En cambio, su última novela, La sombra del mundo, va al tuétano del desgaste y la insatisfacción con el mundo en el que vivimos
Nir Baram, autor de La sombra del mundo./elmundo.es
La sombra del mundo de Nir Baram. "Lo de la imaginación es lo que menos me cuesta, lo más natural. De crío, en el instituto, odiaba a los chicos que estaban en la literatura, me parecían unos colgados. Pero, en realidad, los odiaba porque yo también estaba haciendo literatura en la cabeza sin darme cuenta, inventando historias. Yo era un mentiroso compulsivo y menos mal que me encontré con la literatura y pude encauzarle y sacarle provecho". La sombra del mundo (Alfaguara), del israelí Nir Baram (1978), termina con fuegos artificiales, una escena colosal de apocalipsis en el centro de Londres que no la podrán encontrar en su videoclub. Pero ese no es el gran aliciente.El aliciente es que La sombra del mundo puede ser la novela más impresionante sobre esta edad del descontento que se haya escrito, habría que repasar los candidatos. Y ahí ya no estamos hablando de fuegos artificiales sino de psicología, de política, de violencia...Muy en resumen, el libro de Baram cuenta tres historias: primera, la vida de un israelí que se hizo de oro en los 80 y 90 porque 'le tocó' ser el hombre que introdujo el capitalismo global en su país. Luego cayó en desgracia y le fue mal, pero que conste que no es del todo mal tipo. Segundo: la aventura una pandilla de desharrapados londinenses que se convierten en piquete antisistema y ponen en marcha la convocatoria de un día de "huelga mundial", que en principio suena muy naíf pero luego sigue a delante. Y tercero: la crisis de una compañía estadounidense de asesoría política, de esas que marcan la agenda y el estilo de los candidatos con los que trabajan (en Bolivia y en la República Popular del Congo en este momento de la trama). Lo suyo se supone que es ese espacio que va entre la socialdemocracia y el liberalismo clásico, el progresismo un poco pijo, pero en el fondo defienden intereses de lo más ruines. Las tres tramas, claro, acabarán por ligarse.¿Y no es curioso que una historia así la escriba un israelí? Porque Israel es ese país al que los europeos dirigimos nuestros reproches y nuestros aspavientos cuando queremos sentirnos buenas personas. Alguien pensará que, si este libro lo hubiera escrito un árabe hubiese sido un texto menos matizado, más plano. "Sólo puedo hablar del libro que he escrito yo, de la literatura que hago", explica Baram. "Aquí hay tres historias, tres perspectivas escritas con la misma pasión. Y el lector decidirá en quién puede confiar".Y continúa: "El problema de la literatura israelí es que tiende a querer complacer la mirada extranjera, la idea que existe de Israel fuera: un lugar exótico donde están los israelís y los palestinos persiguiéndose. Y al lado, Tel Aviv, que es un sitio guay. Luego está la nostalgia por la bella época de Israel, que se da dentro y fuera del país. En los años 30 y 40, la historia de Israel era heroica: la independencia y la construcción de un país. Y, como no tenemos muy claro nuestro futuro, es muy cómodo mirar para atrás, escribir sobre el Holocausto, cuando los judíos fuimos víctimas, o sobre los primeros años de Israel, cuando fuimos héroes. Lo que pasa es que un escritor debe desconfiar de la nostalgia. La época de la independencia de Israel también estuvo llena de violencia y de guerras".En 'La sombra del mundo' se habla también de la época en la que Israel era "casi un país comunista". "Israel y la Unión Soviética se parecían en algunas cosas: en el deseo de construir un hombre nuevo: el nuevo israelí, fuerte e independiente, igualitario... Y la literatura fue una herramienta para ese propósito, porque la ideología está vacía si no tiene historias. La diferencia con la Unión Soviética es que el sionismo no era internacionalista, era lo contrario al internacionalismo: era un proyecto sólo para los judíos. Todo ese ideal de igualitarismo se viene un poco abajo si consideramos que en el pueblo de al lado estaban los palestinos..."."En los 80, ese modelo cambió. Veníamos de un periodo de gran inflación y giramos radicalmente hacia un capitalismo diferente. La verdad es que la literatura no se ha llevado muy bien con el capitalismo. Lo trata como a un bebé, lo demoniza, le echa la culpa de todo sin intentar entenderlo".Las arquitectura del sistema
Está bien ese hilo. ¿Dónde (política e intelectualmente) estaba Baram en 2006 o 2007, antes de que empezara la crisis y esta sensación de 'mundo inflamable' en la que hoy vivimos? "Creo que estaba en el mismo sitio en el que estoy hoy, escribía artículos parecidos... Lo queme diferenciaba de mis amigos es que intentaba estudiar la arquitectura del capitalismo y eso me permitió comprender cuáles eran sus fracasos. Por ejemplo, la movilidad social, que es su gran promesa: poder dejar de ser pobre a través del esfuerzo y prosperar. Bien, pues esta promesa no se cumple desde hace tiempo y hay países en los que esa movilidad social está en regresión".Es el caso de los chicos de Londres en su novela, los de la Huelga Mundial. No tienen ninguna esperanza así que se van a la guerra. Y lo primero que hacen es atacar galerías de arte y museos, para demostrar que ellos no son progresistas, ni bohemios, ni gente sensible y de buena fe, que les da igual la belleza. "Póngase en el punto de vista de los que están completamente excluidos, los que están fuera de la democracia. ¿Qué ven en el arte? Un supuesto lado crítico que sirve para que los que están dentro del sistema se sientan bien consigo mismos. Su obsesión es no convertirse en otro movimiento de protesta de clases medias y la pregunta esencial que se hacen es ¿por qué no ha de ser violenta la lucha contra el capitalismo? Bueno, pues esa es una pregunta interesante para el futuro".Pero, Nir, eso de odiar la cultura es una cosa de clases medias. Sólo los que crecen con la tonta ilusión de que ser cultos los volverá mejores personas pueden tener la idea de quemar una galería... Y, de hecho, Julian, uno de los jefes del equipo, es un chico burgués y desclasado. Baram se ríe y dice que sí. "Son gente muy joven. A veces son geniales y a veces son idiotas. Viven un relato de aventuras e ideales. Y los héroes se equivocan, si no se equivocasen, no habría historia que contar. Es verdad que lo que muive a Julian es el deseo de no ser un chico de clase media. Pero está bien si eso nos sirve para cuestionar el papel de la cultura en este sistema".Y si pensamos que Julian y sus chicos no están tan lejos de esos ingleses que se convierten al Islam y se van a Siria a meter tiros con el Estado Islámico... "¿Por la violencia?". Más bien, por su necesidad de creer en algo monolíticamente. "No estoy de acuerdo. Cada situación tiene sus reglas. No hay que comparar un fenómeno profundamente religioso con otro secular. Los chicos no son tan creyentes. Al final de la novela se ríen de lo que había de mesiánico en su misión. Pero puede que yo sienta demasiado apego por estos personajes... No soy un utópico. Uno de mis escritores favoritos es Balzac, que entendió la mente humana mejor que nadie y no le quedó una opinión muy positiva. Sé que hay cosas en las que es difícil creer, pero se pueden querer".
El escritor construye la casa de su obra con algunos escombros, de la destrucción de la casa de su vida.
26.5.15
Baram: "La literatura trata al capitalismo como un bebé"
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