27.5.15

Ciencia-ficción antisistema

 El señor cachas y rapado de la foto es el autor de una larga saga de novelas fantásticas en las que eso de cruzar el espejo es un complejo acto político. La recién traducida  Un Lun Dun  es una puerta de entrada relativamente amable y sencilla

China Miéville, en un retrato promocional./elmundo.es

Muchas veces buscamos estampas icónicas, no necesariamente referentes intelectuales, y eso podría explicar por qué China Miéville se ha convertido en uno de los escritores del género fantástico más admirados de la última década. He aquí un hombre que, aunque se define como un 'geek' de manual -educado en su primera juventud en el cómic, la novela de ciencia ficción y el cuento de terror-, presenta una imagen que no se corresponde con la del señor hombre de mediana edad de barba poblada, agudo sobrepeso, lamparones en la camisa y una fina superficie de caspa sobre los hombros. Antes al contrario, es un adulto musculoso (42 años, nacido en 1972), alto, apuesto, que parece sacado de una distopía cyberpunk: orejas profusamente perforadas, cráneo rasurado, brillante e imponente, y tatuajes de calaveras y tentáculos ocupando uno de sus brazos.
China Miéville es, por tanto, icónico. Podría haber sido jugador de rugby o el líder de una banda de metal industrial, aunque fue finalmente la literatura la que captó su atención -explica que uno de los primeros libros que le atrajo a la fantasía fue 'Las puertas de Anubis', de Tim Powers, que leyó a los 11 años-. A los 26 debutó con una novela repleta de acción y música drum'n'bass, 'El Rey Rata' (1998), que avanzaba uno de los ejes centrales de su obra: la 'reimaginación' de Londres como una ciudad caótica, hipertecnificada y hervidero de nuevas mitologías urbanas, una línea que ha ido exprimiendo durante más de tres lustros conectando diferentes fuentes literarias como las de Dickens, Lovecraft, Iain Sinclair, Philip K. Dick e incluso el Kafka de 'El castillo' (aunque tampoco habría que desmerecer a Tolkien). A los 29 años también dio un paso al frente en su línea activista y se presentó a las elecciones para el Parlamento británico en representación de una formación testimonial de la izquierda, el Sociallist Alliance Party; no fue elegido, pero fortaleció otro de los ejes de su obra: la ciencia-ficción como una forma de comentario de la realidad política y la desigualdad social.

Marxismo y ciencia-ficción

Cuando se doctoró en Relaciones Internacionales por la London School of Economics, lo hizo con una tesis sobre el marxismo. Aunque ese trabajo lo reconvirtió posteriormente en un ensayo, 'Between equal rights' (2006), las ideas de Miéville sobre la desigualdad social y la lucha de clases han cuajado de manera más cristalina y fuerte en su ficción. Su primera gran novela importante, 'La estación de la calle Perdido' (2000; editada por La Factoría de Ideas en España en 2006, actualmente descatalogada), transportaba al lector, a lo largo de más de 800 páginas rebosantes de imaginación, a Nueva Corbuzon, una metrópoli bulliciosa y brutalmente estratificada: un Parlamento compuesto por las elites, y sostenido por la fuerza militar -sin duda, podríamos hablar de 'casta'-, rige los destinos de una población marginal, ingente y prácticamente paria, de drogodependientes, prostitutas, artesanos y delincuentes. Sin ser del todo un libro 'steampunk', 'La estación de la calle Perdido' tenía algo de parábola victoriana, de versión 'sci-fi' de 'Oliver Twist' en la manera de describir la suciedad y la miseria en las calles. A lo que Miéville añadía un ingrediente más: la xenofobia.
Nueva Corbuzon, igual que Londres, es una ciudad mezclada: si en la realidad hay asiáticos, jamaicanos y blancos, en su ficción había seres humanos 'normales' y razas alienígenas ligeramente insectoides (los khepri), batracios (los vodyanoi) y arácnidas (los tejedores), entre muchas otras. Por ley, las diferentes especies no pueden convivir entre sí, y mucho menos aparearse -atacando, por la tangente, el estigma de las parejas interraciales y, claro está, las del mismo sexo-. Pero donde el comentario social -y socialista- de Miéville alcanzó su nivel más alto fue en la que muchos de los fans consideran, junto con 'Embassytown' (Fantascy, 2013), su mejor novela: 'La ciudad y la ciudad' (La Factoría de Ideas, 2012). Detrás de una trama policial -una mujer aparece asesinada en un descampado, una mujer que bajo ninguna circunstancia debería estar allí, lo que pone en jaque a la policía-, se esconde una alucinante metáfora de la desigualdad económica entre diferentes estratos de población con ecos de los últimos años de la Guerra Fría. La ciudad es Beszel, pero también es Ul Qoma: en 'la ciudad' conviven a la vez, superpuestas una sobre la otra, dos ciudades muy distintas. Beszel es pobre y violenta; Ul Qoma es rica y ordenada. Los habitantes de una no puede interactuar con los de la otra: no se trata únicamente de 'cruzar', sino de 'ver', puesto que las dos ciudades son la misma, ocupan el mismo lugar, pero los habitantes de ambas zonas están obligados a 'desverse'. Por una parte, remite a Berlín antes de la caída del Muro, pero también a ese Londres en el que cualquier persona que duerme en la calle es ignorada por quien pasa a su lado.
La literatura de China Miéville es poderosa en ideas. Si Lewis Carroll -otro de sus referentes ineludibles- hizo que Alicia atravesara el espejo o recorriera la madriguera del conejo para adentrarse en un país de maravillas, Miéville lo que hace es situar un espejo distorsionador enfrente de la realidad urbana: en él se reflejan las estructuras de poder y dominación, las maniobras de evasión de la realidad, las adicciones, y las costumbres. 'Embassytown', que es aparentemente su novela de ciencia-ficción más dura -trata sobre un planeta, en los márgenes de una galaxia completamente colonizada y dominada, en el que existe una insólita forma de vida: una raza que se comunica con una compleja manera de hablar, prácticamente intraducible, difícilmente interpretable, y que entra en rebelión después de que se produzca un fallo en la comunicación que ninguna de las dos partes es capaz de descifrar-, es también un ejemplo de esa intención alegórica de su escritura: nos dice cómo algunos miembros de la sociedad se convierten en marginados por la incapacidad de comprenderse, y cómo al diferente 'de pensamiento' se le intenta callar, no con la razón, sino con la violencia.

Cuando la fantasía se vuelve rarísima

Cuando se escribe sobre él, es habitual deslizar el concepto de 'New Weird', una corriente relativamente nueva en la literatura de género fantástico que es algo así como la versión postmoderna de la 'sci-fi' tradicional: en el 'New Weird' -la nueva extrañeza, por traducirla de alguna forma- entran en la misma receta ingredientes que normalmente estaban separados: naves espaciales y monstruos cósmicos, por ejemplo, como si fuera posible mezclar la política-ficción de la saga 'Fundación' de Isaac Asimov con los primigenios de Lovecraft, pero también reinos fantásticos, 'space opera' y un toque ocultista -que proviene de influencias como Alan Moore, por ejemplo- que en la obra de Miéville ha cuajado en una novela muy significativa, una de las más recientes de su producción, 'Kraken' (2010), la historia de un grupo de sectarios-terroristas que roban de un museo de historia natural el cadáver de un calamar gigante, un 'kraken' legendario al que supuestamente le atribuyen poderes divinos, el ser la materia inanimada de un dios que puede revivir si se da con el conjuro adecuado. Este 'kraken', en el que es fácil observar un paralelismo con el dormitante Cthulhu de H. P. Lovecraft, habría sido en otra época una pieza básica de un relato de terror, pero con Miéville lo es también de una ficción conspiranoica, mágica, criminal, en la que Londres dispone hasta una división de la policía para investigar cultos.
Aunque algunas obras de China Miéville se han descatalogado en castellano -si aparece en el mercado de segunda mano una copia de 'La estación de la calle' 'Perdido' (2000), 'La cicatriz' (2002) y 'El Consejo de Hierro' (2004), los tres títulos que forman la saga 'Bas-Lag', lo normal es que cualquiera de esas ediciones de La Factoría de Ideas no baje de los 40 euros-, prácticamente toda se ha traducido en nuestro mercado. Están pendientes la novela breve 'El azogue' (sólo disponible a través de Interzona, una editorial de Buenos Aires) y la más reciente, 'Railsea' (2012), su segunda incursión en la novela de fantasía juvenil, ubicada en un mundo en el que las conexiones entre las diferentes partes de tierra tienen que hacerse por medio de largas líneas de ferrocarril que cruzan el océano, y que en cierto modo recuerda a la idea del tren cósmico de aquella mítica serie de dibujos animados japoneses, 'Galaxy Express 999'.

Alicia en el multiverso de las maravillas

El último libro publicado en España de China Miéville es 'Un Lun Dun' (original de 2007), que acaba de llegar a las mesas de novedades gracias a Oz Editorial, y que ganó el prestigioso Premio Locus en 2008. El lenguaje es muy distinto al de 'La ciudad y la ciudad' o 'Embassytown': al ser su primera novela juvenil, Miéville evitó por primera vez el estilo barroco, de largas frases y conceptos complejos que caracterizaba su ficción -él es un autor que escribe bien, difícil, su prosa resistiría cualquier exigencia de estilo cuidado-, pero hay algo en lo que vuelve a salir victorioso, que es la fecundidad de su imaginación. Una vez más, se trata de una refracción distorsionada de Londres -'Un Lun Dun' se traduce en la novela como 'Alondres', un Londres paralelo a Londres, en el que van a parar todos los desperdicios de la ciudad rica-, un nuevo reflejo de la ciudad ante sus propias miserias y contradicciones. Son dos niñas, Zanna y Deeba, las que accidentalmente cruzan ese espejo, como Alicia, y aparecen en una versión mugrosa, oscura y habitada por extraños personajes del Londres que conocen, y comprenderán que tienen que cumplir una profecía: ser quienes libren a Alondres de su mayor amenaza, del más grande desperdicio que el Londres industrializado ha volcado en sus calles y su aire, 'el Esmog'.
La legendaria contaminación del Londres industrial victoriano, mezcla de hollín y niebla, irrespirable y causante de tuberculosis e infecciones, no ha desaparecido del todo: está en Alondres, en el vertedero de Londres, su oficina de objetos perdidos. Los habitantes de Alondres se defienden del Esmog con paraguas rotos, habitantes que son tan pintorescos, satíricos o intrigantes -Facistola, el libro parlante, o los hedoinómanos, los subalternos del Esmog, drogados por su polución- como lo fueron en su día el Gato de Cheshire, el Sombrerero o la Reina de Corazones. Es muy posible que quien haya entrado en el universo de Miéville a través de otros caminos -la trilogía 'Bas-Lag', o 'La ciudad y la ciudad'- encuentre 'Un Lun Dun' insuficiente en el estilo de la prosa, aunque altamente satisfactoria en la fertilidad de su imaginación: otro universo paralelo impresionante que añadir a su colección.
La literatura fantástica es en la forma una manera de evadirse, pero en el fondo es un comentario perspicaz y profundo sobre la realidad que nos rodea, y en ese aspecto China Miéville -el hombre tatuado, musculoso, marxista y 'freak'- es uno de los escritores que más obligan a pensar, a mantener los pies en el suelo mientras la imaginación vuela. Muchas veces, los libros de fantasía tratan sobre cruzar el espejo. China Miéville utiliza otra estrategia: nos lo pone delante, para que nos veamos reflejados en todo lo bueno y lo malo: feos, miserables, mezquinos, aunque también con la habilidad de revertir el proceso y arreglar nuestro entorno con la maravillosa capacidad para comunicarnos y, si hay suerte, también para entendernos.

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