17.10.14

Aubyn: "Escribía o me suicidaba"

 En  La madre, el escritor se adentra en las zonas más oscuras de la vida y de su clase 

El escritor británico Edward St. Aubyn. /elpais.com
Harta de escucharle decir que quería escribir y de verle empezar textos que luego rompía, sacó un bolígrafo y un papel. Estaban en el sur de Francia, sentados en un restaurante bajo un platanero. Le pidió que le contara la novela que tenía en mente y tomó notas. Como le gusta decir al novelista Edward St. Aubyn (Cornualles, 1960), ese momento de “¡por-dios-ponte-a ello!” que tuvo con él su novia española de aquel entonces —la artista Ana Corberó— resultó una especie de revelación: tuvo una visión casi geométrica de la estructura del libro que aún tardaría unos años más en escribir, y con el que arrancó la saga Melrose.
Aquel fue el principio literario, pero parte de la historia que se narra en esas cinco novelas había arrancado tiempo atrás, en el seno de la aristocrática familia donde St. Aubyn creció y sufrió abusos sexuales por parte de su padre. Heroinómano desde los 16 años hasta haber superado la treintena, trasladó a la escritura el peso existencial que arrastraba: “Empecé el primer libro en 1988, y el trato que hice conmigo mismo es que o lo terminaba y lo publicaba o me suicidaba. Suena muy melodramático, pero era algo perfectamente natural que lo pensara así, había tenido intentos de suicidio antes”, dice St. Aubyn con su particular desapego. Viste un pantalón granate de pana y una camisa blanca de gemelos, pero sin gemelos. La chaqueta de tweed y la bufanda cuelgan de una silla en Clarke’s, el restaurante londinense en el que el pintor Lucian Freud era un habitual. Sus dibujos decoran la sala y a ellos se refiere el escritor para explicar lo inútil que resulta conocer los detalles reales —“Freud tenía un perro y se llamaba Pluto, ¿eso hace que el dibujo que tenemos enfrente te guste más?”—. Rubio, con unos discretos rizos, y ojos achinados, intercala la risa con educada frecuencia en sus respuestas.
St. Aubyn llegó a pensar que había terminado con la decadente familia tras las tres primeras novelas, reunidas en su edición en castellano en el volumen titulado El padre (Mondadori). Varios años y dos libros después, los Melrose volvieron, esta vez con Patrick como padre que hace frente a la enfermedad de su madre, empeñada en donar todo a un gurú new age. Leche materna fue nominada al Premio Booker. Se edita ahora en La madre junto a Por fin, la última entrega. “Tenía 30 años cuando Patrick tenía 5 en el primer libro, pero los libros se movieron a un punto en el que llegaron al presente. Escaparon de la ironía obligatoria y de la retrospectiva. El último capítulo fue una convergencia total entre el alter ego y el ego, entre el autor y el personaje, un tiempo verbal completamente presente. Se cerró la brecha”.
La acción en sus novelas tiende a concentrarse temporalmente a veces en un solo día. ¿Buscaba ese tipo de esqueleto clásico?
Hay algo potente, sencillo y elegante en la unidad de tiempo y del espacio. Dado el carácter explosivo y abrumador del material emocional que estaba tratando, quería presentarlo en un continente simple y fuerte. Uno prefiere poner su plutonio en una caja de acero más que en una bolsa de papel.
La exploración de lo inefable obsesiona a Patrick, su personaje. Mucha gente consideraría casi imposible escribir ficción sobre algo tan personal. ¿Nunca pensó en hacer unas memorias?
La novela es un instrumento para tratar de establecer la verdad dramática de una situación compleja, porque puedes visitar distintos puntos de vista. En unas memorias puedes decir cómo ves tú las cosas, y ya está. Me atrae el estilo indirecto libre, me interesa la intimidad y acercarme tanto como sea posible a la forma en que pensamos, vemos y sentimos el mundo.
Y va creando un coro.
Nunca me ha interesado decir “esto es lo que me pasó y es la verdad”, de una manera simple. Quiero que haya gente que piense que Eleanor, la madre, es una santa, y otro que piense que es una traidora de su clase social, o una desubicada. Todo eso. Está ese verso de Auden que dice que la desgracia ocurre mientras otros están comiendo. La verdad no puede ser la perspectiva de una sola persona, menos aún las quejas. ¿Qué poco sentido tendría eso? Si simplemente quisiera quejarme, me iría a cenar con un amigo.
Algo de esperanza y Por fin, las últimas novelas de El padre y de La madre, respectivamente, ocurren durante una fiesta y un funeral. ¿Por qué esas escenas tan sociales?
Las fiestas en la vida y en la ficción están ahí para reunir a la gente. Si tienes un grupo grande de personajes y necesitas tener acceso a todos ellos para crear un final satisfactorio, tienes que montar una fiesta. Pero en ambos casos al final Patrick acaba solo.
Nancy, la tía de Patrick, habla de unas memorias que quiere escribir y dice que serán mucho mejor que los libros de Henry James y Waugh porque todo habrá ocurrido “realmente”. ¿Una parodia?
Es una broma sobre las novelas y la interminable especulación que han generado sobre la veracidad y los hechos. Yo voy específicamente en busca de este tipo de verdad dramática a la que se accede por medio de una novela. Si quieres confesarte, vas a ver a un cura o a un psicoanalista. Pero la maravilla de la novela es que te permite entrar sin restricciones en muchas mentes.
¿Aún se especula sobre la identidad de sus personajes?
Mis libros están basados en preocupaciones y asuntos que son autobiográficos, pero están llenos de cosas inventadas. Sólo hay tres personajes que son retratos: Patrick, David y Eleanor. El resto es una combinación de distinta gente o pura invención. Sin embargo, hay una cola de gente reclamando que ellos son Nicholas Pratt o que saben quién es “realmente”. Pero Pratt está inventado, él representa una versión condensada de una determinada actitud y atmósfera, un tipo específico de desdén y esnobismo que vi con frecuencia cuando era niño y que ha desparecido. Menos mal.
¿Han desaparecido los esnobs?
La preocupación con el estatus relativo es una condición universal, eso no se va a evaporar en ningún país, pero el ángulo particular de Pratt es difícil de encontrar.
¿Quizá en la barra del White’s, el club más antiguo de Londres, donde el abuelo de Patrick bebía de la mañana a la noche? ¿Usted sigue yendo por allí?
Sí, sigo yendo, es un edificio bonito. El barman, Chris, me trajo los cinco libros para que se los firmara, eso me conmovió.
Nicholas dice que necesita sus bestias negras para sacarse lo negro y volcarlo en la bestia.
Todos conocemos gente así, con esos odios como mascotas y a los que dedican mucho tiempo.
En su retrato de la clase alta británica describe las plagas que afectan a esta tribu. Habla de la mezcla de superioridad y vergüenza secreta de saberse rico, y de los remedios fallidos: la bebida, la filantropía o la obsesión por tener el mejor gusto.
En los libros traté el tema de la conciencia que tiene de sí misma la clase alta inglesa, sus hábitos y costumbres. Pero en Por fin se presenta el problema de la riqueza heredada. Cuando te es dado de antemano, ¿qué pasa? Freud dijo que el amor y el trabajo son las dos cosas que nos mantienen cuerdos. La idea de que es un privilegio vivir en un mundo en el que estas dos cosas están excluidas es un tipo de locura, una distorsión.
En Leche materna, el hijo de Patrick, Robert, dice sentirse atrapado en la espiral narrativa de su hermano. ¿Ha sentido esto con la saga de los Melrose?
Con estas novelas he tomado el control de la narración de mi vida. En los libros hay una obsesión con la autodeterminación y la libertad, con cómo nos convertimos en lo que somos, y qué margen de maniobra tenemos. La identidad es una historia sobre tu experiencia de la que estás convencido.
Estos libros, ¿le quitaron un peso de encima o le cargaron con otro?
No son objetos terapéuticos, no los escribí para sentirme mejor, de hecho me hicieron sentir mucho peor. Me forcé a mí mismo a mirar en profundidad cosas a las que no quería mirar en absoluto. El tema en las novelas de los Melrose no era ver qué quería decir, sino justo lo contrario, qué era lo que no quería contar. A largo plazo, ahora que la serie ha terminado, creo en los beneficios de objetivizar algo y cerrarlo; de la sublimación; de transformar, supongo, peligrosos impulsos homicidas y vengativos; de coger el caos y hacer orden; de tomar el horror y hacer risa. El beneficio de haber hecho esto finalmente ha tenido algún impacto. Pero ese no era mi objetivo, yo lo que quería era escribir una buena novela.
Patrick dice que la crisis de mediana edad es un cliché, un tranquilizante verbal para sedar una experiencia. Se queja de la falta de “conexiones frescas”.
Yo asocio la depresión y el envejecimiento con una decreciente capacidad de sorpresa. La diferencia clave está entre reaccionar o responder. La reacción es un agujero que se refuerza a sí mismo. Responder ante algo y no reaccionar es extraordinariamente difícil. Hay reacciones muy sofisticadas porque intentas entender cómo algo ha terminado por convertirse en lo que es, o ver cuál es la historia o piensas si esto sería una buena escena en una novela. Mi fórmula para la frescura sería: reacciona ante nada, responde a todo. Y ¡buena suerte!
¿Qué clichés quería evitar con los Melrose?
Patrick es claramente un alter ego y está en la tradición del bildungsroman. Quería que fuese un retrato tan verdadero y profundo como fuese posible. Era consciente de los riesgos y peligros, de ciertas tentaciones que surgirían al contar esta historia: autocompasión, odio a uno mismo. No quería perderme en esas ciénagas.
En el último libro, Patrick habla de una mezcla particular entre malicia y estupidez. El mal parece algo más banal.
En la primera novela, el mal es descrito como la enfermedad celebrándose a sí misma. En esta era psicoanalizamos el mal, y el peligro es que con esto el sentido moral se va evaporando: analizas a una persona, miras su historial psicológico y ves que es inevitable que se convirtiera en un monstruo. Pero todos tenemos la posibilidad de interrumpir el flujo del veneno. Estamos medianamente enfermos y es nuestra responsabilidad interrumpir esos impulsos más que celebrarlos.
¿Y la estupidez?
Tiene que ver con Eleanor y la inconsciencia, porque el camino al infierno puede estar pavimentado con buenas intenciones. No sólo lo deliberadamente cruel tiene efectos perniciosos.
Patrick reflexiona sobre cómo ha anegado las situaciones complicadas con palabras. ¿Al escribir estos libros quiso revertir el proceso, destapar las situaciones difíciles que las palabras a menudo disfrazan?
Él ha logrado entender algunas cosas intelectualmente, pero no emocionalmente. Hay este océano de banalidad de una parte, cosas que la gente dice, y luego una piscina profunda de cosas que son genuinamente indescriptibles, a las que las palabras no pueden llegar. Entre estas dos masas hay una estrecha lengua de arena: cosas que son muy difíciles de decir, pero que merece la pena que sean dichas. Ahí está la acción.
Víctima, adicto y redimido, por Fernando Castanedo

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