6.11.10

La receta de Borges

Borges desconfiaba de la estética literaria, entendida como un conjunto de normas para escribir bien, y estoy seguro de que el título de esta columna le habría revuelto las tripas

Jorge Luis Borges y sus preceptivas literarias.foto:archivo.fuente:elespectador.com

"Descreo de las estéticas —escribió en el prólogo al Elogio de la sombra—. En general no pasan de ser abstracciones inútiles. Varían para cada escritor y aun para cada texto, y no pueden ser otra cosa que estímulos o instrumentos ocasionales".

Además debía saber que la validez de las leyes estéticas es muy efímera por una suerte de sincronicidad maldita: apenas se promulgan —fresca aún la tinta de los preceptos— llega un genio que las viola brillantemente y hay que volver a empezar.

Pero como nadie es perfecto, ni siquiera los argentinos, Borges fue dejando en el camino opiniones francamente preceptivas. En ese mismo prólogo consignó varias. "El tiempo me ha enseñado algunas astucias: eludir los sinónimos, que tienen la desventaja de sugerir diferencias imaginarias; eludir hispanismos, argentinismos, arcaísmos y neologismos; preferir las palabras habituales a las palabras asombrosas; intercalar en un relato rasgos circunstanciales, exigidos ahora por el lector; simular pequeñas incertidumbres; narrar los hechos (esto lo aprendí en Kipling y en las sagas de Islandia) como si no los entendiera del todo; recordar que las normas anteriores no son obligaciones y que el tiempo se encargará de abolirlas".

Lo de evitar arcaísmos es un consejo que debían acatar los autores de novelas históricas. Aunque sorpresivo, su recelo de los sinónimos es fundado. No se concibe, digamos, escribir que la asesina ocultaba una daga entre los pliegues de su capa bermellón, para luego salir con que enterró el cuchillo en el corazón del conserje, limpió el puñal con su abrigo rojo y cubrió el cuerpo del desgraciado con su sobretodo escarlata, porque entonces no sabríamos si estamos ante una asesina o una traficante de armas blancas, ni si lo narrado es un crimen o un desfile de modas.

En una entrevista, Borges afirmó: "En una página bien escrita, todas las palabras deben mirar hacia el mismo lado", para indicar que debemos cuidar la unidad "cromática" del texto; que no deben aparecer pipetas ni tubos de ensayo en un cuento de alquimia, sino retortas, alambiques, crisoles y agua regia; ni "golfos" ni "gilipollas" en la traducción de una tragedia griega.

Pero al destino le encanta burlarse de las opiniones de los mortales, y Borges no fue la excepción: incrédulo de la estética literaria, nos legó la mejor pieza que se ha escrito sobre esa materia. Oigámoslo.

"En la evolución de un escritor podemos distinguir cuatro momentos. En el primero el escritor, aún indiferenciado, es casi cualquier hombre; su voz, menos individual que genérica, es la de todos. En el segundo, el escritor ha elegido un maestro; lo confunde con la literatura y minuciosamente lo copia, porque entiende que apartarse de él en un punto es apartarse de la ortodoxia y de la razón. En el tercero, que no todos alcanzan, el escritor se encuentra consigo mismo, como en ciertas ficciones orientales, célticas o germánicas. Encuentra su cara, su voz.

Hay un cuarto momento que yo no he alcanzado, que muy pocos alcanzan. En el primero, lo repito, el escritor es todos; en el segundo, es otro; en el tercero, es él; en el cuarto, es otra vez todos, pero con plenitud. Así, los buenos versos de Shakespeare son manifiestamente de Shakespeare, pero los mejores, los eternos, ya no son de él. Tienen la virtud de parecer de cualquier hombre, de cualquier país. Digo lo mismo de este verso de Wally Zenner: 'Morir de ti, espléndida y desnuda...', que ya no es sólo de ella, sino de todas las enamoradas que fueron, que son, que serán".

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