Ganador esta semana del prestigioso premio Roger Caillois, el
escritor colombiano define en este texto por qué ambiciona escribir
libros en los cuales el lector pueda refugiarse, leerse Y "huir del
parloteo sin sentido"
Juan Gabriel Vásquez, es autor de El ruido de las cosas al caer./Revista Ñ |
El filósofo Harry G. Frankfurt, autor de On Bullshit , cree que
el mundo está dominado por los que se dedican a hablar mierda. Las
novelas a las que vuelvo con más frecuencia (y las que aspiro a
escribir) son las que sirven como antídoto contra ese veneno de la
coprolalia omnipresente; las que miran la vida con atención y cuidado;
las que son fieles a las verdades humanas y las ensalzan y las cuidan
aunque sean duras y oscuras y dolorosas; las que logran por ello lo que
E. L. Doctorow cree que debe hacer toda gran novela: distribuir el
sufrimiento. Estas son las ficciones que me interesan, o, mejor dicho,
las que persigo, como lector y también como novelista: las que producen
eso que Kundera llama la única moral de la novela, el conocimiento, pero
también causan el efecto que Javier Marías llama reconocimiento (“yo
sabía esto, pero no sabía que lo sabía”).
Las ficciones que
persigo son las que recuperan para nosotros, por lo menos durante el
tiempo de nuestra inmersión en ellas, el valor de esa desgastada moneda
con la cual comerciamos todo el tiempo: el lenguaje. Las ficciones que
persigo son las que proporcionan al lector un espacio libre de ruido y
de distracciones, libre de propaganda y proselitismos, donde el lector
pueda ser leído, donde el lector pueda interrogar y ser interrogado,
donde el lector pueda “perderse en la mente de otras personas”, según la
feliz expresión de Charles Lamb.
Las ficciones que persigo son
aquellas donde el lector se pueda rebelar contra la rapidez impuesta y
suicida de nuestras vidas. Porque eso hacen los libros: nos obligan a
bajar el cambio y quitar el pie del acelerador; nos obligan a mirar lo
mismo durante tiempos que al mundo fuera del libro le parecerían
eternos, y también y sobre todo a pensar en lo mismo durante un tiempo
sostenido, pero pensar con ese tipo de pensamiento particular que sólo
encontramos en la novela, ese pensamiento que no es sólo filosófico ni
sólo narrativo ni sólo psicológico ni sólo histórico ni sólo moral sino
todo a la vez, ese pensamiento intenso y a la vez ambiguo, como la
mirada de un loco. Ficciones donde pueda escapar a la ansiedad de la
información superflua (la obligación de no perderse nada, de estar todo
el tiempo al día) o a esa otra ansiedad, la de estar presente todo el
tiempo (con un tweet , con un email , con el anuncio de mi estado de
ánimo). Escapar a esas ansiedades, digo, o cambiarlas por espacio de
unas horas o unas páginas por el silencio que la ficción puede
ofrecerle, esa convivencia con un lugar donde todo es permanente y
pertinente, donde puede “perderse en la mente de otras personas”, pero
donde en realidad el lector se encuentra y se identifica, en el sentido
de construir o descubrir su identidad. Estas son las novelas, se me
ocurre a veces, que habremos de escribir y que responden a los retos de
nuestro tiempo distraído y disperso tal como La mala hora , Conversación en La Catedral o Cambio de piel respondían a las exigencias del suyo.
Habremos
de escribir novelas que reintegren o reconstituyan una narrativa de
nuestra experiencia que a muchos nos parece resquebrajada o francamente
rota. Habremos de escribir novelas para lectores como los que hacen
fantasear a Marcel en El tiempo recobrado : “No serían,
como ya lo he demostrado, mis lectores, sino los propios lectores de
ellos mismos, pues mi libro no sería más que una especie de lente de
aumento como aquellos que tendía a un comprador el oculista de Combray;
sería mi libro, pero por medio de él les proporcionaría el medio de
leerse a sí mismos. De manera que no les pediría elogiarme o denigrarme,
sino tan sólo decirme si estaba bien aquello, si las palabras que leen
en sí mismos son las mismas que he escrito”.
Escribir libros en
los cuales el lector pueda refugiarse y además leerse. Escribir libros
donde el lector pueda protegerse del mundo y a la vez conocerlo.
Escribir libros donde el lector pueda huir del parloteo sin sentido, de
los hablamierda, hacia un lugar donde las palabras vuelven a llenarse de
sus perdidos significados y donde sean de nuevo capaces de nombrar el
mundo. Escribir libros donde el lector pueda examinar su propia
experiencia en la experiencia ensanchada y realzada de los destinos
ficticios. Escribir libros, en fin, donde pueda tomar cuerpo una vez más
eso que escribió una vez pero repitió muchas Carlos Fuentes: “La
imaginación es la transformación de la experiencia en conocimiento”.
Este fue el texto leido por Vásquez al obtener el premio Roger Callois. El premio fue creado en 1991 y se entrega anualmente como una
distincion para un autor latinoamericano y uno francofono por su
trayectoria en la literatura.
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