11.5.15

El hermano al otro lado del mundo

Palabras de Chico Buarque.  El más popular y respetado de los cantantes brasileños desgrana, en una entrevista en su piso de Río, las circunstancias familiares que encaminaron la búsqueda del hermano negado por su padre, y de cómo se basó en los hechos para su nueva novela

La misma voz. Su hermano también cantaba. “Tenía una voz muy grave, como la de mi padre”, dice.

Una foto familiar de la troupe de Chico Buarque de Hollanda.

Sergio en la televisión alemana.

Dos hermanos. Chico mira un programa en que su hermano entrevista a chicos. En el complejo cinematográfico de Babelsberg./revista Ñ.
¿Te molesta eso?, le pregunto.
–Es que no entiendo. En los años 70 yo sabía que tenía un hermano, podría haberme acercado a mi padre y preguntado. Podría haberle dicho “Sergio, contame todo”.
–¿Y te molesta no haberlo hecho?
–Un poquito.
Cuando tenía 22 años, Chico Buarque supo que, además de los seis que crecían con él, tenía otro hermano. En 1929 su padre, Sergio, se había instalado en Berlín como corresponsal de Diários Associados . Y ahí había tenido un romance y un hijo, a quien nunca vio: el bebé nació cuando Sergio navegaba de regreso, aguas al sur. Con el tiempo, mientras se iba convirtiendo en un prócer de la nueva música de Brasil, Chico supo también que el bebé se llamó Sergio, que el padre había tratado de recuperarlo, que el tramiterío, en fin... El silencio familiar envolvió el tema y aunque a veces, de manera lateral, “ese chico” sobrevolaba la vida de los Buarque, el asunto había quedado en esa semipenumbra de las cosas que no son del todo falsas ni del todo ciertas, aunque tal vez el tema haya sido una de las espinas que pincharon cuando el padre murió y ya no hubo nadie a quien preguntarle. Un hijo antes de tus hijos: nada.
En 2012 Chico Buarque empezó una novela basada en ese misterio. No el cuento completo sino la idea de una búsqueda imposible. El libro se llamaría –se llamó– El hermano alemán y empezaba con el hallazgo de una carta firmada por una tal Anne Ernst. Fechada en diciembre de 1931 y escrita en alemán, cuenta que el chico se llama Sergio y cumple un año y por ahora lleva el apellido de su madre.
Cuando Chico Buarque les contó a sus hermanos que estaba escribiendo otra novela y con qué asunto se metía, el mayor, Sergio, el que se había quedado en la casa paterna, le dijo al pasar … “Ahh, sí, yo encontré unos documentos en alemán que mamá había guardado …” Chico los hizo traducir y a toda velocidad la editorial –Companhia das letras– puso a un par de personas a seguir las pistas que esos documentos aportaban. Lo buscaron. Lo encontraron. Encontraron al hermano alemán de Chico Buarque en Alemania Oriental. Era cantante, como Chico, y periodista, como el padre. Tenía una hija y varias ex mujeres. Y había muerto.
Finalmente la novela, que acaba de salir aquí, terminó cruzando realidad y ficción. El narrador es un adolescente que se llama Ciccio –¿Chico?– y tiene un solo hermano, mayor, que se llama Mimmo y que es ganador y mujeriego. En medio de la dictadura brasileña, Ciccio busca como loco a su hermano alemán. Mucho de lo que cuenta lo inventó Chico, pero el libro reproduce documentos reales y está dedicado “A Sergios”. Así, en plural.
Ahora Chico Buarque suspira y sonríe con sonrisa de nene de 70 años y mira el mar desde su casa en Leblon, en Río de Janeiro. Un noveno piso con un enorme sillón blanco, un escritorio con una Mac contra la pared –como colado en una habitación donde el amo es el piano– y muchas ventanas que dan al morro y al mar. Ciento ochenta grados de mar. No es una mansión, es en un edificio. Al hombre de seguridad de la puerta no se le mueve una pestaña cuando una dice que va al noveno, pero con la palabra clave “Chico Buarque” consulta, franquea el paso hacia el ascensor y no hace falta ni tocar que él mismo abre la puerta, saluda con un beso, hace café (fuerte), lo sirve, propone que yo elija el lugar de la entrevista. Es el hombre que sintetizó carnaval y miseria en canciones como Vai passar –“Y un día al final/ tenían derecho a una alegría fugaz/ una alentadora epidemia/ que se llamaba carnaval”–, o el que hizo una fiesta que duele con el erotismo femenino en O meu amor –“Cuando me roza la nuca/Y casi me hace daño con la barba mal cortada/Y posa los muslos entre mis muslos/Cuando se acuesta”. Este señor de ojos indescriptibles, que suspira y sonríe y mira el mar y sirve café es Chico Buarque y está acá para hablar de lo que lo alegra y de lo que lo hiere. A su interlocutora, hay que decirlo, le tiemblan las piernas. Elegimos la mesa.
–¿Cómo fue el impacto de la noticia, saber que tenía otro hermano?
–Tengo la foto de ese día… Esperá –dice Chico, y se va y vuelve con una foto en la que sonríen él, que es un nene, Tom Jobim, Vinicius de Moraes y un hombre más grande, el poeta Manuel Bandeira–. Estábamos ahí, cervecita, charlando y Manuel se puso a hablar de mi padre. “¿Cómo está Sergio? Hace tanto que no lo veo… Eramos muy amigos, después se fue a Alemania, tuvo aquel hijo… Así lo supe. Y yo: “¿Qué hijo en Alemania?”. Y Vinicius me dice: “¿Cómo no lo sabés?”
–¿Vinicius sabía?
–Vinicius sabía.
–Es decir, él hablaba con sus amigos.
–Sí. Yo estoy casi seguro de que Bandeira escribió la carta en francés que mi padre mandó a Alemania… Esperá.
Las cartas son, tan luego, los documentos que el hermano de Chico encontró en la casa. Una tiene una foto, la de Anne Ernst con un bebé gordo. En otra, Sergio Buarque de Holanda se da por enterado de que el bebé fue entregado a un hospicio y ofrece llevarlo a Brasil o mantenerlo. En 1933 sube el nazismo en Alemania y poco después Sergio Buarque recibe una carta en la que le avisan que el niño puede ser dado en adopción, que hay una familia interesada, pero antes él debe enviar certificados de nacimiento que prueben que es ario. La carta está dirigida a “Sergio de Hollander” y termina “Heil Hitler!”. “Hollander” es un apellido judío.
Chico va al escritorio; vuelve con un sobre amarillento y va sacando la correspondencia entre su padre y el gobierno alemán. La pone en mis manos.
–Fue entonces cuando empecé a imaginar a mi hermano en una cámara de gas. Si mi padre no había podido probar que no era judío…
–¿Cuándo quisiste saber?
–Mientras escribía el libro, que empecé en septiembre de 2012. Y en marzo de 2013 recibí los documentos.
–O sea, durante casi 50 años no pensaste en eso.
–No. Me parecía una cosa imposible, distante –dice, y muestra la foto de la mujer con el nene gordo–. Se ve que es verano, si nació en noviembre, debe ser junio o mayo del 32. Al año siguiente lo dan en adopción, nunca vamos a saber por qué. Para nosotros todo terminaba en que mi madre había enviado los papeles para demostrar que no era judío. Lo que mandó, en realidad, fueron los papeles de que mi padre y su madre habían sido bautizados. Pero mi abuelo paterno era de Pernambuco, del interior, no se sabía dónde estaban los documentos. Y después, en el bombardeo de Berlín se perdió todo. Yo hablé de ello. La primera vez que fui a la feria de Frankfurt, en 1998, dí entrevistas para periódicos alemanes y dije: “Tengo un hermano alemán”. Pensaban que era una broma.
–¿Hablaste con los medios para que él se enterara?
–Si mi hermano estaba vivo y quería saber quién era su padre y entrar en contacto, no era difícil. Era como tirar una botella al mar. Pero yo no sabía nada, ni que estaba en Alemania Oriental, por ejemplo … Ahí tal vez las noticias no llegaran. Pero lo que pasó es que él estaba muerto ya.
Sergio Günther murió en 1982, de un cáncer de pulmón, la misma enfermedad que mató a su padre poco después. Había sido adoptado por la familia de la que hablaba el ministerio alemán en la carta. Era un veinteañero cuando supo su historia y cambió el nombre que le habían dado los Günther (Horst) por el de Sergio.
–Trabajaba en diarios, en la televisión, aunque vivía en Alemania Oriental, tenía acceso a la información. Si hubiera querido, habría entrado en contacto –dice ahora el hombre de ojos azules y no se entristece, sonríe: “No se sabe”, dirá muchas veces.
Cuando sí supo, cuando llegaron los datos, Chico voló a Berlín. Supo que su hermano se había separado de Monika, su mujer, cuando su hija Kerstin tenía 10 años y que casi no la había vuelto a ver. Supo que grabó algunos discos, que fue presentador en televisión, que se fue con una mujer que se llamaba Kordula, quien nunca aceptó comunicarse con él porque, a la muerte de Sergio, encontró muchas mentiras, muchas mujeres más. [Acá se escucha una grabación del hermano alemán Sergio Günther , Columbia-Quartett Geisterfox DDR Amiga] Supo que tenía la voz del padre, que fumaba cigarrillos negros como el padre, que igual que el padre les cortaba el filtro antes de fumarlos y que eso iba a matarlos a los dos. Supo que tenía otro sobrino, tal vez de nombre Robert, cuyo rastro no apareció.
A Monika y Kerstin les preguntó, en una cena, si conocían esa canción que decía: “Zwei Apfelsinen im Haar / Und an der Hüfte Bananen”…, cuenta, y la canta (sí, es Chico Buarque y está cantando acá, cronista y entrevistado solos en su casa) con la música de A banda, esa de Pra ver a banda pasar, cantando coisas de amor. La conocían, sí. La letra en alemán no tiene nada que ver con la que él escribió, es un pastiche de elementos “latinoamericanos”, muy Carmen Miranda, con frutas en la cabeza y bananas. [Acá el video de la versión alemana France Gall - A Banda (Zwei Apfelsinen im Haar) 1968] Pero además, le cuentan, había otra versión. Una en que los alemanes orientales parodiaban la escasez de frutas durante el comunismo y cómo aparecían cada cuatro años, cuando había Congreso. Con la misma música, decía: “Zwei Apfelsinen im Jahr und zum Parteitag Bananen/ das ganze Volk schreit Hurra — der Kommunismus ist da!” Es decir: “Dos naranjas por año y bananas para el congreso del partido. El pueblo entero grita ‘Viva, el comunismo llegó’”. [Acá un video de la versión paródica por Nina Queer - An der Hüfte Bananen]
–Les pregunté: “¿Sergio Günther la sabía?” “¡Claro!”. Entonces de alguna manera me conoció. Sólo faltaba que la hubiera grabado. Pero eso sería demasiado.
–¿Y te gusta que la haya conocido?
–Sí, me gusta, es un contacto. El conoció esa canción y nunca supo que fue escrita por su hermano.
No se le agota la sorpresa a Chico Buarque. La alegría de la familia encontrada, cuando dice “mi sobrina” y dice que a la sobrina él le devolvió una identidad y la cara se le hace risa. Ya viajó varias veces, la sobrina ya fue a Brasil. Y sigue siendo un descubrimiento.
–Es increíble. Un historiador brasileño residente en Berlín descubrió que el matrimonio Günther tuvo un hijo adoptado, llamado Sergio que era… (se ríe fuerte) ¡cantante! Es demasiado. Pero todo eso no me ayudó a escribir el libro.
–¿Por qué decidiste ficcionalizar un tema tan íntimo?
–Porque lo que me encantó fue la duda total sobre eso. La imposibilidad de llegar, la búsqueda obsesiva sin grandes perspectivas de éxito. Era eso, la búsqueda más que la llegada a la historia y una búsqueda sobre algo que estaba en mi cabeza, que siempre me incomodó un poco.
–¿La Alemania nazi?
–Sí. Estuve en Berlín, todavía con el Muro, en el Museo del Holocausto; he leído sobre el tema. Es conmovedor para todos. Y cuando empecé a escribir el libro yo sabía que mi hermano, fuera quien fuese, iba a pasar por eso. Nació en el 31. Pasó la guerra de muchacho. Al final de la guerra tenía catorce años. Independientemente de la historia real, está lo que puede haber pasado ese niño en su infancia. ¿Fue hijo de nazis? ¿El mismo fue nazi? ¿Fue un recluta de las Juventudes de Hitler al final de la guerra? Todo eso era posible.

El hermano alemán despliega muchas hipótesis. A veces lo ves como un soldado, a veces como una víctima.
–Hice muchas hipótesis. La de la adopción aparece en el libro por interferencias de lo real en la ficción. Aparece con la intromisión de los documentos, porque yo no había imaginado eso.
–Vos lo imaginabas con su madre.
–Hasta el final de la guerra lo imaginé con su madre. Si no hubiera muerto lo imaginaba con su madre. Siempre lo imaginé Sergio Ernst. Fui a Berlín con mi mujer de entonces y lo buscamos en la guía. Es muy común el nombre. Y veía posibles hermanos. “Eh, Marieta, aquí está mi hermano. ¿Puede ser?” “Puede ser”. Había ese juego. Sin la menor expectativa real de encontrarlo. Con eso ya tenía el material para el libro. Los documentos me dieron elementos nuevos.
–Tu padre sabía. ¿Pudiste hablar con él de eso alguna vez?
–Mientras escribía, me preguntaba por qué no le pregunté a él. O a mi madre. No sé. No pregunté, mis hermanos tampoco. Y no era algo prohibido.
–¿Pero había alguna incomodidad?
–Sí, la había. Pero habría sido tan fácil… “¿Anne qué hacía? ¿Era una artista?” No pregunté nada, nada, nada.
–¿La incomodidad era porque él se fue cuando la criatura estaba por nacer ?
–Se supone que volvió por razones profesionales pero podía haber esperado un mes… Y había algo en una carta, que estaba aquí en la casa de Rui Barbosa, que es un museo. Un amigo de mi padre le decía a otro: “Ah, el que estuvo hoy conmigo fue Sergio, acaba de llegar de Alemania. ¿Sabés que tuvo un asunto con una señorita y tuvo que huir?” Yo les pregunté después a mis amigos alemanes qué podía ser. No es un crimen embarazar a una mujer aunque sea soltera. Me dijeron: “No es un crimen a no ser que sea una menor”. Pero no parece …
–El padre de la ficción es distante, está en lo suyo. ¿Tu padre era así?
—Era parecido. El personaje está muy inspirado en él. Una de mis hermanas era su predilecta: Ana.
–Justo, como Anne. Ay, ay ay.
–Ay, ay, ay... Ana María sabe un poquito más que nosotros porque tenía mayor intimidad con él, pero no mucho más. Según ella, mi padre nos dijo que la muchacha alemana se llamaba Anne Marguerite para que mi madre no supiera que era Ana María como ella.
–El padre de la ficción lee, toma y canta y la casa es una biblioteca.
—La casa de la novela es muy parecida a mi casa paterna. En su escritorio la ventana no se abría porque estaba cubierta de libros. Era un intelectual, un bohemio, le gustaba mucho leer y escribir, cantaba. Le gustaba mucho mucho la música. Eso está en la sangre. No es casualidad que Sergio Günther haya sido cantante. Yo pensaba: “tengo un hermano que no sabe nada de nosotros y puede ser tornero mecánico, puede ser cualquier cosa”, pero no, era cantante. Increíble.
–¿Tenés grabaciones de él?
–¡¡¡Sí!!! Una voz muy grave, parecida a la de mi padre –dice, y la imita, el chico de 70 pone la voz del padre–. Y canta bien.
–Hay una especie de final feliz, en el libro y en la vida, cuando lo encuentran. Pero está muerto. ¿No es también un dolor, una decepción?
–No hubo tiempo para la decepción porque no pensaba siquiera encontrarlo. Sí, tu hermano vivió y se murió a los 50 años. Siempre estuvo muerto para mí. Pero si hubiera pensado en eso 30 años antes, podría haber buscado. Podría haberlo encontrado. Yo era un artista, fui a cantar a Europa. Cantaba, podía haber pasado por Berlín oriental, yo podría haber cantado en un programa de televisión y ser presentado por mi hermano, ¡y nada hubiera sabido!
–Pero él sabía que se llamaba Sergio.
–Yo sabía que tenía un hermano, podría haberme acercado a mi padre y preguntado. Podría haberle dicho “Sergio, contame todo de eso”.
–¿Y te molesta no haberlo hecho?
–Un poquito.

Entre la novela y los himnos

Buarque sintetizador. Sus obras de teatro, novelas y participaciones cinematográficas son piezas logradas y, en algunos casos, tan conocidas como sus populares canciones.
Ejemplo de la formidable convergencia artística que se dio en el Brasil hacia fines de los años sesenta, cuando artes dispares y disímiles tomaron préstamos e inspiraciones unas de las otras para poner en escena una cultura en ebullición, donde se trastocaron y desbordaron todos los límites institucionales y comportamentales, la obra de Chico Buarque de Hollanda se desliza con sorprendente facilidad desde la música popular hacia la literatura, el cine y el teatro.
Se lo reconoce principalmente como uno de los músicos más importantes de ese movimiento, que durante las décadas de 1960 y 1970 tomó las raíces del samba aggiornadas por la bossa nova para provocar el estallido de eclecticismo rítmico y melódico que se definió con las equívocas siglas de MPB (Música Popular Brasileira). Sin embargo, lo cierto es que sus obras de teatro, novelas y participaciones en cine resultan piezas tan bien acabadas –y en algunos casos, tan conocidas– como sus mismas canciones.
Esa misma capacidad multifacética convierte a músicas, novelas u obras de teatro en torbellinos donde se encuentran, con rara felicidad, técnicas y procedimientos provenientes de las más diversas artes. No es extraño por eso que sus canciones hayan sido consideradas –como las de otros músicos brasileños de la misma generación, como Caetano Veloso– en un pie de igualdad junto a las composiciones de los mejores poetas brasileños. Si algunas de sus canciones han inspirado escenas cinematográficas, son también muchas las composiciones en las que una mirada rápida descubre exquisitos montajes puramente cinematográficos de intensa cualidad visual, como Bye Bye Brazi l, por poner un ejemplo.
Del mismo modo, sus novelas se ven impelidas por una cierta cualidad musical que empuja el discurso en un torrente narrativo –sobrepasando tramas y construcción de personajes– a la que, creo, deben su éxito. Según Vinicius de Moraes, Chico Buarque habría logrado la perfecta unión entre la cultura popular y la cultura erudita, una de las obsesiones de la cultura brasileña, por siglos ya.
En todas estas actuaciones, la impresionante capacidad de Chico para absorber –y discutir y polemizar– problemáticas históricas, sociales y políticas convierten muchas de sus obras en un retrato resquebrajado –a menudo sumamente crítico– del Brasil contemporáneo. De allí que canciones como A pesar de você o Cálice se hayan convertido en himnos de protesta frente a la dictadura militar, o que Iracema vou pueda ser leída como una de las mejores expresiones de los traumas de los migrantes brasileños expulsados del país por la situación económica.
También esa ambición histórica se manifiesta en su última novela, El hermano alemán . Aquí, la combinación de una historia personal y autobiográfica con un esfuerzo denodado por la reconstrucción histórica –quizás demasiado rápida y esquemática– coloca los años de la dictadura brasileña en contrapunto con la época del nazismo en Alemania. La novela sigue la historia, efectivamente investigada gracias a la ayuda de varios historiadores, de la búsqueda de un hijo secreto de su propio padre, Sérgio Buarque de Hollanda, célebre historiador y autor de un clásico brasileño de la estirpe de Casa Grande y Senzala, Raízes do Brasil . La historia, apenas levemente tergiversada por una pátina ficcional que sólo trastoca parcialmente nombres y situaciones, junto con la reproducción facsimilar de algunos documentos, cartas y fotografías, hace de este libro un instrumento sorprendente para explorar ya no sólo la historia del Brasil y los comportamientos de sus clases pudientes, sino también un modo de narrar la manera en que esa historia se inserta nítidamente en una trama internacional.

Florencia Garramuño es directora del Programa de cultura brasileña de la Universidad de San Andrés.

Huellas políticas

Hay desaparecidos en “El hermano alemán”. Hay torturas terribles. Algunas, dice él, tomadas de las torturas medievales. Otras son autóctonas, como el Pau de arará, donde se colgaba a la víctima de un palo transversal, con las manos atadas a los tobillos.
La narración ocurre en los 60 y los 70, ese narrador que va creciendo no tiene más remedio que vivir donde vive y en la escuela, en la universidad, la política hierve y la represión se hace sentir.
Hay lugar para que un personaje dé clases porque hay docentes que se exilian en Chile. Y en algún momento, matan a alguien en la calle, la sangre queda en el asfalto y en un rato las ruedas de los autos la van borrando, alguien habla de fútbol, todo vuelve a la normalidad, como en una canción de Chico Buarque.
Uno de los personajes es una argentina, montonera, que llega con regalos y cajas de Havanna. ¿Una montonera con alfajores? “Los regalos son para disimular, en realidad trae correspondencia de exiliados brasileños”, explica Chico. “Yo mismo, cuando estuve en la Argentina, traje noticias de exiliados. Era todo en código: ‘Busca a Gazzaneo, que trabaja en el periódico Jornal do Brasil y dile que papá llegó y está bien en Córdoba’. Qué era papá, qué era Córdoba, yo no lo sabía. Si me agarraban me mataban, no sabía el código. Ese fue el caso de mucha gente y pasó principalmente con exiliados políticos en Chile. Eso podía implicar cárcel, prisión, tortura…”

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