Intenté comenzar esta segunda parte explicando cuánto gana un autor por cada libro que vende, y cuántos ejemplares tiene que vender para poder vivir de lo que escribe
Tajos. Lucio Fontana./elblogdeguillermoschavelzon.blogspot.com |
Hice muchos números y algunos ejemplos,
incluí datos sobre los segundos trabajos que desempeñan para poder
vivir, y al final me di cuenta de que no hablaba de lo esencial:
de qué vive un escritor en la acepción más amplia del término. Antes de
comentar cuánto dinero gana un escritor, hay que hablar de por qué escribe.
Varias décadas de relación profesional y
personal con escritores, más muchas memorias, diarios y biografías
leídas, me permiten decir que ninguno escribe para ganar dinero. Al
ser otras las motivaciones, la cuestión del dinero es siempre
–comenzado por aquí mismo- un planteamiento posterior. No digo
secundario, sino posterior. En mi práctica de agente literario he
conocido las más variadas situaciones con escritores de muy diversos
países y culturas, y siempre es una irrefrenable fuerza interior lo que lleva a sacrificar noches, meses y años para poder escribir.
Quien escribe, mientras lo hace podrá tener la preocupación de quién lo leerá, o si llegará a ser publicado,
pero no cuánto ganará, excluyendo a los guionistas y traductores, que
cobran por palabra y cuya problemática es diferente porque comienzan a
trabajar después de haber recibido el encargo.
Lo complicado de hablar de cuánto se gana escribiendo es que implica juntar lo injuntable: la calidad y su reconocimiento por parte de críticos y lectores, y el éxito comercial, que tiene poco que ver con lo primero, pero es lo que permite ganar más, porque el escritor gana según la cantidad de ejemplares vendidos de su libro. Quien paga al autor, es siempre el lector al comprar su libro.
El conflicto entre literatura y mercado, esta tensión sin solución,
es una línea a veces demasiado estrecha, una divisoria de aguas no
siempre visible, por donde los escritores y sus agentes tenemos que
caminar haciendo equilibrio. Es verdad que hay algunos casos claramente
ubicados de un lado o del otro, lo que también genera deseos y demandas
diferentes. Es habitual que el autor de novelas llamadas comerciales,
como llamamos a las escritas para un público muy amplio, reclame su
dosis de prestigio y reconocimiento intelectual, así como el autor de
obras cuya lectura implica un trabajo más que un entretenimiento, quiera
también su parte de éxito de venta. Nunca, en ninguno de los dos casos,
se llegará a una situación satisfactoria.
Es casi imposible lograr el reconocimiento de la crítica para obras
dirigidas al gran publico. A cambio, estos autores suelen obtener
elogios y el apoyo incondicional de miles de lectores, a través de las
redes sociales. Buscar el mayor número posible de lectores para una obra
literaria con un uso del lenguaje ambicioso, para lectores formados,
obliga a moverse por una zona siempre conflictiva. Aunque hay muchos
escritores con una posición tomada al respecto, las necesidades, los
deseos y las contradicciones que esto genera, son parte de la condición
humana.
Atravesamos una época dificil en el mundo de la edición, en la que a los editores se les paga por la cantidad de ejemplares que vende el libro que han publicado,
por el éxito comercial, no por el descubrimiento literario, aunque este
tenga todo el reconocimiento y confirmación de la crítica, y marque una
época.
Por eso hoy se habla más de mercado que de lectores.
Cuando el 75% de los libros vendidos provenienen de grandes grupos, el
peso del accionista –a veces fondos anónimos de inversión-, que
legítimamente invierten dinero para obtener ganancias, es determinante.
Esta situación, si bien es mayoritaria, no es única, y la prueba es la aparición y el crecimiento de una gran cantidad de editoriales chicas y medianas,
que logran sostenerse y a veces más que eso, publicando solo obras de
calidad. Cada vez son más, y su número depende de que su país cuente con
distribuidores profesionales. El otro desafío que enfrentan es ser
capaces de ordenarse en las cuestiones económicas y financieras,
justamente la parte del trabajo editorial que menos les atrae.
Las editoriales chicas que publican pocos libros atienden y se ocupan
muy bien del libro y del autor, proporcionándole muchas satisfacciones.
Si bien el éxito de venta casi nunca es masivo, el porcentaje de fracasos es mucho menor.
Las editoriales grandes en cambio tienen una organización fuerte, menos
personalizada, una gran capacidad de distribución, y muchas veces
anticipan al autor importantes sumas de dinero, pero publican cientos de
títulos al año, para tratar de que dos o tres funcionen. El porcentaje de fracasos en estos casos es mucho mayor,
y la futura recuperación de los autores que “no han funcionado” en una
gran editorial, es uno de las cosas más difíciles de resolver.
Fue un golpe para mí encontrar este comentario de Jaime Salinas,
admirado fundador de Alfaguara y de Alianza, en el libro de
conversaciones con Juan Cruz (Alfaguara, 2013): “Me basé en lo que Rowohlt intentó enseñarme: si publicas doce libros al año, intenta que funcionen dos y no te preocupes de los otros diez”. Yo en lo primero que pensé, fue en “los otros diez”.
En algunos escritores genera mucho malestar la gran trascendencia
mediática de unos pocos autores que, siempre a causa de la cifra de
ventas, los medios consagran como luminarias, entrevistádolos a toda
hora y en todo tipo de programa. Se les pide opinión –y la suelen dar— sobre cualquier suceso coyuntural, siempre ajeno a su obra.
Es verdad que esto implica pilas de libros más altas en las librerías y
más exhibición en las mesas, pero esa fama es siempre pasajera,
excepcional y poco habitual, y nunca se logra por haberla planificado
previamente. Para los escritores que trabajan y trabajan sin lograr nada
parecido, estos “autores exitosos” se le hacen visibles, muchas veces
de una forma irritante, en el momento más alto de esa presencia
mediática, no en sus inicios, que siempre han sido tan difíciles como
los de todos.
Los dos fenómenos internacionales de venta más grandes de las dos últimas décadas, Harry Potter y 50 sombras de Grey, fueron éxitos inesperados, libros contratados con anticipos muy bajos, y en el primero de los casos después de haber sido rechazado por decenas de editoriales en todo el mundo. No son un buen espejo para mirarse.
Conocemos bastante de la vida de muchos escritores excepcionales que,
cuando al fin lograron publicar, sus primeros libros no llegaron a
agotar una primera edición de mil ejemplares: Kafka, Borges, T.S.
Elliot, Joyce, Cortázar, Proust… Ninguno de los tres primeros libros de
Borges llegó a vender 500 ejemplares, los dos primeros de Cortázar 600.
Onetti, García Márquez y Benedetti tuvieron que pagar de su bolsillo las
primeras ediciones de su libros. Consideración, el primer libro de Kafka (cita Siegfried Unseld en El autor y su editor)
tuvo una sola edición de 800 ejemplares, de los que se vendieron 258 el
primer año, y 102 y 69 en los subsiguientes. Cuenta Alan Pauls en Soñar, soñar (Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, 2013), que de la primera edición de La interpretación de los sueños
de Freud se vendieron 123 ejemplares en las primeras seis semanas, 228
en los dos años siguientes, y necesitó ocho años para agotar la edición
de 600. Pese a esto y por suerte para nosotros, todos ellos siguieron escribiendo.
Dicho esto, en el próximo post comenzaré a hablar de dinero.
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