25.5.10

Literatura y redención

Herbjørg Wassmo es un clásico de la literatura noruega por su novela La casa del mirador ciego

Herbjørg Wassmo, autora noruega.

Portada.foto:wikipedia-fuente:elpais.com

"Tal vez sea el libro más crudo y menos elaborado de mi carrera", reconoce la autora de uno de los cinco países nórdicos que protagonizan la 69ª Feria del Libro de Madrid. La cita, del 28 de mayo al 13 de junio, mostrará su diversidad de temas y géneros literarios.

Ha sobrevivido al éxito y al fracaso. Logró que cicatrizaran sus heridas de infancia y supo asimilar el boom literario que supuso su primera y deslumbrante novela. Flaca, coqueta, con el pelo corto completamente blanco y puro nervio, Herbjørg Wassmo (Vesteralen, Noruega, 1942) debutó en la literatura con La casa del mirador ciego, publicado en su país en 1981 y editado ahora en España. Wassmo es una de las escritoras más populares en un país de apenas cinco millones de habitantes, donde un 93% de los noruegos leyeron uno o más libros en 2007. La cifra, que no es mala, mejora cuando se conoce que el promedio se sitúa en 16 títulos al año, según datos de Norla (centro para la literatura en extranjero).

La casa del mirador ciego no fue un libro trazado concienzudamente durante años. Sencillamente inundó su cabeza. Estamos en la sede de la editorial Gyldendal, uno de los grupos editoriales más potentes de su país, en un edificio modernista, ubicado en pleno centro de Oslo, y reconvertido en un impresionante espacio diáfano. El libro que cambió su vida comenzó con un sonido: el viento y el hielo que se resquebraja y una niña a la orilla del mar. La pequeña movió un pie y rompió el hielo. Iba vestida con ropa antigua y usaba unos zapatos como los que llevaban los críos noruegos en los años cuarenta para esquiar. Herbjørg Wassmo no sabía nada, en ese momento, sobre Tora, el personaje que empezaba a crecer en su cabeza. "Cada día de trabajo resulta tan excitante para mí como para el lector", cuenta la escritora noruega sobre los orígenes de La casa del mirador ciego con la que ganó todos los premios literarios de su país. "Tal vez sea el libro más crudo y menos elaborado de toda mi carrera; apenas construyo las frases, si lo hago no funciona. Me importaba más entrar en el corazón de esa niña que escribir literatura correcta".

Wassmo decidió seguir su instinto. Para la geografía y el paisaje servirían los de su infancia. Creció rodeada de brezo, abedules y grosellas, y su personaje viviría en un lugar que la escritora conocía bien, una comunidad pequeña, en un pueblo pesquero del norte de Noruega, con una casa que antiguamente pertenecía a una familia rica, pero que al acabar la Segunda Guerra Mundial la habitaban personas con problemas. Antes era la mansión del dueño del pueblo, pero ahora no tenía ni cristales. En su lugar clavaron tablones. Wassmo se puso como tarea describir las relaciones entre los personajes de la infravivienda y entender que, aunque vivían muy juntos, ninguno quería saber por qué la gente lloraba durante la noche. Más adelante, descubrió que Tora había nacido de la relación de un soldado alemán y una noruega, y sentía una vergüenza terrible: "Su madre siempre sería una puta de los alemanes". La segunda vergüenza era el abuso sexual de su padrastro, algo que Tora debía ocultar a todos.

"Manos que llegaban en la oscuridad. Eso era la peligrosidad. Manos duras que apretujaban y aplastaban. Después apenas alcanzaba llegar al servicio antes de que fuera demasiado tarde". Ya desde las primeras páginas de esta conmovedora novela, el lector conoce los secretos de Tora. Su sentimiento de culpa y su poder destructivo, pero también su capacidad de superación. La novela de Wassmo se lee como un thriller y, entre otras muchas sensaciones, como ocurre con buena parte de los autores nórdicos cuando describen los paisajes nevados, te deja helado. "Los niños víctimas de abusos tratan de esconderlos para proteger a sus padres y tratar de mantener la armonía. Sobre eso sé mucho, ahora lo puedo decir", aclara la autora.

Ambientada en los años que siguieron al final de la guerra mundial, tras la ocupación nazi del norte de Noruega, la novela aborda el problema con los hijos de los alemanes. Durante años, en esa zona casi despoblada la proporción llegó a ser de un alemán por cada ocho personas. En algunos casos se metieron en las casas y en otros expulsaron a sus habitantes. La huida de los nazis dejó un reguero de niños que no volvieron a saber nada de su progenitores. Niños como Tora para la que el terror también se encontraba fuera de su vivienda.

En los ochenta, cuando se publicó la novela, los hijos de los alemanes seguían siendo algo tabú. "Sencillamente los niños ignoraban quiénes habían sido sus padres. Las familias los cuidaban, claro, pero ellos habían perdido su identidad. En la escuela de mi pueblo teníamos un maestro muy valiente que paraba cualquier clase de abuso contra estos niños, pero en otros sitios no fue así". De alguna manera, la novela de Wassmo se anticipó a las recientes investigaciones historiográficas que han empezado a desvelar el dolor de los civiles que perdieron la guerra y que simplemente pusieron su corazón en el lugar equivocado. "Los nuevos héroes -algunos se habían marchado a Inglaterra cuando empezó la contienda y regresaron cuando los alemanes habían huido- aplicaron su justicia y en el mismo saco entró gente que había colaborado abiertamente con los nazis y jóvenes que más que traicionar sus ideas, simplemente se enamoraron", añade Wassmo. La escritora recalca que la justicia popular en los lugares pequeños es muy fuerte y, sobre todo, que no resulta fácil escapar a ella puesto que no hay donde huir. "Nunca se ha hablado de las mujeres que fueron expulsadas del país o las jóvenes que fueron rapadas en público. Recuerdo el caso de una muchacha de 14 años que fue castigada duramente porque no encontraron a su hermana. Eso es algo que nunca se ha aclarado y los héroes siguen siendo héroes".

Wassmo sabe bien de lo que habla. Durante años impartió clases en una escuela del archipiélago de Vesteralen, una profesión que abandonó en cuanto se publicó La casa del mirador ciego. Su debú literario y la explosión que generó le allanaron el camino. "No estaba tan desesperada como para seguir trabajando con los jóvenes", dice sonriente. El éxito le facilitó también mudarse a Oslo donde militó en el movimiento feminista y apoyó la discriminación positiva que ¡en esos años! promovió el Ministerio de Igualdad. "Tuve la suerte de formar parte de esa revolución, no tanto por las manifestaciones como por la manera de vivir". Noruega es ahora uno de los países más libres y con mayor renta de Europa, aunque "todavía los hombres ocupan mejores posiciones y ganan más, algo que acabará corrigiéndose puesto que los hombres y las mujeres noruegos son bastante fuertes", añade Wassmo.

La escritora no padeció ninguno de los problemas que sufren algunos autores cuando se enfrentan a su segundo título tras un éxito apabullante. Al contrario, acumuló tanto material que tuvo texto suficiente para una trilogía. La cosa no paró ahí. Su siguiente éxito y quizás su libro más conocido fuera de su país y del que incluso se ha realizado una adaptación cinematográfica, Dina, también fue una trilogía. Wassmo aclara que no lo planifica, las trilogías le salen solas. Los personajes se enganchan a ella como un alcohólico a la botella de ginebra.

El rostro afilado de Wassmo y sus vivaces ojos azules se clavan en su interlocutor. Parte de su carrera como escritora se ha movido en el espinoso terreno de las relaciones paterno filiales, como la trilogía de Dina, publicada en español y llevada al cine, y Cien años, su última novela, en la que recrea la vida de cuatro generaciones de mujeres de su propia familia y en la que habla directamente del miedo que le inspiraba su padre y de experiencias personales parecidas a las de Tora.

A primera vista parece que Wassmo sea una persona que se implica en todo lo que le rodea. Como buena parte de los autores escandinavos, apoya abiertamente la política de protección que desarrolla el Gobierno de su país a la literatura que, entre otras medidas, adquiere mil copias de prácticamente todos los títulos nuevos y los distribuye por la red de bibliotecas públicas. La política de protección y apoyo incluye también ayudas a la edición y traducción de su obra en el extranjero. Wassmo rechaza cualquier acusación de endogamia o excesivo proteccionismo a la creación. "Gracias a ella nuestros libros se encuentran lo mismo en el metro de Moscú que en el Retiro de Madrid", dice. "No merece la pena defender a un país que no protege su cultura. El Estado debe ser el primero en conocer que los artistas tienen que trabajar y vivir, no sólo pasar hambre".

Los primeros frutos de esa política ya empiezan a notarse. La Feria del Libro de Madrid -Wassmo no podrá acudir por problemas de promoción con su nueva novela- tiene este año como invitado a los países escandinavos y sus ventas se han disparado en el mundo, especialmente en Alemania y Francia. "Quiero pensar que, con un idioma tan pequeño, si somos capaces de romper fronteras es porque nuestra literatura es buena, no sólo exótica o pintoresca". Como profesional de las letras reconoce que en origen cualquier creador noruego le debe mucho a Ibsen y, por supuesto, a Jostein Gaarder -"una cometa que ha hecho que se nos conozca- y su Mundo de Sofía, traducido a cincuenta idiomas y el libro más vendido del mundo en 1995, pero Wassmo también le echa un capote a la novela negra, un género que no conoce en absoluto: "Mi filosofía es que si conseguimos que la gente lea, eso es bueno, especialmente si se trata de jóvenes".

Han pasado casi tres décadas desde que se publicó La casa del mirador ciego, y el libro se lee en las escuelas para que los jóvenes dispongan de información sobre el incesto. Todavía recibe cada semana correos electrónicos de alumnos que quieren hablar sobre su literatura en sus redacciones escolares. Son tantos que Herbjørg Wassmo ha redactado una carta tipo con la respuesta a las preguntas más frecuentes. "No puedo contestar a todas", dice disculpándose. Pero el asedio fue mayor cuando se publicó la novela. Wassmo se vio obligada a cambiar su número de teléfono y protegerse. De noche, recibía en su domicilio llamadas de personas anónimas, desesperadas, contando los abusos de que habían sido objeto y le pedían consejo: "¿Qué podía decirles? Yo no soy psicóloga".

Finalizada la entrevista, la autora se disculpa. Se acerca un largo puente laboral y se marcha al campo a ejercer como abuela de su nieto de 13 años.

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