4.12.12

Dejar todo para escribir

La fragilidad humana es uno de los temas que plantea la escritora británica Rachel Joyce en su primera novela, El insólito peregrinaje de Harold Fry


William Blake, el grandioso poeta, artista y visionario inglés escribió, al fin del siglo XVIII, en El matrimonio del cielo y el infierno: “Antes asesina a un niño en su cuna que nutras deseos que no ejecutes”. Rachel Joyce siempre quiso ser novelista. Era un deseo que guardó durante su carrera de actriz y de autora de obras de radioteatro para la BBC. Tarde en su vida, pero todavía a tiempo para arrancar una segunda carrera como escritora (hoy tiene 49 años), Joyce se animó a sentarse a escribir. Cortó con todo para dedicarse a la tarea. Escribía de noche mientras su marido y sus cuatro hijos dormían. A veces paraba el auto para escribir al costado del camino. Al fin le fue bien, su novela El insólito peregrinaje de Harold Fry se ha publicado en más de 30 países. Y tiene toda la pinta de ser una especie de Forrest Gump inglés cuando, inevitablemente, llegue al cine. Harold, un señor gris, tímido, gentil y jubilado, recibe una mañana una carta de una vieja compañera de trabajo que se está muriendo de cáncer. Harold está en el punto más al sur de Inglaterra; la amiga al norte. Lo que comienza como una caminata de una cuadra para enviar una postal termina siendo una caminata de mil kilómetros en la cual atraviesa el país entero. Harold se convence de que mientras esté caminando su amiga no se podrá morir. Hablamos con Joyce por teléfono. Estaba en su casa en Gloucestershire, en el sur-oeste de Inglaterra, a 150 kilómetros de Londres. 

-¿Como fue escribir la novela? Leí que dejó todo para hacerlo.
-Sí, hice eso. Dejé absolutamente todo. Pero también era en parte porque hace tanto tiempo que quería dejar todo. Creo que una conocida me había comentado que estaba haciendo un curso de escritura y sentí mucha envidia. Pensé: ‘ella está haciendo lo que realmente quiere hacer’. Y por más que había estado escribiendo dramas para la radio desde hacía años, y lo amaba, lo que quería hacer era escribir un libro. No es que no había estado escribiendo prosa, pero nunca se lo había mostrado a nadie.

-¿Le dio miedo tomar esa decisión de comenzar en serio?
-Sí. Pero tuve suerte, porque me di cuenta de que había elegido una historia que, por mi buena fortuna, trataba de una persona que también estaba tomando un gran riesgo, un gran salto de fe. Y sentí que al escribir el libro yo estaba haciendo lo mismo que Harold. Sentí que Harold y yo estábamos embarcados juntos en un viaje. Hubo momentos en los cuales pensé: ‘Es fácil. Si sólo sigo escribiendo, llegaré a la meta’. Y hubo otros días en los cuales pensé que no iba a poder hacerlo. Entonces usé todo eso, casi literalmente, al escribir sobre las dudas de Harold en su camino.

-¿Escribir dramas para una radio como la BBC no le era suficiente como para sentirse en paz como escritora?
-Me sentí escritora y amo escribir para la radio. Seguramente lo seguiré haciendo. Pero creo que sentía que había pasado un largo tiempo contando cuentos a través del diálogo y realmente quería la libertad de usar otras formas narrativas. Y también poder saltar de un lugar a otro de una manera que no se puede en la radio. En un libro puedes entrar en detalles físicos, puedes entrar en un paisaje, puedes entrar en la memoria de alguien. Quería tener esa amplitud. La radio, como disciplina, es muy buena para un escritor porque tiene que ser muy estricto sobre cómo narrar el cuento. Porque tienes poco tiempo. En una obra de teatro de radio, acá, son cuarenta y cinco minutos, es decir unas 7.500 palabras en la cual tienes que contar un cuento y cautivar al oyente. Entonces aprendes mucho sobre ser estricto, sobre el problema de desviarte de lo central y asegurarte que cada temática hace progresar al relato.

-¿Ha hablado con sus lectores? ¿Tiene idea sobre qué piensan de la novela?
-Ese es el aspecto de todo esto que no me imaginaba para nada, porque cuando escribes para la radio hay mucho silencio desde el otro lado. Una obra para radio viene y va y creo que nadie ni siquiera se da cuenta quién la escribió. Yo estaba perfectamente contenta con eso y pensé que iba a ser más o menos lo mismo con la novela. Pero el interés que ha habido con el libro y conmigo misma ha sido una gran sorpresa.

-¿Sabe que el cineasta Werner Herzog hizo una caminata parecida a la de Harold Fry? Cruzó Europa a pie para postergar la muerte de una gran amiga.
-Sí, lo sé, pero no me enteré hasta después de escribir mi novela. Y me alegro porque creo que me hubiera inhibido seguir escribiendo. Pero he oído varios ejemplos similares. Mientras que escribía sabía que no estaba inventando nada nuevo. Sentí al escribir el libro que estaba jugando con una idea muy, muy antigua.

-¿Qué aprendió al escribir la novela? ¿Cuál fue la moraleja privada para usted?
-Siempre hay razones para no hacer las cosas. La gente me pregunta, ‘¿Por qué Harold no se compró zapatos de caminar?’, por ejemplo. Yo pensé que era muy importante mostrar que hay momentos en la vida en los que te das cuenta de que no necesitas las cosas que a veces creemos hacen falta para hacer determinadas cosas. Entonces para mí, escribir simplemente se trata de sentarse y sentarse y sentarse con una misma idea. Y de ser tan fiel a esa idea como puedas. Tienes que ser brutal y honesto contigo mismo, y arañar y arañar y arañar hasta que llegas al final. Creo que se trata de eso. 

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