17.9.11

La creación inconsciente

La escritora estadounidense Siri Hustvedt habla de sus estudios sobre neurociencia y psicoanálisis para escribir ficción, como lo hizo en el libro autobiográfico La mujer temblorosa sobre sus problemas con las migrañas
Siri Hustvedt: "Escribir ficción es parecido a un sueño consciente".foto.fuente:Revista Ñ

Siri Hustvedt tiene el aura de una celebrity. En la sala privada del hotel, espera para la entrevista rodeada de fotógrafos y asistentes. Le ofrecen un desayuno. Si tuviéramos acceso más directo a las revistas de chimentos de los Estados Unidos estaríamos al corriente de que su hija, la bella Sophie, fruto de su duradero matrimonio con Paul Auster, cultiva un romance con Jimmy Jagger, hijo de Mick. Pero ella, Siri, parece ocupada en otras herencias, y en otras cuestiones.

Es experta, por ejemplo, en migrañas, mal que padece desde que tiene memoria y sobre el cual ha investigado, fusionando neurociencia, psicoanálisis y su propia experiencia, en su libro La mujer temblorosa. Ahora sabe que no tiene cura, que es cuestión de acomodarse. Un café con leche amargo no le hace daño. Más, podría ser el pasaje a una pesadilla.

Antes que eso empezó por la poesía, pero no se sintió a la altura y pasó a la prosa con dos novelas tangencialmente autobiográficas donde todavía arañaba una voz propia. Fue con Todo cuanto amé, el melodrama de casi quinientas páginas, que la dejó llorando –a ella y a sus lectores– que pudo desplegar sus conocimientos sobre arte, su fina visión de los vínculos humanos. Hustvedt está fascinada por la filosofía, la teoría francesa y la neurobiología. Estudia cada campo hasta que le encuentra su falla: a la ciencia, las emociones; a la lingüística, el cuerpo.
Es una norteamericana atípica: quiere construir su tradición del otro lado del océano y sólo nombra a franceses y alemanes. Agradece expresamente que su interlocutor haya leído a su admirado Merleau-Ponty. Debe estar cansada de que le pregunten cómo es estar casada con un best-séller tan buen mozo. Su percepción está con Husserl, va más allá del aquí y ahora, y se esfuerza por vencer su imagen de belleza nórdica.

¿Dónde se originan las historias?
-Creo en una conexión muy fuerte entre el cuerpo y la escritura. Desde hace ya muchos años tengo un interés muy grande en la neurobiología. Hace poco rescaté una frase que escribí en un paper en 1995. Esa frase, que ahora retomo, decía algo así como que escribir ficción es recordar algo que nunca sucedió. Cuando la escribí por primera vez, en aquel ensayo, que originalmente era sobre la memoria, las imágenes visuales y Cicerón, esa idea fue algo que me surgió de manera casi intuitiva. Desde entonces, vengo trabajando e investigando en el terreno de la neurobiología. Y ahora puedo afirmar como una verdad científica que recordar e imaginar son dos aspectos de una misma facultad –el recuerdo consciente, no el inconsciente. Soy muy interdisciplinaria, siempre me manejo entre la neurociencia y el psicoanálisis. En un ensayo más reciente investigo esos dos aspectos y las experiencias creativas de distintas personas como matemáticos, artistas o físicos. Creo que el acto creativo es siempre el mismo. Es cuando los productos de esos procesos salen al mundo y son vistos como diferentes, pero los procesos son iguales. Y en ese proceso hay algo del orden de lo no lingüístico.

Estaba pensando en la idea de Freud sobre el sueño como aquello que le roba a lo que nos roba el olvido. Y me preguntaba si lo que describe como su proceso creativo no sería similar al mecanismo del sueño.
-Hace poco estuve en Viena, y fui la segunda no doctora en dar la conferencia anual en la Fundación Freud. La única otra persona no psicoanalista que había dado la conferencia fue el genial cineasta italiano Bernardo Bertolucci. Se trata de una conferencia anual que se da desde 1970. Mi conferencia se tituló "El parque de diversiones de Freud". [Freud's Playground: Some Thoughts on the Art and Science of Subjectivity and Intersubjectivity]. Es un trabajo sobre la transferencia. Hay un pasaje de un escrito de Freud sobre la técnica donde, en la traducción al inglés, la transferencia es llamada "playground" [parque de diversiones]. Lo que Freud señala que ese es el espacio en el que, cuando la transferencia ocurre, los impulsos pueden experimentar una libertad total. Pero en alemán el término es Tummelplatz: una palabra que puede ser traducida como zona de juegos, pero también como otras cosas. No necesariamente tiene que haber niños. Puede significar también "caldo de cultivo", o algo más cercano a "zona de batalla". Es más complejo. Hacia el final de esa charla se habló del sueño y de un cierto desorden de la vigilia llamado confabulación. En la confabulación, los pacientes crean historias, no están mintiendo, sino que crean historias. Pueden explicar, por ejemplo, las razones por las cuales se encuentran en el lugar en el que están –como el hospital psiquiátrico–, y muchas veces, como en los sueños, hay allí una falta del principio de realidad. Yo creo que escribir ficción es muy parecido a un sueño consciente. Uno está despierto pero lo que pasa al escribir ficción es que uno está generando historias desde lugares muy profundos. Y algunos desplazamientos y enrarecimientos que ocurren en los sueños también tienen lugar en el acto de escritura. A veces más tarde te podés dar cuenta de que algún rasgo de un personaje corresponde a una mujer que conociste que tiene también otro rasgo de otra persona que también conociste. Sólo que en los sueños esto sucede de manera más emocional. Cuando uno duerme la actividad es enorme.

En un pasaje de su segunda novela, "Hechizo de una mujer", un personaje, Martin, dice "las palabras son fraudes (...) están ahí en lugar de otra cosa. Pero pueden ser empujadas hacia lo real".
-De alguna manera, muchos de mis libros están lidiando con esas cuestiones, sobre lo imaginario, sobre lo real, no necesariamente en el senido lacaniano, aunque confieso que sí estaba pensando en Lacan. Yo estudié en los '70, realicé mi doctorado en literatura inglesa en Columbia a fines de la década, y en esa época había un auge todal de la teoría francesa. Me acuerdo de una librería pequeña que había en una esquina, un librería muy popular en esa época que todos los estudiantes frecuentábamos y que ya no está. Cuando llegó a la librería De la gramatología, de [Jacques] Derrida, pusieron un cartel gigante y el libro se agotó en dos horas. Yo estaba muy inmersa en esa corriente, pero en medio de mis lecturas sentía que faltaba algo. Y lo que sentía que se estaba perdiendo en medio del giro lingüístico era el cuerpo. Era muy simple: la parte psico-biológica de todo esto. Entonces empecé a estudiarlo. No tenía la menor idea. Pero resultó muy interesante. Y cuanto más uno conoce, más puede realizar una crítica. Entonces ahora, después de haber estudiado tanta neurociencia puedo ver cada vez mejor las falencias del modelo cientificista. Desde que publiqué La mujer temblorosa (La mujer temblorosa o la historia de mis nervios, Anagrama, 2010), y aunque vengo del campo de las humanidades, he tenido la oportunidad de participar en conferencias y de conocer nuevos estudios. Y ellos, los científicos, parecen encantados de escucharme también. Incluso a edad avanzada uno puede encontrarse con cosas nuevas.

¿Cuáles fueron, en ese recorrido de investigación, los descubrimientos que le resultaron más interesantes?
-Especialmente hay un pensador que me interesa mucho, Maurice Merleau-Ponty, el fenomenologista. El tiene esta ida del espacio potencial, la idea de que no estamos limitados al aquí y ahora, que podemos recordarnos y reconocernos en el pasado y proyectarnos hacia el futuro y esa movilidad de la imaginación me fascina. Podemos, además, reconocernos como un otro. Creo que los perros, por ejemplo, no pueden hacerlo. Eso es importante. Es parte de la evolución, es importante reflexionar sobre eso, Hegel habla de eso de manera muy hermosa en Genealogía del espíritu. Es importante pensar en cómo se genera esta autoconciencia. Es una cuestión evolutiva. Es tan extraño que tengamos esa noción tan profunda sobre nosotros mismos. Me interesa mucho la investigación sobre qué es lo que crea esa autoconciencia y qué pasa cuando se crea. Los perros, por ejemplo, no tienen esa capacidad. Sí la tienen los elefantes, que son capaces de reconocerse como otro en el espejo. Estuve reflexionando mucho sobre esa relación entre las emociones humanas y las animales. Los perros tienen una realidad emocional muy profunda. Mi perro Jack se convirtió en parte de mis estudios de laboratorio. Jack es un perro de la calle que trajeron a casa mi marido y mi hija. Viene de un ambiente de maltrato y de drogas. Por supuesto, él no es un ex adicto [risas], pero sí sufrió el maltrato y el abandono. Jack reconoce los lugares muy profundamente, los reconoce de una manera en que los humanos no podemos ni soñar con hacerlo, a travez de su hocico. Solíamos llevarlo a lo de mis padres para Navidad y él absorbía todo con su hocico, captaba toda la realidad de su alrededor. La diferencia es que cuando lo llevábamos de vuelta a casa no creo que Jack se recostara en el piso y soñara con cómo habían sido las cosas allá en Minnesota. Y tampoco creo que se imaginara a sí mismo retornando allí. Pero la realidad efectiva, la realidad emocional del apego, el cariño y las emociones, puede sentirlas.

Cuando los dueños dejan la casa, el perro ladra desesperado porque no sabe que sus dueños van a regresar. Una mujer cuando es dejada por el marido, con plena conciencia del pasado y el futuro, o simplemente frente a la incertidumbre de no saber si el marido va a regresar, puede perder la cordura, como el personaje de Mia en su última novela The Summer Whithout Men, todavía no publicada en español
-Nosotros podemos anticipar el futuro y hacernos trizas. Mi personaje, Mia, cuyo marido la abandona de golpe, efectivamente entra en un estado de locura temporal. La idea surgió de mi entorno. Mi marido y yo tenemos muchos amigos que están cansados desde hace varios años y de pronto y sin aviso previo –o al menos así se siente, como algo que sucede sin anticipo, de la nada, sin preparación, como en esa antigua leyenda del marido que sale a comprar cigarrillos y nunca regresa– el marido abandona a la esposa. Durante estos últimos años hemos acumulado alrededor nuestro muchas historias similares. Me parece una premisa fascinante. En esta novela escencialmente hay dos maneras de que las cosas mejoren para ella, para Mia, la protagonista. Una es el apego a otras personas, algo muy de los mamíferos, algo muy corporal, muy primario. Y otra es la imaginación. Nos salvamos a través de la imaginación, el humor, la ironía, el ingenio. Nos contamos múltilples historias sobre el mismo evento, y hay algo salvador en eso.

Parece haber un interés por la enfermedad, y especialmente por la enfermedad mental en su obra.
-Es cierto. Estuve enseñando literatura en un centro psiquiátrico por dos años, fue una experiencia muy interesante. Y lo que entendí de los pacientes con depresión severa es que eso es lo peor, porque no están enojados, no están enojados para nada, no hay movimiento en eso, no hay posibilidad de cambio en eso. Y el enojo es un tipo de movimiento, hay una esperanza de que las cosas van a cambiar, uno va a estar furioso hasta cambiar aquello que le molesta. Por supuesto, no se puede estar enojado para siempre, porque se vuelve inútil. Pero en ese sentido, el enojo de Mia es al mismo tiempo su motor, y Abigail es un personaje que también secretamente está luchando.

Hay, creo, una trama subterránea en la historia, como en el tapiz de Abigail, en el que se puede ver una escena algo ingenua, inocua y apacible, pero si se mira con detenimiento se descubren situaciones siniestras y extrañas.
-Esa es una verdadera metáfora que subyace en la novela. Si se desabotona la superficie podemos encontrar una especie de subterráneo cruel o sádico. Abigail está llena de ira, algo que no está completamentamente oculto, porque ella es un personaje bastante rudo. Pero eso constituye una parte muy importante de este libro, algo que aparezca de manera metafórica, detrás de las palabras: el tema del enojo. Mia, la protagonista, también está muy enojada. Y como decía antes, a menudo pienso que el verdadero enojo es siempre un signo de esperanza. Disfruté mucho escribiendo The Summer Without Men. Mi marido llegaba a casa y me encontraba en mi escritorio riéndome sola. No con todos los libros pasa lo mismo. Cuando terminé de escribir Todo cuanto amé, me pasé dos semanas tirada en el piso llorando. Creo que cada libro toma distintas partes de una geografía interna y uno se mueve con eso. Ahora estoy escribiendo un libro más extenso, que tiene distintos narradores en primera persona, y cada vez que cambio de narrador tengo que ajustarme a ese personaje. Es como estar sufriendo un trastorno de personalidad múltiple [risas].

Leí que se toma bastante tiempo para pensar en sus proyectos antes de encararlos.
-Aunque el cambio de voces implica mucho trabajo, con esta nueva novela ya voy casi por la mitad. Ahora que soy más grande avanzo más rápido en la escritura. Esas son las ventajas de ser vieja [risas otra vez]. La edad también me ayuda a poder tomar experiencias biográficas con la distancia suficiente para a veces ni siquiera recordar que sucedieron. Me he quitado de encima buena parte de la ansiedad que tenía. Uno quiere estar haciendo algo nuevo todo el tiempo, pero hay cosas que son las propias obsesiones que continúan volviendo una y otra vez. El año que viene, además, saldrá publicado un libro que reúne los ensayos que escribí desde 2005. Son casi trescientas páginas.

Además del amor y la locura, uno de los temas que parece obsesionarla es el sufrimiento que pasa de una generación a otra. ¿Cuál cree que será en ese sentido su herencia?
-De una generación a otra se hereda lo no dicho, lo que ha sido silenciado, y pasa como sufrimiento. Ese es el caso de muchas de las víctimas del Holocausto, porque les resulta tan difícil hablar de lo que les pasó. Una vez que las personas empezamos a contar historias en vez de eso no contado, eso ayuda. Puede que sea optimista. Pero eso es lo que pienso.

¿Cómo definiría el estado actual de la literatura norteamericana? ¿Persiste allí una división –en el mercado, en la crítica, en el mundo editorial– entre lo que escriben hombres y mujeres?
-EE.UU. es un lugar artísticamente muy desordenado, pero es un desorden muy bueno. Hay escritores muy diferentes. Muchas cosas distintas, y pocas escuelas. El clima editorial es bastante pobre, se publican cosas muy malas, pero también un montón de libros interesantes. Últimamente leí Thera de una autora israleí llamada Zeruya Shalev. Leo mucha ciencia filosófica y novelas para cortar, porque las novelas son un descanso. Es tan maravilloso sentarse y leer sobre la singularidad de una experiencia humana en vez de los modelos teóricos que tratan de capturar lo que inevitablemente se les escapa. La lucha de las mujeres continúa. Lamento decirlo, pero la idea del patrimonio en la literatura (como un chiste entre patriarcado y patrimonio) sigue ahí, y es un terreno que aún no ha sido del todo conquistado.

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