24.5.14

Lalo: "Se impuso que América Latina no es importante culturalmente"

 En  Los países invisibles, una ensayo narrativo y filosófico, el último ganador del premio Rómulo Gallegos cuestiona cómo desde afuera a los países y regiones se imponen como absolutas imágenes sin espesor. De visita en la última Feria del Libro de Buenos Aires, Filba 2014, dijo: "No sé si vuelva a escribir una novela"

INVISIBILIDAD. "Es la condición humana más generalizada", dice Eduardo Lalo./revista Ñ
"No sé si vuelva a escribir una novela", dice Eduardo Lalo, paradójicamente, el último ganador del prestigioso premio de novela Rómulo Gallegos. Lo que el artista puertorriqueño escribirá de ahora en más se parece mucho al discurso híbrido de Los países invisibles (Corregidor), el ensayo narrativo-filosófico que llegó a presentar a Buenos Aires para la última Feria del Libro, donde formó parte además del Diálogo Latinoamericano de Escritores. La invisibilidad lo atraviesa todo, y el autor revela cómo se manifiesta en la hípervisible Venecia, en la Madrid de los 80, en su Puerto Rico, bien lejos de la victimización tercermundista. Con esa misma visión excéntrica, el último día en la ciudad vio editado Necrópolis (Corregidor), un objeto de arte con poemas y dibujos, una "exploración de lo que una página puede albergar sin hacer concesiones, sin conocer límites".
-En Los países invisibles rodeás la invisibilidad desde diferentes ángulos, ¿a qué te referís con “invisible”?
-A mi juicio, la invisibilidad es la condición humana más generalizada. La mayor parte de la población, aunque no se den cuenta, son más o menos, bastante más que menos, invisibles. Muy poca gente vive en los grandes centros del mundo. Ayer me comentaban de la visita a la Feria del súper agente literario, Andrew Wylie, que repetía “qué grande la feria, y yo no pensaba que esto ocurriera en América latina”. Eso es la invisibilidad, algo que no existe porque no se supone. Es la construcción de imágenes desde fuera, por otro, que se imponen como absolutas. Bueno, la imagen es que América Latina no es importante culturalmente y entonces, aunque ocurra, no se ve.

-¿Por qué hablás de países?
-En el caso mío personal, vengo de una región, el Caribe, donde es mucho más cómodo pensar que es una imagen de estas creadas desde afuera por el turismo: de la pobreza y la gente sonriente y bailando... Una deshumanización absoluta. Y nosotros no somos una forma de subhumanidad. La humanidad está tanto en un puertorriqueño como en cualquier ser humano del planeta, tenemos la misma cabeza y por lo tanto podemos pensar. Como digo en el libro, decir que existe un filósofo venezolano o guatemalteco, incluso argentino, es algo perfectamente aceptable dentro de la estructura conceptual de occidente pero a la vez es asumido como un chiste. Sin embargo, esa misma estructura lingüística, como filósofo alemán, es de un prestigio y una solemnidad absoluta... ¡es alemán! Eso es la invisibilidad. Lo mismo en la Feria, como el Diálogo de Escritores latinoamericanos, está el de los escritores de provincia: están dándoles un espacio pero los estás liquidando a la vez!

¿De eso hablás cuando decís que la invisibilidad “son formas que adquiere la escritura”?
-Que adquiere toda estructura cultural humana. No nos damos cuenta que en el lenguaje hay una estructura de visibilización e invisibilización. Lo mismo que decir “es una mujer inteligente”, es una estructura, aparentemente estás diciendo algo positivo, la enunciación humana es inteligente, pero en el contexto es como decir “es un negro inteligente”, o “es un indio inteligente”. Porque no se le está atribuyendo normalmente esa cualidad. Hay sociedades enteras, como la estadounidense, donde la cultura es cultura blanca. Lo otro tiene un adjetivo: es la literatura de los afroamericanos, de los latinos, pero cuando hablamos de la Literatura no está incluido eso. Siempre hay algunos que se cuelan, lo que le llaman allá el crossover, que cruzan al otro lado de la frontera.

-El libro comienza con un viaje. ¿Es necesario alejarse para observar?
-En teoría no hace falta el viaje, pero siempre es una oportunidad, una aventura de la mirada. Están los que van por los sitios famosos comprobando la imagen que ya tienen en la cabeza, van dos minutos a ver la gran pirámide, se toman una foto y se acabó la gran pirámide. Esa es una mirada banalísima, porque a lo mejor sucede una cosa inesperada, que nunca has considerado, hay algo ahí que te habla. Puede ser una frase, un olor o un sonido. Lo que sea.

-La oportunidad de mirar da la posibilidad de otro análisis, ¿cómo llegás a la conclusión de que Venecia, por ejemplo, es también invisible?
-Hay dos vertientes de la invisibilidad. Una es la típica, cuando hay muy pocas imágenes de un lugar y esas pocas imágenes son producidas desde afuera –y además son muy simples, de muy pocos píxeles, muy ralas, con muy poca información visual. Como si a cualquiera de nosotros nos dijeran Burundi, país de África: hay una ausencia total. O podemos tener Venecia, y ahí hay una invisibilidad causada por la hípervisibilidad: tienes tantas imágenes de Venecia, no sólo visuales, porque Venecia es romántica, decadente, el mundo de Visconti, es antigua, es la inundación... Son todas imágenes muy parciales y no portan en ellas ningún pensamiento. No hay ninguna duda de nada. Por eso los circuitos turísticos son tan nocivos, porque es un consumo de imágenes sin espesor. El tour es un circuito que no aporta nada a lo que ya tenías en la cabeza.

-En un pasaje hablás de Madrid, que a pesar de haberse convertido en una “capital blanca”, una de las grandes capitales del mundo, conservaba su espesor, la historia en sus imágenes, ¿de qué manera se puede percibir eso?
-Es un pregunta difícil de contestar, en gran medida porque hay elementos en la ciudad y otros elementos en quien mira. Madrid tenía espesor para mí porque había vivido allí y tenía, por lo tanto, una relación no turística con la ciudad. Y por otro lado hay ciudades que generan un sabor particular, que contienen algo, y creo que es el caso de Madrid, que no es una ciudad que a mí me guste, ni España es un lugar que aprecie especialmente.

-Hay fuertes imágenes de España de los 80, y este ensayo fue escrito poco antes y quizás se pueda leer en relación a la crisis española que llegó poco después. ¿Hay algo de eso?
-En ese momento no se vislumbraba, pero en algún momento del libro digo que difícilmente España vaya a producir una literatura importante, porque están viviendo en el cumplimento de sus grandes ilusiones: ser Europa y ser ricos. En ese momento, que es muy reciente y justo antes de la debacle, esa sociedad se pensaba en una posición... ¡eran ya casi alemanes!

Por otro lado, creo que siguen estando muy poco preparados para las transformaciones que han tenido. En los 80, no había casi inmigrantes y eran sudamericanos a raíz de las dictaduras del cono sur, ni hablar de pakistaníes, gente de Bangladesh o árabes, chinos. Eso no existía y ahora están por todas partes. Y siguen muy poco preparados. Es una sociedad muy provinciana, la definición del provincianismo, una cultura insular para colmo persuadida de su grandeza, del pasado imperial que obviamente no existe hace siglos y hasta cuando existió está lleno de barbarie que nunca se ha asumido, y hay una cultura media bastante poco sofisticada. Nadie puede ubicar en el mapa de dónde viene este inmigrante. Y está llena de prejuicios.

-Eso tiene que ver con los años de la dictadura...
-Y más allá también. Siempre ha sido una sociedad muy cerrada. Recuerdo ver en el habla popular o en la televisión comentarios que son de un racismo chocante, y la persona no puede concebir dónde está el racismo.

-En otras regiones de Europa también se observan conductas racistas.  
-En la pasada Eurocopa, la República Checa tenía un jugador negro, de padres etíopes que habían llegado durante un gobierno socialista, becados para estudiar medicina. Y se quedaron ahí, se cayó el bloque soviético y el hijo habla checo. Pero hubo una controversia porque creían que la selección nacional no era representativa de su país. Formular una identidad basada en algún tipo de pureza es una locura. Y más en Europa, porque hasta la antigüedad, el mediterráneo fue el campeonato del mestizaje, con gente yendo en cuatro direcciones. Lo que está detrás es la cuestión de la negritud, que es la diferencia más evidente. Es una de las cosas que rara vez se habla en América. La negritud era un gps, porque cómo tu te escapas, tienes un código de barras en todo el cuerpo, no hay salida, es muy eficiente.

-¿En qué consiste la conciencia de la invisibilidad como herramienta de pensamiento?
-Aun estas cosas que son muy negativas, en la medida que las piensas, se vuelven una suerte de aventura personal. Para mí lo ha sido. A veces me abrigo con esta sensación y me explico el mundo, mi situación –que no siempre ha sido la más agradable–, y eso tiene una fuerza, cierta capacidad nueva, que no se concedía antes.

-¿Y cuál es la relación de estos ensayos con el conjunto de tu obra?
-Mi trabajo es bastante orgánico, los libros tienen relación entre sí, no porque sean secuelas sino porque se sigue desarrollando una línea de pensamiento o de preocupación. El personaje del narrador o de Máximo Noreña en Simone parecieran haber leído este libro.

-¿Y con Necrópolis, esta suerte de libro-objeto de arte que acaba de salir?
-Igual que todo, está explorando los límites del genero.

-Volver a escribir novelas como La inutilidad o Simone, ¿es hoy una preocupación?
-Yo no sé si vuelva a escribir novelas. Me interesa menos que escribir estos ensayos, en esta forma creativa. La escritura para mí es un genero en sí mismo. Estoy trabajando en varios proyectos que están orientados más al ensayo, con ensayo fotográfico y la poesía. También esto puede ser una novela. Una de las pocas cosas que dijo en su vida con algún sentido Camilo José Cela es que una novela es un libro que en la tapa y debajo del título dice novela.  

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