores! Jardiel Poncela, hablando del doctor Marañón, decía sarcásticamente: “Como médico es muy buen escritor”. Saco algo de ensayo y hay cierta atención, a veces incluso exagerada, en cambio saco una novela y no me sacan ni una línea, aunque sea para decir que es malísima. Nada. Saco Etica de urgencia , en el que he hablado con unos chicos y que ni siquiera es un libro escrito propiamente sino hablado, transcrito, y sí se ocupan. En cambio la novela, a la que he dedicado dos años para escribirla, a nadie le importa un pito.
Un escritor argentino, Rodrigo Fresán, me contó que tenía dos ordenadores, uno para escribir ficción y otro para la no ficción. Y tú tienes dos cabezas, una dentro de la otra, la del ensayista y la del novelista.
Yo tengo un solo ordenador que además se me estropea, aunque no lo suficiente como para que tenga que comprarme otro. ¡Con lo torpe que soy con los ordenadores como para tener varios! Son cosas diferentes. Al tener muchas horas de vuelo no hace falta tener dos cabezas para saber que la escritura es un traje que se adapta a lo que tú quieres vestir. Si te piden una columna habitual la escribes de un modo.
Tú estás imaginando siempre, eres pura imaginación y, por decirlo también con una frase de Muñoz Molina, eres pura alegría, y la transmites. ¿Cómo es tu estado de ánimo, por ejemplo, ante la novela que ahora leerán los argentinos?
Es el libro que más me ha divertido escribir y quisiera contagiar esa diversión. Soy muy impaciente y muy apresurado, lo que ha estropeado mi vida en muchos casos. Empiezo cualquier cosa con enorme entusiasmo y a las tres semanas ya estoy harto. Además como imagino los capítulos siguientes hasta el final, estoy deseando acabar. En cambio con esta novela fue al contrario, deseaba que durase porque me divertía y me servía como refugio para escaparme de las cosas cotidianas, estaba harto de presiones políticas, de la preocupación por la crisis y preocupado por las personas que quieres que la están sufriendo. Me metía en la isla con mis personajes y me encontraba como si me hubiera ido de vacaciones. Es el libro que más me ha aliviado escribir y me gustaría contagiar algo de esa alegría al lector. A ver si es posible.
¿Hay un chispazo que te lleva a escribir novela o no ficción?
Cuando terminé La vida eterna , el libro de ensayo que iba aplazando, me dije: Ya está lo que tenía que haber hecho. Como también acabó mi vida como profesor tomé la determinación de que cuando acabara con La vida eterna me dedicaría a escribir ficción. Este libro surgió porque me pasó lo que es el hilo conductor de la novela. Me agarró el famoso volcán islandés de nombre impronunciable (Eyjafjalla) cuando estaba en Italia en una feria del libro. Se cerró el aeropuerto, no había forma de salir, tuve que tomar un coche con el novelista Francisco González Ledesma y su mujer y así recorrimos toda la Costa Azul hasta llegar a La Junquera. Me pareció graciosa esa idea de que un grupo de personas nos viéramos obligados a estar todo el día mirándonos a la cara porque no podíamos hacer otra cosa. Ese fue el marco y a partir de ahí las historias que cuenta cada uno fueron saliendo solas.
Un profesor de ética, un ensayista, un periodista, un tipo obligado por su compromiso personal a estar en la política y a opinar sobre ello, un viajero infatigable. ¿Cómo parcelas esos mundos para escribir ficción?
Todo va formando pozos. Nabokov sería la metáfora de que los escritores son como esos pajaritos cuando van a hacer un nido, que toman una ramita de aquí y otra de allá, juntándolo todo hasta que consiguen hacer el nido. Vas agarrando experiencias, disgustos, ideas… Siempre voy con una agendita apuntando todo lo que se me ocurre aunque a los dos días lo leas y te parezcan chorradas. Pero de vez en cuando hay algo que te sirve y lo metes en el libro. Todo son experiencias, es evidente que lo que escribes se parece a ti siempre. Hay autores que tienen el don de la impersonalidad, los muy grandes o muy puros, que desaparecen detrás de la obra. Yo no soy capaz. El lector encontrará preocupaciones, obsesiones y cierto gusto por lo fantástico porque el realismo me aburre.
En “Etica de urgencia” hay una reflexión sobre la realidad que me ha remitido al mundo actual porque el presidente del gobierno español habla mucho de cómo la realidad lo ha hecho cambiar de posición. Y tú dices: “La realidad es lo que nos ofrece resistencia…”.
Viene de un texto de María Zambrano que a su vez ella lo toma de Ortega. La realidad es lo que no cede a nuestro capricho porque en el sueño, por muy verosímil que sea, las cosas se van transformando, son fluidas mientras que, en la realidad, si hay un incendio es inútil que digas que no te gusta, va a seguir hasta que tengas que irte, no se puede cambiar de canal. Algo problemático cuando los jóvenes están educados en una realidad virtual que se modifica con facilidad. Es la deficiencia de la educación. Se les educa a los jóvenes en unas realidades que cambian, puedes cambiar de canal, utilizar el photoshop para quitar arrugas, pero la realidad no tiene mando ni zapping posible. Es importante manejar ordenadores pero también es importante la relación de tú a tú, por eso creo que el aula es más importante que todo lo que se enseña en ella. El hecho de estar ahí sentado con 40 personas a las que no conoces, a las que tienes que respetar pero con las que no tienes por qué tener ningún tipo de relación afectiva y que sean lo más variadas posible es muy importante. Separar a los niños de las niñas es un disparate. El aula debe darte esas divergencias que hay en la realidad, de género, de etnias, de estratos sociales, y cuanto más variados sean más te educan. Luego, además, aprendes geografía pero lo importante es la educación que te da la pura convivencia dentro del aula. No puedes modificar al otro como tú quieras. Hay algunas películas, tipo Tarantino por llamarlas de alguna manera, en las que parece que al que matan es menos persona que el que mata. El problema es que los seres humanos somos frágiles, vulnerables e irrepetibles.
Cada uno es irrepetible y absolutamente singular a lo largo del tiempo. Utilizas un verso de Safo (“Una nube que pasa por delante de la luna, y en este momento yo estoy sola en la cama”) para decir que hay cosas que son verdaderamente inmutables, singulares y que cada uno las ve como le da la gana.
Lo interesante de ese verso es que sigue siendo vigente aunque el mundo en el que vivía Safo es tan distinto como el planeta Marte para nosotros, y no digamos el nuestro para ella. Sin embargo, probablemente también ella entendería la poesía lírica de hoy. Esa manía de que como las cosas se transforman, los seres humanos nos reinventamos diariamente. Aunque sea verdad que nuestras vidas se modifican según se modifican los objetos que utilizamos, nosotros no formamos parte de esos objetos.
Todo ha cambiado y para todo tenemos que tener respuestas. Dices en tu libro que nosotros venimos con un buen hardware pero lo que se nos jode muchas veces es el software. La debilidad es muy manifiesta.
Mientras que la técnica se preocupa de las cosas que pasan y se transforman, la ética se preocupa de lo que no pasa, de lo que está ahí permanentemente. Esos principios se ejercen sobre cosas que están modificándose. La ética de Aristóteles está llena de reflexiones importantes sobre la vida humana pero no habla de biogenética porque Aristóteles no la podía conocer. La combinación es que hables de biogenética pero sabiendo que en el fondo estás vinculado a Aristóteles. Esa es la diferencia entre Aristóles y Etica para Amador .Cuando escribí ese libro me pidieron que hablara del divorcio, de la energía nuclear y de los temas que entonces estaban sobre la mesa. Y lo que hice fue hablar sobre por qué hay que reflexionar sobre las situaciones desde el punto de vista de los seres humanos sin dar soluciones a ninguna de esas situaciones. Por eso Etica de urgencia no tiene esa pretensión de permanencia relativa que puede tener Etica para Amador.Etica de urgencia es hoy, aquí y ahora.
Hablando de cómo el software nos va ayudando a afrontar las cosas, señalas que estamos destinados a inventar nuestro destino sin segundas oportunidades: “Por eso los hombres nos equivocamos, nos defraudamos y cometemos atrocidades”, dices. Esa reflexión tiene que ver con la vida cotidiana porque en ella vemos a personas como nosotros pero que son brutales.
Uno es peor cuanto más obsesionado está por la urgencia de la muerte porque te lleva a acaparar, a ponerte por encima del vecino, a darle una patada a la vieja para que se quite de en medio porque estás diciendo: me queda poco, tengo que tenerlo todo, tengo que formar una muralla a mi alrededor para defenderme de la muerte porque entrará por cualquier grieta, como el Ciudadano Kane de Orson Wells. No, la muerte está contigo desde el principio. En cambio la visión ética más profunda es la que ve la parte invulnerable que hay en el hombre, el sentido de su vida. El entender que efectivamente estamos amenazados por muchas cosas pero que en cambio en nosotros mismos hay algo que no va a pasar o que no va a morir. El que es generoso, solidario, tierno, está actuando desde el lado invulnerable que hay en él, no desde el lado de lo perecedero y asustadizo.
Me pregunto si esa presencia urgente de la muerte no es también la que hace que el hombre quiera mandar sobre los otros hombres, la génesis del poder político.
¡Claro! El afán de poder es enchufarse a cosas que te den inmortalidad. La propia importancia que le damos a nuestras sociedades humanas, a su permanencia, a las naciones, son prótesis de inmortalidad. Todos queremos enchufarnos a algo, ser famoso, como Horacio: Non omnis moriat , No moriré del todo. Es decir, en algo me voy a consolar, me enchufo a algo, mi nación será la más poderosa de todos los siglos, yo dejaré un legado para la humanidad… Es buscar esa perdurabilidad que nuestra condición y la naturaleza nos niega. Somos absolutamente fugaces, aunque dejemos obras, la obra también será fugaz. El verso profético de Borges a un poeta menor: “La meta es el olvido, tú has llegado antes” (risas).
A nuestra generación, la tuya, que es la mía, le satisfacía mucho en España la llegada de la política como conducta del ciudadano para cambiar las cosas, sin embargo en España y en el mundo estamos viviendo un descrédito de la política apabullante.
Se ha olvidado la educación cuya primera base en una democracia es: el poder político somos todos. La gente habla de los políticos como las señoronas antiguas hablaban del servicio doméstico: “¡Cómo está el servicio, ya no hay criadas como las de antes!”, como si ellos no tuvieran nada que ver. Eso es la corrupción de la democracia. Ha habido políticos interesados en crear ese clima al transmitirle al ciudadano que no se debe preocupar de nada porque ellos se lo arreglarán y que sólo deben preocuparse de votarles, pagar impuestos y divertirse. Como luego no lo arreglan, el ciudadano ha dejado de ser ciudadano de verdad y no ha ganado nada a cambio. Esa misma desafección se extiende a España, a Europa, porque son realidades que la gente solo entendía como fuente de beneficios. La democracia no es una propuesta a partir de la cual puedes hacer cosas, si no que es un cheque que te van a pagar todos los meses, si no llega y no te lo pagan cuestionas la democracia. El Estado de pronto deja de garantizar cosas y en lugar de darnos cuenta de que efectivamente la política es importante y de que la única forma de recuperar un Estado que garantice, proteja y proyecte hacia el futuro es meternos todos en política, pues la mayoría se va. Creo que es un fracaso de la educación, lo que ocurre es que hablas de Educación para la Ciudadanía y te tiran una piedra porque dicen que eres totalitario. Estamos viviendo una sociedad individualista en el peor sentido de la expresión, no individualista en el sentido de emprendedor, sino en el sentido de lo mío para mí y además salgo corriendo, no vaya ser que alguien venga a pedirme algo.
Es un fracaso de la educación pero también de una generación. Nuestra generación llegó en 1976, muy joven, a alcanzar cotas de poder o influencia, tú ya publicabas tus libros, Javier Marías también, había aparecido El País, había elecciones libres, creíamos que iba a haber un cambio para siempre y de pronto nos hemos encontrado desinflados.
Creo que la generación que en aquel momento salió de la dictadura e intentó colaborar en la democracia era menos burguesa que la de ahora. Nicolás Gómez de Avila, el pensador colombiano, dice que burguesía es todo conjunto de personas satisfechas por lo que son e insatisfechas con lo que tienen. En nuestra época estábamos descontentos con lo que éramos, en cambio no nos quejábamos tanto de lo que teníamos. No era una situación de querer tener más sino de querer ser otra cosa. Ahora la gente está contentísima de ser catalán, de ser joven, lo que es no le crea problemas, pero siempre le parece que tiene poco y que alguien se ha llevado lo que tenía. Por eso surgen voces contra la cultura de la Transición. Son las voces burguesas, de la gente que está muy contenta con lo que es y quiere más cosas. De ahí el rebrote del nacionalismo. El nacionalismo es el colmo de este pensamiento pequeño burgués: contentísimos por haber nacido al lado de una fuente y debajo de un árbol pero a los que les parece que alguien les ha robado su queso.
Y la secuela más inmediata que es el independentismo. En un continente europeo en el que se suponía que estábamos yendo hacia instituciones más grandes, cada vez queremos instituciones más pequeñas.
Y privilegios. Independentista es Bernard Arnault, el dueño de Vuitton, que cuando dijeron que iban a subir los impuestos a las grandes fortunas en Francia se plantó en el Eliseo diciendo que él quería un pacto fiscal propio porque él aportaba a la riqueza de Francia muchísimo más que los demás. Cuando le contestaron que no dijo: Bueno, pues entonces me hago belga (risas). Es exactamente lo mismo. Claro, la gente lo mira con mucha menos simpatía porque cuando lo hace un divo lo ven como una muestra de insolidaridad inaguantable. Cuando lo hace un colectivo, se animan unos a otros y lo ven como un acto de reivindicación histórica.
Cuando escucho la expresión “el problema catalán” me acuerdo de José María de Areilza, el diplomático que fue embajador ante Perón en Buenos Aires. El decía: “El problema vasco no será tanto problema en el futuro, el problema que tendrá España en el futuro será el catalán”. Y lo decía cuando en Euskadi el problema terrorista era tremendo.
En el País Vasco hubo un problema de violencia, de terrorismo y de carlismo irredento. En Catalunya lo que ha habido es una concepción política polémica. Catalunya es viable como nación, es evidente, mientras que el País Vasco no, habría que convencer a los amigos franceses, que no parecen estar por la labor. Pero en Catalunya hay una viabilidad y lo que hay es una disputa política. El problema es que esa disputa política se revierta con una especie de justificaciones mitológicas. Uno puede decir: Mire, prefiero ser catalán, no quiero ser español, pero inventar que son unas víctimas, unos perseguidos, es lo que resultaría más intolerable. Nadie se hace rico solo y la riqueza de Catalunya, como la del País Vasco, son las riquezas protegidas por el Estado. El proteccionismo estatal del siglo XIX se ejercía sobre la industria naciente en estos lugares. Ahora quieren levantarse de una mesa en la que van ganando pero es que el dinero que tienen es de los que han jugado con ellos. Se creó esa mentalidad fraccionaria que no solamente han tenido los nacionalistas sino todo el mundo, todas las regiones españolas creían que cuanto más hostilizaba a las demás más iba a sacar ella.
Abordas en tu libro algo que me parece muy saludable, el tema de la piratería en Internet y cómo se ha instalado en la sociedad española (y en otras) la idea de que la creación literaria o artística puede ser robada por otros impunemente.
Se ha instalado porque hay un medio para hacerlo, porque es accesible, y lo cuentan como si la cultura fuera así. No, la cultura no es así, la cultura está basada en la comunicación y la comunicación tiene hoy un sistema que permite el acceso a cosas que antes estaban vedadas o por las que había que pagar. Ocurre también con las patentes. Al señor que roba los planos de Renault inmediatamente lo meten en la cárcel. Acabar con la propiedad intelectual es acabar con la creación y volver otra vez a la época del mecenazgo. Pero lo gracioso es que ese planteamiento es el más reaccionario del mundo porque consiste en una cuestión: por qué pagar por algo que puedo obtener gratis. Esa mentalidad depredadora se ha extendido entre la juventud y alguien lo ha entendido como una muestra de progresismo o de avance cuando en el fondo es la visión más reaccionaria y explotadora que puede haber en el mundo.
Dices que esta moda de los 140 caracteres está limitando la argumentación, que cualquier cosa que te ha costado años elaborar, alguien te lo rebate en un tuit.
Se ha perdido el hábito de escuchar una argumentación. Por eso siempre me he negado a ir al programa “59 segundos”. Lo que digo quizá lo pueda decir en 20” pero lo que no quiero es que si necesito 65” me tengan que cortar. O a usted le interesa o no le interesa; si no le interesa lo que voy a decir, me quedo en mi casa y si le interesa, déjeme que se lo cuente pero no me imponga 59”.
Tu trabajo en general ha sido siempre una preocupación porque la gente lea y porque se dote de armas contra la banalización. Confluye con el ensayo de Mario Vargas Llosa sobre la sociedad en la que todo es espectáculo.
En cierta medida sí, hay asuntos que Mario ve de otra manera pero la preocupación es que hay que formar a la gente para que sea capaz de una autonomía intelectual, no solamente económica. En ese sentido siempre me he considerado más maestro que otra cosa, me parece que el mundo está lleno de alumnos pero que faltan maestros. Todos los libros que escribo no pretenden ser puntos de llegada, son siempre puntos de partida, sobre todo los que tienen que ver con temas educativos, para que a partir de esos libros se pueda ir a otros sitios. No he hecho nada definitivo sobre nada. El mejor elogio es cuando alguien me dice: Mira, leí tu libro y me descubriste quién era Cioran. Es lo que quiero, abrir caminos de razonamiento, de bibliografía, de lo que sea.
“Coartar la libertad no es censurar, es corregir comportamientos, ofrecer alternativas a comportamientos inadecuados”, dices en el libro.
La educación es corregir siempre cosas. La idea de que la libertad de expresión se debe dar desde niño no es viable porque simplemente no educaríamos. El asunto es quién lo va a educar, ¿las personas que lo quieren y que se van a preocupar por él o lo va a educar el medio ambiente, la banda del barrio, el tipo que quiere aprovecharse de ellos? Los que se aprovechan de los niños y los convierten en niños soldados y a los ocho años les dan un fusil también los están educando, los están educando para el horror, para la muerte o la esclavitud. Nosotros lo que queremos es educar para otras cosas. Eso naturalmente exige que al niño le quites el Kaláshnikov, y que si le ves que quiere estrangular a su hermanita le digas que no se puede hacer, y si quiere estar todo el día apretando un botón en vez de aprender a leer o a sumar, tienes que decirle que tiene que aprender a leer y a sumar. Los educadores tenemos que caer antipáticos porque el que halaga y da la razón no educa. Lo más repugnante para mí son los viejos que siempre se pasan la vida dándoles la razón a los jóvenes. Aquellos que decían: “¡El 15M me ha devuelto la alegría de vivir!”. Mire, usted es un gilipollas. No querer más que halagar a los jóvenes es lo contrario del educador.
También existe el halago al viejo porque da la impresión de que por tener más de 80 años también se es inteligente y sabio.
Probablemente no se les haga gran caso porque todos sabemos que a partir de cierta edad la gente te trata con afecto pero no les interesas un pimiento, ya has dejado de ser vendible y empiezas a ser un florero. En el momento en que se levanten y te dejen el asiento en el autobús, sabes que todo ha terminado (risas).
¿Cómo te llevas con el tiempo?
Es una preocupación. Siempre he querido vivir en el presente, nunca he tenido entusiasmo por el futuro, lo que me gustaba era la infancia. Mientras todos los niños querían crecer, yo quería seguir jugando y ser como Peter Pan. Y en cierta medida lo he hecho. Esa idea de que hay algo que viene luego y que es lo bueno la he tenido a veces, como todo el mundo, pero en menor medida. Envejecer es una experiencia divertida porque convierte la vida en un deporte de riesgo. Una caída o un resfriado pueden tener consecuencias fatales, cuando antes te caías, te emborrachabas y no pasaba nada. Que la vida sea un deporte de riesgo me asusta como a todo el mundo pero a la vez me divierte.
Siempre te he visto tan alegre, tan feliz. ¿Hay sombras?
Sí, claro. Recuerdo algo que me marcó. Mi madre me vio un día por la calle, no dijo nada y cuando llegué a comer me lo contó y me preguntó que qué me pasaba. Pues nada, no sé, dije. Y ella siguió: “Es que estabas muy serio y como nunca te he visto con esa cara…”. Me vio con la cara con la que yo voy normalmente por la calle. Una cosa es que uno trate de mantener la alegría y no ser sombrío y otra cosa es que seas tonto.